Más allá del Bósforo

La idea antes de redactar era dar cuenta del paso del tiempo y exilios menos famosos, admitir el escollo de narrar la juventud perdida a quintas nuevas y tampoco había derecho a nublarles la vida con abusiva nostalgia. Cuando crecemos, de sopetón igual se vienen refranes de “Volver” y lloramos sin querer, la cadencia de “Avec le temps” de Léo Ferré y seguimos proyectando mentalmente el final de Casablanca escuchado “As time goes by”. La idea del cuento está añejada y en Montevideo pasé varias tardes en ese terreno deportivo al aire libre. Luego viví en el barrio del showrroom de F. C Barcelona, donde el nieto del narrador elige la camiseta de Luís Suárez y yo leí el poema del título. Sigue funcionando el mecanismo del objeto que abre puertas de la memoria y acaso un relato es la única justicia que puede obtener una causa de dolor, las historias inventadas pueden ser a veces, si uno anda derecho, el antídoto contra la amnesia veraniega. 

Hablando de Uruguay es curioso que haya poca narrativa del fútbol, siendo uno de los cursores que al parecer nos definen. Horacio Quiroga tentó el deporte en su condición de ciclista, sabía que Hugo Alfaro era asiduo al estadio, Jorge Musto se declinó por la geometría marfilina del billar; con mi padre seguimos a Peñarol más de diez años los fines de semana y en mi interior los colores de Danubio F. Club, que era del barrio donde pasé la infancia. Ahora mismo si se hiciera una antología del fútbol, seguro aparecen buenos relatos de periodistas deportivos, pero el equipo terminaría una vez más en “puntero izquierdo” de Mario Benedetti, con “Garrincha” de Galeano con la camiseta número 7. Para ese cuadro literario, aunque resulte insólito, faltan nueve jugadores y carecemos de banco de suplentes. Así que había que organizar otro partido entre pataduras, mientras pedimos que salgan al terreno los cuentos de Emilio “cococho” Alvárez -que vivía a la vuelta de la casa de mi madre- de Julio Bardanca, golero de Danubio que hablaba con los pibes del barrio en la peluquería de Julián Morales y los de afuera son de palo.

Ignoro si es lejanía o importancia, recelo de recursos que se estudian… quizá persiste la confusión entre fútbol y futbolistas. Como en el Cabaret los mundos tienden a acercarse –ocurrió con el box, el tenis y con la tauromaquia, incluido el bello video clip de Madona- yo debía recuperar ese partido terrible que emprendió vuelo. Había que salir de la cancha atlética entrando al trágico anfiteatro rectangular: 105×68 como el Camp Nou. Escapar del círculo de cemento del estadio Centenario del Arquitecto Scasso y pisar el terreno minado de las fuerzas armadas. 

Hacer que una historia en dos tiempos destinada al silencio, se disimule en atanores de viejos druidas y mientras vigilamos a los purretes que buscan su puesto de titular en la vida que sigue. Me daría por satisfecho si alguien, alguna vez llega a preguntarse si la pelotera esa sucedió realmente, mientras los pájaros en bandada ensordecedora vuelan hacia los Mares del Sur.

Monólogo interruptus por Miss Candy Loving

En el año 1988 se vivía en Uruguay el tercer año de regreso a la vida democrática; fueron meses de balance y perspectivas, memoria y justicia exigida, regresos del exterior, dolor y camuflaje, reacomodos políticos con mutaciones, historias personales complicadas y la ciudad letrada saliendo del atolladero, mientras los relojes seguían avanzando hacia la postmodernidad. En febrero se realizó el Montevideo Rock II en el estadio Luis Franzini y yo estuve ahí… aunque ahora creo que aquello fue un sueño. Se movían por igual las fuerzas de la memoria herida y el deseo, la mirada a la ruta abierta de los años 90 y el espejo retrovisor embarrado. Sería exagerado decir que se vivía una movida al estilo español, pero se seguía lo allá vivido en caja de resonancia atrasada, con la lectura de Cambio 16, la voz de Ana Belén ahí está ahí está viendo pasar el tiempo… y las aventuras de Pepe Carvalho con Eusebio Poncela. Se pasaba de una cultura de la resistencia a otra de respiración más cargada y surgían personajes paradigmáticos como Gustavo Escanlar. De manera laboriosa se verificaba la famosa cita de Gramsci sobre la circunstancia de la crisis y las anomalías que engendra.

En ese mismo año las Ediciones Trilce tuvieran la idea de publicar una serie de libros narrativos temáticos por encargo. Se elegía tema y se pedía un relato a un grupo de escritores creando así una antología, que era también un scanner de la situación de la narrativa compatriota por ese entonces. Yo participé en la temática policial y en la primera entrega, que era sobre erotismo bajo el título de “cuentos de nunca acabar” Me propuse sub tratar el tema y elegí la variante del placer solitario, supongo que por voluntad de diferencia y sin explicar las razones por las que me negué a las otras posiciones del ars amandi. La cuestión fue que el asunto se volvía serio y aún me asombra el campo de repercusiones afectado por una simple manipulación. Vía Fellini se vuelve recuerdo de la infancia, el segundo gesto sensual después del mantra asa nisi masa para llamar espectros de la familia. Con el Dr. Freud sabemos que puede ser parte de la inquietante extrañeza ante el mundo y la sexualidad. La masturbación es de los capítulos con más didascalias en tratados teológicos, si bien es cierto que Onan pertenecía a una familia complicada con José y sus hermanos.

