Líneas de fuga

(Ciudadanía, frontera y sujeto migrante)

Iberoamericana – Vervuert

Madrid – Frankfurt 2021

Migración

Todo el día una línea y otra línea,
un escuadrón de plumas,
un navío
palpitaba en el aire,
atravesaba
el pequeño infinito
de la ventana desde donde busco,
interrogo, trabajo, acecho, aguardo.

La torre de la arena
y el espacio marino
se unen allí, resuelven
el canto, el movimiento.

Encima se abre el cielo.

Entonces así fue: rectas, agudas,
palpitantes, pasaron
hacia dónde? Hacia el Norte, hacia el
Oeste,
hacia la claridad,
hacía la estrella,
hacia el peñón de soledad y sal
donde el mar desbarata sus relojes.

Era un ángulo de aves
dirigidas
aquella latitud de hierro y nieve
que avanzaba
sin tregua
en su camino rectilíneo:
era la devorante rectitud
de una flecha evidente,
los números del cielo que viajaban
a procrear formados
por imperioso amor y geometría.

Yo me empeñé en mirar hasta perder
los ojos y no he visto
sino el orden del vuelo,
la multitud del ala contra el viento:
vi la serenidad multiplicada
por aquel hemisferio transparente
cruzado por la oscura decisión
de aquellas aves en el firmamento.

No vi sino el camino.

Todo siguió celeste.

Pero en la muchedumbre de las aves
rectas a su destino
una bandada y otra dibujaban
victorias
triangulares
unidas por la voz de un solo vuelo,
por la unidad del fuego,
por la sangre,
por la sed, por el hambre,
por el frío,
por el precario día que lloraba
antes de ser tragado por la noche,
por la erótica urgencia de la vida:
la unidad de los pájaros
volaba
hacia las desdentadas costas negras,
peñascos muertos, islas amarillas,
donde el sol dura más que su jornada
y en el cálido mar se desarrolla
el pabellón plural de las sardinas.

En la piedra asaltada
por los pájaros
se adelantó el secreto:
piedra, humedad, estiércol, soledad,
fermentarán y bajo el sol sangriento
nacerán arenosas criaturas
que alguna vez regresarán volando
hacia la huracanada luz del frío,
hacia los pies antárticos de Chile.

Ahora cruzan, pueblan la distancia
moviendo apenas en la luz las alas
como si en un latido las unieran,
vuelan sin desprenderse
del cuerpo
migratorio que en tierra se divide
y se dispersa.

Sobre el agua, en el aire,
el ave innumerable va volando,
la embarcación es una,
la nave transparente
construye la unidad con tantas alas,
con tantos ojos hacia el mar abiertos
que es una sola paz la que atraviesa
y sólo un ala inmensa se desplaza.

Ave del mar, espuma migratoria,
ala del Sur, del Norte, ala de ola,
racimo desplegado por el vuelo,
multiplicado corazón hambriento,
llegarás, ave grande, a desgranar
el collar de los huevos delicados
que empolla el viento y nutren las
arenas
hasta que un nuevo vuelo multiplica
otra vez vida, muerte, desarrollo,
gritos mojados, caluroso estiércol,
y otra vez a nacer, a partir, lejos
del páramo y hacia otro páramo.

Lejos
de aquel silencio, huid, aves del frío
hacia un vasto silencio rocalloso
y desde el nido hasta el errante número,
flechas del mar, dejadme
la húmeda gloria del transcurso,
la permanencia insigne de las plumas
que nacen, mueren, duran y palpitan
creando pez a pez su larga espada,
crueldad contra crueldad la propia luz
y a contraviento y contramar, la vida.

Pablo Neruda

PRESENTACIÓN

En las páginas que cierran Políticas de la enemistad (2018), Achille Mbembe señala que el siglo XXI se abrió con el reconocimiento de la extrema fragilidad de todo (de todos, del Todo), afirmación que podemos desglosar como la inestabilidad, cercana al quiebre, del mundo natural en que vivimos, que por la acción humana parece irse disolviendo en el aire. Esa fragilidad alcanza a la experiencia de la libertad y de la democracia; a la práctica real de la política, en sociedades vaciadas de liderazgos y utopías; a los principios de la ética, capaz de incorporar a la futilidad de la vida una trascendencia palpable y cotidiana, pero actualmente devaluada. Líneas de fuga. Ciudadanía, frontera y sujeto migrante tiene que ver con ese sentimiento de inestabilidad y vulnerabilidad generalizada, en un espacio global marcado por grietas en las que caen millones de individuos expulsados desde/por el colonialismo a la exterioridad del sistema. Inmensos sectores de la población mundial fueron destinados, tanto por las empresas imperiales como por las estrategias de desarrollo desigual del capitalismo, a enclaves atravesados por la precariedad y la violencia, la marginación y las plagas, los desastres naturales y las expoliaciones territoriales.

El debilitamiento de la nación-Estado y el agotamiento de las hegemonías (el descentramiento de Europa, la corrosión de la supremacía de los Estados Unidos), las imposiciones del biocapitalismo, la extenuación de los modelos de desarrollo, integración y alianzas político-económicas transnacionales, han dejado como saldo un espacio social desestabilizado y escéptico, que en el presente se debate en busca de nuevas formas de concebir y activar lo político más allá de los modelos tradicionales consolidados en la modernidad. La migración se despliega, en estos panoramas, como un agenciamiento colectivo en busca de nuevas formas de territorialidad y de sustento para el desarrollo digno de la vida. Hablar de este modo de la cuestión migratoria no significa, de ninguna manera, englobar en esa referencia, de una manera reduccionista y niveladora, un fenómeno multitudinario y multifacético, que se caracteriza por su extrema heterogeneidad, sus tensiones internas y sus numerosas y con frecuencia dramáticas ramificaciones y formas de expresión. De modo que, al tiempo en que se mantiene la atención en la singularidad (regiones, formas de represión fronteriza, motivaciones, estilos de movilización, características etnoculturales, religiosas, de género, sexualidad, etc. de los migrantes), también es importante aspirar a una visión de conjunto. Por esta razón, el trabajo se mueve, pendularmente, entre individualidad y colectividad, sujeto y comunidad, individuo y movimiento colectivo.

El presente volumen se introdujo casi furtivamente en mi agenda de trabajo. Se abrió paso por la urgencia de una temática que, a todas luces, incluye, pero que también rebasa los bordes de las humanidades, y hasta excede los límites de las ciencias sociales, sus modelos cuantitativos y sus paradigmas heurísticos y metodológicos. Frente a la cuestión migratoria, otros proyectos resultaron para mí inmediatamente carentes de prioridad y relevancia, y esperan ahora, pacientemente, en un segundo plano. El tema de los desplazamientos humanos, por las características y la gravedad que estas dinámicas han asumido en el mundo de hoy, demostró enseguida tener una dimensión prácticamente inabarcable y, al mismo tiempo, imposible de ignorar, tanto por la conmovedora relevancia de los casos singulares, como por el alcance global que el fenómeno ha llegado a adquirir. En efecto, la migración se presenta como un complejo ensamblaje de actores, procedimientos, dispositivos y relaciones de poder que interactúan apretadamente y que requieren, por lo mismo, aproximaciones capaces de captar este despliegue de energía social transponiendo fronteras disciplinarias y categorías ya instaladas de análisis social. Se trata de una malla intrincada que se define por su funcionamiento y por su efecto deconstructor de mitos y sistemas, en la que cada elemento impacta y moviliza a todos los demás, y en la que ninguna fibra puede ser separada de su contexto.

El desafío de enfrentar la cuestión migratoria, tanto en las formas múltiples de su implementación como en sus consecuencias políticas y sociales, ha sido un acicate para la investigación, el intercambio de ideas y la exploración de temas, textos y estudios poco recorridos por mí en años anteriores. La experiencia actual de los desplazamientos forzados, las diásporas, las transmigraciones y las travesías marítimas obligan a abordar tanto el dominio de la etnografía como el de los estudios sociológicos y culturales, tanto el espacio del pensamiento ético como el de la historia, en cuyo transcurso, nómades, exiliados, apátridas y refugiados fueron, a lo largo de siglos, protagonistas principales de algunos de los más determinantes procesos de la Humanidad.

