Desplazamiento y escrituras en la obra de Joaquín Torres-García

Ante todo una breve aclaración en cuanto al título de la ponencia, tan ambiciosos ellos cuando se avanzan en el programa preliminar de las jornadas y menos estrictos al momento de la exposición oral. Les adelanto que me centraré más en la noción de desplazamiento corporal en ejes espacio temporales y que escritura supone que lo expuesto tiene huella textual (signo, caligrafía, ediciones) que argumentan a favor por testimonio directo y redactan la legitimación.

Estamos ante uno de los pocos casos en el dominio plástico (más allá de reportajes recuperados y correspondencia de combatiente) donde el proyecto del artista es secundado por una vigilancia escrita y eco polifónico de lenguaje. Un dietario casi obsesivo por capturar la fugacidad del tiempo, huella o rastro redactado en simultáneo del empeño militante de dejar constancia a los que vienen, mañana, el próximo verano y después de la muerte. Sabiendo que la lucha contra las criaturas narcóticas del Olvido es implacable y la mejor manera de neutralizarla es desafiarla, siendo protagonista en la intemperie, testigo expuesto a cara descubierta y próximo escribano del propio itinerario. La pieza clave de este dispositivo donde desplazamientos, educación estética, fricciones con los entornos, fenomenología de la vida cotidiana y estrategias diferenciales de la praxis pictórica, es el libro “Historia de mi vida”, publicado en Montevideo (1939) en Ediciones de la Asociación de Arte Constructivo.

Existe una chanza repetida entre los americanistas en Francia cuando se evocan orígenes de la identidad latinoamericana; sin duda todos la conocen. Hay poblaciones -dicen los bromistas redundantes- que descienden de Incas o Aztecas y otros -en general se piensa en los argentinos, pero se puede extender sin estar desacertado a los Orientales- que descienden de los barcos. Quizá esa condescendencia de tiempos viejos es al presente imprudente, pudiendo acarrear acusaciones de racismo desde mentalidades post colonialista, aunque quien la diga marche en el lote con los ojos abiertos. La moraleja de dicho chiste, que al parecer pretende un tipo de distancia real y una repercusión final ingeniosa a medias, diría que es aproximada en su casi totalidad. Está relacionada a barcos, rutas marítimas y el imperativo de nuestros ancestros de viaje hacia o saliendo de sin retorno asegurado. En mi caso es cuestión de familia que conocí personalmente por la línea paterna vasca; los viajeros de ambas ramas se aquerenciaron con criollas de dos siglos anteriores y fueron mis abuelas que conocí de chico.

Es pertinente el dato para acceder a un mejor entendimiento de las poblaciones rioplatenses, su manera de estar encallados en el nuevo mundo y la elaboración de un imaginario particular; algo con la fatalidad de herencia derivada y la fuerza del destino de ópera italiana, distancia de otra filiación arqueológica con pirámides y sacrificios cósmicos. Nos incorpora o condiciona a una poética de navegaciones, sextantes y descubrimiento de la Cruz del Sur escrita entre las Nubes Magallánicas. Podríamos hacer nuestra la respuesta del marinero embarcado al curioso Conde Arnaldos del romancero: yo no digo mi canción sino a quien conmigo va.

Este código de embarcaciones, velas latinas, grúas, peces, naufragios en medio de la tormenta, maderas rotas y cuerpos a la deriva, se ensambla a la perfección con la figura de Joaquín Torres-García, centro magnético de nuestra comunicación, que sin saberlo intuyó y plasmó en el Arte -entre otros- el tema de la emigración, si es que la brújula mantiene el rumbo que fijamos y los vientos del día son favorables. No tanto porque su vida constructiva es un largo viaje que invierte la metáfora para hacerla creíble, sino por emprender varias travesías a diferentes culturas y lugares -en el sentido literal del término- en su acepción prioritaria. Es pues una tradición la de los viajes por mar que coincide con la tradición del relato tal como se originó en Occidente. Viaje y narración componen una unidad molecular genesíaca; así como desplazamiento parece fusionado a escritura: siempre perdura un prototipo del mito troyano y el catálogo de las naves, del regreso a la isla de nacimiento o naufragios decididos por las divinidades, sólo cambian los nombres de acuerdo a las circunstancias. Aceptemos pues la imagen operativa del viaje, no siendo otra cosa que relato de barcos y utopías, tránsitos y escorbuto, embarcaderos y traducción de la palabra cuando la migración se concreta.

