FEBRERO 2022

EL CLUB DE LOS NARRADORES

Un ragtime bostoniano

Salto y más allá

VISITANTES

José Antonio Millán

Ocho poemas del siglo presente (y uno que no)

seguido de “La poesía como tentación o accidente”.

José Antonio Millán nació en Madrid en 1954; fue durante el sexto gobierno del franquismo, cuando Américo Castro publicó “La realidad histórica de España” y Ana María Matute ganaba el premio Planeta con la novela “Pequeño teatro”. Uruguay lamentaba la eliminación frente a los húngaros en Lausana el 30 de junio, cinco meses después el país votaría por Luis Batlle Berres, por Luis Alberto de Herrera y se editaba “Los adioses” de Juan Carlos Onetti en Sur de Buenos Aires. La trayectoria de Millán es la de un escritor español viviendo en simultaneidad con avatares conocidos del Uruguay contemporáneo; es lingüista de formación, fue corrector de pruebas cuando joven, editor de Cátedra, de Taurus y escribe en varios registros. Publicó las novelas “El día intermitente” (Anagrama, 1990), “Nueva Lisboa” (Alfaguara, 1995) y en 1986 ganó el premio Benito Pérez Galdós con el libro de relatos “Sobre las brasas”. El mes pasado publicó una biografía de Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática de nuestra lengua; al comienzo del siglo dirigió la creación del primer diccionario en CD-ROM de la Real Academia Española y desde 1995 anima su sitio web jamillan.com. La suya es una respuesta avisada a la pregunta ¿qué hacer? del escritor perplejo ante las nuevas tecnologías, frente al caos de la industria cultural, el sunami de series, las condiciones mutantes de lectura y recepción critica. Pedro Salinas afinó en 1947 el tramado sutil acoplando tradición y originalidad en la poesía; de eso se trata todavía, José Antonio invoca a la poesía -más un manifiesto testimonial redactado para La Coquette- alumbrando la zona opaca entre bit, spam, bug, hacker y “como a nuestro parecer / cualquiera tiempo pasado / fue mejor.”

LIBRERÍA LAS NUBES

Alfredo Fressia

“Frontera móvil”

Alfredo Fressia nació en Montevideo el 2 de agosto de 1948 y falleció hace un par de semanas en San Pablo, ciudad donde vivía desde 1976. Fue profesor de francés y literatura, egresado del IPA, poeta traductor, ensayista y amigo de Juan Introini. Desde 1985 regresaba dos meses al año a Montevideo, a veces leía a la hora crepuscular en los boliches, presentaba libros suyos y ajenos llevando una vida de poeta en la cuerda floja. Recuerdo el libro de Fressia “Un esqueleto azul y otra agonía” (Banda Oriental, Montevideo 1973), fue el primero entre los del IPA en publicar y el año que distorsionó ilusiones juveniles cicatrizando destinos veraces. Continuó luego apalabrando la traza que conduce desde la infancia en la calle Marsella del barrio del Reducto, hasta la rua Aurora paulista: “Pero la pregunta que me intriga ahora es otra, a saber, de dónde viene los poemas, esas estructuras hechas de lenguaje, esas máquinas que siempre hablan, siempre interrogan, empezando por interrogarse a sí mismas.” Hace un par de meses pensamos hacer la versión digital del libro de 1997 y fue posible por la gestión amistosa de Horacio Cavallo. El poeta se marchó por la escondida senda lejos y cerca del puente Mirabeau; a la espera de las evocaciones en los meses que vienen, debemos encender un Pall Mall, exigir nuestra copa de champán y escuchar a Maysa Matarazzo cantado “se todos fossem iguais a vocé”. Leer lo que Mercedes Ramírez escribió para la primera edición de “Frontera móvil”.

“Alfredo Fressia, poeta de las soledades, los desencuentros encontrados, víctima de la bella tristeza de vivir y de comprender, se ha recluido temporalmente en su apartamento de la rua Aurora.

Tal vez por lo mucho que se le parece a Fernando Pessoa, ha enviado a caminar por la Av Paulista y la Av. São João a seu Alfredo, poeta que escribe poesía en prosa y registra los más sutiles escondrijos de la realidad.

Seu Alfredo detecta finamente lo irremediable, lo bello, lo digno de ser amado: lo que merece ser padecido.

Él conoce el difícil arte de la condenación aforística y fue el primero en percatarse de que al repetir una palabra no se dice la misma cosa sino la contraria.

Seu Alfredo nunca fue exiliado: por eso puede escribir sobre Montevideo sin que le tiemble el pulso.

Creemos que Alfredo Fressia, habitué invernal del café Sorocabana, deja a seu Alfredo en rua Aurora cuando viaja.

Este libro es una parte de esa frontera móvil.”

ENSAYOS CRITICOS

Ángeles sobre Ecuador

(apuntes sobre la prosa de Jorge Enrique Adoum)

NOTAS, APOSTILLAS Y ANEXOS

Comentarios actualizados a los contenidos

ARCHIVOS

El cazador Gracchus amarra en Montevideo y Mi primer Felisberto (diario de la obras) / La primera Cartografía original / Biblioteca musical / Índice general del año Uno de La Coquette / Fichero de Programaciones mensuales desde Abril 2020.

OCTAVA BANDA DE AUDIO DE LA COQUETTE

Gonzaguinha / “O que è, o que è?” de Gonzaguinha.

Paul Lewis / “Momento musical N°4” de Franz Schubert.

AC/DC / “Highway to Hell” de Angus Young, Malcolm Young y Bon Scott.

Camarón de la Isla / “Soy gitano” de José Fernández Torres, José Monge Cruz y Vicente Amigo.

Johnny Cash / “Hurt” de Trent Rezner – Nine Inch Nails.

Jaime Ross / “Durazno y Convención” de Jaime Ross.

Django Reinhardt / “Nuages” de Django Reinhardt

Rodolfo Mederos / “El caburé” de Arturo de Bassi.

Eros Ramazzotti / “Cose della vita” de Eros Ramazzotti, Piero Cassano y Adelio Cogliati.

Carlos Cuevas / “Contigo en la distancia” de César Portillo de la Luz.

Lena Horne / “Stormy Weather” de Harold Arlen y Ted Koehler.

Marzo 2023

SEGUNDA CARTOGRAFÍA

XI: Carta breve para un largo adiós

EL CLUB DE LOS NARRADORES

Máximo Mondragón / P.S. Un anónimo Veneciano / Mariposas bajo anestesia / Estación Place Monge

VISITANTES I

Alejandro Paternain
LA CACERÍA
Cuaderno 1 / Primavera en la costa

Atesoramos para la entrega última de La Coquette una evocación con astillero de Alejandro Paternain; al final de una expedición de tres años y emulando las variaciones Goldberg, luego de las peripecias a bordo se debe retomar el aria del comienzo. La evocación se presenta más íntima y confidencial pues supone poner proa a la búsqueda del tiempo perdido; hay en ello cierta melancolía por la desmemoria voluntaria de la ciudad letrada, propia de la confusión axiológica y berretines por fotocopiar epistemes de tribus del norte. Al decir Paternain nombramos la juventud de formación letrada y naufragios afectivos, oteamos el escollo de conversaciones pendientes mientras la vida se bifurcaba. Alejandro fue nuestro profesor de literatura en el liceo 14 de 8 de Octubre y Propios desde los quince años, compinche en el bar San Antonio en las horas puente; con él fuimos al restaurante Bahía cuando existía, a partidas de ajedrez en el Antequera de la plaza Independencia, entramos por primera vez al sótano de Banda Oriental en la calle Yi y a la librería Colonial, nos presentó a su amigo del alma Héctor Galmés, seguimos la marcha por los estudiantes asesinados, asistimos al primer acto del Frente Amplio el 26 de marzo de 1971. Sugirió leer a Leopoldo Marechal y a Thomas Mann, nos invitó a su casa en Punta Gorda donde vivía con Selva, Miguel y Rafael; debió de ser por el 1969, pues venía de nacer Rafael el tercer arcángel de la familia. Fue un privilegio ser personaje del bildungsroman literario de esa sutileza y generosidad; para dejar por escrito la gratitud, le dedicamos años después el libro “El misterio Horacio Q” y fue bien poco para saldar una deuda que será eterna.

En la próxima primavera Alejandro cumpliría los noventa y es inimaginable pensarlo veterano; seguro que firmó un pacto para preservar la juventud y fragmentarse en varias vidas sumando conocimientos. Apeló a estratagemas astutas como estudiar griego para leer a Homero en el original; en secreto aprendió las cosas infinitas del mar y seguro que en una vida anterior fue marino de timón, velas y abordajes. Cuando lo conocimos armaba su antología clásica 36 años de poesía uruguaya publicada en 1967 y lo vimos presentar en los años difíciles recitales de Marosa di Giorgio. En 1979 inició su obra narrativa con la novela Dos rivales y una fuga en el espíritu de Conrad, que escribía de ríos y expediciones, marinos como Mac Whirr, Charles Marlow y Jim, James Wait, todos poniendo proa al corazón de las tinieblas y la línea de sombra. Alejandro lo dijo en el prólogo a El oro de las sierras de 1998: “El gusto por la aventura, la narración de hechos que se desencadenan generando suspenso, los escenarios abiertos, el aire libre de los tiempos históricos -cuando nuestro territorio, sujeto aún al coloniaje, constituiría sin duda una vastedad tan enigmática y solitaria como el propio protagonista-, han sido y son elementos de constante inquietud en mi obra.” La nave insignia de Paternain completó catorce expediciones por los siete mares de la ficción; como siempre hay que optar por el vellocino de oro, una Troya con naves aqueas, la vigilia irrepetible del Almirante, la única Moby Dick, un horror horror horror al final del río Congo, aquella isla misteriosa, un Nautilos y la explosión Graf Spee, nuestra focal telescópica se fijó en la novela La Cacería publicada en 1994. ¿Dónde fue Paternain a buscar esa sabiduría, secretos, jerga y ardides de lobo de mar? Lo ignoro, es parte del misterio como lo fue el avistamiento de la novela por Arturo Pérez-Reverte, tal como lo cuenta en el prólogo de la edición española de La Cacería (Alfagura / 2015)

“La Cacería cayó en mis manos por casualidad en 1996. Estaba en Montevideo, buscando el hotel desde donde el espía británico ve el Graf Spee hacerse a la mar en La batalla del río de la Plata, cuando la casualidad puso un ejemplar en mis manos. La novela y el autor me eran desconocidos, pues Alejandro Paternain nunca había sido publicado en España; pero el asunto me fascinó desde el principio: primer tercio del siglo XIX, corsarios, una persecución clásica en el mar. Aventura, historia, navegación, se daban feliz cita en aquellas páginas, que además estaban extraordinariamente bien escritas. Me gustó el título, me gustaron las páginas que leí por encima, me llevé el libro al hotel y lo acabé completo en tres horas. A la mañana siguiente cogí el teléfono, hice unas pesquisas editoriales -supe entonces que el autor tenía 65 años y había escrito otras tres novelas-, y llamé a Alejandro Paternain a su casa. Oiga usted, dije. No tengo el gusto de conocerlo, pero estoy a sus órdenes, comandante. Ya no se escriben novelas como ésa, y me habría encantado firmarla yo. Me dio las gracias, charlamos un rato, quedamos en vernos alguna vez. Cuando volví a Uruguay ya había leído sus otras novelas, y lo llamé. Me reafirmo en lo dicho, sostuve. Maestro. Nos vimos, claro. No me esperaba a ese profesor jubilado de Literatura, leidísimo, modesto, buen tipo. Stevenson. Conrad, Melville, O’ Brian, ya saben. Hermanos de la costa. Hablamos mucho de barcos, de naufragios, de libros, de viajes. Y nos hicimos amigos. Alejandro Paternain contaba muy buenas historias de aventuras, casi siempre con el mar como fondo, con deliberada y sobria eficacia. Yo le llamaba respetuosamente profesor, y él sonreía al oírlo, con benevolencia cortés. Era alto, anciano, tan elegante como su nombre y apellido. Un verdadero caballero.”

