FEBRERO 2022

EL CLUB DE LOS NARRADORES

Un ragtime bostoniano

Salto y más allá

VISITANTES

José Antonio Millán

Ocho poemas del siglo presente (y uno que no)

seguido de “La poesía como tentación o accidente”.

José Antonio Millán nació en Madrid en 1954; fue durante el sexto gobierno del franquismo, cuando Américo Castro publicó “La realidad histórica de España” y Ana María Matute ganaba el premio Planeta con la novela “Pequeño teatro”. Uruguay lamentaba la eliminación frente a los húngaros en Lausana el 30 de junio, cinco meses después el país votaría por Luis Batlle Berres, por Luis Alberto de Herrera y se editaba “Los adioses” de Juan Carlos Onetti en Sur de Buenos Aires. La trayectoria de Millán es la de un escritor español viviendo en simultaneidad con avatares conocidos del Uruguay contemporáneo; es lingüista de formación, fue corrector de pruebas cuando joven, editor de Cátedra, de Taurus y escribe en varios registros. Publicó las novelas “El día intermitente” (Anagrama, 1990), “Nueva Lisboa” (Alfaguara, 1995) y en 1986 ganó el premio Benito Pérez Galdós con el libro de relatos “Sobre las brasas”. El mes pasado publicó una biografía de Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática de nuestra lengua; al comienzo del siglo dirigió la creación del primer diccionario en CD-ROM de la Real Academia Española y desde 1995 anima su sitio web jamillan.com. La suya es una respuesta avisada a la pregunta ¿qué hacer? del escritor perplejo ante las nuevas tecnologías, frente al caos de la industria cultural, el sunami de series, las condiciones mutantes de lectura y recepción critica. Pedro Salinas afinó en 1947 el tramado sutil acoplando tradición y originalidad en la poesía; de eso se trata todavía, José Antonio invoca a la poesía -más un manifiesto testimonial redactado para La Coquette- alumbrando la zona opaca entre bit, spam, bug, hacker y “como a nuestro parecer / cualquiera tiempo pasado / fue mejor.”

LIBRERÍA LAS NUBES

Alfredo Fressia

“Frontera móvil”

Alfredo Fressia nació en Montevideo el 2 de agosto de 1948 y falleció hace un par de semanas en San Pablo, ciudad donde vivía desde 1976. Fue profesor de francés y literatura, egresado del IPA, poeta traductor, ensayista y amigo de Juan Introini. Desde 1985 regresaba dos meses al año a Montevideo, a veces leía a la hora crepuscular en los boliches, presentaba libros suyos y ajenos llevando una vida de poeta en la cuerda floja. Recuerdo el libro de Fressia “Un esqueleto azul y otra agonía” (Banda Oriental, Montevideo 1973), fue el primero entre los del IPA en publicar y el año que distorsionó ilusiones juveniles cicatrizando destinos veraces. Continuó luego apalabrando la traza que conduce desde la infancia en la calle Marsella del barrio del Reducto, hasta la rua Aurora paulista: “Pero la pregunta que me intriga ahora es otra, a saber, de dónde viene los poemas, esas estructuras hechas de lenguaje, esas máquinas que siempre hablan, siempre interrogan, empezando por interrogarse a sí mismas.” Hace un par de meses pensamos hacer la versión digital del libro de 1997 y fue posible por la gestión amistosa de Horacio Cavallo. El poeta se marchó por la escondida senda lejos y cerca del puente Mirabeau; a la espera de las evocaciones en los meses que vienen, debemos encender un Pall Mall, exigir nuestra copa de champán y escuchar a Maysa Matarazzo cantado “se todos fossem iguais a vocé”. Leer lo que Mercedes Ramírez escribió para la primera edición de “Frontera móvil”.

“Alfredo Fressia, poeta de las soledades, los desencuentros encontrados, víctima de la bella tristeza de vivir y de comprender, se ha recluido temporalmente en su apartamento de la rua Aurora.

Tal vez por lo mucho que se le parece a Fernando Pessoa, ha enviado a caminar por la Av Paulista y la Av. São João a seu Alfredo, poeta que escribe poesía en prosa y registra los más sutiles escondrijos de la realidad.

Seu Alfredo detecta finamente lo irremediable, lo bello, lo digno de ser amado: lo que merece ser padecido.

Él conoce el difícil arte de la condenación aforística y fue el primero en percatarse de que al repetir una palabra no se dice la misma cosa sino la contraria.

Seu Alfredo nunca fue exiliado: por eso puede escribir sobre Montevideo sin que le tiemble el pulso.

Creemos que Alfredo Fressia, habitué invernal del café Sorocabana, deja a seu Alfredo en rua Aurora cuando viaja.

Este libro es una parte de esa frontera móvil.”

ENSAYOS CRITICOS

Ángeles sobre Ecuador

(apuntes sobre la prosa de Jorge Enrique Adoum)

NOTAS, APOSTILLAS Y ANEXOS

Comentarios actualizados a los contenidos

ARCHIVOS

El cazador Gracchus amarra en Montevideo y Mi primer Felisberto (diario de la obras) / La primera Cartografía original / Biblioteca musical / Índice general del año Uno de La Coquette / Fichero de Programaciones mensuales desde Abril 2020.

OCTAVA BANDA DE AUDIO DE LA COQUETTE

Gonzaguinha / “O que è, o que è?” de Gonzaguinha.

Paul Lewis / “Momento musical N°4” de Franz Schubert.

AC/DC / “Highway to Hell” de Angus Young, Malcolm Young y Bon Scott.

Camarón de la Isla / “Soy gitano” de José Fernández Torres, José Monge Cruz y Vicente Amigo.

Johnny Cash / “Hurt” de Trent Rezner – Nine Inch Nails.

Jaime Ross / “Durazno y Convención” de Jaime Ross.

Django Reinhardt / “Nuages” de Django Reinhardt

Rodolfo Mederos / “El caburé” de Arturo de Bassi.

Eros Ramazzotti / “Cose della vita” de Eros Ramazzotti, Piero Cassano y Adelio Cogliati.

Carlos Cuevas / “Contigo en la distancia” de César Portillo de la Luz.

Lena Horne / “Stormy Weather” de Harold Arlen y Ted Koehler.

El cazador Gracchus amarra en Montevideo

El Astillero es la sección dentro del sitio donde van avanzando los proyectos en proceso, un dominio del estado textual intermedio entre manuscrito y el libro hipotético. En los primeros meses de La Coquette, el proyecto “Gracchus” resultó ser el ensayo que abrió la partida por razones de actualidad de lecturas y afectivas. El Astillero tiene dos secciones: a) el texto visible (la escritura en proceso) y b) una redacción en paralelo comentando los contenidos agregados en cada entrega (diario de la obra). Luego de unos seis meses de trabajo y habiendo terminado el ensayo -a la espera del próximo sobre Felisberto Hernández que comienza este mes- los materiales se movieron. Las notas anexas fueron desplazadas a la sección Archivos donde pueden ser consulados si fuera necesario; el texto principal fue integrado a Los ríos ficticios pues el expediente explora el planeta kafkiano con perspectiva de narrador. Esas apostillas referidas (de alguna manera forman parte del libro) y un índice interno razonado de los contenidos, hacen innecesario el agregado de comentarios redundantes en esta presentación; quizá sean suficientes unas pocas líneas para quien inicia la lectura por esta entrada liminar.

Gracchus fue un cazador de la Selva Negra de los primeros siglos de nuestro conteo de la historia. Yendo tras una presa en la montaña tiene un accidente, muere y no muere del todo: esa ambigüedad del cazador de Schrödinger es lo que funda la leyenda. El relato popular destilado por el tiempo, es que acaso bifurcó yendo hacia la muerte y partiendo de ese error de bitácora, entabla un diálogo a distancia con el mito de judío errante. Gracchus parece condenado o destinado a un purgatorio marino -las razones de esa escatología con mástil y el fin del periplo suspendido permanecen flotando en las especulaciones-, un viaje que resulta infinito en una barca poniendo proa a todos los atracaderos del mundo. Kafka retiene esa historia y se interesa por sus promesas narrativas, Kafka escribe una frases en su diari y luego un relato de cuando la barca de Gracchus visita Riva, siendo recibido con la pompa funerario de un personaje de su extraña condición, ciudad por la cual el autor paso en su viaje italiano. Yo tomé el episodio (el relato tiene su propia historia secreta) por metonimia, circunvalando a Gregorio Samsa, el señor K, un ingeniero de castillo y otros personajes excéntricos, como el simio del Informe para una Academia o Josefina la cantora. Aposté a que Gracchus podía ser el Simug de Kafka, un pájaro literario fantástico volando entre todos y siendo también los manuscritos de Kafka. En algún momento accidental y ficticio la barca de Kafka amarró en Montevideo, que es mi ciudad natal. Ello sería la metáfora utilitaria del encuentro fortuito de un estudiante uruguayo de literatura con la obra del praguense; divagando sobre cómo la noticia del cazador rezagado, ilumina, crea y transfigura el mito con más incidencia de la literatura occidental moderna, sabiendo que el viaje continuará más allá del Siglo XXI.

El libro lo fui tramando a lo largo de varios años y ahora que parece terminado, tampoco sé a decir verdad cuál es su verdadera naturaleza. Trata en principio del espectro de Franz Kafka que regresa cada tanto a mis preocupaciones de lectura con la periodicidad de un cometa y este sería el capítulo de las aclaraciones del proyecto. En las próximas páginas Praga es la ciudad mágica secreta y el Moldava la correntada turbia de la literatura, Kafka el nadador desnudo que lo desafía –a veces atraviesa el río y otros días se ahoga-los puentes tendidos en la ciudad indican los accesos al otro lado de la interpretación: yo camino en uno de esos puentes de inspiración romana, sin conseguir cruzarlo y al mismo tiempo en otro puente.

Entiendo por Índice Moldava un sistema de medición ficticio que regula la distancia –indiferencia, lejanía, cercanía y ósmosis- de un lector ß en relación a la obra de Kafka. En el interior del IM se distingue la obra central –todo lo escrito por el propio personaje objeto de la medición- y obra satélite considerando lo escrito “sobre” la obra por agentes exteriores. Una compleja ecuación permite combinar ambas estrategias de lectura y así determinar un punto –más bien una zona- de índice comparativo. En la ecuación suele incidir  que se considere la cuestión de traducciones / versiones a otras lenguas que la original. De ahí, pues, el sentido más próximo al tributo que a la originalidad del libro, cuya rareza en todo caso es habilitar algunos peajes –pienso en los lectores más jóvenes- que llevan hasta las murallas del Castillo, los meandros de la Ley y siempre del lado exterior recordando la densidad de lo inaccesible.

Algo parecido me ocurrió cuando debí ubicarlo como capítulo en el interior del plan de trabajo. Era demasiado personal para considerarlo un prólogo que iluminara la extensión y objetivos del proyecto; acaso heterodoxo en su dispersión de soportes para confiar en la paciencia del lector quien, luego de estar vagando por el ghetto narrativo, se encontraría con un epílogo para consolidar su entendimiento y como si hiciera falta un suplemento.

Este lugar infrecuente para un índice explicado me parece el más apropiado, lo instalé luego de una selección de fragmentos de las conversaciones con Gustav Janouch.

Como cantaba Atahualpa Yupanqui en “Milonga del solitario”:

yo me quitaré el sombrero

porque así me han enseñao

y me doy por bien pagao

dentrando atrás del primero.

Cuando hace medio siglo leí el libro de Janouch me pareció distante, eran celos del estudiante de literatura que quiere ser el primero en descubrir los secretos del autor de unos relatos que le perturban el descanso. Cuando Janouch murió en 1968 yo tenía la edad que él tenía cuando conversaba con Kafka, pero él estuvo ahí… Con el paso de los años mi opinión fue cambiando y a pesar de haber leído ensayos estupendos, en Janouch es donde siento un temor y temblor de la humanidad: él estuvo ahí. Hay algo de prodigio en ese joven que vio antes que todos e intentó recuperar la palabra, nos legó diálogos de agente infiltrado con fascinación espiritista: como las máquinas inexistentes que recobran en fragmentos y sin definición, a manera de ilusionistas la apariencia difuminada de los muertos.

Después de haber leído unos fragmentos (nada podrá suplantar la experiencia de la lectura integral del libro) es como si comprendiéramos lo inabarcable del misterio; estar cerca (a pesar de la lengua y contorsiones permanentes del continuum espacio temporal y atravesado por la literatura) de ese personaje. Las interferencias de orden espiritistas son como si las fotos antiguas de Praga tomaran movimiento y la iconografía de Kafka (la maravilla de Klaus Wagenbach) de pronto adquiriera vida propia. Entonces veríamos los gestos del escritor en una película antigua, oyendo en sordina su voz perdida para siempre y que nos habla en una lengua indescifrable.

