Der Tod un das Mädchen

Estaba lejos de la estrategia de un melómano, pero otro título no salía -y eso que me doy maña para esa apertura del texto- y La muerte y la niña ya había sido utilizado en un cuento por un ilustre compatriota. Guardé el título en alemán para expresar lo intraducible de la anécdota y porque en la crónica musical de la obra había un principio previo de arquitectura. La historia comenzaba en el ámbito romántico alemán y el cruce determinante muerte con juventud que podía aplicarse el mismo Schubert. Luego se trataba de un lieder de belleza sombría, breve, pieza solitaria diamantina entre los grandes ciclos del compositor, como el Viaje de invierno que me acompaña en varias versiones. Música y palabra establecen un diálogo entre lo femenino perecedero y el final con la brutalidad de la muerte; tenía algo de cuando en secundaria estudiábamos el romance del Enamorado y la muerte. El lieder sublima un cuento breve oral y luego se fusionará en un conjunto mayor -así como el cuento se diluye en el conjunto de cuentos “El submarino Peral”- en el cuarteto de cuerdas N 14. A esa articulación la llamaría arquitectura ideal ateniéndome a sus campos narrativos imbricados, siendo lo preestablecido anterior al cotejo con la realidad.

Digamos que socialmente me interesaban dos aspectos; el primero era quizá porque ahora se sabe, la violencia contra la mujer que exploré con más detenimiento y suerte discutible en la novela “Pasión y olvido de Anastassia Lizavetta”. Cuando el cuento progresaba buscando su perfile, además del feminismo tradicional de la generación anterior, comenzaba a conocerse el movimiento me too, la irrupción mediática del asunto que pasó del crimen pasional al feminicidio, con algunos casos internacionales estremecedores. Desde el varón en retirada nada podía aportar de original a nivel testimonio y todo intento de realismo o poner en relato algún caso sonado estaba predestinado al fracaso. En la discusión pública sería de escasa utilidad tardía mi opinión, tal vez con paradigmas fuera de contexto; creo que se trata de una decadencia antropológica  de la masculinidad y a la vez los violentos son hombres que frecuentamos a diario en la ignorancia. Recordé entonces aquello de la banalidad del mal -los casos de las guerras o los torturadores caseros sin ir más lejos- que toda tragedia de ese tipo siempre comienza por un hola que linda que sos, ¿fuiste al cumple de Vero?, acaso una canción de Leonardo Favio o Banana Pueyrredón. Luego se agrega la articulación doble neo narrativa en los discurso de la información y la ficción cuando se trata de violencia de género como se dice ahora. La información en caliente con la prensa espectacular en declive y los medios audiovisuales, más los movimientos vertiginosos de las redes sociales, se observa que el circuito se articula en la exploración de todas las líneas; hasta un género intermedio de la docu ficción, donde se escenifican casos de lo que en viejos tiempos se llamaba la crónica roja, la denuncia tardía de situaciones con dos o más décadas de sufrimiento, el desenmascaramiento de mitos circunstanciales del mundo del espectáculo y el deporte. Quizá la musiquita de crónicas tv y los selfis robados de las novias desnudas podían colmar no solo el deseo lógico de información; sino algo perverso subterráneo, malsano, que con viejas fórmulas estereotipadas de páginas policiales, podía llamarse satisfacción por procuración de los bajos instintos.

El otro fenómeno es la ficción de la industria cultural; al respeto hay mucho para decir, pero en cuanto a lo que aquí tratamos, basta con pensar en la arborescencia de series que tratan el tema. La estrella es el asesino desde Jack el destripador, la ciencia da lo mejor de sí para atraparlo, las mejores mentes deductivas piensan sin cesar en su psicología sicótica, el profiler viaja al fondo de las mentes no de músicos sino de aquellos que asesinan mujeres, siguiendo protocolos cada vez más sofisticados y crueles, de cruce entra ajedrecista y carnicero. La industria cultural y los Intrusos de la violencia dejan poco espacio para ellas y de ahí el cuento explorando otro dominio del mismo terreno en una suerte de tregua; a todo eso la mujeres son siempre las fotos fichadas en los paneles de los equipos de investigación, de las cuales sólo se espera que tengan un elemento en común que explique su integración a la serie. El relato tiene algunas aperturas donde la víctima es vista con ojos de una madre destruida, que solo esperaba nietos y recoge el testimonio indirecto de la hija asesinada por la escritura a escondidas. Quizá intenta un gesto rebelde ante expresiones del tipo hacer el duelo, como si alguna vez finalizara el dolor o la resiliencia, como si la próxima navidad se pudiera retomar el gusto por el budín inglés. Luego se especula con un viaje al tiempo futuro dentro de la misma vida; cuando el criminal no necesita un psicólogo criminalista, ni la reeducación para integrase a la sociedad, viva la senilidad del asesino que despierta una piedad a contratiempo, sin que sepamos si recuerda con sorna u olvidó entre pañales geriátricos, la fecha del aniversario de bodas, el nombre de la muerta, la fiesta que pagaron los suegros.  

Domingo

Le retour à San Carlos / El sueño de Daniel Urrutia / Lucero y Emprendedor / Pegando la vuelta / DHL, WhatsApp y dados cargados.