En aquel entonces quería hablar de obsesiones amorosas como el tango “guapo y varón”, “sabor a mi” y “ojalá” de Silvio Rodríguez tomando el atajo de la fotografía. Una modesta refutación al Dr. Tissot (médico suizo con nombre de reloj), que teorizó sobre las consecuencias del acto en niños que abusan de la paja y de otras leyendas que enturbiaron el diagnóstico inicial. Era un reconocimiento desplegado como página central al cuerpo femenino y sus misterios infinitos; es cierto que el tiempo pasa y nos vamos volviendo viejos, pero la Playmate del 25 aniversario de la revista era ícono para taller mecánico de mucho cuidado, también para un taller literario. Tenía en lo personal algo de añoranza por el año 1979 cuando salió el número aniversario; eran tiempos ambivalentes. Trabajaba en la publicidad y cada tanto veíamos llegar a la oficina una publicación de Hefner; ese hombre sonriente fumando en pipa, con bata de satín bordó, un Chivas Regal en la mano y rodeado de bellezas en ropa interior tenía algo de paraíso perdido. Y así era el cotidiano en la espera, de mañana noticias sobre la noche uruguaya, luego unas diez horas parecidas a la primera temporada de Mad Men versión Ferrero & Ricagni, luego a negociar con la vida porque “a pesar de vocé, amanha vai ser outro dia…” Con paseo sublimado por la plaza de Oriente donde recibe Pepe Carvalho, imaginando cuartos de hoteles tres estrellas donde aguardan muchachas todavía más hermosas que miss Candy Loving.

Lefaucheux I

Algunas leyendas que se vuelven literatura, aunque no se las lea seguido, tienen nombre de espada, de islas. Excalibur y Avalon en la saga del Rey Arturo, Ítaca como novela del regreso antes de seguir de largo, Tizona y Colada en la lengua castellana. En Uruguay las armas de fuego tienen su crónica acerba en la memoria de los Orientales; fue con pistolas de la casa Lefaucheux que Arredondo asesina al presidente Juan Idiarte Borda y Quiroga mata a Federico Ferrando. Las armas las carga el diablo y le dieron título a un cuento de siete disparos que incluí en “El misterio Horacio Q”.

Más adelante insistiré en los detalles de dicho misterio, ahora es procedente considerar que el libro de 1998 se organizó provocando el cruce, arbitrario y casual, fatal y tautológico, de los “fórmulas” que Quiroga fijó en el famoso “Decálogo del perfecto cuentista” y episodios elegidos de la vida de Quiroga que, por su carácter radical y concluyente en la existencia, son módulos de comportamiento dramático. Catálogo de escenas capaces de decidir y desviar las jornadas de una vida por sus causas y consecuencias: salteño viaja por mar a París el año 900, narrador tentado por el cine, poeta vanguardista mata accidentalmente al amigo, escritor viaja al corazón misionero de las tinieblas, sentenciado por la enfermedad se suicida con cianuro. Cuando los hechos del dispositivo “matar al amigo” se movilizan, Quiroga tenía recorrido un rumbo sombrío en la vida, que se puede cotejar en “Noticia” de esta misma sección. 

Quizá para ahuyentar esos signos de una fatalidad, activada con justeza de péndulo, el muchacho se exhibe en una sociedad pacata saliendo de la barbarie mediante actitudes de provocación. Posa en fotografías que nada le envidan a los clichés surrealistas, incursiona en la aviación, pedalea en ciclista pionero, ensaya la escritura poética siguiendo modelos venidos de la capital del siglo XIX. Propicia la formación de “El consistorio del Gay Saber”, en combate trovadoresco con la “Torre de los panoramas” del divino Julio Herrera y Reissig, que presumía de inyectarse la dama blanca en las venas. Dándolo al asunto aires folletinescos se estimulan duelos por ofensas, distrayendo la vida, contrariando la monotonía de la aldea oriental sobre el rio de la Plata.

Es entonces, cuando el joven Quiroga Forteza parece halagado por las divinidades – olvidando casi infortunios de trayectoria (no fatalidad heredara, de ninguna manera…) vividos en la infancia-, que el contingente de fuerzas renegadas se agrupa en la zanja con ironía sangrienta, dando el golpe de gracia. Ello, como estaba escrito en el oráculo de Horacio Q ocurrió en Montevideo a la vuelta del siglo. La fecha es el 5 de marzo de 1902 y los calendarios dicen que fue un lunes. Quiroga tenía veintitrés años y a partir del martes, cuando despierte de la pesadilla, deberá cargar con esa mancha el resto de la vida. Intentar rearmar el episodio bajo la máscara de una ficción mimética hubiera sido inútil, siempre se falla al ir al enigma en cuestión tan sensible; alcanza con pensar -dos minutos es suficiente- qué hubiera sido nuestra vida de pasar por esa situación. Decidir a cuál de mis compañeros de estudios pude haber matado con una pistola Lefaucheux o me pudo disparar en un ojo, danzando una pirueta balística entre risas.

