No se trata aquí del primer relato con referencia a Saint-Nazaire que sube a la nube virtual del Cabaret La Coquette, es quizá el penúltimo eslabón de una seria o de la zona de cuentos escritos en ocasión de la ciudad del astillero y que conocí al comienzo de los años noventa del siglo pasado. La mayoría de ellos y este es un buen ejemplo, son resultado de un pedido y pacto de escritura. Los otros, como los paquebotes enormes que allí se construyen llegaron al buen puerto de la edición; este permaneció inédito por diferentes razones de pertinencia, coordinación, cambio de autoridades en la Intendencia de la ciudad cuando el relato ya estaba escrito. Formaba parte -olvidé si individual o sumado a textos de otros escritores- del plan generoso de escribir sobre el río Loira, que es el rio de la ciudad, de la región, de Francia. También está pues en este enero del 2023, el organizador de ese proyecto Patrick Deville visita el Cabaret con un texto sobre sus visitas a Montevideo, la historia de una foto de Caruso, la casa de Juan Carlos Legido en La Paloma, el gusto de la caña con bituá y el recuerdo del suicidio de Baltasar Brum el 31 de marzo de 1933. En cuanto al título ahora parece bien frecuentado el signo @ Arroba, pero hace unos quine años quiso significar su presencia asomando al mundo de Internet en avance, una dirección imaginaria donde se reciben y envían mensajes al mundo con la abreviatura de Saint- Nazaire y en prioridad el recuerdo de Antoine Lavoisier: principio de cambio y permanencia, lo mutante en la Naturaleza macro y micro, la posibilidad de lo estable relacionado entre imperativo de destrucción creativa y mandato de creación novedosa, aceptando la fatalidad de transfiguración permanente, esa alternancia productiva entre memoria e imaginación. Diría que es la versión científico racionalista de la propuesta cósmica de la danza Tandava del dios Shiva Nataraja; por algo es su estatua bailando y rodeada por un círculo de fuego que está en el corazón de las instalaciones del CERN, cerca de Ginebra, donde se halla el acelerador de partículas circulares que va tras la partícula de Dios.
Leído a la distancia este cuento, sobrevolando o fluyendo subterráneo por la intriga visible, creo que evidencia el interés del autor -y del proyecto original- por todos los ríos el río. El río de la Plata en prioridad, el río sin orillas de Juan José Saer, el Danubio de Claudio Magris, el Támesis de Conrad, el río del puente romano de Héctor Galmés, el Ganges claro, la batalla del Ebro, el Tormes, el Sena cruzado casi cada día y tantos otros que forman el sistema fluvial de la literatura. En tanto la novela o un relato extenso es fragmento acotado en la biografía ficticia o inexistente de los personajes, tiene algo de etapa segmentada de la navegación; algunos amaneceres los vientos son favorables y otros sorprende la tormenta enviada por los dioses. A veces en medio de la travesía, hay que cambiar todas las partes de la nave como le ocurre a los Argonautas cada vez que vamos tras el vellocino de oro; al mediodía cuando el sol se refleja sobre el agua -a la manera del mar visto desde el cementerio de Sète- escapan a la mirada incluso de los baqueanos las piedras en emboscada que provocan el naufragio, con la mente perturbada el huérfano esquife se embriaga y parte a la deriva, mientras el único navegante de la canoa, envenenado por la picadura de la yararacusú enrollada, se deja ir a la deriva hacia los rápidos de la muerte.
Ese tiempo de Saint Nazaire, al menos durante aquellos años del pedido del texto eran de gran movimiento; se firmaban contratos por millones de dólares para armar enormes barcos de placer que cruzan los siete mares, se daban cita en el lugar una armada de obreros de orígenes heterodoxos que repetían en los astilleros del lugar la construcción de la torre de Babel que navega y viniendo de todos los rincones del planeta. La ciudad salía a la búsqueda de arquitectos con mirada desprejuiciada para cambiar la distribución urbana, convivir de manera distinta con los signos petrificados de la segunda guerra mundial, simbolizados por el portento de una base de submarinos alemana, darle otro sentido a los estigmas monolíticos defensivos bordeando la costa y que parecían murallas implantadas por viajeros extraterrestres. Ahora mismo se produce el encuentro periódico de escritores o MEETING en la ciudad y se publican las revistas haciendo dialogar cada año dos ciudades. Continúa el tráfico de invitados a la casa de los Escritores y traductores de la ciudad, cuyo apartamento de aterrizaje se halla en el edificio Building. Como si la ciudad del astillero supiera que, su persistencia en la memoria del universo depende de ser una Central Narrativa, provocando una incesante circularidad de cronistas de paso, que llegan para descubrir y se van sabiendo algo más de ellos mismos; que, como en este caso y así que pasen veinte años, en algún hipotético relato de la literatura por venir aparecerá el nombre de Saint-Nazaire. La historia narra el encuentro de dos historias particulares con comienzo diferente, retiene algunos resplandores amorosos de pocos días entrecruzados insinuando la posibilidad de una novela a venir; pero que la separación transforma en relato de media distancia, recuerdo de los que nunca se sabe su fueron reales o pertenecen al dominio de la ilusión escénica. Ahora mismo sucede ese bogar de la ciudad en océanos con islas plásticas, a bordo de transatlánticos allí botados, donde miles de pasajeros bailan encantados melodías vintage a la luz de la luna, juegan a los slots desafiando al azar o se pasean por cubierta, cerca de los botes salvavidas por las dudas el témpano, preguntándose qué vida sería la suya de atreverse a ir más allá de la línea del horizonte marino que tienen por delante.