Entre 1880 y 1930 se trasladó a América cerca del veinte por ciento de la población de España, movimiento que afectó a más de tres millones de hombres y mujeres; sé por experiencia familiar de lo que hablo. Si a la clásica lectura del viaje migratorio -considerado episodio respondiendo a razones de índole económico y social- le sumamos la visión espiritual de otros valores que se desplazan (memorias perdidas y episodios inventados, oráculos campesinos que se cumplen, detalles de predestinación y búsqueda, vidas encomendadas a la divinidad, aventura interior si se quiere; como en Grecia, el mito de Palinuro, la Castilla Imperial, la larga noche de Céline) la imagen se adecua a la perfección el caso Torres-García. Así considerado, podemos afirmar que J T-G emprendió un viaje a la memoria familiar y a la vanguardia del arte, a la Cosmópolis de la historia contemporánea y al corazón precolombino del continente americano, hacia una invención de Montevideo que por esta vez escapa a la sagacidad de poetas y narradores. A eso tan difuso que se nombra identidad colectiva y personal, más difusa tratándose de lo uruguayo; pudiendo en paralelo, cristalizar las variaciones culturales que ocasionan los movimientos migratorios.

Largo periplo también al corazón del signo y la materia pictórica, misteriosa travesía documentada que resultó a la vez ritual y concreta. La primera gran característica de este caso es ser a la vez modélico y único, aventura familiar tras la armonía huidiza de la sección áurea mientras la migración prolifera y dejando trazas testimoniales. Responde a causas modélicas por así llamarlas archiconocidas, destaca de forma inconfundible en museos y pinacotecas por afectar con la tarea del taller condiciones superestructurales, entre las cuales sería un error de método desdeñar el dominio artístico. En eso pensamos el adecuar la figura de Torres-García al tráfico de modelos entre Europa y América, Cataluña y Uruguay, Montevideo y Barcelona. Empresa que se inicia en Mataró, ciudad unida a Barcelona en 1848 por el primer tendido de vía férrea en España y que culmina en la antigua colonia de San Felipe y Santiago, la ciudad del semanario Marcha, que tenía por lema la máxima latina Navegare necesse vivere non necesse.

El caso Torres-García es extraño. Por la primera apariencia y lo reposado de la figura en cuestión, todo supondría la ausencia de un carácter inquieto provocando de manera constante la movilidad en búsqueda inagotable de la novedad. La mirada indagadora sin embargo, da cuenta que se halló o proyectó en el torbellino de grandes movimientos; en cada oportunidad los vivió con profundidad comprometida, es uno de los raros casos donde se puede alegar que el conjunto parece exponer la vida de varios pintores, resultando sus incursiones por zonas y culturas diferentes lo que designa su especificidad. Quizá el nombre de una ciudad secreta del Arte que todavía se está buscando o quiere insinuar la carencia de una identidad platónica exógena a las migraciones. Operativamente ello nos condiciona a tentar dos caminos y que siendo uno puedan bifurcarse. Por un lado, la necesidad de una visión panorámica que pretende la ilustración, queriendo hacer conocer al auditorio el itinerario de esa motivación y en paralelo, habida cuenta de que ello sería difícil de profundizar, nos detendremos en algunas experiencias de viaje. Observando de qué manera J T-G asumía en lo personal esa movilidad de las grandes Especies y la ruta de los pintores emblemáticos del siglo XX. Creaba una reacción, intentaba la síntesis y se mutaba en paradigma ejemplar acaso sin saberlo.