El Paternain invocado este marzo es el hombre en medio del camino de su vida y nuestras primeras navegaciones literarias a remo de los años setenta. Nos hizo muy felices saber del encuentro fortuito con la marina española, que le permitió vivir el episodio quizá más intenso de retorno, reconocimiento entre pares y amistad tardía. Cuando llegó el tiempo triste del Drakkar funerario del viento norte, el alumno del liceo 14 estaba lejos; la crónica del viaje de Alejandro a la isla Avalon nadie la dijo mejor que Pérez – Reverte en el prólogo citado, navegante de Cartagena con cicatrices de Lepanto y Trafalgar, audaz como los adelantados que hendieron de proa el río de la Plata con el Monte VI a estribor: “Hace ocho años que Alejandro Paternain largó amarras para el último viaje. Desde la muerte de su esposa ya no era el mismo. Trabajaba poco y había perdido las ganas de casi todo. Me dieron la noticia cuando -cosas de la muerte y de la vida- yo estaba de nuevo cerca de Montevideo, en la otra orilla del Río de la Plata, en Buenos Aires. Al enterarme le dediqué mentalmente un brindis: una pinta de ron. A tu salud, profesor. A tu memoria y a la de los hermosos libros que escribiste, devolviéndonos al tiempo en que una raza especial -hombres de hierro en barcos de madera- todavía surcaba los mares. Por eso considero hoy un honor unir mi nombre, en el prólogo de esta oportuna reedición, al del autor de tan magnífica novela. Contribuí así a que se haga justicia al novelista uruguayo que fue uno de los últimos clásicos vivos del mar, la historia y la aventura. Agradeciendo una vez más estas páginas leídas, vividas, con todo el trapo arriba, el viento silbando en la jarcia, y en la boca el sabor de la sal y el aroma del peligro. Por Alejandro Paternain doblará siempre a muerte la campana de la inmóvil goleta Intrépida, mientras él descasa junto a todos los corsarios y todos los piratas que surcaron los mares en busca de gloria o de fortuna. En la tumba donde yacen ellos y sus sueños.”  

Visitantes II

Héctor Galmés
EL PUENTE ROMANO

Si El puente romano es una obra maestra del cuento breve es, entre otras ecuaciones algebraicas con raíces imaginarias, por conjurar el cruce de escenas evocando tiroteos de El combate de la tapera con intersticios laberínticos de tiempo y espacio en tanto constantes universales: al otro lado del puente (ese puente diabólico clonado de arquitecturas coránicas) topamos con lo que dejamos atrás y avanzamos a la locura. Es lo que sucede en este último número virtual del Cabaret literario La Coquette, con Shiva danzando se activa la máquina de remontar el tiempo. El cuento fue publicado por primera vez en la Revista de cultura Trova, segunda época año II No 6-7 diciembre de 1980. Salíamos pues del proyecto estas últimas semanas luego de 36 entregas; revolviendo papeles vimos la novela Necrocosmos de Galmés dedicada el 31 de julio de 1974 y comenzaron a moverse las imágenes estáticas. A Galmés me lo presentó Paternain, en el departamento de la calle Convención conocí a su esposa Delia y supe que tenía un campo con caballo que se llamaba Pibe. A veces recitaba poemas en alemán y ahí escuché por primera vez grabaciones originales de la orquesta de Julio De Caro. Galmés escribió una obra de ficción breve e intensa con títulos con magia como La noche del día menos pensado, tradujo las obras centrales de Goethe y terminó su versión uruguaya de La Metamorfosis de Kafka; el amigo y cómplice de ediciones aventureras fue Heber Raviolo desde Banda Oriental. Héctor murió demasiado pronto a los pocos meses de disipada la dictadura uruguaya; la resaca de los partes con charreteras cubrió la memoria relegada del Uruguay literario del cual, con esos dos amigos tuve la felicidad de conocer en su tradición oral, que tenía uno de los embarcaderos en el boliche de Paraguay y San José. Era un país donde los estudiantes recién llegados al circuito fuimos aceptados con afecto que creo desvanecido, diría que los nuevos éramos grumetes del Argos y el Pequod, los tripulantes cambiaban de apariencia y el navío literario seguía viaje hacia los posibles. Llegué al puerto ballenero -llamadme Juan Carlos- al final de los años sesenta; ese tres mástiles tenía varios viajes en el casco y en un prólogo de 1981 a los cuentos de Galmés, Alejando Paternain evocó ese ambiente que llamó Los años cincuenta:

“Eran, para nosotros, los tiempos del Gran Sportman, de la amistad en los patios del Vásquez Acevedo, de las esperas amargas antes de los exámenes. Coincidíamos con Galmés en lecturas y en gustos, en aceptaciones y en rechazos. Rechazábamos el aburguesamiento, los códigos, las costumbres. Nos gustaban (¿qué otra cosa podía esperarse?) las criaturas femeninas, las confidencias consoladoras, el jugarnos enteros -aunque en estilos disímiles- por las musas (también las de carne y hueso). Yo le confiaba mis lecturas de las traducciones de Goethe, él, las de Boccaccio. Por sobre eso, nos comunicábamos nuestra inexperiencia radical acerca de casi todo. Y tal condición nos hermanaba: suplíamos la vida aún no vivida hablando de nuestros proyectos, de lo mucho que pensábamos leer, de las montañas de cuartillas en blanco que nos aguardaban y que habían de granjearnos -en un plazo muy lejano, pero también muy cierto- algún ángulo oscuro en el Panteón Nacional.

Nutrimos tanta dichosa ingenuidad desertando de los estudios de Derecho -que nos horrorizaban- y filtrándonos en las aulas donde se estudiaba a Cervantes y a Shakespeare, a Góngora y a Bécquer, a Homero y a Quiroga. ¿Habrá que relatar nuestra asistencia a la Facultad de Humanidades en su vetusto edificio de Cerrito y Lindolfo Cuestas? En esos años aprendíamos con Roberto Ibáñez, con Paco Espínola con José Bergamín, y comentábamos lo escuchado y lo leído en las mesas del Tupí viejo. Asistíamos a los cursos como oyentes -eufemismo que disimulaba nuestra condición vagabunda, con algo de bohemia fiscalizada por un entorno familiar y social sin fisuras. Yo admiraba en Galmés su voracidad lectora y su disciplina: era capaz de aislarse en aquel colmenar de la Biblioteca Nacional, cuando funcionaba en una esquina de la Universidad, y pasarse horas leyendo todo lo que yo ignoraba. Por él conocí a Kafka y a su mundo de pesadillas, a Valèry y su coraje para abordar el cosmos sin estridencias, a Heidegger y al Kierkegaard del Diario de un seductor. A Thomas Mann en sus reales dimensiones, es decir, el de las exploraciones interiores, el de la poesía entendida como experiencia. Vi en Galmés tan íntegra y natural manera de vivir el hecho poético que le atribuí -convencido- un destino consagrado a la poesía lírica. Hoy, sin embargo tenemos a un prosista. ¿Se desvaneció, acaso, aquella experiencia de que hablaba nuestro querido y venerado Rilke?”

Más adelante en el prólogo, Paternain responde a esa interrogante sobre el golpe de timón poético de su amigo. Nosotros llegamos hoy a la otra cabeza del puente del proyecto La Coquette: estamos en casa de Galmés con Alejandro escuchando Qué noche! de don Agustín Bardi, El Monito del gran Julio De Caro y Héctor se reía con ganas cuando llegaba la parte hablada del tango instrumental. Digamos que fue la noche del día menos pensada, el 3 de julio de 1974 cuando Holanda le ganó a Brasil 2 a 0 por la copa del mundo. Llovía lindo en Montevideo, un par de horas antes nos dimos cita los tres en El Candil e imaginándonos en la cubierta del bergantín Nelli ante el estuario del río Támesis.

LOS RÍOS FICTICIOS

La serie de los Capítulos Sueltos (IV)
Capítulo 13: Piso Trece
De la novela Sushi de Hipocampo

ENSAYOS CRITICOS

JOSÉ PEDRO DÍAZ
La literatura mar adentro

NOTAS, APOSTILLAS Y ANEXOS

Comentarios actualizados a los contenidos

ARCHIVOS

El cazador Gracchus amarra en Montevideo, Mi primer Felisberto y El arte de comparar: bello como las rodillas de Isidore Ducasse (diario de las obras) / La primera Cartografía original / Biblioteca musical / Índice general de los años Uno y Dos de La Coquette / Fichero de las Bandas de Audio desde Abril 2020.

DUODÉCIMA Y ÚLTIMA BANDA DE AUDIO: HOMMAGE A LA COQUETTE

Jaime Roos / “Amor profundo” de Jaime Roos.

Alain Bashung / “Montevideo” de Alain Bashung,

Mauricio Ubal / “Una canción a Montevideo” de Mauricio Ubal.

Daniel Amaro, Joaquín Sabina / “A la ciudad de Montevideo” de Daniel Amaro.

Rina Ketty / “Montevideo” de H. Varna, Mac Cab y Boby Fisher.

Jorge Drexler / “Montevideo” de Jorge Drexler.

Leo Antunez / “Montevideo” de Leo Antúnez.

Ruben Rada / “La rada” de Ruben Rada.

Los Traidores / “La lluvia cae sobre Montevideo” de Alejando Bourdillón, Juan Casanova, Pablo Dana y Víctor Nattero.

Tabaré Cardozo / “Montevideo” de Tabaré Cardozo.

Romeo Gavioli / “Montevideo” de Romeo Gavioli.

El arte de comparar (bello como las rodillas de Isidoro Ducasse)

Descargar el PDF de la obra completa.

I
A MANERA DE PRÓLOGO


Nuestro saber suele ser un saber de libros. Cuenta Michel Foucault en el prefacio a “Las Palabras y las Cosas” que la lectura de un texto de Jorge Luis Borges -donde transcribe cierta enumeración que el doctor Franz Kuhn atribuye a una enciclopedia china- fue el punto de partida luminoso de la hipótesis de trabajo de su libro, grado cero del tema del conocimiento observado desde una perspectiva arqueológica. Dice Foucault: “Ahora bien, esta investigación arqueológica muestra dos grandes discontinuidades en la episteme de la cultura occidental: aquella con la que se inaugura la época clásica (hacia mediados del siglo XVII) y aquella que, a principios del XIX señala el umbral de nuestra modernidad.” (1) Este acatamiento singular así desarrollado postulando el itinerario de una crisis, conectó de manera pertinente dos asuntos que nos venían preocupando desde hace tiempo y por razones relativas al proyecto narrativo. El sistema conceptual de Pascal -cruce de teología y ecuaciones- en sus posibilidades analógicas y la ética transgresora circulando en los escritos de Ducasse afectando la literatura y poiesis de la modernidad.

Nuestra intención en el presente ensayo fue reflexionar centrándonos en el segundo de esos temas, siendo la ficción de Montevideo el considerando decisivo que recorre la trama. El texto de “Los Cantos de Maldoror” resultó fuente de interrogantes suficiente como para absorber todo el interés de un estudio y asimismo la extensión de una tesis de doctorado, sin ser nuestra motivación prioritaria mientras transcurre el año 1985. Sorprendente además al poder dar en principio una impresión de unicidad extraña, territorio fértil de reflexión árida donde fue dificultoso hallar la filiación de los precursores.

Había sin embargo una puerta de acceso camuflada a LcdM, línea sutil dibujada con el grafo láser del lenguaje y que nadie interesado en el misterio Lautréamont puede renunciar a consignar. Resulta tan marcada la diferencia cerebral entre e genio de Pascal y la transgresión colonial juvenil de Ducasse, que precisamente -puede que en el domino acotado de la lengua francesa- deben insinuar elementos comunes. Nosotros buscamos discernir esos vasos comunicantes y con espíritu de principiante, antes de adentrarnos en apreciaciones de la noción de belleza tenebrosa en LcdM. Tampoco quiso ser este estudio aproximativo una aplicación indirecta de las tesis más iconoclastas de Foucault, menos la enésima justificación prestigiante de una relación que admitimos desde el comienzo caprichosa. En sus orígenes supuso compartir el contento de ciertas coincidencias observadas desde la periferia uruguaya, que si bien podrían resultar arbitrarias, aspiran a insinuar un método de lectura. De dicho estremecimiento que Foucault establece entre esos siglos, algunos ecos textuales deberían infusionar en dos de sus nombres más representativos.

El texto de Borges referido está incluido en “El idioma analítico de John Wilkins” y parece ineludible que Foucault lo haya citado. Según Borges, Wilkins fue hombre del siglo XVII (1614-1672) y su obra más comentadq “An Essay Towards a Real Character and a Philosophical Language” trata el tema del lenguaje; publicado en 1668, presume la intención del polifacético inglés de formular un idioma universal y en que cada palabra se define a sí misma. Como luego sucederá en pleno desarrollo de la Ciencia omnipresente, emerge la cuestión del lenguaje en una relación dialéctica con los postulados metodológicos; asunto que recién comenzaría a plantearse en sus términos verosímiles y con probabilidades de solución hacia el siglo pasado. John Wilkins -contemporáneo de Descartes- asiste al fracaso de la invención ingeniosa de un lenguaje artificial que postule categorías absolutas: la búsqueda de máquinas lógicas lingüísticas es una rama de la filosofía fantástica, que permite nuestras especulaciones lúdicas, más afines al relato ficticio enmascarado que a la filosofía. Hacia esa época tal intento se presentaba como una etapa en antagonismo con la realidad social. El “Discurso del Método” -de ingreso espectacular en la filosofía occidental- era la demostración de que el lenguaje en práctica y teoría, podía ser el vehículo pertinente para encauzar la razón todopoderosa en el intento de organizar el mundo. Dominarlo desde la explicación retórica aún con otra ambición íntima y sublime: demostrar la existencia de Dios.

