(la presentación)
Conheço meu lugar dice en portugués un verso de este libro. Cualquiera que conozca la obra de Elder Silva sabe de la verdad de esta afirmación. Elder ha sabido ser leal a una serie de raíces que explican la índole personalísima de su poesía: su nacimiento en Pueblo Lavalleja, un caserío de 700 habitantes en la frontera de Salto con Artigas, tan cerca de la frontera brasileña, su interés por las vidas y las cosas mínimas, aparentemente insignificantes que tejen otra historia frente a la Historia con mayúsculas, su atención a los signos de los tiempos y a las cosas del mundo, su amor por la naturaleza y por la música, su fe en la poesía.
Pocos poetas como Elder han desarrollado a lo largo de 25 años una obra de tan sostenida calidad, de tan acabada coherencia. Una de las obras poéticas más refinadas y originales entre la producción de las últimas décadas.
Un viejo profesor uruguayo de literatura, Guido Castillo, decía con acierto, que “Pocos son los poetas, y los pocos que son, lo son muy pocas veces”. Yo me animo a decir que Elder lo es con una asombrosa frecuencia. Sabe indagar la realidad, las cosas más elementales y cotidianas y encontrar allí, como solo la poesía puede hacerlo, una revelación, una suerte de epifanía, un súbito destello de sentido que nos ilumina por un instante y queda en la memoria. Eso es lo esencial de la experiencia estética. Lejos tanto del hermetismo como de lo puramente ornamental, o del costumbrismo, su poesía ancla en lo concreto, en la observación sensible de lo que parece insignificante, como una suerte de red de cazar mariposas. Tenue y sin énfasis, diáfana en su capacidad de hallazgos, logra romper el automatismo de la percepción cotidiana y dar el salto hacia algo que, si no fuera demasiado grandilocuente para alguien con tanto sentido del humor, habría que llamar una dimensión trascendente del mundo.
En otra ocasión hablé de la marca de fábrica Elder Silva que resplandece también en este libro: una visualidad nítida que se despliega ante los ojos del lector y se graba en la retina, un montaje de tipo cinematográfico, una economía de recursos que corre pareja con la puntería para la palabra justa, una peculiar destreza para comunicar sensaciones y sentimientos, y un delicado equilibrio entre la ironía y la emoción, entre la seriedad y el desparpajo.
Este libro, “La frontera será como un tenue campo de manzanillas” y ganador del premio Luis Feria de Tenerife en 2003, está centrado en el tema de la frontera. Algo que estuvo siempre presente en la poesía de Elder, pero aquí alcanza su formulación más acabada. Es la frontera como realidad, la frontera del norte del país, y es también una metáfora, tal vez la metáfora mayor de la poesía de Elder, su palabra clave. El libro lleva dos acápites. Uno de su maestro Ferreira Gullar que dice dias de fronteiras impalpáveis y otra de Aníbal Sampayo:
Los pájaros cruzan de un lado al otro, muchos comen en Uruguay y por la noche las bandadas van al otro lado del río y allí duermen. Esas aves no tienen cédula de identidad, no las detienen las aduanas, ni las banderas, ni tienen fronteras.
Este libro indaga sobre una serie de “fronteras impalpables”. Antes que nada, por la frontera de la lengua, por la que se pasa imperceptiblemente en el norte, como los pájaros de la cita de Sampayo. El libro tiene una sección de poemas en portugués y algunos en portuñol, lo que es algo inédito en la poesía uruguaya, si exceptuamos a Agustín Bisio, un poeta de Rivera, que escribió en los años 40 un libro que incluía poemas en portuñol llamado Brindis agreste. Pero Elder lo hace de una manera menos pintoresquista que Bisio, más atento a esa cultura compartida de la región de la triple frontera norte. Y entonces puede pasar de una lengua a la otra sin que haya rupturas, como en el poema Luz reconocida. Vean como suena:
Louvado seja meu pai.
(Louvado seja nesta terça feira de novembro
sem ele, sem seu olhar.)
Louvados sejam meus avos Sabino Vicente,
a Mariazinha,
a donna Palmira sempre de preto,
encomendándose al más allá
todas las mañanas
de los últimos años de su vida.
Louvados sejam as cores,
os pássaros coloridos na ventanía,
nas manhás azuis
de Pueblo Lavalleja.
Las luces blancas y verdes y amarillas
que se levantan del cementerio
y alumbran el aire en las noches de verano
son el aliento de mi padre,
los ojos de mis abuelos que regresan.
Los ruidos de los huesos de mi padre
me iluminan el mundo.
Decía que, si esa frontera es su lugar en el mundo, también puede ser la metáfora que define su poesía, cargándose de una notable densidad simbólica. Es la frontera imperceptible entre la realidad cotidiana y esa otra dimensión que vislumbra la poesía. La frontera entre lo culto y lo popular, entre la tradición regional y la contemporaneidad globalizada, entre el peso de la memoria de la infancia y los sueños del futuro colectivo. Entre el amor y la soledad. Pero la frontera es también el lugar de los sueños, el lugar utópico por excelencia; Para ser feliz hay que cruzar el puente dice en Cabellos al viento el poema que abre el libro.