Era cuestión de poetas jóvenes y consideré que había que hacer el itinerario de regreso a los orígenes de los implicados; la acción de la tragedia que se reproduce debía ocurrir en el interior del país, porque en Salto nació el drama y se debe conocer la fuente del relato. Allí había una imaginación distinta, intensidad pasional para juzgar el entorno y la energía exigida para liberarse del campo magnético; pero es cuestión de pocos meses: entre terminar la escuela primaria y conchabarse en una barraca o la maternidad, hay un auge brevísimo de los astros que cuentan, soñando lo que podría ser la vida lejos de la casa paterna. 

Recuerdo que por años 70 me gustaba ir a San Carlos a visitar unos parientes políticos; con ellos estaba bien, sabía lo que pasaba en Brasil de primera mano y escuchaba casetes de Franck Zappa. Uno de esos primos postizos tenía un cachorro Rottweller y proseaba en una radio, otro decidió abrir un boliche de ramos generales -copas, comidas, música, ambiente, etc.- y lo bautizó “Shalako” en homenaje a un western británico alemán (¿?) del año 1968 y donde el protagonista Sean Connery ya era James Bond. Ese perímetro de una juventud asediada que pega con chinches el afiche de Ziggy Stardust junto al catre y hace limpiezas para comprar en el almacén de la esquina Nescafé y fideos Adria, lo volví a encontrar en la estupenda novela “Las arañas de Marte” de Gustavo Espinosa del año 2011. 

Al escribir la primera versión del cuento, malicié que le faltaba algo. Largo para cuento y breve para ser novela, los personajes estaban prontos y el espacio era la media distancia correcta; faltaba tiempo de asimilación, por eso cada escena es un cuento en sí. El conjunto y sinergia de las partes, es otra cosa -al menos es lo que me gustaría- y requiere días de maceración y espera. De ahí la separación de las entregas, la tregua del milagro secreto que puede ser eterno, entre detonación y esa bala alojada en el cuerpo ensangrentado, distancia infranqueable entre sorpresa y muerte del amigo, sin poder retropedalear como en la costa del litoral uruguayo.

Belisario Villagrán

Para cualquier escritor que opera en la misma lengua que Borges, a pesar de su domino distante de otras lenguas de la Torre y el estudio del sajón antiguo en los últimos años, la cercanía es motivo de euforia y preocupación. Acaso lección socarrona, la literatura potencial puede ser el encuentro casual de Beowulf y el general Quiroga yendo en noche al muere en una confitería de la Calle Florida; más habiendo estado en el Río de la Plata en las últimas décadas del siglo pasado, cuando la concentración dolorosa de tantas pasiones. Era inevitable ir a su encuentro e inútil oponerse, el disfrute que encontraba como lector debería contener algo de lo necesario para escribir, esa aparente finalidad, el llamado a mundos con viudas chinas piratas y detectives en la gayola, la lotería de Babel y al costado el bultito del cuchillo.

Mis años de aprendizaje coincidieron con un acceso a ese equívoco de la fama planetaria borgeana, como él mismo afirmaba. Compré aquella primera edición Emecé verde de la obra completa, reivindiqué la cédula uruguaya de Irineo Funes y sabía el “Ya no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo.” casi de memoria. Fui al coloquio deslumbrante en Buenos Aires a escuchar a Jean Pierre Bernès y Roberto Paoli; asistí a las conferencias que presentó en un teatro de Montevideo. Cuando en Francia me asignaron mi primer puesto en la universidad Stendhal de Grenoble, fui desde el primer día y durante años colega de despacho con Michel Lafont, uno de los grandes especialistas en Borges, la literatura argentina contemporánea y autor de la novela “Una vida de Pierre Ménard”.

Era de cajón que en el primer libro de cuentos -después y antes de estos encuentros, formando un mismo capítulo a pesar de los años que los separan- hubiera una traza de esa compañía y admiración; si bien mi programa de preferencias se orientaba hacia lo uruguayo, porque era allí donde estaba destinado a barajar la partida con los tres gauchos orientales. Tampoco se trataba de pagar una deuda porque en la narrativa la máquina funciona diferente, sino dejar constancia de ese estante sin polvo de la biblioteca. Actualicé el imperativo de evocar en miniatura, algunas vidas condensadas en pasaje de estrella fugaz. Biografías sucintas de marginales y la caja de resonancia de relatos venidos de atrás. Había que hacer algo partiendo de la Historia Universal de la infamia, que era el título menos contaminante y me había dado el seudónimo Tom Castro para algún concurso. Redundar lo que tentó Borges con las Vidas imaginarias de Marcel Schwob, sospechando la filiación laberíntica entre las historias del capitán Kid y la de Billy el Kid. 

Quedando en esa zona lúdica recordé algo escuchado en Francia, como línea ramal menor del tráfico narrativo, algunos ejercicios inventivos (la escritura en colaboración, que practicó Borges y teorizó Lafont) o en un programa de radio sobre la literatura (des papus dans la tête, France Cultura), donde se interroga por el destino de los personajes secundarios. Nuestro ambiguo ¿…y qué será de la vida de fulano? El espejo abominable, el otro necesario para el mito, eterno suplente, el hermano de Schiaffino que sí sabía jugar al fútbol, el muerto sirviendo la inmortalidad, la medalla de plata, el actor secundario que muere en el primer rollo de película. Detrás de la historia de Bill Harrigan de New York (“El asesino desinteresado Bill Harrigan”, ubicado entre Monk Eastman y Katuké no Suké) había uno de esos mexicanos -que ni cuentan en el inventario de asesinados- llamado Belisario Villagrán; venía necesitando un modesto flash back con mariachi de porfiriato. 