Pascal es contemporáneo de ambos, estando por tanto en la imaginación actuante de la época clásica. Algunos de sus Pensamientos serán reescritos por Isidore Ducasse con el estigma del signo contrario. Los dos sin premeditación manifiesta, más el aporte aleatorio de Blake, Dostoievski, Baudelaire, Kierkegaard y Nietzsche forman el grupo de seres privilegiados que, según Sábato “intuyeron que algo trágico se estaba gestando.” (2) En “Otras inquisiciones” (3) el texto anterior al dedicado a John Wilkins se titula “Pascal”.

Otro detalle merece ser ahora recordado, en cierto pasaje de “El idioma analítico…” se presenta parte del sistema del autor reseñado. Parece ser que, bifurcando desde una intencionalidad racional y clasificadora, el inglés dividió el universo en cuarenta categorías o géneros. En la decimosexta, sin que se argumente lo parcial o fundado de tal ubicación, asoma la Belleza. Sin la modestia de las comparaciones sucesivas de Ducasse, Wilkins lo define por metáfora: es un pez bípedo, oblongo. Definición por lo menos tan sorprendente como las minadas en LcdM, formulación forzosa transgresiva al parecer, mutante cuando se concreta el encuentro intencionado de ideas y palabras.

Pascal y Ducasse -sin olvidar sus máquinas disímiles- son dos instancias estimulantes de la relación hombre/lenguaje. Para Pascal lenguaje y conocimiento avanzan juntos, relegando a la condición exótica e impertinente todo proyecto de lenguaje artificial. En el proyecto Ducasse -y en toda su época del XIX parisino- el poeta queda desamparado ante la Historia, la inscripción cotidiana en la sociedad, los sistemas de pensamiento y la ingeniería de la matemática mecánica, con un lenguaje creativo que sólo puede referirse a sí mismo. Un año después del nacimiento del montevideano, George Boole establece las bases de la moderna lógica simbólica, marcando la ruptura de la ciencia con la gramática; diez años más tarde, nace Saussure que sistematizará la lingüística occidental. Impedido de mentar la complejidad de la creación desarticulada en sus más elementales partículas, el lenguaje profético forzaría proyectarse en otras dimensiones invertidas, soñadas e inesperadas hasta extenderse en el perímetro cadavérico de una mesa de disección.

Ingrid Tempel

JULIO 2020

Ingrid Tempel nació en Montevideo y forma parte de la tradición poética femenina de la literatura uruguaya. Fue una gran alegría que Ingrid aceptara visitar La Coquette en tanto autor; es asimismo narradora, conoce los senderos secretos del Parc Montsouris y escucha el dúo Grappelli/Menuhin. 

Los poemas que ella misma seleccionó, provienen del libro “Asia en el corazón”.

JUNIO 2022

Ingrid Tempel nació en Montevideo y reside en París; fue de las primeras visitantes de La Coquette en su condición de poeta y hoy se instala en la librería Las Nubes con un libro de relatos en su más reciente configuración. La suya es una historia frecuente de mujer uruguaya hasta los veintiséis años, cuando comenzó la experiencia del exilio; por entonces estaba casada con Pancho Graells, artista y caricaturista de medios de izquierda. Marcha, De Frente, otras publicaciones del humor opinando como La Balota y que adquirió notoriedad -si nuestra memoria está en lo cierto- con una adaptación de El Reyecito a la figura de Jorge “el bocha” Pacheco Areco: ya por entonces el trazo caricatural sobre papel tenía consecuencias. Primero fueron dos años en Buenos aires, el viaje al exilio siguió con una estadía de ocho años en Caracas (donde Pancho había nacido en 1944 y tenía familia) y luego desde 1983 la decisión París. A la historia de la escritora periodista la precede la crónica de la familia. Ingrid es hija de Iry Tempel, judío polaco y únicos sobrevivientes junto con su hermano Herman, de una familia devastada durante el Holocausto; luego fue la bifurcación obligada de los hermanos. Herman viajó a París: “Durante la segunda guerra mundial mi tío Herman Tempel viajó a Londres y se enroló con las Fuerzas Francesas Libres de De Gaulle, a las cuales acompañó como médico”. Iry emigró a Montevideo donde formó familia. “Mi madre, Anita Kaufman, era judía alemana. No pudo hacer estudios debido al antisemitismo. Trabajaba en la casa del embajador de Paraguay en Berlín, el general Schenoni. El embajador adoptó a mi madre y le dio pasaportes paraguayos para que pudiera escapar con su hermana (mi tía Mary) y sus padres, creo que en 1942.” Los viajes como presagio y fatalidad, el mandato de hablar de la familia y contar lo visto comenzó para Tempel antes del golpe de estado; siguió luego en las horas hurtadas al periodismo en el servicio para América Latina y España de la agencia France-Presse, donde trabajó hasta hace pocos años. “Los poemas, los cuentos y las novelas se convierten entonces en el instrumento de mi supervivencia; la escritora deja de ser una turista para analizar, a la luz de la Historia, los acontecimientos del país donde vive o las ciudades que visita.”

En prosa Ingrid publicó las novelas “Mueca ante un espejo oscuro” (2010) y “Maia en la ausencia” (2016), además de estar presentes en varias antologías. Los relatos de “Escribir lejos” dan cuenta de las travesías referidas; asumiendo itinerarios dispares conectados como los vuelos en la narrativa. Uno orientado a otros ámbitos y contextos de los del lugar de origen; otro al laberinto de la familia, dudando sobre qué camino emprender, buscando en cada texto la salida si ello fuera posible, con el hilo narrativo en una mano para evitar perderse como los ancestros, topando despojos de los sacrificados en el avance y el temor presentido de comprobar si la criatura del centro tendrá apariencia similar al monstruo rondando las pesadillas. “Los cuentos fueron escritos en el exilio mientras, como muchos escritores, daba la prioridad a mi familia, a la necesidad de tener un trabajo remunerado y estable. Pero esas migraciones y lecturas, así como los viajes, enriquecen también el contenido de mi obra.”

Jorge Musto

MAYO 2020

Mi querido amigo Jorge Musto es autor de una obra considerable, le gusta el primer cine de Theo Angelopoulos, la segunda escuela de Viena y el billar a tres bandas. El maestro Musto tenía carta blanca, se decidió por una “comedia de un rato de lectura teatral”. Gracias a ese ingenio escénico puesto en movimiento, también el Cabaret será otro espacio de libertad. 

JULIO 2020

Jorge Musto me aseguró que se había cruzado con William Faulkner; recién años después le pregunté si estaba seguro, él me respondió enviándome una copia de «Otros Sur, otras derrotas».

OCTUBRE 2020

Muerte de un discreto” (evocación tardía) o después de la lectura y muerte de Julien Gracq. Es la vuelta al Cabaret de un viejo amigo, recordando que la eficacia de la obra siempre depende del instinto del escritor lector; yo escuché alguna noche la inolvidable versión oral del texto, en la casa de Monika y Jorge rue de la Croix Niver.

FEBRERO 2021

Febrero es menos cruel que abril quizá por ser el mes más breve, sensible para la nostalgia y revisitar tres fragmentos de la novela “El rapto del tenor” del amigo Jorge Musto. Antídoto debido contra la amnesia pendiente de la ciudad letrada, el libro es una rareza y muy bonito en su formato cuadrado italiano. Lo editó ARCA en Montevideo en el año 1995, la carátula sin márgenes impone un Pavarotti sorprendido en pleno despliegue vocal y firmado por Pancho Graells; en el interior, sonríe un hombrecito dibujado por Pieri asomando las bondades del libro de bolsillo. Tenía acápite de Federico Fellini: El mundo es sólo probable, no real. La contratapa la redactó Hugo García Robles: “Escrito con un absoluto rigor absoluto literario, “El rapto del tenor” parte de una anécdota cuya aventura central es la que define, precisamente su título. Pero la peripecia son apenas un pretexto para desarrollar una propuesta que comienza en la insólita botella que viaja con un mensaje desde la Guaia a Adén y de allí a Hamburgo.”

Leyendo estas páginas evadidas del original, se diría que la literatura uruguaya post juvenil está en manos de un narrador senior. Habría que reconocerle a Musto -en todo caso- intuiciones proféticas: imaginó con meses de anticipación lo ocurrido el 4 de marzo de 1996, durante el recital memorable Luciano Pavarotti de Módena en el Estadio Centenario de Montevideo.

Febrero 2023

(ingresos)

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EL CLUB DE LOS NARRADORES

“Mujer sin equipaje en un andén” / “In memoriam Robert Ryan” / “Últimas horas en Weimar”

VISITANTES I

M (textículos & contumacias)

-9 fragmentos-

W – Por primera y última vez en La Coquette un visitante es un objeto pero lo mismo citaremos al autor, el libro se titula M (textículos & contumacias) y pudo tener otros 13 títulos en el campo de los posibles, tantos como las letras del apellido del autor. “Ese apellido, muy popular en Polonia, viene del nombre eslavo Wojciech, construido a partir de una doble raíz: woj, el guerrero / ciech, la alegría y consolación. San Wojciech Slawnikovic, obispo de Praga, misionero en Prusia, patrono de Polonia y mártir, llamado en latín San Adalbertus está en el origen de varios topónimos que estarían al origen del apellido WOJCIECHOWSKI.

O) El libro conoce su primera edición en 1994 y una segunda de setiembre 2021; todo aparenta indicar que son el mismo libro reeditado, igual se operaron mutaciones haciendo que lo mismo sea distinto, la diferencia son una punta sumada de 17 años, toda una vida como cantó Antonio Machín.

J) “A los 13 años de la publicación de su primer libro, Gustavo Wojciechowski (Maca) arremete ahora con un ejercicio que se pasea desde la creación al ensayo, que se divierte entre el pastiche y la parodia, con el homenaje y el plagio. Gárgaras de literatura. Un libro bisagra: abre y cierra el juego, continúa y rompe con su propia dicción, dejando la sentencia en secreto.” (Decía -mintiendo- en la contratapa de la primera edición)

C) El libro está dedicado a Martina y lo abre un epígrafe de G. H. Chesterton: “El mundo ya era muy viejo, amigo mío, cuando nosotros éramos jóvenes.” Últimas palabras manuscritas del ejemplar: más allá o más acá de los paraísos artificiales, encuentro un cierto parecido físico entre el joven Dylan Thomas y aquel argentino realizador de versos camorreros, provocativos, desgreñados, Olivari.

E) El autor nació en el mes de abril que, como lo escribió T. S. Eliot es el mes más cruel; el mismo abril que Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont pero ciento diez años más tarde, en 1956, detalle que nunca fue impedimento para que se cruzaran en algún almacén de ramos generales del barrio donde viven.

C) Gustavo diseñó carátulas de Rada, en aquellos tiempos su tríptico de referencia cercano era Buscaglia, Macunaima y Leo Antúnez. Fue al liceo N° 17, cursó estudios en artes aplicadas de la calle Durazno, vivió una época en Requena y Culta, cortita como Isla de Flores, que era una calle pavimentada de adoquines. Ahora reside en Buenos Aires, no la reina del Plata sino la calle paralela a Bulevar Sarandí en la Ciudad Vieja y por más información, consultar la entrevista exhaustiva de José María Barrios y Aldo Novik en tranvías.uy de junio 2017.

H) Tiene una asignatura pendiente, su novela Zafiro de 1989 llevaba por subtítulo (yo sólo quería ser el cantante de una banda de rock and roll). Lo que había a mano en nuestros Woodstock e isla de Wight orientales eran Los tontos, Los estómagos, Los traidores, Trotsky Vengarán, La vela puerca; y en mi interior diría Rubén Darío: Robert Platt, Bon Scott o Brian Johnson -Highway to Hell- y de Baltimore (donde murió E. A. Poe) el enorme Frank Zappa.

