Octubre 2022

(ingresos)

EL CLUB DE LOS NARRADORES

Encuentro fortuito en la Librería Colonial
Danza ficción
Epístola final de Santa Fe

VISITANTES

Elder Silva: diez poemas y dos inéditos

El año que nació Elder Silva, tirando para la frontera norte del Uruguay, el mundo era una montonera de signos premonitorios: pacto de Varsovia y gira debutante de Elvis Presley, golpe militar contra el general Perón al otro lado del río, publicación de Pedro Páramo, primer Mc Donald´s, Rosa Parks se niega a dejar su asiento en el ómnibus, guerra de Vietnam y sólo para tus ojos nacen las sublimes Lena Olin y Ornela Muti. Después Elder cruzó la tierra purpúrea versión pop desde Salto al Cerro de Montevideo, donde está la más bella vista del río de la Plata; publicó más de diez libros de poesía, dejó inéditos, ganó premios, integró Fabla con otros poetas y en el año 2013 tuvo la iniciativa luminosa de emprender la vuelta poética del Uruguay, llevando en recitales que todos recuerdan su libro Agua enjabonada. Fue periodista, decidor de poesía a la usanza de trovadores y payadores de antaño, coordinó el Centro Cultural “Florencio Sánchez” de la Villa del Cerro; fue un gancho a lo Rocky Marciano cuando la ciudad letrada supo que Elder no podría cantar When I`m sixty-four de la banda de corazones solitarios del sargento Pepper.

De todo eso se verá en la presentación de Álvaro Ojeda y el tríptico de Rosario Peyrou. Cecilia Ríos seleccionó los poemas reproducidos en La Coquette y arrimó dos inéditos.

*

Álvaro Ojeda recuerda por qué noquearon a Jersey Joe Walcott

Las luces blancas y verdes y amarillas
que se levantan del cementerio
y alumbran el aire en las noches de verano
son el aliento de mi padre,
los ojos de mis abuelos que regresan.
Los ruidos de los huesos de mi padre
me iluminan el mundo.

1) Estos versos de Elder Silva exponen, como siempre ocurre con los poetas verdaderos, una razón de ser antigua, poderosa y, finalmente, homeopática y exacta sobre la poesía, sobre su ejercicio, sobre el artificio de sus formas en apariencia oscuras y, sin embargo, tan radiantes, tan translúcidas, tan evidentes. La poesía alienta y crece desde la elegía, siempre o casi siempre. La razón es dolorosamente sencilla: se canta lo que se pierde, como sentenció Antonio Machado. No sólo se canta lo que se perdió, como en el caso de Elder, se canta lo que se pierde, lo que se está perdiendo en el goteo permanente, ineluctable de la respiración, aunque luego, lo que resulta esencial -lo cribado y filtrado- se recupere desde la memoria y desde el arte. La evocación no puede con tanta pérdida, pero al menos, endulza la ruina. No la disimula ni la olvida, la coloca en la punta de la lengua del corazón, allí donde lo dulce duele un poco menos y habilita la perduración posible, la humana perduración, la pausa de la entropía. La poesía no entretiene, el arte no entretiene, la poesía retorna y sublima, el arte retorna y sublima la pérdida que la misma poesía, el propio arte, desnuda. Ambos como totalidad y parte, uno al otro y los dos asociados, entramados, unidos. El resultado es un lenitivo realista: el poeta sabe que su padre no volverá salvo en esa luminosa ausencia que algunos muertos procuran. En esos versos se cuece un denso espacio de dolorosa alegría, de callada vocinglería, de incógnitas sobre lo que se ha mudado al fondo del escenario mientras el público atiende el desarrollo de la trama.  

2) En setiembre de 1952 el campeón de peso completo Jersey Joe Walcott, ponía en juego su título ante Rocky Marciano. Walcott era un estilista, un púgil de fintas perfectas, de esquives angelados, de golpes variados y rápidos, lanzados desde una fábrica de artificios que parecía inagotable. Esquivaba, golpeaba, volvía a esquivar a la vez que retrocedía y se escondía y generaba posibilidades más o menos tangibles, que en innumerables ocasiones, resultaban anteriores a la propia andanada de golpe todavía no lanzados y a la pelea en sí misma, como si quisiese decir: “esto es sólo lo que no se ve, lo que se ve carece de importancia, porque hay algo previo al golpe que sólo yo conozco y que es inefable, invisible, intangible”. Un arte poético de la saturación, de la sobreabundancia, de la concreción llevada a un segundo plano. No importa lo que se ve, importa lo que yo quiero que se vea. El espejo con los movimientos de Walcott vuelto hacia el público. 

