De la novela “El muro de Alicia Planck”

(capítulos 1 y 2)

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mancha de tinta azul

Qué odisea desatinada esta de querer contarse a uno mismo y más aún cuando no se tiene nada original para escupir en la punta de la lengua. La vida hoy sábado de gloria, busca desagotarse insistiendo en recomenzar y puede que intentarlo resulte la única escapatoria a mano para matar el Tiempo, que aguarda por delante a mi alma enamorada con fractura expuesta. Desarmar segundo a segundo la hora próxima que viene a mi encuentro con la firme intención de suprimirme, antes de que el minutero recorra la vuelta completa alrededor de medianoche de una situación amenazante que debería cronometrarse en años luz.

Tal vez la historia secreta de los relatos huérfanos sin derecho de autor en lista de espera, sea la disposición en algoritmo de nuestras ignorancias sucesivas, llenando con palabras pueriles los huecos insondables, imaginando sin trabas la información faltante en aquello ficticio que damos por sabido. Estamos empeñados nosotros los agitados asumidos en consumir el presente, tan empachados de mensajes redundantes que parecemos coexistir entre diversas vidas de sustitución en la misma jornada. Durante un presunto avatar de converso vía internet, somos militantes practicantes del Estado islámico, con cimitarra ensangrentada apuntando al cielo de luna creciente, con la cabeza decapitada del apóstata sujeta por los cabellos en la otra mano. En la que sigue optativa, cambiando de canal a distancia desde el canapé capitoneado, por fin nos invitan a una fiesta privada de la familia Kardashian (R.S.V.P.) para celebrar otro nuevo embarazo complicado de Kim; menos gore que el asedio a Hana Kimura llevándola al suicidio, cuando su pasaje por Terrace House resultó un rikishi cruel esparciendo la sal de la muerte dentro del círculo. Tampoco demasiado lejos en el tiempo, pescamos en la red una biografía apócrifa contada por Twitter del goleador del Galatasaray y cantantes cordobesas de regatón; contando todos vagamente al hacerlo los followers anónimos, bebedores de cerveza en lata y vestidos con calzoncillos tristes desde hace una semana interminable. Mientras tratamos sin éxito inmediato de trabajar en lo nuestro, haciendo caso omiso por ahora de tentaciones mundanas de sitios de reencuentros.

Mantenernos conectados a lo que sea de excitante que nos evite la pendiente rugosa de la soledad, superar un día tras otro el temor contagioso de quienes son expulsados del circuito y en consecuencia, cada gesto desesperado se acomoda a la doxa imperante. De eso se trata precisamente, se nos conmina con insistencia (sin permitirnos dudar de tales aserciones infligidas por el G7 y bajo amenaza de complicidad complotista y excomunión de las redes sociales) que debemos entender el proyecto mundialista activado a la vista de todos. Someternos sin chistar ni derecho al pataleo, considerando que es por nuestro propio bien, siendo solidarios con jóvenes chinos de ambos sexos o de ninguno, munidos de paraguas negros manifestando por democracia versión Idi Amin Dada en Hong Kong y opositores moderados -desbordantes de paz y tolerancia- al dictador Bashar al-Asad, que responde al epíteto ramplón de carnicero alauita de Damasco, asignado de común acuerdo por la prensa libre occidental, aceptar que los servicios secretos rusos (en el fondo soviéticos) están en decadencia desde la perestroika. Agentes arcaicos de la nomenclatura KGB previos a la Glasnost, que ya ni logran asesinar a nadie de la ralea traidora exilada con venenos dignos de Rasputín, puesto que las dosis residuales de Poloniun 210 en depósitos industriales vetustos están perimidas como yogures Danone, pululantes de bacterias tóxicas con gusto a crema catalana. Firmar una solicitada lgbt+ para que un chavalín, hijo único de la aceitunera lesbiana de Gibraltar cambie de sexo antes de la próxima Navidad, ser cristiano penitente de la teología de la liberación y Papa versión argentina hincha de San Lorenzo a las brasas, debiendo negociar el alma colocada con cocaína de Diego Armando Maradona, que el mediodía del martes 24 de noviembre del 2020 ingresó a la inmortalidad.