La figura sígnica/simbólica asimismo se adecua a la obra de Torres-García, si razonamos sus itinerarios detenidamente que son un trazado anotado paso a paso se puede recuperar lo que Roland Barthes recordaba de la nave Argos, que seguía siendo la misma habiendo cambiado todos sus componentes. Creo que ese juego con sentido entre permanencia y transfiguración continua, pasando por diferentes culturas es lo que puede distinguir el itinerario pictórico original del uruguayo. Segunda imagen marina necesaria (recordemos los orígenes mediterráneos de la familia de Torres-García y su destino binario de puertos) es la manera como, durante esos años de actividad trató de discernir y asimismo definir su compleja condición de uruguayo venido de lejos. En variaciones más modestas Torres-García adecuó los protocolos de la tralatio Imperai y la traslatio ecclesiae; lo transportado consigo junto a su familia numerosa era lo que estaba construyendo: la idea, el tópico del viaje como transportador de ciudades, tal como lo considero Ernst Robert Curtius en su estudio de la literatura occidental. Una condición viajera e introspectiva tras señas de identidad utilizando la manifestación artística; si el itinerario interior puede asimilarse a otros tantos, la diferencia se halla en la construcción exterior, lo que permanece a la vista de todos luego que la vida termina. Una tercera imagen al respecto la podemos tomar de Joseph Conrad, conocido escritor de la modernidad viviendo entre dos culturas y dos lenguas. Lo invoco porque, al comienzo de “El corazón de las tinieblas” avanza la hipótesis que la Historia de Inglaterra es la historia del río Támesis. Cierto y acaso la historia de las culturas de nuestro ex virreinato austral es la historia del Rio de la Plata, desde la expedición interrumpida de Juan Díaz de Solís y la doble fundación de Buenos Aires, hasta los horarios de Buquebus esta mañana misma.

La tesis es ejemplar, incorpora a la cuestión de las migraciones de todo tipo la doble característica del movimiento colectivo y destino individual. Siendo modelo social que precede y paradigma que anuncia el expediente J T-G puede estudiarse en la ola de mareas sociales atendiendo movilidades colectivas y debemos en tal caso aislar la trayectoria, dejarnos tentar por un análisis de lo individual; más interesante aún porque al asunto que nos interesa sumó tres elementos esenciales.

a) moviliza la problemática migratoria en la esfera del arte, que es de las menos tratadas el tratar estas cuestiones de tonalidad sociológica.

b) dejó constancia de su itinerario en una abundante obra teórica, donde se observan con claridad meridiana la sinergia de lo cultural, mandatos de la lengua, el imperativo de la creación e incluso sus miserias cuando estas circulan y se reflejan en la vida cotidiana.

c) quizá e intuyendo lo raro que resultaba su caso, dejó en “Historia de mi vida” una autobiografía donde se pueden aplicar los esquemas retóricos más usuales que se asocian a ese género literario.

Hace veinte años y sin ir más lejos, nuestra comunicación hubiera necesitado algo así como un capítulo preliminar sobre ¿pero quién es Joaquín Torres-García? Me refiero incluso a las referencias generales de una ficha de diccionario de divulgación. En el nuevo siglo, quien está al tanto de cotizaciones de la plástica contemporánea, recientes exposiciones en Barcelona (en especial la del museo Picasso) o por variadas razones estudia el fundamento cultural de la identidad catalana, llegando a recientes movimientos nacionalistas tras la independencia, quien se interesa por el arte de vanguardia tal como se construyó en París en las primeras décadas del siglo pasado, reflexiona sobre expresiones bilingües de la cultura americana o se preocupa por pruebas estéticas del continente latinoamericano, frecuenta ese género lateral denominado los papeles de artista y tiene la curiosidad de buscar un sitio en Internet, todos esos hipotéticos aludidos en ausencia, poseen pues una idea -al menos y quizá más de tres- de lo que significa la figura arborescente de Joaquín Torres-García en ese tramado de axiología e intereses. No se trata por tanto ahora de enmendar un error de perspectiva, tampoco reivindicar la tardía valoración de un desconocido, sino de la puesta en circulación de información ya comprendida en la contemplación de alguna de sus telas.

