Quizá por ser lector madrugador de La metamorfosis ese asunto de cambios de apariencia siempre me interesó; como ejercicio y mandato para ser parte de la obra, sabía que alguna vez trabajaría sobre ese grupo de cambios corporales. Por los años 80 del siglo pasado tal vez tenté (lo dejé escrito en alguna carpeta) ensayos referidos al transhumanismo, inteligencia artificial, cruce de lo humano y robótica; había que explorar todos los posibles hasta agotarlos y el puerto de amarre seguía siendo Montevideo porque de ahí salieron los vampiros de Maldoror. Como los de mi generación nacidos en la década de los 50, uno de los motivos de asombro es el combate singular -retomando cantos de La Ilíada o la epopeya de Mohamed Alí- entre el hombre y la computadora; era el duelo de OK Corral pero entre los cosmonautas David Browman, Frank Poole y HAL 9000 que ocurre en 2001 una Odisea del espacio. Hacia los años ochenta el tema tuvo otros desarrollos espectaculares; uno fue en 1984 con el inicio de la serie de los Terminator, pero que trataba allí de situaciones dramáticas imposibles de adoptar al ámbito rioplatense. Si tuviera que elegir, diría que fue por otra vía más sexy que vino el interés; fue la presencia erótica de Joanne Cassidy, la actriz que interpretaba en Blade Runnes una replicante fugitiva con boa, impermeable transparente y asesinada por la espalda por Harrison Ford. Ella portada una suerte de radicalidad, estética cibernética de trans que por aquel entonces era feérico y mágico. En el nuevo reino del relato moderno se sucedían movimientos de importancia, a la onda expansiva de la novela boom latinoamericana se sumaba el poder de la industria cultural, imponiendo el considerar la nueva intertextualidad de la estética audiovisual. Ese fue el punto de partida del relato manipulando experiencias que ocurren más allá de la definición del mundo cotidiano al que estaba habituado, para inspirar otro camino de Santiago sin botafumeiro, iniciación a tientas entre vísceras o vía mutante testicular sin retorno. Ante esos temas satelitales yo conocía apenas la apariencia mediatizada, la escena burlesca sin bambalinas, la teatralidad exagerada; en algún espectáculo en Barcelona de noche logre sentir la tragicomedia verdadera viendo el doblaje fonomímico de cantantes famosas, ese sueño repetido cada madrugada de ser otra persona parecida a Liza Minnelli / Sally Bowles a la segunda potencia. Después se agregan las escuchas informales, informaciones encubiertas, casos notorios de la crónica sentimental, el telón descorrido por los filmes de Almodóvar y Bibí Anderssen cantando Soy lo prohibido, algunos documentales. Está por escribirse sobre personajes de ese mundo trans en la mitología Carmen; el filme australiano -como el grupo AC/DC- Priscila, loca del desierto de 1984 puso la barra bien alto, si bien desconozco cómo es juzgado por las nuevas generaciones.
Huyendo de los rigores del juez Verosimilitud y fariseos de la amalgama decidí que el tema lo asumiera un relato maquillado de citas novelescas, como Drag Queen o yegua del Apocalipsis que ganara un concurso del carnaval de Venecia, del Carnaval de Río, el modesto de Gualeguaychú a todo regatón travestido y un puesto de literatura comparada en una universidad americana. El improbable cirujano chino de dos nombres sin diploma aportó la sabiduría dudosa del esperpento, Papillons de Schuman interpretadas Sviatoslav Richter la metáfora transfigurada -que pudo verse con variante gore en El silencio de los corderos– y luego injertando a la novela la tendencia de la sociedad post a la brevedad, corte, síntesis apresurada. Más que la azarosa histórica clínica de los pacientes de una sala de operaciones clandestina, traté el currículum del responsable nunca mejor dicho de intervenciones castradoras en tanto gesto quirúrgico; más que anexar otros magnetismos o evocar lecturas de Severo Sarduy, por entonces tentaba una experiencia mimética, que la prosa alcance la autosuficiencia de la pintura abstracta y la lectura sea trip llevando a mundo alucinados; sabiendo hélas! que los nuevos lectores hallan más gozo en la borrachera de cerveza, drogas varias o video clip de Marilyn Manson que en librerías de viejo: los muchachas de antes no usaban gomina. Ha pasado desde su publicación un cuarto de siglo; juro que jamás pensé que esa experiencia de transformismo afectaría de manera arborescente las sociedades contemporáneas; es novelesco lo que ocurre en la superficie de desfiles, clínicas en dólares, estética publicitaria, industria musical, legislaciones castellanas, conocidos que frecuentamos y universidades bajo anestesia. Hay un Víctor y Victoria de 1933, otro de 1982 con la sublime Julie Andrews, veremos quien asume el nuevo desafío para el primer siglo de esas confusiones de vestuario, deseo y sexualidad. El cuento tiene varios defectos, pero como le dijo Joe E. Brown a Jack Lemmon al final de Una Eva y dos Adanes de 1959: Nadie es perfecto.