La del estribo

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(posfacio a “Alcools” de Guillaume Apollinaire)

J’émerveille.

G.A.

Una entrada al mundo dificultosa como otros tantos y con entorno novelesco, Apollinaire nació el 26 de agosto de 1880 en la ciudad de Roma y cinco días después se lo declara a las autoridades competentes con discreción dadas las circunstancias. El 29 de setiembre en presencia de su madre polaca Angélica de Kostrowitzky, se lo bautiza y el 2 de noviembre se acta su reconocimiento como hijo natural con el nombre de Gugliermo Alberto Wladimiro Alessandro Apollinare de Kostrowitzky. Primogénito ilegítimo del oficial italiano que fue su padre y madre aventurera de los juegos de azar, infancia próxima de la iglesia en sus rituales vaticanos, pasaje por Mónaco y escolarización en Cannes y Niza, instalación en la ficción social para sobrevivir, cercanía del Casino y hermano dos años menor en situación similar… De aceptar usos freudianos de la novela familiar, los deseos de protagonismo y originalidad manifiestos más tarde por el poeta de Zona, se explicarían así acaso al sesgo.

Luego de fugas juveniles picarescas de hospedajes de vacaciones -lo que se conoce como episodio Stavelot- la familia se instala en París. Será el ingreso en la primera madurez donde descubre el mundo de golpe, fenomenología del foco de la modernidad, afinidad con la vida de artista, interrogantes sobre la cuestión identitaria, despertar político, gestión monetaria del cotidiano.Considerando la perspectiva histórica, es notable la dramaturgia con la cual romances y tumbos laborales -incluyendo el viaje fundador a Alemania- en su conversión poética se vuelven episodios de epopeya personal. Aventuras movilizadoras, un afán creciente con toma de riesgo para estar allí donde se gesta el mundo que adviene, Guillaume impone -más en su tiempo y entre los primeros exégetas- identificar la filiación a su escritura: nombres, viajes, encuentros, cartas, dedicatorias, lugares, fotografías, trazas en la obra literaria. El amor descubierto, su insistencia y abandono o rechazo en el primer siglo Apollinaire tienen álbum de educación sentimental; luego, cuando el tiempo hace su tarea, amor o ruptura sedimentan su condición universalista y los textos tienen al presente, fuerza de tópicos de la tradición poética.

Una iniciación a la vida entre picaresca, nomadismo, liturgias ceremoniales y lecturas heterodoxas son energías aceleradoras de la madurez proyectando un personaje insoslayable y la figura del autor. Será al regreso de su viaje a Alemania mientras se apronta a descifrar los misterios de París cuando firma por primera vez Guillaume Apollinaire; el joven se inclina por leyendas medievales más que por el naturalismo en boga, aficiona un mundo de poderes sobrenaturales, nacimientos ilegítimos, crónicas celtas y encantadores druidas, capaces de alterar el diseño del mundo mediante poderes sobrehumanos provenientes de la ascesis. Superada esa ensoñación encantada adviene la confrontación con el presente, los orígenes proletarios de la revolución pictórica obran en Apollinaire un cambio de perspectiva. En ese humus social nocturno se produce la revolución estética que lo arrastra en sintonía con otra de inspiración social. La invención transgresiva, transfiguración de experiencias en materia de otra naturaleza menos contaminada con el desgaste de la vida, acaso la inconformidad que impulsa a considerar otra forma de contemplar el mundo, alternando juego y deseo: el mundo es acaso tal como lo pintan sus camaradas sobre las telas.

