(ingresos)
EL CLUB DE LOS NARRADORES
“Domingo” Le retour à San Carlos / El sueño de Daniel Urrutia / Lucero y Emprendedor / Pegando la vuelta / DHL, WhatsApp y dados cargados.
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POLONIO / hace medio siglo
“Por qué”
seguido de “Mi casa del Polonio”
El encanto del reciente libro del amigo Horacio Añón -es asunto de mirar cincuenta años hacia atrás las inestables dunas de la memoria- se arma leyendo las fotos del Cabo Polonio de allá por el año 1969; meses agitados, cuando Neil Armstrong pisa la luna, el Uruguay conoce el copamiento de Pando, Janis Joplin cantó en Woodstock y alguien envía el primer mensaje internet de la historia. Entre las imágenes retenidas de la expedición sobre la costa oceánica, para mi gusto la metonimia de la suma es la toma 27: retrato en picada del carrero Fonseca. Momento de gracia del oficio, ahí vemos de boina y tabaco armado entre los labios al Virgilio de Añón, el baquiano con su carreta llevando viajeros al paraíso perdido custodiado por un faro. Esa foto ahora se la puede analizar, pero lo inefable entre epifanía y magia fue una fracción de segundo, la Asa del soporte, el golpe de vista mientras lo efímero se eterniza y los planetas se alienaban así por una única vez irrepetible.
En ese libro de fotos tenemos desde la primera solapa varios relatos en imágenes; abriendo camino, el equipo editor de Nuestra Tierra con hombres curiosos de entender la sociedad donde estaban viviendo. Hay luego el largo viaje hacia otra luz, un diálogo narrativo entre fotos según se siguen las páginas que van contando el cuento a su manera. Al comienzo el lector distingue algo diminuto allá lejos como en Laurence de Arabia y termina cara a cara con caballos perdidos de Felisberto Hernández. La fuerza vinculada resulta del viaje in progress con doble descubrimiento, de algo que estaba allá esperando y lo otro agazapado adentro del fotógrafo. Sondeando la sección áurea propia del espíritu, el equilibro que desacomodó a varios personajes de Michelangelo Antonioni; tal vez porque todo faro tiene algo de fin del mundo y parpadea anunciando otro mundo posible. En su conjunto, esas imágenes en blanco y negro tienen algo de crónica de adelantado en otra región más transparente, dentro del Uruguay que se pensaba diferente en los años sesenta. Algo sucedió en aquel viaje para que el fotógrafo volviera, eligiera lugar, se hiciera uno más entre los vecinos, levantara casa, regresara cada año con la fidelidad de especies migratorias y acatando los ciclos naturales. Guardara negativos hasta que los rollos dijeron “es ahora” y sacara este libro medio siglo después, dándola una estocada emotiva a la amnesia generalizada; partiendo a remo de ese Finisterre nuestro, si uno decide navegar derecho rumbo norte y lo desea, alcanza seguro al laberinto marino de las rías gallegas.
Le pedí el texto del prólogo para el Cabaret Literario, Horacio aceptó de inmediato, pensé en una presentación y él se lo había dicho a Rodolfo Fuentes: “¡A ver si vos no hablás de mí, sino de mi trabajo!” El tono perfecto sobre el hombre diseñador estaba en el Catálogo de la Retrospectiva en el museo Nacional de Artes Visuales, cuyo curador fue Rodolfo fuentes, el mismo cómplice de la intuición – “ahí hay algo”- y la tecnología sobre las fotos del Polonia. Se trata de un fragmento del estupendo ensayo “Memorias visuales de la ciudad hablada” de José Rilla: “Mirada la cultura uruguaya letrada desde los últimos sesentas no puede dudarse de la centralidad que tuvo en ella y para ella Horacio Añón. En pocos años, otro lustro tal vez, a partir de un trabajo sin desmayo, desbocado, llegó a un pináculo de excelencia, expresividad, reconocimiento como artista visual. Si las ciudades producen bandas sonoras, melodías que las marcan, paisajes reconocibles, la historia de Añón -como la de muchos contemporáneos- es la de un conjunto de imágenes potentes, pensadas para la ciudad y para la interpelación de sus habitantes, imágenes de un tiempo literario lleno de mensajes, de “tomas de la palabra”, como escribió De Cesteau. El mundo editorial es la estrella de este firmamento, los libros, las revistas, los afiches sobre libros y ferias, los anuncios y señaladores de una ciudad letrada en su plenitud (no digo en su lucidez para frenar una exageración), Añón está en nuestra memoria visual de este fenómeno.”
