en «Nunca conocimos Praga» versión IV inédita
El ingreso al enigma último del libro comenzó con una sencilla pregunta pertinente para concurso radial de cultural general: ¿podría el participante aclarar debido a cuáles circunstancias, coincidencias o misterio la sinfonía N.º 38 en re mayor de Mozart se denomina Praga? Considerada desde el interior de la partitura Köchel 504 la respuesta es evidente, pero son los iniciados en historia de la música quienes conocen la razón en detalle y los otros debemos buscarla en territorio extranjero, como todo aquello que nos obsesiona.
Estando yo a la caza de referencias insólitas sobre la ciudad natal de Kafka, queriendo mejorar este mismo proyecto IV –en la medida de lo posible y con vetas explotables extra literarias- inicié un periplo de viajero aficionado hacia otros dominios que resultó estimulante -sorprendente- y donde el trabajo considerable de Jean y Brigitte Massin sobre el compositor de Salzburgo, fue la fuente principal. Tampoco esperaba llegar a conclusiones originales por extravagantes, pero tal vez con algo de suerte localizar un atajo atractivo, tentar una hipótesis inventada, de esas que insinúan correspondencias mágicas hasta el borde de la credulidad y nadie verificaría a posteriori. La operación aparentaba ser pausada si bien laboriosa en su realización, debía alcanzar una escritura que pudiera evocar –en relato mental- sucedidos humanos de siglos atrás y otros acaecidos en la isla Indemostrable, había al respecto documentación suficiente e incierta, alterando contornos del real amenazante defendido con uñas y dientes, que suele ser otra quimera y aceptada con fisiología de animal fantástico. El propósito así urdido fue sencillo, rehacer el camino de ida y vuelta hasta el lugar común del asombro, abrir ventanas orientadas al clarear de lo ignorado, acceder a dudas clonadas que me acompañarán hasta la muerte, localizar un meteorito de alta densidad perturbadora que incrementara el sistema narrativo precedente. Necesitaba salir del proyecto IV Nunca conocimos Praga por la escala de la recóndita armonía; siendo honesto admitir al empezar el final que disfruté del periplo, como cantó Edith Piaff -en 1960 cuando yo tenía nueve años- no me arrepiento de nada de lo escuchado y leído para completar fichas con las cuales elaboré este texto. Valieron la pena las semanas de pesquisa sobre ese eclipse prodigioso ocurrido entre el músico malogrado y la ciudad de los puentes sobre el Moldava.
Nunca hubiera sospechado que ese meteorito creativo del rito masónico llevaría a nudos tramados de la historia kafkiana que me dejaron perplejo, con ese estado de ánimo especial y alcanzado ante la inminencia de una revelación alterando un saber del mundo supuestamente clausurado. Ciertas constancias del conocimiento expandían hasta el infinito el páramo de la ignorancia –el Caos es norma de alternancia accidentada-, distanciando el interés del rumor del mundo, recluyéndome en convicciones relativas a la vida retirada. Creo que eso que designamos Mozart con ligereza en cuanto a modelo canónico de música clásico, de melodía imponiéndose frente al olvido programado de charanga contemporánea, erosión constante de partituras complejas del mundo moviéndose de continuo, la sospecha de que lo humano está enlazado a fuerzas otras –algo que seguirá resonando expandiéndose después de los Apocalipsis absurdos imaginados por el hombre- fueron posible en la pasión con Praga –que lo estaba esperando desde la Edad Media- y el músico en su fatalidad, destinado a conocerla desde que anotó la primera clave de Sol cuando tenía todavía dientes de leche. Resultó el encuentro fortuito del elegido Amadeus –como otros tantos músicos pululando por aquellos decenios en Cortes europeas y capillas en mal de oratorios- con la ciudad amada por potencias espirituales y herméticas, diabólicas y angelicales. Concretando lo misterioso de que las obras resultantes del cruce sean diferentes dentro del repertorio personal e histórico, acariciando lo inefable en los labios.
Cuando el escenario tangible y de congéneres creyentes en el mundo de ultratumba es más intenso que nuestra capacidad de asimilación, debemos emprender diagonales amenazantes, visitar el reino de los muertos guiados por un maestro de confianza. El viaje a Praga de la familia Mozart revolucionó varios sistemas arbitrarios anteriores y el precio a pagar resultó oneroso; no tanto en aspectos biográficos, porque esas fuerzas sugeridas jamás se humillan al punto de infiltrarse en la vida aleatoria de los hombres, pero sí en tanto afectan las obras resultantes: aquello compuesto por Amadeus “después” de conocer Praga. Las obras de Mozart vinculadas a Praga están tocadas de cierta incandescencia diferente e inhumana, como habiendo sido inspiradas por Musas distintas de las mitológicas griegas y que los occidentales ignoramos, potencias que se detestan en Sánscrito y se nutren de la guerra perpetua, divinidades que desprecian su manifestación iconográfica entre los hombres; como si además de la inspiración sabida por las voces románticas, entraran en juego el sufrimiento de ser ángel entre los hombres, se viera de cerca la sombra de la Muerte cercándolo, comunicando mediante acordes inconcebibles la vanidad recurrente, la mediocridad desbordante del entorno contemporáneo, validando que el genio sería de inspiración demoníaca a falta de mejor explicación que suplante a las Musas fatigadas.