Era esa mi vida rutinaria entregada a los soportes multimedia hasta hace unas semanas. Allí cerca sobre la mesa de trabajo tenía siempre a mano mi book gráfico actualizado, la cantera inagotable de titulares de presa premiados, catálogos de tipo de letra y cortos publicitarios para ganarme la vida, enganchar algún free lance si se daba la oportunidad. Sin calendario agenda del mes anterior ni signo zodiacal con ascendente fuego; conociendo por tanto la tendencia erótico financiera de la semana en curso, debiendo atenerme apenas para el libre albedrío a las cifras titilando en el teléfono celular, anunciando mensajes crípticos de gente angustiada que olvidé por el camino. Tener la cabeza fuera del agua y adentro del presente, ligada al resto del cuerpo mortal, pensando en prioridad cuál sería la mejor manera de sortear sin peligro las próximas veinticuatro horas inalcanzables.

Ojalá mi cerebro, comprendiendo esta misma operación en curso de hilvanar cuatro frases seguidas, fuera un teléfono móvil del penúltimo modelo comercializado de Samsung; sería suficiente entonces con dejarlo dos días en el representante oficial y que ellos arreglen el disfuncionamiento de la carta sim. Mi materia gris -más bien gris ratón que gris perla de casimir inglés- es otra máquina defectuosa de obsolescencia programada, estropeada de mala manera por el amor de una mujer según cantaba Julio Iglesias y para el contento de mi madre hace de eso una eternidad. Demasiado pronto para diagnosticar un Alzheimer prematuro hereditario haciendo de las suyas, tarde para suponer una amnesia corolario de intoxicación de anfetaminas automedicadas padezco algo espiritual e indoloro. Epidérmico y urticante con gusto agridulce de soja oriental, sólo excusable por la ciencia ficción de inspiración japonesa y la célula espía reactivada en cada comienzo de Misión Imposible, la serie.

Lo vivido con anterioridad al episodio culebrón ocurrido el jueves pasado se desvaneció de mi memoria, de los archivos enterrados bajo tierra y el disco duro pirateado. Con eso hubiera sido suficiente para matar a un hombre; supongo que fue el epílogo del día siguiente en su incomprensión lo que me tiene en este estado de extravío. Un tercer reino resbaladizo entre curiosidad por la muerte cercana y tentación suicida, para que sin salida existencial se detenga esta verborragia de querer contar en discontinuo mis semanas recientes.

Todas las pantallas operacionales de la cápsula se apagaron al unísono, una comunidad idólatra de hackers ucranianos neo nazis me proscribió al reino de Amnesia Programada mediante un decreto marcial de aplicación inmediata. Lo que me sucede en estas horas privado de sueño y hasta que nosotros nos separemos (improvisar sobre la marcha yendo tras un nuevo continente faltante en las cartas marinas, rastrear mi vida pasada virtual luego de despertar del coma artificial de varios meses) lo cuento con esa sensación extraña de estar hablando una lengua extranjera a la aprendida en la infancia. Además del descriptivo sumario de la agenda Filofax con mis iniciales grabadas, me percaté que fallaba la memoria práctica para la supervivencia cotidiana mientras algo calcinado comenzó a trabarse dentro de mi cerebro. El presente biológico oxidó de mala manera mi pasado debidamente ordenado, devorando a lo Saturno de ojillos saltones contenidos originales e historietas ilustradas; habida cuenta, como si fuera poco, de que me estaba faltando clarividencia reactiva propia para contraatacar.