Aquí se festeja el Añón fotógrafo de los 28 abriles que no volverán, el primer viaje, el álbum de contactos iniciales con la gente del lugar. Los aprontes para levantar la casa, que tiene lo suyo, con la inspiración de barco porque Horacio viaja poco (“Si me hubieran dicho de radicarme en París, capaz que agarraba”, le dijo a Eduardo Alvariza en un reportaje de Búsqueda) pero el hacedor plural tiene alma de marinero, y que se le va hacer si se encontró antes de los treinta con el Cabo Polonio. El libro anda circulando por la ciudad desde hace unos meses, cuando salió al ruedo la amiga Cecilia Pérez escribió en el sitio Delicatessen de Jaime Clara lo que sigue: “El Cabo Polonio, en la costa del departamento de Rocha, es un lugar buscado y soñado para pasar unos días de descanso en playas oceánicas. Sin el confort de la electricidad y el agua corriente se gana en contacto con la naturaleza más primitiva. Este libro de fotos de Horacio Añón** nos muestra otro Polonio, el que él descubrió hace más de medio siglo, cuando llegó por trabajo a fotografiar la zona Este. No era todavía el lugar de veraneo tan solicitado por montevideanos y porteños; en enero de 1969 era un pueblo de pescadores y lugar de trabajo de las zafras de matanza de lobos. Imágenes fuertes, con la magia del blanco y negro, nos llevan, a medida que recorremos el libro, al viaje en carro desde Aguas Dulces y llegada al Cabo, el trabajo de los loberos, una descripción del pueblo, sus habitantes y por último a la playa Sur. Además del relato visual que muestra playas, dunas, ranchos y gente de hace cincuenta años, en las leyendas de cada foto se va contando una historia. Esa historia tiene como protagonista a Horacio Añón – “el Flaco” para los amigos- que en el cumplimiento de su tarea como fotógrafo para la colección Nuestra Tierra, de la que era el Secretario gráfico, llegó a Rocha y entró en contacto con un paisaje que lo acompañará hasta hoy. Pocas de esas fotos fueron usadas, la mayoría cobraron autonomía de aquel origen y fueron cuidadosamente guardadas por medio siglo. En aquel primer contacto con Cabo Polonio conoció a una familia, el médico Jorge Infantozzi, su esposa, la profesora de Literatura y crítica Laura Oreggioni y sus cuatro hijos pequeños, Luis Enrique, Laurita, Gabriela y Anita, pioneros del Polonio y sus amigos entrañables hasta ahora. Cinco años más tarde Añón diseñó una pequeña casa sobre las rocas que fue un refugio en los años duros de la dictadura militar. La compartió con muchos amigos que vivieron la magia de aquel Cabo de atardeceres, amistades, caminatas y largas conversaciones. Como cuenta el autor en la introducción, a partir de entonces dejó de fotografiar y se dedicó a vivir el Polonio. Sigue concurriendo cada año a pasar la temporada de verano, conversar con vecinos y conocidos. Su libro de fotografías de Añón es testimonio histórico valioso de aquel Polonio de paisajes agrestes, trabajo y personajes singulares que descubrimos a través de hermosas imágenes resultado de ese encuentro del fotógrafo con una luz y un espacio que representó, según nos relata, un desafío.
**POLONIO / HACE MEDIO SIGLO (Fotos textos y diseño gráfico Horacio Añón. Proceso de fotos y puesta en página Rodolfo Fuentes/NAO. Revelado analógico de los negativos originales Amílcar M. Persichetti. Imprimió MOSCA. 96 páginas, 80 fotografías. Tamaño: 28x24cm.)
LOS RÍOS FICTICIOS
HAGAN DE CUENTA QUE ESTOY MUERTO
“Cuando llegues a Madrid”
una llamada local / después te cuento / siempre a la verita tuya / calle de Fuencarral / el puentecillo del Retiro / la propaganda Campari / el Silencio / FIN
LIBRERÍA LAS NUBES
Casi treinta años después es inevitable que el lector piense dónde estaba él cuando se editó “historia quieta” de Alicia Migdal en el año 1993. Muchos todavía no habían nacido y otros se fueron para siempre, algunos dirán que se cumplían veinte años del golpe de Estado y que dentro de unos meses será el medio siglo. Era por entonces prioritaria la reflexión sobre lo sucedido entre nosotros; tiempo testimonial de palabra liberada, denuncia con nombre propio, pedido de justicia y repudio a lo vivido. Avance hacia el poder político por vía electoral, lenta convalecencia individual según los itinerarios y refutación de la derrota. La materia antes densa del big bang colectivo aceleraba su expansión hacia otras fronteras del universo inalcanzables. La vida amorosa de Eladio Linacero, los maracanazos o el país de la cola de paja jamás serían como antes; en medio de la ilusión del hombre nuevo, el libro agazapado de Migdal fue dietario nocturno, un pasearse descalza saliendo del cuarto oscuro de la entrega, carta perfumada de circulación doméstica sin pasar por el Correo, un mensaje sobre alguna ella sensual estando ahí en la vecindad. Podría ser acaso la continuación post dictadura de La mujer desnuda de Armonía de 1950, otra cabeza apasionada que se atreve al erotismo, puente amazónico hacia Leonor Courtoisie o nuevo avatar de literatura feminista. En verdad era otro episodio con hombre en casa de la novela familiar de Migdal; la historia había comenzado antes en algún lugar de Polonia y el puerto de Esmirna. Sigue en la ciudad vieja de Montevideo, la sinagoga de la calle Buenos Aires 242, los cien barrios porteños argentinos, la calle Andes cerca del río en Editorial Arca, la Biblioteca Ayacucho en Caracas, la calle Bonpland -la misma donde vivía Onetti- y en este noviembre, el piso alto del edificio náutico del Expreso Pocitos.
