Montevideo en video Ducasse

Pudiera ser un acto fallido y gesto voluntario de simetría, la vigencia del mito del eterno retorno junto al deseo de pagar una vieja deuda de juego. El texto narrativo que inaugura La Coquette resulta ser el primer cuento publicado en libro por el autor, hace de ello treinta y cinco años. Cuando dentro de un tiempo se incorpore con otros que formaban el primer libro a “los ríos ficticios”, evocaré las circunstancias de su escritura y salida en Ediciones de la Banda Oriental. Ahora me conformo con recuperar –sin duda mucha cosa se extravió durante el trayecto y las mudanzas- unos pocos detalles aledaños de esa escritura fundadora, que por algo ocupa esta posición aventajada en la lista. 

En aquel tiempo ignoraba que el tríptico Ducasse / Lautréamont / Maldoror sería responsable del nombre del sitio, evocando bellas muchachas casamenteras cruzando los pasajes cubiertos parisinos del siglo XIX. Todo se desmadró llegando a la treintena en el cruce y mutación del análisis crítico. Estaba trabajando para un concurso sobre Los cantos de Maldoror y de ahí partió el deseo de tentar los relatos propios. En aquel momento yo lo ignoraba, uno entre ellos tiene un lejano parecido con la leyenda del cazador Gracchus de Kafka, que los primeros visitantes del Cabaret encontraran ensamblando en las calas secas de “el astillero”. 

Dicho arranque tenía algo de marcar un pacto preparatorio de escritura: decidir Montevideo evitando el peso de la fatalidad y el confinamiento, la época ruda del país coincidente con la publicación del cuento y una actitud experimental que es –a mi parecer- otra de las fuentes nutrientes de la literatura uruguaya. Más que una decisión creo que fue un mandato, de cierta manera se partía el convenio con el realismo en la primera movida de la apertura, circunvalando el comentario narrativo de lo real. El personaje desembarcado y rápidamente reconocible, volviendo de la muerte decía de una afección por la compañía de los espectros. Aceptando la aberración de las metamorfosis y la crueldad del repudio, me colocaba en un muelle sin retorno; a bordo de la tradición que a falta de mejor alias llamaría modernidad. Se rompía el sello lacrado, no volvería atrás aun sabiendo que el viaje sería más prolongado tomando ese rodeo. Para viajar al corazón de la patria literaria había que dejarla atrás, quemar las naves, la biblioteca, los manuscritos propios combustibles y que la danza del fin del mundo recomience de una buena vez.

El principio de Van Helsing

Olvidé las circunstancias precisas –pudo ser un archivo en los estudios de televisión, la generosidad de mi amigo fotógrafo Jorge Cagianni- pero en una de las vueltas de redactor publicitario, tuve entre mis manos unos clichés extraños en Montevideo. Estaban relacionados con el mundo norteamericano del cine, de la época dorada cuando la ilusión era sin Sensurround ni Technicolor. Andarían cerca del formato 20×27 blanco y negro, eran copias de calidad estupenda, parecían soportes promocionales de distribuidoras locales o laboratorios de revelado. Alguna entre ellas las volví a ver buscando en Internet; por empatía infantil recuerdo una muy tierna de Laurel y Hardy, mirando los dos un tablero de damas en medio de una posición de partida. Perplejos, ellos parecen confrontados al secreto de la Creación, siendo que eran marineros de agua dulce reclutados en un corto metraje de 1934. 

Luego había un toco de tomas en varios tamaños y distancia focal de Béla Lugosi, de cuando el actor se vestía para ser el Conde Drácula, personaje que le vampirizó una filmografía impresionante. La duda en mi era permitida porque faltaba la respuesta: ¿qué efecto sobrenatural hizo que se juntaran el clic de la escena original de 1931 y mi curiosidad mientras buscaba titulares para vender televisores Hitachi y cosméticos Néfer? La tentación también; eso llegado a mis manos significaba algo y escoltaba una línea velada de mi estrategia. Como nunca había participado en episodios de la mitología de la modernidad, intentaba forzar –a veces bien, a veces mal…- los esponsales de esos monstruos hipnóticos con la realidad uruguaya y con los que allí nacimos. Leí la novela de Stoker y creo haber visto todas las versiones para cine del malogrado Conde, con sus declinaciones hasta el año 2000, cuando se filma el enigma del precursor Nosferatu. Sentí que pacto y perjuro por amor era condena eterna, la agresión a lo humano de connotaciones sexuales e inspirada por el instinto de supervivencia; en nuestro héroe coexisten lo fantástico exponencial, la persecución de la presa cazada y se nutre del eterno secreto de la sangre. Drácula es una excepción en el museo excéntrico de un siglo violento, Abraham Van Helsing con su consigna de persíguelo y destrúyelo fija la norma de las sociedades totalitarias. 