Este mes del 2022 tenía la intención inicial de remasterizar un solo cuento. Como la lista tiene algo aleatorio cruzando libros de diferentes épocas, la bolilla noviembre cayó en “Domingo” que es el último relato de “Siete partidas”, publicado por Linardi & Risso en el año 1998. Del libro recuerdo que la unidad la sustentaba el número decreciente de palabras contenidas en cada título del conjunto; el primer cuento tenía siete palabras y una sola el último. Habiendo antes trabajado la estrategia del relato breve me propuse incursionar en el relato largo o de media distancia, historias que podían leerse de una sentada o más, creando la ilusión pasajera de la micro novela. Lo que en su momento supuse algo logrado y que podía considerarse cerrado, veinte años después presentaba en la relectura ciertas dificultades. Había algo ahí en latencia narrativa exigiendo desarrollos anexos, como si el original fuera una novela involuntaria de mediana extensión que quedó a medio camino. Incluso llegué a preguntarme si no sería esa la buena intervención, necesitando cincuenta páginas más, pero el efecto proyectado como hipótesis era otra novela que pude haber escrito acaso en el siglo pasado, alejada de los proyectos actuales que andan encarpetados.

A punto estuve de postergar la salida en La Coquette de “Domingo” para más adelante; di entonces algunas vueltas a lo perro, hasta entender que de haber alguna falla del oficio estaba en los orígenes. Se trataba más bien de una molécula de anécdotas complementarias que decidí bombardear en el laboratorio; en conclusión resultó que la tal molécula estaba integrada por cinco átomos que a su vez podían responder a tratamientos de escritura diferentes. Al final la historia sigue siendo una, pero la diferencia estaba en los soportes verosímiles que la constituían y fue entonces que se bifurcó hasta con cierta naturalidad. A partir de esa constancia las cosas parecieron presentarse más claras a la distancia, lo que quedaba en evidencia era una manera coral de trabajar, la misma combinatoria que quizá repetí en otras oportunidades. El título contiene la polisemia del nombre de un vecino del barrio de la infancia, el día de la reunión en familia y la ida al estadio con mi padre, la simbología del séptimo día, la parroquia donde pasé la primera comunión o una vieja canción italiana cantada por Mina. Después especulé con la trampa o manera de cómo, una anécdota venida del exterior, colisiona de frente un proyecto literario secreto, ahondando más el misterio insalvable entre la supuesta realidad y la ficción tan temida. Una zona de verdad o sucedido siempre es bienvenida, aquí la parte real es el viaje de ida y vuelta a la ciudad de San Carlos para visitar a Daniel Urrutia; al menos de eso había de testigo incorruptible un perro que lo podría confirmar de ser necesario ante la exigencia de lectores descreídos. Diría que sin esa expedición preliminar preparatoria, seguro que la segunda parte nunca se habría redactado. Eran trotes pendientes con un mundo narrativo ante el cual los capitalinos somos chambones, el paso un par de veces por la plaza hípica de Siena y el recuerdo de los primeros caballos varados que vi, paseando delante de la casa de los abuelos Mondragón en el barrio del hipódromo de Maroñas. Lo último es la tarea de taller, buscar los elementos de diferenciación, lo otro que asoma después que uno queda satisfecho con el trabajo; esto está bien, pero hay que escrutar sin embargo la novedad como supongo que hacían los poetas nuestros del 900. Buscar la música original, el matiz inesperado, una astucia aun tomando el riesgo de que todo -como le sucede a uno de los personajes- pueda terminar en naufragio entre dos puertos. Ello puede ser el narrador que hace trampa, el fullero que puede ser atrapado con las manos en la masa, el recurso a la mentira en una sociedad interconectada empachada de verdad. En “Domingo” el narrador estaba atrapado entre dos intervalos, como para un buen final estaba dispuesto a lo que fuera y acaso para desbaratar los planes del azar, en la última mano de la madrugada hace una maniobra reprensible. Tira los dados cargados, escribe una carta simulando ser una viuda con memoria, llama por larga distancia a esa misma viuda desmemoriada haciéndose pasar por un muerto. Hay algo de cierto todavía en aquello tan mentado de que un cuento narra dos historias o acaso alguna más, depende una vez más de los dados tirados sobre la mesa de las apuestas, la psicopatología del croupier de turno, del talante de fulanas y fulanas que rodeamos la mesa del casino.

El submarino Peral

En este relato que tiene un ritmo andante se sublima la poética Ducasse de los encuentros fortuitos; la historia es la trama entretejida de varias casualidades y el argumento una persistencia basada en hechos reales. El Conde de Lautréamont siempre apuntaba a la belleza, pero en el siglo XXI quizá haya que contentarse con un relato que armonice en la escritura memoria con imaginación. Al momento de terminar el libro donde se halla el relato lo titulé igual que el cuento; fue por jerarquía selectiva, considerarlo el átomo central que rige la valencia del conjunto, mandato viniendo desde la infancia o respondiendo a una estrategia que se armó en el progreso del proyecto. Si bien el libro contiene once cuentos, que intentan ex profeso hacer circular diferentes registros, existe un denominador común -el hilo imperceptible del collar de perlas- que es la figura del Ingeniero Isaac Peral y las vicisitudes malogradas de su batiscafo. Estamos tan habituados en imágenes a persecuciones con máquinas transformadas, computadoras sediciosas a la caza de cosmonautas, micro procesadores bajo la piel, barcos, robots, naves espaciales transportando el horror alienígena y la Matrix de lentes negros amenazante, que generalmente olvidamos la historia secreta del inventor; eso que la tradición clásica griega nos dio un buen ejemplo con el viaje de Jason y los Argonautas… aquel barco Argo rumbo al vellocino de oro -cuya mayor característica era la transformación continua pieza a pieza sin dejar de ser él mismo y tener una proa con poderes mágicos- era concepción de Argos, otro más de los tripulantes y oriundo de la ciudad de Tespias. Mis submarinos mutantes fueron impulsados en esta oportunidad más por la imaginación que por el movimiento; el prototipo del ingeniero es un objeto monumento único en su especie, creo que está conservado en el museo Naval de Cartagena, luego de haber pasado algunos años frente al mar en la misma ciudad, en el Paseo de Alfonso XII cerca del puerto Deportivo.

