El palimpsesto intencionado

(el proyecto literario de Felisberto Hernández)

Toda obra es obra de su circunstancia: lo cual solo quiere decir que esa obra tuvo un principio, que empezó en el tiempo y que ese momento del tiempo forma parte de la obra puesto que, sin él, ésta sólo habría sido un problema insuperable, tan sólo la imposibilidad de escribir.

Maurice Blanchot / De Kafka a Kafka

La realidad es un palimpsesto que a veces por pereza, otras por cobardía, comodidad o torpeza hemos leído de manera superficial, conformándonos con los signos más aparentes o con los equívocos datos de los sentidos, que por otra parte, no siempre sin equívocos.

Cristina Peri Rossi / Indicios pánicos

¿Cómo a partir de trozos puedo fundir una historia capaz de tomar vuelo? Franz Kafka / Diario

Palabras liminares

Realizada una investigación, escrita una tesis, evaluada, reescrita para transformarla en libro, y lista para poner en estampa, corresponden unas palabras para presentar un trabajo de casi una década y reconocer el largo intercambio con personas e instituciones que hicieron posible que llegara a concretarse.

Este libro es, con algunas modificaciones de forma, no de fondo, una adaptación de mi tesis de doctorado presentada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y defendida el 23 de julio de 2021. El punto de partida de la investigación fueron los materiales que componen la Miscelánea Felisberto Hernández, radicados en la Sección de Archivo y documentación del Instituto de Letras (SADIL, FHCE, Udelar). Una sugerencia del profesor Pablo Rocca, a quien agradezco esa orientación, me llevó a estudiar la génesis, el proceso de escritura y la concepción estética del escritor. Agradezco a mi directora, Celina Manzoni, por guiarme en la escritura de la tesis, con rigurosa convicción, y a Gustavo Lespada, co-director, por sus consejos y valiosos aportes.

Confío en que los resultados de esta investigación, que involucró el estudio, por primera vez, de escritura desconocida durante más de medio siglo, constituya un aporte para reconfigurar el estado de la obra, y de la cuestión sobre el modo de lectura de un autor considerado uno de los más originales de la narrativa latinoamericana.

Una investigación de tantos años necesariamente deja deudas con muchas personas que de una u otra manera aportaron en el proceso. Agradezco haber intercambiado con Norah Giraldi de Deicas, quien organizó un encuentro en la Universidad de París III sobre crítica genética, donde conocí e intercambié con la profesora Laura Corona Martínez, ambas especialistas en el autor. De los profesores que actuaron como jurado de la tesis, la profesora Carolina Sancholuz y los profesores Jorge Monteleone y Óscar Brando, recibí excelentes devoluciones y estímulos para emprender la tarea de la publicación. A Óscar Brando, en especial, debo la lectura atenta, la corrección y las palabras finales de este libro. De él fue la idea de que me pusiera en comunicación con el investigador Ignacio Bajter, a quien agradezco el interesante relato, producto de su investigación, sobre el itinerario viajero de los papeles de Felisberto.

En la SADIL, tanto con la dirección de Pablo Rocca como con la actual de Aldo Mazzuchelli, tuve acceso a los materiales que necesité, para hacer las transcripciones de los textos. Agradezco a estos directores y en especial a todos los colaboradores del archivo por su amabilidad y colaboración. Mi especial agradecimiento a María José Bon, Valentina Lorenzelli, Daniel Vidal y, en la última etapa, a Ana Inés Rodríguez.

Mi agradecimiento a la Fundación Felisberto Hernández, en la persona de Walter Diconca, por su apoyo, su colaboración y el aval para presentar, en este libro, el conjunto de materiales autógrafos, organizados, con criterio de edición y notas, para una mejor lectura.

Mi dedicación a la enseñanza de la literatura en Secundaria y en el IPA fue parte esencial en la búsqueda del conocimiento. El ejercicio de la docencia acompañó casi todos los años de este trabajo, mis alumnos del IPA lo supieron, y padecieron a Felisberto Hernández, tal vez más de la cuenta, pero me ayudaron a procesar muchos aspectos de los resultados parciales de mi investigación. A ellas y ellos debo casi todo lo que sé. Exalumnos/as, hoy colegas, con quienes tuve el placer de compartir conocimiento e interrogantes, como con las jóvenes profesoras Beatriz Rodríguez Posadas, acerca de la original sintaxis de nuestro autor, y Paula Cameto, con quien compartimos y subsanamos dudas de último momento respecto de la grafía de Felisberto. Con otros/as, con todas y todos, la alegría de compartir los procesos de aprendizaje, mutuos y de nuestros alumnas y alumnos.

Recuerdo y agradezco los intercambios con las colegas y amigas Graciela Franco, a quien debo lectura y finos comentarios, a Sonia D’Alessandro por su optimismo radical, a Patricia Núñez por nuestras conversaciones sobre Felisberto Hernández y José Pedro Bellan, a Clara Paladino, por contarme de su padre y la amistad con Felisberto, a Anna Pesce por su lectura y centradas razones, a Silvia San Martín, quien además de confiar en mí, me confiara valiosos materiales pertenecientes a su familia.

En el último tiempo, ya en proceso de transformación de la tesis en libro, la tarea compartida en el equipo Proyecto digital Archivo Felisberto Hernández de la Biblioteca Nacional del Uruguay, hizo que la llama de la investigación sobre este autor siguiera viva. Gracias, en especial, a Carina Blixen, Paula Cameto, Pablo Estévez y Néstor Sanguinetti.

Para terminar, mi agradecimiento a los afectos: a las amigas, a mi familia, a los y las presentes o ausentes físicamente, que de alguna manera se ingeniaron para estar en los momentos que fueron necesarios. A mis hijos, Pablo y Tatiana, porque escucharon y sostuvieron.

