Había algo así a finales del siglo pasado sobre los cuentos de cuentos y la literatura -poesía, narrativa y ensayo- testificando del proceso histórico e individual. La violencia documentada, lo bizarro de una sociedad mutante en sustitución generacional, expansión del dominio provincial al latinoamericano que resultó mundializado; ante esas modificaciones el hacer literario -además de lo traducido y del auge audio visual: Netflix lo recupera todo desde Nisman a Mujica- alteró las viejas y queridas condiciones de producción. Resulto la secuela sin quererlo un plan B de estrategia forzada de reacomodo y forzó la invención de otra vida fuera de programa. Sólo puedo partir de pocas constancias: estaba allí y vivo lejos desde hace tres décadas, conocí desde el interior las tres fases del período de la novela social. Los años previos de la educación sentimental a tropezones, el despliegue de la situación anómalas hasta las elecciones libres y las estrategias de salida -tragedia, comedia, ironía y esperpento- como exploración de la poca respiración sin asistencia que queda por delante. Como todos supe que la vida bifurcó y es lo que hay en los tiempos del virus; recuerdo y circunvalo la tela de araña de los años setenta, la vida arrastra con corrientes submarinas, Thanatos en más inexorable que amarrarse al muelle del astillero oriental que se va pudriendo. El materialismo dialéctico resintió el tirón desde el malecón, fundió el motor Lada y le cuesta avanzar en el desierto. La noción revolucionaria (la social tal como se estilaba en proclamas partidarias y la poética experimental hasta perforar los misterios del Cosmos) entró en catalepsia, permaneciendo como la Walkiria Brunilda encerrada en el anillo de fuego.
Conviví años con otro yo que quedó por el camino; me pregunto que habrá sido de su vida en alguno de los planetas Solaris o universos paralelos con geometría Lobachevsky si el tren no hubiera descarrilado en estación Yatay. Uno a veces bebe o deprime porque al momento de escribir está lo que debería escribir atento a la conciencia social atorando. Asoma luego lo que se debe escribir por mandato de novela familiar y fuerzas narrativas, circula la paranoia, el desdoblamiento de personalidad mientras el autor corporal permanece trenzado al documento de identidad. En transferencia de emergencia, envió un equipo de narradores en misión a explorar otros territorios haciendo arqueología, descifrando mensajes de quienes pasaron como sombra por la tierra baldía de los años verdes decía Carlos Liscano. Así como en la antigüedad había el teatro de los dioses y la tragedia humana, sigo pensando aquello bien sabido de que toda historia cuenta dos historias. El relato tiene evangelistas canonizados que hicieron esfuerzos por imponer la doctrina; sobrevive en latencia el conjunto de evangelios apócrifos que son versiones sospechadas de heterodoxia, con algo de la tradición oral sin el aurea heroica, sufriente o reivindicativa que merece que se lo deja por escrito.
La experiencia molecular de “Nieve celeste cae sobre Eskimo Point” la viví en persona; cuando se creyó recuperar la democracia, salieron los prisioneros, volvieron muchos del exilio, una parte de la tarea -intensa, comprometida, emotiva- se avocó a un replay y había oficinas dedicadas a la tarea de la crónica dolorosa que sigue aún sin resolverse. Narrar lo sucedido, tratar de interpretar, juntar relatos, acceder a la verdad encubierta y la exigencia de justicia. Una zona en que es pronto para dejar sólo la historia de los documentos omitiendo los personajes en busca de autor; los muertos tampoco descansan en paz aguardando la hora del ajuste de cuentas, el castigo y tampoco es a excluir la venganza, tarea de Sísifo que seguirá cuando quienes fuimos jóvenes de 1973 estemos muertos. Se agregaba ello a lo euforia de haber zafado de un pozo sin haber salido, nada podía ser como antes, dice el tango que las horas que pasan ya no vuelve más y el plan del día después lo fuimos improvisando sobre la marcha. Conocí esos equipos de investigadores tenaces recomponiendo el caos y vi en trasluz lo que estaba ocurriendo; imposible olvidar, la vida adulta después de la tormenta tenía sus escenas fundadoras y la pregunta postergada retornaba ¿dónde están los relatos escapando al pulpo del mimetismo? Entonces llega con mueca inspirada la mensajera avanzada de la muerte; acaricio la condición humana cuando evoco a Ivón yendo en socorro a Gordon Pym hasta Eskimo Point, me asisten mecánicos de motor, chapa y pintura de novelas pinchadas con problemas de caja de cambios. Personajes fantasmas cuyas tumbas sin nombre están lejos de nosotros e iluminan por reflejo los enigmas pendientes de resolución; la historia tiene poco suspenso, en territorio ficticio nunca debe dejarse a la muerte dominar el terreno de juego, los partidos duran noventa minutos, ronda la ilusión de hacer un gol en la hora reglamentaria y los de afuera son de palo.