De todas las muertes de la rata Harrigan es “esa” la que Borges decidió contar, para que el pelirrojo pecoso entrara en “La Historia (que, a semejanza de cierto director cinematográfico, procede por imágenes discontinuas.)”

Au rocher de Cancale

Una parte del relato pertenecía a otro anterior, creo que trataba del viaje en tren de alguien llegando a París. Llegué por primera vez a París viniendo en tren desde la costa norte, después de haber cruzado el Canal de la Mancha en ferry y nunca imaginé que viviría en esa ciudad años después. La captura de esa escena ferroviaria fue posible porque el viaje en tren, también pertenecía a la versión III del libro “Nunca conocimos Praga” y necesitaba desviarse por contratiempos en la circulación. 

Admito que, más atento a la ciudad de Praga en su condición de fórmula esotérica, concentración kafkiana y cafés tradicionales, descuidé algunos episodios históricos determinantes. Sin haberlo vivido en lo inmediato estuve cerca del torbellino de intereses estratégicos varios; si ponemos como cursor el comienzo de 1990, tenía una segunda estancia en Barcelona activada, las elecciones en Uruguay en noviembre del 89 y Václav Havel que era elegido presidente en Praga. En el 93 estaba viviendo en París, dando clases en Grenobl y Uruguay se aprontaba para el primer gobierno del Frente Amplio. En los Balcanes se dislocaba un país llamado Checoeslovaquia, la cortina de hierro, el bloque del Este, el socialismo real, el final de la guerra fría… Recién se venía de publicar “El fin de la historia” de Francis Fukuyama y Clinton fue elegido presidente: más tarde sabríamos de Mónica Lewinsky, el deshonor de Boris Eltsine en un encuentro con la prensa y los bombardeos sobre Belgrado, la capital serbia que combatió el nazismo.

Estaba en juego el poder que tiene relaciones turbulentas con la literatura, siempre medianero a violencia y traición. Cuando me plantee hace tres años el reacomodo de este relato, tenía un tiempo histórico como marco operacional y el deseo de hacer un relato de traiciones con variación novelesca. Sublimé una sociedad en movimiento, tal como lo hacía la novelística de Balzac, para darle un dominio de intereses curriculares al protagonista, la chispa del deseo inicial. Como de Praga se trataba, imaginé un narrador venido de allá, la impresión final de la lectura debería ser de una traducción española que filtrara posibles incompatibilidades. Las intenciones iniciales eran artesanales y lúdicas: en esa historia no estaban en juego el destino del cuento ni la fortuna receptiva del libro. Era como en la época de los discos simples, una correcta cara B apoyando el tema A destinado a pasar en las radios.

Después lo habitual; buscar libros para informarse, algunas guías de viaje que aquí son tan buenas, dos o tres filmes de la época, trabajo básico de documentación. Pasaron varias semanas entre la computadora, fichas y liberarías; suponía que debía haber abundante material sobre Praga en los tiempos recientes, habida cuenta de lo que recordaba en los medios franceses que leía en el tren que me llevaba a Grenoble. Hace treinta años Praga estaba por todos lados en las radios, revistas, prensa cotidiana y semanal, televisión, editoriales con traducciones, puestas en escena, coloquios, premios siempre con premeditada mira del interés político. La omnipresencia editorial de Milán Kundera era un buen ejemplo y se podía ampliar al mundo occidental. Consulté entonces en archivos Apostrophes -la afamada audición de tele sobre literatura de Bernard Pivot- del 27 de enero de 1984 y pude entender mejor que en un coloquio las relaciones entre novela y propaganda, la libertad como argumento de ficción. Kundera tenía 55 años y buena pinta: el Nobel casi entre las manos, era cuestión de meses y venía de publicar La insoportable levedad del ser. Cuatro años después, estaba ella en la adaptación al cine, Lena Olin robando pantalla y sublimando el eros del ser luminoso.

Con esa memoria salí de recorrida, nada nuevo se había publicado, la decepción fue enorme y ejemplar. Kundera había emigrado de las revistas más populares, Alexandre Soljenitsyne pasó de ser zahorí esclarecido denunciado el mal estalinista en tierras europeas, a alguien que perdió la cabeza en el archipiélago de la chochera. La información sobre Praga era un recuerdo de cuando Praga interesaba; después de 1998, luego de la adhesión a la OTAN el interés por Praga desapareció de los radares. Al presente no hay otro embeleso que por las primaveras árabes defensoras de derechos humanos y la resistencia -moderada, se repite cada vez- al régimen en Siria… pasado mañana, ya veremos lo que dicta la agenda diplomática. 

