Le croupier magyar

capítulo 1 / capítulo 20

Por un edificio de más de cien pisos construido, de esos tan magníficos en Doha -tal como vimos en el último mundial de fútbol- hay en general un concurso previo internacional de proyectos, un estudio laureado y quedan por el camino por lo menos media docena de maquetas estupendas. Eso yo lo había visto cuando trabajaba en la novela “Hagan de cuenta que estoy muerto”; allí era cuestión del monumento, basílica y Cruz del Valle de los Caídos, el procedimiento fue el mismo hasta que el Caudillo se decidió por los planos de Diego Méndez y Pedro Muguruza. A eso remanente se le puede llamar para ser ejemplares el camión de rezagados como en la vuelta ciclista, el salón de rechazados en el arte vanguardistas, la exposición consuelo de los finalistas, museo virtual de lo que quedó por el camino, campo minados de empresas posibles que nunca tendrán piedra inaugural con el nombre del arquitecto; quizá en los planos dejados de lado estaba la idea prodigiosa que pudo alterar la historia de la arquitectura y nunca lo sabremos. En la plástica, de vez en cuando, aparecen a subasta bocetos de los grandes maestros y un catálogo que se pensaba clausurado descubre un muro -como el amarillo Vermeer en la Vista de Delft- que despierta codicias de millones de dólares. Así hay grabaciones de estudio improvisadas de John Lennon, fotos de la última o primera sesión fotográfica de Marilyn Monroe. En el taller del escrito hay encarpetados en abundancia de esos proyectos -el caso de Céline estos últimos tiempos es ejemplo mayúsculo- que se estancaron buscando el inicio errático, otro personaje inolvidable al estilo Ferdinand Barnamu, un remate argumental que tarda en llegar o acaso la complicidad de un editor. Ese fue el caso artesanal del largo relato “Le croupier magyar” del cual se avanzan este febrero en La Coquette los dos primeros capítulos y a pesar de que el orden numérico puede aparentar lo contrario.

Como fue trabajado en años diferentes esos capítulos adolecen de cierta discontinuidad; generalmente remedo la secuencia de los cuentos en las apostillas correspondientes, pero al escribir estas notas sobre capítulos sueltos me asaltó la duda, quizá porque trata el título dos temas generales o la historia sucede en instancias paralelas de lo real. Como dijo Neruda, no sé si he sido claro: a veces el tema prioritario preexiste a la escritura y se impone por razones misteriosas en la redacción. Otras, sucede lo contrario, se comienza la escritura que avanza tanteando su cadencia y es allá recién a las cansadas que el tema evasivo muestra su verdadero rostro, pudiendo haber en ello confirmación o sorpresa. Lo que ensayo en esta tregua para mentar ese inédito es más sencillo si evoco los dos temas vectores y las coordenadas por donde se desplaza el cursor del argumento. Uno es el de los estados segundos, la novela le puso relato a esa duplicidad repetida cada día, en un despertar en medio de una pesadilla, en la consulta del psiquiátrico, en todo punto callejero de venta de droga. Algunos ejemplos serían la conversión religiosa partiendo del milagro interior ante la iluminación, la posesión demoníaca que fascina a la sociedad del espectáculo o estados místicos de los anacoretas que recorren la India. La ebriedad versión ginebra, la absenta decimonónica de poetas malditos, la batería generosa de drogas circulando en el mercado, desde la cocaína, heroína y LSD, -The Doors (riders on the storm), El almuerzo desnudo, Las puertas de la percepción, Confesiones de un fumador de opio, la muerte de Dylan Thomas y tantos compatriotas sin ir más lejos- hasta el porro que se compra haciendo cola con los billetes apretados en las farmacias de Montevideo o el paco orillero que tanto bate papo de boliche ha producido. Mención especial, sobre todo luego de la estrategia freudiana, merece el mundo de los sueños: la histeria de Dora (Ida Bauer) y la historia de Sergueï Pankejeff llamado el hombre de los lobos; o la pesquisa mental de Montgomery Clift en “De repente en el verano”. Con tales antecedentes la cosa se ponía complicada del lado de la originalidad; en otros casos recurrí al hipnotismo de los grandes magos y al final me decidí por indagar las posibilidades narrativas de la anestesia, que lo tiene todo en potencia pero ha quedado como ramal periférico de la medicina. De esto trata la novela, del documental onírico que sucede durante la anestesia general, donde se mezclan memoria, lecturas, visiones del subsuelo y alguna salida accidental de la carretera. Para darle una vuelta de tuerca adicional y que podría explicar las incoherencias narrativas, le sumé el misterio de una transfusión; que la sangre no es útil sólo para vampiros clásicos, zombis sedientos y el infatigable Abraham Van Helsing. Cada anestesia emula un trip de los clásicos, supone una intervención agresiva sobre el cuerpo dormido y durante su efecto de manera invisible o brutal yo soy otro; cosa que se comprueba en el largo despertar post operatorio. Sabemos que venimos de alguna parte inexistente en la geografía, la mayoría de las veces olvidamos de dónde, pero si hacemos un poco de memoria retrospectiva observando el vaivén de un péndulo puede haber sorpresas. Hace apenas un siglo, antes de la anestesia del petróleo, donde ahora se levantan las torres inaccesibles de Doha, aquello era apenas una duna de arena, reloj de arena, libro de arena, castillo de arena, nostalgias de las cosas que han pasado, arena que la vida se llevó.