La razón del proyecto sigue siendo un enigma, uno cae en esa fuente sin percatarse; creo recordar que todo cristalizó –experiencia fundadora- en el liceo Nº 14 de Montevideo. La primera profesora de literatura fue Alicia Conforte y Alejandro Paternain nos hablaba de Mefistófeles, Kafka y Thomas Mann como vecinos de la biblioteca. Una profesora de música ilustra el poema sinfónico con el Moldava a muchachos de barrio y ahí escuché la música del río por primera vez. La amistad a través de Alejandro con Héctor Galmés, que estaba casado con Delia, tenía discos de Julio de Caro en su departamento de la calle Convención, un caballo que se llamaba Pibe y tradujo “La metamorfosis” acompañaba los amores juveniles. Mi primera publicación para estudiantes (hoy dudo entre ignorancia, osadía o intuición en ese pedido del colega Jorge Liberatti) sobre el relato de Gregorio Samsa.

Pasó mucho agua bajo los puentes de Praga y en mi los años se fueron sumando. ¿Por qué la insistencia de Kafka? Daría tres razones: la admiración en tanto escritor y saber que derrotó al cruzado del olvido, se transformaba en cursor tajante para medir comparando lo que venía después y lo que había antes; hasta entender que la literatura puede ser oficio y una manera de vivir yendo hacia el final. Sobre todo, para observar que cada escritor –de manera consciente o llevado por el ardor de la acción- junto a la obra desarrolla una estrategia personal de supervivencia. La obra es insuficiente, imborrable, inacabada y nunca alcanza, nadie sobrevive si desprecia la tradición sin tentar la originalidad, la vida es para escribir pensando en tres lectores; y el tiempo de la valoración distinto al de la imaginación, amores y deseos. La muerte un accidente sin relato propio y toda literatura son memorias de ultratumba.

Más que las razones que pudieran explicar la obra de Kafka, lo que me interesa es la estrategia que hizo posible la salida: salir de la lengua tendiendo puentes de traducciones, salir de Praga mediante el procedimiento de hundirse en ella. Tentar el salto de los pulmones a la escritura y luego nacer posible que una literatura, tan característica del enclave familiar, haya llegado a liceos uruguayos en los años sesenta del siglo pasado y sobrevivido hasta el año 2020.

-Está el Sr. Janouch para usted.

¿Por dónde empezar a ordenar los materiales? El libro de Janouch “Conversaciones con Kafka” es un buen camino, por eso lo ubiqué en primer lugar e hice una selección de fragmentos pensando en mí. De la bibliografía infinita sobre Kafka, es el único documento donde tuve la ilusión de escucharlo a través de la escritura. Era raro, sabía que Janouch –muchacho de los primeros profetas del culto y un visionario- estaba por ahí visitando al compañero de trabajo del padre. Podría ver a Kafka como si las fotografías que conocemos se pusieran en movimiento y sonara la voz deformada por la enfermedad. Trabajando esos textos escuché a Kafka conversando y era mágico: él hablaba en alemán y mi cerebro lo recibía traducida al castellano. Los trucos del viaje en el tiempo y el espacio, los posibles que permite la literatura; así es como el muerto habita desde el comienzo el libro que lo recuerda.

En Cuanto a la versión fijada ya iré contando más abajo cuál fue la estrategia del trabajo. Como en cada zona de este Golem literario apenas avanzo unos fragmentos, lo correcto será acceder a la totalidad del libro. Mi criterio de selección fue arbitrario: la relación de Kafka con el trabajo que aleja de la escritura, secretos del gabinete hecho madriguera y pulsión suicida que son una maravilla. La relación con el mundo moderno, la cuestión judía –en toda la complejidad y generosidad que implica-, anatomía de temáticas obsesivas, integración a una Praga secreta y deseo de urdir el mito literario de la ciudad. Por fin –también se verá en otros documentos- la relación física con la escritura al punto de dejar la vida y legarnos como único objeto tangible un cepillo inglés, de la marca G. B. Kent & Sons.

El Índice Moldava.  

El Moldava es el río que cruza la ciudad de Praga, atraviesa los lugares de la historia y justifica los puentes, se lo escucha correr desde los cafés, fue allí donde el autor nadó y escribió al comienzo del siglo XX. Dentro del volumen es el capítulo segundo –este mismo- que expone el proyecto del libro y lo utilizaré para justificar el título del libro. El cazador Gracchus es una leyenda y un cuento de Kafka que tiene su propia historia; la del hombre que muere en la montaña durante una cacería y no puede pasar el otro lado de la muerte definitiva. Error o castigo es la versión marina del judío errante, la barca de la muerte se desplaza así por varios mares de la tierra buscando puntos de amarre intermedios a la espera.

En el cuento de Kafka la acción ocurre cuando el vagabundo se detiene en el puerto de la ciudad italiana de Riva. Forzando acontecimientos, puede que para darle el peaje que lo libera de tan pesada carga, hice que la barca amarrara en Montevideo; por otra parte puedo jurar que la crucé una tardecita y cuando se acercaba a la escollera Sarandí, que era uno de los lugares a los cuales me llevaba mi padre a pescar.

Walter Benjamin le escribe a Gershom Scholem.

Quienes intentaron mirar a la Gorgona a los ojos para vencerla quedaron petrificadas, Perseo inventó la astucia del escudo espejado para proyectar la mirada indirecta y conocer los secretos del funcionamiento de la criatura sin sufrir los efectos. Tomar por los atajos, conocer a Kafka por itinerarios alternativos e intentar otras respuestas. FK es vital e imprescindible también porque Walter Benjamin escribió sobre él; siempre hay que pasar por WB: por la tentación de la droga y el enigma cabalístico, ser destino clave del pensamiento en el mundo contemporáneo y del judío en el siglo XX. Por el arte en la era de la reproducción industrial y la poesía de Baudelaire; recordando el ensayo inconcluso sobre los pasajes urbanos de París, que era en fórmula prodigiosa la capital del siglo XIX.

Hace treinta años que vivo en esa ciudad, crucé todos los pasajes referidos en la obra y que sobrevivieron. El pasaje Brady me llevó a la India del dios Ganesch, el pasaje Vivianne a Julio Cortázar y el pasaje Choiseul a la noche de Céline. Benjamin era el hombre urbano literario desesperado y el retrato que hace Antonio Muñoz Molina en “Un andar solitario entre la gente” es una maravilla; ese hombre por judío, lector y porque no podía hacer otra cosa escribió sobre Kafka mientras la muerte lo expulsaba de hotel en hotel, le impedía subir a los barcos que cruzaban el Atlántico para alejarlo de la persecución, lo lanzó a las fronteras abusadas y lo llevó al suicidio en la frontera entre Francia y España. Sucedió el 26 de septiembre de 1940 en Portbou. En Francia encontré un libro que rescata lo escrito por Benjamin sobre Kafka, la pieza clave de ese dispositivo de varios años de fidelidad es el ensayo homenaje de 1934, en ocasión del décimo aniversario de su muerte y en este tiempo informático es sencillo de localizar.

Preferí la correspondencia y entre ella unas cartas a Gershom Scholem donde se imbrican asuntos de la modernidad y la religión (consideraciones sobre Haggda como relato y Halakha en tanto conjunto de prescripciones, costumbres y tradiciones), secretos de la Kábala como alfabeto y gramática, mística y retórica, y críticas a Brod en su intento de crear la leyenda de Kafka sobre bases endebles.

Fragmentos del “Diario”.

La literatura ocurre también fuera de los relatos; habría la poesía, pienso en la “Correspondencia” de Flaubert (que estaba entre las lecturas preferidas de Kafka) y en la periferia ≃ central kafkiana. En ello incluyo el conjunto de la correspondencia (que insume en la práctica fatiga, tarea cotidiana e insomnios de una segunda vida) así como los Diarios. Aquí el criterio utilizado es la utopía de la sinécdoque de tomar la parte por el todo, lo que es insustituible; pero al menos abrir una ventana a ese paisaje literario. Pensándolo con perspectiva diría que es la zona más subjetiva, pasé allí fragmentos que subrayé en viejas lecturas en español y repetidos en otras ediciones consultadas.

Considerando que los temas kafkianos se pueden expandir al infinito, como el impulso atómico y la respiración divina del día en Creación, lo que más me interesó fueron las aproximaciones al taller del escritor. Quizá en un vano intento de descifrar una estrategia críptica de escritura, sabiendo que nunca alcanzaremos la razón por la cual esa escritura venció las fuerzas de la muerte sumadas al olvido y hallar el horror en lo diferente del cotidiano.

La menor.

Este apartado deriva del anterior. Es cierto que me interesé en la lectura de los “Diarios” en particular por hábitos de trabajo, taller del escritor, estrategias de composición; en el acto físico manual del paso invisible del pensamiento a la escritura. Durante esa búsqueda leí que Kafka se preocupaba por las condiciones de producción sociales; ello supone un amplio espectro, desde la iniciación a la sexualidad hasta el imperio austro húngaro cuando se apaga, callejones de la tradición judía en enigmas del texto y actuaciones de cabaret, producciones de la industria cultural (prensa, cine, arquitectura, novela policial) y misterios de Praga, que en lugar de redactarlos los incorporé.

Luego estaba presente la relación con la enfermedad pulmonar y la lengua vehicular: el judío en el Imperio, en la patria checa, empleado en los seguros del trabajo y que escribe en lengua alemana. Lo explica con lucidez como si fuera plataforma necesaria al gesto de escribir, enfermedad contagiosa. FK considera tres modalidades básicas y elegí la tercera; primero está la relación con la lengua del culto tendiendo a la utopía sionista, la lengua de práctica sagrada que contiene relatos de la mitología que lo define; de eso no estoy en condiciones de hablar con propiedad estando lejos de la Tora. La segunda es casi un denominador común y se trata de los nexos de la lengua escrita con lo real, el mundo y los semejantes; cuestión sabida por todo interesado en cuestiones literarias. La tercera, es la expresión de una minoría –digamos el judío- en la lengua mayoritaria de vocación imperial; eso me atrajo porque podía explicar el caso Kafka.

Al respecto propone como instrumento de metodología para definir, aclarar y acatar territorios de escritura la noción de “una literatura menor”. Fui sensible a ello, me recordaba la experiencia del escritor uruguayo confrontado a la caja de resonancia rioplatense, al conjunto latinoamericano que conduce hasta la entrada del mundo de los muertos en Comala, y luego al territorio de la lengua castellana, latifundio lingüístico que se extiende desde “Soldados de Salamina” hasta el “Amadis”. Lo que aquí se reproduce es un capítulo del libro “Kafka: por una literatura menor” de Gilles Deleuze y Félix Guatari que lo exponen en sus variaciones, atendiendo a la noción de desterritorialización que evoca la relación de la lengua con un territorio. Quizá desde ahí se puede entender la razón por la cual la barca mortuoria del cazador Gracchus recaló en la bahía de Montevideo.

Seis cartas a Max Brod y una esquela desesperada.

Max Brod es el famoso albacea de la orden de quemar los libros, amigo y confidente, contrapartida social del cotidiano, familiar y el que llegó a Israel, autor de la primera biografía reseñada por Walter Benjamin. Afinidades de religión y literatura, camaradería y encontronazos de la amistad, inevitable referencia al considerar a Kafka, una de las energías primeras de la supervivencia. Brod está entre los más asiduos corresponsales y bien citado en la gestión del cotidiano; el tratamiento de esa amistad mereció trabajos sesudos y proliferantes, en todos los departamentos de literatura alemana de cientos de universidades del mundo hay miles de textos sobre Kafka; en todas aparece el nombre de Max Brod.

Aquí leemos algunas cartas que los sobrevivieron y quisiera recordar dos episodios para entender la cercanía; primero, que integró el Círculo de Praga creado en 1904 con el amigo y además con Oskar Baum y Félix Weltsch. Luego, una cita reveladora que resume la intención del proyecto: “Nuestro maestro y nuestro programa eran la ciudad de Praga”.

Los Aforismos de Zürau.

 “Los aforismos de Zürau” son el corazón del reactor de la obra de Kafka y presiden el viaje a dicho reactor a tal punto que una simple introducción, la pequeña noticia de orientación nos dispara a varias aclaraciones. Sin los aforismo de Kafka casi nadie en el mundo conocería ese pueblo en la campaña de Bohemia. Allí vivía Ottla, una de las hermanas de Franz, él ya había pasado alguna semanas de retiro y retenía fechas precisas con iluminación. Entre las 22 h. del 22 de septiembre y las 6 de la mañana del 23 de septiembre de 1912 –noche del domingo al lunes- escribió de un tirón “El veredicto” que es la relación del ingreso a la ficción. Entre septiembre y octubre de 1913 pasa tres semanas de un sanatorio de Riva (ciudad donde sucede “El cazador Gracchus”) en la clínica termal del Dr. Von Hartunger. Ello inspiró un bello texto de W. G. Sebald en “Vértigos” (El Dr. K va a tomar baños a Riva) donde se glosan cuatro días misteriosos pasados por K. en Venecia.