Cotejando cotizaciones de pintura de comienzo del siglo XX -con la metonimia Picasso- es paradójico entender y agrega ironía, que ello sucedió en una colina Montmartre periférica, territorio tan encomiado desde fuera. Los estudios indigentes se amontonaban en Le Bâteau Lavoir especie de conventillo de madera barullento, canilla única para todo el mundo e inodoro compartido para humores de veinticinco inquilinos. Sofocante en verano, polar en invierno con olor a humedad verdosa, allí se enciende el período Azul del malagueño y la lista de inquilinos es catálogo codiciado por los mejores museos del mundo. Apollinaire será nexo entre destino y provocación, condicionantes aleatorias más arbitrajes que todo lo cambian; durante el otoño de 1904, cerca de la Estación Saint Lazare, en un bar de la calle Ámsterdam, se produce el encuentro fortuito entre el polaco romano, un español en período azul y el bretón Max Jacob. El efecto será la onda expansiva creadora encomiada por libros de Historia y mientras, el joven Kostrowitzky vive meses intensos como los del año 1906. Sinergia de máscaras africanas y arte negro, edición de novela pornográfica, muerte de Cézanne, protagonismo de Gertrude Stein y el galerista Ambroise Vollard, mutación de Picasso en Gósol e irrupción de “Las señoritas de Aviñón”, publicación de escritos relativos de Einstein… En la densidad física del Universo y la sublimación estética se desplazaba el cosmos de manera definitiva, confiando en la ilusión pasajera de que la razón se impondría a la amenaza de la confrontación bélica. Auge de velocidad, reproducción industrial, fuerza gravitacional, exposiciones universales, medios de comunicación y representación pictórica, se sostiene que por entonces cambia la imagen, el ojo que mira, el cerebro almacenando y la voluntad creadora que reacciona. El arte lo revoluciona el cubismo del burdel del Raval barcelonés, entre miseria social, tentación orgiástica, delincuencia callejera, sexualidad negociada y espectro de la sífilis. Se suceden los encuentros con Bretón, Seuphor, Braque, Jarry, Reverdie y Cocteau; gran animador de la agitación cultural, Apollinaire es sinónimo de itinerarios a patacón por cuadra entre La Closerie des Lilas en Montparnasse y los talleres de Montmartre cruzando los puentes sobre el Sena en ambos sentidos. Se boceta así la vida breve del Apollinaire crítico de arte; sus pilares eran: curiosidad insaciable, mirar desde el interior, captar la dinámica de las propuestas, caracterizar el factor diferenciador de cada artista, intuir las piezas de discusión separando etapas, procurarse un discurso sobre la praxis (creación, comercio, galerías, batalla en la prensa), proponer una escritura consciente y participante del combate teórico entablado en los bajos fondos cromáticos de la capital del siglo XIX.

Llama la atención la enorme capacidad de trabajo y producción de obra escrita en diferentes registros atendiendo a la fugacidad de su vida. Apollinaire es una fuerza de la naturaleza aplicada al relato, cuento, poesía, teatro, crítica reactiva, gestión cultural, conferencias y revistas; todo acercamiento informativo al poeta por escueto que sea es insuficiente, al menos de admitir que la historia de las vanguardias del siglo XX puede nuclearse en el itinerario de un solo hombre. Su estrategia literaria proviene de los márgenes, la ficción sobre los orígenes, brebajes amargos de barrios pobres, falta de dinero, inestabilidad afectiva y cotejo con aventureros provenientes de todas partes a las escaleras de Montmartre. Hallar en cada episodio vivido la respiración escrita: hacia el final del gran poemario que es “Alcools” las vendimias de la revolución francesa, al comienzo la aventura cósmica del hombre predestinado a ser poeta, inventando palabras contra el olvido y la prepotencia hipnotizante de las máquinas. La ciudad de Apollinaire está minada de sinergias, agujeros negros y bifurcaciones y es como si lo habitaran varios personajes, el agente del arte contemporáneo se puede mutar en escritor de novelas erótico pornográficas para ganarse la vida, como pasó con “Las once mil vergas”. El trato fronterizo entre artistas, aventureros y tentación por el arte aprisionado en los museos, lo llevan a mezclarse en un asunto rocambolesco de robo de estatuas del museo del Louvre; en 1911 ocurre el incidente y por ello será encarcelado entre el 7 y el 13 de septiembre. Se ve implicado en primera línea y falto de agilidad para salir del asunto con astucia, será chivo expiatorio que dormirá en La Santé esos días, vividos como temporada dramática, con angustia palpable en los poemas dedicados al episodio. Supuso exponerse bajo otra imagen pública que la pensada para conquistar mundo y reconocimiento; siendo testimoniada la caída moral, depresión consiguiente a la prisión y el miedo a ser expulsado de Francia, quizá otra convalecencia íntima fue participar en la guerra con curiosidad y redención, forma brutal de ponerse a prueba más que las polémicas entre tendencia pictóricas proliferantes. Ver y ser visionario además de participar en los frentes referidos, asimismo se interesó por el cine; curioso por lo nuevo puso manos a la filmación, escribió guiones, intentó llevarlos adelante, asumiéndose a la par pionero en crítica cinematográfica e intuyó en el ingenio mecánico balbuceante un nuevo soporte de expresión para narrar el mundo y articular otras pulsiones estéticas. Lo mismo ocurrió con los ballets, artes del espectáculo y el conjunto cuando se aúnan decorados, escenificación, vestuarios, música incidental, gesto y actuación, texto; en 1917 lo compendia y marca el teatro contemporáneo con “Las tetas de Tiresias” definido como drama surrealista. Otra zona de inquietud lo llevó a trabajar con los censurados eróticos condenados en el Infierno de la Biblioteca Nacional, las artes de amar y los clásicos de las orgias romanas, que dieron lugar a naciones de sadismo, masoquismo, jardín de los tormentos, burdeles en las metrópolis y colonias alejadas.