Ayer nomás, debí delegar a un junior avispado la redacción de testimonios periodísticos informales con falsos clientes satisfechos de una cadena de hoteles. Usualmente ese asunto lo liquido en pocos minutos y me estanqué tres horas inmóvil en la seca creativa, sólo podía concentrarme -sin salir del encierro cautivo- en el último polvo misionero con orgasmo sincopado que nos echamos con ella, la mujer fatal que asoma lentamente en la historia. Comenzaba a dudar que ese trip erótico ocurrió alguna vez, lo mismo nuestra expedición abortada tras los orígenes del universo erótico, la deflagración eyaculatorio equidistante, anunciada por la fanfarria de trompetas Falopio de la maga virtuosa en drogas, con mordidas hasta sangrar en los trapecios y otras metamorfosis de inspiración sex shop. Hoy mismo ando desentrenado, soy el corredor de fondo con calambres de media distancia en plena recuperación luego del accidente de moto y obsesionado por los tiempos recientes de los kenyanos descalzos. Me cuesta una enormidad esto de poner estos pocos divagues afines en cierta ilación sistematizada con orden. Avanzar en un razonamiento incluyéndome y al que le fui perdiendo costumbre, habiendo dejado que la Matrix implantada en mis electrodomésticos facilitara el cotidiano. Compruebo a cada hora que pasa signos preocupantes de desarreglo, anunciando que me acerco a la catástrofe inminente, para la cual tampoco estoy preparado. Concientizar que seré el muerto imprevisto por la estadística fúnebre de mi entorno social tan minado de contradicciones, sentirme en estas dificultades viales de work in progress introspectivo y tránsito pesado con gente en obra, puesto que ocurrió hace pocas horas el incidente que despedazó la rutina.

Eso intuitivo de tener un ayer reconocible se detuvo con estruendo fundiendo el motor, mientras algo desconocido de naturaleza hostil dentro mío comenzó de repente a pedalear en la oscuridad. Distingo apenas con ojos empañados mi propio pasado discontinuo y recuerdo lo hecho por fragmentos escalenos afilados, sin poder entender qué es lo que hice de mi vida: existencia flotante y considerada en tanto desaparición irreversible de la conciencia.

Esa mancha de tinta azul petróleo disuelta sin consecuencias en una duna en movimiento, igual que la mayúscula capitular en un incunable veneciano.

¡hola Max!

Allá en otro siglo que tan lejos parece, el recuerdo más nítido en sus contornos recupera el episodio comulgado cuando mi madre me llevó a posar para la foto coloreada de la primera comunión. Otra promesa de felicidad duradera que quedó estancada por el camino; de buscar en cajones de la cómoda hasta los rincones del fondo y dentro del Palacio de la Memoria, seguro que hallaría el librillo de oraciones con tapas de nácar, misal de broche metálico, páginas doradas con parábolas evangélicas animalistas ilustradas en tonos pastel, preludiando el Edén bucólico donde coexisten el tigre y el cordero. Junto al rosario de cincuenta y nueve cuentas de un rosa pálido, la moña amarillenta del brazo simbolizando mi adhesión a la Iglesia de Pedro, la fidelidad al varón elegido que pasa los meses veraniegos en Castel Gandolfo. Avanzando hacia el altar como un cruzado con dientes de leche y pantalón corto, confiado en la resurrección de la carne, caminando de zoquetes y zapatitos blancos hasta la imagen revelada… ¿seré yo ese niño peinado con brillantina, de manos entrelazadas y crucifijo que aparece en la foto?

Después repaso buscando pistas de identidad en el ordenador de la oficina -que tiene una segunda memoria externa de auxilio, sin estar al abrigo de un virus agresivo extranjero- el CV performativo con los estudios realizados. Varios cambios estratégicos de empresas, firmas comerciales de solera reconocible y atribuciones estrambóticas impresas en mis tarjetas, dicen de un nomadismo laboral acentuado. Sería incapaz de describir ahora mismo cómo es que me hallo siendo el responsable europeo del equipo creativo publicitario de las marcas Tesla, Zara y Amazon; si presenté candidatura buscando plaza, resulta el puesto de la densidad convincente de mi palmarés en los últimos festivales Clío o fui reclutado por un cazador de cerebros, de esos que dicen en la tercera entrevista, tengo una oferta para usted que nunca podrá rechazar y se piensan graciosos. Ello significa que domino la lengua inglesa lo suficiente para asegurar intercambios internacionales y alternar con suceso en video conferencias, traducir los ocho singles de “Horses” de Patti Smith y leer en VO la última entrega de Corman Mc. Carthy. Viajé como palomo mensajero VIP acumulando millas Avios dentro del espacio Schengen, delimitando el nuevo imperio sin ejército y con doce estrellas doradas; aunque ahora mismo sería incapaz de repetir una canción entera de Elton John (la versión gay de Daisy, Daisy… gime me your answer do!… I’m half crazy…) y estoy seguro sufrir de aerofobia desde la primera vez que di tres vueltas en un tiovivo. Fue después de entusiasmarme por los cursos de catecismo y conocer el martirio de Santa Cecilia, llevados por una monja albina virgen a la que le sudaban las manos cuando hablaba de estigmas.

