Fue un par de años más tarde que comencé a trabajar ya no en la educación sino en la ciudad vieja y el centro. El eje era la Avenida 18 de julio, la escala sin manzana plaza Independencia y luego Sarandí, siendo las perpendiculares del cuadrilátero Ejido y Misiones, la siguiente después de Treinta y Tres; era el centro activo de Montevideo, faltaba inaugurarse el Shopping Center cerca de Rivera y Punta Carretas era todavía la cárcel que adquirió fama en 1971 con la famosa fuga de los tupamaros. La acción del relato se centra en la última semana de 1975 cuando el poder cívico militar decretó que fuera el año de la Orientalidad, una exaltación agitada con charangas y deformaciones de valores telúricos nacionales en lucha contra las ideologías foráneas. Se trataba de ganar también la batalla de las ideas, alterar la opinión pública, darle un discurso positivo al quiebre de las instituciones, instalar una suerte de circo o parada del folklore y relato patriótico embanderado.
La dictadura había comenzado y entraba en su tercer aniversario, no había retroceso a la vista, había que sobrevivir con la circunstancia, nadie era capaz de predecir cuando la situación cambiaría y volver a la normalidad nunca sería lo mismo. Considerando la demografía y a pesar de los números concretos, el país parecía signado por la suerte de las minoría y también subsidiarias de portar el relato visible al menos del país, la metonimia lucha armada fue pronto convertida en prisión con rehenes y represión que de cuarteles pasó tentada al Palacio Legislativo. ¿Cómo dividir en categorías esa sociología? Acaso se podría cuantificar los presos, los militares en actividad y favorables al giro que tomaban las cosas, los exilados por razones políticas, los expatriados llevados por el envión, la saturación y hacer vida lejos. Difícil de establecer porcentajes, pero podría decirse que la mayoría de los uruguayos vivimos en el insilio; por inercia, incapacidad de reacción, en situación de latencia, en una categoría inventada que quería decir quedarse a barrer la casa, estar con los padres, zambullirse al mediodía en el Cabo Polonio. La información circulaba, se aguardaba el amanecer del otro día y el unicornio azul, mientras el tiempo pasa y nos vamos volviendo viejos, se armaban estrategias de resistencia cultural con cacerolas de canto popular y cotidiana leyendo la vida entre líneas; tampoco se pueden cuantificar a los indiferentes y satisfechos por el final del caos zurdo. Cualquiera que fuera la situación, el país había cambiado y ello repercutía en todas las capas sociales y actividades. Algunos entre los más ancianos debieron resignarse a eso de morir en dictadura; los niños vivían la educación sentimental de la ignorancia, sin haberlo decidido y algunos años después, fueron protagonistas de la cultura punk, anticultura crítica, arte en la lona, bandas musicales, la simpatía por la droga llevando a los riff australianos y que arrastró muchas vidas tronchadas en la motosierra rock. El conglomerado de izquierda estaba atento a las señales de Suecia y España, de Libertad y Jefatura, vivía de manera vicaria lo ocurrido en otros países a la espera del volver a empezar.
Había también una fuerza social con su entropía, inercia de eros más fuerte que los mandos, haciendo que la gente decidiera casarse, nadara en Neptuno, tramitar un crédito ante el Banco Hipotecario, fuera al cine Liberty los sábados a medianoche a ver a Led Zeppelin en “La canción es la misma”, se acercara a los fogones con tablita del Mercado del Puerto tras el colesterol a las brasas, a los bailes erotizados de Casa de Galicia y al casino del Parque Hotel a tirarse alguna ficha. De cierta manera chambona la vida continuaba y en el trabajo chico conoce a chica; se esto trata el relato porque la historia se repite. Como Romeo y Julieta, el Aniceto y la Francisca, Ana Belén y Víctor Manuel, Sid Vicius y Nancy Spungen remasterizados donde Florencia o el Hotel Chelsea es la agencia de viajes Jetmar y los tortolitos maduros. Para German y Luisa no se trata de descubrimiento de la vida sino de una segunda chance, que quizá sea la última y parodiando al colombiano, sería una crónica de amor entre adultos en los tiempos de la orientalidad. A su manera la pareja protagónica tiene cicatrices que duran en cerrar los puntos, arenita en el motor, fallas en el corazón del reactor, secuelas de lo social vivido la década pasada, que se vuelven obstáculos confusos en el intento de ser felices o meterse en la cama. La primera tarde que pasé contigo quisiera olvidarla pero no he podida, la intimidad como puente esperanzado a un año más llevadero se cruza con desperfectos técnicas de la central telefónica. El aislamiento nunca es solución liberadora, recomenzar luego de una separación es bravo, los chicos de una primera unión son nexo con el pasado y el buen pasar tampoco impide tener trastornos compulsivos de carácter. Desde aquella madrugada de fin de año les perdí la pista, Luisa y German tienen cincuenta años más como yo mismo; sus historias eran una exploración de los posibles, quizá se separaron, puede que ese cuento tenga un final feliz hasta con hijos grandes, como si alguien pudiera saber el verdadero significado de la formula tener un final feliz.