Es esa emoción que a veces nos atrapa desprevenidos con una copa en la mano y mientras estamos pensando en otra cosa; cuando estoy escribiendo esto escucho en youtube a Santiago Luz tocando “Summertime”. La música que abre “el club de los narradores” con las primeras tomas de la película de Woody Allen, es de Sidney Bechet: “Si tu vois ma mère”. Tal vez quise escribir la ironía de esos dos destinos unidos por el clarinete, la piel, el jazz, la escena… y lo mismo puede ocurrir con los escritores; no sólo los senderos de los jardines se bifurcan, también el destino de los músicos. Pasó tanto tiempo desde la primera salida del cuento… más que un recuerdo personal parece ser algo escrito por otro; pero todo lo allí consignado fue verdad excepto lo que es ficción, salvo detalles de trucos elementales queriendo que lo rampante cotidiano se vuelva emotivo en la escritura, como los primeros compases de tiempo de verano.
Esa noche narrada, que pintaba para ser otra de tantas, se vuelve soñada e inolvidable porque creí que ahí había algo de lo sublime que debe ser escrito. El Carpe diem de la suerte de haberla vivido: yo estuve ahí y les quiero contar. El ubi sunt que tanto repetí a mis estudiantes: ¿dónde está Mariana García Vigil cantando Ojalá? ¿Es verdad lo que cuentan de Leonardo Rey o seguirá jugando en Bohemios? Ramón Mérica ¿recuerdan a Ramón Mérica después de medianoche en su Pub encantado? Era una de las tantas noches que se volvió esa noche del Sherlok de la calle Mercedes, en el centro de la ciudad.
Debió de ser 1979. El año que vimos a Marlon Brando pelado leyendo T.S. Eliot, escuchábamos a Pink Floyd y yo dejaba atrás mi vida de soltero. Una noche ocurrió eso que se cuenta, que regresa años después y nos hace inclinar la cabeza. Algo sublime se produce cuando suena un clarinete tocado por uno de esos dos negros del comienzo, mientras el coronel Walter E. Kurtz lee:
This is the way the world ends
This is the way the world ends
This is the way the world ends
Not with a bang but a whimper.