Habrán advertido que en nuestra comunicación y desde su título plural eludo evocar la zona pictórica. Lo hice por carecer de competencias técnicas y manuales suficientes operando al interior de la praxis de taller, porque nos alejaría un tanto del motivo vertebral de nuestro encuentro. En consecuencia, en esta mañana puedo argumentarles por la fe y el deseo, la fe necesaria para ser creído cuando afirmo que una retrospectiva de la obra polisémica y la lectura cronológico/crítica de su producción se corresponde a períodos paradigmáticos de intereses culturales e identitarios. Cada ciclo retenido corresponde al resultado de un viaje, iniciación y búsqueda; tarea cotidiana registrada desde la infancia, el resultado pictórico se adecua de manera perfecta a la pertinencia del viaje e imposición de una temática específica creando un sistema de correspondencias sorprendente. Como si se tratara del tópico de la vida breve, la unidad del artista se forja considerando el conjunto de experiencias de traslado. Contrariando sin negarlo sus viajes se distancian de la persecución del exotismo, la búsqueda de lejanos Orientes evocados en la poesía de Rubén Darío. Ni siquiera a la desenfrenada imaginación; más propia esta última de realismos fantásticos, mágicos o como quiera llamárselos, la mayoría de las veces asociados a exuberancias novelescas, que siendo casi oxímoron se utilizan con liviandad para mentar aquellas tierras.

Su itinerario se corresponde a la movilidad característica del siglo veinte; como si Torres-García por intuición, destino o fatalidad hubiera buscado o coincidido en su aventura por tramos donde ocurrieron asuntos atendibles, decisivos para el arte del siglo veinte y el autoconocimiento de colectividades implicadas en el movimiento observado desde el interior. Negó asumir sin matices razones iniciales de las migraciones -ligadas a situación sociales y peripecias de la novela familiar- y los trasmuta en aventura personal artística. Se trataba de hallar espacios sociales estimulantes en un conjunto de condicionamientos, ese espacio de libertad fue para él la experiencia artística anotada. J. T-G vivió lo que Eric J. Hobsbawm llamó edad de los extremos y caracterizó por su brevedad, vertiginosa aventura de siglo pasado, fases que fueron viajes, etapas como migración, períodos asimilables a desplazamientos por el mapa pictórico del siglo XX.

Vayamos por partes; el primer capítulo es el que lo precede y que llamamos sueño americano -o pesadilla- de millones de europeos excluidos del circuito social; para una cantidad enorme de españoles, vascos, asturianos, gallegos y como en nuestra comunicación de catalanes. En dicha agitación asoma la determinación que hace coincidir situación social asfixiante con movilidad marina tal como la evocamos y de los posibles destinos de nominación -arbitraria, decidida, azarosa- del puerto de Montevideo. Allá en la ciudad del Cerro aguardaba una sociedad y un momento del país que al decir del historiador José Pedro Barrán vivía el pasaje de la barbarie al disciplinamiento, que se ubica hacia el año 1860. Período de cruce intenso para la cultura uruguaya, en 1870 muere en París el uruguayo Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont, monstruo poético de la modernidad y autor de “Les Chants de Maldoror” y en 1874 nace Joaquín Torres-García. Para cualquiera de las dos orillas del océano Atlántico es claro que pocas otras épocas son tan ricas en sucesos e información, propicias para el entendimiento del proceso de las migraciones. Es el momento de las dos historias que se cruzan e interactúan, creando condiciones espirituales de la modernidad y el presente que ya se lo piensa como post. Esa dialéctica entre lugar de nacimiento, filiación de padres, lengua (o lenguas) habladas en el modelo intelectual y recuerdos de escenas fundadoras de la infancia son parte vertebral de eso que, con excesiva facilidad de uso y poca precisión metodológica se denomina identidad. Dicha cuestión nunca es sencilla de acatar y esa dualidad -que podría denominarse espiritual- es la primera ecuación que resuelve Joaquín Torres-García.

