Cuando elegí este cuento para la entrega de Febrero 2023, nunca imaginé tamaña concordancia con la realidad. No estoy pensando en la renovada pertinente del relato en sí ni tampoco en el retorno de la obra de Novalis a los programas de enseñanza secundaria, sino en la reactualización del tanque como instrumento determinante de la guerra. Así pues, la vieja Inglaterra -la misma de las invasiones del siglo XIX en el rio de la Plata, la misma de la misión John Ponsonby y la guerra de las Malvinas- decidió dar, prestar, entregar, vender a largo plazo sin intereses, una división de tanques Challenger 2 a Ucrania para derrotar a las tropas rusas en las planicies del Dombás. En estos días hay tratativas intensas para que a esa donación se sumen los Leclerc franceses, los Leopard alemanes en manos de los poloneses y el temido M1 Abramas born in the U.S.A. contra los T-90 M rusos de última generación. Creíamos estar en la guerra de las galaxias con la Estrella de la Muerte de Darth Vador y volvemos a las arenas de El Alamein en1942.
El cuento narra precisamente cómo alguno de esos tanques pudo llegar al Uruguay en pleno campo minado de la dictadura cívico militar. Se narra allí el enfrentamiento de dos personajes masculinos distantes de esquemas básicos o lugares comunes y que puede ser una partida abierta, si bien tampoco finaliza en jaque con la última oración del cuento. ¿Había en ese enfrentamiento desigual entre uruguayos de asaltos a mano armada, emboscadas, atentados, copamientos, ejecuciones, fugas espectaculares, ejecuciones y berretines connotaciones de una gran guerra como se habían visto en los cines de barrio? Parecía que no en lo espectacular; pero si lo había en la trama secreta, en dispositivos invisibles a la población de los servicios especiales, agentes encubiertos -agregados culturales cantando Viva la gente con físico de Mariner tipo Rambo-, contratos por armamento, entrenamiento de la tropa y niveles considerables de la corrupción. Yo escuché como de refilón alguna historia parecida, tampoco estábamos preparados para ver esa parte sin montar de la película y podíamos confundir a un agente post venta de armamento con un profesor de matemáticas. Lo mismo quise presentar un militar compatriota salido de cierta caricatura enfocada en la brutalidad, en la torpeza, perfilando alguien conocedor de algunas sutilezas del arte; pero que a pesar de dominar las reglas del juego, todavía sin preparación suficiente para ser un gran maestro de ajedrez de la FIDE. Igual todavía el relato parecía limitado a ciertos preconceptos ideológicos; saliendo de la encerrona, sin pretender la verosimilitud sino todo lo contrario, dediqué parte del trabajo a la presentación del arma lo más preciso posible en técnica a lo que podía acceder. Para ello compré un par de libros estupendos -ahora dejé de ver esos materiales bélicos españoles en los estantes- sobre los tanques de guerra, que hallé en la Feria del Libro de la Avenida 18 de Julio. Si ese era el artefacto que permitía la existencia del relato, el objeto codiciado y talismán de la guerra de baja intensidad, funciona porque en contrapartida está el cuerpo de una mujer, que cumple funciones distintas para los dos personajes masculinos e insinúa una historia de espionaje que quizá debió merecer un tratamiento más extenso. Sin saberlo de antes, al final de la entrevista entre los dos hombres, ellos descubren que tenía afinidades electivas, esas que en otras circunstancias sólo posibles en la ficción pudieron haberlos acercado. El gusto de los poetas románticos alemanes cultivado durante los años de formación del héroe, los tanques porque son hombres del arte de la guerra en la ingeniería y el asalto del poder; el cuerpo de una misma mujer que en pocas días se transfigura de la misión oculta a la sensualidad y del gozo al martirio. Son de las cosas que se olvidan porque pertenecen a la trama que permanece invisible en las crónicas que recoge la prensa. Como el cometa de Georg Philipp Friedrich von Hardenberg, muchacho enamorado, condicionado por su tradición familiar, búsqueda de sí mismo entre la novela y la ingeniería, entre la poesía firmando Novalis y las matemáticas que no resolvieron la ecuación mortal de los pulmones. Y uno todavía se pregunta, cómo pudo ese hombre hacer tanta cosa en la brevedad de una vida de veintiocho años, que quedó sin respiro, en tiempos cuando los poetas morían en esa zona de la edad de la veintena tardía, mucho antes de la hecatombe roquera iniciada por Jim Morrison.