O) El libro es otro Aleph de papel y viaje de argonautas a la búsqueda del vellocino de la juventud en huida perpetua, se engancha con los almanaques de Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos (1967) y Último Round (1969), explora los efectos alucinógenos durante el sueño de acercarse al mar del planeta Solaris urdido por el polaco Stanislaw Lem, es un trip con carburante de poesía ya escrita y más zarpado que una medida triple de absenta.

W) El libro rompe cronologías culturales sociológicas que continúan dependiendo de las fuerzas armadas, con referencias a dictadura, la post dictadura, hijos del exilio, generación del 85 o el 86 por la Ley de Caducidad. Las fechas sagradas deberían ser otras: ¿cuándo se creó el Sexteto Electrónico Moderno? ¿fue en 1970 que escuchamos la versión de You Really Got Me de Los Delfines? Hubo primero para GW el sexteto con alineación inicial de la Revista Uno de la Cultura; en el 82 se crea Ediciones de Uno: Maca, Agamenón Castrillón y Héctor Bardanca.

S) Recuerdo que yo mismo estaba como los bailes de la IASA danzando en tres pistas; escuchaba Todos detrás de Momo de los Olimareños, las canciones del Festival de San Remo y había caído forever en la marmita tanguera con el LP Troilo for Export del año 66 con temas de Arolas y Julián Plaza. Más tarde y ya casado, era el noveno álbum de Jetthro Tull: demasiado viejo para el rock and roll, demasiado joven para morir. Me acerqué curioso al Palermo Boxing Club en el festival Arte en la lona, abril 1988 y vi la performance de Alberto Restuccia; estuve en la recorrida municipal de Martín Karadagian cuando el homenaje a Titanes en el Ring, en la tribuna de Montevideo Rock 1 en noviembre de 1986 -nel mezzo del cammin di nostra vita…- y escuché a Gustavo recitando sus textos alguna noche en el Teatro Circular.

K) El libro es expansivo y generoso, tiene algo de big bang descontrolado, el contenido resiste en hipnotismo y veinte años no es nada. Todo lector hallará una zona allí de su memoria afectiva y se abren las puertas del olvido: fotos movidas, músicas, imágenes de recitales, álbumes míticos de Emerson, Lake and Palmer, situaciones nocturnas que fueron antídoto para salir de la malaria. Es memoria y deseo, calesita y tren fantasma, antología de los malditos poéticos que pagaron caro la osadía de versificar. Pasen señoras y señores a la carpa del circo… descubran los tragos de Dylan Thomas, a Rimbaud antes de la pierna cortada, la zurda prodigiosa de Hendrix, Janis Joplin con siete velos, las partidas de nacimiento truchas de Pessoa, el esperma veneciano de Casanova, los lentes de Marosa, la ausencia de Mateo, la foto calendario de Marilyn de setiembre 1955 y la flor Azteca…

I) Los textos aquí elegidos son muestra del filón más personal del autor en la mina. Es bravo decidirse cuando se trata de un actor que juega en todo los puestos como Holanda del 60; primero en equipo y desde 2004 con sello propio editando a poetas, narradores pues como es bien sabido: “todo vampiro dibuja una m en medio de la bruma.”

Visitantes II

Bruno Millán Narotzky

Lira / Informe sobre el Odradek

Con Bruno Millán Narotzky (Madrid, 1992) comenzamos a trabajar sobre el Cabaret Literario La Coquette allá por noviembre del año 2019; cuando teníamos pronta la primera entrega Covid se nos adelantó un mes e igual salimos en la red en abril de año 2020. Bruno es el responsable del diseño gráfico del sitio y la continuidad del mantenimiento; es decir del traslado, ubicación de contenidos en cada sección, nexos de la banda de audio, corrección de errores, ajuste de la invitación y salida cada día 23 como hoy. Es bueno eso de dialogar con alguien de otra generación más joven y que sigue de cerca la evolución de los materiales del sitio. Tiene una formación filológica y musical desde los cuatro años, conoce de informática, es traductor en el cruce de media docena de lenguas. Puede leer el Arte de la guerra de Sun Tzu, los poemas de Li Po y el Pequeño libro Rojo del gran Timonel en sus signos originales. Tocó en violín algunas partitas de Bach y es aficionado al toque de arco de Stéphane Grapelli; entre los visitantes del sitio como se ve en Lira, tiene una preferencia por la poesía de Circe Maia. Con esos antecedentes pesados yo sospechaba que había algunos escritos personales que fui conociendo en estos años; le dije que sería una buena idea que diera algo de eso a conocer en nuestro karaoké, se lo pensó y como le gusta la escena -toca en un grupo que se llama Bartok 3- terminó por aceptar y enviar un par de textos representativos de su historia.

En el primero entramos al imperio de leyendas chinas donde se fusionan orígenes de la trama celeste y la música con siete filamentos del fuego estelar, templos de sabiduría y primeros sonidos del mundo suspendidos a la caparazón prodigiosa de una tortuga del Nilo. Esas historias vienen de atrás en su vida, del mandato del viaje al Este; como Ezra Pound al inicio del siglo pasado, Bruno pasó por Londres y luego siguió ruta hacia Cathay a buscar lo que se escribe de manera diferente; en una de las alforjas trajo esta leyenda de constelaciones tonales para la cuerda Sol. Por el contrario, Informe sobre el Odradek es nave esploradora de la escritura que viene o del retrato robot de nuevos lectores que nos rodean, iniciados a Twitter de Elon Musk y redes sociales. Partiendo del cursor kafkiano del siglo pasado descubrimos el sol naciente que asoma en Mikado y Bushido, como lo indican el éxito mundial de mangas, reencarnaciones de Godzilla y competiciones multitudinarias de videos juegos. Ahí pasan cosas en el reactor del relato moderno; estamos en los filos katama del cuento interactivo lector argumento, activación de la inteligencia artificial, robótica que pinta cuadros y redacta tesinas. La juventud está dispuesta a aceptar estrategias narrativas complicadas, siempre que haya inventiva como lo vimos en Ghost in the Shell, en episodios de Assassin’s Creed que activan la máquina Animus explorando la memoria genética desde nuestros ancestros. Con ese nuevo Odradek Kafka se vuelve precursor de su propia obra, con animales cantores y castillos inaccesibles, laberintos jurídicos de la Ley, metamorfosis familiares durante un sueño, zonas donde coexistimos con entidades que son criatura y objeto; un proceso infinito de destrucción creación como se continúa con las 108 danzas rituales de Shiva Nataraja.

LOS RÍOS FICTICIOS

La serie de los Capítulos Sueltos II
De la novela “Le croupier magyar”
(capítulos 1 y 20)

ASTILLERO

Paul Valéry
“Le cimetière marin”

(una traducción)

ENSAYOS CRITICOS

“El Aleph de la calle Pérez Castellanos”
(sobre Silvia Baron Supervielle)

NOTAS, APOSTILLAS Y ANEXOS

Comentarios actualizados a los contenidos

ARCHIVOS

El cazador Gracchus amarra en Montevideo, Mi primer Felisberto y El arte de comparar: bello como las rodillas de Isidore Ducasse (diario de las obras) / La primera Cartografía original / Biblioteca musical / Índice general de los años Uno y Dos de La Coquette / Fichero de las Bandas de Audio desde Abril 2020.

DUODÉCIMA Y ÚLTIMA BANDA DE AUDIO: HOMMAGE A LA COQUETTE

Jaime Roos / “Amor profundo” de Jaime Roos.

Alain Bashung / “Montevideo” de Alain Bashung,

Mauricio Ubal / “Una canción a Montevideo” de Mauricio Ubal.

Daniel Amaro, Joaquín Sabina / “A la ciudad de Montevideo” de Daniel Amaro.

Rina Ketty / “Montevideo” de H. Varna, Mac Cab y Boby Fisher.

Jorge Drexler / “Montevideo” de Jorge Drexler.

Leo Antunez / “Montevideo” de Leo Antúnez.

Ruben Rada / “La rada” de Ruben Rada.

Los Traidores / “La lluvia cae sobre Montevideo” de Alejando Bourdillón, Juan Casanova, Pablo Dana y Víctor Nattero.

Tabaré Cardozo / “Montevideo” de Tabaré Cardozo.

Romeo Gavioli / “Montevideo” de Romeo Gavioli.

Enero 2023

(ingresos)

para recibir la invitación informe mensual inscribirse aquí

EL CLUB DE LOS NARRADORES

Un sueño Oriental” / “La división Novalis
lavoisier@St. Naz. com.

VISITANTES I

Mabel Moraña
PRESENTACIÓN
del libro
“Líneas de fuga” (ciudadanía, frontera y sujeto migrante)
Iberoamericana / Vervuert. Madrid, Frankfurt, 2021

*

EL PROBLEMA DEL CUERPO
del libro
“Pensar el cuerpo” (historia, materialidad y símbolo)
Herder Editora, Barcelona, 2021.

La metáfora que confina la expresión efecto mariposa, sirve tal vez para advertir del paso del tiempo, el acaecer inexplicable por la lógica, la mutación constante de las cosas, salvar el interregno memorioso entre escenas de las que fuimos testigos y que, por razones de armonía o distancia de la vida expandiéndose hacia el epílogo, perseveran en estar asociadas. Recuerdo ahora al redactar estos propósitos que allá por los comienzos de los años setenta del siglo pasado, varios compañeros entre los literatos del IPA estuvimos presentes cuando la joven Mabel Moraña pasó su examen oral de literatura española clásica. En el jurada estaba Jorge Albistur y el tema de disertación era el Capítulo XXII de la primera parte del Quijote, el de los galeotes, doce hombres en pugna con la justicia Real, ensartados en rosario de grilletes, destinados a navegar contracorriente, apóstoles a su pesar del evangelio apócrifo de la novela. Debiendo presentar a la visitante de La Coquette en este enero del 2023, debo señalar que se trata de la Titular de la Cátedra William H. Gass de Humanidades en la Washington University in Saint Louis. Lo que ocurrió en el medio, ella misma lo dijo en un reportaje a Julieta Mariana Vanny: “Me fui en el setenta y cinco para Caracas, que fue el único sitio que en ese momento estaba todavía con las fronteras abiertas, porque México estaba completamente saturado de inmigrados. Hubiera ido a España, pero no me alcanzaba el dinero que pude conseguir vendiendo mi biblioteca. En Caracas estuve tres años en total. Enseguida recibí varias ofertas de Estados Unidos para hacer un Doctorado allí.” El resto del cuento, los interesados lo pueden hallar en el sitio web mabelmorana. com y lo que no figura en su impresionante CV, es que estuvo en el teatro cuando Aníbal Troilo tocó el último tango antes de morir, que según dicen fue “Quejas de bandoneón.”

En el año 2021 Mabel publicó dos libros decisivos en el campo más actualizado de estudios culturales que afectan a nuestras prácticas literarias, los nuevos paradigmas de lecturas y accedió a que retomáramos algunas páginas para la entrega de este mes. Son “Líneas de fuga” y “El problema del cuerpo”, de ambos tenemos en el viejo Océano de La Coquette fragmentos en metonimia emergiendo del iceberg de la investigación. Son prólogos si se quiere, presentaciones, introducciones, estado de la cuestión, hipótesis de trabajo, planos actualizados 3D para orientarse en el continente letrado de lo que se está produciendo en la investigación sobre esas temáticas. Aleph vinculantes de fusión y densidad, una perseverancia lúcida de compartir; visto desde un productor de relatos, parecen ser -en especial el tratado sobre lo efímero del cuerpo- una agenda luminosa sobre temáticas gestándose en la marmita narrativa que precede a los nuevos apocalipsis. Dice Moraña: “Presente en nuestra concepción biológica, y en el final inevitable de la descomposición de la materia, el cuerpo es conocido por nosotros -y nos conoce- en una temporalidad casi del todo superpuesta a la de nuestra conciencia.” Los lectores piensan entonces en Orlando de Virginia Woolf, la pierna de Ahab, las antenitas de Gregorio Samsa, las tetas de Tiresias, el retrato de Dorian Grey, el Dr. Jekyll y el señor Hyde, el cuello de Wilhelmina Murray Harke, los ciegos de Sábato, las colas de cerdo en Macondo, la giba de Ricardo III, las rodillas de Lolita y tantos otros cuerpos del delirio literario. Con “Líneas de fuga” se advierte la revolución semántica post colonial, los movimientos profundos de conceptos de imperio, nación, frontera, supervivencia, desplazamientos; movilidades como si las antiguas luchas de clase entre nobles, burgueses y proletarios del mundo uníos, dieran lugar a la agitación demográfica espacial donde el sujeto padece la aporía exilio / cosmopolitismo. En tanto la línea del horizonte vira al peaje infernal y más para las mujeres de Tijuana, barrera de supervivencia, convirtiendo el laberinto de la soledad de 1951 en narcodédalo de nuevos Templarios, con el mariachi de Los Tigres del Norte en la banda sonora de la serie Netflix.