Veo fotos polaroid de dos familias en mi billetera, así que debe de haber trámite de divorcio en alguna parte y un intento asumido de familia reconstruida. Entre tanto niño que por ahí aparece, dudo en poder reconocer a mis auténticos hijos biológicos en una cámara de Gesell, sólo soy capaz en mi estado de ponerle nombre a esa mujer de pelo embrujado y que no logro sacarme de la cabeza. Ella se llama Alicia Planck.

Le hablé por última vez el jueves pasado, quiero decir que la escuché mientras caía la tarde y ella anunciaba su decisión de abandonarme puesto que había encontrado el amor de su vida. Todo lo cual parece indicar que yo estaba acostando el punto de ruptura existencial, nutriendo el síndrome Burnout, haciendo coincidir biología programada y emociones mal negociadas desde la pubertad. Con la nave mental próxima a abandonar por siempre la atmósfera terrestre, orientándose el artefacto a constelaciones desconocidas, galaxias de soles oscuros apagados hace millones de años luz, entre planetas muertos sedientos de vida exterior y de los cuales nunca se regresa.

Lo vivido este fin de semana de salida al campo – que presupuse vulgar y mera autosugestión prosaica- se volvió en consecuencia claridad providencial para entender y paz sepulcral de paraíso post mortem, habiendo atravesado en mi pasión los nueve círculos mentales de la estulticia. La proposición aceptada me metió en un problema extravagante, evitando que cayera en la depresión aguda y obligándome a reaccionar con astucia fallida para creer seguir con vida. Por momentos, creo estar enviando mensajes cifrados estando ya del lado urbano del muro que rodea el cementerio marino, conversando con otro espectro cómplice también ignorante de su fallecimiento.

Ninguna de las iniciativas originales es una buena solución en mi presente fase espiritual. Reconociendo extensión y profundidad de la falla, ingresando en el radar confiscatorio de todos los peligros, siendo expulsado de la zona de protección y abriendo la escotilla del corazón del reactor, al menos intimé en carne propia que había otra vida que la agenda calcada del mismo día que se repite. Comenzando por rezar pasadas las ablaciones matinales, un padrenuestro a la imagen virtual del canonizado Elon Musk, que tiene nombre de divinidad vengativa asiria en forma lamassu. Calculando con interés el monto de mis economías y decidir el porcentaje que invertiría en divisa Bitcoin, el laboratorio idóneo de Wuhan para la sexta dosis de vacuna ARN mensajero, el mejor casco interactivo de realidad virtual pornográfica que puede comprarse en el mercado internet. Navegaba en pleno desarreglo del hombre moderno malogrado y varado en la soledad irremediable, con la quilla torcida hundida en la mierda hasta la línea de flotación.

Algo sucedía conmigo de tan enorme que era impensable comentarlo con los amigos, si es que todavía me quedaba alguno confiable en la ciudad. Supongo que si se hubiera tratado de un cáncer de próstata incipiente sería distinto; quedó atrás la vergüenza social de reconocerlo en público, siendo ahora de esas enfermedades extrañas con gancho morboso, mediatizadas en la televisión durante desayunos en tertulia y a las que nos sometemos amaestrados. Todo sería levedad e imaginación estimulada, sonrisa comprensiva y gozo retenido en el desprecio, como la escena que vimos cientos de veces en la tele y nos consuelan tipo círculo de prostáticos anónimos.

Moderador: Hola todos. Hoy se integra a nuestro grupo alguien que quiere que le demos la bienvenida, pero antes quisiera que él mismo se presentara.