Para mi inmersión El Submarino Peral era un bar subrepticio que había -y dicen que ahora renovado- en la ciudad de Montevideo; en el cuento si bien hago referencias a ese emplazamiento, igual puedo recordar las circunstancias de aquel descubrimiento. Hasta que me fui del barrio viví en 8 de Octubre y Marcos Sastre; a veces consulto en Google maps el paisaje, me cuesta reconocerlo pasadas sus transfiguraciones y comenzando por la puerta de la casa familiar. Si declinamos los tópicos de la infancia y el Paraíso perdido, la zona era centro periférico donde se condensaba lo necesario para la existencia. Ahí terminaban la primera gran etapa los ómnibus venidos de la Aduana y la Plaza Independencia que luego bifurcaban para el lado de Veracierto, Cuchilla Grande, Gerónimo Piccioli o seguían por camino Maldonado -después de la calle Pirineos- siendo Libia la estación más próxima y la terminal más lejana Villa García en el kilómetro 21. Era un centro donde había mercerías y ferreterías, dos farmacias, fábrica de pastas, papelería, carnicería, peluquería de caballeros y salones de belleza, fábrica de pinturas Pajarito, agencias de quinielas, sucursales bancarias, almacenes al por mayor precursores de supermercados, panaderías con horno en la trastienda y la curva izquierda hacia el Hipódromo de Maroñas. Shopping informal con vista a la calle de varias cuadras, con fábricas textiles en las inmediaciones trabajando en tres turnos de ocho horas, juzgado de Paz, el cine Broadway para la educación en pantalla Cinemascope y parada de taxis en la misma cuadra. Como en un pueblo del lejano oeste había unos nueve bares en la extensión de cinco cuadras de la calle principal y acaso nos faltaba un fuerte apache, el astillero de río que debí buscar en los libros. Durante los años cincuenta a los niños de túnica y moña azul los cuidaba el barrio y puedo decir que frecuenté todos los bares en diferentes circunstancias; con padre tomando el aperitivo en el Bada, luego en incursiones solitarias para ver tele o fabricar recuerdos de cada mostrador, ya de pantalón largo en charlas con Miguel Itorburu y Eduardo Orrico. La utilidad del circuito autosuficiente duró hasta los doce o trece años; ahí hubo que subir al transporte colectivo para ir al Liceo 14 en 8 de octubre y Propios, donde estaba el Bar San Antonio que se portó de maravilla durante los años de secundaria, donde Alejandro Paternain en generosas tertulias me enseñó la parte fuera de programa de la literatura.

El Submarino Peral era un bar que veía desde el ómnibus 111 cuando en verano mi madre me llevaba a la playa Malvin. En condiciones casi freudianas y el nombre enigmático eran suficientes para instalar un territorio misterioso de la memoria, cerca del mar con las patitas allí donde rompen las olas, sin imaginar por entonces que tendría derivaciones literarias. Es cierto aquello de Proust encendiendo procesos evocadores tras el tiempo perdiendo partiendo de un detalle; hay vivencias que permanecen en latencia sentimental durante décadas y cuarenta años después una madalena -aquí con la forma de entrada “Peral” del Espasa Calpe en la biblioteca universitaria de Grenoble- hallada por azar enciende la central hidroeléctrica creativa. Luego comienzo el efecto dominó y todo el libro se pone al servicio del malogrado ingeniero, del artefacto de las profundidades y la estética melancólica de los bares de la infancia. Lo demás está contado en el cuento y es una historia de mosaicos, de grifería para reformar el baño de arriba de la casa materna, de una barraca que estaba emplazada cerca de un recuerdo que se ignoraba y las ganas de beber una cerveza. Fue descubrir que para emprender un viaje por el tiempo quizá es más pertinente tomar el atajo de las aguas profundas, el viejo océano donde al parecer comienza todo. Hasta puede que algunas naves que llegaron a Troya – omitidas por el minucioso catálogo homérico- partieron de la playa Malvín y frente a la pizzería Rodelú cerca del aerocarril, teniendo como horizonte la isla de las gaviotas.

Un sueño Oriental

Durante este año 2023 se acentuarán las secuelas en la memoria colectiva del período dictatorial que vivió el Uruguay; se recordarán hechos y protagonistas, episodios sonados, tributos de cada bando, cuentas pendientes y su importancia determinantes en itinerarios individuales: los que no habían nacido, quienes murieron en este medio siglo, los que están lejos, tirios y troyanos envejeciendo. A veces hasta se puede especular sobre la vida que nos habría tocado a quienes estuvimos en el país cuando aquellos años, si las cosas hubieran sido distintas, si, si… etc. etc. Además de circunstancias propias -caramba y lástima, la vida es una herida absurda- el país se vio arrastrado por circunstancias continentales, formas de protesta sindicales y estudiantiles, formación política de frentes populares, creación de grupos revolucionarios emulando el ejemplo cubano, radicalización de mentalidades reaccionarias, coordinación continental viniendo del norte, protagonismo de las fuerzas armadas con diploma de la escuela de las américas en Panamá. El país dejó de ser lo que era, fue otra cosa de lo que se quería y había que adaptarse a esa circunstancia si es que surgía otra oportunidad. Mirando hacia el pasado la sensación de lo mutante, de ser intrusos del tiempo o considerar el sarcasmo de las resultantes es inevitable. Varias generaciones de periodistas, sociólogos e historiadores, así como cronistas del testimonio se han ido encargando en abundancia del asunto. Más que influir sobre la literatura, lo vivido fue trágico y basta recordar a Ibero Gutiérrez, Onetti o Nelson Marra para entender la violencia del durante. Cuando se recuperó una institucionalizada renga, las aguas bajaron turbias, dejando detritus, muertos insepultos, resacas varias y ello se leía en la producción, el itinerario aleatorio de poetas, dramaturgos y narradores. Difícil escapar al bucle de las transfiguraciones que llevan al proceso penal de los mandos militares, a la aporía de los desaparecidos, al rehén que se volvió comandante en jefe de las fuerzas armadas o ex lo que fuera compartiendo asados cordiales los primeros de mayo, trasmitimos por la televisión pública, con el embajador del imperialismo que sería derrotado en las cuchillas: sic transit gloria mundi Para muchos se volvió obsesión hasta volverse el único sentido de la producción por escrito, hubo estrategias radicales del corte y la fuga punk no futur, también lo que llamaría la contaminación duradera, como si hubiera necesariamente que pasar por esas cuestiones antes de intentar otros caminos.