Después y ultimando el relato se cuela la duda, poco sabia de Lugosi y menos de su final en 1956; apenas nos agitamos entre sombras, actuaciones imaginadas, versión fluctuante de la vida, falacias intencionadas de la prensa y el éxtasis socarrón frente al hombre destruido. Ante el misterio somos como Stan y Ollie mientras están en puerto; miramos la posición de fichas redondas blancas y negras. Sin saber quién mueve, cómo se mueve y cuál es la finalidad última del juego en el que andamos metidos; hasta que un fósforo nos quema los dedos, nos volvemos torpes y tiramos el tablero. Sólo el teniente T. E. Lawrence sabía las dos maneras nobles de extinguir el infierno en miniatura.  

Noticia (acerca de Horacio Quiroga)

Interesado desde temprano por la literatura uruguaya en tanto lector, la poética del cuento propuesta desde el interior y el destino dramático aparentado de muchos escritores compatriotas, era ineludible que me interesara por la nebulosa catalogada con el nombre Horacio Quiroga. Fue necesario para situar mi tradición de consumo personal, escuchar el llamado zoológico de la jungla de los relatos y más tarde intentar la propia partida al corazón de las misiones, con muelles delirantes para caucho y yerbales sobre el río Paraná. Uno comienza por querer buscar al maestro de los cuentos de la selva, luego se extravía sin perder la motivación en la selva urbana, hasta que un buen día los trabajos dan sus frutos amargos y se puede imitar a Henry Stanley:

-Horacio Quiroga, supongo…

Sabía que lo había leído, también lo que enseñé a los más pequeños sobre el horror incrustado en las familias, que fui a Salto a buscar peluquerías de las de antes y un mensaje telepático venido del más allá, que prologué Anaconda para una edición francesa de bolsillo. Lo que no sabía era que escribiría un libro de relatos inspirado en algunos episodios de su vida y tratando de seguir los protocolos de su “Decálogo del perfecto Cuentista”. De todo eso tendremos tiempo de regresar en los próximos meses y en detalle. Esta “Noticia” es el texto relato que abre el libro –como esa escena de antes de los créditos iniciales en los James Bond- y respondía a una pregunta que rondaba mientras avanzaba la escritura del libro. ¿Quién recuerda a Quiroga una vez que cruzamos el pantano del siglo? Es sin duda un asunto rioplatense, por eso sus dos ediciones son uruguaya y argentina y sus editores Alberto O. y Alberto D. Cuando lo intenté afuera del virreinato y dado el título “El misterio Horacio Q” la duda se instalaba, ante la ausencia de noticias elucidando que Q era Quiroga y que Horacio Q. seguía siendo –todo lo injusto que se quiera- un desconocido para el comité de lectura, relegado entre los jóvenes por Luke Skywalker, cursos prácticos entre los muros de Hogwarts y la inventiva de Dexter Morgan. Siempre es tarde para convencer a los incrédulos, pero los adictos nunca faltan, la secta se vigoriza y hay fake news sobre Quiroga circulando que nos permiten ser optimistas. Por ello en la Noticia preliminar –con la ayuda valiosa de Augusto Monterroso-, quise librarlo de la verosimilitud anecdótica para que me conduzca y si está de ánimo, al tercer reino de la ficción literaria.

Dunsinane, al alba

Esas cosas pasaban por el inicio de los años setenta, lo radical de lo ocurrido en Uruguay –que tenía una caja de resonancia en todo el continente latinoamericano- llevó a una categorización resumida de la crónica evenencial, descartando matices que definieron el final melancólico de la película en 1985. El discurso de las ciencias sociales y una versión de la historia dejaban fuera cientos de historias de poca trascendencia, chatarra destinada a la papelera del disco duro social; por ello la posología memoriosa literaria es necesaria, asumiendo la probabilidad del error cuando se fisgonea en entresijos y pliegues del telón. Se la designa infrahistoria, descarte necesario, efectos colaterales o cuentos pendientes; cuando el testimonio abandona la palabra por redundancia es que comienza la literatura. El intento de dar vuelta la tortilla quedó en tentativa, no todo el Uruguay pasado merecía ser barrido y la resultante concreta fue la represión con su séquito de prisión, diáspora, quiebre y secuelas en historias individuales persistente; al fin de cuentas, un buen día con sol alguien tira un pedazo de asado a la parrilla, pasa el mate con yerba nueva, recuerda a los difuntos y comenta actuaciones en el Teatro de Verano para el concurso de carnaval.  