De ahí la importancia del segundo viaje; el viaje de regreso al territorio de los ancestros, la tierra de los mayores precedida por una educación a la vida uruguaya. Reinserción, desexilio o lo que fuera, el muchacho que descubre la ciudad de Mataró tuvo la necesidad de construirse para su uso personal una tradición de síntesis que fuera lo más estimulante posible; necesidad de una cultura que pudiera habitar y que halló en el pasado mediterráneo variante catalana. La tarea sin tregua de Torres-García en Barcelona, sus obras y pinturas, la invención de una tradición a medida por donde transitar con métodos pictóricos, utilización de la lengua adecuada a sus objetivos, formación de una familia, la activa vida social y cultural serán tratadas en detalles más adelante. El magma intelectual político de la nación catalana era también intenso en esa época. Es el período del proyecto Prat de la Riva, consolidación de la gramática ideológica con finalidades políticas, regulación de la lengua catalana, el Noucentismo pensado en tanto discurso cultural y la Venus de Ampurias como objeto desenterrado del pasado, legitimando en reliquia las aspiraciones a la diferencia en el espacio de la península ibérica. El proyecto por desfasaje e incomprensiones aparece como decepcionante, con falta de integración en sus objetivos más históricos y que desbordan la correntada estética. Es en ese punto de ruptura cuando se desentiende del proyecto de construcción de la memoria simbólica de la estirpe -justificando proyectos y reivindicaciones de los años recientes- y hasta la suya propia, para trasladarse a un ámbito cosmopolita, en adecuación lógica con sus intereses plásticos; otro ámbito donde se sucedieran transgresiones removedoras que le interesaban.

Se inicia entonces el tercer viaje a destacar, que aunque siendo menos espectacular en sus incidencias emotivas marca la voluntad de corte con el período de educción pictórica, la urgencia de traslado y exploración de nuevos períodos. Es la experiencia del pintor en Nueva York, sorprendente iniciativa de comenzar una nueva vida en una lengua desconocida y más dada la edad que tenía Torres-García cuando la emprende. Su experiencia norteamericana -es preferible y acertado decir neoyorquina- tal cual fue narrado en la autobiográfica es sorprendente. Los bocetos gráficos resultantes de la primera impresión son una maravilla, los cuadernos de notas escuela de impresión visual de un mundo avasallador erigiéndose a la vista de todos. Asombra ver a un hombre ya mayor aceptar el reto y desafío de la ciudad más moderna de la historia humana por aquel entonces. Vista desde el presente, mejor dicho desde mi lectura interesada de los hechos, no es Nueva York de las experiencias que parezcan más logradas en cuanto a la armonía concordante entre artista y medio donde interactúa. Hay allí algo de incómodo e inacabado aunque pueda argumentarse cierta intensidad y oposición que podría ser generativa. No obstante los resultados objetivos al momento del balance hay algo de contraste y aporía, desarreglo entre historia personal y entorno. Esa situación apenas insinuada de cosa inacabada -muchos entre nosotros lo sabemos- y de fracaso circunstancial es condición central de la experiencia migratoria, se le llama desarreglo, otras veces melancolía y ejemplifica en parte la movilidad que venimos tratando.

Montevideo, Barcelona y Nueva York lo preparan a la aventura más productiva que se intensifica en la experiencia pictórica. El nuevo puerto es Paris, Miró y Picasso son sus conocidos, la vida de galerías en Saint-Germain dominio natural, el atelier su mundo, la publicación de revistas efímeras la actividad reflexiva. Deseo y voluntad de incorporarse a la vanguardia por el arte es programa tenaz y la búsqueda de una línea de pintura original su obsesión; de ahí surge su teoría cósmica del Universalismo Constructivo -desafiante al totalitarismo cubista- que es la necesaria relectura del arte preponderante del siglo veinte y tendría el poder de alterar valores de la pinacoteca imaginaria considerada inamovible. Esa es la gran aventura: la participación en la vanguardia y la invención del arte del siglo veinte.

Conozco pocos casos de ruptura tan frontal con dos períodos de la vida. Una inmigración que pasó de la retrospectiva de una Cataluña eterna como se titula uno de sus maravillosos murales, para entender el presente y marcar la diferencia con el salto al vacío pictórico que significaba el cotejo -por ejemplo- con la figura poderosa de Picasso o el programa de los surrealistas que nunca fue de su agrado. Luego el afán de pasar de la tendencia neo figurativo con evocaciones de mitología pretérita -mimética a lo griego de línea mediterránea o mejor a la inversa- a la búsqueda de otra expresión en la intentona abstracta. Con la propuesta además de una solución a ese desafío pictórico desde otra orientación, que se distingue sobre la tela del abstracto geométrico. En ese circuito operacional concurrido y competitivo, es de sumo interés el haber planteado la misma ecuación partiendo de otras incógnitas y alcanzado la solución del Universalismo Constructivo; en dos vertientes: sosteniéndolo con un discurso reflexivo teórico y con la praxis de la obra que puede contemplarse en los museos del mundo. Claro que en estos dominios del quehacer humano lo que interesa son los resultados más que supuestas intenciones. La figura de Torres-García deja de ser meramente paradigmática de un tramo de la historia del arte occidental, sostén circunstancial para justificar un ejemplo, ilustración modélica de procesos de traslación, salto hacia adelante del provincialismo catalán al que podía haber quedado confinado para pasar a una dinámica en la pura especulación del arte. Es él tránsito modélico para los temas que nos convocan, saltando de la estadística sociológica y anécdota de pueblo al misterio y disfrute que interpelan.