Después la gente fue saliendo como pudo de las aguas estancadas; “Un sueño Oriental” fue en su momento un intento de encajar los estigma de lo que persiste -en este caso el de muchachas desmaterializadas, martirizados, que algunas fueron compañeras de estudios- sin la osadía del testimonio que ya era profuso. Veía cada semana transcurrida que las historias más dolorosas eran arrastradas por cierta amnesia colectiva, la fuerza del destino, la expectativa en pantalones cortos de recuperar viejos laureles cuando juega la celeste, el asombro casi infantil mientras las murgas deslumbrantes de vestuario suben cada febrero al escenario del teatro de verano del parque Rodó, por las ganas de olvidar. Había una violencia menos tangible del taller del trabajo, un convencimiento puede que equivocado que había que buscar la mirada espejada -como en el mito de la Gorgona ante Teseo según lo evocó Calvino- para evitar la petrificación, y tener la ocasión de llegar al relato que persiste por los atajos. De ahí ese intento de elipse tentada y sugerencia o parábola, de tratar esa forma de inmortalidad que es la desaparición en el marco del cementerio del Buceo (nuestro cementerio marino) que fue mi primer cementerio para visitar el nicho donde estaba enterrado abuelo Emilio. Las desaparecidas se instalan en una transparencia de purgatorio, suspensión, medio camino interrumpido, algo sin terminar generando la angustia de cosas pendientes, parientes cercanos sobrevivientes conviven en un limbo porque -como dice el tango- sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando. Acentuando el paisaje a lo metafísico que se interroga sobre lo que fue, el famoso ubi sunt -mais où son les neiges d’ antan?- recurrí a una imagen fílmica de la película “Vivir” escena de sufrimiento del adulto en un parque infantil bajo la lluvia, que me quedo grabada, siendo la escena cero del relato -que seguro vi en días pioneros de la filmoteca del Canal 5 Sodre- del hombre confrontado no a la muerte que viene por nosotros para desafiarnos a una partida de ajedrez, sino que está incrustada en nuestro cuerpo y en tanto pensamos en ella, sigue labrando la zapa con el resultado inexorable. Con la diferencia que aquí el cáncer que desata la metástasis es una muchacha cercana que puede ser hija o hermana, prima o algo parecido. Entrar al cementerio del Buceo era para mí, al final de los años cincuenta del siglo pasado, descender al Hades criollo, al laberíntico mundo de los muertos, sin saber qué preguntarles si se manifestaban. Aprender a hablar con los espectros es algo que lleva toda una vida, y cuando uno cree por fin dominar los códigos comunes, viene a nuestro encuentro el final del romance: -Vamos, el enamorado, que la hora ya está cumplida.

La división Novalis

Cuando elegí este cuento para la entrega de Febrero 2023, nunca imaginé tamaña concordancia con la realidad. No estoy pensando en la renovada pertinente del relato en sí ni tampoco en el retorno de la obra de Novalis a los programas de enseñanza secundaria, sino en la reactualización del tanque como instrumento determinante de la guerra. Así pues, la vieja Inglaterra -la misma de las invasiones del siglo XIX en el rio de la Plata, la misma de la misión John Ponsonby y la guerra de las Malvinas- decidió dar, prestar, entregar, vender a largo plazo sin intereses, una división de tanques Challenger 2 a Ucrania para derrotar a las tropas rusas en las planicies del Dombás. En estos días hay tratativas intensas para que a esa donación se sumen los Leclerc franceses, los Leopard alemanes en manos de los poloneses y el temido M1 Abramas born in the U.S.A. contra los T-90 M rusos de última generación. Creíamos estar en la guerra de las galaxias con la Estrella de la Muerte de Darth Vador y volvemos a las arenas de El Alamein en1942.