La poesía de Elder Silva está siempre en una tensión entre la Naturaleza y la Historia; entre el tiempo puntual, sin tiempo de los árboles, los insectos y los pájaros (que Elder conoce tan bien, y sabe nombrar por sus nombres) y el tiempo humano breve, violento, sin sentido. La eterna naturaleza y la brevedad atroz del tiempo humano, por eso aparece siempre en su poesía el eco demencial, lejano, de la Historia contemporánea. Como en Un gallo:
En un país como este
en un mundo que estalla como un níspero
es extraño que un gallo cante
un canto limpio
en la luz indecisa de este amanecer en Cambará
Y que otro gallo responda, en apariencia
con la misma fe.
Este es por cierto un antiguo tópico de la poesía que Elder sabe volver nuevo gracias al poder de convicción de sus imágenes. Otro es la identificación de la poesía con el canto de los pájaros. La poesía es, como los pájaros en la cita de Sampayo, una vía de cruce de fronteras, una clave para acceder a ese otro lado del puente, más allá de la vida que se disuelve como un alkaseltzer. En un poema titulado “Vuelta al mundo” se hace con sutileza ese paralelo:
Canta un sabiá en Tala
en la profundidad del espinillar
y le responde un azulito en Migues
en el huerto silencioso, en casa
del poeta Juan Carlos Macedo
y luego de recordar el canto de una ratonera escuchado en una película de Abas Kiarostami, concluye:
Es que el canto de los pájaros
da la vuelta al mundo, al sol, al sistema planetario, como algunas veces
-pocas, muy pocas-
también le sucede a la poesía.
La poesía permite vislumbrar otro mundo más justo, lejos de la hipnosis de los medios de comunicación, de la guerra de Irak o de Gaza, de la macroeconomía y las fluctuaciones del dólar, y nos recuerda que la vida está en otra parte, como se sugiere en otro poema titulado Otra tarde en Bella Unión:
Mientras alguien habla en la radio
y trata de convencerme que es mejor
ahorrar en dólares y abrir cuentas a plazo fijo
insisto en recordar otra cosa:
una tarde en un boliche de Bella Unión,
en que había un gorrión revolviendo
en el polvo rojo de la calle, frente a la puerta
mientras pasaba un hombre muy viejo
en una bicicleta amarilla.
De ahí que este libro esté lleno de alusiones implícitas y explícitas a otros poetas, desde Li Tai Po, el poeta chino del setecientos (El mundo está lleno de pequeñas alegrías; el arte consiste en saber distinguirlas.) a Herrera y Reissig, Macedonio Fernández, Ernesto Cardenal, Neruda, Pavese, Oswald de Andrade, Coronel Urtecho, Zitarrosa, Caetano Veloso, José Asunción Silva, Antonio Machado, Ferreira Gullar. La poesía atraviesa el mundo y el tiempo. Y estos poetas conviven en este libro con el padre, el tío Jesús, el abuelo Sabino, el viejo de la bicicleta amarilla, los vecinos de Pueblo Lavalleja, ese mundo de infancia que es su diminuto regazo en el planeta.
Oficio delicado, Elder sabe que el del poeta está signado, como todo esfuerzo humano, por el fracaso en atrapar en última instancia, lo indecible. En un poema titulado En papel astraza el poeta dibuja
un espinero volando sobre un camino vecinal,
unas ramas caídas,
pero, aunque
A los pájaros no se los puede atrapar en un papel astraza,
quedará el dibujo como un pretexto apenas,
un signo del fracaso.
Lo que Elder dibuja con su poesía tiene a veces la sutileza de la pintura japonesa. Vean este poema que se llama Cerca de Picada de Elías:
El molino sin rueda
y la casa escorada hacia el oeste.
El caballo dormido cerca del picadero
sueña con que todos se han ido para siempre.
La luna ya salió por el lado de las anacahuitas
y ahora gasta sus hálitos de luz
en el lomo de los pedregales del camino.
Han dejado ropa secándose en el alambre
del patio
y el viento es como una bandera sin aliento
entre las sábanas.
O este otro, de una visualidad cinematográfica: El caballo de mi padre
El caballo mastica el sol entre los pastos,
la luz azulada
que asordina las horas del verano en la pradera.
El caballo de mi padre come en los brotes de
alfalfa, flores de macachín (rosadas),
las pobrecitas flores del tero
que asoman en la hierba.
Espanta los jejenes con su cola.
y a los tábanos.
Pone en duda el bostezo del mediodía
cayéndose sobre su propia sombra.
El caballo de mi padre ramillea entre ortigales,
elige en el jugo de la gramilla,
tras las retamas que explotan, entre carquejas.
El caballo de mi padre
se alimenta de poesía.
La frontera será como un tenue campo de manzanillas, de Elder Silva. V Premio de Poesía “Luis Feria”, 2003, Tenerife, España. 1ª. Edición Universidad de la Laguna, Tenerife, 2002. Edición ampliada, Civiles iletrados, Montevideo, 2007.