Montevideo, mayo de 2022.

Introducción

El origen de la investigación, cuyo resultado final es este libro, fue el encuentro, en el año 2012, con un conjunto de materiales sin clasificar, y desconocidos hasta ese momento, de Felisberto Hernández (1902-1964). La Sección de Archivo y Documentación del Instituto de Letras (SADIL) de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, de la Universidad de la República de Uruguay, dirigida por el Dr. Pablo Rocca, había recibido para su custodia unas carpetas conteniendo papeles del autor. A partir de una primera organización realizada por un equipo de investigadores designado para esa función, (1) se comprobó que se trataba de manuscritos, mecanografiados y escritos en taquigrafía, incluyendo material edito e inéditos, con predominio de autógrafos manuscritos anteriores a la publicación de Por los tiempos de Clemente Colling (1942) y originales mecanografiados de los cuentos que componen Nadie encendía las lámparas (1947), además de otros escritos y documentos. De esta manera se constituyó la Miscelánea Felisberto Hernández, fuente primaria y fundamental para la presente investigación.

El acontecimiento abrió un abanico de posibilidades en el campo genético y, como consecuencia, una nueva perspectiva de lectura de la obra, en particular por la presencia de manuscritos de la primera época en los que constan las diversas entradas en la escritura, proyectos inconclusos, además de líneas de desarrollo rastreables sobre un eje diacrónico a lo largo de una obra que se desarrolló a partir del año 1925 y casi hasta su muerte, ocurrida en enero de 1964. Al tomar contacto con este archivo en su estado virgen se pudo participar en la primera catalogación de los documentos, de cuya decantada lectura se extrajo gran parte del material utilizado en esta investigación. Se pudo leer desde una nueva perspectiva tanto el plan editorial como el programa de escritura que subyacía en él. Además de tomar contacto in situ con el particular proceso de selección, conservación y descarte –método de trabajo característico de este escritor– se constató la existencia de textos embrionarios y pre-textos de escritos posteriores, así como la presencia de novedades, que debieran ser de impacto en el trabajo crítico sobre el autor, como tres conjuntos titulados: “Tratado de Embudología”, “El Teatrito” y “Eutilodia”, además de otros importantes núcleos de reescritura.

Al menos en nuestro caso, tal impacto existió y condujo a la elaboración de las hipótesis que guiaron este estudio, en torno a textos que revelan la búsqueda y el hallazgo de una estética particular. La mayor parte de la producción analizada corresponde a la etapa anterior a 1940, fecha aproximada en que la narrativa de este autor tiene un vuelco hacia la escritura de la memoria y la profundización en el modo de recordar. No obstante, una línea de análisis acerca de los procedimientos de simbolización profundiza en esta producción memorialista así como en la que el escritor desarrolló a partir del icónico conjunto Nadie encendía las lámparas (1947) y en el relato “La casa inundada” (1960), verdadera parábola del proceso creativo de este autor.

El siguiente sumario muestra el itinerario seguido a través de seis capítulos y un anexo con la transcripción de materiales inéditos, que además de constituir marco de referencia fundamental en todo el proceso de investigación, enriquece y modifica la lectura de una de las narrativas más originales del siglo XX.

En el capítulo I, Introducción, Felisberto Hernández: itinerario de su obra. Aportes de material inédito para una nueva lectura, se presenta información previa necesaria para delimitar el objeto de estudio, considerando en primer lugar el comportamiento de la crítica en forma diacrónica y paralela a la publicación de los libros, así como los abordajes teóricos pertinentes. Se realiza una consideración general de la obra, sus distintas etapas y características, además del contexto histórico con especial atención al campo literario y editorial.

En el capítulo II, Exploración del archivo de la SADIL: nuevas incorporaciones, se describe la miscelánea del autor, el proceso de clasificación e interpretación de sus documentos que permitió seleccionar materiales afines al tema del proceso de escritura. La colección incluye noventa y nueve carpetas, dato del comienzo de esta investigación, que contienen folios manuscritos, escritos en taquigrafía y en mecanografía, cartas, reseñas, tarjetas, recortes de periódicos, una revista, además de algunos cuadernos y libretas. Se exponen los resultados de acuerdo con un criterio de clasificación que refleja en sí una interpretación de la totalidad y de cada pieza en particular. Se distinguieron éditos de inéditos y luego de analizarlos se desglosaron en subgrupos según se tratase de obra publicada por el autor o por los críticos o investigadores. Se avanzó hacia una catalogación en torno a temáticas, ejes, filiaciones, para construir el objeto de estudio. Se organizaron borradores, fragmentos y pre-originales de éditos y con los inéditos se hizo un trabajo más complejo, encontrando sus núcleos de pertenencia, componiendo grupos enteros a partir de fragmentos con afinidades genéticas. Asignamos una letra mayúscula a cada “grupo” y un número correlativo para señalar lo que serían capítulos o partes menores. El estudio minucioso de cada pieza del archivo permitió aquilatar la relevancia del acervo de la SADIL para la investigación sobre Felisberto Hernández.

En cuanto al periodo, estamos ante documentos que testimonian un desarrollo de escritura desde fines de la década del veinte hasta la del cuarenta, de mayor concentración entre los llamados Libros sin tapas y la narrativa de la memoria, es decir, prioritariamente en la década del treinta cuando Felisberto se abstuvo de publicar libros, aunque esporádicamente publicó textos en periódicos.

