La musique de l’écriture est comparable à l’onction
S.B.S.
Silvia Baron Supervielle dice en la página 53 de “Chant d’amour et de separation” (2017): “J’écris un seul livre; il change d’aspect mais on le reconnaît.” Podría compartirse en principio ese juicio en confesión si bien la trayectoria de la autora también lo contradice; al menos que se acepte la presencia de una música -poética, narrativa y temática- sometida al ejercicio de las variaciones, este mismo encuentro en Toulon y el libro resultante futuro dicen de esa complexidad viajera. Es mi propósito reconocer un tema fundador (arbitrario como todo signo y recurrente) cierta clave conceptual o breve línea melódica de precursor: punto de partida facultando acceder al recorrido del proyecto y en prioridad de la obra en prosa.
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De las analogías posibles para enmarcar la reflexión me inclino por las variaciones Diabelli compuestas por Beethoven a partir de 1819, el músico de la sonata “Hammerklavier” es escuchado en los libros de S.B.S. y hallé en esa proximidad el cruce de varios territorios. La música de las pasiones cuando desafinan, conciencia de mundos colindantes del horror y lo sublime, el alma perturbada del viajero que huye, atmósferas cargadas de tormenta en el cielo y corazones. Evocadoras del cine de M. Duras y recuerdo escenas de “India Song”, la música diferente en los salones de la embajada francesa -la variación 14 de las Diabelli interpretada por Mikalaus Skunta- en contrapunto con el canto desgarrador de la mendiga venida de tan lejos.
Lo hipnótico de las variaciones es que el tema retomado es exterior al sistema, debe prometer algo entre empatía y desafío, afinidad sumisa y voluntad de originalidad. Algún factor de identificación que, siendo nota inicial, ensaya autosimilitud e iteración: acorde concluyente creando la nueva figura y conjunto fractal de relatos interdependientes. Sin omitir la sospecha de los posibles, cierta conciencia previa de que allí puede haber un origen común desde el cual hacer avanzar la creación. El rumor de los antecedentes y fuentes, la tradición de la biblioteca lleva en S.B.S. a un movimiento que es profusión, conduce a la presunción, más bien dilema del crítico leyendo entre pintura, caligrafías, lugares íntimos, pistas de poetas secretos y tratos con escrituras sagradas. Es recién entonces cuando ingresa la necesidad de anotar al margen, evaluar lo presentido y decidir.
Ante ello, luego de una lectura atenta (acechando la Licorne siempre oculta) advertí una cercanía y filiación con Jorge Luis Borges. Lo que es sencillo por la evidencia, sin sorpresa en su enunciación pública y amenazante ingresando al laberinto. S.B.S. lo asume en todo momento ese vínculo afectivo literario; la lengua de nacimiento para nombrar el mundo y la anterior de los orígenes reservada a las emociones. Complicidad de lecturas y peregrinaciones, coincidencia en un área cultural, inclinación temprana por la poesía y lo que supone decir: nacidos en Buenos Aires, nostalgia por la Banda Oriental (nombre del Uruguay cuando uno navega el Río de la Plata). Las voces oídas en una conversación por el Sur, una manera de decir y escuchar el español. Ello nos traslada a una situación agradable y peligrosa en cuanto a la influencia colonizadora de Borges, que suele ser narcótica, invasora o letal.
S.B.S. conoció a J.L.B. dentro de su aura y lo admiró sin imitarlo, distinguiendo el valor de una obra decisiva ante la creación propia. Eso me agrada: es autora que se atiene a su estrategia poética medular y enunciando aquello que nadie aparte de ella escribiría. Existe acaso una noción pertinente a nuestra encrucijada que es la de precursor, con la cual Borges alcanza eso -por tramos misterioso- de emprender pesquisas literarias desde incertidumbres de ficción. La noción la define en un ensayo clásico titulado “Kafka y sus precursores”, publicado por primera vez en el diario La Nación de Buenos Aires -19 de agosto de 1951- e integrado al libro “Otras Inquisiciones” (1952). Allí sostiene: “En el vocabulario crítico, la palabra precursor es indispensable, pero había que tratar de purificarla de toda connotación polémica o de rivalidad. El hecho es que cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro.”