Como señala Nikos Papastergiadis, el tema de los desplazamientos humanos y de las disrupciones y beneficios de la migración fue advertido por Marx, Durkheim, Weber y otros autores como parte del análisis de la lógica de internacionalización de las relaciones de trabajo y de la circulación del capital. Si el capital se expande y se contrae de manera imprevisible, el trabajo debe constituir un recurso asimismo adaptable y elástico, cuya flexibilidad permita responder a las demandas y las retracciones del mercado. Marx conceptualiza este aspecto de la producción refiriéndose al trabajo de los migrantes como un «ejército de reserva» que no solo responde a las demandas de la producción, sino que ayuda a mantener bajo el costo de la misma. Durkheim enfoca el aspecto subjetivo de la migración a medida que la sociedad tradicional va dando lugar a la sociedad urbanizada caracterizada por la movilidad social, advirtiendo las presiones recíprocas que se registran entre estas dinámicas y el individualismo moderno, así como el impacto de los desplazamientos humanos sobre los valores sociales, la familia y la comunidad nacional. Ambos autores advierten la vulnerabilidad del migrante, que al tiempo que se une a la fuerza de trabajo, es considerado ajeno a las redes sociales que la sustentan. «The stereotyping of migrants as politically suspect and the intellectual ambiguity of their social identity, is symptomatic of a deeper uncertainty that surrounds the relationship between migration and modernity» (Papastergiadis 64)

Max Weber advertirá la ambigua valencia de la migración, que si por un lado abre al sujeto a nuevos horizontes de autodescubrimiento y transformación social, por otro absorbe la vida total del individuo, su sentido de pertenencia y de comunidad, llevándolo a la anomia señalada por Durkheim y a formas variadas de enajenación respecto al sistema. Se trata de la implementación biocapitalista que toma posesión del sujeto total, su fuerza física y emocional, su territorialidad y familiaridad con el entorno, su identificación con la cultura y la lengua materna. Aquí es donde se inserta la reflexión de Georg Simmel sobre el extranjero, a la que se presta atención en uno de los capítulos finales de este libro. Ensayo sobre la cualidad emocional y sicológica de la extranjería tanto del lado del extranjero como de quien lo define como tal desde su posicionalidad de dueño de casa, «El extranjero» se concentra en los flujos entre exterioridad y percepción emocional, y en los quiebres de los hábitos que marca la presencia del Otro. Como en otros aspectos del fenómeno migratorio, la dualidad, la ambivalencia y la «doble conciencia» caracterizan el escenario de interacciones que tienen al forastero como protagonista, y las relaciones entre identidades y diferencias, pertenencia y ajenidad, comunidad y exterioridad, a que da lugar su inserción en nuevos contextos sociales.

Las razones por las cuales el tema migratorio es tan complejo tienen que ver con los aspectos que esa problemática moviliza a todos los niveles: económicos y políticos, sociales y culturales, filosóficos, ideológicos y laborales. Asimismo, a pesar de los proliferantes aspectos en que se manifiesta, la cuestión migratoria no está fuera de nosotros, en otra parte, en otras latitudes. El tema ha venido a buscarnos, ha golpeado a la puerta, se ha instalado en nuestros jardines y en el patio de atrás, va a las mismas escuelas que nuestros hijos, se sienta a nuestra mesa, revuelve nuestras historias familiares y nos entrega múltiples genealogías y relatos que habíamos olvidado. Porque, ¿quién es nosotros? Nosotros somos ellos. Hijos o nietos de emigrantes, extranjeros trabajando en países diferentes de aquel en que nacimos, en lenguas y en paisajes que en nuestra infancia considerábamos clara y definitivamente ajenos. Identidad y extranjería eran términos que formaban entonces parte de un vocabulario conocido; hoy parecen conceptos inadecuados, que designan posiciones que no se adaptan plenamente a nuestras realidades, que las parcializan, sin dejar ver sus superposiciones y sus matices. ¿Quién que es, no es migrante, en algún grado o de alguna manera? ¿Quién no ha abandonado un país, una región, una lengua, una tradición, un espacio simbólico, un ser amado, una forma de vida? La experiencia migrante de nuestros días radicaliza y extrema esas vivencias, las multiplica, las expande y las convierte en problema humano (también humanitario) de primer orden, que interpela directamente a la conciencia burguesa.

Como el tema central del que se ocupa, Líneas de fuga. Ciudadanía, frontera y sujeto migrante, se fue extendiendo, por sus propios impulsos, en todas direcciones. No he querido que en este libro proliferaran las fronteras interiores, que abundan y se multiplican en el mundo real. Lo he dejado expandirse hacia numerosos campos, no para agregar datos ni metodologías al excelente trabajo de antropólogos, politólogos, filósofos, sociólogos y especialistas en crítica cultural que me precedieron, sino para proponer una forma integrada y necesariamente tentativa de pensar el fenómeno de la migración, en el cual se articulan prácticas concretas y sus correlativos procesos de subjetivación y conciencia social. El libro aborda movilizaciones de distinto tipo, en sus puntos comunes y en sus divergencias: nomadismo, diásporas, (trans)migraciones, exilios, situaciones de refugio y de asilo político, desplazamientos forzados y desterritorializaciones indígenas. Lo que une tan distintas maneras de des/re/territorialización es la pérdida o la renuncia al lugar de origen, y la elaboración del duelo individual y colectivo que cataliza esa experiencia extrema. En efecto, el abandono forzado o voluntario de la naturaleza considerada propia, el alejamiento de la ciudad, el paisaje, la comunidad, la tierra de los antepasados, los saberes locales, las lenguas y creencias originarias, hacen parte de un proceso intrincado de enajenación y extrañamiento que moviliza no solo el espacio profundo de los afectos, sino la cognición del entorno, la relación con la memoria y las proyecciones de la imaginación histórica. Asimismo, esos desprendimientos activan formas intensas e imprevisibles de conciencia social, en las que ruptura y sutura, abandono y recuperación, desgarramiento y reapropiación, impulsan una dinámica creativa que sigue la dirección necesaria de la supervivencia, la asiste y consolida.

Temas teóricos relacionados con la noción de sujeto, con el desarrollo y debilitamiento de la nación-Estado, con nociones como transnacionalismo, cosmopolitismo, cosmopolítica, bio/necro/política, gubernamentalidad, tercer espacio, comunidad, etc., reaparecen a lo largo del libro porque ilustran el (re) surgimiento de términos y categorías a partir de los cuales sea posible pensar experiencias que no encuentran una nominación adecuada en los glosarios de la modernidad. Nuevas formas de ser y estar en sociedad exigen la movilización de campos de significación distintos de los propuestos hace décadas desde las conocidas compartimentaciones disciplinarias o, por lo menos, resignificaciones a veces radicales de tales territorios cognitivos. La atención al aspecto subjetivo, es decir, al surgimiento de subjetividades diferenciadas derivadas de la experiencia social de la desterritorialización, no significa una concentración idealista, romantizada o esencializada en los procesos analizados, ni una inmersión en la interioridad o en el aspecto empírico personalizado de la movilización migratoria que impida captar los grandes planos en los que esas vivencias se inscriben. Me interesa, sobre todo, la posición transicional del sujeto migrante, su cualidad transicional, los procesos a partir de los cuales individuos y comunidades que atraviesan esas circunstancias, desarrollan formas de afectividad vinculadas a la movilización, el tránsito y las alternativas de la asimilación cultural, operando a partir de otros usos de la memoria y de la imaginación, otras modalidades cognitivas, formas nuevas de conducta social, de interpretación y representación de la experiencia, que se diferencian, por ejemplo, de los del ciudadano.