Había noticias preliminares de una salud frágil, pero la llegada de la gran enfermedad y que lo llevará a la muerte, la crisis de dos hemorragias intensas, sucede en la noche del 12 al 13 de agosto de 1917, la terrible noche del domingo al lunes. Un mes más tarde decide viajar a la casa de su hermana, llega el 12 de septiembre de 1917 y salvo dos breves escapadas a Praga, permanece en Zürau hasta el 30 de abril de 1918. Ahí continúa con las notas del diario y la correspondencia, también emprende el corpus de los textos que ahora nos ocupan. Aquí y allá, por no insinuar una unanimidad, se lee que para el escritor fueron los mejores siete meses de su vida. En el capítulo XV de “K” de Roberto Calasso (libro sagrado para la secta kafkiana) el italiano cuenta su encuentro con los manuscritos originales y propone un orden de presentación en la edición que tuvo a su cargo; orden que aceptamos por el simple hecho de la Fe en el criterio de ensayista italiano. Como en las grandes obras la epifanía es compleja y el encadenamiento de problemas surge en cada momento. En el comienzo hay notas en un cuaderno, luego 103 hojas sueltas (folios de correspondencia cortados en cuatro) y numeradas. La incorporación de textos exógenos, la denominación entre aforismos, apólogos, sentencias, textos breves, iluminaciones, etc. y luego las traducciones… Max Brod (siempre Brod) los publica en Francfort en el año 1953 con un subtítulo que eriza la sensibilidad de Calasso: Consideraciones sobre el pecado, el sufrimiento, la esperanza y el camino recto. Se deben sopesar esas dificultades, hay algo en esas sentencias que se denomina “el esplendor velado” y la sospecha que estamos ante una de las mayores manifestaciones de la literatura del siglo XX.

Puede entenderse la tentación de ese juicio premonitorio para todo iniciado: era inevitable acercarse a los textos cuando se quiere ver de cerca al monstruo aún a riesgo de quemarse. Calasso sostiene que se trató de la llegada de la enfermedad liberadora, algo en el cuerpo que lo aliviana de los tres fardos de la existencia que le impedían lanzarse a la literatura: la ronda matrimonial durante cinco años de noviazgo con Felice, la rutina oficinesca recibiendo el peso alienante de una burocracia imperial, el conjunto hipnótico que ejercían la combinación de Praga y familia que conocemos.

La felicidad era la soledad, cercanía de los animales domésticos de la campaña y poca gente que no le robaba el oxígeno necesario a la respiración. Como toda felicidad nunca es completa, durante la noche descubrió la actividad frenética, la sociedad infernal y subterránea de los ratones. En ese ambiente se atreve a una peregrinación de reflexiones sobre lo sagrado y una forma de escritura –el aforismo- tendiendo a la simplificación depurada buscando las esencias. Quizá a una forma especial de la magia, como se escribe en el citado Cap. XV de “K”: “La magia ha sido difamada para empezar por aquellos que la han asimilado a una creación. Que pensaban que, como la creación, ella operaba ex nihilo. Es una ingenuidad doble. Kafka jamás escribió sobre la magia, pero él tenía una noción precisa, tan precisa que una vez llegó a definirla con una soberana serenidad: “Sin ninguna duda se puede pensar que el esplendor de la vida lo envuelve a cualquiera, y siempre en su entera plenitud, accesible pero velada, en la profundidad, invisible, muy alejada. Pero ella está ahí, sin hostilidad, sin reticencia, sin ser sorda. Si uno la convoca con la palabra justa y con el justo nombre entonces ella se manifiesta. En eso consiste la esencia de la magia, que no crea pero convoca.”

Milena y yo.

Las muchachas, hermanas, prostitutas, amigas, novias y las mujeres de Kafka tienen una historia particular y dos de ellas –Felice Bauer y Milena Jasenska- dieron lugar a una abundante e intensa correspondencia de la cual se guardan trazas estremecedoras en un sentido masculino del circuito. Esta vez decidí detenerme en Milena por varias razones, ella es hilo conductor de la cuarta versión de “Nunca conocimos Praga” que está en proceso de escritura y por ser el nudo kafkiano que tendrá uno de los finales más trágicos de la primera mitad del siglo XX. Kafka muere por enfermedad de los pulmones, Brod alcanza a concretar el sueño del sionista con el regreso a la tierra prometida, Felice irá a Estados Unidos a los cuales no pudo llegar Benjamin. Walter Benjamin se suicida en la frontera con España y Milena fallece el 17 de mayo de 1944 en el campo de Ravensbrück.

A la lectura de la correspondencia hasta creía –siguiendo los pasos de Flaubert a Louise Collet- que las cartas a las prometidas se presentan como un genero literario en sí mismo, con su propia retórica y dramaturgia, siendo una variante distante de la escritura en colaboración. Allí todo es extraño, desde la entrada en materia iniciando el diálogo a la distancia, hasta las epístolas de los adioses. Kafka era sin duda un hombre complicado con la sexualidad y la gestión del tiempo, con el movimiento cotidiano de la escritura y el trabajo, en la forma de relacionarse con la familia y la manera de manifestar lo más parecido que él se acercó a la experiencia del amor.

Hay mucho de frustrante y arbitrario en la sección de la correspondencia que hice; debería incluirlas todas en su vertiginosidad y es lo que aconsejo al lector, luego debía llegar a algún criterio de selección y queriendo ser riguroso terminé siendo sentimental e intimista. La correspondencia es la ocasión de recorrer los temas redundantes de la obra kafkiana; dije que en otros capítulos me preocupé por asuntos del oficio, así que llevado a leer varias veces las cartas a Milena, seleccioné aquellas donde los amantes quedan confrontados a ellos mismos. Creo haber llegado a cierta comprensión indirecta y de pronto, cuando Kafka exige respuestas en las horas siguientes, habla del casi asco de sus iniciaciones sexuales, cuando programa un sistema de buses, trenes, hoteles y horas para estar juntos, me pareció hallar una clave para entender ciertos textos.

La bar mitsva de Kafka ocurrió en la sinagoga de los gitanos el 13 de junio de 1896, el mismo día del nacimiento de Milena. Ellos pasaron juntos cuatro días entre el 30 de junio y el 4 de julio de 1920 y la ve por última vez el 8 de mayo de 1922. Con esas pocas casualidades produjo una de las obras más tremendas. Que Milena esté allí para extrañarla pero no aquí para tocarla; en el escritor la lectura sexual puede ser pertinente siendo insuficiente para entender. Hay a la vez rechazo y dependencia, Milena es el corazón femenino del operativo y cuando se distancian porque así debía ser, las relaciones de Kafka son de sanatorio y convalecencia. Dejó de escribirle porque no podía más, había otra muchacha en el circuito y se marchaba al coito misterioso con la muerte que había conocido unos años antes.

A Kra Pra Ga Kra.

La obra kafkiana se nutre de ingresos satelitales, cartografías de la intimidad y la tradición judía confirmada en el dédalo del Ghetto, también con abundancia la referencia a la ciudad de Praga. La lectura e interpretación, la sospecha de que siempre hay un lenguaje secreto, leyes movibles otras que las conocidas, poderes superiores que los visibles en la vida política, el sístole diástole entre lo visible y lo invisible, la punta del iceberg y la montaña de hielo sumergida.

Felisberto Hernández hablara de “lo otro” y los dramaturgos barrocos de la ilusión teatral. Yo hallé en la noción de magia un buen apoyo para intentar entender; recuerdo el plan del misterio cuando miraba a los primeros magos en directo en matinales dominguera baby del Cine Broadway, en la avenida 8 de octubre en Montevideo. Todo era sencillo, sombreros dobles, palomas prisioneras, agua de colores y pañuelos de falsa seda pero creía ¡yo creía! Lo mismo creo que hay una magia trascendente cuando se puede transfigurar el lenguaje común y corriente en expresión poética. La magia será otra manera de denominar el secreto, el misterio y lo inefable. Como se verá más adelante, en nuestro campo de trabajo Praga es ciudad mágica por excelencia; pero antes quise proponer un recorrido por la escenificación teatral espectacular, en la que siempre habita la explicación aunque sea ignorada. Luego recordar que la noción de magia es necesaria en la experiencia literaria, y traté de aprehenderla en unas prosas de Jorge Luís Borges que la detecta con brujería criolla, y no solamente en la historia del Dean de Santiago que visita a don Illán para ser iniciado en las artes toledanas.

Lilias Pedibus Destrue.

La obra de Kafka insinúa la extensión literaria del tercer reino; del encuentro fortuito del ser Kafka, la crónica de la judería en la historia Bohemia y la ciudad de Praga. En este trabajo la correspondencia proyecta la linterna mágica del escritor, y la leyenda de Praga se fue escribiendo en palimpsestos históricos, trágicos y esotéricos. Praga no sólo produce obra y relatos sino que es tomada como objeto de literatura por escritores de todos los horizontes. Praga desplaza los principios de la alquimia a la zona del lenguaje, el relato y la ficción. En esta zona me detengo en la lectura de la ciudad que aparece en dos novelas de gran tirada y en las cuales hallé elementos de admiración, un planteo de novela popular y que contienen también elementos que se salen de las leyes del mercado.

De “El club Dumas” de Arturo Pérez Reverte me atrajo el amor a los libros y la colección, la intensidad abrasadora por primeras ediciones de obras maestras y los manuscritos, la pasión por la imprenta. También ese poder de la escritura y los libros para llevar La Palabra (de acuerdo a los creyentes) y todo el corpus esotérico perseguido, dando fórmulas de utopías desmesuradas y escatológicas de la humanidad, la urgencia de una escritura demoníaca para equilibrar excesos de la sagrada escritura, la coartada para el verdadero sentido de la vida entre aquellos que tienen una simpatía dependiente por el demonio. Sería largo de resumir el cruce de las dos intrigas que coexisten entre los tres últimos ejemplares del “Libro de las nueve puertas del reino de las sombras”, reimpresión ilustrada de un libro antiguo de autor anónimo y no tanto, hecha por Aristide Torchia y un manuscrito de Alejando Dumas titulado “Le vin d’Anjou” y que es capítulo 42 de “Los tres mosqueteros”. Ello se cruza en nuestro camino cuando seguimos al héroe de la picaresca bibliófila, y porque fue en Praga que el editor quemado en campo di Fiori en Roma, en la hoguera de la inquisición, vivió su educación a las ciencias ocultas y entregó alma y cuerpo a una tarea de revelación reivindicativa.

En la novela de Umberto Eco “El cementerio de Praga” asistimos a otro cruce removedor entre historia, ocultismo, poder y literatura. A veces criticada, la novela de Eco es un viaje fascinante para conocer el origen de la tragedia moderna, saber cómo se pudo crear por cruzamientos ingobernables la noción y el pasaje al acto del antisemitismo, que comienza como intriga policial y culmina en el genocidio de la razón occidental, el mismo que llevó a la muerte a Milena. La articulación es compleja y fascinante; en el comienzo la invención de la escena del complot masónico –introducción a la novela “José Bálsamo” de Alejandro Dumas- con la finalidad de vencer a la Iglesia, derrocar la corona de Francia y que luego se trasladará a la Rusia del siglo XIX y los judíos, siendo ellos quienes llevan adelante el nuevo plan para la dominación del mundo en la nueva versión complotista.

Distinguimos los ingredientes favoritos de la intriga que se suman: un falsificador que se desdobla en personaje travestido, odio de origen sexual freudiano en la adolescencia contra lo femenino judío, lectura del otro en tanto entidad hostil, necesidad del enemigo interior para consolidar el poder, violencia del movimiento anarquista e infiltración, servicios secretos contra ideas socialistas y aspiraciones imperiales, buena dosis de iluminados y espiritistas siempre rondando la tentación sexual, la creación de un falso manuscrito para la palabra de la verosimilitud del Internet de la época. El nuevo conflicto mundial halla en Praga el teatro creíble para montar la farsa que culmina en tragedia. En “El nombre de la rosa” el enemigo era el libro griego que hacia la apología de la risa, en “El cementerio de Praga” se trata del manuscrito de una falsificación que nos lleva a lo que estamos y siempre los puentes de Praga…

Las manzanas de la familia Samsa.

El libro de Angelo María Ripellino “Praga mágica” tiene algo de Aleph vertiginoso para quienes nos interesamos a la vez en Kafka y la literatura, Praga y su alquimia novelesca. Llegué un tanto tarde a su lectura –se publicó en 1973 en Italia- porque las condiciones de recepción no eran para mí por entonces de las mejores. Es la pasión de una vida, allí se encuentran pistas conocidas y tiene una apertura hacia el infinito, lecturas para las cuales una sola vida en insuficiente.

Los ensayistas italianos tienen ese poder de hacer amar la literatura y algunos de sus misterios, el libro de Ripellino se integra a la saga de Patricia Runfola, Italo Calvino, Claudio Magris y Roberto Calasso. Más adelante entraremos en materia, pero en relación a Praga asistimos al caos de la fragmentación que halla el sentido en el movimiento: la historia en el imperio y la destrucción del ghetto, los laberintos urbanos llevando hasta la disolución en los cementerios y la tradición de los cafés y otros antros sexuados, la ciencia cuando de cruza o depende del esoterismo, la vida de Corte y la corte de los tullidos, episodios históricos traumáticos y la vida siendo sueño, vagabundos y comediantes, abogados especialistas en seguro laboral, traductoras de alemán, culpables sin proceso, ingenieros sin castillo, comediantes judíos y viajeros de comercio que al despertar una mañana de un sueño agitado, se ven convertidos en un monstruoso escarabajo.

Gracchus, el cazador.