Todo eso respondía a razones quizá de tarea periodística -también del corazón que tiene sus propias razones- que pasó por Brecha y otras publicaciones; con un recuerdo distinto sobre las crónicas de cine del suplemento La Semana de El Dia, donde compartía redacción con el entrañable Roberto de Espada. “Como periodista, Alicia Migdal ha probado el ensayo, la nota, la crítica literaria y cinematográfica, la columna de opinión, la crónica. Si el periodismo es un ejercicio de fronteras, y Migdal lo ha ejercitado en casi todas sus variantes, el espacio mental y cultural en que se ubica esa práctica, es homologable a su más estricta creación artística” (Carina Blixen. Alicia Migdal: escribir en “un cuarto propio”. Papeles de Montevideo N° 2: Aproximaciones a la narrativa uruguaya posterior a 1985)
De su poética dijo Migdal en “La casa de enfrente “(1988): “contar sin contar, acercarse en lentas aproximaciones al material caliente y lejano de nuestra vida secreta.” La historia de Alicia en el país de la escritura editada comienza en Arca en 1981 con “Mascarones”, al que siguieron varios otros títulos. En el año 2008 el sello Rebeca Linke publicó varias de sus nouvelles bajo el título genérico “En un idioma extranjero” y la última entrega que circula es la novela “El mar desde la orilla” editada por Criatura en 2019. Sus temas pertinaces evitan el encorsetado de los géneros, el texto siempre fluido inventa sus propios contenidos, asoman los hombres del deseo y las otras mujeres; mi cuerpo ahora en este texto preciso, durante el tiempo fugitivo, mi historia entre libros, películas, espejos y pasiones de paso cotejada a la Historia. “Si puede hablarse de un proceso en la conciencia femenina de sí, elaborado fundamentalmente en torno a la pasión, Migdal estaría en un puente de continuidad con Delmira e idea, y a su vez, marcaría la asunción definitiva, no dramática, de su ser independiente, otra, Si Idea Vilariño marca de manera febril la separación entre su yo y el otro en el momento mismo de la pasión, en un juego terrible entre la diferencia y la fusión, Migdal ya parece más libre de afirmarse en su condición de mujer, su cuerpo, su casa, los afectos, y al mismo tiempo, su perfil accidental. Es indiscutiblemente otra, puede entonces sentir nostalgia de la unión. Para Vilariño la opción por la soledad es, tal vez, la manera de elegirse a sí misma; Migdal ya no necesita de la soledad para ser independiente.” (Carina Blixen) Ello es luminoso en “historia quieta” publicada por Trice en 1993, traducida al francés por L`Harmattan en 1998 y ahora en versión virtual del Cabaret Literario La Coquette. La ficha 8 de librería Las Nubes agrega información sobre la novela, de ella escribió Albert Bensoussan -prólogo a la edición francesa-: “Alicia Migdal sabe retener las lecciones de nuestro siglo y nos da aquí, no un relato sin historia, sino una historia sin relato, una historia quieta.”
ENSAYOS CRÍTICOS
El arte de comparar (bello como las rodillas de Isidore Ducasse)
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Desplazamientos y escrituras en la obra de Joaquín Torres-García.
NOTAS, APOSTILLAS Y ANEXOS
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ARCHIVOS
El cazador Gracchus amarra en Montevideo y Mi primer Felisberto (diario de la obras) / La primera Cartografía original / Biblioteca musical / Índice general de los años Uno y Dos de La Coquette / Fichero de las Bandas de Audio desde Abril 2020.
UNDÉCIMA BANDA DE AUDIO DE LA COQUETTE
Salma Hayek, Tito & Tarántula / “After dark” de Tito Larriva y Steven Hufteler.
Richie Havens / “Tombstone blues” de Bob Dylan.
Carlos Lyra / “Influênce do Jazz” de Carlos Lyra.
Donald O’Connor / “Make ‘en laugh” de Arthur Freed y Herb Brown.
Eduardo Darnauchans / “Milonga de Manuel Flores” de J. L. Borges y E. Darnauchans
Pedrito Rico / “A tu vera” de Rafael de León y Juan Solano.
Stevie Wonder / “Lately” de Stevie Wonder.
Les Rita Mitsouko / “Marcia baila” de Catherine Ringer y Fréderic Chichin.
Lang Lang / sonata “Appassionata” (III alegro ma non troppo) de Ludwing van Beethoven.
Julio Sosa / “Qué me van a hablar de amor” de Héctor Stamponi y Homero Expósito.
Joe Pass / “The very thought of you” de Ray Noble.