Nunca pensé hallarme en esta situación inexplicable de enviarte un último mensaje con la absurda esperanza de que atraviese el complejo espacio temporal, para que así escuches mi voz y sepas que alguna vez estuve vivo, al menos hasta este mismo momento. Intento los tres procedimientos a la vez asegurando la recepción; envío un mensaje dirigido a todos los posibles captores intermedios, que a su vez los puedan hacer llegar en efecto dominó o indirecto hasta la central fija de tu cerebro, que es el único destinatario deseado. Activé el procedimiento de grabación en un soporte audio con acciones automática, queriendo producir tres copias; una quedará aquí por si llega la misión de rescate que está en viaje, otra sellada en una cápsula que en siete años y si no hay coalición con un meteorito entrará en el campo gravitacional terrestre, una tercera la aplicaré en un chip cuántico y lo meteré dentro del cuerpo. Activé para asegurarme el procedimiento hasta lograr un soporte papel, deberá ser recibido el mensaje más como desvarío narrativo que testimonio de algo en verdad ocurrido; falta la opción paloma mensajera descartada por el momento por razones obvias.
Hola… hola…. hola… déjame ver… con estos aparatos nunca se sabe, crees dominarlos, lo supones hasta el convencimiento y siempre te hacen una mala jugada. Vayamos a lo increíble de primera, fui y sigo siendo uruguayo de nacimiento, soy el último sobreviviente de la misión espacial internacional del Mercosur que terminó mal y se destina al fracaso. Los demás tripulantes murieron por causas que por ahora desconozco y sería sencillo si pudiera afirmar que yo mismo los maté uno a uno. Algo que está entre nosotros e invisible al equipaje los suprimió con sistema y eso ignorado me dejó a mí con vida, considerándome inmune para que diera testimonio de lo ocurrido, sabiendo que nadie me creerá. Como me empeño en contar la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, cuando se evalúe esa versión subjetiva en un tribunal imparcial, los miembros del comité pensarán que enloquecí de tanto estar viajando en el vacío de la antimateria. Es una hipótesis medianamente aceptable.
Esa música que estás escuchando como telón de fondo es Ravi Shankar, entró por algún lado de la memoria del sistema central y borró todas las músicas programadas antes de partir. Dios o el capricho maligno de las fuerzas finales, al parecer le tomaron cariño inventando una melodía de intervalos irrepetible que acompaña el epílogo existencial. Al final no hay trompetas celestiales, jinetes en el cielo ni siete sellos que se abren sino música sitar de Ravi Shankar y un Raga Ganesh será mi Réquiem. Los contadores marcan 17 minutos exactos para que todo termine, se produjo una coincidencia armoniosa entre al aire restante, mi cerebro funcionando, tiempo para grabar y mecanismo en cuenta regresiva de autodestrucción planificada años antes de este momento. Quiera Ganesh que hubiera un prodigioso secreto final de la existencia, la materia, el origen del Cosmos, la divinidad o la Nada que mereciera ser rebelado y estuviera en mi poder. Nada de eso hay por el momento y el tiempo se agota, guardo la esperanza de que cuando los indicadores acordados lleguen en coincidencia al segundo final -al cero en todos los registros- ocurra una maravilla por la que valga la pena tanta angustia. Temo que el Ser Supremo con Cabeza de Elefante sea una especie de perro salchicha, con peineta de folklórica andaluza tocando castañuelas y bailando con gracia dudosa parado sobre las patas traseras.
Hablar es lo único que puedo hacer y con sentido, debo estar atento a cada una de estas palabras que tienen algo de final resuelto y está pendiente aquello manido de la comunicación: si uno no intenta contar y evocar hasta el final –recuerdo un cuento misionero de Quiroga con río, hombre moribundo en bote y serpiente venenosa- la gente que lo escucha te acusa de desamorado, vos el primero. Hace un tiempo que debía hacerlo, estando aquí arriba y fuera de la nada es como si se hubiera perdido la sucesión del tiempo. Decir once y veinte mirando mi Grand Seiko hasta tiene su gracia, lo mismo te veo la semana que viene o nací en 1924 hasta se puede entender. Desde que escapé de la fuerza gravitacional del sistema solar ingresé en otra escala de medida temporal ignorada por el conocimiento humano a nivel del mar. Adelantándome unos minutos a lo inevitable, lo sensato sería decirte que te escribo desde la muerte misma, instalado en una fecha anterior a la de mi nacimiento. Tampoco es para tanto tejemaneje… si el mensaje llega poco o nada interesan las condiciones de la emisión y como ahora mismo lo estás LEYENDO, YO SÉ que llegó a las buenas manos a las que estaba destinado, después de un viaje por las Estrellas de Treinta Años.
