Estaba lejos de la estrategia de un melómano, pero otro título no salía -y eso que me doy maña para esa apertura del texto- y La muerte y la niña ya había sido utilizado en un cuento por un ilustre compatriota. Guardé el título en alemán para expresar lo intraducible de la anécdota y porque en la crónica musical de la obra había un principio previo de arquitectura. La historia comenzaba en el ámbito romántico alemán y el cruce determinante muerte con juventud que podía aplicarse el mismo Schubert. Luego se trataba de un lieder de belleza sombría, breve, pieza solitaria diamantina entre los grandes ciclos del compositor, como el Viaje de invierno que me acompaña en varias versiones. Música y palabra establecen un diálogo entre lo femenino perecedero y el final con la brutalidad de la muerte; tenía algo de cuando en secundaria estudiábamos el romance del Enamorado y la muerte. El lieder sublima un cuento breve oral y luego se fusionará en un conjunto mayor -así como el cuento se diluye en el conjunto de cuentos “El submarino Peral”- en el cuarteto de cuerdas N 14. A esa articulación la llamaría arquitectura ideal ateniéndome a sus campos narrativos imbricados, siendo lo preestablecido anterior al cotejo con la realidad.
Digamos que socialmente me interesaban dos aspectos; el primero era quizá porque ahora se sabe, la violencia contra la mujer que exploré con más detenimiento y suerte discutible en la novela “Pasión y olvido de Anastassia Lizavetta”. Cuando el cuento progresaba buscando su perfile, además del feminismo tradicional de la generación anterior, comenzaba a conocerse el movimiento me too, la irrupción mediática del asunto que pasó del crimen pasional al feminicidio, con algunos casos internacionales estremecedores. Desde el varón en retirada nada podía aportar de original a nivel testimonio y todo intento de realismo o poner en relato algún caso sonado estaba predestinado al fracaso. En la discusión pública sería de escasa utilidad tardía mi opinión, tal vez con paradigmas fuera de contexto; creo que se trata de una decadencia antropológica de la masculinidad y a la vez los violentos son hombres que frecuentamos a diario en la ignorancia. Recordé entonces aquello de la banalidad del mal -los casos de las guerras o los torturadores caseros sin ir más lejos- que toda tragedia de ese tipo siempre comienza por un hola que linda que sos, ¿fuiste al cumple de Vero?, acaso una canción de Leonardo Favio o Banana Pueyrredón. Luego se agrega la articulación doble neo narrativa en los discurso de la información y la ficción cuando se trata de violencia de género como se dice ahora. La información en caliente con la prensa espectacular en declive y los medios audiovisuales, más los movimientos vertiginosos de las redes sociales, se observa que el circuito se articula en la exploración de todas las líneas; hasta un género intermedio de la docu ficción, donde se escenifican casos de lo que en viejos tiempos se llamaba la crónica roja, la denuncia tardía de situaciones con dos o más décadas de sufrimiento, el desenmascaramiento de mitos circunstanciales del mundo del espectáculo y el deporte. Quizá la musiquita de crónicas tv y los selfis robados de las novias desnudas podían colmar no solo el deseo lógico de información; sino algo perverso subterráneo, malsano, que con viejas fórmulas estereotipadas de páginas policiales, podía llamarse satisfacción por procuración de los bajos instintos.
El otro fenómeno es la ficción de la industria cultural; al respeto hay mucho para decir, pero en cuanto a lo que aquí tratamos, basta con pensar en la arborescencia de series que tratan el tema. La estrella es el asesino desde Jack el destripador, la ciencia da lo mejor de sí para atraparlo, las mejores mentes deductivas piensan sin cesar en su psicología sicótica, el profiler viaja al fondo de las mentes no de músicos sino de aquellos que asesinan mujeres, siguiendo protocolos cada vez más sofisticados y crueles, de cruce entra ajedrecista y carnicero. La industria cultural y los Intrusos de la violencia dejan poco espacio para ellas y de ahí el cuento explorando otro dominio del mismo terreno en una suerte de tregua; a todo eso la mujeres son siempre las fotos fichadas en los paneles de los equipos de investigación, de las cuales sólo se espera que tengan un elemento en común que explique su integración a la serie. El relato tiene algunas aperturas donde la víctima es vista con ojos de una madre destruida, que solo esperaba nietos y recoge el testimonio indirecto de la hija asesinada por la escritura a escondidas. Quizá intenta un gesto rebelde ante expresiones del tipo hacer el duelo, como si alguna vez finalizara el dolor o la resiliencia, como si la próxima navidad se pudiera retomar el gusto por el budín inglés. Luego se especula con un viaje al tiempo futuro dentro de la misma vida; cuando el criminal no necesita un psicólogo criminalista, ni la reeducación para integrase a la sociedad, viva la senilidad del asesino que despierta una piedad a contratiempo, sin que sepamos si recuerda con sorna u olvidó entre pañales geriátricos, la fecha del aniversario de bodas, el nombre de la muerta, la fiesta que pagaron los suegros.