En esa tormenta de arena los personajes se ofuscan y despistan, las brújulas fiables enloquecen y se toma el rumbo equivocado. Nadie conoce de verdad al compañero de ruta y se termina –sin sábelo, porque los dioses de siempre así lo decidieron- actuando por metáforas: comediantes en el gran teatro del mundo haciendo aspavientos que nada significan. Se escribía tanto de los protagonistas reales, que para entender lo ocurrido a una colectividad debe apelarse a personajes deslucidos y menos heroicos. Que a nadie se culpe si en La Coquette reivindicamos ese poder del relato; rescatando un cuento añorando el precio del poder y manos ensangrentadas; donde se escucha el tango del viudo a perpetuidad y la olvidada narrativa de balneario uruguaya de hace medio siglo. “Dunsinane, al alba” quiso espiar cómo vivió un anticuarlo los embates del movimiento inspirado por la tabula rasa, lo que puede ocurrir en el camarín íntimo de un actor, mientras la cuarta pared de la escena se derrumba ante un bosque que se mueve, tal como lo dijeron las tres brujas. Llegada la hora dramática crepuiscular, es difícil diferenciar actores reales sobre la escena ocupada por espectros y negándose a ensayar la tragicomedia del olvido.

En el palacio del Rey de la Montaña

Horacio Quiroga nació dos años después del estreno de la obra de Grieg sobre la historia de Peer Gynt y murió seis años después de la creación de M el maldito de Fritz Lang. De ahí el título del cuento que se articula en dos partes o capítulos; luego de leer la NOTICIA (texto ya incorporado al Club de los narradores) el cuento abre la expedición al universo del escritor salteño por los atajos de otros argumentos. 

El protagonista se ve arrastrado por una serie de acontecimientos de índole familiar al interior de un territorio hostil y que él desconocía. Todo da un vuelco para que la tragedia pueda exponerse en su extensión; la vida se satura de signos variados de difícil interpretación y más cuando se debe leer la carta celeste de los presagios, donde interactúan planetas previsibles, agujeros negros y pocos meteoritos que perforan la noche del descanso. El padre del narrador muere, no por accidente como ocurrió con Quiroga, sino que se suicida en la casilla de los servidores jardineros por razones de acciones la Bolsa e intereses descapitalizados. Huérfano tardío, comienza el desorden para el heredero inepto al sistema bursátil y siente afectado el sistema nervioso crítico desde antes del suicidio. 

Debió reponerse en playas soleadas de Maldonado según aconsejaba la prudencia, él prefiere el litoral desde donde se vislumbra el rio Uruguay y la otra orilla argentina. Piensa recupera la paz interior, una comodidad de pasadas vacaciones de cuando niño. Se verá enfrentado a las peores inundaciones que vivió el país en el año 1959 y otra vez el mes de abril… El primer capítulo considera el segmento que va desde el descubrimiento del padre colgado hasta la saturación de los signos en la naturaleza. La crecida es cuestión de horas y las secuelas cuestión de horror y vive recluido algunos días. Sin distracción inmediata, el episodio vivido con el progenitor comienza su tarea cerebral; para llenar las horas de setenta minutos, rearmando la estabilidad emocional en paralelo, tiene la ocurrencia confesional de escribir un Diario de la Inundación, lo que no resultó de las iniciativas más felices. 

Vía Santiago

Es esa emoción que a veces nos atrapa desprevenidos con una copa en la mano y mientras estamos pensando en otra cosa; cuando estoy escribiendo esto escucho en youtube a Santiago Luz tocando “Summertime”. La música que abre “el club de los narradores” con las primeras tomas de la película de Woody Allen, es de Sidney Bechet: “Si tu vois ma mère”. Tal vez quise escribir la ironía de esos dos destinos unidos por el clarinete, la piel, el jazz, la escena… y lo mismo puede ocurrir con los escritores; no sólo los senderos de los jardines se bifurcan, también el destino de los músicos. Pasó tanto tiempo desde la primera salida del cuento… más que un recuerdo personal parece ser algo escrito por otro; pero todo lo allí consignado fue verdad excepto lo que es ficción, salvo detalles de trucos elementales queriendo que lo rampante cotidiano se vuelva emotivo en la escritura, como los primeros compases de tiempo de verano.