El cuento narra precisamente cómo alguno de esos tanques pudo llegar al Uruguay en pleno campo minado de la dictadura cívico militar. Se narra allí el enfrentamiento de dos personajes masculinos distantes de esquemas básicos o lugares comunes y que puede ser una partida abierta, si bien tampoco finaliza en jaque con la última oración del cuento. ¿Había en ese enfrentamiento desigual entre uruguayos de asaltos a mano armada, emboscadas, atentados, copamientos, ejecuciones, fugas espectaculares, ejecuciones y berretines connotaciones de una gran guerra como se habían visto en los cines de barrio? Parecía que no en lo espectacular; pero si lo había en la trama secreta, en dispositivos invisibles a la población de los servicios especiales, agentes encubiertos -agregados culturales cantando Viva la gente con físico de Mariner tipo Rambo-, contratos por armamento, entrenamiento de la tropa y niveles considerables de la corrupción. Yo escuché como de refilón alguna historia parecida, tampoco estábamos preparados para ver esa parte sin montar de la película y podíamos confundir a un agente post venta de armamento con un profesor de matemáticas. Lo mismo quise presentar un militar compatriota salido de cierta caricatura enfocada en la brutalidad, en la torpeza, perfilando alguien conocedor de algunas sutilezas del arte; pero que a pesar de dominar las reglas del juego, todavía sin preparación suficiente para ser un gran maestro de ajedrez de la FIDE. Igual todavía el relato parecía limitado a ciertos preconceptos ideológicos; saliendo de la encerrona, sin pretender la verosimilitud sino todo lo contrario, dediqué parte del trabajo a la presentación del arma lo más preciso posible en técnica a lo que podía acceder. Para ello compré un par de libros estupendos -ahora dejé de ver esos materiales bélicos españoles en los estantes- sobre los tanques de guerra, que hallé en la Feria del Libro de la Avenida 18 de Julio. Si ese era el artefacto que permitía la existencia del relato, el objeto codiciado y talismán de la guerra de baja intensidad, funciona porque en contrapartida está el cuerpo de una mujer, que cumple funciones distintas para los dos personajes masculinos e insinúa una historia de espionaje que quizá debió merecer un tratamiento más extenso. Sin saberlo de antes, al final de la entrevista entre los dos hombres, ellos descubren que tenía afinidades electivas, esas que en otras circunstancias sólo posibles en la ficción pudieron haberlos acercado. El gusto de los poetas románticos alemanes cultivado durante los años de formación del héroe, los tanques porque son hombres del arte de la guerra en la ingeniería y el asalto del poder; el cuerpo de una misma mujer que en pocas días se transfigura de la misión oculta a la sensualidad y del gozo al martirio. Son de las cosas que se olvidan porque pertenecen a la trama que permanece invisible en las crónicas que recoge la prensa. Como el cometa de Georg Philipp Friedrich von Hardenberg, muchacho enamorado, condicionado por su tradición familiar, búsqueda de sí mismo entre la novela y la ingeniería, entre la poesía firmando Novalis y las matemáticas que no resolvieron la ecuación mortal de los pulmones. Y uno todavía se pregunta, cómo pudo ese hombre hacer tanta cosa en la brevedad de una vida de veintiocho años, que quedó sin respiro, en tiempos cuando los poetas morían en esa zona de la edad de la veintena tardía, mucho antes de la hecatombe roquera iniciada por Jim Morrison.

lavoisier@ St. Naz. com.

No se trata aquí del primer relato con referencia a Saint-Nazaire que sube a la nube virtual del Cabaret La Coquette, es quizá el penúltimo eslabón de una seria o de la zona de cuentos escritos en ocasión de la ciudad del astillero y que conocí al comienzo de los años noventa del siglo pasado. La mayoría de ellos y este es un buen ejemplo, son resultado de un pedido y pacto de escritura. Los otros, como los paquebotes enormes que allí se construyen llegaron al buen puerto de la edición; este permaneció inédito por diferentes razones de pertinencia, coordinación, cambio de autoridades en la Intendencia de la ciudad cuando el relato ya estaba escrito. Formaba parte -olvidé si individual o sumado a textos de otros escritores- del plan generoso de escribir sobre el río Loira, que es el rio de la ciudad, de la región, de Francia. También está pues en este enero del 2023, el organizador de ese proyecto Patrick Deville visita el Cabaret con un texto sobre sus visitas a Montevideo, la historia de una foto de Caruso, la casa de Juan Carlos Legido en La Paloma, el gusto de la caña con bituá y el recuerdo del suicidio de Baltasar Brum el 31 de marzo de 1933. En cuanto al título ahora parece bien frecuentado el signo @ Arroba, pero hace unos quine años quiso significar su presencia asomando al mundo de Internet en avance, una dirección imaginaria donde se reciben y envían mensajes al mundo con la abreviatura de Saint- Nazaire y en prioridad el recuerdo de Antoine Lavoisier: principio de cambio y permanencia, lo mutante en la Naturaleza macro y micro, la posibilidad de lo estable relacionado entre imperativo de destrucción creativa y mandato de creación novedosa, aceptando la fatalidad de transfiguración permanente, esa alternancia productiva entre memoria e imaginación. Diría que es la versión científico racionalista de la propuesta cósmica de la danza Tandava del dios Shiva Nataraja; por algo es su estatua bailando y rodeada por un círculo de fuego que está en el corazón de las instalaciones del CERN, cerca de Ginebra, donde se halla el acelerador de partículas circulares que va tras la partícula de Dios.

Leído a la distancia este cuento, sobrevolando o fluyendo subterráneo por la intriga visible, creo que evidencia el interés del autor -y del proyecto original- por todos los ríos el río. El río de la Plata en prioridad, el río sin orillas de Juan José Saer, el Danubio de Claudio Magris, el Támesis de Conrad, el río del puente romano de Héctor Galmés, el Ganges claro, la batalla del Ebro, el Tormes, el Sena cruzado casi cada día y tantos otros que forman el sistema fluvial de la literatura. En tanto la novela o un relato extenso es fragmento acotado en la biografía ficticia o inexistente de los personajes, tiene algo de etapa segmentada de la navegación; algunos amaneceres los vientos son favorables y otros sorprende la tormenta enviada por los dioses. A veces en medio de la travesía, hay que cambiar todas las partes de la nave como le ocurre a los Argonautas cada vez que vamos tras el vellocino de oro; al mediodía cuando el sol se refleja sobre el agua -a la manera del mar visto desde el cementerio de Sète- escapan a la mirada incluso de los baqueanos las piedras en emboscada que provocan el naufragio, con la mente perturbada el huérfano esquife se embriaga y parte a la deriva, mientras el único navegante de la canoa, envenenado por la picadura de la yararacusú enrollada, se deja ir a la deriva hacia los rápidos de la muerte.