Aquí llega el momento de laudos que bifurcan, mientras pasamos del denominador común -avalado por fotos, testigos y conversaciones- a la tonalidad original. Esos nexos (de la misma manera que hay en S.B.S. puentes, aviones, aeropuertos, ríos interconectados y retratos) pueden ser varios. Lo que ella logra con el personaje en progreso de Ireneo Funes en “Le pont international” -dándole vida y protagonismo más allá del cuento del argentino, proyectándolo en una segunda vida también ficticia- es osado, desafiante, lúdico y atrevido. Suficiente para un largo artículo sobre las relaciones con el autor porteño; pero creo distinguir un otro tráfico –más tenue de analizar- donde el trabajo de S.B.S. asimila, altera y enriquece la inventiva borgeana. Me refiero a el Aleph como linterna mágica, que es asunto literario y fantástico inasible: objeto geométrico sin serlo, noción indefinible en un juicio tajante, figura estando fuera de todo catálogo Enciclopédico que se consulte. Siendo el tema desde el cual leeremos las variaciones anunciadas: Silvia está en el Aleph y planea su propio Aleph, la búsqueda de la partícula intuida que explica el cosmos resultante. Es bonita la idea de que cada autor tiene su propio bolsón de Higgs, mientras los físicos buscan su traza en el anillo acelerador de partículas, cerca de Ginebra donde está la tumba de Borges.
“El Aleph” es un cuento de Borges, el nombre de la primera letra del alfabeto hebreo y símbolo utilizado por el matemático Cantor para designar cardinales de conjuntos infinitos bien ordenados. Es letra y expansión en el Cosmos, un lugar con escalera en un sótano de la calle Garay en Buenos Aires -en el relato de Borges- donde los iniciados al secreto, tienen la oportunidad de contemplar lo que busca la crítica para existir y la poesía en las palabras de la tribu: lo sabido inasible, lo que nunca fue y será por siempre, lo que pudo haber sido. Deseos inconfesables, casos remarcables de la historia de la infamia, punto pluridimensional gordiano, tiempo – espacio, historia con secreto, memoria y deseo. Hacer una obra es hallar ese punto equidistante de la trama para transcribirlo en escritura, en literatura sería el factor diferenciador y la ecuación modelizando el universo de un autor. Borges en la intriga citada -marcadamente autobiográfica- tiene una experiencia efímera de su existencia y acaso lo recibe como un relato. Me interesa aquí, porque S.B.S. lo buscó a su turno y consiguió encontrarlo; las variaciones serían pues el viaje a ese Aleph que en S.B.S. genera dos temporalidades: un ir hacia la cifra y la interrogación sobre lo sucedido luego que se la halló. Es la construcción de un espacio real desde la ficción y poética de la palabra, creación de un espacio ficcional en tanto la realidad íntima perfora lo real y se adapta al dominio de los posibles.
Esa aproximación es creíble porque en el tiempo se cruzan el relato de Borges y la vida de Silvia. Ella nace durante los acontecimientos narrados en “El Aleph” y la crónica de una pasión contenida del escritor que dura años; como otra compañera de viaje, también se trata en Buenos Aires de una Beatriz. La bella Beatriz Viterbo en cuestión nació un 30 de abril y falleció en febrero de 1929 quizá a consecuencia de un cáncer. La memoria se nutre de ritos; Borges va a visitar cada 30 de abril al padre de Beatriz y al primo hermano Carlos Argentino Daneri, que será un Virgilio tosco conduciendo al admirador de la bella hacia Aleph. La historia prosigue hasta comienzos de los años cuarenta; pero hay en ese itinerario de seudo viudez algo patética un año donde todo cambia. Borges lleva como presente un alfajor mendocino a los anfitriones y se quedó a comer: es el año del nacimiento de Silvia. El lector curioso conocerá el desenlace de la pasión contenida y sus repercusiones literarias, también la demolición de la casona preparando la enseñanza final: existen “otros” Aleph.
Sugestiva metáfora, en toda obra literaria hay un núcleo hecho de tiempo, palabra y espacio donde converge la obra, siendo a la vez final del comienzo, Alfa y Omega. Escena fundadora, deus ex machina del ciclo, justificación de la escritura y fuente misteriosa de la correntada. Me pregunto si el Aleph de Silvia fue un conocimiento adquirido desde niña cuando pasaba las vacaciones en la casa Águeda, resultó de una epifanía traduciendo o floreció del extendido proceso de búsqueda. Claro que después asoman constelaciones, poemas y novelas, pero todo gira -es nuestra hipótesis- sobre esa luna de enfrente o polo magnético que atrae hacia una dirección.