Si la experiencia de la cárcel fue un duro golpe en el aura individual, fue también momento de cambios. Apollinaire participa en nuevas publicaciones sobre poesía, de escritos sobre la educación sentimental y viajes pasa a grandes textos tres de los cuales aparecen en “Alcools”. Condicionado por los orígenes, el deseo de ser francés o acompasando la historia militar de la misma manera que lo hizo con la historia de la pintura y la poesía, al entrar Francia en guerra el extranjero sintió el llamado de la movilización; agrega otra forma de riesgo, más que el compromiso militante era estar en las trincheras donde se definía el mundo a venir. La guerra parece ser más entre eras que entre naciones, con épica presentida sabía que cada conflagración producía sus mitos, siendo un entorno límite para ponerse a prueba, saber quién era él realmente. El 13 de julio de 1914 se decreta movilización general, el brigadier Guillaume de Rustrowitzky es asignado al 38 regimiento de artillería 45 sección, sector 59. En abril de 1915 está uniformado y con grado en el frente; en paralelo continuaba la vida amorosa, su admiración por la revolución pictórica y búsqueda del equivalente en la poesía: pondrá en circulación la noción de “surrealismo” en 1917 y un año más publica “Caligramas” como experiencia radical incluyendo lo visual. El 17 de marzo de 1916 la esquirla de un obús lo hiere en la cabeza y pocas semanas después será trepanado. El poeta es sobreviviente de la hecatombe militar y comenzaron los últimos dos años y medio que le quedan por vivir; el redactor en jefe de la revista SIC le hace un reportaje en relación a lo vivido.

“- ¿Piensa usted que la guerra debe modificar los movimientos vanguardistas y en qué sentido?

-Del conocimiento del pasado nace la reacción, de la visión del futuro surgen la audacia y la videncia. Nunca más haremos literatura desinteresada. Puesto que examinando el pasado hallaremos ejemplos, creando el porvenir pensaremos en legar la fuerza a aquellos que nacerán…”

El enamorado de la Renania intuye el universo surrealista, el prisionero de los poemas de la cárcel libera el espacio poético con los Caligramas, el enamorado nómada de muchachas inglesa, alemanas, argelinas e hijo de la intrépida polaca, el escritor de novelas pornográficas se casa finalmente el 2 de mayo con Jacqueline Kolb en la iglesia Santo Tomas de Aquino parisina, cerca de la actual plaza Gabriel García Márquez. Ileso de bayonetas, habiendo frecuentado al judío errante en calles mágicas de Praga, consignado las aventuras eróticas del hospodar rumano Mony Vibescu, quien rescató en pompa amistosa del olvido al aduanero Rousseau y cerró Zona con una exclamación de Aimé Cesaire, fue infectado por la gripe española y falleció el sábado 9 de noviembre a las cinco de la tarde. Sus funerales se celebraron en la iglesia del casamiento cuatro días después en medio de la alegría colectiva festejando el fin de la guerra y será enterrado en el cementerio Père – Lachaise división 86.

*

El 20 de abril de 1913 en Mercure de France se publica la primera edición de “Alcools” reuniendo las mejores poesías escritas por Apollinaire en el período 1898 – 1913. Zona fue el último en ser incluido y Vendémiaire (primer mes del calendario republicano francés del 22 de septiembre al 21 de octubre y último texto del libro) el poema escrito en 1909 buscando nuevos ritmos. Vendémiaire es donde los signos de puntuación se desvanecen -procedimiento que se aplicará luego al conjunto-, con el fruto báquico de la vendimia exalta la cosecha revolucionaria francesa, brinda a los habitantes de barrios populares su epopeya en voz coral. Zona que inaugura el libro expande la ambición, las experiencias retenidas son la aventura amenazada del hombre sediento inmerso en las fuerzas de la modernidad: jornada de peregrinación, viajes al pasado, unión a su manera de deseo y memoria, testimonio del tiempo fugitivo en la figura del caminante urbano buscándose y dejando trazas de su pasar por la poesía. Entre ambos extremos El puente Mirabeau -su poema más conocido- donde fusiona la pasión personal a cuestiones presocráticas, tópicos del rio y metáfora del puente se concentran en un tramo de París uniendo las orillas de la ciudad, haciendo del puente de 1896 memoria poética, acentuada más de medio siglo después por el suicidio de Paul Celan el 20 de abril de 1970. 