El capítulo Praga comenzó en Viena y había una vez el año 1786… Mozart ya era el Elegido entre los mortales. Los enemigos envidiosos pululaban en su circuito de mecenas, convites en castillos encantados y representaciones teatralizando el poder, la vida era creadora de melodías populares sublimes y el halago circulaba en días de fasto infantil. Sin embargo, la obra considerable que lo precedía a ese año fatídico naufragaba en peripecias económicas de endeudamiento, contrariedades sentimentales eróticas de un hombre cualquiera cautivo de sus debilidades. Praga la villa tan seductora, hubiera sido prescindible e innecesaria a su fama contemporánea; podría aportarle en todo caso una sociabilidad acrecentada por la recepción, reconocimiento halagador hasta la vacuidad provinciana cuando la autoestima está en crisis y escasea dinero en retribución, tan necesitado para llegar a la siguiente primavera. Mozart viajará a Praga tras lo que no tenía hasta entonces entre sus manos y lo otro trascendente que ignoraba, si bien intuyendo su aura. El peregrinaje bohemio tiene por excusa la necesidad de cambiar de aire y la intuición de contemplar el Moldava para desafiar la fuerza del Destino, como si se tratara del otro río subterráneo invisible, que es todos los ríos y el único afluente del genio que debiera importarnos. En la tercera orilla estaban los tenderetes de la promesa, la ambición secreta de componer lo que nadie había concebido en el pasado, hacer resonar con orquestas y piano una música, cantos humanos que nunca antes se habían escuchado en la accidentada trayectoria de la Creación.
Es bien sabido por quienes persiguen hasta el agotamiento en íntimos laboratorios alquímicos acordes transgresores, se aplican la pomada encantada del relato con puntos suspensivos mientras los hombres se consuelan… desde niños necesitan escuchar cuentos maravillosos para enfrentar terrores de la noche repetida. Los dioses –o lo que fuera de inasible que evoquemos para entender nuestro estar en el mundo- lo fueron preparando para inducirlo a Praga. Estaba en la treintena prodigiosa final y había que ponerlo a prueba, doblegando el olvido pétreo de los años siguientes y vengativos siglos venideros. Para renacer en la memoria tardía de la humanidad Mozart debía morir una primera vez, recorrer de rodillas el atajo empedrado hacia la inmortalidad por sus propios medios, transitar descalzo el desierto del Purgatorio nominativo: el lugar acogedor que lo halagó dándole la ilusión de la fama efímera debía comenzar a despreciarlo. El año previo a Praga, Wolfgang Amadeus entra en desgracia en efecto dominó, los astros que lo protegían desde la infancia se desarreglan en el firmamento con estruendo, un público conocedor y la prensa deciden descartarlo del círculo privilegiado, la volatilidad del gusto social que paga las localidades, sumado al capricho crítico de la originalidad mundana contamina los salones; dejó de ser el niño prodigio del clavecín presentado por el padre como atracción de feria, los celos arraigados de otros rondando su luminosidad prescinde de muñecos rituales para concretarse. El placer instigador cargado de murmullos es más exultante cuando la víctima es un ser superior carente de defensas y la elección de algunos temas operísticos –por osadía musical y vísperas revolucionaria- crean reacciones devastadoras entre hombres de influencia en gabinetes secretos del poder, que bien pronto pasan del desdén al reproche y luego al gesto destructivo. Algo puede entenderse en lo ocurrido esas semanas sin poder explicarse considerando incluso el tiempo transcurrido. Mozart está en la plenitud de sus medios técnicos y a su manera gestionando el torrente creativo, la subsistencia cotidiana en círculos concéntricos afectivos es durísima, de acuerdo, de acuerdo… era un pésimo administrador, mano rota con amigos abusadores, tenía gustos estrafalarios y caros, vivía casi separado de lo terrenal; de haberse mantenido el circuito de producción activado y con puestas en escena programadas, el compositor igual estaría integrado sin alboroto a la sociedad vienesa. Esa fortuna de rentista con entradas en los salones no fue su presente temeroso del futuro y la sociedad en bloque será implacable activando su estrategia de demolición.
