Au rocher de Cancale

Una parte del relato pertenecía a otro anterior, creo que trataba del viaje en tren de alguien llegando a París. Llegué por primera vez a París viniendo en tren desde la costa norte, después de haber cruzado el Canal de la Mancha en ferry y nunca imaginé que viviría en esa ciudad años después. La captura de esa escena ferroviaria fue posible porque el viaje en tren, también pertenecía a la versión III del libro “Nunca conocimos Praga” y necesitaba desviarse por contratiempos en la circulación. 

Admito que, más atento a la ciudad de Praga en su condición de fórmula esotérica, concentración kafkiana y cafés tradicionales, descuidé algunos episodios históricos determinantes. Sin haberlo vivido en lo inmediato estuve cerca del torbellino de intereses estratégicos varios; si ponemos como cursor el comienzo de 1990, tenía una segunda estancia en Barcelona activada, las elecciones en Uruguay en noviembre del 89 y Václav Havel que era elegido presidente en Praga. En el 93 estaba viviendo en París, dando clases en Grenobl y Uruguay se aprontaba para el primer gobierno del Frente Amplio. En los Balcanes se dislocaba un país llamado Checoeslovaquia, la cortina de hierro, el bloque del Este, el socialismo real, el final de la guerra fría… Recién se venía de publicar “El fin de la historia” de Francis Fukuyama y Clinton fue elegido presidente: más tarde sabríamos de Mónica Lewinsky, el deshonor de Boris Eltsine en un encuentro con la prensa y los bombardeos sobre Belgrado, la capital serbia que combatió el nazismo.

Estaba en juego el poder que tiene relaciones turbulentas con la literatura, siempre medianero a violencia y traición. Cuando me plantee hace tres años el reacomodo de este relato, tenía un tiempo histórico como marco operacional y el deseo de hacer un relato de traiciones con variación novelesca. Sublimé una sociedad en movimiento, tal como lo hacía la novelística de Balzac, para darle un dominio de intereses curriculares al protagonista, la chispa del deseo inicial. Como de Praga se trataba, imaginé un narrador venido de allá, la impresión final de la lectura debería ser de una traducción española que filtrara posibles incompatibilidades. Las intenciones iniciales eran artesanales y lúdicas: en esa historia no estaban en juego el destino del cuento ni la fortuna receptiva del libro. Era como en la época de los discos simples, una correcta cara B apoyando el tema A destinado a pasar en las radios.

Después lo habitual; buscar libros para informarse, algunas guías de viaje que aquí son tan buenas, dos o tres filmes de la época, trabajo básico de documentación. Pasaron varias semanas entre la computadora, fichas y liberarías; suponía que debía haber abundante material sobre Praga en los tiempos recientes, habida cuenta de lo que recordaba en los medios franceses que leía en el tren que me llevaba a Grenoble. Hace treinta años Praga estaba por todos lados en las radios, revistas, prensa cotidiana y semanal, televisión, editoriales con traducciones, puestas en escena, coloquios, premios siempre con premeditada mira del interés político. La omnipresencia editorial de Milán Kundera era un buen ejemplo y se podía ampliar al mundo occidental. Consulté entonces en archivos Apostrophes -la afamada audición de tele sobre literatura de Bernard Pivot- del 27 de enero de 1984 y pude entender mejor que en un coloquio las relaciones entre novela y propaganda, la libertad como argumento de ficción. Kundera tenía 55 años y buena pinta: el Nobel casi entre las manos, era cuestión de meses y venía de publicar La insoportable levedad del ser. Cuatro años después, estaba ella en la adaptación al cine, Lena Olin robando pantalla y sublimando el eros del ser luminoso.

Con esa memoria salí de recorrida, nada nuevo se había publicado, la decepción fue enorme y ejemplar. Kundera había emigrado de las revistas más populares, Alexandre Soljenitsyne pasó de ser zahorí esclarecido denunciado el mal estalinista en tierras europeas, a alguien que perdió la cabeza en el archipiélago de la chochera. La información sobre Praga era un recuerdo de cuando Praga interesaba; después de 1998, luego de la adhesión a la OTAN el interés por Praga desapareció de los radares. Al presente no hay otro embeleso que por las primaveras árabes defensoras de derechos humanos y la resistencia -moderada, se repite cada vez- al régimen en Siria… pasado mañana, ya veremos lo que dicta la agenda diplomática. 

En mayo 2020 hay 20 cafés Starbucks abiertos en Praga. Lo sucedido entre la edición francesa de La broma (1968) (con un enorme malentendido sobre traducciones -los praguenses para eso son especiales- y versiones en el paso de una lengua a otra) y un New York Cheesecake con Blonde Ristretto Bianco en la ciudad de Milena, es la Gran Broma del Poder. Siempre hay que tener a mano una quinta botella de vino blanco para brindar por las paradojas de la Historia.