En este panorama de fronteras que venimos esbozando faltaba el último de los viajes, el del regreso tal como lo indica el mito del comienzo de la narración en occidente… porque el viajero que huye tarde o temprano detiene su andar. En 1934 y con tantos años de vida, Joaquín Torres – García regresa a Uruguay. Lo que parecería epílogo de una época se transforma para la tibia movida uruguayo y el arte latinoamericano en otro período intenso en actividades varias, del cual tendríamos tiempo apenas para enumerarlas en los tiempos de la comunicación. Destacaría la labor de publicista del Arte y divulgador social dictando cientos de conferencia, creación de revista y activación del taller para el acercamiento a los jóvenes interesados y removedores. Una tarea de creación -considerada en tanto proyecto de la intimidad irreductible del individuo- de pedagogía en la práctica; es el taller espacio cósmico, la Escuela del Sur más que praxis se vuelve discurso programático, de la cual salieron ilustres artistas seguidores de la tradición del maestro y su normalizan ante generaciones venideras.

Algunos entre ustedes conocen la forma gráfica icónica de ese intento, se trata de la inversión del mapa bocetado de América del Sur y la inscripción del lema: Nuestro Norte es el Sur. Artísticamente da otro paso innovador interactuando buscas vanguardistas, legado del Universalismo Constructivo y memoria de la experiencia mediterránea catalana con la tradición de pueblos originarios amerindios. El hijo de inmigrantes catalanes propone cuando retorna a su país de nacimiento un nexo con los orígenes que fueran evocados al comienzo de la charla; lo hace desde una recuperación sígnica, estética, manual como camino de recuperación de un Cosmos que en ese Sur era inexistente y allí donde persiste lo hace en condiciones vitales difíciles. Es durante este viaje que se concentran las energías de la aventura Joaquín Torres-García. De todo ello detenerme brevemente en dos de los viajes evocados: dejar la patria, volver a la patria. Ese movimiento está en el origen de la literatura occidental y de ahí lo novelesco que impregna la trayectoria del artista; el primero es el del retorno a la tierra de sus mayores probando que las migraciones nunca se operan en un solo sentido y el segundo más breve: la significación del regreso al Uruguay.

***

Vayamos por partes en esta focalización final de ida y vuelta, cuando el círculo del destino y el cuadrado del libre albedrío forman una sola figura geométrica. Cataluña primero, es esa ruta síntesis para entender sobre la tierra el paradigma del regreso al lugar donde están las raíces familiares y cuando -a la vez- se tiene memoria de una infancia y educación americana. Fue a los diecisiete años que regresa, menor dicho que el muchacho va hacia, siguiendo la vida azarosa de su padre Joaquín Torres Fradera, que se casó en Uruguay con una criolla; de la misma manera que el hijo se casará con una heredera de la burguesía catalana de entonces. Viajan directamente a Mataró y aquel no fue el retorno del indiano con fortuna, que es tópico considerable en la inmigración española y la ciudad de los prodigios; allí pasa casi treinta años y lo que tenía la apariencia de un proceso acabado se revela ser pasaje hacia otras experiencias. Viaje a Europa en el año 1891 en el Cittá di Napoli y barcos otra vez. Durante el primer año en la tierra de los mayores el joven Joaquín emprende una inmersión en la cultura (una de ellas) que lo precede, practica la lengua paterna y conoce por contacto el locus mediterráneo, toma conciencia de lo femenino, reafirma su vocación artística anterior y explora una tradición diferente, tal como lo había hecho durante la infancia en Montevideo en su contacto con la colonia italiana. Es curioso y se aficiona a los objetos del oficio del cordelero, lo que podía ser la escena fundadora segunda que explicaría el constructivismo posterior. Aparente contradicción o complemento, facilidad de vida o impedimento de una síntesis positiva, búsqueda alternativa en la conciencia compleja de los dos orígenes, una eventualidad que por la gravitación de los hechos cotidianos, se vuelve situación irreversible. Es así que siendo uruguayo de nacimiento, Joaquín Torres-García se convierte en un Guardián inventivo del catalanismo artístico, propulsor de una teoría estética como el Noucentismo desde la referida doble filiación y un ingreso al debate del arte desde una perspectiva americana.