Mi condición de uruguayo -Oriental como se dice en el río de la Plata- con el plano de Montevideo inscripto en los genes y el cerebro, facilitó esta vertiente urbana de la lectura. Haciendo converger -una operación de geometría poética- el horizonte de expectativa, los espacios pictóricos (el caracol limítrofe en la Anunciación de Francesco del Cossa, calibrado por Daniel Arasse) y los caprichos de los ríos cómplices en una puerta de mi ciudad. Una mónada dulce y lacerante desde dónde fundar una obra y que aún preserva otros secretos.
En la proximidad cronológica/espacial había espejos en cuestión -también para ambos poetas los espejos son mágicos y misteriosos- y pienso el trabajo literario tanto en prosa como en poesía. Limitaciones y afinidades personales -por intuición de que el magma poético sería más abordado en nuestro encuentro- me decanté por el trabajo sobre la prosa; fue allí donde hallé pistas extrañas para lo que podía hacer. El tema evocando el Aleph, las incertidumbres del interés musical y la localización del ónfalo de la obra de Silvia avanzando en espiral. El mismo punto de referencia yendo adelante sin perderlo de vista, la necesidad de estudiarlo desde varias perspectivas y con la posibilidad de regresar al inicio del ciclo.
Geografías conexas o enlazadas, un repertorio de temas que organizan la afectividad y la sublimación estética. Deseo de ligereza que requiere una arquitectura musical: la temporalidad/el sistema de citaciones/un color o la evocación de un paisaje:
chaque partie
de l’édifice
sera portée
par une seule
partition
El tramado tomando apoyaturas en los bemoles de la música, cambios de tonalidad, intimidad de las cuerdas solistas. Música popular cantada que ingresa por las ventanas dando a la calle o acordes iniciales de sonatas. Arnaldo Calveira en un prólogo de referencia, habló de una de las músicas de S.B.S. y la vinculó a la mística de San Juan de la Cruz, tal vez evocando por sugerencia las veintiocho miniaturas para piano en Música Callada de Federico Mompou.
En la tradición poética occidental la música forma parte de los orígenes mitológicos, lo mismo en la preeminencia de los hijos del limo del siglo XIX francés. El proyecto de S.B.S. de desplazarse a otros géneros literarios partiendo de la poesía, hace que esa hipótesis de escritura se instale en la prosa de ficción; en relatos y novelas donde el tema del Aleph va asomando con alteraciones. Me facilitaría considerar una gramática visible y la música escondida; en lo primero, el repertorio temático es expuesto con sinceridad. Mostrando sin obstáculos las reglas del juego, ayudando a lector y crítica a territorializar un dominio. Se diría de estrategias genesíacas, filiación, trama de afectos y fidelidades: amor/memoria/viaje y arte/poética de los ríos que van a dar a la mar/iconografía de centauros y otras criaturas fantásticas/apariencia del mundo como ejercicio de traducción y abecedarios de origen sagrado.
Toda epifanía -más si es portada con transparencia- se parapeta en secretos y misterios. De lo anterior se deduce la amenaza de enigmas, la sospecha de telones donde se propone acercarnos al sentido:
un país se desliza / un pays glisse
por mi cuerpo / sur mon corps
—–
Arrojarse / se jeter
contra el carnaval / contre le carnaval
de la lengua en / de la langue en
suspenso / suspens
—–
nada en la rivera real que me encadena
me arrancará del lugar donde nací /
rien dans cette rive réelle qui m’enchaine
m’arranchera du lieu où je suis néé
—–
la serpentina / le serpentin
se enlaza / s’enroule
al espacio / à l’espace
libre / libre
Líneas de fuga, son fórmulas totales leídas como vectores de convergencia, expansión de sensaciones evocando un núcleo indiviso y escena inicial. Mandato impulsando a indagar en eso, lo imborrable de sucesos precediendo la escritura. La obra de S.B.S. se expande sin obstáculos porque tiene un Aleph que la autora oculta, mediante ardides y dejando pistas para que la sigamos; para conocerlo debemos escuchar la música de esferas narrativas en circunvalaciones de sinergia.
