De la novela “Le croupier magyar”

(capítulos 1 y 20)

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 Toutes choses sont sorties du néant, et portées jusqu’à l’infini.

Pascal

La vida es una tómbola tóm tóm tómbola…

Marisol

-1-

Con esta última apuesta del todo por el todo y mientras discurre la noche prodigiosa, tentaré contrariar la mala racha porfiada evitando repetir el error de ocasiones anteriores aunque nada puedo afirmar al respecto. En mi tránsito por la vida terrenal me está vedado girar la cabeza volviendo la vista a contemplar el paisaje de ruinas dejado atrás, contentándome con prestar atención a la doble vía internacional congestionada de vehículos por donde avanzo. Cada tanto miraré intrigado de reojo en los espejos retrovisores por si algún habitante del pasado me viene siguiendo la pista de cerca.

Seré mientras avanzamos hacia el final del relato un personaje convencional llamado Carlo Varacchi. Lo mismo durante las próximas horas de viaje mental en levitación, hasta que todos despertemos del sueño colectivo inducido y cada uno de los aquí implicados regrese a sus obligaciones cotidianas.

Desde hace tres años sin que viera pasar el tiempo mientras el río Tiempo fluye en lechos tubulares y arrastrando semanas parecidas, soy transfusionista titular de una Clínica Médica en Chianchiano Terme. Estación de apariencia calma para los turistas de paso, lugar misterioso sin embargo por razones vaporosas en su enumeración -discreto también- con instalaciones a 89 kilómetros de Siena, la bella heredad renacentista del Palio delle Contrade y que enardece multitudes provenientes de todo el mundo; haciendo circular tres vueltas seguidas, cuando el rito es convocado dos veces al año, caballos de ojos desorbitados en una calesita diabólica montados por jinetes suicidas en trance místico, conscientes de que la gloria efímera del vencedor está reservada para uno solo entre ellos. Ciudad que visito cada pocos meses cuando voy a conversar con mi amigo Juan Introini, quien decidió que Siena era el lugar ideal para que un conjurado de las letras latinas pasara los días de retiro y a la espera del Juicio Final.

Queriendo sosegar allí la existencia precedente -algunas noches creo nunca haber tenido una vida anterior a mi arribo a la Clínica y lo que me dispongo a ordenar es rosario de imágenes polaroid implantado sin mi consentimiento por un hipnotizador- buscando el punto de equilibrio entre trabajo bien remunerado (más si eran casos discretos por enfermedad viral y males sin nombre, que debían ignorar familias tradicionales de blasones, juntas de accionistas de Sede Central con torre propia nominada y diputados opositores al partido político que maniobra. Pacientes conocidos por haber salido años en la pantalla chica de la RAI y casos de procedencia delictiva mafiosa, notables provinciales de ambos sexos necesitados de bisturíes para cambiar el aspecto, trasplantes que saltan la lista de espera con un puñado de dólares de corrupción) y un ocio volcánico, de densos vahos febriles propios a curas termales. Aguas arcaicas en ebullición de minerales con fósiles preservados donde enfermos con fe y muertos de pánico, sumergen su cuerpo al declararse el mandato de autodestrucción.

La ruda prueba del tratamiento tradicional –que requiere una adhesión sincera del paciente con ceguera de convertido- se soporta mejor siendo mayor de la tercera edad, presentando arrugas estigmatizando el envoltorio fofo de músculos, huesos delicados, piel apergaminada y se tiene una fortuna de intereses acumulados en Suiza. Ello, buscando retardar procesos biológicos de la edad hasta donde lo permite el horizonte científico y displicente de trabas éticas en instituciones como la nuestra. Un egoísmo animal queriendo aferrarse a la vida por encima de todo contribuye y cierto afán maléfico para querer seguir respirando a cualquier precio; aceptando obedientes ritos sobre inmortalidad de culturas desaparecidas, firmando a sangre con pluma estilográfica Montegrappa el pacto al portador, pagando el precio fuerte que fijan las potencias contables cuando deciden el oneroso peaje del reino de la muerte.

Entre los apostadores menos afortunados en la ruleta de la vida menguada estamos nosotros, que trabajamos sin tregua retardando sin embustes la vejez de clientes privilegiados y conocemos protocolos de la terapia aplicada a pacientes de manera parcial (existe un secreto tradicional de curación milagrosa en gabinetes bajo llave, la sabiduría ocultista de inspiración egipcia trasmitida de generación en generación) la gestión de las horas libres se vuelve fastidiosa –más siendo joven en un harem geriátrico de ancianos desquiciados- y laboriosa de concretar cuando se deja de serlo, hasta por el mismo terrible mimetismo de la tarea. De ahí la rotación periódica de personal uniformado venido de todos los rincones del Atlas humano, salido de la Colonia cuando los Imperios eran empresas nobles, crueles y colectivas.