Todo eso estaba latente siendo falena nocturna en aquel atardecer cervantino en el salón del IPA. El género de la novela caballeresca se travestía en modernidad, los cuerpos de Amadís y Gandalin se trocaban por los del caballero de la triste figura y su escudero rústico de bota de vino y refranes. En una escena fundadora de liberación donde, luego de singular batalla al descampado se trazan doce líneas de fuga de picaros, embustero, flojos de lengua, alcahuetes, burladores, chorizos y buscones reacios a rendir pleitesía a la dama del Toboso de existencia virtual, de la estirpe holograma de Lela Organa de Alderaan.

Visitantes II

Patrick Deville
UNA FOTO EN MONTEVIDEO
vida & muerte de Baltasar Brum
del libro
“La tentation des armes à feu”
Seuil, París, 2006.

Los primeros uruguayos que fuimos invitados a la Casa de Escritores y traductores de Saint-Nazaire éramos esperados en la estación de trenes por Christian Bouthemy y Nicasio Pereda San Martín; fue a partir del 2001 que Patrick Deville asumió la dirección literaria de la MEET. Asistí desde entonces a varios encuentros MEETING que se organizan cada año, publiqué textos ocasionales en la revista de la Casa y participé en varios proyectos por encargo. De Patrick sabía que era gran lector, estudió literatura comparada y filosofía en Nantes y era oriundo de Saint-Brevin-les-Pins sobre el estuario del Loira. Había leído algunos libros de su autoría de una primera etapa de narrador, cuando fuera publicado en Editions de Minuit. Lo sabía viajero persistente, conectando una red de autores de todo el planeta que se daban cita en la ciudad, mexicanos, turcos, irlandeses, chinos, españoles, estadounidenses y hasta uruguayos. Los encuentros literarios en la ciudad siempre fueron interesantes y uno se sentía a gusto. En esos primeros años del siglo yo no podía imaginar que Patrick estaba elaborando uno de los proyectos más ambiciosos de la literatura contemporánea francesa, que se fue precisando con tenacidad y recepción considerable desde el año 2004 y cuya última entrega es la novela “Fenua” del 2021.

El proyecto que guarda trazas de aprendizajes infantiles entre alienados y de la magia de la escritura lleva el nombre unificador de ABRACADABRA y consiste en un ciclo de doce novelas; como cada escritor en misión Patrick lleva en sí su propia comedia humana, un espejo que se pasea en las rutas del mundo y su búsqueda del tiempo perdido. El proyecto se inició con el título “Pura vida” (vida y muerte de William Walker) y ya lleva por el momento siete u ocho títulos; la traducción al castellano está siendo editada por Anagrama en Barcelona. Al comienzo fueron doce sitios el punto de partida, lugares del mundo designados por la curiosidad, zonas elegidas hace veinticinco años asumiendo la parte de subjetividad, destinaciones para incitar el viaje, explicar el pasado de la lengua francesa y proyectar quizá otras tantas vidas propias sobre el campo de los posibles. Dice Deville que se trata de “novelas sin ficción”, allí todo es real, verificable y la invención literaria surge de la construcción entre la parte y el todo, la organización narrativa de cada expedición, y claro la escritura durante el encierro de la redacción definitiva. Quizá por algo del azar la fecha repetida es el año 1860; el ciclo describe la historia del mundo desde ese año –año en que Charles Dickens comienza su “Grandes Esperanzas” y según el censo uruguayo Montevideo tenía una población de 57.913 habitantes- a través de giras mundiales en la cartografía de la colonia, la expedición del presente y el combustible interior: “Yo soy un escritor que viaja… yo viajo para escribir… yo no escribo sólo para viajar.” Patrick Deville es de la raza de los escritores viajeros e inscribió su proyecto en un dodecaedro narrativo, que evoca los dioses del Olimpo y los apóstoles de la buena nueva, los signos zodiacales escritos en las estrellas y las horas que en la plateada esfera del reloj cuando agonizan se niegan a pasar, los meses del año y el paso de las estaciones como ocurre en su admirado Virgilio.

En el año 2006 decide un alto en el camino y publica el libro “La tentación de las armas de fuego”, objetos determinantes que carga el Diablo en la literatura si recordamos a Larra, Pushkin, Quiroga, el estampido de Bruselas entre Rimbaud y Verlaine. De ese libro proviene el capítulo sobre el suicidio en Montevideo de Baltasar Brum que reproducimos en La Coquette, que él autorizó a publicar y le damos las gracias, por la ciudad, por ser el único escritor de lengua francesa que parece pertinente al Cabaret. Alguna de las reliquias que Patrick anda buscando por el mundo, seguro que siguen rondando en Montevideo, en la calle Tristán Narvaja partiendo del Sportman, los salones espectrales del Sorocabana o el puertito del Buceo; el viajero que huye tarde o temprano detiene su andar cantó Gardel y Chales Baudelaire lo dijo en Le voyage a su manera:

Etonnants voyageurs ! quelles nobles histoires
Nous lisons dans vos yeux profonds comme les mers !
Montrez-nous les écrins de vos riches mémoires,
Les bijoux merveilleux, faits d’astres et d’éthers.

LOS RÍOS FICTICIOS

La serie de los Capítulos Sueltos II
De la novela “El muro de Alicia Planck”
(capítulos 1 y 2)
mancha de tinta azul / ¡hola Max!

NOTAS, APOSTILLAS Y ANEXOS

Comentarios actualizados a los contenidos

ARCHIVOS

El cazador Gracchus amarra en Montevideo, Mi primer Felisberto y El arte de comparar: bello como las rodillas de Isidore Ducasse (diario de las obras) / La primera Cartografía original / Biblioteca musical / Índice general de los años Uno y Dos de La Coquette / Fichero de las Bandas de Audio desde Abril 2020.

DUODÉCIMA Y ÚLTIMA BANDA DE AUDIO: HOMMAGE A LA COQUETTE

Jaime Roos / “Amor profundo” de Jaime Roos.

Alain Bashung / “Montevideo” de Alain Bashung,

Mauricio Ubal / “Una canción a Montevideo” de Mauricio Ubal.

Daniel Amaro, Joaquín Sabina / “A la ciudad de Montevideo” de Daniel Amaro.

Rina Ketty / “Montevideo” de H. Varna, Mac Cab y Boby Fisher.

Jorge Drexler / “Montevideo” de Jorge Drexler.

Leo Antunez / “Montevideo” de Leo Antúnez.

Ruben Rada / “La rada” de Ruben Rada.

Los Traidores / “La lluvia cae sobre Montevideo” de Alejando Bourdillón, Juan Casanova, Pablo Dana y Víctor Nattero.

Tabaré Cardozo / “Montevideo” de Tabaré Cardozo.

Romeo Gavioli / “Montevideo” de Romeo Gavioli.

Diciembre 2022

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EL CLUB DE LOS NARRADORES

“El submarino Peral”

VISITANTES I

Marita Ferraro Scot

“Nunca más tacones altos”
(tres Jornadas)

Marita Ferraro es una gran conocedora de la literatura uruguaya contemporánea y su novela tiene en cada una de las trece jornadas que la componen (adelantamos tres en La Coquette) huellas emotivas de ese itinerario. Testimonio personal del cruce siempre áspero de la historia del país con la ficción, desde “El combate de la tapera” hasta “La Mansión del Tirano”. Formé parte del tribunal cuando ella defendió en la Universidad de Grenoble -bajo la dirección de Michel Lafon- su tesis sobre la escritura colectiva en la novela “La muerte hace buena letra” (1993) que coordinó Omar Prego. Su novela “Nunca más tacones altos” editada por Antonio Cuesta en el sello Dyskolo, es a la vez homenaje nostálgico y despedida de su otra vida universitaria en los Alpes franceses. Marita la autora de una última vuelta de tuerca y Amalia la narradora protagonista, marchan ambas tras fantasmas doppelgänger del escritor uruguayo olvidado, que son el otro y el mismo. El de Ferraro se apellidaba Govoni y Tagoni el de Amalia, los dos se llaman Sergio, tuvieron una primera esposa actriz suicida y una segunda mujer que los abandonó por un deportista, ambos publicaron en 1967 una novela titulada “Crónica de la muchacha” y murieron en 1991 en extrañas circunstancias. Hay una diferencia: Govoni terminó sus días cerca de la rueda gigante del Parque Rodó, donde un linyera encontró un par de zapatos rojos con presilla y de tacones altos; Tagoni es invocado por Norah Giraldi -la alumna de piano de Felisberto Hernández- que escribió lo que sigue especialmente para esta ocasión.

*

Nunca más tacones altos, título de la novela de Marita Ferrado Scot publicada en España por Ediciones Dyskolo (2021), ha llegado en este año a los lectores uruguayos. Una obra de madurez y una escritura que se prepara desde hace muchos años atrás, en un crisol de recuerdos, heridas sin curar que afloran en el presente de la escritura y forman parte de las historias que cuenta en su diario Amalia, la estudiante francesa protagonista de la novela, que llega a Montevideo en busca de datos para su investigación sobre Sergio Tagoni, un escritor uruguayo fallecido en 1991, tema que debe tratar en su tesina. La protagonista se confía en el cuaderno que le sirve de diario y lo va escribiendo como modo de acompañarse y registrar acontecimientos durante su viaje de 13 días a Montevideo. Este diario compone la mayor parte del relato y va tomando la forma de testimonio sobre la Montevideo reciente, labrado de dudas y descubrimientos que, por el azar de los encuentros, ella consigue obtener. El otro texto que compone el relato tiene la forma de dos cartas escritas muchos años antes de que este viaje se realice y un testimonio.

Estos otros discursos pertenecen a otra voz, la de una mujer de otra generación ausente del relato y de quien Amalia, que recibe estas cartas y el testimonio en un episodio que anuncia el desenlace de la novela, no logra descifrar el nombre que aparece en las cartas; esa persona es uruguaya y se exilió en Francia después de haber estado presa y haber sido torturada en dictadura. Los destinatarios de esas cartas y el testimonio de lo que vivió esta mujer como víctima de la represión son dos personas diferentes. Las cartas están destinadas a una amiga de juventud que sigue viviendo en Montevideo y el testimonio se dirige al profesor de literatura que tuvo en el Liceo. El testimonio fue escrito ya instalada en Francia, mucho después de los acontecimientos de la década aciaga del 70 que llevaron al exilio a esta mujer y a su familia. El testimonio de la mujer joven describe los vejámenes de los que fue víctima, se trata de un sinfín de maltratos y abusos perpetrados por los responsables de la dictadura cívico militar en Uruguay; estos textos finales son la coda de este relato complejo y bien armado. El diario íntimo del comienzo se completa con este testimonio de esta otra mujer que, si bien cumple una función de tipo conclusivo abre pistas a la investigación de Amalia sin resolver del todo el enigma de la novela. Estas tres facetas del discurso narrativo -diario íntimo, correspondencia y testimonio- se asocian como dos caras de una misma realidad y abonan el interés de la novela de Marita Ferraro Scot al enfocar la realidad uruguaya de hoy con una mirada hacia el pasado, demostrando que sus huellas componen el presente y no han sido totalmente descifradas ni tomadas en cuenta.

En la primera parte de la novela el ambiente que se describe es el de estos últimos años, en los que las políticas practicadas inducen a que mucha gente olvide o enmascare lo ominoso de la historia de los “años de plomo” del Uruguay durante la dictadura cívico-militar y las Medidas prontas de seguridad que la precedieron. Esta parte es determinante; se centra en el descubrimiento que hace Amalia a través del espejo que significa su diario, donde va pautando sensaciones, impresiones y reflexiones a medida que descubre Montevideo, ciudad a la que llega con pocos datos sobre la realidad social y política, en parte adquiridos en el seno de su familia de origen uruguayo y otros en las clases que recibió en la Universidad. Las raíces y consecuencias del mal colectivo que vivió Uruguay hace más de 40 años, se van asociando a lo que cuenta de manera personal Amalia en su diario: el negativo de las dificultades para tener informaciones sobre Tagoni y su obra. El tema de su investigación le parece cada jornada más difícil de realizar; propuesto sin muchas indicaciones por su profesora americanista de la Universidad de Grenoble. Amalia se da cuenta al llegar a Montevideo que Tagoni es un autor desconocido y se pregunta por qué ha sido olvidado. La vida enigmática de este escritor desaparecido de los circuitos de difusión que se describen en la novela, como la Biblioteca Nacional, librerías de viejo, la Feria de Tristán Narvaja y los centros de estudios, forman episodios narrativos que se suman y ayudan a entender las dificultades de Amalia. No sin ironía, Marita Ferraro Scot pauta este vía crucis de la estudiante frente al desconcierto de no encontrar datos sobre Tagoni y la búsqueda que ella hace para obtenerlos; son los encuentros azarosos que lo consiguen y permiten dilucidar parcialmente lo que busca y así iniciar su trabajo. Los recorridos rizomáticos que hace por Montevideo para conseguir datos sobre Tagoni en los pocos días que está en la ciudad la llevan a conocer barrios, lugares y monumentos que había oído mencionar en boca de su abuela y su madre, exiliadas en Francia. Las informaciones o comentarios que se trasmiten a los más jóvenes de la familia no cubren la realidad vivida, dejando agujeros por los olvidos o lo que no se puede llegar a decir, los non-dits que, en contados casos, afloran del inconsciente.