La historia de Gracchus es la historia de un cazador, acaso del siglo IV que tiene un accidente de caza casi mortal en la montaña, y que por razones que son parte del misterio –otra variante del mito del judío errante y que Guillermo Apollinaire se cruzó en Praga- ve postergada su llegada a la muerte y vagabundea en su barca sin alcanzar la paz. Relato que tiene características de las parábolas donde se confunden destinos individuales con misterios de lo sagrado. Kafka habla –mejor dicho escribe- sobre esa leyenda en cercanía con Max Brod en su entrada del diario del 21 de octubre de 1913. Al parecer hay una primera versión entre enero y abril de 1917. Una segunda referencia al personaje se halla desarrollada, en la entrada del Diario del 6 de abril de 1917. Kafka muere en 1924 y “El cazador Gracchus” es publicado por primera vea en el año 1931.

Edición de fragmentos al cuidado de Max Brod, el cuento es casi una parábola de la obra de Kafka: formaba parte del conjunto de la quema y de la promesa no cumplida. Faltó el vale para editar del autor y entre el manuscrito y lo publicado hay etapas textuales intermedias, luego los comentaristas hallan la perplejidad, todos los posibles “entre”. Entre promesa y renuncia, entre vida y muerte, sin saber la culpa que paga Gracchus en esa eternidad ni abrir una esperanza de redención, entre borrador kafkiano y retoques brodianos, entre lengua original y diferentes puertos traducidos de otras lenguas de amarre. En el cuento Gracchus llega a Riva, donde Kafka pasó unas semanas en curas termales. Gracchus llega a Montevideo porque es imposible alcanzar la muerte sin hacer escala en La Coqueta, hasta encontrar a Osiris o emprender el camino del Bardo. Gracches es cazador y personaje, un accidente, error de paralaje, leyenda de la montaña y cuento de Kafka, traducción y barco de lenguaje que sigue buscando el muelle huidizo de la muerte. Escribió Colasso: “Gracchus tiene una historia para contar que nadie escuchará hasta el final, o que nadie podrá entender. Gracchus está hecho de tiempo.”

El mito de Gracchus y su metamorfosis en cuento de Kafka pone proa a las corrientes de los significados. Sigue el instinto del cazador de la montaña con una función social y acepta las trampas de la Naturaleza; propone una ilusión de la muerte aceptada por quien la da y un viaje interrumpido hacia el otro reino por una razón que permanece misteriosa. Es el comienzo de la navegación infinita hasta una hipótesis de eternidad que sólo Dios puede epilogar, el cazador de la Selva Negra se vuelve navegante sin puerto final de reposo. El relato se hace Odisea y expedición de los Argonautas, evocación de Beowulf, Ismael y Maldoror. La travesía se transfigura en el navío sinécdoque, que emula a Argo con sus poderes y la Mary Celeste, el Holandés Errante y el Admiral Graf Spee, acorazado de bolsillo nazi que se suicida en la bahía de Montevideo.

Si aceptamos la ficción de que la historia de Gracchus es asimismo el navío, puede creerse que lleva en sus camarotes la tripulación heterodoxa del mito kafkiano: fragmentos de los Diarios, algunos relatos esbozados, los aforismos escritos viviendo con la hermana, las cartas terribles a las novias, los fantasmas judíos de Max Brod y Walter Benjamin, las huellas dactilares de novelistas de otras tradiciones que fueron seducidos por la magia de Praga. El Cazador Gracchus es un libro del Arte de Marear por la literatura.

Comunicado de prensa.

Kafka muere y Milena escribe, una historia entre ellos se cierra y comienza la segunda parte del drama donde todavía estamos viviendo.

Santa Cecilia del Trastévere.

Los textos atribuidos a Kafka en este libro no son traslaciones de versiones ya conocidas en castellano, tampoco se trata de nuevas traducciones y son sin embargo de mi responsabilidad. Quizá para proponer una nueva traducción –si ello fuera necesario- debí aprender un alemán superior en otra vida que ya no tendré; como debía hallar una puerta de salida para llevar a buen puerto el proyecto, debí dictarme algunos protocolos textuales y responder a la pregunta: ¿a quién leo cuando creo leer a Kafka? Luego de elegir los textos retenidos que volvían una y otra vez, pasé a confrontarlos en las diversas versiones que tenía a mi alcance en lenguas latinas que puedo leer con beneficio. Tomando notas, apuntes, borroneando aquí y allá me apliqué a proponer un texto manuscrito básico en cada instancia y que definí por el enunciado: esta es la aproximación inicial al castillo de la prosa de Kafka. Miraba a lo lejos torres en movimiento y el andar de centinelas armados en la niebla del amanecer, escuchaba el ruido de los animales subterráneos y la respiración de los tuberculosos.

Con esa partitura en borrador comencé a manejarme como lo haría un pianista que prepara un concierto para el próximo otoño. Casi todos los días repetía memorizando el programa y los bis hasta que una mañana quedé conforme con el resultado. La grabación resultante es pues la transcripción al uruguayo de lo que yo creo que podría ser acaso la escritura de Kafka, y hasta ahí podía llegar. El procedimiento tiene algo cíclico relacionado al eterno retorno y de volver a las lecturas juveniles, saber que no estamos al final de la literatura sino ante la salida inminente de la barca del cazador Gracchus, que abandona para siempre el puerto de Montevideo. Valery Larbaud aconseja a los interesados por estos asuntos que, en un próximo viaje a Roma vayan a la iglesia de San Jerónimo –patrón de los traductores- en peregrinación de reconocimiento; cuando regrese a Roma iré a la Basílica Santa Cecilia del Trastévere.

El arte de comparar (bello como las rodillas de Isidoro Ducasse)

Junio 2022 

I) A manera de prólogo. / II) Señores, hagan juego.

Durante algunos meses dudé si este trabajo sería pertinente a La Coquette y quizá lo mejor hubiera sido incorporarlo tal cual estaba editado en la categoría de ensayos. Presenta una seria de rasgos que me llevaron a otra solución; por tanto, ahora ingresa en el Astillero, la sección destinada a proyectos en proceso. Lo hago con la conciencia de la misma operación que puede tener tres nombres: un trabajo de restauración como se hace sobre los objetos de otro siglo, una tarea de remasterización para limpiar escorias y recobrar la música original, un ajuste de reescritura -manteniendo la armazón original- retocando los descuidos de debutante.

La historia ocurrió allá por el año 1985 del siglo pasado y casi cuarenta años atrás, cuando la Alianza Francesa del Uruguay llamó a un concurso de ensayo bajo la denominación de Premio Jules Supervielle. Sin obra de ficción publicada salvo algunos episodios muy esporádicos, había organizado mi vida laboral en la publicidad lejos de las aulas; aun así, retuve el eco del llamado y subrayé las bases. Tampoco fue un entusiasmo expeditivo, estaba como los boxeadores retirados, después de tanto tiempo sin dar clases quería mesurar la extensión de la herrumbre reflexiva literaria, probar si todavía tenía la mano apta para escribir más de cinco páginas; creo recordar que fue una tarea de varios meses. Los primeros dos capítulos subidos este mes al sitio ordenan el marco conceptual y cronológico del ensayo resultante; el segundo, con apelación de ruleta, quiso ser un acercamiento de aficionado a ciertas reflexiones de Pascal próximas al taller del escritor. Las condiciones de producción fueron complicadas, el marco institucional era motivante y raro considerando que fueron los primeros movimientos sociales para ir saliendo del paréntesis militar. Había también mi respeto intelectual por la integración del jurado: Jorge Arbeleche, José Pedro Díaz, Roger Mirza, Ricardo Pallares y Candice Soci, que era el director de la alianza Francesa. Curiosamente, el premio era la edición y un viaje a Paris, las posibilidades de contactar allá con el mundo universitario. El viaje lo emprendí meses después, el libro se editó en 1986 en el sello Mario Zanocchi y es pieza rara agotada, más bien inexistente. El volumen incluía el valioso ensayo del otro premio: “El vampirismo en las disociaciones del yo de Maldoror”, de las profesoras María Élida Rodés de Clérico y Beatris Colaroff de Fabini.

Allí propuse una suerte de diálogo entre el pensamiento de Pascal y las comparaciones relativas a lo bello de Isidore Ducasse en sus famosos Cantos. Más que una tesis con intenciones de arbitraje, era un cruce informal entre dos concepciones del lenguaje, naturalezas y temples alejados en principio que se enfrentaban a los absolutos. Había llegado a Pascal por la literatura; si Borges lo citaba era referencia a tener en cuenta, y en la Biblioteca Nacional había bibliografía vintage con autores quizá ahora olvidados como Guardini, Asín Palacios, Whitehead, François Mauriac. Destacaría en prioridad afectiva la influencia de Ernesto Sábato en la adolescencia, sobre todo la curiosidad satisfecha, el interés contagioso que despertaron títulos como “Uno y el universo”, “Hombres y engranajes” y “Heterodoxia”. La marca distintiva del autor de “Sobre héroes y tumbas”. era la interacción de una epistemología científica con la literatura, fronteras que sigo frecuentando a pesar del vallado creciente que imponen las ciencias duras a la poética.

De Pascal buscada ese encuentro fortuito entre ruleta, máquina de calcular y Dios, que se cierta manera fue precursor de los objetos heteróclitos de Ducasse, del urinario de Duchamp. Una cita de “Las palabras y las cosas” de Michel Foucault espejando las Meninas de Velázquez y un cuento de Borges fueron la palanca. Luego estaba Isidore Ducasse, del cual hablaré con más detenimiento en próximas entregas; igual puedo adelantar dos principios. Observé que a lo largo de los Cantos había varias definiciones de lo bello; me dije que era más sistema premeditado que coincidencia, procedí a organizar un campo delimitado que se volvió corpus incitador de interrogantes especulativas. Lo segundo era una evidencia arbitraria para uso particular considerando lo que vendría. La literatura Oriental comienza con la gauchesca, la literatura uruguaya se inicia también en otra lengua con el caso Isidore Ducasse, con un autor que murió joven como los héroes homéricos, con un libro alternando entre escritura infernal y poética sagrada. La modernidad occidental de la escuela alquímica francesa, tenía una referencia sin retrato en el bajo de Montevideo; que uno de los hijos del limo haya chapaleado en la Guerra Grande, era razón suficiente para armar un proyecto de reflexión y ficción. Heterodoxia y diferencia, centro y marginalidad: llamadme Isidore, llamadme Conde de Lautréamont, llamadme Maldoror.

Julio 2022

III) Las torres de Babel.

En la versión original del siglo pasado, este capítulo se titulaba “Cuando hablamos lenguajes diferentes”; por entonces yo partía de una constancia relativa al valor de Ducasse, quería entender el origen de su insularidad, ponerme al tanto desde el interior de la escritura y comprender la cacofonía del mundo a la cual se confrontó, incluso desde su más tierna infancia: la lengua de la casa materna cotejada a la gritería de la patria en armas. En los años trascurridos evité cambiar el texto salvo correcciones evidentes a una redacción aproximativa; lo que mutó es entender lo buscado en la obra del montevideano, aquello en diagonal que diera pistar para acceder a lo otro que también buscaba Felisberto Hernández.

Primero fue la mitología del personaje, los huecos de documentación, el silencio de mausoleo social ante la publicación, el misterio iconográfico, su muerte tan callando, el rescate de los surrealistas belgas y luego una indagación en la escritura; asumí la incidencia de su estrategia suicida afectando el conjunto de la literatura en tanto creación, sobre el discurso crítico sacudiendo paradigmas. Comprendía el sitial de su osadía en la poesía de la modernidad y había pendiente una aporía contagiosa: asumir que ello sucedió en el dominio de la lengua francesa (conocemos el famoso tríptico LSD que parece drogar nuestro sentido de pertenencia) y por alguien nacido en Montevideo, donde se redacatba el ensayo. La segunda parte del enunciado estaba adquirida, así que debía hacer un camino improvisado para tantear la primera y comencé por el estudio de una metáfora en LcdM. Con la gramática francesa los primeros contactos en secundaria fueron adversos; por suerte, había por ahí en los primeros amoríos las canciones de Charles Aznavour, la escena fundadora de “Un hombre y una mujer” -Deauville, Anouk Aimée, Jean-Louis Trintignant, la inolvidable banda audio- y los cursos de José Pedro Diaz. Lejos estaba de acceder a la historia integral de la literatura francesa, pero el siglo XIX lo tenía a mano. Benjamin escribió que fue el siglo que tuvo a París como su capital; pertenecía a mi horizonte de identidad social, familiar y entrañaba el auge de la narrativa. Era centuria de la invención del Uruguay, donde nacieron los cuatro abuelos que conocí y de Eugène de Rastignac, Julien Sorel, Emma Bovary, Joseph Balsamo y Adrian Leverkühn. Cuando leía sus aventuras traducidas, nunca supuse que daría clases en la universidad Stendhal o traduciría de mayor a Guillermo Apollinaire. El XIX era sobre todo Ducasse, de ahí la curiosidad por el lenguaje del siglo; al comienzo del capítulo enumero varios títulos de la escritura francesa, pude haber sumado “Las memorias de ultratumba” de René de Chateaubriand. La revelación fue la clave del lenguaje dando acceso a la lingüística y otros asuntos: uno y el universo, tesis para transformar el mundo, pensamientos, el descenso a las pesadillas, expresiones del deseo, correspondencias de amor, de locura y de muerte. Ducasse estaba en ese entramado a lo que sumaba la poesía y Los cantos de Maldoror de refractaria caracterización. Con los años entendí que acercarse a Ducasse era una maniobra para abrir un túnel a la creación, que tan grande era el extravío y el lenguaje la llave maestra, dando acceso a otros imaginarios que están sin colonizar como los mares de Solaris.