Lo determinante no es que nos hayamos conocido en otra vida sino el mensaje final, tampoco conocí a Milena la muchacha de Praga y la considero una buena amiga y que es –en esta cápsula con forma de libro: todo libro es cápsula para viajar por el complejo espacio temporal- compañera de viaje porque ella estuvo Allá y lo supo en carne propia. Lo necesario es que estés ahí permaneciendo hasta el final quieto y sin interrupciones, como si se tratara de la lectura del cuento de una sola sentada. Acaso creas que el mensaje es apócrifo y el destinatario del relato otro y ando equivocado en mi iniciativa, el destinatario nunca es otro, el único destinatario del mensaje transfigurado sigues siento tú, si es que sigues vivo y ello desde el lejano 1986. Pasaron treinta años, aquí estamos ambos mano a mano; hizo falta la catástrofe politeísta vivida luego de treinta años avanzando hacia allá, para que recuperara estos diecisiete años de soledad. Tanto para hacer a cada día y cada hora, más trece años desde el último despertar del letargo programado en la nave que ando abombado. Estoy bien de la cabeza de lo contrario no tendría conciencia de la situación, uno es duro de cocer a fuego lento. Siento que me voy aflojando y es el último mensaje antes de la disolución total, hablo para mantener la unidad previa a la explosión del planeta, por ahora sigo reconociendo y te recuerdo.
Emoción absurda, hace unos días ronda mi cabeza un pensamiento que vuelve y vuelve, siendo el perro obediente que trae la rama que les tiran a las olas en las costas de Rocha; es el dolor de estar lejos de los amigos que valen la pena, de esos que se pueden contar con los dedos de una mano. Antes de emprender el viaje fui algo alcohólico a mis horas, si bien ensayé técnicas para ocultarlo. Mi reino por un vaso de whisky de por lo menos 12 años de añejado que es el tiempo del último silencio; el recuerdo del whisky es lo que necesito para entrar en confidencias. Llegar a ser el único sobreviviente de una misión al último reducto del espacio –el espacio del cual hablamos tiene la dimensión temporal de una vida apenas- y para terminar en una confesión indirecta. Lo que tengo para decirte jamás lo diría por teléfono y tampoco en charla de café, ni a un confesor acreditado por el Vaticano, aunque sea de la familia y menos sonámbulo, ni bajo tortura lo que no deja de ser una ironía. Cosas que sólo se dicen cuando se es el último sobreviviente de una misión espacial en el fondo del Cosmos y donde casi nadie escucha tu grito, sucedidos que se cuentan una sola vez y este tiene la virtud de ser el del final, por eso se puede escuchar una sola vez.
Luego podrás destruirlo por el fuego y hacer “como que nunca existió algo así.” Podrás decir a los conocidos comunes “prefiero recordarlo como era antes del lanzamiento de la base espacial, cuando éramos jóvenes los dos.” Sigo siendo el mismo y en otra circunstancia. No estoy ahí ni sé dónde estoy ahora mismo, soy el sobreviviente por unos minutos y nadie vendrá en mi ayuda, en menos de una hora estaré muerto. Es como si vos fueras Dios y esta fuera mi catarsis seglar, última oportunidad de hallar un argumento que pueda acercarme al paraíso perdido, al infierno tan temido. Puedes tirar el contenido luego de haberlo escuchado, junto con el recuerdo de nuestra amistad, desde el puente que cruza ese río que visitas los domingos. Si hay alguien contigo dile que se vaya, también vos Graciela, esta vez es algo personal que no quiero que escuches; en otras circunstancias te daría la explicación que mereces, pero siendo el último sobreviviente en una misión tocada por la muerte desaparecen ciertas delicadezas. Estoy por explotar, la muerte se aproxima, la sospecho cerca siendo incapaz de explicitar la forma que tendrá, cuánto durará y si habrá sufrimiento. El Infinito es lo que tiene de indiferencia… hubiera querido enviarte un regalo que te gustara, la distancia recorrida en treinta años es enorme y los objetos teletransportados en pliegues no euclidianos siguen siendo un sueño de Cosmos irrealizado. Me podrías haber enviado tres kilos de yerba Nobleza Gaucha y algunos ejemplares de El Diario de la noche.