Asimismo, este estudio tiene como uno de sus núcleos principales la noción de frontera pensada como límite, como cuerpo apropiable, como paradigma, como herida abierta, como confín y como capital simbólico, es decir, como punto de intensificación de dinámicas sociales, laborales, económicas, políticas y culturales que, aunque comprometen a la sociedad total, se acentúan y radicalizan en la delimitación fronteriza. Digamos que este libro acepta la perspectiva relacional que Sandro Mezzadra y Brett Neilson proponen en Border as Method, or, the Multiplication of Labor (2013), en la que la frontera, definida como institución social compleja y como dispositivo gubernamental, funciona como generadora de significaciones y de formas específicas de conocimiento y de acción política. En palabras de estos autores, «Insofar as [the border] serves at once to make divisions and establish connections, the border is an epistemological device, which is at work whenever a distinction between subject and object is established» (16).

Aunque el libro no se limita a América Latina, porque sigue un propósito conceptual y teórico más amplio, la cuestión fronteriza, sobre todo entre México y Estados Unidos, alcanza un lugar prominente, no solo porque constituye un punto de referencia obligado a nivel global, sino porque permite desplegar un amplio espectro de ocurrencias, personajes, funciones y artefactos que concentran las lógicas securitarias que se registran, con variaciones, en muchos otros sitios. Se analiza, entonces, la significación de construcciones fronterizas (muros, alambradas, vallas, torres de vigilancia, tecnologías de identificación y detección de cuerpos, controles marítimos), las formas materiales de obstaculización del movimiento (desvíos territoriales o marítimos, embudos, corredores) y las mediaciones humanas (coyotes, polleros, y otras formas de intermediación) que sirven para canalizar el flujo humano. Se exploran, además, aspectos vinculados a los procesos de «inclusión diferencial», la frontera como performance, y los campos de refugiados como paradigmas heterotópicos. Se examinan dinámicas como las de expulsión, acorralamiento, caravanas, deportación, retorno y transmigrancia. Se presta especial atención a cuestiones de representación estética, en la literatura y las artes, donde en el registro de lo simbólico se revelan aspectos y connotaciones que a veces no llegamos a captar en los casos concretos. La práctica, la teoría y la representación de la migración es, en todos los sentidos, un campo experimental, evasivo y de bordes imprecisos, atravesado por simulacros, tretas, tácticas y rituales, donde la doble conciencia desempeña un papel central en la construcción de la subjetividad y de la praxis migratoria, y en sus formas de representación simbólica.

La tesis central de este libro se basa en la idea de que, de la misma manera en que el concepto de ciudadano/ciudadanía constituyó una de las plataformas principales para organizar y pensar la modernidad, la noción de sujeto migrante (la figura que nombra esa expresión, la posición que marca ese concepto, los procesos de producción de significados que articula) constituye el lugar (al menos uno de los principales lugares) desde donde evaluar el capitalismo globalizado, sobre todo en cuanto a su costo eco-social.

Otros autores han destacado ya, desde diversas perspectivas, el protagonismo de la figura del refugiado como núcleo político de nuestro tiempo. Desde perspectivas convergentes, aunque diferenciadas, autores como Hannah Arendt, Giorgio Agamben, Zygmunt Bauman, Slavoj Žižek, Michael Hardt, Tony Negri, Arjun Appadurai, Wendy Brown, Sandro Mezzadra, Brett Neilson, Saskia Sassen, Edward Soja, Nicholas De Genova, Iain Chambers, William Walters, Thomas Nail y muchos otros, ven al migrante como una unidad biopolítica capaz de revelar, con su misma existencia y activación colectiva, la radical debilidad sistémica, en su torsión neoliberal y necropolítica. Este libro quiere llamar la atención sobre el proceso por el cual la plataforma social, política y legal de la ciudadanía (y los conceptos de soberanía y nación-Estado) van siendo desarticulados por el fenómeno migratorio, el cual genera procesos de re-significación política y social, jurídica y cultural, que desmontan los mecanismos de poder y las estrategias de control de la modernidad. Este es un libro, entonces, no solo transicional en sí mismo, por la provisionalidad de los escenarios que analiza y por la misma metodología tentativa que utiliza, sino, además, enfocado en una transición política y social, que se expande desde las categorías y escenarios de la modernidad a la desagregación político-territorial postmoderna, recorriendo instancias cruciales de un espacio-tiempo que se va descomponiendo ante nuestros ojos en un caleidoscópico proceso de fragmentación y rearticulación de lo social y de lo político a nivel planetario.

No se trata de anunciar un recambio contundente, una mutación categórica, política y social, o un avatar inédito de la implementación democrática y de la organización de la sociedad civil que, como un advenimiento, venga a salvarnos del statu quo. Se trata, más bien, de registrar indicadores de un proceso en el que las relaciones de poder y los pilares político-ideológicos de la modernidad se van desmantelando ante movilizaciones multitudinarias que desestabilizan los escenarios anteriores, sin necesariamente cancelarlos de una vez para siempre. Se trata de observar las superposiciones de diversos regímenes de verdad y de sus variadas formas de manifestación, de advertir la existencia de nuevas lógicas y nuevas estrategias, nuevos sujetos y nuevas agendas, que emergen sin que los anteriores hayan llegado a desaparecer. De las tensiones, ambigüedades, paradojas, contradicciones y luchas de poder, de los enfrentamientos y resistencias a que dan lugar estos procesos se ocupa este libro, donde la noción de líneas de fuga apunta a los movimientos centrífugos que la migración, como movimiento social, impone al (des)orden de la globalización.

Líneas de fuga alude a desplazamientos, movilizaciones y relocalizaciones, a las dinámicas de descentramiento, reagrupamiento, desterritorialización y reinserción que señalan una energía social que desborda los parámetros de la nación-Estado. Expone, asimismo, la intervención que el migrante realiza en los protocolos de la modernidad, a partir de la utilización de modalidades otras de enfrentar la territorialidad real e imaginada. Diferenciada, pero intrínsecamente vinculada al concepto de «derecho de fuga» desarrollado por Sandro Mezzadra y otros, la expresión «líneas de fuga» apunta, en el uso que recibe en este libro, no ya al ámbito abstracto y general del reconocimiento de uno de los dominios de la libertad, aquel por el cual el sujeto puede decidir sobre su residencia, sus procesos de des/re/territorialización y sus formas de desplazamiento, sino que enfatiza el movimiento en sí, desde la perspectiva de la subjetividad migrante y de sus formas de inserción y defección de las relaciones de poder. La expresión líneas de fuga así usada no intenta desmaterializar de ninguna manera la migración como fenómeno, acción o práctica social, como movimiento colectivo de profundas repercusiones políticas, y como reacción y respuesta a situaciones de expulsión, marginación, precarización, violencia, invisibilización, etc. que forman parte de la historia del capitalismo occidental desde el colonialismo y se agudizan con la globalización. Mucho menos se pretende deshistorificar la migración, intentando entenderla como un fenómeno cuyas causas resultan ilegibles. Se trata más bien de enfatizar cómo las condiciones reales de existencia creadas por los impulsos de acumulación y reproducción del capital y por sus formas de manipular el trabajo vivo, se manifiestan en dinámicas centrífugas que marcan líneas de energía política y social que, a partir de los centros consagrados y consolidados en la modernidad, se lanzan hacia un afuera aún incierto del neoliberalismo. Tales líneas de fuga tienen, a no dudarlo, una dimensión emancipadora, fundacional, aunque aún difusa e inorgánica, adjetivos que conectan con la caracterización que hiciera Antonio Gramsci del subalterno, cuando al referirse al concepto de hegemonía en los Cuadernos de la cárcel habla de esa forma de sujetidad (en su momento, forma alternativa de referirse al proletario, pero que al mismo tiempo excede esos parámetros) aludiendo a sectores excluidos de las instituciones sociales y políticas, las cuales tienen como objetivo invisibilizar, cooptar y acallar la resistencia. Aunque la migración puede ser concebida, desde una perspectiva postcolonial, como una de las formas que asume la subalternidad, su radical heterogeneidad hace imprecisa esta adjudicación, que difumina la especificidad del fenómeno migratorio al englobarla en una categoría ya de por sí problemática de análisis social.