Somos los contratados por la Clínica una tripulación itinerante del barco Crucero Salud Asegurada con tres mástiles, que se rehúsa el derecho de entrar a puerto y boga errante por el mar de almas impacientes, infectado de criaturas marinas con enormes tentáculos es otra Torre de Babel medicinal de lenguas y fisonomías UNESCO, con la intención de que nunca pongamos nuestro saber en sincronización compartida. El plano original de la Clínica carece de límites precisos y menos las sucesivas ampliaciones aspirando al infinito de un mercado creciente, imitando construcciones que devienen monstruosas con el paso del tiempo, continuando siendo entelequia arquitectónica indescifrable para el común de los mortales.

Ello contribuye por contraste de espacio funcional, al suceso sostenido de algunos locales multimedia de moda en la ciudad –hay pocos sitios atractivos aquí en las Termas donde hallar algo de diversión- que abren en cada temporada estival. Bellas camareras, originaras de otros mundos paralelos, maquilladas como figurantes para películas de ciencia ficción mostrando seres mutantes, sirven estupendas copas en la barra. Allí encienden pantallas plasma, pasando video clips del top 50 interestelar de la semana y trasmisiones de fútbol, tenis y snooker, póquer Texas holdem y cricket para oriundos del Commonwealth. Predispone el entorno a ligues sorprendentes fuera de la atmósfera profiláctica de sanatorio y morgue bajo cero, cruces apasionados de personajes con orgasmos rabiosos sin palabras entre visitantes y personal local, sexo incentivado por el anillo biológico en movimiento constante de agonía irreversible en la ciudad.

En los últimos tiempos el abuso de drogas duras hurtadas de centros médicos y traficadas al borde de autopistas con impunidad, también la que cruza fronteras inexistentes en el norte de Italia, hizo que la trasgresión química perdiera gracia; parecería que así el mundo siliconado se vuelve menos amargo a cada semana que pasa y estoy bien ubicado para saberlo. Con las nuevas fórmulas experimentales en laboratorios orientales y productos de dudosa calidad, los archisabidos paraísos artificiales a la manera del peruano Carlos Castaneda son cosa de museo perimido. Lo único a considerar es la velocidad de los efectos acelerando líneas de fuga, acortando tiempos de acceso en menos de lo que lleva contar hasta nueve al planeta azul inexplorado, esa masa incandescente que orbita helicoidal en nuestro cerebro blando. El micro clima diseñado de la ciudad y la Clínica deben estar al servicio de marear la divulgación de secretos terapéuticos bien protegidos, confundir al reciente listado de pacientes admitidos bajo nombre falso y la intensidad del tratamiento de medicina punta puesta a su entero servicio, un milagro apostólico que no debería tener precio pero lo tiene.

-20-

Hasta aquí es que puedo suponer situaciones similares que le ocurren a quienes me rodean en el circuito laboral, después cada personaje es un mundo distinto. Los últimos días igual perdí contacto con esa región de delirio superficial –que venía dictando una historia sentimental en crecimiento prometedor- como esos números mágicos de la ruleta de los dioses y que inventan su propia serie. Algo se partió grave dentro mío por razones exteriores que fui conociendo, supuse que se trataba de otra tregua fastidiosa sin incidencia y resultó -por el contrario- el inicio fatídico de una función de cine continuo de películas gore asiáticas, artesanales y sin subtítulos. Ahora mismo en esta parada me lo vengo contando para entender, antes de que sea demasiado tarde y estoy en ruta acelerada, trazando una línea de fuga desesperada en diagonal, buscando el final menos perjudicial para la secuencia y que se adecue a los episodios precedentes; avanzando sin demasiado criterio hacia la resolución deus ex machina que me despierte de una buena vez, si es que esto es una pesadilla transitoria en verdad.

Necesito volver a empezar desde el grado cero para ver claro recapitulando lo ininteligible que ocurrió y reconocer el punto de partida, debo hallarle una exposición racional al comienzo del delirio rescatando el hilo electrificado de la madeja. Siento que algo intruso con vida propia gélido y amenazante comienza a circular por mi cuerpo, transportado por malos pensamientos adormecidos, sangre cambiada de otro tipo y una respiración entrecortada. Ciertos recovecos menos perceptibles de la mente abdican uno a uno sin presentar batalla, los más fieles bastiones del cerebro ceden ante lo furibundo del ataque rindiéndose en bloque sin atreverse a combatir cuerpo a cuerpo hasta vencer o morir en el intento. Será por ello que los nuevos enemigos -que tan inventivos resultaron en recursos destructivos- me ordenaron comenzar la cuenta regresiva, sacrificando el orden natural de los números racionales. Es falso por indemostrable decir –ahora me atrevo a pensar en nombre propio sin otra experiencia que la mía- que llega un momento perfecto cuando se tiene la historia original armada en la cabeza y sólo hay que decidirse a transcribirla en su última versión, sin descanso ni alimento hasta librarse de ella que se vuelve criatura corrosiva.