¿Por qué vos? Los frontones del Euskal Erría de pelota vasca mientras tomábamos el copetín y almuerzos en el Forte di Makalle, antes que lo cerraran por invasión de ratas en la cocina. El Carnaval de la infancia con murgueros de barrio de verdad y menos pretenciosas que al presente, cuando Montevideo era más linda, sin basura y había menos viejos malandrines dando lecciones de moral de la historia. Al final, ¿qué importancia? Condenados a esta disparidad, al menos que hallemos el secreto de viajar en el tiempo todo se altera hasta la duración de un cuento. Ahora quisiera encender un cigarrillo y meter los pies en el agua con hojas medicinales, beber un triple escocés luego de hacer sonar los cubitos en el vaso de cristal como caballeros. Sería bueno para iniciar una dulce borrachera y en esa impunidad –que se suma a la de ser el último sobreviviente de la expedición más allá de los anillos de Saturno- puedo contarte el sueño.
Viviré el sueño espectáculo una segunda vez y podré así comprobar que en realidad ocurrió, más porque dadas las características de lo ocurrido seguro que mañana lo olvidaré. ¡Pero qué tonto…! olvidaba que mañana es una noción improbable habida cuenta de mi actual situación. Si por rara maniobra azarosa de los corredores del tiempo estuvieras aquí a mi lado nos reiríamos de la situación que tiene algo de payasesco, como en los años que coincidimos en el mismo tramo de la historia nacional uruguaya. Quizá es ahora que estoy soñando y lo que voy a contar es la realidad. Soy un hombre en el último round de su existencia que soñó con una rata cantora; puede que esa rata inteligente que soñó (o está soñando en este instante) que es un hombre que soñó con una rata cantora y pretende contarle la experiencia a un viejo amigo extraviado en otra dimensión del tiempo sin que él lo sepa. Después de lo escuchado seguro que te llamas a silencio, te preguntarás si es eso lo que venís de escuchar, si eres tú el loco o soy yo que voy a contarlo. Estás ahí y es preferible, mejor paralaje que el mío, no es envidia y lo tienes merecido. La actual situación yo mismo la busqué, mis veinte abriles me llevaron lejos, locuras juveniles, la falta de consejos… tenía el virus de la aventura y jamás supuse que esto terminaría así. Como me conoces te pido unos minutos de confianza, un crédito de escucha sin exagerar. Olvídate en mí y a pesar de la situación desastrosa, consideraciones como flojera, delirio o cansancio de conciencia.
La verdad es que siento en la cabeza que llegando el final comienzan a suceder escenas raritas y la Gran Máquina se aburre de ser repetitiva, esa sensación insoportable de que todo será idéntico hasta el final. De pronto un tornillo se parte en tres pedazos, la máquina se desarregla y decís: al mundo le falta una tuerca… que venga un mecánico a ver si lo puede arreglar. Fue la gran noche a eso de las cinco de la madrugada, desperté con la sensación de haber soñado algo fuerte y haberlo olvidado, dejándome llevar por un resquemor de principiante. Como en Solaris de Tarskosky sobre Lem comencé a creer en los sueños y figuras que aparecían, si decían algo de mi interior se fueron a la infancia; no eran seres queridos los que irrumpían sino personajes de Tex Avery, animales HUMANIZADOS QUE SE VAN METAMORFOSEANDO a medida que avanzas las peripecias del dibujo animado. ¿Qué me contás?