La noción de línea de fuga, tal como aparece usada en este libro, dialoga con la concepción deleuzeana que asocia a esta expresión los conceptos de deseo y resistencia. En este sentido, las líneas de fuga a través de las cuales se disgrega el centralismo de lo nacional y se lanza a la exterioridad una fuerza política y social multitudinaria se manifiestan como un devenir que subvierte el orden de la dominación capitalista y neoliberal, rasgando el tejido social y llamando a un reordenamiento radical de sus tramas políticas, sociales y económicas. Si las fronteras constituyen las demarcaciones del poder, la pulsión del deseo las intercepta, desafía y atraviesa. La fuerza de lo subjetivo aparece como energía política que no puede ser desarticulada por efectos de la codificación securitaria.

Deleuze y Guattari hablan de los flujos cambiantes del capital y de los circuitos que reproducen mundos periféricos no solo en los márgenes del sistema sino en su mismo interior, barrios del tercer mundo en las ciudades más desarrolladas, formas de pauperización que hacen proliferar sujetos fuera-de-lugar, sin casa, sin trabajo, sin Estado, en medio de la abundancia de las ciudades, que criminalizan la precariedad y reproducen la «irregularidad» de los sujetos que han caído en los entrelugares de la sociedad y sus discursos. Se trata de sectores sociales que escapan a toda clasificación, que han sido conceptualizados como anómalos, desechables, consumidores fallidos, anti-ciudadanos, daños colaterales del sistema, sujeto-objetos reciclables al servicio de los vaivenes del mercado laboral, cuerpos residuales y multitudes en fuga vistas por los Estados como conjuntos donde la identidad, la singularidad y la individualidad de la vida misma han dejado de tener relevancia.

 Ante las interpretaciones macroestructurales del sistema global, las líneas de fuga tienen un valor micropolítico hasta que se descubren como formas articulables de resistencia y de defección, en las que se reivindica el deseo a explorar y nutrir un afuera del neoliberalismo desarrollando una pulsión liberadora y fundadora de nuevas formas de conceptualizar la socialidad, la pertenencia y la acción política. En este sentido, la migración se afirma como instancia transicional, transnacional, translocalizada, transregional, transoceánica, en tránsito, fijando en el prefijo trans- su condición móvil, desde-hacia, donde la subjetividad, es decir, el cuerpo, la cognición sensible e intelectual, los afectos, la creencia, la socialidad (familia, inserción comunitaria, etc.), la memoria y la imaginación son los elementos a partir de los cuales se materializa el avance, el cruce y la reinstalación del sujeto en nuevos territorios existenciales.

Si el derecho de fuga señala una fundamental reivindicación frente al Estado en el orden jurídico y social, la noción de «línea de fuga» constituye una acción política, a la vez un statement y una forma de ejercer agencia, una pulsión del deseo y una estrategia de experimentación de la exterioridad de lo nacional fuera de los parámetros ya codificados por la modernidad. La línea de fuga es el lanzamiento del sujeto individual y colectivo hacia un más allá de la nación-Estado, entendiendo por esta nominación la unidad político-administrativa predeterminada desde el nacimiento, y apoyada en las nociones de fraternidad, igualdad, «solidaridad en gran escala» y «plebiscito diario», bien resumidas por Ernest Renan en 1882 como base para el pacto social de la modernidad. A partir de Foucault y de Deleuze, la subjetividad es entendida aquí como proceso, transcurso y construcción, es decir, como potencia que se va definiendo a partir de las luchas que involucran al sujeto y de las formas de resistencia que este desarrolla como (re)acción ante esos choques y como respuesta a sus propias pulsiones de avance y duración. Toda línea de fuga es, para Deleuze, agenciamiento de deseo, una direccionalidad objetivo-subjetiva que atraviesa la sociedad y que da lugar a posibles «bucles», «remolinos» y recodificaciones. Este libro explora, entonces, esos pliegues, y los vectores de energía política y social que impulsan las dinámicas que hacen posible la resistencia al sistema y sus posibles redimensionamientos.

En el avance de la argumentación que aquí se ofrece, reaparecen constantemente conceptualizaciones alternativas de la ciudadanía que señalan direcciones posibles de rearticular los elementos constitutivos de la nación-Estado, amenazada por los escapes de energía social que resultan de los flujos desterritorializadores. Se advierte, desde esas perspectivas ciudadanistas, que las coordenadas espacio/temporales vigentes durante los procesos de formación y consolidación de la nación-Estado se llenan de nuevos sentidos en el mundo global, muchos de los cuales apuntan a la fragmentación, la heterogeneidad y la democratización radical.

El tema del espacio, en sus múltiples manifestaciones, reales y simbólicas, relacionadas al territorio y al amplio dominio de los derechos, a los lugares de residencia y a la libertad de movimiento, es esencial para la comprensión de la situación migratoria. Ciudadanía y sujeto migrante constituyen posicionamientos en pugna en torno a la problemática de la justicia espacial (referida, como Edward Soja señala, tanto a la espacialidad de la (in)justicia como a la (in)justicia de la espacialidad). Por eso la coordenada espacial aparece elaborada desde el comienzo del libro, como apertura hacia una de las dimensiones a partir de las cuales deben ser estudiados los desplazamientos humanos y los dispositivos que intentan contenerlos.

Junto a las múltiples formas que asume la migración por tierra, se realiza en este estudio una aproximación a la movilización marítima, la cual funciona a partir de sus propios actantes y dinámicas. Náufragos, polizones y guardacostas, así como formas específicas de vigilancia, detección e intercepción de embarcaciones, forman parte del escenario marítimo, oceánico y fluvial, que cuenta ya con su propia poética y con su larga historia de desastres cotidianos. En tierra, como complemento necesario de las travesías marítimas, centros de detención se multiplican en islas aledañas a las costas. Campos extracontinentales de refugiados constituyen asimismo parte de ese microsistema de vigilancia y expulsión cuyos registros de rescates, muertes y deportaciones es mucho menos visible que en los casos de migración terrestre. El Caribe y el Mediterráneo se analizan, en este sentido, como núcleos álgidos de movilizaciones que han venido realizándose y cambiando de signo a través de los siglos, y que forman por sí mismas corrientes de sentido que se entronizan en distintas etapas históricas, desde las travesías colonizadoras y esclavistas hasta las formas modernas de expulsión y desplazamiento de sujetos.

Pero, por cierto, en medio de este amplísimo espectro de temas y problemas vinculados a la migración, el ojo del huracán señala los descalabros del capitalismo, durante siglos de marginación y deshumanización de amplísimos sectores humanos no asimilados al ethos productivista y consumista del capitalismo global. Este libro enfatiza cuestiones de método, intentando mostrar la amplia gama de aproximaciones que se realizan desde la sociología, la antropología, la sicología, la historia laboral y las ciencias políticas al tema migratorio, entendiendo que solo materializando el análisis de los procesos de producción, trabajo y distribución de la riqueza puede llegarse a comprender la pulsión tanática que hoy atraviesa el mundo globalizado y que se expresa con dramática elocuencia en los desplazamientos humanos. Este aspecto, quizá el más importante de esta constelación crítico-teórica, requiere una cala profunda en el funcionamiento económico del capitalismo tardío, en las estrategias del biocapitalismo y en las formas de control poblacional en nuestro tiempo.