En S.B.S. la música más que avance a tientas de arte poética o analogía utilitaria es tema y transfiguración. En sus ficciones -evocando la invención de cada vida de personajes sin excesivos atributos- es un tópico. Línea que recorre el paisaje, a veces de manera subterránea, entre las fuentes montañosas y el delta proliferante. La música se cruza en el cotidiano, en “La ligne et l’ombre” de 1999 leemos: “La radio s’est reallumèe de mon coté, difussant una sonate de Beethoven.” Entonces el lector escucha en su intimidad ese fragmento, decide o apuesta en silencio qué movimiento de cuál sonata y hasta el nombre del intérprete desconocido.
La melodía poética de la voz humana abre la literatura occidental inspirada por los dioses, lo mismo para la gauchesca del rio de la Plata: aquí me pongo a cantar… son las primeras palabras del Martín Fierro. Tiene el poder de forzar enclaves de la muerte, remedar a Shiva Nataraja cuando inicia su danza y la destrucción regenerativa del Cosmos. Ello es interesante manteniendo distancia y si lo escribo es porque leyendo la prosa de S.B.S. ocurrió una identificación que siendo comprensible por orígenes compartidos, no dejó de ser extraña. Sentí, como en la sonata de Beethoven melodías reconocibles que regresan; en las últimas semanas leyendo la integral de su obra podría decir con Leporello Questa poi la conozco purtroppo… La emoción agazapada y si lograba traducirlo en términos comprensibles, quizá pudiera saber más del proyecto velado de la querida amiga.
Creí que esa empatía rioplatense podría facilitar las cosas y fue menos evidente de lo esperado. Una vez detectados los desplazamientos narrados, lecturas y vivencias sentimentales asentados en los libros de Silvia llamaron mi atención dos aspectos activos: a) la vuelta en espiral hacia algunos lugares; la prosa trabajando como la memoria durante el análisis, contando lo mismo en apariencia y varias veces, para acercarse más al corazón de la experiencia que todo lo explique. b) una desconcertante naturalidad en la bifurcación entre el relato de la vida y la vida como relato; quizá la necesaria para controlar lo que ella quiere contarnos, que la justifica como persona y escritura.
La presencia de una narradora(r) que nos guía entre círculos en dirección al paraíso perdido. Una voz contando que puede ser S.B.S. y que es Silvia cuando Barón Supervielle escribe de eso. Luego, un elenco de personajes que se ignoran entre ellos; anónimos ingresando en diagonal y reconocibles en la vida o en otras escrituras. Con misiones encomendadas cumpliendo parte del designio sin llegar a englobar el conjunto que los atrapa. Es un juego de pistas que sólo conoce en su integralidad la persona que redactó las leyes de juego; acaso unos pocos lectores, siempre y cuando sepan lo que está urdiendo la autora. Apela para ello a coordenadas ficticias, sumando palimpsestos temporales en varios personajes, trayendo romances antiguos de la colonia al presente suyo, a la inercia cómplice de nuestra lectura. En la horizontalidad del viaje de personajes que se buscan, haciendo que los relatos -bajo la apariencia de cuentos, reflexiones o novelas- mantengan una conversación en código compartido.
El resultado sorprende, el Grial de la autora es buscado por varios adelantados solitarios errantes en la interior de la prosa. Los personajes se solidarizan con la autora; todos afectados por el dilema de la filiación como si el misterio de la anunciación tuviera diferentes manifestaciones. Puede variar el tiempo, el mensajero, también las circunstancias: el argumento de la madre/maternidad es permanente. S.B.S. se plantea la cuestión, intenta darle desenlaces y esto es para mí un aporte poético fundamental: la coherencia de la escritura con el oráculo de la propia persona. Dispone una escritura de supra sugerencia en intertextualidad interna al sistema -incluso la exterior la pone al servicio de su empresa- dándole otra tonalidad al tríptico autor, narradores y personajes. Afectando en el impulso al cuarto punto cardinal que es el lector, cuando advierte que lo que está en juego es más que la felicidad de una historia bien narrada. Es su firma y aporte, según mi parecer.