La experiencia en la Cataluña interior dura apenas un año, pues habitan en Torres-García movimientos dentro del movimiento; una suerte de mise en abyme del itinerario ocurre cuando la familia en 1892 abandona Mataró y se instala en Barcelona. Como bien dice Jaume Vicens Vives: “Al propio tiempo, Cataluña creaba un órgano de resonancia histórica y mundial muy por encima de sus posibilidades humanas: Barcelona. Favorecida por su situación geográfica, la antigua ciudad de los condes concentró desde 1840 una enorme cantidad de energías espirituales y de recursos materiales. Sin Barcelona habría faltado a los catalanes el crisol que haría la síntesis de sus esperanzas; el pedestal que elevaría su cultura al plano internacional, reduciendo la mentalidad de berratina y una definición ética y espiritual; yunque y martillo, en una palabra, la herramienta de un pueblo renaciente.” El encuentro del uruguayo en órbita centrípeta con esa Barcelona prodigiosa es la primera de las grandes sinergias de la vocación con las ciudades modernas. Ello no debería sorprendernos si consideramos que supo estar en el centro de la acción: olfato, intuición, deducción, destino, azar ambivalente en los momentos privilegiados. Fue notorio que para la ciudad de Barcelona en tanto entidad productiva y Cataluña como proyecto cultural, el período que va de 1890 con el inicio de la campaña lingüística, las elecciones del 91 que marcan el cambio de tránsito entre la Restauración y el auge de la Liga Regionalista, las bases de Manresa de 1892, el atentado con bombas Orsini del Liceu en el 93 y hasta la muerte de Prat de la Riba en el año 1917 son los que perfilan la Cataluña moderna.

La integración al sistema artístico barcelonés supone un Torres-García diurno y nocturno. Por la noche asiste a la Academia de Bellas Artes, que funcionaba en los pisos superiores de La Lonja de Contrataciones en la plaza del Palacio donde fuera condiscípulo de Mir, Sunyer, Canals y Nonell; de día marchaba a las Academias Baixas. Más tarde en la educación estética, mientras sus amigos se acercaban al círculo Artístico revolucionario y polémico con desnudos femeninos, Torres-García frecuentaba el círculo de Sant Lluc de orientación católica bajo el magisterio de Torras y Bages. Es hacia 1900 que cada hombre de su generación decide su camino. Torres-García fue sensible al ambiente agitado de les Quatre Gats -más que un café- fundado en 1897 por Pere Romeu; era el llamado irresistible de la vida de bohemia versión barcelonesa, pero no era el tipo de vida disipada que se adecuaba al proyecto Torres-García. Que salió del condicionamiento de aire del tiempo y buscó su camino por dos vías: el paisaje mediterráneo y la formación clásica. Torras y Bages lo inició a la obra de Puvis de Chavannes y se produce entonces una de las primeras síntesis, la iluminación inicial: “Tanta lectura, ensayo y meditación, cristalizaron en una idea: que el arte debía ser de una tierra y de una época.” La formación práctica con los materiales es intensa, enseña dibujo para ganarse la vida, busca contactos, trabaja con Gaudí en las vidrieras de la Catedral de Palma de Mallorca y en la desmesura de la Sagrada Familia. Con éxito más parecido al fracaso trabaja en las iglesias de San Agustín y la Divina Pastora de Sarriá; pero las autoridades garantes de los encargos fueron insensibles a una propuesta que rebasa el clásico mimetismo supuesto en la representación de la Fe y Creencia. La migración es conciencia dialéctica de pruebas y obstáculos, rechazo y desconfianza, campo de emociones refractario al que se ve confrontado de continuo.