El capítulo III, Primer movimiento: ser, mundo y escritura en Fulano de tal, Libro sin tapas y textos afines, se centra en el análisis de los dos primeros libros publicados por Hernández: Fulano de tal (1925) y Libro sin tapas (1929), por considerar que este es el movimiento inicial en su programa creativo. Con respecto al primero se analizan aspectos léxicos, procedimientos metafóricos y simbólicos, así como la particularidad compositiva del libro y de cada uno de los textos que lo integran. En torno a palabras como “trampa”, “entretenimiento”, “movimiento”, usadas en estos primeros escritos, así como el sentido que adquieren en sus combinaciones, se observa la invención de un lenguaje para metaforizar el acto creativo y la manera en que estos conceptos embrionarios producen otros desarrollos.

A continuación del análisis de Fulano de tal comentamos dos versiones de “Tal vez un movimiento”, no incluidas en libro pero recuperadas por José Pedro Díaz para las Obras completas, que se relacionan con la temática y el estilo de este primer libro en el que ya está presente la técnica compositiva fragmentaria. Llama la atención la estructura, el lenguaje entre ingenuo, vulgar y burlón como si trabajara a sabiendas con una materia baja; tal como lo sería la piedra tosca para la Alquimia, es el valor del fragmento que, tocado por el proceso de depuración con el agregado de nuevos elementos, progresa por la energía desplegada a través del lenguaje. Lo primero es el fragmento, un pedazo, un desprendimiento. El escritor es el fabricante de una cantera con trozos de distintos tamaños y formas para realizar su edificio escritural. Esos fragmentos valen en sí mismos, pero también en la función que cumplen en una totalidad imaginada.

El camino de autoconocimiento lleva a la identificación del ser con la obra, es en ella que este alcanza su verdadera dimensión. En la tradición esotérica, la obra constituye la búsqueda de la verdad y, con ella, del ser verdadero; en el autor el movimiento implica un proceso continuo de búsqueda infinita, la ausencia de respuestas definitivas es el verdadero motor y la mayor felicidad para la escritura.

Sin embargo, la idea de transformación hacia el hombre “verdadero”, aparece mejor expuesta en su segunda publicación: Libro sin tapas. A través del análisis de algunos textos podremos advertir cómo se profundiza en la reflexión sobre el arte, el artista, el sistema en el que está incluido, la resistencia del instituido contra un instituyente que quiere acercarse a un centro, pero a la vez sigue siendo margen. Se analizan los textos “Prólogo”, “Acunamiento” y “La piedra filosofal” en relación a la filosofía y al ocultismo por considerar que hay en Felisberto, además de una especulación de orden ontológico, parodia o al menos juega con términos, creencias y conceptos en los que se asoma la idea de la Gran Obra que responda a las grandes preguntas acerca de la existencia.

El capítulo IV, Novela de la escritura. Primera parte: “El Tratado de embudología”, está dedicado enteramente a analizar este conjunto de textos totalmente inéditos y desconocidos, hasta 2015, cuando de ellos se incluye una selección en una de las ediciones de la obra completa producidas en ese año.(2) “Tratado de Embudología” es el título genérico que dimos al conjunto de materiales inéditos que se describe en el capítulo II de este libro y que contiene fragmentos de diferente extensión, algunos de ellos nombrados por el autor como “capítulos” de un proyecto de ensayo o novela sobre la escritura. En sí se trata de un ensayo, una reflexión, un diálogo con el lector al que se supone asombrado ante lo que lee. Se analiza la naturaleza metaescritural y el vínculo con “Filosofía del gángster” incluido en “Otras publicaciones tempranas” (1981). (3)

En forma irónica se desarrolla una especie de teoría de la escritura focalizada en el lado de la producción, en los componentes psicológicos, conscientes e inconscientes que intervienen en el proceso.

En el capítulo V, Novela de la escritura. Segunda parte: Observación de sí, anécdota y metadiégesis, se aborda el desdoblamiento del yo, la observación de sí mismo como acto generador de la palabra escrita. Para observarse en el proceso creativo, el sujeto emisor construye diversas entidades que provienen de los diferentes aspectos del yo. El texto es un espacio de contienda en el que se confrontan deseos y coacciones socioculturales integradas al individuo. En esa pendencia, la escritura es reflejo y productividad a la vez sin deslinde posible entre las diversidades yoicas intervinientes. El autor distingue sus productos transitorios, de “desarrollo ligero” (más adecuados para el fluir de la escritura), y aquellos en los que la reflexión constante sobre el proceso de pensamiento produce estancamiento, una circularidad que impide el avance. Necesita equilibrar ambos aspectos.

En relación con el primer caso analizamos esbozos, notas o apuntes, diarios, cartas a destinatarias reales o ficticias –siempre se trata de mujeres– que sirven como punto de apoyo para traer imágenes del pasado y recuperarlas mediante la escritura, o como posibilidad futura: “Una mañana yo me despertaría”, “Recién he traído un sillón”, “Casi siempre” (Corpus C). En el segundo caso, la interrupción reflexiva, analizamos “Juan Méndez o almacén de ideas o diario de pocos días” (Corpus B) donde la escritura del diarista se ve invadida por el nivel metaescritural.

Por último, en este capítulo se procura analizar lo que a nuestro entender es un proyecto disperso, la propia novela sobre la escritura que el autor empezó a publicar en periódicos y luego abandonó. Aquí se vincularán: “Filosofía del gángster” (Corpus B), “El Teatrito” (inédito hasta 2015) (Corpus C) y “Las dos historias” (Corpus A).