Una parte importante de este libro está destinada al pensamiento filosófico que enfoca la cuestión del espacio y del lugar en relación con el movimiento, no solamente en la orientación cinética trabajada por Thomas Nail, sino también desde la perspectiva de la justicia espacial abordada por Edward Soja y otros autores. La noción de etnopaisaje es importante en este sentido, y aparecerá utilizada en varios momentos del desarrollo de este libro. Asimismo, no podía dejar de analizarse la detención, inmovilización o reversión de las dinámicas migratorias que operan los campos de refugiados y los procesos de deportación. Este no es un libro antropológico o que eche mano del método etnográfico, por lo cual los análisis hacen referencia somera a casos, situaciones o circunstancias específicas, pero buscando siempre la manera de conceptualizarlos, para tratar de entregar un paradigma a la vez categorial y reflexivo de aspectos que en general se tratan parcialmente y desconectados unos de otros, en estudios más estrictamente disciplinarios.

Me interesó particularmente analizar debates ético-filosóficos sobre los tópicos de la tolerancia, la hospitalidad, la fraternidad, la solidaridad y otros, vinculados con la imagen del migrante, y con las formas en que este se vincula a la otredad y la diferencia. Se conecta así la figura del migrante con las del extraño, el extranjero, el forastero, el huésped y el recién llegado, así como con la posición del anfitrión, el dueño de casa, la sociedad receptora y la ciudadanía. Debe reconocerse, sin embargo, que lejos de responder a una dinámica binaria, la relación migratoria es siempre fluida, cambiante, ambigua y multifacética, haciendo de las posicionalidades mencionadas apenas estaciones transitorias y superpuestas en recorridos espacio-temporales complejos y siempre singulares.

En este plano de la reflexión, los conceptos de deseo, becoming y doble conciencia, son esenciales como elementos psicológicos y afectivos que configuran la subjetividad migrante y que tienen en el performance corporal y en las conductas un correlato directo. La perspectiva deleuziana ocupa un lugar fundamental en este estudio, ya que ofrece una serie de nociones que son centrales para el estudio de la movilidad migratoria, como las de territorialidad, nomadismo, ensamblaje, evento, agenciamiento y línea de fuga. De este nivel de abstracción surgen direcciones importantes para pensar las implicancias éticas, estéticas e ideológicas de la desterritorialización, y para comprender lo que expresa la dinámica rizomática de los desplazamientos humanos sobre las distribuciones espaciales de la modernidad, los dispositivos del poder y las formas de funcionamiento del panóptico global. En el plano del pensamiento filosófico sobre la migración se notarán las referencias frecuentes a Roberto Esposito, Slavoj Žižek, Rosi Braidotti, et al., pensadores cuyas reflexiones sobre las cuestiones de subjetividad, biopolítica y espacialidad son imprescindibles para el tema de este libro. Las ideas de Bauman y Lévinas, me resultaron particularmente útiles para el enfoque abierto del mismo, que tiene como principal objetivo introducir el tema de la migración, sin duda uno de los tópicos más álgidos y relevantes del siglo XXI, a nivel amplio y exhaustivo, como modo de contribuir a la crítica que se enfrenta a los desplazamientos humanos desde el campo de las humanidades y las ciencias sociales.

La retórica securitaria es un importante aspecto que debe considerarse como parte de los procesos discursivos a partir de los cuales se intenta una legitimación de la represión fronteriza, sobre todo de las medidas de militarización que son la causa determinante de la mayor parte de las muertes que se registran en mar y en tierra en los intentos por efectuar el cruce de fronteras sin documentación. La historia de pasaportes, pases de salud, autorizaciones y otras formas de permisos, salvoconductos y credenciales es importante para captar la progresión y los condicionantes políticos que impulsaron el surgimiento de tales formas de control, las cuales han venido refinándose tecnológicamente sobre todo desde las últimas décadas del siglo XX, adquiriendo especial relevancia a partir del 9/11.

El tema de la migración compromete, sin duda, el campo económico y social, pero es, quizá, ante todo, un tema esencialmente ético y político, que es imposible enfrentar de manera puramente objetiva y desapasionada. Este libro espera, ante todo, poder encender en el lector estos sentimientos de identificación personal con el tema y de pasión por una problemática que está en la raíz misma de lo que somos y del mundo que queremos construir.

Este libro debe mucho al diálogo con colegas que me acompañaron en un congreso internacional que coordiné en Washington University in St. Louis en octubre de 2019. Bajo el título de «Fronteras líquidas/Liquid Borders» un grupo excepcional de académicos internacionales, algunos de ellos también activistas en temas migratorios, y representantes de muchas disciplinas, compartieron sus investigaciones, sus hipótesis y posiciones teóricas y políticas en un intercambio que, al menos en mi caso, nutrió meses de reflexión sobre estos asuntos. El lector interesado podrá acceder a esos trabajos en el libro que bajo el título de Liquid Borders verá la luz próximamente. El manuscrito de este libro, que estaba ya muy avanzado cuando tuvo lugar este congreso, recibió muchos cambios y agregados a partir de lo que estos colegas aportaron al diálogo colectivo, por lo cual expreso a todos ellos mi admiración y sincero agradecimiento. Al School of Arts and Sciences de Washington University en St. Louis, mi gratitud por el constante y generoso apoyo a mi investigación.

MM

Pensar el cuerpo

(historia, materialidad y símbolo)

Herder Editora

Barcelona 2021

“hablar del cuerpo es hablar del mundo”.

David Le Breton

“Pronto habrá más cuerpos en la crítica contemporánea que en los campos de Waterloo. Miembros amputados, torsos atormentados, cuerpos condecorados o encarcelados, disciplinados o deseantes: se está volviendo cada vez más difícil, dado el giro de moda hacia lo somático, distinguir la sección de teoría literaria de la pornografía suave en los estantes en la librería local, separar el último Jackie Collins del último Roland Barthes. Un masturbador ansioso puede haber elegido un volumen de apariencia sexy sólo para encontrarse leyendo sobre el significado flotante”.

Terry Eagleton.

1 – El problema del cuerpo

El cuerpo es, por naturaleza, problemático. Propio y ajeno, interior y exterior, visceral y emocional, evidente y oculto, individual y colectivo: formas binarias como estas pueden multiplicarse, porque el cuerpo, por su extrema permeabilidad, absorbe y emite significaciones que apuntan tanto a su materialidad como a sus proliferantes estratos simbólicos, sin reparar en contradicciones.  La corporalidad se presta, así, a tensiones y superposiciones entre aparentes polaridades, que fluyen en dinámicas vitales, líquidas e incesantes. Presente en el origen mismo, inapresable, de nuestra concepción biológica, y en el final inevitable de la descomposición de la materia, el cuerpo es conocido por nosotros –y nos conoce—en una temporalidad casi del todo superpuesta a la de nuestra conciencia. Nos hace posibles, nos acompaña, nos sustenta y nos traiciona. Aprendemos a amarlo y a temerlo, a aceparlo, y a que nos acepte. De tanto en tanto intentamos, vanamente, olvidarlo, pero sus llamadas de atención nos devuelven a él, nos humillan, nos doblegan, nos reducen a poco, a casi nada.  Lo espiamos para advertir a tiempo deseos, necesidades, impulsos, limitaciones, deterioros y caídas. Nos advierte y amenaza, lo escuchamos y lo desoímos. Y el cuerpo nos cobra cada momento de indiferencia, cada desvío, cada expresión de hybris o de vacilación.

Imposible no contar con él, no contarlo. Nos hacemos la ilusión de que hablar del cuerpo es hablar de nosotros y sabemos, sin embargo, que una distancia inapresable nos separa de su extraña y variable fisicalidad. Inventamos, para nuestro propio consumo, una relación con él, que forma parte de nuestro imaginario. En ella, somos los protagonistas, aunque sabemos que todo depende de él, de su voluptuosa ambigüedad, de su presencia equívocamente similar a la de otros, y de sus inestimables diferencias. Y sabemos que referirnos a él como diferente del yo, carece de sentido.