El sueño estaba ahí delante de mí, comenzó y quería despertar para que terminara y continuara hasta el infinito, aportaba una felicidad extraña como desconocía desde que mi madre me llevaba al cine Metro de la esquina de Cuareim y San José. Estaba parado delante de mí y sentía, sabía que eso me conduciría a la locura, lujo que no podía darme siendo el último sobreviviente de la misión. Tenía miedo, murió el comandante de manera extraña y debí tomar la situación entre las manos, había muerto el médico de la nave y comencé a recetarme medicinas en la ignorancia; seguro que alguna de las pastillas, combinada con otra igual de extraña produce un efecto alucinógeno letal, el movimiento por los espacios afecta la estructura molecular de la química artificial.
Tal como ocurrió, la pesadilla debió haber salido de mí, era un retablo de OTRO y que me estaba destinado. Muerta el resto de la tripulación, nadie a quien pudiera tomar por testigo y decirle: “Miren, miren. ¿Ahora me creen? ¿Están viendo ustedes lo que veo ahora mismo?”
Creí buena la estrategia de cambiar por completo el contexto, creo que es la cuarta vez que cuento la historia y cada vez invento cosas para ocultar lo que tengo que decir. Una cosa es la verdad y otra la necesidad de contar; si pretendes saber la verdad, deberás ir a las maneras previas para observar cómo intenté contar la historia. Son años que pasan y capacidad de olvido, el mundo se cuenta de manera diferente una vez que pasamos los sesenta. Cuando lo hice por la primera vez, no habían inventado esta nave espacial virtual en la que me refugio al sentirme descompensado. Es increíble lo que se puede hacer con un casco y la tercera dimensión, al pasado que nunca volverá le damos una mano de pintura dorada de la imaginación y 1986 está bien lejos de nosotros. Siempre retorna lo rechazado, la historia de la muchacha muerta sigue vigente, yo hago que la olvidé y tengo derecho de olvidar, pero vos no pues conoces la razón. Lo ocurrido –lo sabemos y lo leímos- decidí olvidarlo como si pudiera, regresa sin necesidad de repetirse tal cual y está incrustado en esta nueva versión; eso sí: disfrazado en retablo de títeres de cordel y bajo la forma de pesadilla zoológica. Los viejos enemigos en el planeta Tierra acceden al poder y no son mejor que nosotros, en el mismo lodo todos manoseados; tenemos un ministro maravilla, el hombre nos entiende y con él se puede negociar. Cree que somos iguales y nos enfrentamos de igual a igual, un capo; en treinta años cambian los textos, también ellos y nosotros los de entonces ya no somos los mismos…
Nunca entendiste lo que te quise contar cuando entonces, así que ahora lo contaré como si fuera una murga que se presenta en el Teatro de Verano con pretensiones de ganar, vos de murgas entendés, si hasta saliste en una a marcha camión y seducido por el 7 y 3 con vino de damajuana. Cómo te conozco gran guacho… seguro que estas mirando para todos lados desde que escuchaste la fabulación de la misión espacial. Cerraste la puerta y colocaste los audífonos para que sólo vos puedas escuchar el cuplé de actualidad que tanto le gusta al pueblo. Estás esperando las palabras del Dios Momo, la despedida y otros tinglados que nos aguardan, agazapada comadreja de gallinero –estoy volviendo sin percatarme a las fuentes camperas del relato- estás esperando que comience con detalles ahora que ando con el pico caliente. No deberá llevarnos más que 17 minutos incluyendo detalles, siempre hay algo más para contar, aunque de la primera versión pasaron treinta años. Siempre puede aparecer un nombre más decías: un dato olvidado, una fecha curiosa como el 29 de septiembre de 1970 de la era Acuario, un lugar sin importancia en el barrio Carrasco, siempre hay algo más, aunque lo tapen con palabras y alguien marque un strike tapando la memoria de la historia. Atención que llegamos a los once minutos y viene lo esencial del sueño, escucha bien que vale la pena y te puede divertir si la noche se presenta aburrida.