Una intencionada novela sobre la escritura, por utilizar un término muy caro a Felisberto, fue escrita a retazos desde el principio, y en retazos quedó porque esa es la forma que le conviene. Se trata de fragmentos que ralentizan el discurso y lo interrumpen con la intercalación de anécdotas, observaciones de la vida cotidiana o de situaciones físicas y anímicas del emisor en beneficio de una productividad regida por el azar. Por este camino puede llegarse a “algo” con “porvenir artístico”, como dice en “Explicación falsa de mis cuentos”. El fabricador de “cosas aprovechables” en “diarios de pocos días”, el bricoleur reserva materiales toscos, restos a participar en algo mayor, aunque siempre provisorio.

En el capítulo VI, Sujetos femeninos contra el canon estético. Misterio, erotismo y narración, se analiza el proceso cumplido hacia el predominio del estatuto ficcional a través del tratamiento de la figura femenina. Además de ser soporte del erotismo en general, la representación de la mujer adhiere a la estética que persigue y consolida el escritor. El motivo formado por un yo narrador que se siente especialmente atraído por una fémina aparece en varios relatos, sea en forma episódica, sea como elemento presente en toda la diégesis. De diversas maneras constituye un enigma indescifrable y un núcleo de escritura que abre un espacio a la producción de sentidos. A medida que consolida su narrativa, las “damas” de Hernández poseen hipertrofias que despiertan la curiosidad, incitan a pensar, comparar, imaginar, fabular, en definitiva, a crear lenguaje. Son protagonistas de situaciones absurdas, raras, inverosímiles o grotescas, encarnan el misterio y simbolizan el modelo narrativo que corresponde a un determinado pensamiento estético. El proceso hacia la simbolización del tema de la escritura mediante la figura femenina se estudia en este capítulo en tres fases.

1. En primer lugar se realiza un recorrido sinóptico por textos de la primera etapa (1925-1931) donde mujer y escritura comienzan a entrelazarse. Ocurre en ficciones epistolares y de diario personal del tipo “Manos equivocadas” (corpus B) y en “La casa de Irene” (corpus A); en un relato autoficcional como “La cara de Ana” y en cuentos narrados en tercera persona como “La envenenada” y en “Las dos historias” (Corpus A).

2. Luego, se dedica mayor espacio al análisis de un texto que se aparta de los carriles habituales del escritor y que podría insertarse en la ciencia ficción. La presencia de manuscritos y de copias de “Buenos días [Viaje a Farmi]” (Hernández: 1981) permite aquilatar el empeño dedicado a este texto que constituyó una vía de exploración en la fantasía, apartándose de la experiencia cotidiana. Se trata del relato de un viaje imaginario en aeroplano a un país inventado: Farmi. La historia aparece en dos versiones: “Buenos días [Viaje a Farmi]” (Corpus B), inédito por el autor y recuperado por José Pedro Díaz (Hernández: 1981) y “Eutilodia” (Corpus C), antetexto del primero, inédito recuperado en Narrativa completa (Hernández: 2015).

3. La etapa más celebrada y triunfante de la peculiar estética de Hernández se abre con los cuentos de Nadie encendía las lámparas (1947), precisamente donde lo simbólico constituye la esencia de sus relatos. Las figuras femeninas condensan en forma abigarrada, barroca o manierista las claves estéticas del escritor. Tanto el personaje Lucrecia, del cuento homónimo, como el de Margarita, de “La casa inundada” (1960), constituyen ejemplos del palimpsesto, puesto que la ampliación del campo narrativo no deja de lado la utilización de fragmentos anteriores y de motivos recurrentes como el ambiente gótico, la fragmentación del cuerpo, la mirada privilegiada (“lujuria de ver”), entre otros recursos intertextuales. Las intersecciones y transversalidades entre los relatos en los que aparecen mujeres rodeadas de silencio y misterio son evidentes y se analizan en este capítulo. En conclusión, en estas ficciones de Hernández la figura femenina es una representación simbólica de lo perseguido por el autor desde el principio: una escritura. Tanto es así que llega a escribir cuentos con el manierismo propio de quien domina hasta el hueso su propio estilo; un estilo que se lleva a sí mismo tal como las mujeres hernandianas llevan sus irregularidades y rarezas como lo más natural del mundo, forma de dejarse ser que imanta por razones que no pueden esclarecerse del todo.

En el final se exponen las conclusiones a las que se arribó luego del estudio pormenorizado de textos, conjuntos significativos y relatos acabados, de diferentes etapas y estados de elaboración, confirmando los presupuestos que guiaron la investigación y explicitando las novedades que fueron surgiendo en su transcurso, como la existencia de un importante núcleo escritural vinculado al pliegue sobre la escritura propia como mecanismo creativo.

En el Anexo se presenta la transcripción de la mayor parte de los materiales que constituyen la Miscelánea Felisberto Hernández, Archivo de SADIL (Sección de Archivo y Documentación del Instituto de Letras, FHCE, Udelar), ordenados y compuestos de manera que –sin considerarse única perspectiva de organización– sea posible una lectura coherente del conjunto.

Notas

1) Compartimos esa tarea con el Dr. Daniel Vidal, la Prof. María José Bon y la estudiante Valentina Lorenzelli, bajo la orientación del Dr. Pablo Rocca, director de SADIL en ese momento.

2) Felisberto Hernández, Narrativa completa, Estudio crítico de Jorge Monteleone. Introducción y notas a los inéditos por María del Carmen González. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2015.

3) La forma “gángster” del texto, que en los originales oscila entre “ganster” (en el manuscrito) y “GANGSTER” (en las copias mecanografiadas), figura en la primera edición del relato (1939) y en las posteriores inclusiones en obras completas (desde 1967). Dicha grafía apareció en la vigésima primera edición del Diccionario de la lengua española (1992) y es la que utilizamos en este libro. A partir de la vigésima segunda edición (2001) figura la grafía totalmente adaptada “gánster”.