En mayo 2020 hay 20 cafés Starbucks abiertos en Praga. Lo sucedido entre la edición francesa de La broma (1968) (con un enorme malentendido sobre traducciones -los praguenses para eso son especiales- y versiones en el paso de una lengua a otra) y un New York Cheesecake con Blonde Ristretto Bianco en la ciudad de Milena, es la Gran Broma del Poder. Siempre hay que tener a mano una quinta botella de vino blanco para brindar por las paradojas de la Historia.

Lefaucheux II

Dentro de “el club de los narradores” “Lafoucheaux” I a VII vendría a ser maqueta del proyecto mayor, la circulación del relato entre varios narradores, por ello era necesidad segmentar el tiempo. Una antigua tradición del oficio evocada por Ricardo Piglia en sus tesis, afirma que un cuento siempre cuenta dos historias. Es verdad y veces hasta tres; se puede volver más complejo el dispositivo si añadimos que, cada una de las historias puede desdoblarse a su vez de acuerdo al número de narradores intervinientes. Historias de pasión, poética del olvido y dramas que obligan la versión coral como cuando promedia un Réquiem.

Hay de común en esas historias la atracción de un centro, actuando a manera de agujero negro que se nutre de satélites opacos girando alrededor. De ahí que el cuento sea un sistema donde irrumpen contrariedad y empatía; cada narrador aporta su creencia y versión verdadera, gestos y dolor, la levedad contrariada incrementando de manera lateral el espesor del enigma secreto. En “Lafoucheaux” busqué que todo se pudiera conocer, un exceso de entendimiento del lector hasta que al final campea la duda sobre lo absurdo y lo terrible de lo narrado. La novela policial revuelve un enigma que calma la inquietud de las conciencias, la tragedia instala la duda sobre las razones de esa fractura del cosmos, el desasosiego de que se vuelve a repetir. Que Quiroga mato a Ferrando es único en la economía del mundo y minuto irrepetible en la historia de la Creación; que un amigo mate a otro por accidente, preparando el carnaval de un duelo por cuestiones de honor de pacotilla o en una partida de caza del carpincho, puede ocurrir el fin de semana próximo en las tierras del Salto Oriental; así como los accidentes tontos andando a caballo, como le ocurrió a ese pobre muchacho de Irineo Funes. El episodio II es la versión de la muchacha que siendo heroína del deseo termina en planto inconsolable, una sombra de “Jules et Jim” con final diferente. En II comenzamos a observar más de cerca a los amigos, entender el alineamiento de los astros en el cielo preparando el eclipse de amor, circunstancia, oportunidad, novelas precedentes y coincidencias ineluctables. Un calendario del país, búsqueda de la poesía y el arma de fuego entre las manos, sin que nadie recuerde cómo llegó hasta allí. La historia secreta de amor con la novia feliz de los poetas, cuando se vuelve viuda a la segunda potencia… ¿qué habrá sido de esa muchacha el mes siguiente al accidente?

La fiesta: master take. Chick Corea

Aquí se cuenta la llegada confirmada y que nunca ocurrió de Chick Corea a la ciudad de Montevideo, es el último cuento del libro “In Memoriam Robert Ryan”; los ocho relatos que lo integran tienen un principio organizador cronológico. Todos acaecen el día de la muerte de Elvis Presley el 16 de agosto de 1977 y yo estaba ahí, por eso me acuerdo del paisaje afectivo como si fuera hoy. El relato de esos años quedó captado por los protagonistas de la acción que asoma a la superficie y exhuman historiadores, sociólogos y el periodismo. El narrador siempre llega atrasado, es el que lee los papeles tirados por el piso, espía debajo del agua tratando de zurcir la historia natural de la sociedad a la intemperie, el último que pasa por la feria vecinal para hacer el puchero con los restos. Así, las peripecias allí evocadas nunca aparecieron en ninguna historia de esos años publicadas posteriormente, ocurrieron en el tercer reino espectral de la ficción. Los escritores trabajamos con materiales del olvido y la amnesia, que a veces es premeditada entre los celosos cronistas de lo real. 

La anécdota comienza con una experiencia personal que se hizo frustración, evoca alguno de los viajes de entonces a la ciudad de Buenos Aires a buscar por unas horas el centro extraviado. Un rodeo ilusorio de corta duración, comprar mocasines porteños, vagar por Corrientes viendo que el cabaret es una fuerza resistente considerable, comer un bife con papas fritas en las parrillas de la calle Montevideo, recorrer las mesas de saldo de Fausto y escuchar la porteña jazz band, los sábados pasada medianoche en el sótano de Tortoni, en Avenida de mayo: estrategias de supervivencia mental. Recuerdo haber ido especialmente a escuchar a Roberto Goyeneche en el Viejo Almacén, haberlo cruzado y decirle dos pavadas en los corredores que llevan a los baños. Al rato, sentir la piel de gallina cuando empezó la actuación a menos de tres metros -cantar arriba y atormentado por llegar- con Cristal (Mariano Mores y José María Contursi): tengo el corazón hecho pedazos… rota mi emoción en este día… noches y más noches sin descanso… y esta desazón del alma mía…