El resultado es la interacción de la novela personal y el tramo de la historia socio literaria que le tocó atravesar. Baron Supervielle se inscribe en la alternancia del francés como lengua -entre los abuelos y su presente- con el castellano del sur americano, se apropia así de dos tradiciones literarias alternando artesanía de los versos y estrofas de poesías populares. El punto de vista es el marco de una ventana de la isla Saint Louis o la cubierta de un barco cruzando el océano. Las ciudades son la París de adopción y luego una entidad urbana con dos cabezas llamadas Montevideo y Buenos Aires. De todo el posible repertorio de las metáforas esenciales, la que predomina en ella es el río, primero con nombres que se llaman el Sena y de la Plata, luego por aquella condición tan castiza del viaje hacia los finales. Ello permite sobrenadar en la superficie, hundirse en las profundidades, explorar las orillas y márgenes. La literatura rioplatense tiene tendencia a espacios simbólicos, rayuelas, astilleros, calesitas, mataderos, pozos y otras ruinas circulares.
Como el Ganges con los mantras de Ganesha y el Mississippi con voces negras, los dos ríos de S.B.S. se cargan de musicalidad; música que es una manera de navegar. Cuando leemos en Silvia Rio de la Plata, ello quiere significar diciendo una tradición y pertinencia (identidad es un concepto demasiado fatigado) para hablar de dos países. Argentina y la Banda Oriental. Es una historia que viene desde lejos, y espero no caer en el tropiezo que Borges señaló con humor e ironía certera en “Funes el memorioso”. Dice Borges refiriéndose al personaje: “Mi deplorable condición de argentino me impedirá incurrir en el ditirambo -género obligatorio en el Uruguay, cuando el tema es un uruguayo.” En Silvia esa dualidad no es problema de conflicto sino complejidad creativa; el Aleph de Borges estaba en Buenos Aires, el Aleph de Silvia (autora aquí presente, narradores asignados y ciertos personajes) lo presumimos en Montevideo.
Esa condición de estar habitada por dos naturalezas desborda la información sobre la biografía, los subrayados en algunos reportajes y el recuerdo de charlas sobre el asunto. Es destino, fatalidad de muchos personajes; si debiera elegir diría que se hace escritura en “Le pont International”. Los personajes tienen en esa novela el sentimiento de sentirse incompletos, algo quedó pendiente y saben que el eslabón faltante está del otro lado. Para saber quién se es hay que ir al otro lado; en la Banda Oriental está el misterio, el secreto, la verdad de los orígenes, en Argentina el reflejo o promesa de una segunda vida. Como ronda en círculos infernales, la vida considerada ir y volver entre dos orillas a buscar la matriz. También una casa, un nombre, una tumba, cartas viejas, calles con luz de patio, la fotografía de la madre muerta. La vida es movimiento, el mismo viaje que se repite; la vida nunca alcanza, entonces los protagonistas deciden juntarse con personajes de Borges y Onetti.
Las dos orillas y el río sin orillas como lo llamó Juan José Saer en un hermoso libro. De la misma manera que el Rio de la Plata es el encuentro entre dos ríos (Paraná y Uruguay que tienen sus fuentes en el corazón del continente) la conciencia incorporada de ambas orillas se observa en los personajes de Silvia. Los de allá nos buscamos en ese ir y venir cuando el rio más ancho de todos se hace charco común; rio con puentes, aviones, vapores, barcos, aliscafos, hidroaviones, lanchones, contrabandistas, naufragios: Navigare necesse vivere non necesse era el lema del recordado semanario uruguayo Marcha.
Habiendo leído la poesía y conociendo otros proyectos, debo confesar que -por si hiciera falta- para reafirmar el lugar desde donde se hace la literatura, me sorprendió la circulación del tango en cuentos y novelas. Que se entienda bien cuando digo del tango; no estamos ante una nota de exotismo, menos otra referencia al azar y sería poco decir que Silvia sabe de tango. Ella está atenta a la originalidad melódica, tiene mirada y oído para captar los poetas populares. Los letristas de tango llenan de poesía una segunda vida que pudo ser la nuestra, aportan una filosofía del cotidiano como si hubiéramos vivido en los tiempos viejos. nos ayuda a andar por la vida aceptando nuestra zona secreta, la tentación de las orillas y un seguro de pertenencia en el tiempo. El tango se manifiesta por títulos y cultures, música como banda de audio del siglo veinte rioplatense y asociados al carácter de los personajes.