Conclusiones

A la manera de un palimpsesto

Como si la dispersión fuera un destino inexorable para la obra de este autor, la Miscelánea Felisberto Hernández radicada en la SADIL (FHCE, Udelar), presenta numerosas huellas de esa condición. Se trata de un repositorio doblemente fragmentado, a saber: no contiene la totalidad de los materiales del autor que se conservan, algunos papeles constituyen piezas desprendidas de un conjunto mayor, o uno de estos que ha dejado sus semejantes en otros lares, y, en segundo término, es ejemplo cabal del modo de producción a partir del fragmento, de la construcción de partes.

La presencia del archivo, como en casi todos los casos, tiene una historia detrás: una voluntad de conservación del autor, quien reserva y no destruye sus pruebas, y la de otros agentes como familia, amigos, conocidos, críticos, que por diversas razones han salvaguardado durante años sus papeles, otorgándoles un valor muy especial. Su existencia, en este caso, es un hecho relevante y testimonia la forma de producción de la que hablamos.

Con relación a la cronología de los textos estudiados se puede afirmar que la mayor parte de los inéditos fueron escritos en las décadas del veinte y del treinta, alrededor de los llamados “Libros sin tapas” (1925-1931), y antes de la narrativa de la memoria (1942-1944); mientras que en los más antiguos predominan los autógrafos, los más cercanos en el tiempo están mecanografiados. La temática recurrente en estos primeros escritos es la autorreflexión con el objetivo de conocer y manejar las propias emociones, en especial la angustia, frente a temas de orden ontológico, y la necesidad de encontrar mecanismos para defenderse de tensiones interiores.

El deseo de realizar una obra, en Felisberto, constituyó una ambición manifiesta desde sus primeros escritos, que solo en parte –hoy lo sabemos– dio a conocer en sus cuatro primeros libros. Demuestra que hubo un trabajo sostenido, siguiendo el deseo de escribir y el placer de la escritura, placer de la repetición, de las variantes y de las múltiples operaciones que adquiere la reescritura. Nos arriesgamos a afirmar que había un quinto libro en proceso, que, de haber existido, habría cerrado la primera etapa. Pero ¿se puede afirmar que el proyecto no se concretó, o que quedó inconcluso? Sí, como libro, pero no como etapa decisiva y fermental, en términos vazfereirianos, en la que se delinearon las bases de su pensamiento estético. Conjuntos como “El Tratado de embudología” y “El Teatrito” exceden la categoría de apuntes. Constituyen ensayos “atípicos” sobre la escritura, proyecto diseminado en periódicos, libros posteriores, o inéditos en general, pues “Filosofía del gángster” es anunciado en periódico como próxima publicación como libro, y “Las dos historias”, escrita en 1931, año en el que publicó La envenenada, no se constituyó en un nuevo volumen. Más allá de las circunstancias que llevaron a que quedaran “por el camino”, la existencia de fuentes primarias de este proyecto abierto, en el acervo estudiado, constituye un hecho revelador para los estudios sobre la obra de Hernández.

La presencia en la Miscelánea de versiones taquigráficas, junto a su respectiva versión en escritura común, demuestra la importancia que otorgaba al registro de todas las ocurrencias del pensamiento, ambición que lo llevó a percibir que, desde el momento en que la escritura se constituye, al fijarse en el espacio del papel, se detiene el flujo que primero se materializa en el logos, y luego en la gramma, para abandonar su “naturalidad” y “espontaneidad”, propósitos muy caros al primer Felisberto, que metaforizaba, con la palabra movimiento esta continuidad propia del pensamiento.

La puesta en conexión de distintos materiales entre sí permitió constatar una forma de creación a partir de fragmentos, que luego se retomaron para integrarse a otro texto. La particularidad de que no practique un borrado absoluto en sus correcciones permite ver la huella de lo desechado, como en un palimpsesto, a lo que se suma la composición mediante trozos de escritura practicados en forma sincrónica. Pueden observarse en sus borradores líneas que atraviesan una página, o dos, formando una cruz, que en general indican que el texto ha sido pasado en limpio, renglones o palabras suprimidas mediante un rayado, pero, en escasas ocasiones, existe un tachado definitivo que oculta lo anteriormente escrito. Dejar ver el proceso, mostrar lo anterior, no debe verse solo como un gesto hacia el lector, por más que el autor lo explicite a menudo, sino como una preservación productiva de la escritura anterior.

La abundancia de material fragmentario se constituye en una muestra exterior y viva, en el sentido moderno del archivo, de dos cosas: la forma en que procedía con su escritura y la manera en que la iba elaborando para crear “algo que valiera la pena”, o “cosas aprovechables”. Fabricaba materiales de descarte, para luego usarlos a la manera del artesano que trabaja con lo que se usó en otro contexto de escritura. El resultado final es un texto en el que se advierten otras escrituras, donde también metafóricamente se puede decir que no hay borrado radical, sino una permanencia del pasado en el presente como en un palimpsesto, intencionado y reivindicado como una forma de escritura que acompañe el carácter no lineal del pensamiento.

Desde la perspectiva genética el texto no es una entidad desprendida de las condiciones que lo provocaron, porque en él están las huellas de su fabricación, lo que tiene consecuencias no solo estéticas sino éticas al implicar una confianza en lo menor, lo parcial y defectuoso. Es desde ahí que vienen las posibilidades de desarrollo hacia un estilo que se considera personal porque responde a su manera de sentir y pensar la realidad. Quien escribe, en general, y, en mayor o menor medida, realiza operaciones de lectura, relectura, reescritura, agregados, borrados parciales o radicales, pero no siempre se tiene la actitud que observamos en este escritor. Tener la posibilidad de analizar estos materiales previos, permitió acceder tanto a su “economía” como a su “política”, vale decir a la forma que produjo y trabajó con sus materiales y qué consecuencias particulares tiene esto sobre la escritura. De ahí la importancia del archivo como arqueología genética de la escritura.