Estaba durmiendo profundamente dentro del sueño, de pronto siento que me pegan un par de sopapos para despertarme. Costó abrir los ojos, al final desperté y encontré una enorme rata de dibujo animado vestida como maestro de ceremonias circense, la tenía a pocos centímetros de la cara y era enorme como rata. Con ese vestuario parecía un juguete de cuarenta centímetros, exacta medida del horror, la rata me dirigió la palabra interpelándome, considerándome espectador sobreviviente de la última comedia musical de la historia de la humanidad.
-Si bien el mundo abunda en número de pequeñas cosas, yo sé bien que todos deberíamos ser felices. ¿Lo somos realmente? ¡No! Ciertamente no, positivamente no. ¡Decididamente no! mmm mmm. Los chiquitos hacen caras largas y los altos achican el rostro. La gente grande tiene poco humor y ningún humor la gente común y corriente. Y en las palabras de aquel dios inmortal, Samuel J. Snodgrass cuando estaba llegando a la guillotina…
Eso fue para empezar como si se tratara de una pequeña introducción, quedaba sin iniciativa y parecía intrigado por ese galimatías que me dejaba sin voz. Tienes todo el derecho del mundo de preguntarte si no enloquecí, dadas las circunstancias es probable y también yo lo pregunto, las condiciones de los últimos tiempos –como si pudiera medirlos- lo hacen presumir. Tu recuerdo oportuno y mi iniciativa para probarme a mí mismo que tuve una vida anterior, la conciencia de ser el único sobreviviente de una expedición espacial que se cruzó con el horror indescriptible en el medio del viaje. Los últimos minutos que se suceden y la certeza de que no habrá expedición de rescate; si a ello le sumamos el sueño melodioso de la rata cantora, puede dar lugar a todas las hipótesis y que no estoy en esas condiciones épicas de la ciencia ficción. La historia de la rata es una forma cabaret del delirio y vos mismo escuchándome serías otra invención de sustitución, la trama rebuscada urdida por maléficos encantadores que buscan mi perdición, hasta es posible. Seguro que envejecí, me falta coraje para repetir la historia tal como fue consignada en versiones anteriores y a fuerza de querer olvidar se volvió quiste con ramificaciones incrustado en el cerebro. Luego de tres tragedias la cuarta versión tiene “la necesidad” de volverse paso de comedia.
A esa rata no había probabilidad de interrogarla, rogaba para que el número ese bastante divertido se terminara rápido y una vez concluido el sueño me permitiera despertar, retornar a la miseria del cotidiano. No podía sin embargo sacar los ojos de ese animal extraño que hacía enormes esfuerzos no exentos de talentos para llamar mi atención. De a poco comencé a verlo con simpatía; estaba en situación desesperada perdido en el espacio interestelar con compañeros de viaje muertos y me quedaban pocas horas de vida, en esas circunstancias a mi cerebro lo único que se le ocurrió urdir fue una rata cantora.
Daría lo que fuera por saber si es que sigo con vida al final del cuento, si esta penúltima versión te llegó como lo presumo y resististe al menos hasta este momento decisivo. Estoy sereno como si comenzara el cuarto vaso de Chivas, hablar con un viejo amigo que me conoce hace bien, sólo a ti podría contarte el sueño de la rata cantora haciendo su número musical. El asunto tal como viene “parece largo” pero en mis condiciones actuales cierta noción del tiempo se disolvió; como totalidad o secuencia progresiva y sólo queda ese imperativo de cuenta regresiva tic tac tic tac. ¡El espectáculo deber continuar! Si estás arrepentido de estar escuchando tampoco te hagas mala sangre, el mensaje una vez finalizado se autodestruirá en siete segundos; estará programado para que lo escuches y no para escucharlo una segunda vez.
