En el palacio del Rey de la Montaña

Horacio Quiroga nació dos años después del estreno de la obra de Grieg sobre la historia de Peer Gynt y murió seis años después de la creación de M el maldito de Fritz Lang. De ahí el título del cuento que se articula en dos partes o capítulos; luego de leer la NOTICIA (texto ya incorporado al Club de los narradores) el cuento abre la expedición al universo del escritor salteño por los atajos de otros argumentos. 

El protagonista se ve arrastrado por una serie de acontecimientos de índole familiar al interior de un territorio hostil y que él desconocía. Todo da un vuelco para que la tragedia pueda exponerse en su extensión; la vida se satura de signos variados de difícil interpretación y más cuando se debe leer la carta celeste de los presagios, donde interactúan planetas previsibles, agujeros negros y pocos meteoritos que perforan la noche del descanso. El padre del narrador muere, no por accidente como ocurrió con Quiroga, sino que se suicida en la casilla de los servidores jardineros por razones de acciones la Bolsa e intereses descapitalizados. Huérfano tardío, comienza el desorden para el heredero inepto al sistema bursátil y siente afectado el sistema nervioso crítico desde antes del suicidio. 

Debió reponerse en playas soleadas de Maldonado según aconsejaba la prudencia, él prefiere el litoral desde donde se vislumbra el rio Uruguay y la otra orilla argentina. Piensa recupera la paz interior, una comodidad de pasadas vacaciones de cuando niño. Se verá enfrentado a las peores inundaciones que vivió el país en el año 1959 y otra vez el mes de abril… El primer capítulo considera el segmento que va desde el descubrimiento del padre colgado hasta la saturación de los signos en la naturaleza. La crecida es cuestión de horas y las secuelas cuestión de horror y vive recluido algunos días. Sin distracción inmediata, el episodio vivido con el progenitor comienza su tarea cerebral; para llenar las horas de setenta minutos, rearmando la estabilidad emocional en paralelo, tiene la ocurrencia confesional de escribir un Diario de la Inundación, lo que no resultó de las iniciativas más felices.