Yo: Hola, me llamo Max, tengo 37 años y soy creativo publicitario. Hace dos semanas me diagnosticaron un cáncer de próstata y estoy a la espera de la biopsia de una verruga molesta.

Coro: ¡Hola Max!

Eso anterior hubiera sido sencillo de escuchar y desconfiaba de las opciones apareciendo insoslayables al otro día de decidir pedir ayuda externa. Presentarme a un médico clínico de esos que pasan de todo y que luego de confesarle lo que me ocurría dijera: “lo suyo es psicológico, traumático agregaría siendo más preciso. Necesita ser tratado por un freudiano.” Consultar a un analista famoso por su interpretación de los sueños y sin mediación del generalista recomendado; quien, después de detallarle mis inquietudes urinarias reiteradas se rascase la barbilla canosa mientras propone: “lo suyo es para que lo cure un manosanta… conozco una mujer antillana mayor que hace maravillas con los males del corazón.”

La resultante del episodio era pura autogestión conflictiva de mi empresa espiritual, la unipersonal corporal del problema en sociedad de responsabilidad limitada. Sería mi dolencia manifiesta sumada al diagnóstico, el galeno de turno, paciente resignado, medicación con posología estricta y tratamiento riguroso acompañando la convalecencia. Imposible contarlo a las familias conjeturales dejadas atrás, eran ellas las esfumadas del Sudoku de los afectos próximos, devastadas por el olvido con nombre y apellido.

Gravísimo error hubiera sido recurrir a la medicina laboral… al otro día sin más tardar sería denunciado ante la jerarquía, traicionado en mi secreto médico de hombre abandonado y despedido sin indemnización. Como le ocurre a Tom Hanks en “Filadelfia” cuando le descubren la mancha facial en el bufete de abogados; inútil cualquier intento de meditación introspectiva, los márgenes de reflexión placebo en autoayuda y la adrenalina anárquica se disparaba en todos los sentidos. Hice un enorme esfuerzo por producir, mediante estrategias de meditación trascendental, mis propias drogas con procedimientos artesanales, de las cuales fui conociendo sus nombres familiares: Oxitocina, Dopamina, Serotonina y Endorfinas. En cierto momento creí que el mal se volvía irreversible, el asunto era crisis de diferencial entre memoria y olvido; otro de los tantos caminos de acceder sin escalas mortificantes a la locura liviana, de las fobias resignadas a la prisión mental sin reacciones violentas.

Ahora estoy en plena crisis consecuencia de recuperación, habiendo identificado la escena al origen del desarreglo e intuyendo que el final de la comedia está cerca. Sólo quedan veintidós escalones minutados para dejarlo grabado con mi voz, antes de que llegue la noche sedienta con su manto de olvido. Dejarlo por hablado, supone adelantar la confesión alegato ante los dioses intransigentes del juicio escatológico que me aguardan; conservar la débil esperanza en la condición humana. Creyendo que alguien salido de la nada escuchará mi dolorida deposición y -al menos durante sesenta minutos- retendrá que tuve una vida tronchada de ficción. Pasé de largo por el jardín botánico tropical abierto al público, sin dejar otra traza visible a los paseantes de la tarde que palabras de papel combustible ardiendo en una chimenea. Si al menos tuviera una sola historia lineal desgraciada testimoniando lo mal que me trató la vida… supongo que me daría maña para hacerlo e incluso suscitando empatía.

Les puedo asegurar que la crónica del hombre abandonado nunca estuvo dentro de mis competencias. Lo que me perturba, lo de verdad obsesivo e incomunicable y puede desorientarme sin saber si me halló lúcido o dentro del sueño, si soy capaz aún de razonamientos lógicos o sólo puedo desplegarme en el relato intermitente del desquicio, lo que me hace dudar si estoy en un culebrón hormonal de la cuarentena o legando mis memorias de ultratumba, son las notas al pie de página. Los bonus de compensación posteriores, la vuelta de tuerca final forzosa de los filmes de horror, las tomas descartadas en el montaje final, el making off de mi relación rescindida con Alicia Planck.

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