El recordado caso de la Galerie Vivienne

Tenía en mi poder las notas y fichas necesarias para emprender la redacción del artículo, me faltaba el nombre secreto de la operación y una íntima convicción metodológica para decidirme. Entonces una tarde de esas, cuando en el cielo de París el tiempo real se confunde con el literario, decidí visitar la máquina por dentro. Para hacer las cosas bien fui en Metro hasta la Estación Bourse, breve caminata hasta la Place des Victoires, una vuelta activando la rayuela del vértigo y después derecho a la Galerie Vivienne. Ahí había pasado el prodigio “cosa mentale” y pasional, siendo la galería el corazón del reactor del cuento de Cortázar “El otro cielo”, que de eso se trataba.

Es un laberinto simple en apariencia, con recodos, segmentos con piso de mosaico, corredores perpendiculares con final de escalones, focos luminosos que fueron de gas cuando el relato y accesos disimulado a un mundo reservado de perversiones pagas. Miré las vidrieras de los comercios, revisé los acceso al restaurante, calculé la cercanía con la antigua Biblioteca Nacional; seguía estando la librería de viejo, la boutique relojería, un negocio de vinos con degustación y el catálogo de objetos tristes pasados de moda. En menos de dos horas tenía las respuestas que fui a buscar: 1) la magia que se narra es el acto del hombre transportado, que tanto desesperó al ilusionista Robert Angier, interpretado por Hugh Jackman en la película “Le prestige”. 2) Era posible.

La redacción posterior resultó de un proceso dialéctico en colaboración textual, del encuentro fortuito inducido entre la narración en estado bruto y una teoría social –que siempre es literaria tratándose de Walter Benjamin- en proceso inacabado. Por un lado, había el cuento maravilloso narrando la verdad de pasar de una Buenos Aires peronista a la Paris de mediados del siglo XIX, movido por el deseo y con la seguridad del regreso; el segundo distrito de París, entre la exposición universal de 1867 y el sitio por los prusianos en 1871, un cotidiano de miseria y prostitución, asesinos seriales salidos del vecindario y sudamericanos raros nacidos en La Coquette buscando la licorne negra. Luego, el trabajo inconcluso de Walter Benjamin sobre los pasajes cubiertos de París –la capital del siglo XIX según su fórmula perfecta- que intenta redactar el absoluto antes de ser arrastrado en el remolino de la huida y darse muerte en la frontera. Eso fue antes y todo número de magia tiene una tercera parte. Después de presentada la ponencia en público, uno tiene la sensación de conocer las constelaciones del otro cielo y las puede interpretar como un astrólogo asirio. De haber hallado la salida del pasaje cubierto laberíntico, llevando entre los papeles una pequeña variante sobre el género fantástico; además del narrador del cuento –y aunque no quise el regreso, siempre se vuele al primera amor- el investigador también resulto un hombre transportado.