En el año 1981 fui a ver a Chick Corea que tocaba con Gary Burton en el gran Rex. Esa es la escena chispa del relato y el tener que haber cruzado el charco para verlo fue raro, aceptando con dolor que ellos nunca irían a Montevideo. La dictadura también era eso: Chick Corea nunca iría / vendría a Montevideo. El cuento trata de esa frustración y de las mañas para salir de ese trancazo emocional; mediante un error o una ficción de bolsillo que uno decide armar y leer para salvar la memoria falsificada. Maquinaciones mentales del tercer whisky, el hábito de la imaginación sin collar o resultados imprevisibles cuando el cerebro comienza a desarreglarse. Después, llegan figuras retóricas que se imponen y son estrategia política; el paseo nocturno por una ciudad triste de luces apagadas, la sensación de soledad y aislamiento y esta desazón del alma mía. Conciencia de los otros mundos paralelos que están en este: nosotros ahí jodidos y David Bowie inventando la trilogía de Berlín… 

Todos los personajes que ahí aparecen son reales y eran mis amigos. Es cierto que la vida claro y que yo mismo me distancié, pero aquellos años hicieron que explotara el divino tesoro y me pregunto dónde están los amigos de la juventud, mucho más nobles que los infantes de Aragón. Casi un espejo menos luminoso de lo que aconteció con los ancestros del 900, que poéticamente son nuestro no futur. Ahora releo y escucho aquellas voces, recordarlos es un gesto político, el relato es confrontación y no hay que dejar que viaje en su solo sentido; tampoco es cuestión de protagonista, sino de asediarlo al olvido. La resolución de los tramos finales del cuento tiene una apariencia de trip sicodélico y fue escrito sin ayuda del Dr. Walter White. En aquellos años la moral dominante era menos decadencia de paraísos artificiales y más justicia del reino de este mundo; había que recurrir a la dialéctica con síntesis y adrenalina de escritura para alcanzar los nirvanas azules. Ahora que la venta de marihuana es libre en Uruguay y Marley se escucha más que Chico Novarro, en la ciudad vieja del león rojo y el perro que fuma, los atajos a la creatividad deberán ser más fluidos. 

Haberlo sabido antes… ese día que murió Elvis corroboro -cuarenta años después- que Chick Corea actuó en Montevideo, y también tocó “Spain”. ¿Habrá vida en Marte?

La noche cuando Gilda cantó Amado mío

La historia del relato bajo el signo Gilda se articuló en cuatro episodios extratextuales que se ensamblaron a lo largo de varios meses: invitación, presencia, libro colectivo y epílogo accidentado. Hasta persiste un pequeño perfume de obra abierta, en tanto el texto contiene una promesa de cuento fantástico en suspenso. Para escritores y lectores, la relación entre navegación y relato es uno de los enclaves más sólidos de la tradición literaria. El mar y la mitología de los ríos compiten contracorriente en misterio cuerno de bruma con el transhumanismo, los criminales en serie y la conquista del cosmos; quizá porque somos en gran porcentaje cuerpo de agua, desde el origen embrionario hasta la mar que es el morir.

Habiendo tantas historias marinas en todas las culturas, allí navegan buenos esquifes de enigma, aventura y perdición. Tratar esos asuntos abre estimulantes rutas de incertidumbre, Navigare necesse vivere non necesse era la consigna de Marcha el semanario uruguayo y aparejando el resto del alegato, es suficiente enunciar un catálogo de astillero para tenerlo presente. Se pueden recordar siete ejemplos clásicos: El submarino biblioteca del capitán Nemo, la caza amputada de Moby Dick en el Pequod, el viaje de los Argonautas tras el vellocino de oro, el vapor de la carrera del Rio de la Plata, la batalla de Tsoushima ganada por el Almirante Tögö, E la nave va del Gloria N, el Titanic verdadero sin Leonardo DiCaprio y El corazón de las tinieblas bombeando el Rey de los Belgas; y se pueden sumar las 1186 naves del Canto I de La Ilíada, que recité por primera vez entre las versiones de Juan B. Bergua y Luis Segala y Stalella.

Después está el proyecto faraónico de la Cunard Line, por aquello de una nueva corriente de la historia; estaba antes el Queen Mary original, armado en astilleros de Escocia hacia mediados de los años 30 del siglo pasado y luego el remake previsto en Saint-Nazaire en los comienzos del nuevo siglo. Alguien pensó en los botes literarios en la casa de escritores y traductores (MEET) de la ciudad atarazana. La idea en su maqueta era seductora, fui reclutado porque me conocían de antes y Montevideo era puerto de destinación de la época dorada de los cruceros transatlánticos. Se trataba de hacer un libro distinto, escrito y diseñado en paralelo a la construcción del QM2. El objeto final fue un libro que resultó de los más bonitos en los que participé; testimonia la historia de la construcción con fotos, buen papel, un tamaño generoso, edición trilingüe español, francés, inglés con textos literarios -en completa libertad temática- producidos por siete escritores en el proyecto, lo que le daba a la conspiración algo del filme de Kurosawa con samurais o la versión western Yul Brynner y Steve McQueen. 

La tripulación retenida fue: Edward Carey (Inglaterra), Carlos Cortés (Costa Rica), Patrick Deville (Francia), José Manuel Fajardo (España), Jean Rolin (Francia), Carl Watson (USA) y Juan Carlos Mondragón (Uruguay); las fotos eran de Bernad Biger. Dependiendo de las agendas, cada escritor pasaba algunos días en la ciudad invitado; nos trataron muy bien, participábamos en actividades culturales con la municipalidad, teníamos carta libre en tres restaurantes, hacíamos visitas (colectivas para la información, en solitario para urdir el propio proyecto) y se nos dejaba tiempo libre para notas personales. 