Vayamos con prudencia a lo que se puede entender. El conjunto se aglomera y gira en torno a Las bodas de Fígaro, ópera que debería haber sido un éxito y padeció la recepción tibia que se asimila al fracaso. La primera representación tuvo lugar en Viena el primero de mayo de 1786, la ópera fue compuesta en algunas semanas del verano anterior con el placer de poner en música la belleza de la lengua italiana. Era la primera vez que el autor trabajaba en colaboración con el libretista Lorenzo Da Ponte; cosa más extraña la reacción sin entusiasmo pues, si dentro de la música está la obra Mozart para aclarar la noción “música clásica”, en Las bodas de Fígaro fluye la línea melódica definiendo lo que nombramos Mozart para distinguirlo. Un aire que abre las puertas del pasado (como si fuera el Infierno temido del Tiempo) probando que los límites de la vida no coinciden con los de “nuestra vida”. Esos vieneses en general salvo los menos, al parecer nunca supieron lo que estaba ocurriendo en el magma perturbador de la Creación cuando escucharon el aria Non piu andrai, farfallone amoroso… Las bodas de Fígaro se representan nueve veces en el año, casi de manera aleatoria entre otros espectáculos líricos que marcharon al olvido y parece por el contrario que no hubiera ocurrido nada sobre escena digno de ser destacado. Mirado desde el siglo XXI sería sencillo explicar el error de paralaje en ese rechazo popular, argumentar con ironía el desajuste que resultaba prueba determinante. De nada sirve indagar el rechazo –tampoco tengo información ni capacidad técnica para hacerlo- y si lo centramos en Mozart, caeremos en el cliché del genio incomprendido y el lloriqueo evocando la justicia tardía de la posteridad. Después de todo, uno puede vivir muy bien la vida cotidiana siendo feliz hasta la muerte sin haber escuchado non piu andrai…, sin después poder sacarse ese aire de la cabeza habiéndolo oído una única vez antes de saber leer. Igual querría destacar esta mañana primaveral dos hechos en apariencia contradictorios y que serían impulso inicial del nuevo movimiento. a) el éxito en Viena a nivel popular de la ópera Una cosa rara, ossia belleza ed onestà del valenciano Vicente Martín y Soler, con libreto del referido Lorenzo Da Ponte. b) La venta a Pasquale Bondini, director de la Ópera de Praga de los derechos de Las bodas de Fígaro por 100 ducados.
Justificando el cotidiano circular de la contrariedad que se ensaña en el último trimestre de 1787, los historiadores evocan celos justificados e intensos, boicot de audiencia acentuado con complot aristocrático en decisivas instancias del poder. El resultado de esas manipulaciones es desdichado para el músico y se perfila un rudo final de año para la familia, falta dinero al presupuesto, los prestamistas se hacen evasivos, conciertos y suscripciones con editores de música disminuyen como si hubieran acordado entre todos urdir un complot devastador. Se retarda la edición de partituras, aumentan alumnos de familia aristocrática robando cada día horas preciosas y la humillación de exponerse ante nobles de segunda zona detrás de créditos; los acontecimientos negativos se aceleran y acumulan con Mozart como en un drama burlesco por entregas sin final feliz. El 18 de octubre de 1786 nace en la familia el tercer hijo varón, hay planes de giras y conciertos por Italia e Inglaterra con intención de equilibrar economías menguadas; menos que solucionarse las relaciones con su padre se tensan aún más en esos meses y el niño Johann-Thomas fallece un mes más tarde, el 15 de noviembre. Esa tragedia familiar en el siglo XVIII parece cosa habitual aceptando la resignación o se la vivía de manera que hoy resulta inconcebible; por supuesto, circulaba ante esos golpes de la vida una voluntad divina que consuela, lo que en nada quita a la circunstancia el dolor y seguro la rabia consecuente. ¿Se puede superar sin cicatrices un duelo de esa naturaleza y cómo componer durante la noche con finales alegres a toda orquesta? Hacia la última quincena de noviembre se deciden planes y proyectos para descartar el dolor, si ello fuera posible. La vida continúa siendo otra vida, crear para olvidar, viajar para olvidar, endeudarse para olvidar…
Es creíble en los Mozart la tensión de la existencia, deudas acumuladas llegando al plazo confiscatorio y la imposibilidad de retirarse parecen prohibidos, ronda luego eso otro acechando –trágico por irónico y contradictorio- que es el mandato torrencial de creación. Ejemplo y decisión, inconsciencia o terrible don de los dioses imponiendo a la vez la belleza agregando el precio a pagar por desafiar la tradición. Esa música es la fuerza de Eros en deshielo de las cumbres ante estragos reiterados de Thanatos anegando el valle de los mortales, hay ahí quizá la aceptación de la muerte, del rencor y humildad de recibir la fatalidad del niño muerto, pero no se le permite tener la última palabra sobre la existencia. Intuyendo que la muerte viene a buscarlo y porque la desafía, Don Giovanni –que todavía no está compuesta- organiza un banquete y sabiendo que Ella pasó de largo, el Amado de Dios replica con el Réquiem.
En esas semanas finales de 1786 hay que dar vuelta la página del Te Deum familiar, pero será de hojas blancas saturadas de notas inexistentes antes en la historia de la humanidad. Mediante invitación o intuición de iniciados, que ese debería ser el Destino si aceptamos el pensamiento occidental, porque los hermanos generosos de la Masonería quieren demostrar el espíritu de la fraternidad en algún momento se decide la tentación de Praga. Había reacciones de ironía en la recepción de su obra en esas mismas semanas, mientras que en Viena Las bodas de Fígaro se arrastraba en la burocracia teatral con adhesión pública en baja y la crítica felina a los zarpazos, que se preguntaba con desdén si Mozart no estaría acabado, la misma ópera vivía un triunfo en Praga. Los biógrafos del músico ven en esa alteración y disimetría algo que pudiera explicar –el gesto creativo permanece en el cono oscuro del misterio- un movimiento que tiene algo de sublime y maléfico.