El cuerpo nos trasciende, y lo trascendemos. Algo, mucho, al hablar de él, se escapa: es intraducible, incomunicable, un vacío, una presencia sin peso ni medida, un abismo, una totalidad oscura, que no admite ni ecos ni retornos.  La historia de sus narrativas es la de los intentos de saltar ese vacío, de tender un puente precario de palabras e imágenes que simule llegar al otro lado. La imagen visual y los pliegues del lenguaje han intentado, en variados registros, capturar en algo su significación: Velásquez, Leonardo, Bacon, Picasso, Sherman, Orlan, Mendieta. La gran literatura nos ha entregado también imágenes insustituibles, donde el cuerpo interroga: un príncipe con un cráneo en la mano, que reflexiona sobre el sentido mismo de la vida; un cuerpo que se va disolviendo en el aire puro de la montaña; una muchacha sorda en una playa al sur; un cadáver mutilado por los ejércitos, que aún provoca deseo desde la muerte; un cuerpo que es dos, yo y el monstruo que me habita, o en el que yo resido.

El problema del cuerpo es su inabarcable polivalencia, juego de espejos que en realidad reflejan solamente la ausencia del significado. Al decir “el problema” del cuerpo, quiero hacer referencia a su nivel conflictual, a sus paradojas, intrigas, sugerencias y sinsentidos, es decir, al punto en el que se confirman los límites de la racionalidad y de la lógica, y donde se desata el torbellino de las connotaciones. También, aludo a su ubicación en el punto en el que intersectan una pluralidad de discursos, perspectivas teóricas, protocolos disciplinarios, metodologías y posicionamientos ideológicos.

La ilusión de que tenemos con el cuerpo (al menos con el nuestro) una relación íntima y privada, oscurece el hecho de que nuestro organismo está inscrito en lo social, le pertenece. La sociedad y la cultura lo regulan desde la concepción, e incluso antes, al definir las normas de la sexualidad y la reproducción; lo adiestran y lo educan; lo controlan y lo reprimen; lo administran y lo desechan cuando se lo considera un surplus que no vale el espacio que ocupa. Su omnipresencia en el espacio público, en el mercado, en los discursos de la ciencia y la política y en los imaginarios populares permitiría pensar que todo gira en torno a su existencia y a sus necesidades, pero las prácticas y los discursos bélicos, la proliferación de tecnologías creadas para su eliminación masiva, los obstáculos que dificultan su supervivencia, su abandono social y las desigualdades que se le imponen cuando no pertenece a estratos privilegiados, demuestran otra cosa.

De todos los dualismos que se le aplican, el que distingue el cuerpo abstracto, super-teorizado y separado de los cuerpos reales y sufrientes, es el más perturbador, pero forma parte de los esquemas con los que las culturas se manejan para acercarse a la realidad escurridiza de la corporalidad, cuya realidad conceptual e ideológica, parece ir eclipsando su materialidad. Este libro quiere rescatar rasgos del amplio espectro de visiones y versiones sobre el cuerpo, porque todas tienen su lugar en la configuración de paradigmas y discursos que eventualmente se traducen en políticas, prejuicios y conceptos que se sobre-imponen a los cuerpos reales, como una segunda naturaleza. Se ofrece aquí, apenas, una entrada somera en un campo tan amplio como el mundo. Se trata simplemente de indicios a seguir para desarrollar con la extensión que merecen, las articulaciones propuestas y muchísimas otras que se vinculan, directa o indirectamente, con las aquí propuestas, las más obvias y ricas en derivaciones y complejidades.

Modelo para armar, el cuerpo es el rompecabezas que se descompone en fisicalidad y pensamiento; la corporalidad y su fantasma; humores, esqueleto, y carne perecedera; elementos que han sido material de la lírica, la filosofía, el drama, los discursos científicos, ontológicos y morales en todas las épocas. Se siente, a veces, que el cuerpo es todo lo que uno tiene para dar, y sin embargo se sabe que aún al darlo, el resto que se puede retener es más que él, reside en otra parte y tiene una sustancia diferente, que no podemos explicar, aunque nos acompaña hasta la muerte, y nos gusta pensar que se va con nosotros.

En La construcción social de la realidad [1966], Peter Berger y Thomas Luckmann se aproximan a la conexión entre el ser y lo orgánico indicando que se trata de una relación excéntrica: Por una parte, el hombre es un cuerpo, lo mismo que puede decirse de cualquier otro organismo animal; por otra parte, tiene un cuerpo, o sea, se experimenta a sí mismo como entidad que no es idéntica a su cuerpo, sino que, por el contrario, tiene un cuerpo a su disposición. En otras palabras, la experiencia que el hombre tiene de sí mismo oscila siempre entre ser y tener un cuerpo, equilibrio que debe recuperarse una y otra vez. (p. 69, énfasis en el original)

Este equilibrio se registra también en la relación entre lo natural y lo cultural, lo congénito y lo adquirido, lo biológico y lo social. Lo humano se define en estas combinaciones o, dicho de otro modo, en esa zona de indeterminación que impide reclamarlo como parte exclusiva de uno de esos dominios. Berger y Luckmann lo conciben como la unión inseparable de homo sapiens y homo socius, aunque, como se verá a lo largo de este libro, este tipo de modelo binario se registra en muchos otros planos, resolviéndose siempre en una combinatoria compleja e inestable.

Otra característica del cuerpo es que es ineludible. Es nuestro, y somos suyos, y no hay forma de evitar esta unidad a veces conflictiva.  El cuerpo es el lugar donde el otro me encuentra, el espacio de los rituales, del amor, la belleza, la racialización, las prácticas sexuales, la enfermedad, la privación, la violencia, la monstruosidad, la experiencia mística, el placer, la tortura, la reproducción y la muerte. Es el territorio en el que se registra el cambio permanente, y donde hacen fiesta gérmenes y anticuerpos, degradaciones, anomalías y florecimientos. Es un terreno de pasaje y de llegada, el camino y el destino final. En él se (con)funden medio y fin, peregrinaje y santuario. El cuerpo es agua precariamente solidificada, pero siempre lista a disolverse para volver a su forma primera. Es materia prima, fórmula frágil y resistente, cadena cromosómica, información, plataforma de lanzamiento para algo que imaginamos distinto y superior y que llamamos alma, razón, pensamiento, propósito, destino, es decir, nada. Todo es, al final, límite, frontera.

No hay cuerpo sin otros. Es decir, cada cuerpo es en sí mismo parte de una red de interacciones, imposiciones y resistencias, regulaciones y transgresiones. A la obsesión de permanecer aludida por Borges (“Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre”) se opone –y vence– el devenir heracliteano, ya que hablar del cuerpo equivale a hablar de variaciones, movimientos e inestabilidades. Nada es fijo en el cuerpo, ni igual, ni definitivo, ni propio ni ajeno, ni por ahora ni para siempre. Todo es temporal y cambiante, superfluo y efímero, definitivo y negociable. Todo en él es materialidad; no hay en el cuerpo nada de sublime. Y, sin embargo. Sin embargo, algo persevera a pesar del vértigo de las transformaciones. Algo interroga al cambio, y hace sentido de su futilidad, de sus excesos y carencias, de su perseverancia a sol y a sombra. El cambio predomina. Y, sin embargo. Por eso las narrativas sobre el cuerpo siempre son particularmente nostálgicas y vanas, porque tratan de capturar un vuelo, deteniéndolo.

Relaciones de poder condicionan y relativizan el lugar del sujeto, su asentamiento corporal, el espacio que ocupa sobre los planos convencionalizados de la casa, la ciudad, el territorio, la nación, el planeta: sitios políticos, es decir, regulados por y en la comunidad, que existen en función de las formas obvias o imperceptibles de comunicación corporal, y de las modalidades individuales y colectivas que el cuerpo asume para el funcionamiento cultural. Cuerpo es cultura y/o naturaleza. Es lo que es, o sea, un dato de lo real, una (id)entidad que puede ser captada por los sentidos y por el entendimiento, pero sólo de manera parcial y tentativa.  Es lo que vemos del otro y de nosotros mismos, pero también lo no-visible, lo que sabemos y lo que ignoramos, lo que intuimos y lo que imaginamos.  Es el misterio que nos sobrepasa desde adentro (¿qué está pasando en el interior de nuestro cuerpo?), y es también lo que le adjudicamos. Asimismo, todas estas operaciones responden a paradigmas epistémicos y a modelos representacionales en los que se distingue el cuerpo de la ciencia del cuerpo estético, el cuerpo tecnológico y el cuerpo místico, el cuerpo del delito y el corpus literario, los cuerpos de agua, y el cuerpo de la ley. 