Yo decidí escribir sobre la visita al astillero y la búsqueda de la historia, que debía redactar después y refería a obsesiones personales, el deseo de emular o haber asistido a lo imposible real de escenas descubiertas en mis lecturas o el cine. Debo admitir que, siendo niño entre la escuela y el liceo, al ver en la pantalla por primera vez a Rita Hayworth (que no era su nombre) cantando Put the Blame on Mame (que no era su voz) antes de que huyera de Buenos Aires a Montevideo, fue escena fundadora del topos Cabaret. El libro resultante y a pesar de sus calidades, se disolvería en la amnesia del infinito marino, quizá algunos pasajeros lo hojearan, pero no muchos; sería producto de promoción destinado a autoridades que lo regalarían a su vez a subalternos, se hallará en mediatecas de la región y ofrecido a la venta en sitios Internet. 

Los escritores nunca nos cruzamos, cada uno habrá seguido su propia ruta y yo nunca pensé que mi texto regresaría a la superficie en un Cabaret literario. Si todo hubiera continuado así, nada sería discordante, pero el Queen Mary 2 y el libro que lo acompañó estaría asociado a un episodio que lo habitó de sentido retrospectivo. Alguna vez divagué que sería invitado a participar en el primer crucero y recordaba a Carlos Gardel cantando “volver” sobre la cubierta falsa en la película “el día que me quieras”. Seguía los últimos días del QM2 en los astilleros por la prensa mientras se acercaba a la botadura, la salida al mar que siempre es emociónate; los adioses a Saint-Nazaire y miles de espectadores en la costa, embarcaciones en el estuario haciendo sonar las sirenas: la bestia de 345 metros de largo y más alto que un edifico de 12 pisos avanzando y todos mirando hipnotizados, hasta que la digiere la línea del horizonte que está apenas a 4 kilómetros de nuestra mirada.

Los hechos como siempre ocurrieron de otra manera; los armadores previeron una visita para los funcionaros, quienes trabajaron durante meses en las calas remachadas y las familias orgullosas. La curiosidad era enorme el 15 de noviembre de 2003, la prensa internacional se dio cita en Saint-Nazaire, el ambiente era festivo y estaba todo preparado; ello sin contar con la ironía de los dioses. A las 14h. 22 una de las pasarelas que llevan de tierra a cubierta se desploma por causas mecánicas, errores de cálculo humano y designios misteriosos. El horror imprevisto se concreta, al final de cuentas 29 heridos de diversa gravedad y varios muertos. Ganar el mar se sigue pagando con hecatombes y la osadía sacrificó sus 16 Protésilas en menos de un minuto. Después el tiempo pasa, vendrá la comedia a medida que se suman los cruceros navegando el Atlántico con los 1200 camarotes reservados, al estilo “the love boat (el barman negro se llamaba Isaac Washington), pero antes había que pasar por el canto de las sirenas. Cuando escriba la historia prometida en el informe, deberé tener en cuenta lo ocurrido aquella tarde de noviembre.

Lefaucheux III

Cada sección de Lafoucheaux ya dije que podía ser un cuento y el conjunto tiene elementos para suponer una novela en potencia. Pensando en “cuento fundamentalista” hay una forma de duplicidad al quererle sumar a la historia retenida una escenografía de encuadres sociales, el espectro de las fuerzas negativas que operaban en el país. Había una historia íntima y retirada entre los enamorados sucediendo en la casona de Las Manzanas y otra más expuesta, prosaica y social que ocurría en el boliche “la última curda”. El dueño era un tipo derecho y tío de David -que fue el cordero de la ceremonia- se gana como puede la vida (más bien la pierde); es tanguero de la guardia nueva y quemado por la existencia, halla una forma de consuelo dejando que los muchachos se reúnan en el local. Antes, siendo yo joven, cuando los muchachos se juntaban era para armar un equipo de fútbol. Otra variante era formar una banda de música; yo me compré una guitarra, pero nunca llegué demasiado lejos, prefería escuchar a los maestros Luiz Bonfá, Bola Sete y Baden Powell de Aquino.

La tercera tentación era publicar una revista literaria, no la pude hacer ni lo supe hacer y por eso la inventé en el medio del camino de la vida. Sabemos por qué se llama Lafoucheaux y debía estar por tal razón en el libro sobre Horacio Quiroga; conocía de tertulias y talleres por procuración, debido a coincidencia de educación literaria y amores de estudiante, conocí a poetas jóvenes de Tacuarembó de la tradición Washington Benavídez. Fuimos compañeros de cursos -en el Ipa, Humanidades y algunas otras andanzas- sobre todo con Víctor Cunha y Eduardo Milán. Los conocí felices cuando publicaron sus primeras plaquetas, una tarde vinieron a casa y trajeron a Eduardo Darnauchans. Momento mágico; Eduardo D. era otra cosa y tenía sus andares de músico; para mí era muy superior a Bob Dylan: tenía que ser así porque yo lo oí cantar, compartimos alguna copa y habló con mi madre, que seguro nos preparó aquella tarde una bebida caliente porque hacía frío.