Una pieza importante en la trama novelesca son los personajes que Amalia va encontrando; representan modos diferentes de ver la realidad actual, compuesta también por las heridas que deja lo siniestro del pasado en la historia reciente, y proporcionan indicios a Amalia que la llevan a descubrir parte del enigma. Con estos personajes se conforma la cartografía que Amalia quiere formar de Montevideo, le servirá para comprender por qué Tagoni fue olvidado a sabiendas y en su familia mucho queda sin decir del pasado montevideano. Ella descubre Montevideo, el centro de la ciudad, la Ciudad vieja, Pocitos, suburbios habitados por gente humilde, como Nuevo París; vive una especie de ensoñación con el río Santa Lucía y el proyecto comunitario que se realiza en el pueblo de mismo nombre. Amalia se relaciona con dos estudiantes y otras personas de diferentes medios; descubre paisajes y la sociedad montevideana fragmentada y empobrecida. Algunos personajes provienen de la realidad y son reconocibles aunque se omitan sus nombres, por la profesión y otros detalles que se mencionan, como la impresionante biblioteca de Juan Flo cuyo nombre se adivina en la novela. Gracias a Miguel que la introduce en la casa del filósofo, Amalia encuentra en esa biblioteca el único ejemplar que parece existir de “Muchachas”, la novela de Tagoni.

La última parte de la novela cambia de tono; es el testimonio de esa muchacha víctima de los desmanes, brutalidades y abusos que se perpetraron durante la dictadura en los años 70 y que la novela revela como un posible nudo que al desatarse, daría sentido a la investigación que Amalia deberá retomar cuando vuelva a Francia, en relación con Sergio Tagoni y su obra para dar contenido a su tesina. La novela logra conjugar esas dos partes mediante un encadenamiento de situaciones que tienen por eje personajes que Amalia encuentra a medida que pasan los días de su estadía en Montevideo. Los más citados, Sara y Miguel, son estudiantes y trabajan en el hotel en el que se instala Amalia; son sus guías y las pistas que le van dando, sobre todo Miguel estudiante de Historia, ayudan a que ella entienda los entretelones de la situación política actual, entre otros la impunidad de los crímenes cometidos en dictadura, a lo que la novela alude como cuestión que está siendo tratada por los equipos de historiadores de la Universidad. Tagoni, ese escritor olvidado que Amalia descubre, con sorpresa, que casi nadie conoce, cuyos libros desaparecieron de la Biblioteca Nacional y no se hallan en librerías de viejo, ni en la Feria de los domingos en Tristán Narvaja, es un eslabón en la cadena de cuestiones por resolver. Amalia regresa a Francia con cierta idea de Montevideo, su sociedad y cultura; con mucho por hacer y un sentimiento de malestar por sentirse estancada en el conocimiento sobre Tagoni. Al final de la novela se sugiere que los manuscritos que le entrega la tía de David a Amalia, son la fuente testimonial de la novela que escribió Tagoni y de la que obtuvo un ejemplar prestado por el filósofo. La anagnórisis de Amalia se cruza con la que Marita Ferraro Scot propone al lector como recurso para que descubra lo no resuelto sobre su identidad, pueda intervenir y reflexione -como lo hace la autora en su novela- sobre el momento aciago que vive la humanidad.

Norah Giraldi Dei Cas

Montevideo, diciembre 2022

*

VISITANTES II

María del Carmen González de León

“El palimpsesto intencionado”
(el proyecto literario de Felisberto Hernández)
Palabras liminares / Introducción / Conclusiones

*

Felisberto Hernández fue un hombre afortunado con las mujeres, ahí están las cartas recopiladas y publicadas hace unas semanas por Ignacio Bajter para probarlo. El escritor que fue considerado un marginal en el ecosistema literario intelectual del Uruguay de entonces, quizá mediante fórmulas alquímicas, la protección del niño Jesús de Praga, el sarcasmo de los críticos varones y el patrocinio de unas cuantas mujeres visionarias resultó ser el elegido del Canon. Norah Giraldi inició esa aventura bibliográfica (Felisberto Hernández: del creador al hombre / Ediciones de la Banda Oriental, 1975) cuyo último avatar es “El palimpsesto intencionado”. Su autora, María del Carmen González de León, nos permitió con enorme generosidad asomarnos al gabinete velado de su investigación: pasión de los orígenes, protocolos científicos, corpus de inéditos y conclusiones. Con FH sucede lo mismo que él escribió desde Treinta y Tres el primero de febrero de 1942. “Mi querida Amalia: De tantas cosas que contarte no sé por dónde empezar.”

*

“¿Qué caminos podremos tomar, si no son los que nos abre (traza) la escritura?”

Francis Ponge

En algún patio de la entonces Facultad de Humanidades y Ciencias escuché la sugerencia: “Hay que leer a… Felisberto Hernández”.  Estábamos en dictadura, atrás había quedado el primer curso universitario dedicado a este autor por el profesor Roberto Ibáñez, pero tal vez flotaran ecos en los patios interiores del enorme y vetusto edificio de la esquina de Lindolfo Cuestas y Piedras, en la rambla portuaria de la Ciudad Vieja montevideana. En el origen de los tiempos personales con respecto a Felisberto Hernández, y a raíz de aquellos comentarios, está la lectura de “La casa inundada” en una de aquellas antologías de la década del setenta, La casa inundada y otros cuentos, de editorial Lumen (1975), en la que ocurre una maravillosa reunión: prólogo de Julio Cortázar, dibujos de Glauco Capozzoli y selección de Cristina Peri Rossi. Recuerdo exactamente el momento y lugar en que leí el relato. En el verano de 1982, en el mítico Cabo Polonio de la costa rochense, leía al resguardo del sol calcinante de enero. La vista oscilante del mar a la página y de esta al mar, con escasa concentración como en toda lectura de veraniega tenía dificultades para asumir el sentido de aquella inundación del texto.  Todavía no sabía, en aquel remoto entonces, que el escritor estaba incluido en la categoría de raro, outsider o aquel que no somiglia a nessuno, según la conocida frase de Ítalo Calvino. Tampoco sabía que era el último texto escrito y reescrito por el autor.  Por buscar un origen podría decir que  “La casa inundada” es el Ur, de la investigación que culminó en El palimpsesto intencionado, aunque bien podría este prestigio tenerlo cualquiera de los fascinantes relatos que integraban las antologías a las que accedí, antes de leer la obra completa que por esos tiempos se estaba gestando, la de Arca-Calicanto: 1981-1983, que reprodujera, con alguna variante, los seis tomos en que la editorial Arca reuniera por primera vez la obra completa del autor que comenzó sus entregas al finalizar la década del sesenta y comienzo de los setenta. 

Lejos quedó esta historia de orígenes improbables que conforman el pensamiento mítico personal, pero me gusta creer que hubo un origen para estos veinte años de dedicación a la obra de Felisberto que incluyó el estudio de la recepción de sus contemporáneos en una tesis de maestría, publicada como Si el agua hablara en el 2011.  Cerrado el capítulo Felisberto, con miras al doctorado surge la oportunidad de trabajar con material original de este autor. Revisé el conjunto de manuscritos, borradores y textos preliminares, éditos e inéditos, ubicados en el repositorio de la SADIL, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, donde habían recalado luego de un largo peregrinaje, como supe después. Con nula experticia en autógrafos la complejidad de ese archivo producía vértigo, mientras se ofrecía como territorio perfecto, inexplorado, para la realización de una tesis de doctorado. Concebí por entonces la idea de que el archivo había sido un accidente, algo azaroso que exigía un acto de elección libre, no podía dejar de lado a pesar de las resistencias a un tipo de trabajo engorroso al que habría que dedicar tiempo, esfuerzo y paciencia. El camino fue arduo. La familiarización con la grafía primero y con la escritura después, lo fue allanando. En el medio hubo desaciertos que enmendar, momentos de duda y parálisis, ante lo que se veía como interminable, frustrante, a veces, para una sola persona. Allí había material suficiente para un trabajo de exclusivo corte genetista, y a él circunscribir los afanes, pero estos tomaron el derrotero de encontrar en los distintos proyectos meta escriturales una línea que condujera a aquel primer impacto de orden subjetivo: las mujeres en los relatos de Felisberto como símbolos de un arte narrativo singular.

María del Carmen González de León

Montevideo, diciembre de 2022

LOS RÍOS FICTICIOS

La serie de los Capítulos Sueltos I

Episodio 8: menú degustación Okinawa

(de la novela “o pasado sin falta”)

NOTAS, APOSTILLAS Y ANEXOS

Comentarios actualizados a los contenidos

ARCHIVOS

El cazador Gracchus amarra en Montevideo y Mi primer Felisberto (diario de la obras) / La primera Cartografía original / Biblioteca musical / Índice general de los años Uno y Dos de La Coquette / Fichero de las Bandas de Audio desde Abril 2020.

UNDÉCIMA BANDA DE AUDIO DE LA COQUETTE

Salma Hayek, Tito & Tarántula / “After dark” de Tito Larriva y Steven Hufteler.

Richie Havens / “Tombstone blues” de Bob Dylan.

Carlos Lyra / “Influênce do Jazz” de Carlos Lyra.

Donald O’Connor / “Make ‘en laugh” de Arthur Freed y Herb Brown.

Eduardo Darnauchans / “Milonga de Manuel Flores” de J. L. Borges y E. Darnauchans

Pedrito Rico / “A tu vera” de Rafael de León y Juan Solano.

Stevie Wonder / “Lately” de Stevie Wonder.

Les Rita Mitsouko / “Marcia baila” de Catherine Ringer y Fréderic Chichin.

Lang Lang / sonata “Appassionata” (III alegro ma non troppo) de Ludwing van Beethoven.

Julio Sosa / “Qué me van a hablar de amor” de Héctor Stamponi y Homero Expósito.

Joe Pass / “The very thought of you” de Ray Noble.

Noviembre 2022

(ingresos)

EL CLUB DE LOS NARRADORES

Domingo” Le retour à San Carlos / El sueño de Daniel Urrutia / Lucero y Emprendedor / Pegando la vuelta / DHL, WhatsApp y dados cargados.

VISITANTES

Horacio Añón

POLONIO / hace medio siglo

“Por qué”
seguido de “Mi casa del Polonio”

El encanto del reciente libro del amigo Horacio Añón -es asunto de mirar cincuenta años hacia atrás las inestables dunas de la memoria- se arma leyendo las fotos del Cabo Polonio de allá por el año 1969; meses agitados, cuando Neil Armstrong pisa la luna, el Uruguay conoce el copamiento de Pando, Janis Joplin cantó en Woodstock y alguien envía el primer mensaje internet de la historia. Entre las imágenes retenidas de la expedición sobre la costa oceánica, para mi gusto la metonimia de la suma es la toma 27: retrato en picada del carrero Fonseca. Momento de gracia del oficio, ahí vemos de boina y tabaco armado entre los labios al Virgilio de Añón, el baquiano con su carreta llevando viajeros al paraíso perdido custodiado por un faro. Esa foto ahora se la puede analizar, pero lo inefable entre epifanía y magia fue una fracción de segundo, la Asa del soporte, el golpe de vista mientras lo efímero se eterniza y los planetas se alienaban así por una única vez irrepetible.