Entre el cuatro y el seis de diciembre Wolfgang Amadeus termina la composición de dos obras sublimes en los géneros mayores, el concierto N.º 25 para piano y orquesta, la sinfonía N.º 38 Praga. Se escribe fácil sobre el ordenador, pero dicha configuración en diálogo es maravillosa como si se tratara de una Gran Nova explotando cerca de nuestros tímpanos hasta enceguecernos. Es ahí cuando ingresa mi interés por los vínculos del músico y la ciudad de la familia Samsa, desde que comencé la indagación era previsible que me interesara por la sinfonía 38, la escucho con frecuencia desde entonces -cada día escribiendo este texto y mientras lo corrijo- pero hasta ahora nunca había tenido interés suficiente para profundizar en el asunto. En cuando al concierto para piano y orquesta, fue la música que me acompañó en un vuelo Iberia a Carrasco viviendo un momento de gran dolor; lo programé en el avión para recordar la infancia con ternura, era la versión de Martha Argerich bajo la dirección de Claudio Abbado y es la que escucharé hasta el final.
Después de conocer esa coincidencia fui de sorpresa en sorpresa, como cuando abrimos una caja infantil con autómatas músicos, me tetanizó saber que esas dos obras, cursores y referencias de ambos géneros en la vida de Mozart y la música occidental fueron compuestas durante los mismos días. Ello ocurrió en las semanas previas al primer acercamiento de Mozart a Praga, tal vez luego de haber decidido él viajar con la excusa de una invitación y comprobar in situ el suceso de su última ópera. Siempre irrumpen en tales casos las máquinas mentales ilusorias pretendiendo atestar vacíos, no del desconocimiento sino de aquello de lo que ni se sospecha la existencia. La explicación en tal caso es que cada vez que Mozart salía en gira a ciudades, Cortes de provincia o conciertos además de los éxitos consagrados, como cualquier músico de nuestro tiempo siempre quería llevar novedades. El genio en ese caso necesita de demostración renovada y constante en exigencia del movimiento perpetuo; en esas épocas la competencia era violenta y los favores del público caprichosos considerando la proliferación de la oferta musical. Lo fantástico del momento señalado, es que tanto el 25 como la 38 no son divertimentos de circunstancia sino obras de síntesis y definitivas, delimitan la frontera armónica entre el apogeo de la existencia y la primera visión de la muerte, en esas partituras hay una vida breve de Mozart acotada y mucho de innombrable alcanzando la perfección; vendrán luego con fluidez genial los denominados “últimos” conciertos para piano y orquesta, las “últimas” sinfonías, los “últimos” años de la vida. Viajar a Praga mientras los planetas se organizaban entre ellos de esa manera era salir de la envidia de Viena, recibir la gratificación popular que se le brinda al gladiador, al músico adecuado a los gustos de quienes pagan; aceptación difícil de entender, marchar a Praga era encaminarse a la primera entrevista con la Fatalidad que lo designó como otro de los elegidos y comienza a aguardarlo: lo escuchado entre los movimientos cuando las orquestas se afinan y atacan los primeros acordes, mientras los solitas aguardan el segundo de despegar su parte.
Se insinúa la noción de la existencia como tragedia desacordada, ebriedad sensorial e imperativo de vivir el instante, ecos de dolor apocado, la muerte siendo cuestión teológica y asunto personal: mancha en la mano, el vaso de vino tinto en una taberna campestre en medio de ninguna parte, el despertar una mañana de un sueño estremecedor. En esas obras no hubiera podido tocar nuestro querido músico uruguayo Santiago Luz, pues W. A. M. no previó la línea del clarinete sobre las partituras. El 25 cierra la serie de los doce grandes conciertos para piano, la 38 abre la serie de las últimas tres sinfonías; la 38 tiene sólo 3 movimientos y se comenta que era para adecuarse a la simbología masónica. Mozart había ingresado a la logia de la Bienfaisance el 14 de diciembre de 1784 y fue ascendido a Gran Maestro el jueves 13 de enero de 1785; estaba la logia referida en la traza del Iluminismo: espíritus progresista, antimístico, irreligioso, racionalista, política y socialmente prerrevolucionario. Mozart era la medida del hombre transfigurado y esa música tan asociada al antiguo régimen, celebraba la inminencia del cambio, será Fígaro que canta el non piu andrai. Son movimientos subterráneos, agujeros negros de información, errores queriendo despistar y suposiciones sin pruebas. Las preocupaciones personales, gestión de “esa” creación, vida social, secretos de logias, correspondencias y tesis precarias que oponemos a la ignorancia.
Todo asoma a la superficie y de común acuerdo en las navidades de 1786, bajo la inocencia de una invitación a visitar la capital bohemia y asistir a las representaciones de Las Bodas de Fígaro. De lo que queda traza es de Johann Thun, un hermano en la Masonería que está en la iniciativa; invitación por lo menos oportuna y a la que se suman los músicos de la orquesta estable. Los engranajes del impedimento de desentumecen, la experiencia Praga entra en movimiento. Más que de equilibrar el desdén de Viena la imperial se trata de crear condiciones que hagan posible lo que adviene y tienta otra alquimia distinta a la que manipula metales menos nobles con la finalidad de derretir el oro. El nueve de enero de 1787 Wolfgang Amadeus inicia el viaje a Praga que será determinante para su destino divino y en compañía de Constanza. La espera de los días, el dejar atrás Viena, otro vértigo de acontecimientos, como si en la ciudad mágica a fuerza de horrores históricos y científicos las leyes plurales del tiempo incitaran protocolos de inquietante transfiguración.