Puede que algún domingo Milán haya venido a almorzar con Jorge Media Vidal a la casa materna de la Avenida 8 de octubre. Medina Vidal era T. S. Eliot, decidí que estaba ante T.S. Eliot, era mi estrategia de convencimiento y única manera de salir en expedición a robarle a los dioses el fuego del relato: el tiempo presente y el tiempo pasado están todos presentes en el tiempo futuro… Medina era T.S. Eliot porque nos hablaba de la canción de amor de J. Alfred Prufrock, de la tierra baldía y los cuatro cuartetos porque nos quería y respetaba. Los poetas eran Víctor y Eduardo, yo andaba cerca aprovechando el aura; los podía imaginar pensando una revista, leyendo sus versos a doncellas, emulando trovadores de la estirpe Arnaud Daniel; como el Pato, yo escuchaba para memorizar y después contar con el correr de los años. 

Nadie nada nunca volvería a ser como antes, el país del Danubio F.C. y Los Delfines, Discodromo Sarandí y Roberto Barry estaba enterrado. Había que hacer lo posible para negociar la transfiguración y en eso cada verso es capital; en esa noche del boliche de la parte III, había meteoritos que venían con su propia carga de perdición a cuestas Quedaban en la vuelta algunos valijeros vendedores de libros, conocí varios y al mío le inventé una debilidad carnal, lo bauticé en recuerdo al Club de lectores de Banda Oriental. El Pato comprende y el Banda asume la perdición que lo consume, siendo capaz de hacer del vicio sentimental y lascivo un capítulo de “el amor tiene cara de mujer”, donde se oía a Luigi Tenco cantado “o capito che ti amo”, si bien prefería una versión fronteriza. El Pato es el narrador que nos cuenta a nosotros, tiene distancia, el relato lo necesita para salir del horror donde los hechos se llevan el relato hacia las cañadas del olvido. La tragedia está en movimiento y todos serán arrastrados, veremos la explosión de una Estrella, el resto está en expansión bien fuera del cuento.

Eduardo Milán publicó “Salido” en Varasek Editorial en 2018 en Madrid; Jorge Medina Vidal murió diez años antes: junio 2008 fue un mes tan cruel como el abril que engendra lilas y mezcla memoria con deseo.

Amapola de invernadero

Cuando murió Felisberto Hernández (1964) ya preguntaba por la literatura, unos meses después recibía las primeras clases de Alicia Conforte en el Liceo Piloto n. 14 de 8 de octubre y Propios. Pocos años más tarde -tal como se evoca en el cuento- Felisberto Hernández estaba en el programa del examen de ingreso para el Instituto de Profesores Artigas. Formé parte del equipo dirigido por José Pedro Díaz encargado del volumen Archives sobre Felisberto Hernández, que flotó sin concretarse como budinera en la casa inundada; tengo por ahí los papeles medios perdidos como el caballo. Conocí varios barrios de los evocados en sus cuentos y novelas, conservo varias primeras ediciones, leí su correspondencia con una escritora novia, charlé con alguien denunciado por Felisberto en su audición de radio y trabajé en la Universidad de Lille con Norah Giraldi, que lo conoció y publicó en 1975 un libro pionero: “Felisberto Hernández del creador al hombre”. Como dice el bolero, tanto tiempo disfrutamos de este amor, nuestras almas se juntaron tanto así que yo guardo tu sabor pero tu llevas también sabor a mí. Italo Calvino dijo que no se parece a ninguno y está entre los referentes de Julio Cortázar. En 1977 Monte Ávila publicó “Felisberto Hernández ante la crítica actual”, resultado de los encuentros en la Universidad de Poitiers entre 1973 y 1974 organizados por Alain Sicard; Nicaso Pereda San Martín sumó cartas e información fundamental sobre la relación de Hernández con Jules Supervielle. 

Hizo cosas enormes por la ficción y escribió una “explicación falsa de mis cuentos” que se incorpora al relato. La literatura en los márgenes, los conciertos idem con pocos espectadores y cierta mutua fascinación por novias especiales, que pueden ser muñecas rotas y decoran sótanos y balcones en “Muebles El canario”. El universo de Hernández en Uruguay hay que irlo a buscar, pocas veces se lo encuentra de primera y la experiencia termina generalmente en frustración. La literatura de FH nunca viene al lector, tiene algo de sueño interrumpido y clandestinidad fetichista, poliomielitis infantil, ropa interior percudida, media luz como en Juncal doce veinticuatro y velo de muchachas espías, difuminando escenas paralelas. A veces la vida nos ubica en situaciones raras y decir kafkiano es insuficiente, conocemos lugares donde evocar surrealismo suena hueco, frecuentamos personajes zafando a toda caracterología liando conductas, ceremonias secretas, sexualidad aviesa y apariencia relevando más de ficción que de la clínica: recién ahí sabremos lo que quiere decir felisbertiano. Estamos dentro sin haberlo querido, olvidamos la puerta de entrada al libro sin tapas e ignoramos hacia qué rumbo esta la salida de emergencia, porque la partitura para piano abierta en el atril se altera de manera incesante según la temperatura ambiente.