Ello me asignaba a operar hacia los márgenes del sistema y sentía el atractivo de sujetarse al comentario redundante del mundo, obviando la duda movediza: ¿la escritura dando cuenta notarial de la realidad o instrumento para explorar los posibles? Quizá de ahí la reticencia ante la tarea periodística; vivía desde las primeras lecturas un laberinto de dioses griegos, espectros dinamarqueses, complot en Inglaterra, gigantes que no son tales: la ficción forma parte de la realidad, el escritor debe leer hasta los papeles tirados por la calle y ser el último en pasar por el mercado. En esa peregrinación de bifurcación acelerada, debí hacer un duelo y activar una recuperación. El duelo fue capitular ante el desarrollo de las ciencias duras, nociones como reacción en cadena, geometrías no euclidianas, principio de incertidumbre de Heisenberg, el muro de Planck, bosón de Higgs para explicar el universo… era como si sólo pudiera participar en la ilusión estética policromática del conjunto de fractales de Mandelbrot, sin entender las ecuaciones demostrativas de los modelos matemáticos. El rescate fue alternar lo visible y lo invisible, entendiendo por visible los avances de la lingüística, dialéctica hegeliana, materialismo histórico marxista induciendo un mecanismo lógico en el caos de las sociedades. Lo invisible era las potencias ocultas manifestadas en la locura, tradición esotérica, espectáculo del momento mágico y tahúres que continúan hablando con los muertos. Ducasse fue como esas estrellas del rock que muere jóvenes, pagó un precio excesivo y dejó pistas indicando que la potencia de las ficciones está lejos o cerca. Sobre una mesa de disección, el otro lado del espejo, en los cráteres donde otras civilizaciones venidas de las estrellas, enterraron monolitos negros que intrigaron a nuestros ancestros los primates. De ahí el cambio del título al capítulo, intentar una traducción simultánea social totalizante del ruido del mundo, sería una broma mefistofélica; el afán a comenzar de cero sus propias torres de Babel, en cambio, es algo luminoso que acaso se advierte al final del camino.

Octubre 2022

IV) El precio de un libro.

El trabajo llega al momento de la orfandad sin padres adoptivos, cuando los soportes exógenes deben dejarse de lado; hay en los capítulos preparatorios un paulatino acomodo sobre las conexiones, inyectada información biográfica lacónica hasta con polémica de retrato, los entornos históricos respectivos del río de la Plata y de Francia son vampirizados, los años de formación en el sur y los últimos meses en París teje como araña esta extraordinaria aventura, incluyendo peripecias editoriales desdeñosas que infectan la leyenda urbana del libro. También asoman el trabajo de referencias e intertextualidad, si se quiere la estructuración de la obra y el avance folletinesco de las escenas -nada sencillo de organizar, por otra parte- con varias lecturas y el auxilio de la abundante bibliografía para poder avanzar a tientas armando el ensayo. En ese ir y venir llega el momento a veces postergado, cuando el todo del texto se derrama e interroga tras una definición sucinta: ¿qué es la masa indefinida captado por el radar del submarino, el amorfo objeto celeste avanzando hacia la Tierra que observan los potentes telescopios, la figura embozada amenazante que viene a nuestro encuentro en la madrugada portuaria desde la otra cabeza del puente?

Creo que tampoco llegué a entenderlo en su desmesura, por ello lo continuaré trabajando algunos años más y desde ahora en el encierro voluntario del texto, dejando de lado el juego de cotejos, comparaciones y fuentes; quizá para entender mejor, en una primera aproximación juvenil, me resguardé hace décadas en las comparaciones, que me llamaron la atención como una argucia que por su redundancia debería significar algo dentro del sistema, necesitando puntos de  apoyo para tentar rearmar el proyecto. La presencia de Pascual se me impuso, puede que forzada como cursor racional procurando razonar el desquicio Maldoror; ayudó en la ronda al texto mutante durante los primeros capítulos, si bien en dicha protección mi muro de Planck son los saberes inexistentes de la matemática superior. Lo mismo se puede recurrir al autor de los “Pensamientos” desde la cuádruple tradición más accesible: la reflexión filosófica en una historia de manual, el avance sucedáneo de la ciencia occidental partiendo del renacimiento, la lengua francesa en máquina privilegiada del discurso para explicar la Creación, el mandado de confrontarse en la parroquia cristiana a la problemática de Dios. Ante tanta actividad cerebral, el argumento llamativo de la apuesta que avanza Pascal lo humaniza, si hasta parece un precursor de Ducasse en eso del envite a las experiencias límite. En la mesa de la ruleta donde Pascal tira las últimas fichas de la Fe, en un orden superior jugando al color de la apuesta y ante la apatía de sus contemporáneos, es donde el fullero Isidore Ducasse sale de la ruleta matemática y comienza a observar la realidad del Casino pasados las dos de la madrugada. Cambia la mesa de juego por una ensangrentada de disección, la ruleta circular del 0 al 36 por un paraguas y la tabla de los números del azar por una máquina de coser. En esa transfiguración de los objetos se verifica la ruptura radical redimiendo la parábola del ángel caído, la vuelta del extranjero desde los países en guerra, la hora del vampiro, el mandato de los crímenes que ofenden el plan original, el olor a felonía que todo lo gana desde la adolescencia de la humanidad. Ducasse es el cometa oscuro amenazante desprendido de la constelación de la Cruz del Sur; la literatura francesa desconoce de donde proviene ese muchacho tenebroso, lo desprecia por ignorancia, desdeña su misión suicida de dinamitar los puentes de París, descubrir la ciudad siniestra cuando se apagan los faroles enciclopédicos de las luces, elogia la sífilis y la menstruación de hipócritas espíritus románticos, hace del Emilio educándose en la naturaleza pedófilo en potencia, milita repatriar los vampiros de los Cárpatos, rompe los bollones de vidrio de los museos de Historia Natural donde se preservan embriones deformes, incentiva al científico paranoico que intente transfiguraciones con bisturíes descontrolados. El resultado es un libro maldito que sigue fascinante, escrito de un tirón por un muerto viviente durante el trip salvaje de una droga sudamericana de nombre rioplatense. A la anarquía que busca atentar contra el poder, el montevideano prefiere gozando de los detalles los crímenes gratuitos; la soledad nocturna. Morir como un perro tirado en la fosa común es el precio a pagar, el único pacto que firma es para mendigar tiempo suficiente para ponerle punto final a su proyecto, para que las generaciones futuras recuerden que el monstruo fue parido en las murallas asediadas de La Coquette.

Febrero 2923

V) La estética del Infierno.

Fue arduo pasar por el capítulo anterior donde debía darse la lectura de la obra en general, sus señas de identidad y más confrontado a un texto en movimiento: la máquina de coser funciona a toda velocidad, el paraguas canta baila bajo la lluvia y están operando un tiburón sobre la mesa de disección… hasta podría decirse que pasamos la zona de turbulencia, el ojo del huracán y hacia el final retomados los hilos electrificados de la trama, unos pocos destellos dorados recordando lo acotado del proyecto sobre las comparaciones, y dentro de ese corpus de aquellas que insisten en lo bello. Así procedimos a la detección, el listado siguiendo la aparición ordenada en el texto y luego una segmentación grupal, mediante ese procedimiento el crítico hasta puede dar al lector la impresión de que recupera el dominio de los materiales. Elegir el tema fue una medida de protección; con otros tiempos disponibles, se podrían seguir las trazas de miembros corporales trozados por cuchillos de obsidiana como en una morgue azteca, el catálogo de una sexualidad excomulgada por el papado, el zoológico maldito de animales quiméricos que incluye a los fantásticos, una poética no euclidiana de los espacios aberrantes. El libro es magma manuscrito que arrastra, las musas parecían estar inyectados de heroína, la redacción desprecia el punto y aparte, se dinamitan represas endebles el papel entre oralidad y escrituras, el desfile ininterrumpido de personajes magnetiza el colectivo de lectores para arrastrarlo en una parada carnavalesca esperpéntica.

Elegir lo bello para este ensayo que concursaba, haber detectado dicha noción estética como preocupación técnico retórica de Isidore Ducasse, tiene algo de broma macabra; utilizando la comparación clásica como el epíteto o la metáfora, el conde de Lautréamont salta al vacío de un principio filosófico estético respetuoso a un gabinete de curiosas excentricidades, al catálogo radioactivo de una imaginación obsesiva. El joven escritor se confronta a lo bello con la misma brutalidad cruel que a Dios, la condición humana despreciable o la literatura contemporánea; a su capricho quiere ser visionario desarreglando los sentidos, de ahí su empresa prometeica de inventar géneros por generación espontánea. Sabe que las puertas del paraíso están más allá de los cantos infernales, en esa mutación la ambición es desmesurada y sólo admite transitar -como lo hizo- por el camino de lo inexistente. Lo hace en cada estación de su peregrinaje; si bien alguna pudo haberse escapado de nuestra pesquisa, pudimos retener dieciséis comparaciones dispuesta de manera curiosa. Leímos una solitaria en el Canto I y las restantes se distribuyen en los dos últimos cantos; lo bello se fija, diferencia, convirtiéndose en centro celada del espacio, sustentando la persistencia posterior a la muerte. Con lo bello -y lo mismo sucede con otras nociones- sabemos que LcdM explora otro territorio retórico poético como el infierno dantesco, donde pierden vigencia las leyes que rigen la vida terrestre para entre en otra legalidad, como sólo conocerán los viajeros que se atrevan. Es una fortaleza cerrada como partida de ajedrez en un tablero aberrante, partitura en el pentagrama sin horizontalidad parecida al Lamento del Doktor Faustus de Adrián Leverkün, un juego conectado por electrodos suicida o sistema informático autosuficiente. El pacto de lectura es diabólico, sólo se negocia en su interior resultando un texto de experiencia espiritual para almas extraviadas sin redención, más que un argumento literario para explicar en clase.

***

Mi primer felisberto (solfeo fantástico para debutantes)

Los últimos meses fui recuperando lejanas reflexiones sobre Felisberto Hernández que fueron quedando en las carpetas. La mayor parte respondían a proyectos trancados por el camino, ediciones frustradas, desencuentros con la vida laboral itinerante y cierta superstición crítica sobre el retorno benéfico de los estudios sobre el compatriota. En noviembre del año pasado, en la sección Episodios Universitarios de La Coquette, salió al aire libre un primer globo sonda titulado “Felisberto y sus plantas parlantes.” Aprovechando ese envión, comenzamos ahora en El Astillero un proyecto de media distancia que es más que un ensayo y menos que un libro de intención académica; hablaría de manual en el sentido escolar del término. El origen del material actualizado, es la edición malograda en “Archives” bajo la dirección de José Pedro Díaz, cuyos detalles pueden hallarse en las notas de noviembre.

La tentación era creciente de hacer un libro denso y teórico pero pasó; me conformé recordando mi primer encuentro con la narrativa de Felisberto y quise redactar alguna páginas pensando en aquel muchacho con menos de veinte abriles, retomando el espíritu de: introducción a la obra de… / fulano por él mismo / que sais-je? / iniciación a la literatura de… / las ideas básicas de… / etc. etc. En los años sesenta del siglo pasado, sin soportes tecnológicos actuales, esos libros los comprábamos los bachilleres en Los Apuntes y La Casa del Estudiante en la calle Eduardo Acevedo, en Barreiro y Ramos de la Avenida 8 de Octubre y Larravide, panoramas esenciales en la educación literaria. Le daban método a lo intuido, agregaban discurso al descubrimiento subrayado, indicaban el circuito de las conexiones con otros territorios literarios, apuntaban las bibliografías ignoradas, instalaban la tarea diaria en su incrementar la vocación docente. Eran bien útiles durante los primeros años; de esos manuales modestos y densos en información pertinente asomaban los primeros cursos en la práctica docente, hasta que uno comenzaba a volar con sus propias alas.

Las obras y autores llegan desde territorios inopinados: la Fe en la resurrección y la sexualidad extendida, la medicina de provincia o libros de contabilidad, el alcohol que enciende el delirio o las bibliotecas públicas, otros derivan hacia la locura selvática y Felisberto venía de la música. Por eso la referencia a esos inicios púberes de gamas y corcheas, en recuerdo de conservatorios llevados por viudas de escribanos en barriadas populares, de libros de música con ornamentos rococó y alfabetos románticos, con algo de pertenencia fusional en la propuesta: “Piezas fáciles de W. A. Mozart”, “Tangos de la guardia vieja para chambones”, “Mis primeras mazurcas y partitas” y “Los clásicos eternos para cuatro manos”. Esas partituras, aunque fueran de segunda mano, siempre estaban firmados por una joven pianista de pelo recogido y que -antes incluso de su primera regla- ya se atrevía a interpretar “para Elisa” de memoria.