Novela, ensayo o escribir una historia

Sin duda, Felisberto pensó canalizar, en algún momento, esta pasión por estudiar su propia escritura en sus diferentes aspectos para llegar a una síntesis de orden estético, hay esquemas que demuestran esta necesidad de elaborar una teoría. Tal vez llamó “metafísico” a este proyecto por el grado de especulación “teórica” que contienen los textos que lo integran, así como el desarrollo de ese pensamiento a lo largo de toda su escritura, de la que su obra es, también, reflejo. Este proyecto de novela estaría integrado al menos por “Filosofía del gángster. “Dedicatoria”, “El taxi” [Prólogo], “Juan Méndez o almacén de ideas o diario de pocos días”, “El teatrito”, “Manos equivocadas”, “Las dos historias”, “Tal vez un movimiento” y su “Pre-original”. La nómina debería quedar abierta a otras incorporaciones, aunque tal vez de índole más fragmentaria. Un denominador común de estos primeros escritos es la conformación de una escena narrada, con personajes que representan diferentes aspectos del sujeto, movilizados en relación al acto de escribir: un campo de fuerzas del yo, una topografía mental que tiene su base en Freud, y que se complejiza aún más al admitir nuevas e inesperadas fragmentaciones.

El ensayo sobre la escritura o “Tratado de Embudología”, según el nombre elegido por el autor, constituye un importante proyecto metadiegético que debe ser considerado parte del plan mayor que abarca a los relatos mencionados. El dispositivo escritura se metaforiza por medio de objetos de uso común en un ámbito doméstico o en una experimentación de laboratorio. Este doble ensayo –el narrado y el realizado en el nivel de la escritura–, aborda temas como la impotencia del lenguaje para dar cuenta de la realidad en la que está incluida pensamiento y sujeto pensante, el pasaje de la palabra oral a la escritura, la dificultad de la comunicación, el problema de las influencias, la ambigüedad del lenguaje, la importancia de la recepción y, finalmente, la inclusión del lector como interlocutor. El texto juega con la novedad, la irreverencia y la disonancia entre forma y contenido, y el carácter lúdico y placentero de la actividad. La metáfora del colador le sirve para aludir a las fuerzas conscientes e inconscientes, individuales y sociales, que intervienen en la observación de la realidad y su expresión a través del lenguaje. El autor consideró aquí la escritura como un espacio mental y físico en el que se toman decisiones, se canalizan necesidades afectivas e intelectuales, a la vez que se examina el circuito total implicado en la publicación de un libro, incluyendo la recepción. Más que lúdico, el texto parece una parodia de lo lúdico, sin dejar de ser un peculiar ensayo de filosofía del lenguaje.

La práctica de la escritura desde el punto de vista material, en general, puede ser una obligación, una actividad funcional o, por el contrario, una actividad placentera. A veces se acompaña de rituales, de marcos agradables, hospitalarios, un espacio, una mesa, un tipo de papel, una lapicera. En Felisberto estas situaciones se integran a la enunciación, saltan de la realidad al papel y se entretejen en el enunciado. A la escena se agrega el estado anímico del escritor con respecto a su materia, cuán cerca o lejos está de su objetivo de escribir una historia. Querer escribir tiene que ver con ese rasgo de infancia, que suele atribuirse a su escritura ralentizada por la voluntad de que, mientras se dibuja la letra, no se pierda el “hilo” del pensamiento, por naturaleza desordenado, digresivo, desarrollándose en un circuito de conexiones impredecibles. A la captura de esta realidad por medio del lenguaje dedicó gran parte de su vida este productor de fragmentos, que hurga en los más imposibles lugares de la conciencia y de la actividad inconsciente para encontrar conexiones tan inesperadas como inestables.

El ideal de la obra y la materialidad de la escritura

El ideologema de la realización de una obra como proyecto central es recurrente en el escritor hasta fines de la década del treinta. Conocemos la anécdota que cuenta la escritora y amiga del autor, Esther de Cáceres, sobre su réplica ante los elogios recibidos como músico: “pero yo quiero ser escritor”. Algo similar plantea el narrador al comienzo de “Buenos días [viaje a Farmi]” al introducirse en tanto autor a través de sus logros y reconocimientos como músico y también sus aspiraciones literarias, aunque –según dice– en este aspecto no ha logrado tener un perfil definido. Sus dos primeros libros tienen huellas de esa convicción y de la conciencia de estar irrumpiendo en un campo que no le correspondía, por derecho propio, ya que había algo que se debía construir para ingresar en una zona de visibilidad. Elige la línea de la disidencia, coincidiendo con la vanguardia, al optar por una forma de destrucción de lo instituido, que consiste en no “aprender” lo que viene “empaquetado” como parte de las instituciones, de manera de no dejarse “ganar” por la perpetuación de los modelos. Aprender la escritura de una lengua por la vía de la incorporación de sus reglas es un requisito para la “correcta” escritura. En ese aprendizaje todo hablante aprende una nueva codificación, y procesa un corte o distancia con la oralidad, más próxima a la naturaleza y a lo materno. La escuela tiene la misión, entre otras, de introducir la diferencia en el ámbito de la evolución “natural” del individuo. No viene con la naturaleza sino con la cultura, ni es dada de una vez y para siempre puesto que es un aprendizaje de muchos años, sino de toda la vida. La dificultad que Felisberto manifiesta tener con la escritura, en este sentido, es probable que estuviera vinculada a una carencia de formación para ingresar en el campo letrado, además de una fuerte impronta oral proveniente del lazo con lo materno-familiar, pero aún más determinante en él es el buceo en su propia escritura, de restos, de hilos sueltos, de zonas marginales y limítrofes de la conciencia, y aun así “triunfar”, contra todo pronóstico, erigirse como sujeto y escritor. Algo así como “escribo, luego existo”.