El argumento, que resulta ser efecto conjunto de tres otros motivos diferentes imponiéndome recurrir a la palabra, aparecía como partes separadas de un puzle multidimensional de treinta y siete piezas cambiantes en movimiento constante. Estaba engañado al creer que una buena historia es la que luego de deletrear la última palabra, quien la escucha descubre que recién empieza. Creía salvarme mediante la palabra de las visiones insistentes sin por ello desembarazarme de agitaciones físicas y estoy en la zona última sin probabilidades de retorno.

La semana anterior ocurrió algo del orden misterioso que decidió volverse inolvidable, machacando en su invasión hasta obligarme a reaccionar si quería salvar parte del raciocinio que guardaba en reserva. Puede ser la imagen onírica confusa e ilusoria de un hombre descendiendo en una estación de trenes que visita por primera vez en la vida, despertar de repente confundido en una nave espacial llamada Event Horizon cuando se dejó atrás la frontera del cosmos consignado. Un recuerdo de infancia asociada al teatro de títeres mimando una crónica de reyes y traidores, la melodía de una canción de amor adolescente cantada en italiano y que pasaban en mi primera radio a transistores. El juego recomienza sin pedirnos nuestra opinión sobre la primera escena y la reacción incongruente del creador cuando despierta nervioso, con la consigna de salir del letargo mediante la invención.

En mi situación alternan dos comienzos disputándose la supremacía; en uno ronda el malestar de consulta médica urgente, resultados de análisis inquietantes y fecha reservada con premura para la intervención bajo anestesia general. En otro, salgo de secretaría luego de una entrevista consultiva con la historia clínica del enfermo internado que van a operar y me cruzo con la nueva paciente. Fue así la aparición responsable de las consecuencias que se salieron de cauce desbordando el lecho del río imaginario que lleva mi nombre. Me falta tiempo especulativo para decidir si ella es bella hasta la perdición, mientras siento al segundo que disolverá mi vida siendo encarnación de la Muerte travestida cuando viene a buscarme. ¿Estaré tan falto de curiosidad, carente de inspiración receptiva y poder de asociación, tan afásico del ingenio verbal y sordo al rumor de los muertos que comenzaré a hablar sobre mí mismo? ¿Qué hice de malo la última semana para que los dioses de Grecia, del Tahuantinsuyo y la India védica me abandonen a mi suerte derivando en un río de tinta negra sin fuente ni desembocadura? ¿Por qué esta sensación de que cada palabra pronunciada me condena a volver el comienzo del grado cero de la escritura? ¿Qué es lo que estoy viendo acercándose que quiere dormirme y parece provenir de ningún reino hipotético asociado a lo humano?

Desde niño olvido el sueño de la noche previa y necesito reacomodar cada amanecer el álbum familiar de mis pesadillas recurrentes. Vivo sumando escenas de trauma frustrante como el jugador en mala racha que arma un castillo defensivo; fortificando piedra tras piedra y que cada siete adoquines –inseguro y dudando- debe retirarse a observar con perspectiva el lento avance de la obra, buscando la visión justa antes de meter mano en detalles de la terminación. La muerte debería ser dolor físico con sufrimiento y confusión sensorial, hasta saberse alma protagonista de otra historia breve sin guardar memoria de la vida anterior y activar el horror de sentir efectos tóxicos del agente externo corroyendo mi voluntad. La muerte resulta lo incontenible naciendo de adentro y viniendo de afuera: es un accidente previsible.