El tema del tango aparece periódicamente y S.B.S. hace de ello un sistema; acoger el tango al interior de la lectura supone una compresión anexa de lo narrado. El conocimiento del Rio de la Plata pasa por esa danza canción reservado en su origen tan solo a los hombres; a biografías de autores que tienen tanto de vida bohemia, al destino curioso de un instrumento litúrgico portátil alemán como fuera el bandoneón y la tentación parisina de sus cultores. Silvia conoce los momentos en que las músicas del mundo campesino se hacer urbanas, el segmento luminoso cuando Pascual Contursi agrega a la cadencia instrumental una musa popular escrita -la letra del tango- en combinación confesional catártica, humorística acaso y vehículo para el decir las pasiones. También está atenta cuando llegan las voces al disco en el decir de Carlos Gardel y canciones camperas de Azucena Maizani.
Esa información puede grabarse; no se trata de algo necesario para el lector de la prosa de Silvia y ella menos lo enfatiza de manera que pueda cohibir al lector. Son esas canciones que escuchamos saliendo de las casas cuando la memoria recorre el barrio de la infancia. En ese preciso instante la obra de Silvia deja de ser un objetivo de estudio y se transforma en asunto personal. La cita enuncia, la memoria se desata o mejor pone la púa del pick up sobre el acetato negro. Ahora mismo lo recuerdo mientras los anoto: “Tengo miedo” de Celedonio Flores, “Mi noche triste” de Pascual Contursi, “Malena”, “Mi Buenos Aires querido”, “Anclao en París”, “Sur”, “Silencio” y “Milonga del 900”.
En el año 2002 se publica “Le pays de l’écriture”, en la página 274 del libro la narración busca las ofrendas que se le darían a un nuevo dios que se manifestara en la historia y la vida. Allí se lee: «Je lui offrirai un disque où résonnerait le bandonéon d’ Anibal Troilo.» ¿Pero cuál tango interpretado por Troilo escucharía esa nueva divinidad?
El tema fundador de un escritor (el Rosebud de Citizen Kane, 1941) puede ser la persistencia de un recuerdo de la infancia (la casa Águeda en la costa uruguaya en Silvia) y un núcleo hacia el que se orienta la obra en progreso. La epifanía extraña en su prosa consiste en hacer coincidir esas dos fuerzas en un lugar que, con las alteraciones del tiempo existe y se halla en Montevideo. Más que insistencia es una estrategia voluntaria y de mandato, focalizada en un punto que es Alfa y Omega, comienzo y fin, lugar anterior a la escritura y la palabra. El lugar donde va la escritura: la casa familiar de la Escritura.
Dicho lugar desborda lo escrito temático crítico y trabaja siendo imán. Es extraño hallar esta coincidencia de los tres factores funcionando de manera a la vez aleatoria y conjunta; parece recitar un poema de Borges
Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantos otras cosas en el mundo,
un instante cualquier es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta
y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna
y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrado;
lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo me queda el goce de estar triste,
Esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.
S.B.S. escribió esa vaga costumbre. ¿Quiénes van a esa misma puerta en la ciudad de Montevideo? La autora, porque es la puerta de la casa materna; los narradores, porque prosiguen en la prosa los instintos del autor; los personajes, porque esa puerta abre al misterio y cierra el destino.
Si estuviéramos ante un libro de memorias y recuerdos la situación sería más sencilla. Ello ocurre como si el mismo sueño fuera compartido por dos personas diferentes, con el mandato común de ir a la capital del Uruguay tras las señas de identidad de la madre. Sucede en dos novelas publicadas con una década de diferencia. “La rive orientale” del 2001 y “Le pont international” del año 2011. En la ficción es asunto de hombres; uno se llama Antonio Haedo y el segundo -una suerte de Caronte del Río de la Plata- apenas es nombrado el inspector de Aduanas. Son hombres maduros y satisfechos que alcanzaron su punto de ruptura óntico, buscan lo que falta antes de morir, viajan tras su propia Anunciación: tener una percepción delicada, aunque sea las pocas trazas de las mujeres que los trajeron al mundo.
El venir de allá del sur me otorga una leve ventaja ensanchando la experiencia de la lectura, mientras avanzaba en descripciones, empresas de documentación y el trayecto de los personajes se procesaba la activación de la memoria que reconoce; a ello se superponía lo extraño lindando lo fantástico en varias estrategias de escritura: yo del Uruguay -coinciden los dos hombres- tengo pendiente historias dormidas. La lectura era una membrana por donde se operaba el tránsito en ambos sentidos de la realidad a la ficción. Ello fija la biblioteca subjetiva y el reconocimiento de lo inexplicable; S.B.S. escribió frases que quieren acentuar ese llamado de los orígenes. En la página 83 de “Le pont international” Antonio Haedo dice: “Et, ce dit-il, c’est l’Uruguay lui-même qui est un livre, une page unique ; un personnage particulier.” Ello puede ser leído como intuición de sospecha; es la novela familiar con episodios velados, el cuento interrumpido de los orígenes y siendo suficiente con la probabilidad de hallar un nombre.