Ese tiempo de Saint Nazaire, al menos durante aquellos años del pedido del texto eran de gran movimiento; se firmaban contratos por millones de dólares para armar enormes barcos de placer que cruzan los siete mares, se daban cita en el lugar una armada de obreros de orígenes heterodoxos que repetían en los astilleros del lugar la construcción de la torre de Babel que navega y viniendo de todos los rincones del planeta. La ciudad salía a la búsqueda de arquitectos con mirada desprejuiciada para cambiar la distribución urbana, convivir de manera distinta con los signos petrificados de la segunda guerra mundial, simbolizados por el portento de una base de submarinos alemana, darle otro sentido a los estigmas monolíticos defensivos bordeando la costa y que parecían murallas implantadas por viajeros extraterrestres. Ahora mismo se produce el encuentro periódico de escritores o MEETING en la ciudad y se publican las revistas haciendo dialogar cada año dos ciudades. Continúa el tráfico de invitados a la casa de los Escritores y traductores de la ciudad, cuyo apartamento de aterrizaje se halla en el edificio Building. Como si la ciudad del astillero supiera que, su persistencia en la memoria del universo depende de ser una Central Narrativa, provocando una incesante circularidad de cronistas de paso, que llegan para descubrir y se van sabiendo algo más de ellos mismos; que, como en este caso y así que pasen veinte años, en algún hipotético relato de la literatura por venir aparecerá el nombre de Saint-Nazaire. La historia narra el encuentro de dos historias particulares con comienzo diferente, retiene algunos resplandores amorosos de pocos días entrecruzados insinuando la posibilidad de una novela a venir; pero que la separación transforma en relato de media distancia, recuerdo de los que nunca se sabe su fueron reales o pertenecen al dominio de la ilusión escénica. Ahora mismo sucede ese bogar de la ciudad en océanos con islas plásticas, a bordo de transatlánticos allí botados, donde miles de pasajeros bailan encantados melodías vintage a la luz de la luna, juegan a los slots desafiando al azar o se pasean por cubierta, cerca de los botes salvavidas por las dudas el témpano, preguntándose qué vida sería la suya de atreverse a ir más allá de la línea del horizonte marino que tienen por delante.

Máximo Mondragón / P.S. Un anónimo veneciano

Durante algunas décadas, hasta la última variación reescritura de libro de cuentos Nunca conocimos Praga, esta molécula narrativa dual formaba una unidad que estimo conveniente recuperar en la redacción del comentario. Habría pues que glosar sobre esa unidad en los orígenes y las razones literarias de la fractura; allá por los años ochenta del siglo pasado, mis búsquedas estaban afectadas por la alquimia memoria e imaginación, explorando los orígenes condicionantes del sujeto autor de los cuales no podía ni quería sacudirme. Bien pronto entendí cuáles eran los Atridas míos, que si deseaba escribir en un futuro tenía una genética corporal a considerar, familiar con disímiles vertientes, barrial como espacio reducido y hasta históricos incñuídos en los años que van desde los primeros recuerdos a las ganas de escribir. También era sensible a la tentación de los posibles (lo teatral del carnaval, un abuelo narrador oral, revistas de chistes devoradas como maní con chocolate, entrada de la televisión a la vida social, libros que llegaban a casa, lecturas de mi padre) a permitir la imaginación despegar de la pista asfaltada de la avenida 8 de Octubre. De todos los llamados que se alternaban -novela histórica, ciencia ficción, evocaciones, invención de mundos paralelos, muestrarios de monstruosidad- me interesaba desde temprano la variante del fantástico rioplatense asociado al cuento, pues nunca practiqué los versos a lo joven poeta ni tenía interés por entonces de inmersión en los ríos novelescos. El Divino Conde hablaría de encuentros fortuitos, suerte de dialéctica temeraria de la cual aguardaba lograr un resultado. Una de las tesis me acompañaba desde la temprana infancia; para un hijo único las abuelas son manantial de relato, y los tíos abuelos afluentes del delirio surrealista. Lo que allí cuento sobre mi tío abuelo Máximo es cierto, fue una de las bibliotecas abatidas de la tradición oral que conocí antes de ir a la escuela; ahí descubrí la formación de un personaje familiar, su habitación ascética donde trabajaba tenía algo de linterna mágica, al punto que a veces rememoro que en otra vida anterior pude ser arquitecto. Es verdad la destrucción creativa de la biblioteca de la calle Besares, como si fuera un Shiva vasco vaticinando al futuro escritor que toda biblioteca, en especial el estante con las obras que puedan legarse en vida, están destinada a arder con el paso de las generaciones. Máximo no estaba entre los planes primeros narrativos, en mis intereses más que reescribir tiempos pasados prefiero tramar situaciones inexistentes y hundir los cimientos del relato en las arenas previas de la nada. Igual en cierto momento entreví que lo mejor era recordar mediante la escritura y entonces regresó el tío abuelo del Reino de los muertos. Era tan fundador en la construcción de los primero recuerdos, que acaso no quise asociarlo a una historia que fuera naturalista y Máximo no merecía la tristeza atada sólo a cosas que perdimos. El quiebre resultó en una situación que es diferente al vivirla pero el mundo moderno transformó en lugar común, me refiero al primer encuentro con Venecia. No sé a ustedes, pero como siendo el mundo parecido entre sí en el fragmento pequeño y acotado que conozco, un paseo inicial por Venecia fue como la salida a la intemperie del mundo redundante, siendo intruso iletrado inmiscuyéndome en un sitio erigido por inteligencias del espacio infinito; de otro tiempo era una certeza. Seguro que instalado allí un semestre o dos, se sentirá al abrir de mañana la ventana el olor a podrido de la miasma que liquida ilusiones y el dolor de muelas cuando no se puede consultar al dentista tomando un taxi. Pasando algunos días, regresando cada tres horas a la piazza San Marco, sabiendo que hay que tomar el tren la semana próxima en la estación de Santa Lucía, la evocación de Venecia tiene idéntica consistencia que los paisajes ambiguos de los sueños. Por ello es que allí sucede la parte fantástica del relato; el cruce premeditado de ambas situaciones lo fui olvidando, leyéndolo estas semanas seguro que no se trata de un plan minucioso, ecuación trabajada cuya incógnita se deduce por razonamiento sobre una mesa de trabajo. Más bien se parece a la sorpresa, pero las que ocurren en Venecia donde uno emerge de un callejón breve, atraviesa otra pasiva oscura con ratas a altura de hombre, sube algunos pocos escalones de Escher y desemboca en la plaza donde hay una iglesia en rojos interiores de inspiración diabólica. Debió de ser así que interactuaron mi recuerdo infantil y una noche de carnaval, donde se cuenta que se alteran las leyes estrictas de la sociedad. El final es fantástico, el recuerdo hace que la duda haga su tarea de zapa y siguiendo al maestro Quiroga la economía narrativa trabaja toda para el efecto final. Contaba con Mahler, Visconti y Dick Bogarde para activar en los lectores algunas atmósferas de Muerte en Venecia, en otras de Venecia rojo schoking de 1973 con Julie Christie y Donald Sutherland o el rencuentro de Florinda Bolkan y Tony Musante en la película de 1970 que da título a la parte segunda del cuento. En el momento de la escisión el campo veneciano permaneció incambiado; el genio y figura del tío Máximo en cambio, fue creciendo sumando detalles. Esa anomalía algo dice del disco duro del cerebro y envía señales del avatar más reciente de la escritura; eso lo veremos más adelante. Lo en verdad fantástico es lo irrepetible de la niñez, además este jueves un Air France ida vuelta París Venecia cuesta menos de doscientos euros.