Nunca fui consumidor de substancias vendidas por los traficantes en la acepción tranza de adicción callejera y contacto de falsa confianza entre conocidos. Me sentiría fatal fingiendo amistad de gimnasio con seres despreciables, buscando así humillarme en el canje cash y trato directo del desesperado en territorio marginal luego de pasar controles clandestinos; estar frente a un dealer venido de lejos despreciando mi dependencia de miscredente cuando compro mercancía rebajada –por mi sometimiento de cerdo sumiso a la humillación semanal de venir a su encuentro-, se alegra de mi caída que es lo merecido y cada vez que lo contacto busca estafarme con medidas, tarifas y calidad rebajada de la sustancia es insoportable. Prefiero las iniciativas individuales artesanales aunque sean riesgosas, incitando los límites del experimento al costo oneroso del recorrido por un itinerario equivocado. Mi situación laboral en una Clínica prestigiosa, puede darles a los traficantes una fisura explotable en la atención, la ocasión propicia de invadir mi vida privada hasta emporcarla perjudicándome mediante el chantaje de la denunciación. Con mi trabajo de extraer sangre a los donantes –a veces lo solicitan de camiones laboratorio en fábricas y universidades para alimentar el Banco de Sangre en déficit permanente-, congelarla preservando virtudes originales con el paso del tiempo cerrando el circuito e introducirla en el cuerpo segundo carenciado, el menor descuido en los gestos laborales puede resultarme funesto. Un error de dosis en esta historia de transfusiones que se volvió peligrosa se paga caro, acarreando desempleo de un día para otro y la vindicta pública en redes sociales, penitenciaría firme para servir de ejemplo social y condenación eterna en el edén de los anémicos crónicos.

Guardo en la memoria casos fatales de sangre contaminada –por ignorancia, falta de controles y corrupción de laboratorios- que diezmó poblaciones enteras –recuerdo la coral masculina de San Francisco cayendo como moscas- cuando el comienzo del sida y que, como el hombre moderno sin Génesis del Hacedor -soñado a bordo del Beagle rumbo al hielo austral- también descendía del mono. Lo tengo integrado como principios inamovibles de mi conducta profesional, cada etapa del proceso de pase sanguíneo de un cuerpo a otro debe ser controlado hasta la última gota, ese traslado ficticio tiene algo arcaico de dioses originales y humanidad evanescente tal cual será en el siglo XXXVI. En cada gota puede viajar la muerte del Ser de polizonte, un minuto de olvido en la cadena de transfusión, el mareo de tipo positivo o negativo en la etiqueta de identificación, cualquier casillero omitido del archivo refrigerado puede ser devastador para el grupo afectado. El riesgo cero es imposible de asegurar durante el trasiego, mientras el factor humano interviene en sucesivas etapas la vida está suspendida.

Resulté igual consumidor pasivo de substancias, en especial de la fumata dulzona en sitios públicos a la manera colateral de la guerra por la supervivencia. Me hace bien al ánimo fatigado el ambiente ligero de los bares, la sensación ambigua de que nada y todo puede ocurrir antes de la última copa, después de la tercera. Ser espectador del palco reservando por abono anual, en tanto la ambición del protagonismo a ultranza duerme a sus anchas, siendo princesa de cuento infantil tocada por la maldición de maléficos encantadores; sobrellevando la vigilancia de la depresión, igual guardo en casa bajo llave mis propios mecanismos de defensa en caso de catástrofe natural.

Las amistades circunstancias de la ciudad –ópticos, agentes inmobiliarios, vendedoras de lencería fina, funcionarios municipales contratados, peluqueros y comunicadores de toda laya entre otros reclutados emisarios de la noche-, compañeros de trabajo cuando llegamos a concretar encuentros en territorio neutro, visitas del mundo exterior orbitando expedientes de nuestros y pacientes de la ciudad, parejas aceleradas sin convicción de futuro compartido, la mayoría estaban metidos hasta el cuello en el menú cosmopolita de drogas provistas por el mercado. En la pequeña ciudad termal había dinero fuerte circulando, estábamos en un cruce regional ideal para las rutas del tráfico internacional, la urgencia era una mercancía codiciada y pululaban proveedores cercanos fácilmente conectados por teléfono; eran muchachos concienzudos del oficio rentable de asistencia social que ejercían, si bien a veces perdían ellos también el control.

Esa forma de colectividad creaba malentendidos y accesos de violencia urticante, un tramado de relaciones malsanas exacerbadas por la sexualidad hasta con consentimiento, visiones antagónicas de lo sagrado relativas al negocio. A lo que se sumaba varios cargos de la sección estupefacientes de la policía, superados cada tanto por la realidad del cambio social y delictivo, olvidados de la misión original de asegurar el orden público, aceptando que el colegio privado de los hijos aumentó las inscripciones, sensibles pues a la ayuda en efectivo más otros beneficios químicos; por necesidad psicológica ante el precario equilibro de la vida privada, siendo preferible un toque de cocaína durante el servicio nocturno que levantarse la tapa de los sesos con el arma de servicio en el excusado turco de la comisaría. En la balanza ciega de la Ley se dejaron de pesar argumentos de la justicia, los gramos puros de polvillo reconfortante eran la reciclada medida de todas las cosas y el hombre nuevo de Vitrubio tiene un porro humeante en cada una de las cuatro manos.

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