Hacia el final de la primera década del siglo nuevo suceden tres eventos de relevancia en la vida del autor. En 1909 se casa con Manuelita Piña, en 1910 lo llaman para decorar el pabellón uruguayo para la exposición Universal de Bruselas y Torres-García se embarca en la definición teórico/práctica del Noucentisme. Movimiento del cual se le reconoce como uno de los teóricos definitivos con la peregrina y estimulante ambición de universalizar Cataluña; en esa circunstancia estalla la polémica con Xenius, Eugenio D’Ors, sobre el nombre y las actitudes históricas a asumir. Torres-García posee a su favor el argumento de la coherencia; además del planteo teórico, siendo terreno propicio a la discusión asumió darle una configuración práctica a su pensamiento. Luego, cuando la crisis posterior Torres – García buscó refugio en la expresión del arte; Xenius se traslada a Madrid, ingresa a Falange Española, recibe el Honoris Causa de la universidad de Coimbra bajo Salazar, envía sus hijos a la División Azul al frente ruso y prolonga una antología de Benito Mussolini.

Al tiempo Torres-García pensando en la educación artística de sus hijos, crea un método pedagógico centrado en lo estético y construye desde los planos a la decoración su casa Mon Reposm concebida como una obra de arte donde vivir en familia. Hacia 1912 se lo convoca a colaborar con Prat de la Riba en una política cultural catalana; para Torres-García, hombre poco diestro en políticas culturales, se trata de tender el puente con la tradición mediterránea, concebir algo que no existía y de donde resulta el Arte de la Cataluña Eterna. El proyecto cultural y emblemático es el de los murales del Salón Sant Jordy junto al patio de los Naranjos en el corazón de la Generalitat. El encuentro incentivado entre artista y político proyecta aunar tesis conceptuales del Noucentismo con la fuerza de la Lliga en tanto proyecto político. Torres-García crea los frescos; memoria visual, tradición en imágenes, política policromada, utopía visual y Prat de la Riba redacta La Nacionalidad Catalana. Esa colaboración entre los dos hombres funciona bastante bien hasta el año 1917 cuando muere Prat de la Riba; ello cambia la dinámica del poder, otros intereses se instalan en las instancias de decisión y la cercanía del arte con la vida política desaparece. Allí se inicia un trabajo sistemático de menosprecio sobre la creación de Torres-García, equivocado e infundado, en tanto el tiempo (estético e institucional catalán) le dieron la razón. El uruguayo catalán es excluido, sale de todo proyecto político en tanto emprendimiento estéticos referidos a un imaginario de Cataluña; todas las tesis pueden ser consideradas e incluso la paranoia de ser un extranjero dentro de lo mismo. Ello supuso la ruptura definitiva, Torres-García tiene 45 años y debe emprender otros caminos que fueron evocados.

La llegada a Montevideo varias décadas después tiene la apariencia ideal del regreso del hijo pródigo. Si bien es cierto que lo persigue la fatalidad (hasta desgracia se argumenta, simbolizada en el incendio del Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro el 8 de julio de 1978), una falta de reconocimiento en la inmediato que hizo arduo asumir la partida de Europa. Será emigrante de otra categoría y llegamos al final de la peripecia; en cuanto al regreso a Uruguay nos llevaría demasiado tiempo y creo que nadie -sin saberlo- intuyó el sentido de esa vuelta a la patria como lo hizo Constantin Cafavis en uno de sus poemas de la década 1905/1915. Se llama Ítaca, refiere el conocido regreso, es utopía del viaje y habla del necesario lento regreso a la patria para así conocer las maravillas del mundo

Sobre todo no te apresures en tu viaje.
Mejor es prolongarlo durante años;
y no amarrar en la isla que cuando llegue la vejez,
rico de aquello que tu habrás ganado en el camino,
sin esperar de Ítaca ningún otro beneficio.

Ítaca te ofreció ese bello viaje.
Sin ella tú no habrías emprendido la ruta.
Ella no tiene nada más para darte.

Y si bien ella es pobre, Ítaca no te engañó.
Sabio como tú eres, con una tal experiencia acumulada,
Tú has comprendido seguramente
Aquello que los itaquenses significan.

J. C. M.