Mariposas bajo anestesia

Quizá por ser lector madrugador de La metamorfosis ese asunto de cambios de apariencia siempre me interesó; como ejercicio y mandato para ser parte de la obra, sabía que alguna vez trabajaría sobre ese grupo de cambios corporales. Por los años 80 del siglo pasado tal vez tenté (lo dejé escrito en alguna carpeta) ensayos referidos al transhumanismo, inteligencia artificial, cruce de lo humano y robótica; había que explorar todos los posibles hasta agotarlos y el puerto de amarre seguía siendo Montevideo porque de ahí salieron los vampiros de Maldoror. Como los de mi generación nacidos en la década de los 50, uno de los motivos de asombro es el combate singular -retomando cantos de La Ilíada o la epopeya de Mohamed Alí- entre el hombre y la computadora; era el duelo de OK Corral pero entre los cosmonautas David Browman, Frank Poole y HAL 9000 que ocurre en 2001 una Odisea del espacio. Hacia los años ochenta el tema tuvo otros desarrollos espectaculares; uno fue en 1984 con el inicio de la serie de los Terminator, pero que trataba allí de situaciones dramáticas imposibles de adoptar al ámbito rioplatense. Si tuviera que elegir, diría que fue por otra vía más sexy que vino el interés; fue la presencia erótica de Joanne Cassidy, la actriz que interpretaba en Blade Runnes una replicante fugitiva con boa, impermeable transparente y asesinada por la espalda por Harrison Ford. Ella portada una suerte de radicalidad, estética cibernética de trans que por aquel entonces era feérico y mágico.  En el nuevo reino del relato moderno se sucedían movimientos de importancia, a la onda expansiva de la novela boom latinoamericana se sumaba el poder de la industria cultural, imponiendo el considerar la nueva intertextualidad de la estética audiovisual. Ese fue el punto de partida del relato manipulando experiencias que ocurren más allá de la definición del mundo cotidiano al que estaba habituado, para inspirar otro camino de Santiago sin botafumeiro, iniciación a tientas entre vísceras o vía mutante testicular sin retorno. Ante esos temas satelitales yo conocía apenas la apariencia mediatizada, la escena burlesca sin bambalinas, la teatralidad exagerada; en algún espectáculo en Barcelona de noche logre sentir la tragicomedia verdadera viendo el doblaje fonomímico de cantantes famosas, ese sueño repetido cada madrugada de ser otra persona parecida a Liza Minnelli / Sally Bowles a la segunda potencia. Después se agregan las escuchas informales, informaciones encubiertas, casos notorios de la crónica sentimental, el telón descorrido por los filmes de Almodóvar y Bibí Anderssen cantando Soy lo prohibido, algunos documentales. Está por escribirse sobre personajes de ese mundo trans en la mitología Carmen; el filme australiano -como el grupo AC/DC- Priscila, loca del desierto de 1984 puso la barra bien alto, si bien desconozco cómo es juzgado por las nuevas generaciones.