Rocky Marciano era todo lo contrario. Golpeaba sí, pero con exactitud, cada golpe dolía, no necesitaba de explicación fuera del cuadrilátero, no necesitaba de un manual de instrucciones para que el espectador se rumbeara hacia donde él quería, porque lo que Marciano quería era noquear. Incluso prefería ser golpeado, errar, si con eso ajustaba la pelea a la exactitud de su maniobra que tenía un único fin: conmover, sacar del lugar al oponente, dejar al público en éxtasis. Las bocas abiertas en O. Golpes como versos poderosos: morir es duro, más no poder morir, si todo muere, es más duro quizás, escribió Luis Cernuda, como Marciano, golpeando donde se debe.

Hace años he elaborado una práctica que consiste en recordar versos desde la óptica de mi futura agonía: sé que recordaré un manojo de versos en ese momento sin excusas ni falsas poéticas, ni retorno. Elder escribió para ese momento.

3) Cuando escuché este poema de Elder, dicho por Elder atrincherado detrás de su perpetuo atril, con su gesticulación de ámbitos anchos, su terminante dicción, los versos finales me conmovieron.

Anunciaban que la muerte podía tener alguna clase de propósito. La muerte de su padre, de mi padre, de los padres de todos los que escuchábamos a Elder en el patio de carruajes de la Cancillería montevideana durante unas Tertulias Lunáticas convocadas por Elder y por Helena Corbellini, resultamos alucinados como esas luces malas a las que aludía el poeta. Desde los cuentos de aparecidos de los fogones criollos, surgía una magia halagüeña que hacía del miedo a los aparecidos, una ruta practicable de la vida, una convivencia con los que se han ido, y una necesidad de esa convivencia que Elder enunciaba desde su logro íntimo: esas luces son mi padre en su nueva naturaleza física, cumpliendo la misma función que durante su vida -digamos, anterior- habían cumplido. Henry James escribiendo en el Salto Oriental. ¿Por qué no convertir a esas fantasmagorías en presencias inevitables y gustosas, por qué no asumirlas para que la elegía transite como el lenitivo de los que quedamos en este plano del vacío? Un salto más acá de Epicuro, un bisbiseo de posibilidades lejos de la engañifa de los templos, los ritos, las palabras sanadoras, del espiritismo ad hoc.

4) En el primer asalto de una pelea pactada a quince, Walcott, el campeón, tiró al retador Marciano. El inicio del fin, la prueba de que la eficacia se logra por la acumulación de veleidosas demostraciones del arte pugilístico. Por un momento Walcott fue Marciano. Su golpe, siempre es un golpe, fue certero. Pero Marciano no fue conmovido en la trivial, veleidosa, medida de “lo suficiente”. Basta. Ya está. Rindo la fortaleza. Se levantó y siguió con la maniobra de ajuste y acorralamiento del verborrágico Walcott, el incontinente lanzador de metáforas. Siguió corrigiendo, eliminando el ripio, eludiendo el lugar común y su contracara, la ametralladora de enumeraciones. En el asalto trece lo llevó hasta un rincón. Todos esperaban algo. Una mano perfecta que lograse poner fin a la exhibición. En el asalto doce, Walcott pareció encontrar el camino hacia el derrumbe de su retador. El trece parecía un trámite. Hasta que el gancho de derecha de Marciano, la más perfecta metáfora, sumió a Walcott en la noche. Íbamos oscuros en la noche solitaria. Marciano se disfrazó de Virgilio.  

5) Así Elder noqueó para siempre al público:

los ruidos de los huesos de mi padre
me iluminan el mundo. 

Podríamos dar cuenta de la sinestesia, del uso casi íntimo y coloquial de los pronombres, mi / me, de esa aliteración ensoñada, la larga eme que parece otorgar a los huesos amados un sonido de ruido de fondo cosmológico; podríamos decir esto y aquello, pero estamos en la lona, doblados de dolor y de maravilla.

