Durante algunas décadas, hasta la última variación reescritura de libro de cuentos Nunca conocimos Praga, esta molécula narrativa dual formaba una unidad que estimo conveniente recuperar en la redacción del comentario. Habría pues que glosar sobre esa unidad en los orígenes y las razones literarias de la fractura; allá por los años ochenta del siglo pasado, mis búsquedas estaban afectadas por la alquimia memoria e imaginación, explorando los orígenes condicionantes del sujeto autor de los cuales no podía ni quería sacudirme. Bien pronto entendí cuáles eran los Atridas míos, que si deseaba escribir en un futuro tenía una genética corporal a considerar, familiar con disímiles vertientes, barrial como espacio reducido y hasta históricos incñuídos en los años que van desde los primeros recuerdos a las ganas de escribir. También era sensible a la tentación de los posibles (lo teatral del carnaval, un abuelo narrador oral, revistas de chistes devoradas como maní con chocolate, entrada de la televisión a la vida social, libros que llegaban a casa, lecturas de mi padre) a permitir la imaginación despegar de la pista asfaltada de la avenida 8 de Octubre. De todos los llamados que se alternaban -novela histórica, ciencia ficción, evocaciones, invención de mundos paralelos, muestrarios de monstruosidad- me interesaba desde temprano la variante del fantástico rioplatense asociado al cuento, pues nunca practiqué los versos a lo joven poeta ni tenía interés por entonces de inmersión en los ríos novelescos. El Divino Conde hablaría de encuentros fortuitos, suerte de dialéctica temeraria de la cual aguardaba lograr un resultado. Una de las tesis me acompañaba desde la temprana infancia; para un hijo único las abuelas son manantial de relato, y los tíos abuelos afluentes del delirio surrealista. Lo que allí cuento sobre mi tío abuelo Máximo es cierto, fue una de las bibliotecas abatidas de la tradición oral que conocí antes de ir a la escuela; ahí descubrí la formación de un personaje familiar, su habitación ascética donde trabajaba tenía algo de linterna mágica, al punto que a veces rememoro que en otra vida anterior pude ser arquitecto. Es verdad la destrucción creativa de la biblioteca de la calle Besares, como si fuera un Shiva vasco vaticinando al futuro escritor que toda biblioteca, en especial el estante con las obras que puedan legarse en vida, están destinada a arder con el paso de las generaciones. Máximo no estaba entre los planes primeros narrativos, en mis intereses más que reescribir tiempos pasados prefiero tramar situaciones inexistentes y hundir los cimientos del relato en las arenas previas de la nada. Igual en cierto momento entreví que lo mejor era recordar mediante la escritura y entonces regresó el tío abuelo del Reino de los muertos. Era tan fundador en la construcción de los primero recuerdos, que acaso no quise asociarlo a una historia que fuera naturalista y Máximo no merecía la tristeza atada sólo a cosas que perdimos. El quiebre resultó en una situación que es diferente al vivirla pero el mundo moderno transformó en lugar común, me refiero al primer encuentro con Venecia. No sé a ustedes, pero como siendo el mundo parecido entre sí en el fragmento pequeño y acotado que conozco, un paseo inicial por Venecia fue como la salida a la intemperie del mundo redundante, siendo intruso iletrado inmiscuyéndome en un sitio erigido por inteligencias del espacio infinito; de otro tiempo era una certeza. Seguro que instalado allí un semestre o dos, se sentirá al abrir de mañana la ventana el olor a podrido de la miasma que liquida ilusiones y el dolor de muelas cuando no se puede consultar al dentista tomando un taxi. Pasando algunos días, regresando cada tres horas a la piazza San Marco, sabiendo que hay que tomar el tren la semana próxima en la estación de Santa Lucía, la evocación de Venecia tiene idéntica consistencia que los paisajes ambiguos de los sueños. Por ello es que allí sucede la parte fantástica del relato; el cruce premeditado de ambas situaciones lo fui olvidando, leyéndolo estas semanas seguro que no se trata de un plan minucioso, ecuación trabajada cuya incógnita se deduce por razonamiento sobre una mesa de trabajo. Más bien se parece a la sorpresa, pero las que ocurren en Venecia donde uno emerge de un callejón breve, atraviesa otra pasiva oscura con ratas a altura de hombre, sube algunos pocos escalones de Escher y desemboca en la plaza donde hay una iglesia en rojos interiores de inspiración diabólica. Debió de ser así que interactuaron mi recuerdo infantil y una noche de carnaval, donde se cuenta que se alteran las leyes estrictas de la sociedad. El final es fantástico, el recuerdo hace que la duda haga su tarea de zapa y siguiendo al maestro Quiroga la economía narrativa trabaja toda para el efecto final. Contaba con Mahler, Visconti y Dick Bogarde para activar en los lectores algunas atmósferas de Muerte en Venecia, en otras de Venecia rojo schoking de 1973 con Julie Christie y Donald Sutherland o el rencuentro de Florinda Bolkan y Tony Musante en la película de 1970 que da título a la parte segunda del cuento. En el momento de la escisión el campo veneciano permaneció incambiado; el genio y figura del tío Máximo en cambio, fue creciendo sumando detalles. Esa anomalía algo dice del disco duro del cerebro y envía señales del avatar más reciente de la escritura; eso lo veremos más adelante. Lo en verdad fantástico es lo irrepetible de la niñez, además este jueves un Air France ida vuelta París Venecia cuesta menos de doscientos euros.