¿Cómo decirlo? Creo que es mi ventaja de conocer el encuadre original; hay pues dos textos, dos caminantes que recorren el mismo itinerario. La ciudad poética de Silvia sucede cuando se fija igual que efectos ópticos de laboratorio fotográfico, se superponen dos placas y se produce el efecto donde Montevideo adquiere esa sensación de ciudad literaria y brújula de los afectos. La capital del Uruguay puede ser la Dublín de J.J. la Praga de F.K. la Lisboa de F.P. Bernardo Soares, Ricardo Reis y los otros heterónimos. Lo extraordinario es el sentido de la convergencia, es decir: no se trata sólo de permitir el marco reconocible aportando una escenografía verosímil a las historias, más bien de dos historias coincidiendo en la misma puerta. Así como las hay del Infierno y del Paraíso S.B.S. apunta a una única puerta dando a la existencia de antes de la vida y a la vida después de la escritura. Es ahí en La Coquette y la nueva Troya; no tienen como perderse porque la ciudad vieja, el origen colonial donde todo comenzó, es la clásica cuadrícula hispánica, el damero donde se juegan las partidas de nacimiento. El eje principal es la calle Sarandí y la gran perpendicular Juan Carlos Gómez. Se evocan librerías: Oriente y Occidente, Linardi y Risso, Antígona en Carrasco. La plaza matriz y el Cabildo donde se inventa la Patria entre aclamaciones populares, la tentación del puerto con vista del Cerro sobre el rio como mar y Buenos Aires en la orilla de enfrente. En la calle Ituzaingó – los nombres de esa zona duplican la historia nacional- había un restaurante, la Silenciuse que preserva el nombre de la sastrería que fue. La Catedral y la plaza Zabala, el hotel Plaza Fuerte en la calle Bartolomé Mitre (traductor de Dante, como Jacqueline Risset y René de Ceccatty) el Mercado del puerto y el Cementerio Central. Frente al hotel de referencia otra librería de viejo llevada por un poeta y que se llamaba El Aleph…
Allí en Montevideo el inspector de Aduana, consumido sin conocer la razón por la tentación de la orilla oriental, el hombre sin atributo rioplatense, sin nombre e insatisfecho es que encuentra la foto de la madre, la tumba de la madre, el nombre de la madre y el propio. Soy Gabriel Herrera y un ángel lo anunció partiendo de un código en la ciudad de Chascomús: M9L74D. Lo mismo para Haedo, que va a Montevideo por el puente ficticio para visitar a la madre, llevado por personajes ajenos pues para él se abrieron las puertas del relato, siendo su vida alquimia entre ficción y realidad, a la manera de “La rosa púrpura de El Cairo.” La primera se llamaba Gabriela Herrera y Boedo, nació en Montevideo en 1907 y murió en Buenos Aires en 1936. La segunda está enterrada en el Cementerio Central, que es el cementerio marino de nuestra ciudad. El padre de Silvia falleció un domingo de abril de 1999, sesenta y tres años después que su esposa Raquel García Arocena. En la página 161 de “La rive oriental” se lee que Uruguay es “Un pays ou l’amour etait posible.” y en “La ligne et l’ombre” de 1991 sobre Montevideo: “La ville de ma mère.”
Por allá entre el centro y la ciudad vieja está el Aleph de Silvia en la casa número 1440 de la calle Pérez Castellanos de Montevideo. Comencé a buscar una música que fui anotando; el lector sigue los pasos de sus personajes y hay algo envolvente en esa estrategia de escritura. Di con esa coincidencia porque es la ciudad donde nací, entonces vi desfilar la obra, las imágenes que evoca la obra y como en el viaje de invierno cuando canta Matthias Goerne: gentes y países extranjeros, historias curiosas, ternuras de la infancia, niños felices, paisajes pintados, sucesos imprevistos, ensoñaciones desde una ventana, trineos, caballitos de madera y el poeta vagabundo reinventando la palabra.
J. C. M.