Llega a Praga un mes después del estreno de la Las Bodas de Fígaro el 11 de diciembre, la misma semana de la intensa composición referida. El 11 de enero la familia ingresa a otro dominio, los hermanos de la Masonería hicieron las cosas bien y el público de Praga al celebrar Las bodas de Fígaro se adelanta varios siglos en la decantación de la historia musical. El 17 de enero Amadeus asiste a una representación de la ópera, ve sobre escena la historia musical encarnada y que tantos meses se montó en su cerebro, dos días después se estrena la sinfonía Praga y él condesciende a interpretar una docena de variaciones de temas de Fígaro en el teatro Nostitz. La respuesta a mi pregunta inicial era asimismo una fecha: 19 de enero de 1887. El 20 del mismo mes dirige la orquesta en la representación de la ópera y el 27 festeja su 31 aniversario, hasta ahí todo parece normal con cierto aire apenas de reconocimiento acentuado. La rareza ocurre en esos días; el concierto del 19 le había aportado 1000 florines, en pleno entusiasmo firma con Bondini un contrato por la creación de una nueva ópera y su puesta en escena que sería estrenada en septiembre. Bondini parece ser el nombre camuflado de otra potencia superior y se repite la ceremonia ritual, la escena de la firma recorriendo como fantasma fugitivo la vida espiritual alemana. Sin que aún se sepa ni sospeche, se inicia el ingreso de Don Giovanni a la fragilidad rígida del mundo y ciertas puertas condenadas ceden cerrojos milenarios trabados desde los protozoarios. Mozart permanece algunas semanas en Praga –el 6 de febrero compone seis danzas alemanas- y se sabe que el 10 de febrero está de regreso en Viena, ese viaje alteró la disposición de los astros inclinándose ante la criatura y otras figuras divinas comienzan a dibujarse en la noche.
El compositor vivió feliz en Praga, fue sacudido en Praga y le hacen propuestas generosas para retenerlo, Praga será el viaje a las regiones donde atraviesa ríos secretos de lo posible pero sería en Viena que deberá cumplirse el destino. Devuelto el compositor a su rutina austriaca, incentivado por las secuelas de la firma de la promesa contacta con Da Ponte por el libreto. Todo hace suponer que la idea de explorar el mito español es del italiano y Mozart comienza a trabajar en la música de la nueva ópera, la composición coincide con algunos golpes de la vida formando parte del peaje a desembolsar. En Bonn fallece su querido amigo el conde Hatzferl que era apenas un par de años mayor que Mozart, ello asesta el estigma doble del dolor y advertencia; su padre Leopoldo se agrava, Constanza queda embarazada. En abril llega a Viena con 16 años el joven Beethoven, al parecer el encuentro entre los músicos no fue del todo amable y puede entenderse. Era recibir la visita proveniente del músico futuro que abrirá la puerta siguiente: sinfonías, sonatas, conciertos para piano y orquesta, variaciones sobre un tema de Diabelli. El 28 de mayo muere Leopoldo, el padre; innúmeras especulaciones se propusieron sobre la infancia, años de formación, explotación del talento del niño, dura correspondencia en los últimos años entre ambos hombres y el nexo freudiano con la penúltima escena de Don Giovanni entre otras osadas interpretaciones por el estilo. De creerlas, estaríamos a la vez ante el dolor inmenso y una sensación de liberación de una tutela pesada en todos los aspectos.
En innegable que en esos meses en torno al encuentro con Praga las fisuras del decorado se acentuaron y Mozart entrevió paisajes celestes e infernales, llamas para la humanidad pecadora y milagro angelical para la música. Otras fuerzas exigentes parecen liberarse en el compositor para asediarlo, previendo un tributo oneroso de partituras, no se trata de escribir otra ópera más de repertorio que se suma a las carteleras, Don Giovanni será la ópera destinada a Praga y la primera después de la muerte del padre. Como se dijo, trabajará con Lorenzo Da Ponte y será durante las noches del verano vienés entre los meses de julio y agosto, que compone la mayoría de la partitura que reserva varias sorpresas antes del estreno. Da Ponte elige un argumento que tiene ciento cincuenta años de vida literaria y se está convirtiendo en mito de la tipología humana. En lo relativo al asunto hay poca renovación; hacía falta otra música para sublimarlo y dar la sensación que en la Obertura es recién ahí cuando se inventa la figura del seductor itinerante y novio fiel de las llamas infernales. Tampoco la originalidad es total en cuestiones de ópera europea, en 1782 se conocía una obra al respecto –Il convitato di pietra– que obtuvo cierto suceso y se montó en 1787, la música era de Giuseppe Vabamiga y el libreto de Giovanni Bertati. Da Ponte al parecer se inspiró con excesiva insistencia de ese libreto, sin bien tenía talento suficiente para aportar cambios dramáticos y secuencias que todo lo cambian: ¡cuán largo me lo fiais!
