Domingo

Le retour à San Carlos / El sueño de Daniel Urrutia / Lucero y Emprendedor / Pegando la vuelta / DHL, WhatsApp y dados cargados.

Este mes del 2022 tenía la intención inicial de remasterizar un solo cuento. Como la lista tiene algo aleatorio cruzando libros de diferentes épocas, la bolilla noviembre cayó en “Domingo” que es el último relato de “Siete partidas”, publicado por Linardi & Risso en el año 1998. Del libro recuerdo que la unidad la sustentaba el número decreciente de palabras contenidas en cada título del conjunto; el primer cuento tenía siete palabras y una sola el último. Habiendo antes trabajado la estrategia del relato breve me propuse incursionar en el relato largo o de media distancia, historias que podían leerse de una sentada o más, creando la ilusión pasajera de la micro novela. Lo que en su momento supuse algo logrado y que podía considerarse cerrado, veinte años después presentaba en la relectura ciertas dificultades. Había algo ahí en latencia narrativa exigiendo desarrollos anexos, como si el original fuera una novela involuntaria de mediana extensión que quedó a medio camino. Incluso llegué a preguntarme si no sería esa la buena intervención, necesitando cincuenta páginas más, pero el efecto proyectado como hipótesis era otra novela que pude haber escrito acaso en el siglo pasado, alejada de los proyectos actuales que andan encarpetados.

A punto estuve de postergar la salida en La Coquette de “Domingo” para más adelante; di entonces algunas vueltas a lo perro, hasta entender que de haber alguna falla del oficio estaba en los orígenes. Se trataba más bien de una molécula de anécdotas complementarias que decidí bombardear en el laboratorio; en conclusión resultó que la tal molécula estaba integrada por cinco átomos que a su vez podían responder a tratamientos de escritura diferentes. Al final la historia sigue siendo una, pero la diferencia estaba en los soportes verosímiles que la constituían y fue entonces que se bifurcó hasta con cierta naturalidad. A partir de esa constancia las cosas parecieron presentarse más claras a la distancia, lo que quedaba en evidencia era una manera coral de trabajar, la misma combinatoria que quizá repetí en otras oportunidades. El título contiene la polisemia del nombre de un vecino del barrio de la infancia, el día de la reunión en familia y la ida al estadio con mi padre, la simbología del séptimo día, la parroquia donde pasé la primera comunión o una vieja canción italiana cantada por Mina. Después especulé con la trampa o manera de cómo, una anécdota venida del exterior, colisiona de frente un proyecto literario secreto, ahondando más el misterio insalvable entre la supuesta realidad y la ficción tan temida. Una zona de verdad o sucedido siempre es bienvenida, aquí la parte real es el viaje de ida y vuelta a la ciudad de San Carlos para visitar a Daniel Urrutia; al menos de eso había de testigo incorruptible un perro que lo podría confirmar de ser necesario ante la exigencia de lectores descreídos. Diría que sin esa expedición preliminar preparatoria, seguro que la segunda parte nunca se habría redactado. Eran trotes pendientes con un mundo narrativo ante el cual los capitalinos somos chambones, el paso un par de veces por la plaza hípica de Siena y el recuerdo de los primeros caballos varados que vi, paseando delante de la casa de los abuelos Mondragón en el barrio del hipódromo de Maroñas. Lo último es la tarea de taller, buscar los elementos de diferenciación, lo otro que asoma después que uno queda satisfecho con el trabajo; esto está bien, pero hay que escrutar sin embargo la novedad como supongo que hacían los poetas nuestros del 900. Buscar la música original, el matiz inesperado, una astucia aun tomando el riesgo de que todo -como le sucede a uno de los personajes- pueda terminar en naufragio entre dos puertos. Ello puede ser el narrador que hace trampa, el fullero que puede ser atrapado con las manos en la masa, el recurso a la mentira en una sociedad interconectada empachada de verdad. En “Domingo” el narrador estaba atrapado entre dos intervalos, como para un buen final estaba dispuesto a lo que fuera y acaso para desbaratar los planes del azar, en la última mano de la madrugada hace una maniobra reprensible. Tira los dados cargados, escribe una carta simulando ser una viuda con memoria, llama por larga distancia a esa misma viuda desmemoriada haciéndose pasar por un muerto. Hay algo de cierto todavía en aquello tan mentado de que un cuento narra dos historias o acaso alguna más, depende una vez más de los dados tirados sobre la mesa de las apuestas, la psicopatología del croupier de turno, del talante de fulanas y fulanas que rodeamos la mesa del casino.