Nada puede ser percibido, entendido, interpretado, fuera de los modelos producidos desde distintos dominios disciplinarios, pero las combinaciones entre ellos son innumerables y siempre productivas. Toda representación del cuerpo, todo cuerpo textual, emerge de los cruces entre formas diversas de percepción que se desafían mutuamente, y que permiten la intersección de diversos recursos cognitivos: el afecto, la intuición, la memoria, la imaginación, el raciocinio. Cuando se piensa el amor desde la muerte, la enfermedad desde la política, la técnica desde la ética, la estética desde la biopolítica, es cuando emerge un ramalazo de sentido, un insight que ilumina, brevemente, el campo corporal. O así nos lo parece. Del cuerpo emanan verdades fluidas que corren, combinando sus aguas, por cauces que no siempre llegan a la misma desembocadura. El cuerpo aloja, entonces, diversas formas de verdad, verdades múltiples, contradictorias o complementarias, alternativas o antagónicas, relativas, contingentes o provisionales, que afirman en la corporalidad su derecho a existir. La verdad de la mística contiene en sí la verdad del erotismo; en la estética se esconde una verdad política; los instintos sucumben –al menos de manera temporal– ante la verdad impositiva de las regulaciones racionales, que intensifican el deseo de transgresión.

Dada esta proliferación de significados y de connotaciones, los estudios del cuerpo alcanzan los dominios disciplinarios de la antropología, la historia, la literatura, la ecología, la medicina, la filosofía, la religión, el arte, la biología, la historia cultural, el feminismo y, en general, los estudios de género, las artes performativas, los estudios de la salud, la sociología y los estudios culturales. Asimismo, especializaciones más recientes como el campo de los deportes, el entretenimiento, la alimentación, el humor, los afectos, la discapacidad, y otros, tienen en el cuerpo una categoría fundamental para la observación, la reflexión, el análisis y la proyección interpretativa. En todos estos espacios de investigación, desde los más tradicionales hasta los más recientes, la pregunta central se organiza en torno a los límites de la corporeidad. ¿Dónde termina el cuerpo y dónde comienza el alma (resto, exceso, residuo, resaca)? ¿Cómo se relaciona el cuerpo con el género, con el poder, con el patriarcalismo, con el Estado, con las instituciones, con la sociedad? ¿Dónde se sitúa la frontera entre la vida y la muerte? ¿Lo humano y lo corporal coinciden? ¿Lo humano reside en el cuerpo, en los afectos, en el pensamiento, o en la sensorialidad, en la capacidad de definir propósitos, de distinguir los territorios de la moralidad y la belleza, de proyectarse hacia la espiritualidad y la trascendencia?

Autores como Bergson, Marx, Freud, Baudrillard, Mauss, Merleau-Ponty, Foucault, Sontag, Cixous, Bourdieu, Butler, Deleuze, Elias, Haraway, Kristeva, Latour, y otros, han aportado importantes aproximaciones a estas cuestiones que son centrales para la reflexión postmoderna, y han agregado muchas otras, que deben ser incorporadas a los nuevos enfoques. Para hacer referencia sólo a dos de estos nuevos dominios de inquisición filosófica y científica, debe mencionarse, en primer lugar, el espacio que abren las nociones de biopolítica y biopoder, así como el campo de la gubernamentalidad, que parten del pensamiento de Foucault y adquieren desarrollo, variantes y derivaciones en un vasto número de autores que exploran la relación entre vida y poder político.

El segundo espacio de reflexión que se abre desde fines del siglo XX es el que se centra en los conceptos de post-humanidad, no sólo renovando una rica tradición reflexiva sobre las relaciones entre humanidad y tecnología, sino incorporando intrigantes preguntas que tienen que ver con las transformaciones que el cuerpo va sufriendo con la utilización de técnicas médicas, como trasplantes, aditamentos, implantes, prótesis, aplicaciones de la inteligencia artificial y dispositivos mecánicos y electrónicos que hibridizan la corporalidad contribuyendo a mejorar su funcionamiento. ¿Cómo impactan estas intervenciones el concepto mismo de lo humano? ¿El donante de órganos sobrevive, de alguna manera, en el cuerpo del otro? ¿Y el que adopta los órganos del donante, no contiene en sí ya una forma de muerte concretada en las porciones de su interior que pertenecían a un cuerpo ya difunto? Con esto, ¿no se ha sobrepasado ya la línea que considerábamos claramente divisoria entre vida y muerte? ¿Un cuerpo clonado tiene la misma condición vital que un cuerpo natural? ¿Qué porcentaje del cuerpo humano puede admitir sustitución tecnológica sin que se pierda la condición de humanidad? ¿Es ésta, siquiera, una pregunta válida?

Sin duda alguna, nociones que han guiado el pensamiento occidental desde la antigüedad hasta nuestros días, como las de humanidad, identidad, y subjetividad, están involucradas en las transformaciones que se están mencionando, y que no se limitan a la modificación corporal sino que revelan ramificaciones profundas y múltiples a todos los niveles, tanto a los que tienen que ver con la interioridad del sujeto (con sus procesos identitarios) como a los que atañen a las formas de socialización y reconocimiento del Otro en la sociedad del presente. Se trata no solamente de proponer nuevas categorías de análisis (lo post-humano, la cultura cibernética, la robotización, etc.) sino de profundizar en las ramificaciones biológicas, éticas, estéticas, políticas y civilizatorias en general, que las transformaciones sustanciales de lo humano imprimen a diversos niveles de lo social y lo político. ¿Cómo debe ser modificada la noción de sujeto y de agencia para llegar a alojar estas transformaciones?

Asimismo, ¿cómo afecta la tecnificación que está disponible para la concepción de un nuevo ser (fertilización in vitro, manipulación de información genética) la concepción de la vida, la familia, la sexualidad, etc.? ¿Permanecen estos dominios intocados (desde el punto de vista social, sicológico, filosófico, científico, etc.) a pesar de los cambios que aquí se aluden, o se anuncian necesarias reconsideraciones, redefiniciones y re-significaciones de las formas básicas de concebir lo humano, tal como esta categoría fue pensada desde el humanismo griego, el cristianismo, el liberalismo, etc.?

Como se ve, la concepción del cuerpo sometido siempre al poder, reprimido, contenido o abstraído de sus relaciones con el entorno, se abre a complejas especulaciones que se apartan de los dualismos tradicionales del tipo cuerpo /alma, cuerpo individual/ cuerpo colectivo, racionalidad /sensibilidad, inmanencia /trascendencia, para revelar más bien la fluidez entre polaridades, es decir, el carácter eminentemente relacional y múltiple de la corporalidad y de su multifacética relación con lo humano. Jacques Derrida argumentó ampliamente en contra de la lógica binaria de este tipo de planteamientos que suelen presentarse aún, afantasmados, toda vez que se intenta analizar los estudios del cuerpo y de sus representaciones como campos de lucha en los que se dirimen conflictos ideológicos, éticos y estéticos. Para Derrida, tales proposiciones siempre implican jerarquías que imponen un orden a lo real, reprimiendo, excluyendo o subordinando unos significados en beneficio de otros. Como se verá, ese ha sido justamente el caso en los estudios sobre el cuerpo que, desde la antigüedad clásica, visualizaron dicotómicamente la corporeidad humana, en la cual el componente espiritual ha resultado a la vez omnipresente e inubicable.

