La otra vez l’autre est à mont

Entre hipótesis de ficción y protocolos académicos suele haber desencuentros porfiados estando bien ubicado para saberlo. Teóricamente existe un trato cruzado en colaboración pactada sin contrato y en realidad se cava una zanja, se levantó un muro que obstaculiza la fluidez. El texto aquí comentado fue un intento de perforar un pasaje y formular un híbrido de género; que se estimula y teoriza en todos los órdenes de la vida -incluso en los más íntimos de la identidad sexual-, pero que a nivel de discurso teórico permuta mentes abiertas en ayatolas de la emasculación. Es así: lo acepté como condiciones de producción hostiles e intenté algunas refutaciones en la práctica textual. Sabiendo desde temprano que alegarlo en la vida social entre colegas y promoviendo un debate era una pérdida de tiempo. La diatriba cultural de los medios masivos de comunicación, la crítica de salida y mercado legitima todo tipo de propuesta estética; desconfía sin embargo de la ficción vinculada al universitario, lo mismo ocurre en seminarios y coloquios en las facultades. Tal vez sea mejor así para escribir la ficción, que es el voto que el alma pronuncia y que heroicos sabremos cumplir…

Allá a comienzo de siglo y trabajando yo en la Universidad de Grenoble, se organizó un número especial de una revista sobre la figura del autor. Participaron todos los departamento de las diferentes lenguas; la sección de Español tenía grandes valores interesantes, colegas talentosos que trabajaron a Borges y Manuel Vásquez Montalbán. Lo que hacía de las actividades ocasiones de intercambios estimulantes, combativos sin escenas de pugilato y divertidos. Cuando me invitaron a colaborar, evité mirarme al espejo que siempre nos miente y la tentación de confesar en público mis tribulaciones editoriales. Ellos contaban igual con mi dudosos antecedentes de escritor, me dije que la supremacía en el equipo de Buenos Aires y Barcelona -ciudades queridas- requería una estocada secreta donde estuviera Montevideo. Le dediqué varias semanas a reactualizar la presencia de Isidore Ducasse en la mesa de trabajo, con felicidad ya que es para mí un mito fundador por varias razones. La importancia de su obra en el diseño de la modernidad, el nacimiento en la misma ciudad del Cerro y el Ejido, la soledad de su proyecto acuciado por la muerte, la mitología subversiva de los Cantos en la literatura. El misterio siempre renovado en horas extras de ser escritor uruguayo y para agravar el caso, con dos almas lingüísticas intercambiables. Las relaciones con la tradición francesa y París capital del Siglo XIX, los lentos procesos de reconocimientos, la distancia estancada del circuito uruguayo. Considerando que, si Isidore Lucien hubiera nacido en otra capital letrada de Latinoamérica, habría reivindicaciones de pertenencia cada semana. En los suplementos, talleres, ceremonias oficiales, declaraciones de poetas, discursos en premios, presentaciones de libros, homenajes circunspectos, ferias internacionales, fechas de todo tipo, ediciones críticas, presencia en los programas pedagógicos y lecturas públicas maratónicas cada 4 de abril.

Como bien saben quienes frecuentan la investigación, cada artículo pedido viene con un cuadernillo de instrucciones de todo tipo que, para satisfacerlas es más complejo que el mismo asunto a tratar. Cuando comencé a tomar notas vi que tenía un enorme problema por delante; hay una zona extensa de información compartida sobre Ducasse, pero nada comparable con la precisión de los autores nacidos en Francia. El origen uruguayo para condicionar malformaciones genéticas, huecos de papeles y enigmas en la información: la reivindicación nocturna de la juventud de Bruselas rescatándome como a los héroes que mueren jóvenes, prefiriendo la Gloria tronchada a la vejez. ¿Estaba el navegante solitario en la lista de pasajeros de tal barco? ¿Por qué la aporía irrumpe, desacomoda lo sabido cuando se indagan las fuentes de una poética de la violencia social y personal? Y esa foto que anda circulando… ¿Qué pasa con esa foto? Me prometí escribir algún día un relato sobre ese muchacho bautizado en la ciudad vieja, plagiando lo hecho por Thomas de Quincy en “Los últimos días de Emanuel Kant”. Una parte de lo que hay que decir sobre el conde de Lautréamont sólo puede hacerse mediante la ficción; ello explica el carácter ambiguo del texto, admito que el truco es demasiado evidente pero había que hacerlo. La excusa que se transfigura en comunicación y enumeración de objetivos pensando en un ensayo a venir. Intromisión arbitraria del relato esbozado con perfume de sociedad secreta, sin existencia autónoma; la carta providencial estampillada en Barcelona y con información casual… un recurso tan viejo como la literatura y tan al día como Twitter. Si los estudios de género están en auge como las casas de citas y las relaciones sociales entre los sexos desatan la orgia discursiva en los anfiteatros, es fascinante que en el Cabaret -festejando el primer aniversario- actúe con desnudo completo un cuento andrógino. A lo Marlene Dietrich fumando con boquilla y Julie Andrews en “Víctor, Victoria” sacándose la peluca después de cantar “The Jazz Hot”.