Creemos en las mitologías cuando los relatos sobre el Antes tienen parecido con escenas de la vida real del vecindario, validan un doble movimiento; ayer es la llegada del diluvio y mañana el panorama desolador cuando las aguas se retiran. La pasión amorosa es también su convalecencia de separación, el viaje de ida supone el otro de vuelta, el pasaje al acto considera lo que ocurre después. Es la moral estética de David Lynch en los reinos distorsionados: todo acto tiene consecuencias; así con traumas infantiles, iniciaciones varias de educación sentimental, muecas cuando la enfermedad se apropia del cuerpo. El cuento necesitaba esas dos partes, como las marcas en los puentes y paredes para medir la crecida del río insistente: nada será como antes.
Para el relator –conspicuo miembro del club de los narradores- todo se complica por ser personaje protagonista en la encerrona cuando los indicios lo abruman. Una fuerza lo lanzó en la correntada de la intriga negándole espacio de maniobra para salvarse; expresiones tales como entre la espada y la pared, el círculo que se cierra, al borde del abismo y el clásico callejón sin salida, se las puede aplicar con naturalidad a su situación. Desde que comenzó a hablar en público perdió pie en su zona de protección: suicidio del padre, desarreglo familiar, escapada al litoral y desastre cósmico de la inundación plagiando el Delta del Ganges. Esa serie progresiva deforma los parámetros y la figura geométrica de la vida se distorsiona. Acaeció el diluvio que todo lo altera y la quietud es traicionera, el paisaje putrefacto y la calma aparente desatan la segunda ola de réplica; si el cataclismo lo mantuvo a flote, la bajada en pocas horas lo arrastró a círculos fangosos de sí mismo. Las buenas historias cuentan la intriga de alguien que, rehusando salir de la vida previa se mete en otra trama sin lograr dominarla. Se aleja del hermano y descubre al policía argentino que lo tienen en la lista negra, domina la reclusión mediante el Diario de la Inundación, pero el pensamiento se desorienta en barrios pobres de Dusseldorf. Está saliendo del dolor de familia y es atrapado por un horror criminal sin guion, viene de crónicas sociales de burguesía capitalina, se descubre andando entre seres tocados de amor, de locura y de muerte.
Busca una cuerda para emerger del lodazal y se aferra a la soga del padre ahorcado, hundiéndose fatalmente en arenas movedizas que hipnotizaron a Rosanne Spearman. Buscando el sueño reparador apoya la cabeza en el almohadón de plumas, mientras el Morelli noctámbulo recuerda que fue un jueves cuando conoció a Lorenzo Cubilla ya es tarde: el veneno del ofidio colonizó el cerebro.