Huyendo de los rigores del juez Verosimilitud y fariseos de la amalgama decidí que el tema lo asumiera un relato maquillado de citas novelescas, como Drag Queen o yegua del Apocalipsis que ganara un concurso del carnaval de Venecia, del Carnaval de Río, el modesto de Gualeguaychú a todo regatón travestido y un puesto de literatura comparada en una universidad americana. El improbable cirujano chino de dos nombres sin diploma aportó la sabiduría dudosa del esperpento, Papillons de Schuman interpretadas Sviatoslav Richter la metáfora transfigurada -que pudo verse con variante gore en El silencio de los corderos– y luego injertando a la novela la tendencia de la sociedad post a la brevedad, corte, síntesis apresurada. Más que la azarosa histórica clínica de los pacientes de una sala de operaciones clandestina, traté el currículum del responsable nunca mejor dicho de intervenciones castradoras en tanto gesto quirúrgico; más que anexar otros magnetismos o evocar lecturas de Severo Sarduy, por entonces tentaba una experiencia mimética, que la prosa alcance la autosuficiencia de la pintura abstracta y la lectura sea trip llevando a mundo alucinados; sabiendo hélas! que los nuevos lectores hallan más gozo en la borrachera de cerveza, drogas varias o video clip de Marilyn Manson que en librerías de viejo: los muchachas de antes no usaban gomina. Ha pasado desde su publicación un cuarto de siglo; juro que jamás pensé que esa experiencia de transformismo afectaría de manera arborescente las sociedades contemporáneas; es novelesco lo que ocurre en la superficie de desfiles, clínicas en dólares, estética publicitaria, industria musical, legislaciones castellanas, conocidos que frecuentamos y universidades bajo anestesia. Hay un Víctor y Victoria de 1933, otro de 1982 con la sublime Julie Andrews, veremos quien asume el nuevo desafío para el primer siglo de esas confusiones de vestuario, deseo y sexualidad. El cuento tiene varios defectos, pero como le dijo Joe E.  Brown a Jack Lemmon al final de Una Eva y dos Adanes de 1959: Nadie es perfecto.

Estación Place Monge

Felisberto Hernández tenía razón y lo mismo Horacio Quiroga; este último insistía sobra la tenacidad creativa, de producción sin reposo y de ahí su famoso decálogo del perfecto cuentista, protocolos o mandamientos para lograr un cuento que será recordado sin que se extravíe en la deriva del olvido. Cuando Felisberto escribe su Explicación falsa de mis cuentos se ubica en la gestación botánica metafísica y en un intento frustrado de ubicar sus relatos en la instancia social de la recepción: explicar el origen de la idea, tiempo de la redacción, estrategias técnicas de escritura o sentido secreto detrás de la apariencia. En muchos casos la mejor exégesis es exógena al escritor, como sucede con la interpretación de los sueños, pero un ejercicio de introspección puede adelantar pistas. Leído algunos años después de haberlo publicado, debo decir que el grado cero de la historia narrada en ese cuento puede insinuar varios inicios. A ninguno le daría la prioridad exclusiva pero el momento de redactar el comentario, asoman convicciones que no recuerdo haberlas considerado en el momento de escribir la ficción, de hacer las correcciones del caso. Lo primero que viene a la superficie reflexiva es la dependencia con el proyecto del libro donde se halla el cuento y que se titulaba El submarino Peral. Esos cuentos querían jugar con la presunción de que todo cuento narra dos historias, una visible en el texto y la otra menos evidente o tapada por las brumas, esa niebla que nos hace confundir las bestias cuando leemos El mastín de los Baskerville. En el libro, el submarino fue el artefacto narrativo que permitía acercarme -tomando el riesgo del naufragio- a la parte sumergida del iceberg tan evocada por Hemingway. Quizá por eso la historia ocurre en la zona donde vivió el autor de París era una fiesta, cerca de la plaza de la Contraescarpe que guarda todavía un encanto retro. Ese distrito 5° de París tiene algo de los juegos con el tiempo, como sucede con la película de Woody Allen, la propia configuración del barrio lo protege de las evoluciones de la modernidad. En un perímetro reducido que se puede recorrer caminando, están el paseo de la rue Mouffetard con sus tabernas griegas, la mezquita de París, el circo romano de las arenas de Lutecia, la Escuela Normal Superior, el Jardin des Plantes, las calles del azar de Rayuela, el hotel de los uruguayos en la calle Cuyas y la Sorbonne. En ese paisaje de barrio latino está la estación de metro Place Monge, solitaria y que parece error de ingeniería o trampa llevando a los mundos subterráneos, lugares donde se puede hablar con los muertos. Ahí se congregaron historias parecidas y diferentes, de violencia fascista armada en la lengua castellana y que me interesaron desde joven. La guerra civil española por eso de lecturas, familia y vecindad; la dictadura en Uruguay por razones obvias. En ambos casos más allá de sacudimientos colectivos, que otros contaron mejor y se siguen sintiendo medio siglo después, me llamaban las tragedias individuales. La caída disfrutada en la abyección represora, el deseo de venganza partisana que se va diluyendo, los exilios trastocando los planes de vida y el trabajo del tiempo en el juego ingobernable de espejos deformantes. Ese lugar parisino era buen escenario porque fue recibiendo desde hace siglos diferentes destierros, cobijando la parte sumergida de revoluciones que quedaron estancadas en el lodo con sangre y utopías que se resuelven en el exilio y el epitafio morirás lejos que escribió José Emilio Pacheco. Episodios nacionales que hacen inolvidable filmes como La guerra terminó de Alain Resnais del año 1966, que advertía sin decirlo que la historia tiende a repetirse y otros serían los exiliados incluyendo uruguayos. La historia que narra el cuento es tan vieja como todas las batallas, el azar decidió que se tratara de España y pudo haber sucedido en cualquier país de América Latina. Seguro que todos conocen historias parecidas, el juego perverso entre la tradición y la venganza que también envejece como los protagonistas sobrevivientes. Cada suceso pequeño dentro del gran magma más los que no tienen notoriedad periodística, es a la vez excepción y metonimia, anécdota que se continúa mientras alguien la repita. Así hasta que el olvido haga su tarea; como en El entenado de Juan José Saer, toda tribu preserva un cautivo sobreviviente que escriba la crónica, sin excesivo énfasis, reteniendo el dolor, al final de su propia vida, rescatando la epopeya de otros que desaparecieron, luego de vivir en un lugar, no hace de ello demasiado tiempo, cuando el Uruguay y el Plata vivían su salvaje primavera…