Esa noche narrada, que pintaba para ser otra de tantas, se vuelve soñada e inolvidable porque creí que ahí había algo de lo sublime que debe ser escrito. El Carpe diem de la suerte de haberla vivido: yo estuve ahí y les quiero contar. El ubi sunt que tanto repetí a mis estudiantes: ¿dónde está Mariana García Vigil cantando Ojalá? ¿Es verdad lo que cuentan de Leonardo Rey o seguirá jugando en Bohemios? Ramón Mérica ¿recuerdan a Ramón Mérica después de medianoche en su Pub encantado? Era una de las tantas noches que se volvió esa noche del Sherlok de la calle Mercedes, en el centro de la ciudad. 

Debió de ser 1979. El año que vimos a Marlon Brando pelado leyendo T.S. Eliot, escuchábamos a Pink Floyd y yo dejaba atrás mi vida de soltero. Una noche ocurrió eso que se cuenta, que regresa años después y nos hace inclinar la cabeza. Algo sublime se produce cuando suena un clarinete tocado por uno de esos dos negros del comienzo, mientras el coronel Walter E. Kurtz lee:

This is the way the world ends

This is the way the world ends

This is the way the world ends

Not with a bang but a whimper.

Nunca conocimos Praga

En el comienzo fue el título de un cuento, que luego fue el título del segundo libro de relatos publicado en Montevideo en 1986. Algo debió pasar en aquellos meses que se volvió gesto reincidente de escritura, ejercicio de taller narrativo, desafío tomando al tiempo como testigo, experimento de laboratorio ficcional por hacer algo diferente. En los próximos meses expondré los protocolos del proyecto y que están publicados, pero ahora una síntesis me parece suficiente. Se avanza con dudas entre equivocación y para evitar ser sofocado por interrogantes persistentes, deben tomarse iniciativas causticas; por ejemplo: el trabajo en ordenador en lo que a mí respecta, hizo que la estimación del manuscrito perdiera valor. No hallaba interés a un cotejo acaso estéril entre la primera versión manuscrita sobre un cuaderno y la penúltima salida de la impresora para proceder a correcciones sobre papel. Igual me interrogaba esa opción de obra en progreso, que pedía aplicarse a un largo proyecto de poesía o a las novelas con una heterodoxia secreta. 

Aceptando la noción y queriendo verla en movimiento, sabiendo que el valor exegético se había desplazado en la era industrial del manuscrito a la primera edición, me dije que había sólo una manera de acceder a las transfiguraciones de poder y flaqueza en la estrategia de un escritor: hacer que se escriba el mismo libro con alguna diferencia de años. Es lo que hice así en tres oportunidades, en 1986, 1997 y 2003. Una lectura en superficie puede hacer pensar que se trata de reediciones del mismo título; corroboro que aun teniendo el mismo título, son tres libros diferentes en tanto las posiciones de la partida cambian en el camino: se altera el orden original de relatos, un cuento se envicia con abstracción y luego recupera claridad, otro aumenta en volumen exigiendo tratamiento de novela que tarda en definirse; un viaje en tren se vuelve trama de traición en la Praga del socialismo real, el cuento que parecía redondo se escinde como célula manipulada creando otros organismo narrativos. 

Después del 2003 se me hizo difícil conseguir editar para publicar las nuevas transfiguraciones, pero claro seguí trabajando sobre el proyecto. Decidí que entre 2018 y 2019 tenía material suficiente; son esos relatos que se incorporan a uno de los shows de La Coquette, siendo a la vez asuntos conocidos y situaciones inéditas. Durante los próximos treinta y seis meses deberé resolver dos asuntos: a) decidir si habrá una quinta versión y si tengo ganas de hacerlo, confieso que por ahora con cuatro me parece suficiente para el dispositivo. b) si merece abrirse en La Coquette un anexo amplio para alberga los cuatro libros que son uno. En cuanto al relato mismo, estoy conforme con la cosecha 2019. 

Alguien por cuarta vez en Praga y que conoce la cultura alemana, las tesis del pensador que se llamaba igual que el gato de Cortázar, se vale del mal pulmonar del Dr. Kafka como atajo para evocar su historia de amor terminada en separación. Con el desenlace, le llega la iluminación de que uno de los puentes de Praga apoya el otro cabezal en un callejón del sur montevideano, junto a una esquina donde lloverá siempre. 