No fue poca cosa topar la obra de Felisberto en el programa del examen de ingreso al Instituto de Profesores Artigas; con José Pedro Diaz que formaba parte del jurado, trabajaría luego en la obra de Hernández lo que fue buena cosa. Durante esos meses, entendí que el barrio donde vivía desde mi nacimiento, también escondía los posibles de la literatura; que a medida que se aumentaba la información tradicional crecía el placer de la lectura. Quizá con el tiempo perdí algo de mano en la propuesta pedagógica, pero los nuevos profesores de literatura seguro se encargarán de corregir esas fallas debidas a la edad; lo demás es sencillo, una mañana uno se despierta con el mandato de preparar el ingreso al IPA, alguien hace circular el programa mimeografiado, uno escribe en la ficha cuadriculada “mi primer Felisberto” y luego la vida pasa.

I) Fronteras invisibles

Las circunstancias del pasaje evocado fueron esenciales al determinar la intensidad de la lectura del descubrimiento. El placer solitario se volvía hecho social en estado de alerta y había conciencia sobre la tribu a la que se quería pertenecer; y eso que el pasado -en aquellos meses- estaba tan lejos como 2001 una Odisea del Espacio. Por fortuna, esa narrativa tan contigua a mi circunstancia requería para su comentario bases teóricas. Había que organizar una definición consensual y propia de la literatura en sus promesas sociales posteriores (puestos de trabajo, horas en diversos liceos, compromiso con los tiempos de transporte, la entropía de la sala de profesores, implicancia con la cogitado en simultaneidad), lo personal (vivir entre libros, conocer editoriales, enamorarse de muchachas del IPA) y calibrar la relación con ese corpus infinito de ficción que tenía varias constelaciones donde perderse hasta perder el raciocinio. Eso se vería sobre la marcha; para el examen lo urgente era aceptar lo preexistente de lo fantástico. En ello el programa del examen era estupendo, en la medida que confrontaba / conciliaba o hacía entrar en relación dos condicionantes que siempre me acompañaron. Más allá de las anécdotas usuales, era raro de que yo estuviera en el liceo cuando el “autor” estudiado falleció, el desafío inesperado estaba en esa vibración cercana de la literatura fantástica. La necesidad de conocer lo hecho por los otros en el terreno de la reflexión teórica, con nociones luminosas y discutibles -claro- pero necesarias para distinguir el trigo de la paja, intuir cuál es el momento de decir “non ragioniam di lor, ma guarda e pasa”.

Lo segundo, era el trabajo casi introspectivo de aceptar lo fantástico en lo que me rodeaba, sin que me percatara en perspectiva porque formaba parte de la vida barrial. El diálogo con los muertos, las brujerías de rituales nocturnos, viejitas oliendo a incienso que curan daños por envidia, gritos desgarradores de locos irrecuperables en altillos de la manzana, rumores maléficos sobre algunos vecinos, la casa encantada que no halla inquilino, gatos sacrificados a divinidades tenebrosas y estatuas policromadas de San Jorge matando al Dragón. Era una doble expedición a la búsqueda simultánea del orden teórico dilucidando a tientas un desorden cotidiano; hasta entender que sólo la literatura puede hacer inteligible ese vértigo sinfín de la condición humana. Las fronteras se diluyen mientras los pasajes permanecen entreabiertos, después están los círculos y ceremonias que nos llaman, lugares prohibidos ante los cuales forzamos los cerrojos porque no podemos hacerlo de otra manera. Es así como entramos furtivamente en los cuentos, en las primeras ediciones, en las novelas sobre los tiempos de Clemente Colling.

II) La estirpe del caballo

Lo fantástico en sí es insuficiente, abundan en nuestro entorno relatos sobre los que pasamos indiferentes sin que tanto ingenio deje traza en la memoria, ya sea por implicancia, sorpresa, recuerdo o la propuesta de una belleza incómoda. La ecuación es sencilla, después de medio siglo recuerdo lo inquietante: “Yo remaba colocado detrás del cuerpo inmenso de la señora Margarita” y sería incapaz de repetir uno de los infinitos planes de Killer Kane para apropiarse del sistema solar y adyacencias. Estoy convencido que el efecto proviene de hallar la articulación adecuada entre lo imaginario posible y el condicionante real, lo que crea un tercer diaporama. Felisberto funciona en la maquina literatura, porque halló su propio tríptico para el célebre encuentro fortuito: música, memoria e imaginación. En “El caballo perdido” lo seductor es la bifurcación coincidencia entre lo narrado evocando -mecanismo de la memoria- y la teorización narrativa de esos mecanismos de la memoria. Todo un concepto innovador en su candor aparente que permite -en la búsqueda- ir abriendo puertas prohibidas sin ser descubierto; el lado obsceno del recuerdo infantil, el relato del sueño despejado de interpretaciones, desplazar una posible terapia mediante la escritura, cierto regodeo untuoso en el placer de perversiones transferidas, un espía pornográfico con la misión de acceder a la falla insondable de los raros que se confían.

Felisberto presiente que el cuento circular es el que logra sintetizar las dos primeros cuentos aparentes (lo factual y la manera de recordarlo); en la novela considerada se narra asimismo el descubrimiento, cultivo y descarga catártica de dicho procedimiento. La memoria es reconstrucción de la infancia y conciencia del despojamiento, identificación de escorias adheridas después de treinta años de reposo en tierras del olvido. El tiempo de rememoración del adulto es alienación, un traslado virtual e irreal a la infancia; es ver en el cine mudo a Jackie Coogan con gorra y ser Jackie Coogan tirando la piedra contra las ventanas, y ser el tío Fétide de la familia Addams cuando tiene nuestra edad. Haber sido niño tiene algo larvario de tráfico fantástico, y para el adulto quizá la muerte física sea lo único que se le puede equiparar como experiencia de lo inenarrable. Recordar la niñez es fantástico introspectivo pues suponía escribir de un planeta que está muerto; es descifrar al comienzo del pentagrama claves que nos formaron, relatos velados de las pesadillas, imágenes amenazantes recurrentes, primeros sacudones de la emoción estética y la sensualidad. Recuperar el primer encuentro con la música, asumiendo esa situación de intérprete que es casi una declaración de principios; la partitura es la misma pero el intérprete diferente, hallar la buena música es un dictado y sobre el teclado, como para resolver un buen cuento, todo depende de lo que hagamos con las manos, si es que los dedos se resuelven a ser obedientes.

III) La melodía judía

El mes pasado, avancé las razones que aclaran mi temprana incorporación orbital a la obra de Felisberto Hernández en tanto lector empecinado. Una serie de coincidencias que centré en especial, indicando su presencia original en el examen de ingreso al instituto de profesores Artigas; y en anexo los papeles en copia carbónico de una frustrada edición de la obra narrativa del uruguayo en la colección Archives. En marzo, quiero sumar otros aspectos que creo de interés y comenzaría por el aura ambiental. Sin conocerlo personalmente, digo que convivimos en la misma ciudad hasta mis casi trece años; yo conocía la zapatería Grimoldi, la cervecería El Sibarita, la tienda London-París y el cine Trocadero y él caminaba esas mismas veredas. Esa coincidencia es una ventaja de lectura, un cuadro sociológico de respiración que los nuevos aspirantes a docentes deben apropiarse el espejo retrovisor. De la misma manera que debemos leer el libro de Gustav Janouch sobre Kafka porque él estaba ahí en Praga y tenía menos de veinte años.

Eran épocas cuando el Uruguay presentaba una apariencia estable durante décadas -una familia podía vivir ochenta años en la misma casa-, siendo hacía 1960 que comienzan los movimientos tectónicos de importancia. Si ahora fuera profesor de más jóvenes, debería evitar ese error involuntario consistente en hablar de nuestra Montevideo como algo compartido; nosotros y la ciudad somos bien diferentes, otros son los partes militares del Forte di Makalle, muy pocos recuerdan al actor Julio César Armi y el pianista Jaurés Lamarque Pons falleció hace cuarenta años. La ciudad narrada por FH en sesenta años cambió lo suficiente como para obligar a una estrategia de información reciclada, que podría entenderse (mediante la pregunta sobra ausencias imitando la batalla naval: Bazar del Japón… hundido) con el listado de salas de cine, grandes tiendas sobre la Avenida 18 de Julio, los cafés del ubi sunt o ese realismo mágico de dejar la puerta de calle cerrada apenas con el pestillo. En pocos años un espíritu provincial, un movimiento intelectual crítico distante de la guerra y el contrato social en crisis se fueron alterando. En apenas tres años vimos el triunfo del partido Nacional en las elecciones, las inundaciones del país en la zona del litoral, la revolución cubana de los barbudos, el naufragio simbólico del vapor de la Carrera en el río de la Plata y el asesinato en Dallas de JF Kennedy; en cronologías más modestas, los Beatles cierran su configuración mítica, ingreso en el liceo piloto N° 14, de 8 de Octubre y Propios y en enero de 1964 fallece FH. Con esta información aleatoria, mi astrólogo personal Horacio Campodónico haría un relato estupendo de las constelaciones literarias, un memoriam siempre activa de nuestro admirado Conde de Saint- Germain.

La lectura juvenil de Felisberto podía explicarse mediante esa vecindad y luego se trataba de entender; lo que me interesaba eran dos aspectos que son la memoria y el fantástico, la sospecha que la narrativa es el mejor atajo para conocer la vida secreta de una sociedad. En el presente tramo final de la existencia, la memoria es una preocupación literaria e íntima, pero en los primeros años aquellos -veinticinco abriles que no volverán- era claro que predominaba lo fantástico -la memoria era la historia patria y fotos Kodak de la infancia-. En Felisberto, tenía otros acordes que la asperidad aventurera del proyecto Quiroga, confrontando los desterrados belgas y la naturaleza letal de las Misiones. Lo fantástico era una tradición cultivada en el margen del reino literario y uno no puede incidir en una tradición que le interesa (y que luego pasaría por la escritura de ficción) si excluye el esfuerzo de conocer protocolos, fallas, correntadas traicioneras e imprevistos al acecho.

Esa información trabajosa hasta visualizar el mapa tuvo tres fuentes y un apéndice, las fuentes fueron: a) la escuela de la teoría literaria francesa, donde la reflexión sobre la escritura elabora un corpus autosuficiente, por momentos (en especial en el último siglo) más entusiasta y estimulante para el intelecto que la narrativa contaminada por el virus mimético. b) la vertiente norteamericana partiendo de protagonistas excéntricos, con expediciones a la clínica psiquiátrica y cementerios entre ciénagas; con un arco entre gótico y ciencia de E.A. Poe y en mi caso, cierta desconfianza por el bestiario cósmico aberrante de H.P. Lovecraft. c) la literatura argentina, donde, además de las nombre bien sabidos, hallé un mundo editorial inagotable y un Aleph de relatos en la “Antología de la literatura fantástica” del trio Ocampo, Bioy Casares y Borges publicada en 1940.

El apéndice señalado -dando título al capítulo- es la tarea reflexiva de los mismos autores, demorados en el juzgado del canon, por querer dar cuenta mediante imágenes de su experiencia de escritura con los mundos paralelos. Mina inagotable en reportajes de Borges, los ejercicios críticos de Cortázar circulares como calesita de parque de diversiones y el “Decálogo del perfecto cuentista” de Horacio Quiroga, que quizá fue un intento de organizar el oficio para permanecer del lado de la razón. Felisberto al respecto estuvo atento, entendió el desafío haciendo algunos aportes decisivos. Le yuxtapuso misterio amenazante al lugar común enunciado en “lo otro” y en la “explicación falsa de mis cuentos” derivó hacia la botánica de plantas de palabras. Escuchando el llamado de sus horas de pianista hablo de “una melodía judía”, lo que lo convierte en el candidato 37 en “La sinagoga de los iconoclastas” de Rodolfo Wilcok.

IV) La retórica de lo indemostrable

Si este manual estudiantil existe es consecuencia de la originalidad del autor estudiado; que logró reacomodar desde temprano en mi vida la biblioteca, en la medida que modifica el hábito de la lectura y con ello la manera de asimilar la historia, la condición humana y eso que tan bien se dice en el tango “Uno”. Ahora bien, si ser profesor de literatura forma parte del plan de la educación sentimental, se asiste a una duplicación de la lectura; el acceso obligado a la reflexión crítica inspiradora para el diálogo necesaria para acceder a la síntesis personal. Esa conciencia crítica tuvo en mi caso varios momentos; en los años de liceo y gracias a los buenos profesores recuerdo la utopía del helenista; que se concretaba en la lectura de filólogos alemanes del siglo XIX (claro que traducidos) reconstruyendo el mundo homérico de los orígenes, buscando una Troya debajo de la Troya escondida sobre otra Troya precedente. Sucedió después el acercamiento premeditado en el cual estamos, tras los enigmas del fantástico en el ingreso al instituto de profesores; luego, recuerdo el sobresalto ante el programa (bibliografía imponente, redacción perspicaz de las cuestiones, desafío para el estudiante, excitación generalizada entre los candidatos) de la materia “Estética”, que dictaba Carlos Real de Azua en el segundo año de nuestra formación. Ahí se profundizaba en las Letras para que supiéramos en qué lío nos habíamos metido y se abrían nuevos horizontes hacia otros desarreglos que provoca enfrentar la belleza. Entender que la mayor parte de las veces nos rehúye, a veces se la puede sentar en las rodillas y otras puede alienarnos. Había claro en esa empresa la tentación del ensimismamiento, el placer desplazado de permanecer en el gusto de la teorización. Pudo ser mi caso, el antídoto fue comenzar a escribir ficción y en ese momento entendí el juego secreto. La necesidad de la crítica para tender el dispositivo de la literatura fantástica, y que es lo que haremos en la próxima entrega de nuestro Astillero; también tener presente que son relatos como los de FH los que apuran a la crítica al reconocimiento de sus límites, la sospecha de explorar otros territorios necesitados de la buena combinación para abrir el cerrojo. El mandato de transfigurarse de continuo o estancarse en el intento, pues al fin de cada ecuación resuelta persiste otra incógnita indemostrable.