Algo de enorme por profundo está ocurriendo en la historia de la música, en la trayectoria de la humanidad y muchos prodigios ocurrirán durante el segundo viaje de Mozart a Praga. Con la ópera casi terminada, Mozart y Constance salen para Praga el 12 de septiembre de 1787 y el tercer día –14 de septiembre y al parecer miércoles- ocurre un episodio extraordinario. Ello es lo narrado por el alemán Eduard Mörike (1804-1875) en un libro que se transformó en modelo del género y se titula Mozart de camino a Praga. El relato fue publicado por entregas durante el año 1855 y luego de manera independiente en 1886, para celebrar el primer centenario del nacimiento del músico. Es un curioso cuento y el más famoso sobre el personaje; habría que aguardar hasta 1984 y el filme de Milos Forman Amadeus para tener una visión más libre del personaje que se distanciara de retratos, perfiles y camafeos con tendencia al museo. Siendo la vida de Mozart rica en excepcionalidades, sucesos y encuentros es lógico preguntarse por qué razón Mörike –es decir la narrativa- eligió ese fragmento durante el tercer día del viaje segundo a Praga.
La anécdota contada es sencilla, durante el tercer día los viajeros hacen un alto para descansar cerca de un palacio en las cercanías de Shrems, en la frontera norte de Austria. El viaje había sido calmo salvo un incidente menor, pues por descuido se derramó en el carruaje un frasco de Rocío de Aurora, agua de olor de la que Constanza era muy aficionada. Igual que Don Giovanni el relato de Mörike dura el tiempo de un día; la crítica sugiere que si la obra tiene intensidad intrínseca, es porque polariza las peripecias no sólo del viaje a Praga, sino del viaje hacia el final de la partitura de Don Giovanni. Algo del azar ocurre para que los planes iniciales sean alterados; Constanza queda en la posada descansando y Mozart sale a pasear por los jardines, lejos del paisaje urbano que tanto aficionaba el músico, sin un billar en lo inmediato y acaso resignado al día que transcurre en la naturaleza disfruta del paisaje con delectación de hombre prerromántico. La situación para Mörike es fuente de inspiración, sería en ese jardín que Mozart compuso el dueto Zerlina y Masetto, así como el coro de la boda campestre: Giovanette que fatti all’amore… También, como si se tratara de una escena mitológica entre semidioses, Mozart arranca y corta una naranja de un árbol prohibido destinado a una boda. El jardinero lo advierte y se molesta, Mozart escribe una carta de disculpa para el señor del lugar y que firma: “W. A. Mozart, de camino a Praga”. Luego de algunos enredos de identidad, los señores del lugar advierten quién es el intruso que está de paso, lo invitan a participar en las festividades y el episodio termina bien.
Acaso la anomalía, es que hacia el final se explora alguna hipótesis para desentrañar el secreto mozartiano de la composición, lo que agrega a la vez una pequeña luz de explicación y otra capa de incertidumbre a un misterio que se niega a ser reducido a una forma rígida de ininteligibilidad. El relato de Mörike abre perspectivas sobre la prisa de componer contra reloj e informa que faltan escenas de la ópera; en esa tarea descubrimos una explicación de la complicidad con el libretista italiano: “enseguida me senté ansioso a leer y quedé encantado con lo bien que ese tipo entiende lo que yo quiero”. En ese mundo provinciano Mozart era a la vez el cometa que pasará una sola vez, el hombre que compuso las músicas que se interpretan en las veladas del palacio imperial, la oportunidad de formular preguntas sobre estrategias de composición y el actor del drama que toca él mismo las melodías. Entre el agrado del músico y la pesada insistencia de esa aristocracia periférica, Mozart interpreta algunas novedades, entre ellas fragmentos del final en movimiento de Don Giovanni. Antes de Praga, fue en ese palacio ficticio con algo de escenografía teatral que un grupo de espectadores se enfrentó al Comendador petrificado y la invitación a la cena, la estatua que regresa del mundo de los muertos. He aquí la versión de Rosa Sala Rose –traductora al castellano- del impacto de esa escucha:
“-Denos… -musitó por fin la condesa, con el corazón todavía encogido-, denos, se lo ruego, una idea de cómo se sintió aquella noche al dejar la pluma.
“Como arrancado de un silencioso ensimismamiento, Mozart la miró jovialmente, meditó unos instantes y dijo, dirigiéndose medio a la dama, medio a su esposa:
“-Bien, creo que al final me dolía la cabeza. Había escrito este dibattimento desesperado hasta cuando sale el coro de los espectros, todo de una tirada, ante la ventana abierta, y tras descansar unos instantes me levanté en la silla, dispuesto a ir a tu gabinete para que pudiéramos charlar todavía un poco y dejara de hervirme la sangre. Pero entonces un pensamiento desagradable me llevó a detenerme en medio de la habitación.