En ese libro de fotos tenemos desde la primera solapa varios relatos en imágenes; abriendo camino, el equipo editor de Nuestra Tierra con hombres curiosos de entender la sociedad donde estaban viviendo. Hay luego el largo viaje hacia otra luz, un diálogo narrativo entre fotos según se siguen las páginas que van contando el cuento a su manera. Al comienzo el lector distingue algo diminuto allá lejos como en Laurence de Arabia y termina cara a cara con caballos perdidos de Felisberto Hernández. La fuerza vinculada resulta del viaje in progress con doble descubrimiento, de algo que estaba allá esperando y lo otro agazapado adentro del fotógrafo. Sondeando la sección áurea propia del espíritu, el equilibro que desacomodó a varios personajes de Michelangelo Antonioni; tal vez porque todo faro tiene algo de fin del mundo y parpadea anunciando otro mundo posible. En su conjunto, esas imágenes en blanco y negro tienen algo de crónica de adelantado en otra región más transparente, dentro del Uruguay que se pensaba diferente en los años sesenta. Algo sucedió en aquel viaje para que el fotógrafo volviera, eligiera lugar, se hiciera uno más entre los vecinos, levantara casa, regresara cada año con la fidelidad de especies migratorias y acatando los ciclos naturales. Guardara negativos hasta que los rollos dijeron “es ahora” y sacara este libro medio siglo después, dándola una estocada emotiva a la amnesia generalizada; partiendo a remo de ese Finisterre nuestro, si uno decide navegar derecho rumbo norte y lo desea, alcanza seguro al laberinto marino de las rías gallegas.

Le pedí el texto del prólogo para el Cabaret Literario, Horacio aceptó de inmediato, pensé en una presentación y él se lo había dicho a Rodolfo Fuentes: “¡A ver si vos no hablás de mí, sino de mi trabajo!” El tono perfecto sobre el hombre diseñador estaba en el Catálogo de la Retrospectiva en el museo Nacional de Artes Visuales, cuyo curador fue Rodolfo fuentes, el mismo cómplice de la intuición – “ahí hay algo”- y la tecnología sobre las fotos del Polonia. Se trata de un fragmento del estupendo ensayo “Memorias visuales de la ciudad hablada” de José Rilla: “Mirada la cultura uruguaya letrada desde los últimos sesentas no puede dudarse de la centralidad que tuvo en ella y para ella Horacio Añón. En pocos años, otro lustro tal vez, a partir de un trabajo sin desmayo, desbocado, llegó a un pináculo de excelencia, expresividad, reconocimiento como artista visual. Si las ciudades producen bandas sonoras, melodías que las marcan, paisajes reconocibles, la historia de Añón -como la de muchos contemporáneos- es la de un conjunto de imágenes potentes, pensadas para la ciudad y para la interpelación de sus habitantes, imágenes de un tiempo literario lleno de mensajes, de “tomas de la palabra”, como escribió De Cesteau. El mundo editorial es la estrella de este firmamento, los libros, las revistas, los afiches sobre libros y ferias, los anuncios y señaladores de una ciudad letrada en su plenitud (no digo en su lucidez para frenar una exageración), Añón está en nuestra memoria visual de este fenómeno.”

Aquí se festeja el Añón fotógrafo de los 28 abriles que no volverán, el primer viaje, el álbum de contactos iniciales con la gente del lugar. Los aprontes para levantar la casa, que tiene lo suyo, con la inspiración de barco porque Horacio viaja poco (“Si me hubieran dicho de radicarme en París, capaz que agarraba”, le dijo a Eduardo Alvariza en un reportaje de Búsqueda) pero el hacedor plural tiene alma de marinero, y que se le va hacer si se encontró antes de los treinta con el Cabo Polonio. El libro anda circulando por la ciudad desde hace unos meses, cuando salió al ruedo la amiga Cecilia Pérez escribió en el sitio Delicatessen de Jaime Clara lo que sigue: “El Cabo Polonio, en la costa del departamento de Rocha, es un lugar buscado y soñado para pasar unos días de descanso en playas oceánicas. Sin el confort de la electricidad y el agua corriente se gana en contacto con la naturaleza más primitiva. Este libro de fotos de Horacio Añón** nos muestra otro Polonio, el que él descubrió hace más de medio siglo, cuando llegó por trabajo a fotografiar la zona Este. No era todavía el lugar de veraneo tan solicitado por montevideanos y porteños; en enero de 1969 era un pueblo de pescadores y lugar de trabajo de las zafras de matanza de lobos. Imágenes fuertes, con la magia del blanco y negro, nos llevan, a medida que recorremos el libro, al viaje en carro desde Aguas Dulces y llegada al Cabo, el trabajo de los loberos, una descripción del pueblo, sus habitantes y por último a la playa Sur. Además del relato visual que muestra playas, dunas, ranchos y gente de hace cincuenta años, en las leyendas de cada foto se va contando una historia. Esa historia tiene como protagonista a Horacio Añón – “el Flaco” para los amigos- que en el cumplimiento de su tarea como fotógrafo para la colección Nuestra Tierra, de la que era el Secretario gráfico, llegó a Rocha y entró en contacto con un paisaje que lo acompañará hasta hoy. Pocas de esas fotos fueron usadas, la mayoría cobraron autonomía de aquel origen y fueron cuidadosamente guardadas por medio siglo.  En aquel primer contacto con Cabo Polonio conoció a una familia, el médico Jorge Infantozzi, su esposa, la profesora de Literatura y crítica Laura Oreggioni y sus cuatro hijos pequeños, Luis Enrique, Laurita, Gabriela y Anita, pioneros del Polonio y sus amigos entrañables hasta ahora. Cinco años más tarde Añón diseñó una pequeña casa sobre las rocas que fue un refugio en los años duros de la dictadura militar. La compartió con muchos amigos que vivieron la magia de aquel Cabo de atardeceres, amistades, caminatas y largas conversaciones. Como cuenta el autor en la introducción, a partir de entonces dejó de fotografiar y se dedicó a vivir el Polonio. Sigue concurriendo cada año a pasar la temporada de verano, conversar con vecinos y conocidos. Su libro de fotografías de Añón es testimonio histórico valioso de aquel Polonio de paisajes agrestes, trabajo y personajes singulares que descubrimos a través de hermosas imágenes resultado de ese encuentro del fotógrafo con una luz y un espacio que representó, según nos relata, un desafío.

**POLONIO / HACE MEDIO SIGLO (Fotos textos y diseño gráfico Horacio Añón. Proceso de fotos y puesta en página Rodolfo Fuentes/NAO. Revelado analógico de los negativos originales Amílcar M. Persichetti. Imprimió MOSCA. 96 páginas, 80 fotografías. Tamaño: 28x24cm.)

LOS RÍOS FICTICIOS

HAGAN DE CUENTA QUE ESTOY MUERTO

“Cuando llegues a Madrid”

una llamada local / después te cuento / siempre a la verita tuya / calle de Fuencarral / el puentecillo del Retiro / la propaganda Campari / el Silencio / FIN

LIBRERÍA LAS NUBES

Alicia Migdal

“historia quieta”

Casi treinta años después es inevitable que el lector piense dónde estaba él cuando se editó “historia quieta” de Alicia Migdal en el año 1993. Muchos todavía no habían nacido y otros se fueron para siempre, algunos dirán que se cumplían veinte años del golpe de Estado y que dentro de unos meses será el medio siglo. Era por entonces prioritaria la reflexión sobre lo sucedido entre nosotros; tiempo testimonial de palabra liberada, denuncia con nombre propio, pedido de justicia y repudio a lo vivido. Avance hacia el poder político por vía electoral, lenta convalecencia individual según los itinerarios y refutación de la derrota. La materia antes densa del big bang colectivo aceleraba su expansión hacia otras fronteras del universo inalcanzables. La vida amorosa de Eladio Linacero, los maracanazos o el país de la cola de paja jamás serían como antes; en medio de la ilusión del hombre nuevo, el libro agazapado de Migdal fue dietario nocturno, un pasearse descalza saliendo del cuarto oscuro de la entrega, carta perfumada de circulación doméstica sin pasar por el Correo, un mensaje sobre alguna ella sensual estando ahí en la vecindad. Podría ser acaso la continuación post dictadura de La mujer desnuda de Armonía de 1950, otra cabeza apasionada que se atreve al erotismo, puente amazónico hacia Leonor Courtoisie o nuevo avatar de literatura feminista. En verdad era otro episodio con hombre en casa de la novela familiar de Migdal; la historia había comenzado antes en algún lugar de Polonia y el puerto de Esmirna. Sigue en la ciudad vieja de Montevideo, la sinagoga de la calle Buenos Aires 242, los cien barrios porteños argentinos, la calle Andes cerca del río en Editorial Arca, la Biblioteca Ayacucho en Caracas, la calle Bonpland -la misma donde vivía Onetti- y en este noviembre, el piso alto del edificio náutico del Expreso Pocitos.

Todo eso respondía a razones quizá de tarea periodística -también del corazón que tiene sus propias razones- que pasó por Brecha y otras publicaciones; con un recuerdo distinto sobre las crónicas de cine del suplemento La Semana de El Dia, donde compartía redacción con el entrañable Roberto de Espada. “Como periodista, Alicia Migdal ha probado el ensayo, la nota, la crítica literaria y cinematográfica, la columna de opinión, la crónica. Si el periodismo es un ejercicio de fronteras, y Migdal lo ha ejercitado en casi todas sus variantes, el espacio mental y cultural en que se ubica esa práctica, es homologable a su más estricta creación artística” (Carina Blixen. Alicia Migdal: escribir en “un cuarto propio”. Papeles de Montevideo N° 2: Aproximaciones a la narrativa uruguaya posterior a 1985)

De su poética dijo Migdal en “La casa de enfrente “(1988): “contar sin contar, acercarse en lentas aproximaciones al material caliente y lejano de nuestra vida secreta.” La historia de Alicia en el país de la escritura editada comienza en Arca en 1981 con “Mascarones”, al que siguieron varios otros títulos. En el año 2008 el sello Rebeca Linke publicó varias de sus nouvelles bajo el título genérico “En un idioma extranjero” y la última entrega que circula es la novela “El mar desde la orilla” editada por Criatura en 2019. Sus temas pertinaces evitan el encorsetado de los géneros, el texto siempre fluido inventa sus propios contenidos, asoman los hombres del deseo y las otras mujeres; mi cuerpo ahora en este texto preciso, durante el tiempo fugitivo, mi historia entre libros, películas, espejos y pasiones de paso cotejada a la Historia. “Si puede hablarse de un proceso en la conciencia femenina de sí, elaborado fundamentalmente en torno a la pasión, Migdal estaría en un puente de continuidad con Delmira e idea, y a su vez, marcaría la asunción definitiva, no dramática, de su ser independiente, otra, Si Idea Vilariño marca de manera febril la separación entre su yo y el otro en el momento mismo de la pasión, en un juego terrible entre la diferencia y la fusión, Migdal ya parece más libre de afirmarse en su condición de mujer, su cuerpo, su casa, los afectos, y al mismo tiempo, su perfil accidental. Es indiscutiblemente otra, puede entonces sentir nostalgia de la unión. Para Vilariño la opción por la soledad es, tal vez, la manera de elegirse a sí misma; Migdal ya no necesita de la soledad para ser independiente.” (Carina Blixen) Ello es luminoso en “historia quieta” publicada por Trice en 1993, traducida al francés por L`Harmattan en 1998 y ahora en versión virtual del Cabaret Literario La Coquette. La ficha 8 de librería Las Nubes agrega información sobre la novela, de ella escribió Albert Bensoussan -prólogo a la edición francesa-: “Alicia Migdal sabe retener las lecciones de nuestro siglo y nos da aquí, no un relato sin historia, sino una historia sin relato, una historia quieta.”

ENSAYOS CRÍTICOS

El arte de comparar (bello como las rodillas de Isidore Ducasse)

*

Desplazamientos y escrituras en la obra de Joaquín Torres-García.

NOTAS, APOSTILLAS Y ANEXOS

Comentarios actualizados a los contenidos

ARCHIVOS

El cazador Gracchus amarra en Montevideo y Mi primer Felisberto (diario de la obras) / La primera Cartografía original / Biblioteca musical / Índice general de los años Uno y Dos de La Coquette / Fichero de las Bandas de Audio desde Abril 2020.

UNDÉCIMA BANDA DE AUDIO DE LA COQUETTE

Salma Hayek, Tito & Tarántula / “After dark” de Tito Larriva y Steven Hufteler.

Richie Havens / “Tombstone blues” de Bob Dylan.

Carlos Lyra / “Influênce do Jazz” de Carlos Lyra.

Donald O’Connor / “Make ‘en laugh” de Arthur Freed y Herb Brown.

Eduardo Darnauchans / “Milonga de Manuel Flores” de J. L. Borges y E. Darnauchans

Pedrito Rico / “A tu vera” de Rafael de León y Juan Solano.