IV a) Louis Vax / IV b) Roger Caillois / IV c) Tzvetan Todorov 

Reacomodando materiales con algunos años de distancia, diría que estos tres sub capítulos atienden aspectos teóricos sobre la literatura fantástica; lo que tiene algo de afinidad de pensamiento y arbitrario fundado al momento de decidir. Debería actualizar las lecturas al respecto, pero con el género preferido del señor Poe, sucede lo mismo que a los doctorandos el iniciar un proyecto de tesis sobre Borges o García Márquez. La bibliografía detallada tiende al infinito; quienes no se desalientan y abandonan viendo pasar pantallas por docenas, si bien comienzan la consulta metódica diaria, al final deben mediar por empatía, facilidad de acceso a la versión papel o acuciados por los tiempos de entrega. Más que indicar lo que debería hacer un estudiante de literatura en 2021, pongo sobre la mesa las cartas marcadas de lo que hice. Me gustaría que el tríptico sea aceptado como lo que es, visión sintética concentrada de lecturas con hipótesis del fantástico y la finalidad de completar un manual sin excesivas pretensiones. Durante mi recorrido docente francés, todos los años -salvo uno, donde fue cuestión de novela policial mexicana y había hispanistas especialistas en la materia- debí preparar temas variados para concursos de ingreso a la docencia en la cuestión latinoamericana. Es lo que se considera un ejercicio impuesto; las obras y autores elegidos por el jurado resultan a veces de evidencias, otras de interés geo políticos culturales. Parecía triste y lógica la ausencia de autores uruguayos entre los elegidos: interrogado sobre la influencia del Vaticano en el frente caliente, Stalin preguntó cuántas divisiones. Por fortuna para la episteme personal, a través de autores vecinos como Borges y Cortázar, tuve la oportunidad de aplicar lecciones archivadas sobre Felisberto y que me acuciaban durante el pase a la ficción.

En otros momentos dentro del sitio web expliqué las circunstancias del encuentro con Felisberto, ahora lo recupero considerando la labor docente. Primero era la lectura de la obra repetidas veces, acomodando la doxa critica a mano en Montevideo a mis impresiones liminares; buscar hasta hallar lo que -a mi criterio- estaba pendiente de destaque y evidencias. De ahí surgía una primera lista temática rastreando su acomodo final, la intuición o el gusto debería articularse con protocolos orientados a trasmitir. Frotar el corpus con la teoría, sonsacar nuevos análisis pertinentes verificando si la obra resiste ese cotejo resistente. Esa prueba de taller fue practicada y por ello está en este manual, la confrontación ocurrió con el tríptico Vax, Caillois y Todorov. Claro que hay otras conjeturas de lista; es oportuno recordar que desde la primera edición orgánica en Arca, allá por los años setenta del siglo pasado, en Uruguay y bajo la dirección de José Pedro Diaz, el interés y la bibliografía sobre Felisberto no cesa de crecer como planta trepadora.

Si iniciara la explicación falsa de mis preferencias teóricas diría que son tríptico necesario y punto de partida; completado con aportes estimulantes de Julio Cortázar como puede verse en este Abril 2021 del Cabaret, en la sección Episodios Universitarios. El origen era habitualmente el manual anterior, guía de la ciudad letrada fantástica donde se trazan grandes avenidas para evitar extraviarse, la información conceptual básica a considerar en el cruce con los textos, la apropiación de un campo léxico y media docena de nociones operativas, que se ordenan en el índice del libro de Vax. Rober Caillois, clásico hombre de letras, curioso por el Río de la Plata, creador en Francia de la colección la Cruz del Sur, lector reactivo, traductor y editor de Borges, me parecía un electrón interesante en el campo magnético de Felisberto. Entre 1913 y 1960 coexistieron en un mundo de sinergia bilingüe Jules Supervielle y Felisberto, Borges y Caillois; activando el tráfico poético entre el Rio de la Plata y París donde Cortázar se instala en 1951, al año siguiente de “Nadie encendía las lámparas”. Finalmente Todorov porque estaba asimismo activo en esos años; formuló una reflexión nutrida e inteligente luego de investigaciones en diversas disciplinas, leía desde otra perspectiva siendo propuesta del otro y el mismo en años prodigiosos para la teoría literaria.

Después de todo, la literatura occidental irrumpe con sucesos de guerra por el amor de una mujer, donde no hay casi Canto sin evocar lo fantástico; por ahí en los colegios todavía está activo el rayo de Zeus que no nos deja mentir. Sin ir tan lejos hasta los griegos, ayer me contaron de un amigo que se hizo vacunar en Casa de Galicia contra la Covid 19. Estaba feliz porque le inyectaron una dosis de BioNTech Pfizer, le dijeron que todo iría bien, sin aviso alguno sobre efectos secundarios indeseados. La misma noche se sintió raro, escuchaba voces dentro de su cabeza, mensajes emitidos desde la difusora “El canario” que le elogiaron virtudes de la venta en cuotas o mensualidades. En directo, escuchó el nuevo episodio de una novela de la que no comprendió gran cosa por falta de concentración. Luego, unos tangos anteriores a 1947 y el recitado del emotivo soneto intitulado “Mi sillón querido”. Desesperado, se levantó en medio de la noche, a las cuatro de la madrugada y pensado que todo había sido una pesadilla; los síntomas desagradables persistían. Decidió que a las seis llamaría al servicio de urgencias, a la espera se tomó dos aspirinas, un té con limón y se preparó un baño de pies bien caliente en una palangana de las antiguas. Una hora después, las voces interiores bajaron en intensidad y así hasta que se fueron apagando… mágico eso.

V) Autopsia de cadáveres exquisitos

La teoría y la enseñanza establecen su propia dinámica, con movimientos estratégicos, aviesos y de seducción. Algunas veces los textos de relegan o son utilizados apenas como ejemplos de especulaciones individuales; teorías que pueden ser puestas al servicio del lector iniciado y otras que se evaden, volviéndose guía del trabajo universitario o indican un nexo entre personalidad – sexualidad, ideología y ambición pongamos al caso- y una concepción global del mundo incluyendo la literatura. En mi recorrido entendiéndolo como circunvalaciones de un satélite sin luz propia y buscando puertos de amarre vi pasar varias escuelas. La primera fue, entre las que me atrajo, la filología clásica rondando el cruce entre estudios de historia y el interés por las fuentes clásicas. Fueron estimulantes luego las versiones marxistas y enfoques de la sociología, donde era cuestión de superestructura y condiciones de producción; una deriva partidaria del naturalismo y la intuición balzaciana con la tesis XI sobre Feuerbach evangelizando, donde se trataba no sólo de interpretar la literatura sino de transformarla. Luego llegaron las máquinas eficaces de los formalistas rusos, el estructuralismo de inspiración antropológica y la semiótica; en esta última zona, comenzaron a irrumpir otros discursos sobre todo con el cine y los medios masivos de comunicación. Esa tentación de algunos modelos de inspiración matemática era seductora; me quedé a medio camino cuando advertí que se podían aplicar con idéntico resultado a cualquier forma de relato y se evacuaba la cuestión axiológica. Era el tiempo cuanto los teóricos eran más influyentes que los escritores y una jerga intimidante se interponía a la lectura directa, pues la crítica había inventado los sex toys de la lectura. La culpa claro, era de los escritores con un grado de influencia en el riesgo lindando con la dimisión y la audacia requerida en caída libre; buscando más el perfil del lector ideal que agote la edición que renovar el mandato de la originalidad. Los escritores buscaban a los lectores que se marchaban a las imágenes y los teóricos la conceptualización que promueve la invitación a los coloquios. La literatura no tentaba la belleza ni el escándalo, ganaba recompensas y se volvía inofensiva cuando no asumido cómplice de los poderes otrora combativos. Hasta ahí pude llegar en esa compañía, después resultó que los problemas de la reacción se imponían a los de la teoría articulada; seguí sin embargo atento a lo que venía. Las nociones de post modernidad asociado a la decadencia de los discursos, el carrusel con las otras expresiones -algunas muy estimulantes como en el caso de Genette- me parecieron sugestivas y despertaron mi curiosidad.

También me toco escuchar Money for nothing de Dire Straits y ver video clips de Marilyn Manson, todo lo que se quiera de esperpentos y marginalidad -además parece que el tipo era bastante perverso-, bien gore y a años luz negra de mi flaqueza por la bossa nova, igual supusieron un sacudón para repensar las cosas. La imposición industrial todo lo que se quiera, pero en cada toma había algo original y provocador. Ahora, habiendo salido del circuito activo universitario, observo las tendencias racialistas activas, post coloniales, escritura inclusivas, el baile de las identidades (remember The beautiful people y Sweet Dreams versión MM) y habida cuenta de los años que me quedan por delante, declino interesarme por esos asuntos. ¿Cuánto falta para que el Martín Fierro sea acusado de gaucho supremacista blanco, machista por abandono de rancho sin consentimiento y mutilado en sus estrofas por la payada con el afro descendiente? Así, admito que esta visión del capítulo V sobre FH tiene algo de vintage, en mayo propongo dos tanteos vinculados a la tendencia retro de la literatura fantástica. En abril fue la búsqueda de las pistas clásicas y con esos datos retenidos, un profesor de literatura puede dar los cursos hasta el final de sus días; se trata de una operativa mecanicista que aplica una serie de modelos exteriores sobre la página impresa y siempre sale de ahí alguna cosa interesante. Luego está la actitud y la curiosidad, el deseo de intentar -con errores- una metodología propia; partiendo de las lecturas necesarias el joven docente se hace una idea personal e intransferible de la literatura fantástica, una suma de manuales y la fascinación sonámbula que decide hacia dónde encaminamos los pasos al caer la noche. Es un momento de euforia y confusión, peligroso segmento porque nos enfrenta al espejo del deseo y las limitaciones, la mente propia es el primer ratón de laboratorio: somos el primer personaje a estudiar, con la introspección de los autores románticos, el atractivo de los barrios de mala fama y luego el despojamiento. La cuerda floja sin red, el parlamento sin anotador, la música sin partitura, la lectura de Felisberto sin la bibliografía, directo al mentón.

En mi caso fue el pasaje de ser alumno de literatura a estudiante de literatura; evoqué antes las circunstancias del concurso de ingreso al Instituto de Profesores, pero la pertenencia a la ciudad de Montevideo era de gran ayuda y además era lo único que había. En especial por la existencia de un corpus narrativo que, tras la aparente ingenuidad de lo mostrado (resultó una gran trampa para los estudiosos como él fue presa para otros complots) comenzó a destilar los secretos de familia. Es la escena del pianista improvisador que acompaña las imágenes del cine mudo y de repente -sin que nadie este pronto para la pirueta- se ataca una sonata de Scriabin. Algo similar ocurrió, también con otros textos uruguayos cuando crucé novelas de Onetti con tesis de Bakhtine. Toda conclusión es instancia de transición y cada nuevo estudiante debe prepararse a Scriabin, aun siendo citado para acompañar una película de cine mudo en la mansión de Sunset Boulevard, contratado por la señorita Norma Desmond.

Allá por el año 1980 entonces, el fantástico venía de la llamada intertextualidad, de los posibles del texto y tiene algo indefinible siendo creación mental conjunta del lector con un texto, como antes lo fue entre el autor y ese mismo texto que nunca es el mismo. La literatura esa es el interludio fortuito de una máquina de narrar, un paraguas lector sobre la mesita de luz con reliquias óseas y camafeos en los cajoncitos. Después tome notas sobre mi propio catálogo y sobre el cual, en alguna reencarnación futura entraré en detalle.

1) Vivimos a la vez en Minas y Twin Peaks: fire walk with me.

2) La infancia es una hipótesis de escritura y los años donde se juega buena parte la Rayuela de la escalera al cielo.

3) Freud llega con imaginación a la primera puerta de los sueños y hay todavía otras llaves maestras escondidas.

4) Preguntar en Informes por el belga Georges Lemaître que barajó lo imposible con mano maestra.

5) En ficción y cosmología, lo teórico es una pócima necesaria e insuficiente: su efecto energético se agota antes de acceder al misterio, si bien puede señalar el rumbo cierto hacia la perdición ad Astra.

6) Lo que suponemos realidad es una película sin proyección; lo real se nos fue de entre las manos, no tenemos ni la menor idea sobre el origen del universo -parece que hay varios por otra parte- y con la muerte otro tanto.

7) Un relato fantástico es artefacto ilusorio de viajes en el continuum espacio/temporal cuya curvatura crea la gravitación universal.