La rata cantaba, la escuchaba y en el fondo como pantalla se desplegaba la escena que sucedía en una fábrica. Podía ser empresa de mudanzas, un depósito y también un Estudio pronto para filmar una escena. Había uno que otro operario de overol, lo que recuerda clarito es que había un piano de cola de esos de concierto del Sodre. De pronto la rata con la manito me señaló a un personaje que sale del lote y tocaba el piano y hacía caras raras como mueca deformando los rasgos, era flaco y tenía una gorra o un sombrero flexible; que se lo saca para golpear a otro. Después aparecen otros tipos con tablones largos cruzando la escena, el flaco de la gorra se sentó en un tablón, se tiró contra la madera y parecía que nadara en el aire moviendo los brazos de forma rara, de un sacudón los obreros lo tirarán al suelo. Por ahí había un sofá y pasaba por el cuadro más gente con tablones que el flaco esquivaba como podía siempre al borde del desastre, hasta que uno de los tablones le pegó en la nuca. Con el impulso el flaco se reventó contra otro operario y abrió una puerta que era falsa y estaba pegada a un muro de ladrillos sin salida. Sobre el sofá, estaba un enorme muñeco de trapo de tamaño humano que intrigó al flaco que vino a sentarme a su lado. El flaco y el muñeco de trapo se acercaron, bailaron y luego el flaco le agarró la mano al muñeco de trapo, lo quiso besar, el muñeco de trapo le propinó tremenda cachetada y el flaco igual se seguía riendo. No había salida: era aceptar la canción de la rata y mi locura propia al sobreviviente de la misión espacial. Sucede que después de la gimnasia coreográfica con el muñeco de trapo el flaco lo patea, se revuelca por el piso igual que si fuera un epiléptico en pleno ataque o el piso estuviera electrificado, que se puso a caminar de rodillas y lo intenta sin poder levantarse. Luego se arrastra y otro tablón que llega, el flaco toma velocidad hasta un corredor largo donde trepa con los pies por tablones verticales, subiendo paredes por un papel que se rompe y el flaco cayó de culo. Se ríe y cantaba hasta que cae de culo. La rata entonces me miró a los ojos dejándome tres segundos para pensar. “No hay esperanza y voy a morir en tres minutos. Nadie vendría a salvarme. Esa rata es la última imagen que tendré de mi pasaje por la vida. Si tuviera derecho a una última voluntad quisiera decir aquello de: lindo haberlo vivido pa poderlo contar, contártelo a vos y no me digas la razón, cuento con tu complicidad para entender la situación y la capacidad reconocida para liquidar asuntos que te incomodan. Dar vuelta la página como si fuera final de un cuento repetido y pasar a otra cosa.” La rata me dejó pensar esas palabras, me señaló con el dedito afilado donde había un anillo con una piedra verde y dijo:
– ¡Ahora sigues tú!
Lanzó de inmediato en el sueño el desplegado poético de la canción, la misma que después de treinta años no puedo sacarme de la cabeza y seguro que cuando empiece a cantarla la rata la reconocés:
make ’em laugh
make ‘em laugh
don’t you know everyone wants to laugh?
ha ha!
my dad said “be an actor, my son
but be a comical one
they’ll be standing in lines
for those old honky tonk monkeyshines”
now you could stuy Shakesperare and be quite elite
and you can charm the critics and have nothin’ to eat
just slip on a banana peel
the world’s at your feet
make ‘em laugh
make ‘em laugh
make ‘em laugh
male ‘em…
make ‘em laugh
don’t you know everyone wants to laugh
my grandpa said go out and tell ‘em a joke
but give it plenty of hoke
make ‘em road
make ‘em scream
take a fall
but a wall
split a seam
you stary off by pretending
you’re a dancer with grace
you wiggle ‘till they’re
giggling all over the place
and then you get a great big custard pie in the face
make ‘em laugh
make ‘em laugh
make ‘em laugh
make ‘em laugh
make ‘em laugh
don’t you know… all the… wants?
my dad…
they’ll be standing in line
for tose old honky tok monkeyshines
make ‘em laugh
make ‘em laugh
don’t you know everyone wants to laugh?
ha ha ha ha ha ha ha
ha ha ha ha ha ha
ha ha ha ha ha ha ha
ha ha ha ha ha ha ha ha
make ‘em laugh, ha ha!
make ‘em laugh, ha ha!
make ‘em laugh, ha ha!
make ‘em laugh
make ‘em laugh
make ‘em laugh!