Tres grandes tendencias concurren al libro, una vertiente biográfica donde los poemas se relacionan a experiencias y períodos de la vida del autor. Una gran parte de la crítica se aplicó a establecer esos nexos hasta en su articulación íntima y con los años se fueron opacando, puesto que los referentes exhumados se diluyen en la memoria histórica; en esa línea hay territorios de amor, recuerdo y tiempo, paisajes, viajes y personajes de mitos medievales, iniciación a la modernidad, anécdotas del cotidiano en cafés y galerías. Luego se advierte casi la crónica de la génesis, búsqueda y tanteos poéticos, exposición subjetiva de circunstancias dialogantes y complicidades del proceso creativo del cual “Alcools” es la destilación. Una tercera vía serían los aspectos formales; para dilucidar esa cuestión técnica, lo oportuno es acercarlo a la revolución pictórica, considerar que el paso del mimetismo académico a la abstracción conceptual, incluso al ready made, supuso transitar por decenas de intentos y fracasos. Igual en la poesía, así como “Las señoritas de Aviñón” de Picasso son cursor del antes y después, lo mismo sucede en la expresión visual y estrategia poética con “Alcools”. Los alcoholes del título refieren a la embriaguez de la vida, pueden leerse en polisemia de tradición bíblica llevando al incesto, en la mitología literaria de Ulises con los Cíclopes; sin desestimar la desinfección de mutilaciones militares, la sed revolucionaria, la absenta de artistas malditos y el banquete de don Juan. El etanol del alcoholismo quemando al proletariado que se expande en boliches de los bajos fondos y la prostitución de una París monstruosa; brindes burlón recordando que la revolución artística del siglo pasado se alzó en callejones de Montmartre y cafés como Le Dôme y La Rotonde. Macerando en ebriedades cotidiano de la gente, que lo traduciríamos en uruguayo por tinto suelto, grapa con limón y ginebra de pulpería, siendo la poesía espontánea cuando se nos aparece cuesta abajo la existencia y en el reloj descompuesto de la modernidad.

En internet los interesados pueden verlo joven con bigote así como a su madre, convaleciente con venda en la cabeza después de haber sido operado y oír la voz grabada venida de la muerte recitando “El puente Mirabeau”; pueden rescatar una filmación de 49 cuadros de agosto de 1914, testamente movido mientras comenzaba la guerra en esas mismas horas.De cada parcela del libro se puede intentar una exégesis particular, fábulas medievales, experiencia carcelaria, ciudades recorridas en el vagabundeo, novias de amores imposibles, importancia de manifestaciones culturales populares, la naturaleza e incluso el caos abstracto narrativo de los sueños. La vida casi es un filme realzando el poder hipnótico del fragmento a la intemperie, la selección de los recuerdos, escribir con lo que está pasando aquí y ahora, el poeta como il miglior fabbro y vidente. Una respuesta a las interrogantes que activa la misma poesía cuando se está gestando, el decir poético se hace variante, desde el deseo de abarcar tras un sistema nuevo de metáforas, la confesión directa despojada de florituras, hasta la evocación de contextos que tienen consistencia de leyenda, las afueras oníricas de Praga y el puente sobre el Sena que se cruza cada día. Todo poema tiene una historia, cada uno refiera a un episodio luminoso aunque olvidemos la circunstancia, Apollinaire le agrega a la autoría protagonismo preexistente, apropiación y persistencia. Incluso a nosotros habitantes de otro siglo, hemisferio, tradición, lengua, condiciones de recepción y lectura. El alcohol es corolario, presupone una alquimia que partiendo de la naturaleza panteísta, con fuego, tiempo, alambiques y destilación culmina en un precipitado de orígenes herméticos. Resultando molécula final de la transfiguración que, penetrando el circuito humano reinicia otro proceso en el conocimiento y sensaciones, deseo de crear divagando entre infierno verde y paraísos artificiales. El libro objeto como otro alcohol, emulando la alquimia tiene la virtud de cambiar al hombre que lo manipula en la lectura; lo dijo Jean Gavin en “Un mono en invierno” de 1962: “No es el alcohol lo que me falta, es la embriaguez.” “Alcools” es antología, recopilación, confesión y manifiesto, repaso de etapas vividas e intuición de adelantar un testamento. Voluntad de plasmar en poesía (palabras, signos, espacio, sorpresa ruptura, ritmo, vanguardia, metáforas, nexos y conexiones, nombres) la revolución que él acompaño en la pintura, necesitando del trámite de la guerra para hacerse entender. Apalabrar el momento fugitivo captando en una rosa, presentir el infinito inabarcable, aspirar el imposible de juntar pasado, presente, futuro; y como se exiló el orden divino, para realizar ese milagro imposible nos consuela el paréntesis fugaz de un poema. Ahí un tiempo se detiene y otro avanza, mientras se atomizan ante nuestro desasosiego de lector otras temporalidades desaparecidas.

J.C.M.