“Tras decir esto, Mozart pasó unos dos segundos con la mirada fija en el suelo y su voz delató una emoción apenas perceptible en todo lo que siguió a continuación:
“-Me dije a mí mismo: si resultara que te mueres esta misma noche y tuvieras que dejar tu partitura abandonada en este punto, ¿podrías descansar en paz? Tenía la mirada fija en el pabilo de la vela que sostenía en la mano y en los goterones de cera caída. Por unos momentos me embargó el dolor ante esta idea. Pero entonces seguí pensando: ¿y si después, más tarde o más temprano, algún otro, acaso uno de esos extranjeros, recibiera la ópera con el encargo de terminarla y encontrara todos estos números pulcramente reunidos, desde la introducción hasta el número diecisiete, con la excepción de una única pieza? ¿Toda una serie de frutas orondas y maduras lanzadas sobre un césped crecido, de modo que no tuviera más que recogerlas? Supongamos que aquí, antes de la mitad del finale, se sintiera un poco asustado, pero se encontrara entonces con que yo ya le había apartado esta tremenda roca… ¡cómo se reiría para sus adentros! Quizás se sentiría tentado de escamotearme el honor, aunque en ese caso se quemaría los dedos, pues seguro que aún quedaría un grupito de buenos amigos conocedores de mi impronta y que no dudarían en hacer valer lo que es mío. Fue entonces cuando me fui, le di las gracias a dios con la mirada en alto, pero también, mi querida mujercita, se las di a tu genio protector, que había tenido la bondad de mantener las manos en tu frente el tiempo necesario para que siguieras durmiendo como una marmota y no pudieras llamarme al orden ni una sola vez. Cuando por fin llegué a tu lado y me preguntaste por la hora, te mentí despreocupadamente volviéndote algunas horas más joven de lo que eras, ya que estaban a punto de dar las cuatro, Y ahora comprenderás por qué no fuiste capaz de arrancarme de las sábanas a las seis y hubo que enviar al cochero de vuelta a su casa y pedirle que regresara al día siguiente.”
La serie insistente de cotejo con la muerte se había mantenido en las últimas semanas, el 3 de septiembre falleció el Dr. Sigmund Barisani que lo había curado varias veces en Viena; hasta parece que la segunda ida a Praga tiene las características de una huida o el deseo de acelerar el encuentro y pocos días después de la historia de Mörike llega a Destino. La ópera está casi pronta sin estar finalizada, las semanas siguientes serán intensas en impaciencia y angustia por finalizarla. El 8 de octubre llega da Ponte a Praga, hay necesidad de retoques, faltan detalles del montaje final y con urgencia la obertura. En principio la ópera estaba programada para el 14 de octubre, pero ante la imposibilidad de llegar a tiempo el estreno fue postergado. Comienzan unos días tensos de flotación donde se cruzan mito, ficción y realidad, los documentos nunca existieron o desaparecieron, las versiones se acumulan y es en ese horror al vacío del relato, que comienzan a circular ciertas mitologías hipotéticas. Hay tres momentos evocados por los cronistas, uno me parece falaz, el segundo verosímil y el tercero histórico. El primero refiere a la presencia en Praga el 25 de octubre de Giacomo Casanova que -lo que hacía Casanova en Praga es otra historia-, en su condición de encarnación seductora y especialista en materia amorosa habría participado en zonas sensibles del libreto. Tesis que se desliza en la ficción, en esa fecha Da Ponte había salido de Praga sin duda porque el asunto en sus aspectos prácticos estaba concluido; las coincidencias son el manantial que no cesa de los complotistas y esas casuales casualidades siempre encienden la imaginación aún en detrimento de la verdad.
La segunda situación releva de la creación en estado puro, es en esos días que Mozart compone el final del Banquete con la llegada del enviado del reino de la muerte aceptando la invitación a cenar y quizá la escena luego de la interrupción de Doña Elvira; personaje femenino que insiste en salvar al condenado, redimirlo de los pecados, devolverlo o llevarlo al buen camino que pasa por su lecho. Devoción redentora que la historia le hace pagar caro, pues Doña Elvira es destinataria de dos agresiones de la verdad devastadora. Una es el famoso catálogo, retenido en la memoria de la humanidad por las mil tres bellas seducidas en España; luego, en la escena final de la ópera cuando ella interrumpe la cena, Don Giovanni le avanza la síntesis de su filosofía de vida: vivan las mujeres y viva el vino, sostén y gloria de la humanidad. La invita a sumarse al banquete, la deja marcharse indignada sin detenerla y será ella en su salida la primera que descubre la estatua animada del comendador llegando al convite. El músico parece poco rencoroso, en el concierto de la orquesta del banquete final hace interpretar sobre la escena –teatro dentro del teatro- tres aires a manera de guiño y que Leporello va identificando. Algo de Cosa Rara de Martín y Soler (la ópera triunfal que en Viena le hacía sombra a Las Bodas…), un breve fragmento de Il due Litigante de Santi y el Non piu Andrai del propio compositor que retoma Leporello, para elogiar las calidades del cocinero de su amo. Una de las más bellas melodías de Mozart (el filme se encargó de destacarlo en una recordada escena entre Mozart y Salieri ante el Rey) y que junto al Catálogo de las conquistas, son cantadas por representantes del pueblo en las dos óperas mayores. Al parecer y trabando el tercer movimiento anecdótico, la Obertura fue escrita la noche anterior al estreno el domingo 28 de octubre lo que es enorme visto desde los mortales, la finalizó a las cinco de la madrugada y a las 7 de la mañana del día del estreno, el copista de la orquesta vino a buscar el original. Unas horas más tarde el mismo lunes 29 de octubre de 1887, la ópera se presentaba por primera vez en Praga, algo cambió en esas horas en la historia secreta de la humanidad asociado a la muerte y transfiguración.