La perseverancia del hombre mosca

Como profesor de literatura me interesaba insistir en el Liceo 14 sobre los indicios dispuestos en un relato, luego seguir la dinámica interna hasta alcanzar designios terceros del autor; eludiendo en lo posible la redundancia de lo real, el mimetismo sabido y previsible, la clonación hueca del cotidiano. Buscar despacio la diferencia que aparecía a veces así tan de repente en los textos estudiados, como una mosca pegando contra el vidrio de la ventana. Cuando un relato produce efecto –emocional, estético, de sorpresa- resulta de una combinación original para los estudiantes; pero –y es la lección del cuento logrado- ello ocurre si los módulos aislados del dispositivo están próximos en tensión al joven lector. El efecto resulta necesario, pero en la resonancia narrativa cuando su acoso es constante (la marejada de interés reciclado por las series) necesitamos el auxilio del arte combinatorio, el misterio cifrado y la introspección como relato. Cuando todo exige transparencia pública las vidas seductoras preservan el secreto, mientras la ciencia ficción entra a saco en las estrellas, la astrología de los antiguos recupera credenciales, en tanto los crímenes se resuelve con ADN hay que revisitar secretos alquímicos grabados en las catedrales. 

Recuerdo de muchachito mi admiración por los cinco dedos de René Lavand -un mago manco para un joven lector es un agüero casi cervantino-, el prestidigitador argentino del año 28 alcanzaba la maravilla mostrando el juego de lo imposible una, dos y hasta tres veces; luego decía taimado y actuando, seguro de haber protegido el secreto: “no se puede hacer más lento”. Quizá alguien envidioso descubrió y hace circular su truco por la Red; tampoco impresiona ese rictus de soplón y me someto a Lavand por ser la magia auténtica: se preparó para ello toda la vida y sigo teniendo fe en su palabra. Es un pacto entre caballeros cercano a la experiencia literaria; de ahí viene tal vez una línea de mis cuentos, que llamaría búsqueda del relato en transcurso. Vía secundaria o rueda auxiliar en caso de accidente cruzando la ruta principal

Todos los elementos dispuestos en el cuento sobre el hombre mosca existieron; la primera parte tal cual, el nexo entre las cronologías puede impugnarse en su exactitud y los episodios de la infancia fueron idénticos, pero se sucedieron en otra secuencia distinta a la narrada. La emoción resultante al escribirla evoca una vivencia íntima y destila lo que se rescató del olvido. La literatura es la memoria de aquello que existió pudiendo no haber sido y el cuento quiso hilar una combinatoria infinita como los tratados clásicos sobre las moscas. Ensayar un nuevo sortilegio con pocas cartas sobre un austero paño de pantalla, haciendo subir a mano limpia un hombrecillo por las paredes exteriores del Palacio Salvo, apostando sin trampa a la vista de todos los curiosos, teniendo en las manos el Tarot que predice eventos del año 2020 tan lejano, sin que vuele una mosca. Sólo recién después de finalizada la proeza de Yamandú una voz conocida le comenta a mi padre: no se puede hacer más lento…

En el palacio del Rey de la Montaña (capítulo final)

Creemos en las mitologías cuando los relatos sobre el Antes tienen parecido con escenas de la vida real del vecindario, validan un doble movimiento; ayer es la llegada del diluvio y mañana el panorama desolador cuando las aguas se retiran. La pasión amorosa es también su convalecencia de separación, el viaje de ida supone el otro de vuelta, el pasaje al acto considera lo que ocurre después. Es la moral estética de David Lynch en los reinos distorsionados: todo acto tiene consecuencias; así con traumas infantiles, iniciaciones varias de educación sentimental, muecas cuando la enfermedad se apropia del cuerpo. El cuento necesitaba esas dos partes, como las marcas en los puentes y paredes para medir la crecida del río insistente: nada será como antes. 