La conocida anécdota acerca de su aplazamiento en el examen de ingreso a la escuela secundaria no es relevante en sí misma, pero podría reforzar esta hipótesis acerca de algunas carencias en cuanto al uso de la norma escrita que se observa en sus primeros autógrafos (errores ortográficos y de sintaxis), junto a su permanente justificación por atreverse a escribir con ambiciones literarias. El acceso a los bienes culturales de la humanidad, como la escritura, no es igualitario para todos los individuos y, en caso de serlo, produce impactos diversos. A la vez, junto a la condición de “expulsado” o autoexpulsado de la educación institucional, aparece una compensación medular en la formación de este escritor. Esto es: una mayor libertad para entrar y salir de las diferentes “asignaturas”, sin entrar a las aulas del Instituto Alfredo Vásquez Acevedo (IAVA) como alumno regular, aunque sí como un oyente interesado en algún tema de filosofía, en alguna que otra ocasión. No lo explica, pero ayuda a entender que la escritura, para Felisberto, no es una realidad terminada con la adopción de su estatuto, sino algo “por hacerse” con reglas propias, una de las cuales es la de ser infinita.

En un punto anterior a la incorporación de la norma escrita en su totalidad, Felisberto comienza a realizar opciones como publicar, mezclando audacia y timidez, tal como se desprende de los textos, como signo de una intención de desobediencia; de allí que se coloque desde el principio en el lugar del outsider, a contrapelo del campo intelectual del Uruguay de los años veinte. Así es que reitera en sus escritos su resistencia a los preconceptos y la puesta en abismo de la que son objeto el pensamiento y el lenguaje, para recomenzar desde el silencio, como en la música.

Como en esos casos psicológicos, en los que el temor genera una conducta intrépida y temeraria, Felisberto parece haber querido dedicarse a lo que temía, lo que le planteaba una gran dificultad, porque además quería torcer el orden racional impuesto por el logos y establecer un campo de lucha entre aspectos contradictorios como la “pasión” y la “razón”, tal lo planteado en “Filosofía del gángster. Dedicatoria”, en “El Teatrito” y en “Tal vez un movimiento”. Cuestiona la lógica de las dicotomías y sostiene, nuevamente, avant la lettre, que no hay verdadero pensamiento sin afectividad.

El propósito de realizar una obra se vincula a la necesidad de fortalecer una personalidad que se manifiesta en los primeros escritos como disociada, divergente, por no admitir dualismos como locura y razón o enfermedad y salud. La escritura plantea dudas, interrogantes ontológicas y antropológicas: cuál es su lugar en el mundo, cuál su propósito y su destino. Estas últimas palabras aparecen frecuentemente en toda la primera etapa. Cuestiona los ideales de certeza a través de la parodia, negando que exista una tierra prometida donde se encuentren certezas definitivas. Si bien entendemos que es obvio que Felisberto está tomando algunas ideas que provienen del ámbito esotérico –así como las que toma de la filosofía– creemos que recibe y pone al servicio de su creación elementos provenientes del ambiente intelectual de la época en la que creció y se formó. Experimenta en su escritura con la combinación de materiales de diversa procedencia, horadando su condición de integrantes de un sistema, para reelaborarlos estéticamente y generar peculiares textos que no tienen mejor encuadre que la autodefinición como autor autoral en el Prólogo de “Buenos días [Viaje a Farmi]”: “No sé si lo que he escrito es la actitud de un filósofo valiéndose de medios artísticos para dar su conocimiento, o es la de un artista que toma para su arte temas filosóficos” (Hernández, 1981: 190).

Como se ha dicho, Libro sin tapas (1929) constituye un homenaje a Carlos Vaz Ferreira y su idea de publicar lo que forma parte de un pensamiento en proceso y también toma algo de esta enseñanza en la práctica, como es la idea de acceder a determinadas fórmulas secretas para iniciarse y luego progresar en el autoconocimiento hacia estadios más avanzados. Es necesario encontrar la “piedra filosofal”, que no es pura, ni perfecta, sino por el contrario, “degenerada”, fuera de género, incorrecta, impropia, pero ella formará la base de un edificio de formas peculiares. El iniciado debe realizar sus pruebas, escribir, soportando y sacando partido de los momentos de estancamiento e improductividad, porque la elaboración de una obra proviene de un fondo caótico, precario y disonante, sobre el que debe trabajarse con la mayor fidelidad posible a su origen.

La figura femenina y la conquista de una estética disidente

La escritura de Felisberto, como aquellas que se sumergen en las profundidades del yo, contiene pasajes oníricos, asociacionistas, flujo de la conciencia o monólogo interior. Sin embargo, la forma elegida es un poco diversa de los procedimientos que alentaron la narrativa europea de las primeras décadas del siglo XX. El origen de sus procedimientos debe hallarse en el desdoblamiento y en la construcción de una escena en la que participan recuerdos, aspectos de la personalidad y pensamientos como si fueran personajes de una obra de teatro. A partir de la década del cuarenta, como es sabido, Felisberto comienza a trabajar con el material aportado por la memoria como proyecto de largo aliento, tema que esbozado en La cara de Ana se afirma diez años después. Ante el desplazamiento del asunto exterior como motivo para un tema de relato, como se había tramitado en La envenenada, y de la inclinación a la transposición directa de sus cuestionamientos de orden ontológico y gnoseológico, emerge una línea narrativa que busca el asunto movilizador de la escritura en la cantera de la memoria. Permanecen la narración en primera persona y la metadiégesis que, a nuestro entender, constituyen los rasgos más permanentes de su narrativa. De manera que, recuerdo, reflexión sobre el modo de recordar y problema de la escritura se incluyen en su narrativa de la memoria a través de la creación de personajes, ajenos al yo, pero a los que el narrador imprime la capacidad de mostrar algún aspecto de una problematización metanarrativa. En tanto creaciones dentro de la ficción pasan a encarnar aquello que durante muchos años se planteó en forma genéricamente limítrofe.

