Dunsinane, al alba

Esas cosas pasaban por el inicio de los años setenta, lo radical de lo ocurrido en Uruguay –que tenía una caja de resonancia en todo el continente latinoamericano- llevó a una categorización resumida de la crónica evenencial, descartando matices que definieron el final melancólico de la película en 1985. El discurso de las ciencias sociales y una versión de la historia dejaban fuera cientos de historias de poca trascendencia, chatarra destinada a la papelera del disco duro social; por ello la posología memoriosa literaria es necesaria, asumiendo la probabilidad del error cuando se fisgonea en entresijos y pliegues del telón. Se la designa infrahistoria, descarte necesario, efectos colaterales o cuentos pendientes; cuando el testimonio abandona la palabra por redundancia es que comienza la literatura. El intento de dar vuelta la tortilla quedó en tentativa, no todo el Uruguay pasado merecía ser barrido y la resultante concreta fue la represión con su séquito de prisión, diáspora, quiebre y secuelas en historias individuales persistente; al fin de cuentas, un buen día con sol alguien tira un pedazo de asado a la parrilla, pasa el mate con yerba nueva, recuerda a los difuntos y comenta actuaciones en el Teatro de Verano para el concurso de carnaval.  

En esa tormenta de arena los personajes se ofuscan y despistan, las brújulas fiables enloquecen y se toma el rumbo equivocado. Nadie conoce de verdad al compañero de ruta y se termina –sin sábelo, porque los dioses de siempre así lo decidieron- actuando por metáforas: comediantes en el gran teatro del mundo haciendo aspavientos que nada significan. Se escribía tanto de los protagonistas reales, que para entender lo ocurrido a una colectividad debe apelarse a personajes deslucidos y menos heroicos. Que a nadie se culpe si en La Coquette reivindicamos ese poder del relato; rescatando un cuento añorando el precio del poder y manos ensangrentadas; donde se escucha el tango del viudo a perpetuidad y la olvidada narrativa de balneario uruguaya de hace medio siglo. “Dunsinane, al alba” quiso espiar cómo vivió un anticuarlo los embates del movimiento inspirado por la tabula rasa, lo que puede ocurrir en el camarín íntimo de un actor, mientras la cuarta pared de la escena se derrumba ante un bosque que se mueve, tal como lo dijeron las tres brujas. Llegada la hora dramática crepuiscular, es difícil diferenciar actores reales sobre la escena ocupada por espectros y negándose a ensayar la tragicomedia del olvido.