La historia del relato bajo el signo Gilda se articuló en cuatro episodios extratextuales que se ensamblaron a lo largo de varios meses: invitación, presencia, libro colectivo y epílogo accidentado. Hasta persiste un pequeño perfume de obra abierta, en tanto el texto contiene una promesa de cuento fantástico en suspenso. Para escritores y lectores, la relación entre navegación y relato es uno de los enclaves más sólidos de la tradición literaria. El mar y la mitología de los ríos compiten contracorriente en misterio cuerno de bruma con el transhumanismo, los criminales en serie y la conquista del cosmos; quizá porque somos en gran porcentaje cuerpo de agua, desde el origen embrionario hasta la mar que es el morir.
Habiendo tantas historias marinas en todas las culturas, allí navegan buenos esquifes de enigma, aventura y perdición. Tratar esos asuntos abre estimulantes rutas de incertidumbre, Navigare necesse vivere non necesse era la consigna de Marcha el semanario uruguayo y aparejando el resto del alegato, es suficiente enunciar un catálogo de astillero para tenerlo presente. Se pueden recordar siete ejemplos clásicos: El submarino biblioteca del capitán Nemo, la caza amputada de Moby Dick en el Pequod, el viaje de los Argonautas tras el vellocino de oro, el vapor de la carrera del Rio de la Plata, la batalla de Tsoushima ganada por el Almirante Tögö, E la nave va del Gloria N, el Titanic verdadero sin Leonardo DiCaprio y El corazón de las tinieblas bombeando el Rey de los Belgas; y se pueden sumar las 1186 naves del Canto I de La Ilíada, que recité por primera vez entre las versiones de Juan B. Bergua y Luis Segala y Stalella.
Después está el proyecto faraónico de la Cunard Line, por aquello de una nueva corriente de la historia; estaba antes el Queen Mary original, armado en astilleros de Escocia hacia mediados de los años 30 del siglo pasado y luego el remake previsto en Saint-Nazaire en los comienzos del nuevo siglo. Alguien pensó en los botes literarios en la casa de escritores y traductores (MEET) de la ciudad atarazana. La idea en su maqueta era seductora, fui reclutado porque me conocían de antes y Montevideo era puerto de destinación de la época dorada de los cruceros transatlánticos. Se trataba de hacer un libro distinto, escrito y diseñado en paralelo a la construcción del QM2. El objeto final fue un libro que resultó de los más bonitos en los que participé; testimonia la historia de la construcción con fotos, buen papel, un tamaño generoso, edición trilingüe español, francés, inglés con textos literarios -en completa libertad temática- producidos por siete escritores en el proyecto, lo que le daba a la conspiración algo del filme de Kurosawa con samurais o la versión western Yul Brynner y Steve McQueen.
La tripulación retenida fue: Edward Carey (Inglaterra), Carlos Cortés (Costa Rica), Patrick Deville (Francia), José Manuel Fajardo (España), Jean Rolin (Francia), Carl Watson (USA) y Juan Carlos Mondragón (Uruguay); las fotos eran de Bernad Biger. Dependiendo de las agendas, cada escritor pasaba algunos días en la ciudad invitado; nos trataron muy bien, participábamos en actividades culturales con la municipalidad, teníamos carta libre en tres restaurantes, hacíamos visitas (colectivas para la información, en solitario para urdir el propio proyecto) y se nos dejaba tiempo libre para notas personales.
Yo decidí escribir sobre la visita al astillero y la búsqueda de la historia, que debía redactar después y refería a obsesiones personales, el deseo de emular o haber asistido a lo imposible real de escenas descubiertas en mis lecturas o el cine. Debo admitir que, siendo niño entre la escuela y el liceo, al ver en la pantalla por primera vez a Rita Hayworth (que no era su nombre) cantando Put the Blame on Mame (que no era su voz) antes de que huyera de Buenos Aires a Montevideo, fue escena fundadora del topos Cabaret. El libro resultante y a pesar de sus calidades, se disolvería en la amnesia del infinito marino, quizá algunos pasajeros lo hojearan, pero no muchos; sería producto de promoción destinado a autoridades que lo regalarían a su vez a subalternos, se hallará en mediatecas de la región y ofrecido a la venta en sitios Internet.
Los escritores nunca nos cruzamos, cada uno habrá seguido su propia ruta y yo nunca pensé que mi texto regresaría a la superficie en un Cabaret literario. Si todo hubiera continuado así, nada sería discordante, pero el Queen Mary 2 y el libro que lo acompañó estaría asociado a un episodio que lo habitó de sentido retrospectivo. Alguna vez divagué que sería invitado a participar en el primer crucero y recordaba a Carlos Gardel cantando “volver” sobre la cubierta falsa en la película “el día que me quieras”. Seguía los últimos días del QM2 en los astilleros por la prensa mientras se acercaba a la botadura, la salida al mar que siempre es emociónate; los adioses a Saint-Nazaire y miles de espectadores en la costa, embarcaciones en el estuario haciendo sonar las sirenas: la bestia de 345 metros de largo y más alto que un edifico de 12 pisos avanzando y todos mirando hipnotizados, hasta que la digiere la línea del horizonte que está apenas a 4 kilómetros de nuestra mirada.
Los hechos como siempre ocurrieron de otra manera; los armadores previeron una visita para los funcionaros, quienes trabajaron durante meses en las calas remachadas y las familias orgullosas. La curiosidad era enorme el 15 de noviembre de 2003, la prensa internacional se dio cita en Saint-Nazaire, el ambiente era festivo y estaba todo preparado; ello sin contar con la ironía de los dioses. A las 14h. 22 una de las pasarelas que llevan de tierra a cubierta se desploma por causas mecánicas, errores de cálculo humano y designios misteriosos. El horror imprevisto se concreta, al final de cuentas 29 heridos de diversa gravedad y varios muertos. Ganar el mar se sigue pagando con hecatombes y la osadía sacrificó sus 16 Protésilas en menos de un minuto. Después el tiempo pasa, vendrá la comedia a medida que se suman los cruceros navegando el Atlántico con los 1200 camarotes reservados, al estilo “the love boat (el barman negro se llamaba Isaac Washington), pero antes había que pasar por el canto de las sirenas. Cuando escriba la historia prometida en el informe, deberé tener en cuenta lo ocurrido aquella tarde de noviembre.