El cuerpo como constructo social y proyecto político, el cuerpo como evento y como discurso visual (como relato), como cárcel del alma o como su contraparte, como deficiencia o exceso, como carne y como energía psíquica, como espíritu o materia, como totalidad o proceso, como campo emocional o intelectual: es tan difícil prescindir de estas alternativas como reducirlas a opciones que sacrifican la otra parte, relegando, quizá, aspectos esenciales de la experiencia de la persona, entendida como totalidad, a pesar de su precariedad y sus fisuras.  

Inapresable y fascinante, el cuerpo abre un haz de significaciones que, como en el barroco, se pliegan, despliegan y repliegan sobre sí mismas revelando contenidos ocultos y disipando otros, según las épocas y las culturas y dependiendo de las formas sensibles que se apliquen para la captación de la corporalidad. Como elemento físico el cuerpo ha sido cartografiado, diseccionado, traducido a gráficas y ecuaciones, atrapado en discursos científicos, pruebas, algoritmos y experimentos, dejando la impresión de que algo se escapa de la observación minuciosa tanto como de la especulación y del análisis.  Las artes visuales y la literatura parecen haber captado aspectos que han permanecido ocultos para la observación científica. Han representado así, bajo formas simbólicas, la capacidad relacional y la energía de los cuerpos, su futilidad y resistencia, así como la singularidad de la experiencia del cuerpo propio y la ansiedad que provoca el cuerpo de otro. Pero las propuestas simbólicas tienden a ser efímeras, y la incertidumbre, duradera.

El cuerpo es mediación, es decir, herramienta, implemento o ensamblaje que tiene sentido porque en el lado exterior de la piel hay un mundo: otros cuerpos, objetos, naturaleza, espacios, circunstancias y proyectos, hay un tiempo que flota y en el que flotamos. Es a través del cuerpo que llegamos al mundo –y él a nosotros—para interpelarnos o, simplemente, para anunciar que allí está el desafío.

Cada uno posee no sólo el cuerpo propio sino una idea del cuerpo, un cuerpo imaginado desde algún discurso que ha provisto pautas para la construcción mental de nuestra corporalidad y que tuvo, para nosotros, más relevancia que otros. Tal discurso puede habernos expuesto tempranamente a parámetros de pensamiento a partir de los cuales formalizamos nuestra concepción de lo orgánico: el cuerpo como algo sagrado, como un “templo”, como un tesoro que debe preservarse, como un bien para dilapidar, como una carga, como un capital simbólico que puede cultivarse y cotizar en el espacio social, como una cáscara que no nos representa. Pensamos el cuerpo desde el discurso médico o securitario, humanista o político, artístico o moral, pornográfico o religioso, hedonista o ascético, y en cada caso la imagen es distinta. Son distintos los usos que concebimos para el cuerpo desde cada una de esas posiciones, como es distinta la historia de cada vertiente particular de pensamiento sobre lo corporal. Son diversos los simbolismos que nutren cada imagen y el tipo de presencia que le damos en nuestra vida. A veces la imagen del cuerpo es en nosotros caleidoscópica, y se va recomponiendo a medida que los cristales que la forman se combinan frente a la luz. En otros casos es contundente, autoritaria, fuente de represiones, doctrinas, prejuicios y autocastigos. Para todos, de alguna manera, el cuerpo es también tabula rassa, espacio en blanco en el que inscribir nuestras propias obsesiones, temores y deseos. Ya tengamos una aproximación lúdica o ascética, hedonista o disciplinadora, severa o tolerante, el cuerpo entrará en un diálogo con nosotros que irá modelando conductas y valores, haciéndonos revisar preconceptos, doctrinas y conductas. El cuerpo nos irá haciendo saber qué desea y necesita, cuáles son sus dolencias y temores, y le haremos saber, a nuestra vez, en qué grado y dentro de qué parámetros podemos complacerlo.

Por supuesto, esta relación con el cuerpo, dramatizada aquí a efectos de proceder ensayísticamente a la introducción de nuestro tema, teatraliza el vínculo complejo y no siempre gozoso que mantenemos con la dimensión corporal que nos acompaña, y en la que los posicionamientos del ser, el cuerpo, la mente, los afectos, no siempre se distinguen con claridad. La experiencia del cuerpo es enmarañada, palimpséstica, y aunque cada nivel puede ser identificado a efectos del análisis, está marcada por la simultaneidad en la que percepciones, afectos, conceptualizaciones, instintos y regulaciones se aglutinan y entremezclan. Tales superposiciones crean lo que llamamos estados de ánimo, sentimientos, vivencias o experiencias cotidianas, traumas o epifanías, vivencias en las cuales lo orgánico, afectivo e intelectual resultan prácticamente inseparables.

Michel de Certeau, señala en una entrevista publicada bajo el título “Historias de cuerpos” (Vigarello, 1997): “El cuerpo es algo mítico, en el sentido de que el mito es un discurso no experimental que autoriza y reglamenta unas prácticas. Lo que forma el cuerpo es una simbolización sociohistórica característica de cada grupo. Hay un cuerpo griego, un cuerpo indio, un cuerpo occidental moderno (habría todavía muchas subdivisiones). No son idénticos. Tampoco son estables, pues hay lentas mutaciones de un símbolo al otro. Cada uno de ellos puede definirse como un teatro de operaciones: dividido de acuerdo con los marcos de referencia de una sociedad, provee un escenario de las acciones que esta sociedad privilegia: maneras de mantenerse, hablar, bañarse, hacer el amor, etcétera. Otras acciones son toleradas, pero se consideran marginales. Otras más están incluso prohibidas o resultan desconocidas.” (s/p)

De Certeau compara, en este aspecto, cuerpo y lenguaje, señalando que tal multiplicidad es la que hace al cuerpo, como a la lengua, algo intrínsecamente evanescente, “huidizo y diseminado”, al mismo tiempo que reglamentado por las culturas. El cuerpo y la lengua, admiten tanto un uso convencional como un uso poético, que eleva las propiedades de cada uno a un nivel de expresividad mayor, que se escapa de lo contingente. De Certeau ve en estas operaciones una alquimia histórica, que “transforma lo físico en social”.

La experiencia del cuerpo en Occidente tiene una de sus claves, como señala el historiador francés, en la presencia/ausencia del cuerpo icónico de Cristo, en su tumba vacía, hueco que se ha ido llenando con doctrinas, sacramentos, Iglesias, es decir, cuerpos simbólicos que con la primacía de la razón han ido siendo sustituidos por elementos de la historia científica, política y social. El cuerpo se fragmenta y rearma de múltiples maneras, creando cuerpos nuevos, ficciones, simulacros, siempre de alguna manera referidos al primer cuerpo ausente. De ahí la imagen antropomórfica del poder de Leviathan, donde múltiples cuerpos ilustran el cuerpo político del Estado moderno, dominado por las pasiones. El pueblo tiene un cuerpo múltiple, multitudinario, que sólo podemos descomponer a efectos del análisis, en un ejercicio de individuación que no llega a esconder el hecho de que todo cuerpo busca a sus otros, sin los cuales no puede definirse ni con acciones ni con palabras.

El cuerpo despliega múltiples rostros al conocimiento. La “verdad del cuerpo” se aloja en sus dobleces y en sus avatares, en sus formas mediáticas, en sus disecciones, en sus revestimientos, en sus acoplamientos y en sus máscaras. La tarea del arte y de la ciencia, de la política, la economía, la antropología y el entretenimiento, ha sido la de interpretar sus indicios. Las huellas y los códigos hablan un lenguaje cifrado, a través del cual el cuerpo da a conocer sus grados de conciencia, sus impresiones, sus afectos, sus traumas y deseos. Es un lenguaje de gritos y susurros, negociaciones, cálculos y disfraces. La tarea de la crítica es observar las teatralizaciones del cuerpo, su constante protagonismo y sus metamorfosis, sus formas de decir y de callar, de agresión y defensa, de hacerse presente, de ausentarse, y siempre regresar, como cuerpo o fantasma.

MM