Con el segundo viaje a Praga, terminaría la experiencia con la ciudad del Castillo a la que luego volvería sólo de manera esporádica. Mozart tenía el genio, Praga era la antena que le potenció de manera esotérica, activando el movimiento de fuerzas ancestrales alquímicas y espirituales de un poder absoluto; él salió de Praga para seguir siendo el hombre huyendo de una metamorfosis en música absoluta. Cuando Viena lo olvidaba con desdén y lo tiraría poco tiempo después en la fosa común, Praga le abría el pórtico de la inmortalidad; cuando le atribuyó ese nombre de ciudad a una sinfonía antes de haberla conocido, las potencias creativas disminuidas se acrecentaron de manera superlativa. La recepción le hizo ver en vida cómo sería aceptada su música siglos después, luego que muriera y fuera enterrado como otro olvidado desechable de la sociedad en una fosa común: hay que repetirlo hasta hacerlo imborrable eso de la fosa común, habiendo en ello una metafísica ejemplar de la creación artística.
Creyó que sería la Masonería y su fraternidad que lo recibirían, pero fueron criaturas que lo iniciaron a lo sublime, la flauta encantada se eclipsa ante el mensajero del mundo de los muertos y una noche de trabajo en Praga –las noches de insomnio en Praga pueden metamorfosear la literatura- era suficiente para una obertura que, desde los primeros compases, levanta el telón de las epifanías y abre el telón del infierno. Allí ocurre en escena algo que trascendía las muertes recientes del médico, del mejor amigo, del último hijo y de Leopoldo el padre. Mozart había pagado el precio fuerte, sin que lo deseara expresamente le dio voces con Fígaro y Leporello a los protagonistas de la revolución que cambiaría un mundo del cual él era representante paradigmático. Transformó la historieta de un seductor español de pacotilla en la obsesión de un hombre que, por lo femenino que huele olvida riquezas, conquistas imperiales, el mundo del saber renacentistas, el cielo prometido por la Iglesia, los llamados de lo oculto y acepta el fuego eterno. Nadie tuvo esa sublime dependencia de lo femenino como Don Giovanni y con el diablo no se firman pactos, hay que desafiarlo y se lo va a buscar en su propio terreno. En Praga trae al Comendador de la muerte, una suerte de precursor del Golem literario y escuchó el coro que supo transcribir de los condenados por la eternidad. La respuesta de Don Giovanni a la estatua del Comendador, cuando se presenta aceptando la invitación de la víspera es la potencia de la humanidad, la supremacía de lo humano sobre lo divino: Dios es una invención del hombre. La muerte viene a buscarlo con un enviado que él mismo despachó al otro mundo, Don Giovanni entiende el argumento de su vida en pocos segundos, la existencia de Dios sediento de venganza y su muerte cercana, la economía de los pecados y el negativo ofensivo de su catálogo sobre la condición femenina al origen del mito, la balanza en movimiento pendular de la venganza, los dolores infligidos que harán contravoz a sus momentos de placer. Entiende la condena que lo aguarda, se niega a pedir perdón, arrepentirse y menos a una conversión cobarde para salvar el alma in articulo mortis, él ya entregó el alma y la sexualidad a su dios que es femenino, tiene hermosas tetas y se desintegró en el cuerpo de las bellas, por ello canta la réplica magnífica:
Non l’aurei giammai creduto,
ma faró quel che potró.
¡Leporello, un altra cena
fa che subito si porti!
En Praga Mozart conoció algunos secretos de la vida, como en el reloj de la plaza central de la ciudad, el 29 de octubre de 1887 cuando se fueron apagando los aplausos supo que comenzaba la cuenta regresiva. Luego del éxito mundano, el respecto soterrado por rechazar al arrepentimiento y asumido el placer de la belleza femenina, llegan las propuestas para permanecer en Praga. ¿Qué hubiera pasado? Imposible saberlo, él decidió ir al dominio del fuego aceptando la invitación de la estatua parlante. Mozart pasa unas semanas agradables y a mediados de noviembre regresa a Viena, el 27 de diciembre nace su cuarto hijo y la primera niña –Teresa- que morirá el 29 de junio del año siguiente. El 7 de mayo de 1788 se presenta Don Giovanni en Viena y fue un fracaso, irá de manera esporádica a Praga otras dos veces, pasa por la ciudad el 10 de abril de 1789 formando parte de una comitiva, el 31 de mayo de 1789 está en Praga y el 4 de junio hay trazas de su presencia en Viena, el doce de julio escribe unas líneas terribles pidiendo dinero, carta que enviará el 14 de julio, el mismo día que en París…