Stevie Wonder / “Lately” de Stevie Wonder.

Les Rita Mitsouko / “Marcia baila” de Catherine Ringer y Fréderic Chichin.

Lang Lang / sonata “Appassionata” (III alegro ma non troppo) de Ludwing van Beethoven.

Julio Sosa / “Qué me van a hablar de amor” de Héctor Stamponi y Homero Expósito.

Joe Pass / “The very thought of you” de Ray Noble.

Octubre 2022

(ingresos)

EL CLUB DE LOS NARRADORES

Encuentro fortuito en la Librería Colonial
Danza ficción
Epístola final de Santa Fe

VISITANTES

Elder Silva: diez poemas y dos inéditos

El año que nació Elder Silva, tirando para la frontera norte del Uruguay, el mundo era una montonera de signos premonitorios: pacto de Varsovia y gira debutante de Elvis Presley, golpe militar contra el general Perón al otro lado del río, publicación de Pedro Páramo, primer Mc Donald´s, Rosa Parks se niega a dejar su asiento en el ómnibus, guerra de Vietnam y sólo para tus ojos nacen las sublimes Lena Olin y Ornela Muti. Después Elder cruzó la tierra purpúrea versión pop desde Salto al Cerro de Montevideo, donde está la más bella vista del río de la Plata; publicó más de diez libros de poesía, dejó inéditos, ganó premios, integró Fabla con otros poetas y en el año 2013 tuvo la iniciativa luminosa de emprender la vuelta poética del Uruguay, llevando en recitales que todos recuerdan su libro Agua enjabonada. Fue periodista, decidor de poesía a la usanza de trovadores y payadores de antaño, coordinó el Centro Cultural “Florencio Sánchez” de la Villa del Cerro; fue un gancho a lo Rocky Marciano cuando la ciudad letrada supo que Elder no podría cantar When I`m sixty-four de la banda de corazones solitarios del sargento Pepper.

De todo eso se verá en la presentación de Álvaro Ojeda y el tríptico de Rosario Peyrou. Cecilia Ríos seleccionó los poemas reproducidos en La Coquette y arrimó dos inéditos.

*

Álvaro Ojeda recuerda por qué noquearon a Jersey Joe Walcott

Las luces blancas y verdes y amarillas
que se levantan del cementerio
y alumbran el aire en las noches de verano
son el aliento de mi padre,
los ojos de mis abuelos que regresan.
Los ruidos de los huesos de mi padre
me iluminan el mundo.

1) Estos versos de Elder Silva exponen, como siempre ocurre con los poetas verdaderos, una razón de ser antigua, poderosa y, finalmente, homeopática y exacta sobre la poesía, sobre su ejercicio, sobre el artificio de sus formas en apariencia oscuras y, sin embargo, tan radiantes, tan translúcidas, tan evidentes. La poesía alienta y crece desde la elegía, siempre o casi siempre. La razón es dolorosamente sencilla: se canta lo que se pierde, como sentenció Antonio Machado. No sólo se canta lo que se perdió, como en el caso de Elder, se canta lo que se pierde, lo que se está perdiendo en el goteo permanente, ineluctable de la respiración, aunque luego, lo que resulta esencial -lo cribado y filtrado- se recupere desde la memoria y desde el arte. La evocación no puede con tanta pérdida, pero al menos, endulza la ruina. No la disimula ni la olvida, la coloca en la punta de la lengua del corazón, allí donde lo dulce duele un poco menos y habilita la perduración posible, la humana perduración, la pausa de la entropía. La poesía no entretiene, el arte no entretiene, la poesía retorna y sublima, el arte retorna y sublima la pérdida que la misma poesía, el propio arte, desnuda. Ambos como totalidad y parte, uno al otro y los dos asociados, entramados, unidos. El resultado es un lenitivo realista: el poeta sabe que su padre no volverá salvo en esa luminosa ausencia que algunos muertos procuran. En esos versos se cuece un denso espacio de dolorosa alegría, de callada vocinglería, de incógnitas sobre lo que se ha mudado al fondo del escenario mientras el público atiende el desarrollo de la trama.  

2) En setiembre de 1952 el campeón de peso completo Jersey Joe Walcott, ponía en juego su título ante Rocky Marciano. Walcott era un estilista, un púgil de fintas perfectas, de esquives angelados, de golpes variados y rápidos, lanzados desde una fábrica de artificios que parecía inagotable. Esquivaba, golpeaba, volvía a esquivar a la vez que retrocedía y se escondía y generaba posibilidades más o menos tangibles, que en innumerables ocasiones, resultaban anteriores a la propia andanada de golpe todavía no lanzados y a la pelea en sí misma, como si quisiese decir: “esto es sólo lo que no se ve, lo que se ve carece de importancia, porque hay algo previo al golpe que sólo yo conozco y que es inefable, invisible, intangible”. Un arte poético de la saturación, de la sobreabundancia, de la concreción llevada a un segundo plano. No importa lo que se ve, importa lo que yo quiero que se vea. El espejo con los movimientos de Walcott vuelto hacia el público. 

Rocky Marciano era todo lo contrario. Golpeaba sí, pero con exactitud, cada golpe dolía, no necesitaba de explicación fuera del cuadrilátero, no necesitaba de un manual de instrucciones para que el espectador se rumbeara hacia donde él quería, porque lo que Marciano quería era noquear. Incluso prefería ser golpeado, errar, si con eso ajustaba la pelea a la exactitud de su maniobra que tenía un único fin: conmover, sacar del lugar al oponente, dejar al público en éxtasis. Las bocas abiertas en O. Golpes como versos poderosos: morir es duro, más no poder morir, si todo muere, es más duro quizás, escribió Luis Cernuda, como Marciano, golpeando donde se debe.

Hace años he elaborado una práctica que consiste en recordar versos desde la óptica de mi futura agonía: sé que recordaré un manojo de versos en ese momento sin excusas ni falsas poéticas, ni retorno. Elder escribió para ese momento.

3) Cuando escuché este poema de Elder, dicho por Elder atrincherado detrás de su perpetuo atril, con su gesticulación de ámbitos anchos, su terminante dicción, los versos finales me conmovieron.

Anunciaban que la muerte podía tener alguna clase de propósito. La muerte de su padre, de mi padre, de los padres de todos los que escuchábamos a Elder en el patio de carruajes de la Cancillería montevideana durante unas Tertulias Lunáticas convocadas por Elder y por Helena Corbellini, resultamos alucinados como esas luces malas a las que aludía el poeta. Desde los cuentos de aparecidos de los fogones criollos, surgía una magia halagüeña que hacía del miedo a los aparecidos, una ruta practicable de la vida, una convivencia con los que se han ido, y una necesidad de esa convivencia que Elder enunciaba desde su logro íntimo: esas luces son mi padre en su nueva naturaleza física, cumpliendo la misma función que durante su vida -digamos, anterior- habían cumplido. Henry James escribiendo en el Salto Oriental. ¿Por qué no convertir a esas fantasmagorías en presencias inevitables y gustosas, por qué no asumirlas para que la elegía transite como el lenitivo de los que quedamos en este plano del vacío? Un salto más acá de Epicuro, un bisbiseo de posibilidades lejos de la engañifa de los templos, los ritos, las palabras sanadoras, del espiritismo ad hoc.

4) En el primer asalto de una pelea pactada a quince, Walcott, el campeón, tiró al retador Marciano. El inicio del fin, la prueba de que la eficacia se logra por la acumulación de veleidosas demostraciones del arte pugilístico. Por un momento Walcott fue Marciano. Su golpe, siempre es un golpe, fue certero. Pero Marciano no fue conmovido en la trivial, veleidosa, medida de “lo suficiente”. Basta. Ya está. Rindo la fortaleza. Se levantó y siguió con la maniobra de ajuste y acorralamiento del verborrágico Walcott, el incontinente lanzador de metáforas. Siguió corrigiendo, eliminando el ripio, eludiendo el lugar común y su contracara, la ametralladora de enumeraciones. En el asalto trece lo llevó hasta un rincón. Todos esperaban algo. Una mano perfecta que lograse poner fin a la exhibición. En el asalto doce, Walcott pareció encontrar el camino hacia el derrumbe de su retador. El trece parecía un trámite. Hasta que el gancho de derecha de Marciano, la más perfecta metáfora, sumió a Walcott en la noche. Íbamos oscuros en la noche solitaria. Marciano se disfrazó de Virgilio.  

5) Así Elder noqueó para siempre al público:

los ruidos de los huesos de mi padre
me iluminan el mundo. 

Podríamos dar cuenta de la sinestesia, del uso casi íntimo y coloquial de los pronombres, mi / me, de esa aliteración ensoñada, la larga eme que parece otorgar a los huesos amados un sonido de ruido de fondo cosmológico; podríamos decir esto y aquello, pero estamos en la lona, doblados de dolor y de maravilla.

Á. O.

Parque de los Aliados, agosto 2022.

*

Visitantes II

Rosario Peyrou: la presentación, el reportaje y una crítica sobre Elder Silva

Rosario Peyrou es egresada de literatura del IPA y licenciada en Letras de la Universidad Central de Barcelona, es decir que asistió a los cursos de Estética de Carlos Real de Azúa y leyó la revista Quimera en el café Zúrich. Antes de esos diplomas, la recuerdo compartiendo una cena parrillada de la agrupación Renovación del IPA, en el Club alemán de Remo en la calle Riachuelo de Punta Carretas, preparando la resistencia a la Ley de Educación General del año 73. Cuando rememoro el divino tesoro de los asistentes, esa noche mágica fue la última cena de una generación sentenciada a la dispersión en crónicas de amor, de locura y de muerte; poco después de la próxima navidad hará de aquello medio siglo, nosotros los sobrevivientes de aquel gaudeamus ya no somos los mismos.

Después Rosario comenzó su propio road movie ibérico, a trabajar en la docencia y se casó con el poeta que escribió para la eternidad que las palabras no entienden lo que pasa. Dirigió páginas culturales, redactó prólogos y notas periodísticas, animó talleres de escritura, fue asesora de varias editoriales y en este octubre del 22 colabora con Banda Oriental; así se sucedieron La Democracia, Brecha, El País Cultural y ahora Le Monde Diplomatique versión sur. Cuando se repasa la lista de sus intereses hallamos variedad y un denominador común; el hilo obstinado del collar es la literatura uruguaya y sus perlas flaubertianas fueron María Eugenia, Arregui, Idea, Tomás de Mattos, Circe Maia, Benavídez, Rafael Courtoisie y tantos otros. En la lista prioritaria está Elder Silva y leemos en La Coquette tres variantes del hacer de Peyrou en la ciudad letrada. La versión papel de eso público, efímero y amistoso que ocurre cuando se presenta un libro; un reportaje exhaustivo a Elder de hace algunos años, espejo confesional, genio y figura, prodigalidad de pistas de lectura; la nota periodística clásica en ocasión de un libro (Mal de ausencias), de esas crónicas citadas entre nosotros cuando los poetas llegan sin estar a la cifra melindrosa de cien años. Con la lealtad de Peyrou, el muchacho salteño le viene ganando más de cuarenta años a esas melancolías tardías

LOS RÍOS FICTICIOS

HAGAN DE CUENTA QUE ESTOY MUERTO

“Cuando llegues a Madrid”

los treinta y nueve escalones / misa de once / Madrid City Tour / Un barrio modesto / me ducho y salimos / Desde 1848

ASTILLERO

“El arte de comparar”

(bello como las rodillas de Isidore Ducasse)

V

La estética del infierno

NOTAS, APOSTILLAS Y ANEXOS

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El cazador Gracchus amarra en Montevideo y Mi primer Felisberto (diario de la obras) / La primera Cartografía original / Biblioteca musical / Índice general de los años Uno y Dos de La Coquette / Fichero de las Bandas de Audio desde Abril 2020.

UNDÉCIMA BANDA DE AUDIO DE LA COQUETTE

Salma Hayek, Tito & Tarántula / “After dark” de Tito Larriva y Steven Hufteler.

Richie Havens / “Tombstone blues” de Bob Dylan.

Carlos Lyra / “Influênce do Jazz” de Carlos Lyra.

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Pedrito Rico / “A tu vera” de Rafael de León y Juan Solano.

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Les Rita Mitsouko / “Marcia baila” de Catherine Ringer y Fréderic Chichin.

Lang Lang / sonata “Appassionata” (III alegro ma non troppo) de Ludwing van Beethoven.

Julio Sosa / “Qué me van a hablar de amor” de Héctor Stamponi y Homero Expósito.

Joe Pass / “The very thought of you” de Ray Noble.