Para el relator –conspicuo miembro del club de los narradores- todo se complica por ser personaje protagonista en la encerrona cuando los indicios lo abruman. Una fuerza lo lanzó en la correntada de la intriga negándole espacio de maniobra para salvarse; expresiones tales como entre la espada y la pared, el círculo que se cierra, al borde del abismo y el clásico callejón sin salida, se las puede aplicar con naturalidad a su situación. Desde que comenzó a hablar en público perdió pie en su zona de protección: suicidio del padre, desarreglo familiar, escapada al litoral y desastre cósmico de la inundación plagiando el Delta del Ganges. Esa serie progresiva deforma los parámetros y la figura geométrica de la vida se distorsiona. Acaeció el diluvio que todo lo altera y la quietud es traicionera, el paisaje putrefacto y la calma aparente desatan la segunda ola de réplica; si el cataclismo lo mantuvo a flote, la bajada en pocas horas lo arrastró a círculos fangosos de sí mismo. Las buenas historias cuentan la intriga de alguien que, rehusando salir de la vida previa se mete en otra trama sin lograr dominarla. Se aleja del hermano y descubre al policía argentino que lo tienen en la lista negra, domina la reclusión mediante el Diario de la Inundación, pero el pensamiento se desorienta en barrios pobres de Dusseldorf. Está saliendo del dolor de familia y es atrapado por un horror criminal sin guion, viene de crónicas sociales de burguesía capitalina, se descubre andando entre seres tocados de amor, de locura y de muerte. 

Busca una cuerda para emerger del lodazal y se aferra a la soga del padre ahorcado, hundiéndose fatalmente en arenas movedizas que hipnotizaron a Rosanne Spearman. Buscando el sueño reparador apoya la cabeza en el almohadón de plumas, mientras el Morelli noctámbulo recuerda que fue un jueves cuando conoció a Lorenzo Cubilla ya es tarde: el veneno del ofidio colonizó el cerebro.

Recibimos y publicamos

Se comienza a pensar en escribir partiendo de sucesos y seres conocidos, de la misma manera que Buffalo Bill comenzó la serie criminal con muchachas del vecindario, le dijo el Dr. Hannibal Lecter a Clarice Starling. De haber sido músico entonces, teniendo en cuenta lo que programan las broadcaster FM actuales, yo habría retornado al territorio tanguero, tierra de discusión interminable sobre orígenes y paternidades. Quizá uno de los tangos más montevideanos y porque habla del barrio Sur es Isla de Flores. Los dos autores eran uruguayos y la calle aludida se la puede ubicar ahora mismo con google maps. Viene al caso por un verso que aparece en la versión cantada por otro uruguayo; en el sitio Todo Tango ese verso dice: calle… de mis primeros afiles. En la versión del cantor uruguayo, el zorzal canta: calle de mis primeros principios; ello se retoma en la sensible versión de César Consi que ilustra la letra en el sitio y grabada en 1985. Les creo al tano Consi y a Gardel; fórmula extraña desde una poética rigurosa esa de mis primeros principios, discutible por el estilo y ejemplar para la comprensión del proceso.

Eso de los primeros principios se aplica al autor de “Recibimos publicamos”. Por un lado, tenemos la iniciación a la tradición literaria como experiencia universal (Weltliteratur de Goethe) y luego esa cercanía barrial aludida líneas atrás. Asumir la potencialidad de cosas próximas como ocurría con Felisberto Hernández y entonces irrumpe Cortázar en las lecturas, sobre quien volveré en varias oportunidades. Ahora retendría dos calidades del autor de “Rayuela”: la lectura feliz con beneficio de sus dos libros almanaque, donde estira las fronteras de centros de interés siendo el jazz, seres extravagantes incluyendo asesinos seriales y boxeadores parte del asunto narrativo. Después lo extraño acumulado: profesor de literatura, nace en Bruselas la ciudad que inventó a Lautréamont, traductor de Edgar Allan Poe, un gato llamado Theodor W. Adorno, el año que yo nací y comienza el Festival de San Remo se instala en París, amigos de los padres de Jean-Philippe Barnabé gran felisberteano, e intensa actividad del género cuento manteniendo la tradición, autor del libro “Final del juego” editado en 1956 el año de la muerte de Lugosi.

Dentro de ese libro está “La puerta condenada” que tiene algo de relato excomulgado. Se trata de una historia imposible de olvidar, uno de esos cuentos que me hubiera gustado escribir y lo fantástico se escucha llorisquear en un hotel del centro de Montevideo. Es un relato nocturno y con espectros, sublimando la mansedumbre con que a veces irrumpe lo incomprensible; la gerencia del Hotel Cervantes se siente afectada por el argumento y decide pasar a la ofensiva. Para leer “Recibimos y publicamos” es necesario conocer “La puerta condenada”. En edición papel por si alguien pregunta, hablaría de homenaje al incondicional de Thelonious Monk y como escribí después otros relatos sin quedar encerrado en el hotel de la calle Soriano, opinaría que se trata de exorcismo literario y hasta ahí llego.