En la etapa de producción de textos con mayor contenido filosófico y menos presencia de lo ficcional, La cara de Ana significa una apertura hacia el relato de ficción que incluye un personaje femenino, actante que encarna aspectos de la concepción estética. Su antecedente en “La casa de Irene” y “Manos equivocadas”, en los que la mujer era una evocación para movilizar el deseo y la escritura.

La elaboración de esos personajes tiene su base en una exploración del deseo como productividad, no como búsqueda de un objeto erótico concreto, sino, por el contrario, con la ambigüedad que implica ir hacia ese objeto y detenerse unos pasos antes de alcanzarlo, como ocurre con el joven de “Las dos historias”: cuando camina con la muchacha, quiere ir hacia adelante, pero también se quiere dar vuelta para mirar el tren. Ambos movimientos, el que avanza y el que retiene, forman parte de la actividad deseante y, como tal, de la escritura y su expresión estética.

Una danza de estéticas diferenciales encarnan personajes como Petrona, en Por los tiempos de Clemente Colling, Celina y el yo narrador que, dividido, hunde sus dedos en el agua para tocar el modelo rizomático que, antes de la letra, se propone en El caballo perdido. Para que el modelo vegetal, de indagación en la conciencia, se pueda erigir estéticamente se debe convocar al recuerdo, volver sobre él investido de poder patriarcal, orden, unidad, armonía, ley, para luego cuestionarlo y horadarlo, haciendo concurrir a Celina al teatro de los recuerdos, hacerla entrar una y otra vez para verla de diferentes modos, con atributo de valor eterno, imagen de reina en una moneda pero con un moño parecido a “un budín quemado”. Celina puede ser criticable, caricaturizable, porque posee exacerbados rasgos de una estética tradicional. Allí se realiza el quiebre que hará ingresar, en la narrativa de Hernández, personajes femeninos inolvidables como la muchacha del balcón o Margarita. Pero sus antecedentes estuvieron dados en Ana, la niña que con sus ojos y risa loca desafiaba la cordura del mundo, o en la joven de “cara ancha, clara y alegre” de “Las dos historias”, o en el desbarajuste estético que es el cuerpo y el rostro de Trisca en “Buenos días”, para cuyo “dibujo” escrito el relato se tensa al límite con lo ominoso.

De lo ominoso se trata cuando avanzamos hacia relatos de la última época, como la chica sonámbula, socia inconsciente del protagonista de “El acomodador” en el ejercicio nocturno de su experimento lumínico, extremo de la connivencia entre escritura y erotismo, porque el relato se vuelve acto erótico con sus pulsiones de vida y muerte, cuando en la segunda noche en que se encuentran el prodigio atraviesa el cuerpo exánime y el narrador ve las huellas del cadáver anticipado. La escritura es potencia, triunfo sobre las limitaciones pero también es muerte. Paraíso y expulsión, porque el yo es expulsado del texto cuando termina la función.

La inclusión de la mujer en los relatos metadiegéticos constituye un procedimiento retórico que desplaza la figura del otro yo dialogante, o de otros, presente de forma rudimentaria en “El teatrito”, en “Las dos historias”, y en El caballo perdido, complejización de la entidad responsable de la narración, junto con la forma que adquiere el enunciado. La inclusión de un personaje femenino –en la vigilia, en los sueños o en la fantasía– es resultado de una nueva operación en el procedimiento narrativo de Hernández.

El caso más relevante, por constituir una síntesis de esta última etapa, lo encontramos en el personaje Margarita de “La casa inundada”, punto culminante de ese procedimiento dramático en el centro de una misma entidad. Desde que comenzó a escribir, Felisberto presentó a su yo constituido por diferentes partes, lo que no es una novedad dentro de la narrativa contemporánea, aunque sí lo era en el momento en que comenzó a producir y publicar sus primeros textos. Un relato, una obra, no provienen de un yo unificado, por lo tanto su resultado es aquel que conviene a su modo de generarse. El asunto es que Felisberto produce a partir de allí, la idea madre a la que quiere ser fiel, aun a riesgo de que el relato ahogue por su excesiva productividad. Por otra parte hay algo del orden del beneficio o la ganancia que, tanto narrador como autor implícito en el texto, reciben y para lo que tienen que trabajar-remar-producir.

Los personajes femeninos prometen historias, temas, asuntos y sugieren formas abundantes, exageradas, curiosas, irregulares y hasta crípticas. ¿Qué significa la figura de la mujer inserta en este dispositivo? Como procedimiento retórico no debería explicarse si no es por lo que hace en el texto. En principio construye otredad, el cuerpo femenino es otro porque adviene como texto, como significación, entidad donde se ha inscripto, ya no el deseo de escribir, sino la escritura misma como espacio de productividad infinita de sentido.

Estos memorables relatos de la última etapa de Felisberto Hernández, de los que solo elegimos algunos ejemplos, que tanto “triunfo” otorgaron sobre las dificultades para “escribir su historia”, retienen, “intencionan” –en palabras del autor– a través de su condensación simbólica, las claves estéticas que lo consagraron como uno de los más originales narradores latinoamericanos del siglo XX.