Á. O.

Parque de los Aliados, agosto 2022.

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Visitantes II

Rosario Peyrou: la presentación, el reportaje y una crítica sobre Elder Silva

Rosario Peyrou es egresada de literatura del IPA y licenciada en Letras de la Universidad Central de Barcelona, es decir que asistió a los cursos de Estética de Carlos Real de Azúa y leyó la revista Quimera en el café Zúrich. Antes de esos diplomas, la recuerdo compartiendo una cena parrillada de la agrupación Renovación del IPA, en el Club alemán de Remo en la calle Riachuelo de Punta Carretas, preparando la resistencia a la Ley de Educación General del año 73. Cuando rememoro el divino tesoro de los asistentes, esa noche mágica fue la última cena de una generación sentenciada a la dispersión en crónicas de amor, de locura y de muerte; poco después de la próxima navidad hará de aquello medio siglo, nosotros los sobrevivientes de aquel gaudeamus ya no somos los mismos.

Después Rosario comenzó su propio road movie ibérico, a trabajar en la docencia y se casó con el poeta que escribió para la eternidad que las palabras no entienden lo que pasa. Dirigió páginas culturales, redactó prólogos y notas periodísticas, animó talleres de escritura, fue asesora de varias editoriales y en este octubre del 22 colabora con Banda Oriental; así se sucedieron La Democracia, Brecha, El País Cultural y ahora Le Monde Diplomatique versión sur. Cuando se repasa la lista de sus intereses hallamos variedad y un denominador común; el hilo obstinado del collar es la literatura uruguaya y sus perlas flaubertianas fueron María Eugenia, Arregui, Idea, Tomás de Mattos, Circe Maia, Benavídez, Rafael Courtoisie y tantos otros. En la lista prioritaria está Elder Silva y leemos en La Coquette tres variantes del hacer de Peyrou en la ciudad letrada. La versión papel de eso público, efímero y amistoso que ocurre cuando se presenta un libro; un reportaje exhaustivo a Elder de hace algunos años, espejo confesional, genio y figura, prodigalidad de pistas de lectura; la nota periodística clásica en ocasión de un libro (Mal de ausencias), de esas crónicas citadas entre nosotros cuando los poetas llegan sin estar a la cifra melindrosa de cien años. Con la lealtad de Peyrou, el muchacho salteño le viene ganando más de cuarenta años a esas melancolías tardías

LOS RÍOS FICTICIOS

HAGAN DE CUENTA QUE ESTOY MUERTO

“Cuando llegues a Madrid”

los treinta y nueve escalones / misa de once / Madrid City Tour / Un barrio modesto / me ducho y salimos / Desde 1848

ASTILLERO

“El arte de comparar”

(bello como las rodillas de Isidore Ducasse)

V

La estética del infierno

NOTAS, APOSTILLAS Y ANEXOS

Comentarios actualizados a los contenidos

ARCHIVOS

El cazador Gracchus amarra en Montevideo y Mi primer Felisberto (diario de la obras) / La primera Cartografía original / Biblioteca musical / Índice general de los años Uno y Dos de La Coquette / Fichero de las Bandas de Audio desde Abril 2020.

UNDÉCIMA BANDA DE AUDIO DE LA COQUETTE

Salma Hayek, Tito & Tarántula / “After dark” de Tito Larriva y Steven Hufteler.

Richie Havens / “Tombstone blues” de Bob Dylan.

Carlos Lyra / “Influênce do Jazz” de Carlos Lyra.

Donald O’Connor / “Make ‘en laugh” de Arthur Freed y Herb Brown.

Eduardo Darnauchans / “Milonga de Manuel Flores” de J. L. Borges y E. Darnauchans

Pedrito Rico / “A tu vera” de Rafael de León y Juan Solano.

Stevie Wonder / “Lately” de Stevie Wonder.

Les Rita Mitsouko / “Marcia baila” de Catherine Ringer y Fréderic Chichin.

Lang Lang / sonata “Appassionata” (III alegro ma non troppo) de Ludwing van Beethoven.

Julio Sosa / “Qué me van a hablar de amor” de Héctor Stamponi y Homero Expósito.

Joe Pass / “The very thought of you” de Ray Noble.