8) Dijo Étienne Klein en el libro “Discurso sobre el origen del Universo”: “La idea científica del origen nace en el cruce de un postulado -el universo es un objeto que la ciencia puede describir- y de una constatación -el universo está en expansión.” Se le pide al alumno que aplique esa sentencia de inspiración científica a la narrativa de Felisberto Hernández. Tiene cinco horas para entregar el escrito, se pueden consultar líneas de la mano, el vuelo de las aves de paso, el Tarot de Marsella y otros textos excomulgados.

9) La literatura fantástica es una tradición que acompaña el conjunto de la reflexión humana que va desde los átomos a los dioses y el relato de los dioses y los átomo; quien menosprecia la memoria venerable de dicha tradición no merece las derivadas de la imaginación en potencia que adviene.

10) Cervantes creía en Dios, Julio Herrera y Reissig en la Poesía y Dylan Thomas en el whisky: donde menos se espera salta la liebre.

11) Consultar un manual para debutantes sobre las enfermedades mentales, es suficiente en caso contrario y para los primeros apuntes la entrada Esquizofrenia de Wikipedia.

12) El misterio Q regresa: se da el nombre de Quantum a la más pequeña medida indivisible, ya sea de energía, cantidad de movimiento o masa. ¿Cuántas variantes de Quark pueblan el universo? Una ayuda: era el número sagrado de J. S. Bach.

13) Todo extremista de lo real -los obstinados de al pan pan y al vino vino, ver para creer y el reino de este mundo- sabe (se da por sobreentendido) que Max Planck (1858-1947) demostró que el universo es cuántico y no continuo.

La fórmula de Planck dice   E ꞊ h. f

E es la energía de la frecuencia / h es la constante de Planck / f es la frecuencia de onda.

Nota I: el tiempo de Planck es 10ˉ⁴³ segundo. La más pequeña medida de tiempo a la cual podemos tener acceso, “más allá de ese límite las leyes físicas cesan de ser válidas”. ¿Qué hora es? ¿Cómo medimos los tiempos de Clemente Colling?

Nota II: la constante de Planck es fascinante como un dios implacable manifestado en fórmula; yo quedo fuera de ese asunto, parado sin reaccionar delante del muro infranqueable.

14) Rod Serling no estaba tan equivocado en eso de las dimensiones plurales; la inocencia de la ciencia ficción, con su obsesión de viajes, conquistas espaciales que terminan mal y criaturas de efectos especiales, tiene la virtud de despejar el camino de los juguetes stars wars tirados por el piso.

15) Para los espíritus incrédulos del más allá y su influencia en nuestro cotidiano, cita con una botella de cachaça Velho Barreiro el 2 de Febrero de 2022 en la playa de Pocitos de Montevideo, a la altura de Buxareo.

16) El imperativo de Creer al menos durante el tiempo de la lectura, con la intensidad de los adoradores de Ganesha cuando hunden la cabeza en las aguas de Ganges. Escribió Horacio Quiroga en 1927: “I) Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo. II) Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.”

VI) Si una noche de invierno Ítalo Calvino

Había dos maneras de considerar este pequeño capítulo y la primera era más bien chauvinista. La valoración de un autor la construye también la expansión del rumor que se concreta sobre su obra con coloquios, notas de prensa, reconocimiento entre los pares y traducciones. Al respecto, la literatura uruguaya depende del peso del mercado interior y admiraciones proliferantes considerables, como es el caso de Mario Benedetti; a veces, de la tibieza crítica en el primer círculo que no despierta curiosidad o el interés de las conexiones exteriores. Al respecto y hablando de vecinos, comprobé en París que agentes y editores compraban títulos a ciegas, con el solo argumento de una nota de dos páginas de Beatriz Sarlo salida el domingo pasado; el mercado editorial se desentiende de crónicas uruguayas luminosas sobre Bret Eeston Elis y Nick Cave, pero así funciona el luna park que aguarda adolescente la novela culta de Slash el guitarrista de Guns N’Roses.

El caso de FH es único y extraño. Sin pertenencia a clásicas categorías generacionales asociadas a un número como en la interpretación de los sueños y la quiniela, a contracorriente de literaturas comprometidas que supimos valorizar, con una filiación de tecladista seducido por espías rusas y desbordando la secta de los raros de Ángel Rama, su trayectoria parece la del lobo estepario más asociado a la leyenda urbana del escritor maldito y detestable. Hay cuatro pilares que fueron urdiendo la suspicacia del valor de su obra; en los años sesenta la figuración del uruguayo en los almanaques de Julio Cortázar La vuelta al día en ochenta mundos (1967) y Último round (1969); el libro de Norah Giraldi “Felisberto Hernández: del escritor al hombre” publicado por Banda Oriental en 1975, que fue una estupenda sorpresa en la ciudad letrada pasando malos momentos, si bien Norah ya estaba en el extranjero. En esa misma época, bajo el auspicio de Alain Sicard de la Universidad de Poitiers y el apoyo oriental de Nacho Pereda, se suceden varios coloquios durante el año 1973, que se resolverán en el famoso libro publicado por Monte Ávila en Caracas 1977.

El cuarto episodio de esta carambola sucede en 1974: Einaudi publica la versión italiana de “Nadie encendía las lámparas” en una traducción de Umberto Bonett, con el famoso prólogo de Ítalo Calvino y su famosa sentencia sobre que Felisberto no se parece a ninguno. Algo parecido había cantado Rita Pavone en 1963: come te non c’e nessuno… Aquí retomo dos probables percepciones del episodio: a) el hecho y b) el enigma. El hecho es la utilización que todo el mundo hizo de esa introducción. Hace bien ese apoyo al lector o escritor uruguayo y legitima reconocimiento sin necesidad de didascalias redundantes. Era un pasaporte italiano eficaz y pieza clave en trabajos posteriores del hispanismo. Calvino es un precursor del amigo Jean-Philippe Barnabé que redactó una tesis y varios artículos sobre FH y quizá el hecho de ser él también pianista, contribuye a una empatía secreta. Yo lo recupero en artículos antiguos también por esos bajos intereses, siendo difícil desprenderme del enigma ahí anudado y sobre el cual tengo un relato falso indemostrable. No excluyo e insisto en el encuentro fortuito si bien ignoro las condiciones de producción y el nexo; en el tráfico entre editores cuando la Feria de Frankfort y universitarios invitados, seguro que alguien dejó caer el nombre de un tal Felisberto Hernández. Un editor de Milán atento a los catálogos latinoamericanos se entusiasma y lo presenta al comité de lectores de Einaudi; sin mucho entusiasmo considerando que no es de los nombre más rutilantes del boom se firma el contrato, se encarga la traducción y se lo programa para 1973, pero luego se lo atrasa un año más. Einaudi puede dar marcha atrás pero la traducción es interesante y buena; se hace circular el manuscrito entre críticos de confianza y en la interna. El retorno es entusiasta, se aprecia cierta unanimidad hasta que alguien dice en voz alta: “Nadie encendía las lámparas, pero nadie en Italia conoce al autor…” Cierto y balde de agua fría; se especulan con varios planes de apoyo de promoción ante los libreros. Todo bien difícil y más cuando el autor está muerto siendo imposible de entrevistarlo en la RAI. De pronto, una muchacha estudiante que está haciendo de pasantía en la editorial, confirmando ese carácter de seductor parapsicológico del pianisty tiene una iluminación y el coraje de formularla: “Habría que pedirle una introducción a Ítalo Calvino”

Ahí marcando el encuentro se inicia otro relato de literatura ficción; alguien lo llama al escritor prestigioso esa misma tarde, uno de los capos. Calvino escucha, está fatigado pues viene de publicar “El castillo de los destinos cruzados”; hay una breve negociación, el escritor escucha sin prometer nada, permite que le envíen el material para darle una hojeada, pide unos días y la semana próxima dará su respuesta. Calvino es un conjunto de novelas extrañas y autosuficientes, que haya nacido en Cuba puede ayudar por eso del realismo fantástico tan de moda… se interesa por la persistencia de los textos clásicos, el potencial narrativo de disciplinas científicas y crónicas de la guerra durante la infancia. Tiene un domino pasmoso de teoría y praxis de la literatura, tal como lo probará en las magníficas “Lecciones americanas”. El correo llega y Calvino es hombre de palabra, nunca sabremos cual fue la impresión de la lectura ni las interconexiones operadas con su biblioteca. Alguien conoció alguna vez el tiempo real que le llevó redactar la introducción; si quedan aún archivos en Einaudi de antes de la informatización, seguramente esta la hoja mecanografiada con las correcciones en lápiz rojo. El resto del episodio es de público conocimiento, lo anómalo de ese trámite común y corriente en el mundo editorial, es una coincidencia que me dejó perplejo. Fue “después” de leer a Felisberto Hernández que Calvino comienza la escritura de “Si una noche de invierno un viajero”.

VII) Espía vocacional

Ítalo Calvino resultó eficiente para la legitimación de Felisberto en el dominio editorial y universitario internacional, con la tan reiterada afirmación de que no se parecía a ninguno en cuanto proyecto de escritura, marcando así el perímetro de un imaginario único y el estilo consecuente. La situación se complica cuando a esa fórmula confortable, se la debe argumentar a distancia de la fuente intimidante o la cita del italiano, considerando el estudio insonorizado del pianista. Es ahí que a la técnica reconocible y codificada, se suman aspectos biográficos sugestivos. Asuntos comunes de la vida civil que en otros escritores se anotan de paso y sin que repercutan en la obra de forma inmediata; pero que en FH componen una simbiosis (vida obra) -a la usanza de la crítica de antes- que aparta de modelos comparables. Se puede tentar omitir datos personales teniendo en cuenta sólo estrategias de escritura y aventando la tentación; se puede caer -con beneficio y apetito- en la mecánica causa bio ꞊ consecuencia narrativa o incurrir en la heterodoxia especulativa de la obra que organiza y explica la biografía. Prolongando la penúltima tesis y como casi todos los estudiosos del escritor, fuimos incorporando datos que hacen de él personaje separado y de su vida otra novela virtual que quedó sin editar, a la manera de unas tapas sin libro. De capitulado heterogéneo: interés por la memoria en lo que tiene de imaginación, escenas fundadoras siendo arranque de relato, sensualidad de los sentidos que de tanto ajustarse parecen atrofiados, objetos del cotidiano considerados repertorio fetichista amenazante, primeros acordes anecdóticos de la educación musical, vida sentimental con registro civil y la fascinación que ejercía en mujeres receptivas como si FH les descubriera territorios inexplorados de ellas mismas, el estante en vías de extinción de las primeras ediciones, recepción nacional entre reconocimiento y rechazo, compromiso político anticomunista, anécdotas de gastronomía cotidiana. Hasta circularon rumores de escenas absurdas o surrealistas en su viaje en féretro a la última morada, como si también hubiera dictado buena parte de la leyenda urbana montevideana.

Hace muchos años y para ilustrar la manera como la quimera autor-narrador reconocida -más que buscar temas FH se deslizaba en retablos perturbados emergiendo del buceo con las piezas representadas- probé trabajar con la noción de espía vintage, más afín a los disfraces de Sherlock Holmes que del Aston Martin de James Bond. Simulacro asumido, iniciativa gozada, coexistencia abusiva, usurpador de mensaje confidencial e informe final en forma de relato para mediadores de la Agencia Lectores interesados por la misión del pianista infiltrado. Después en esta vía bromista de microfilms, notas confidenciales en alfabetos crípticos y juego de sombras aparentes, por testimonios tardías de conocidos, revelaciones sorprendentes y algunas novelas, fuimos conociendo la verdad de la milanesa con fritas. Ahí están para no dejarnos mentir La muñeca rusa de Alicia Dujovne Ortiz, África, la muñeca de Felisberto Hernández de Roberto Echavarren y Nombre clave, Patria: una espía del KGB en Uruguay de Raúl Vallarino. O la historia de la costurera de Ceuta conocida en Paris y repatriada como esposa legítima a Montevideo. El pitch resultante de la película es enorme. ¿La española cuando besa es que besa de verdad? La imagen del espía figurante en la narrativa, quedaba aplanada ante un escándalo de intromisión femenina de la guerra fría en la narrativa uruguaya. La topo nuestra cosía para afuera, negociaba en antigüedades y se pintaba las uñas; y sin embargo… considerando la función poética creo que podemos mantener la analogía. Algo de su vocación de los servicios debió de inocularle en sus años de convivencia la astuta María Luisa; todo apunta a que fue mientras duró esa historia de amor rigurosamente vigilado, que el marido abusado escribió los cuentos de Las hortensias y Nadie encendía las lámparas. El esposo cobertura -habría que explorar la pista nada desdeñable de un FH cómplice titiritero- primero va acordando una percepción tendenciosa y si nada aparenta ser premeditado en los objetivos, el narrador/personaje de los cuentos escritos cuando María Luisa, tiene un talento seductor para encuentros fecundos, fomentar casualidades forzando la anécdota, ser invitado en la casa esa del pueblo a la que nadie tiene acceso. Parece afinar la escucha del sacerdote, el analista freudiano y el silencio del músico infiltrado; los vecinos más escarmentados le confían el argumento sin salida de sus traumas; al menos en la instancia del relato quizá ese intruso circunstancial puede aportar alguna luz esclarecedora al misterio del cuarto amarillo. La confían el cometido de ser público del teatrillo secreto, puesto que todo episodio velado sólo accede a la existencia si alguien lo cuenta. En una ciudad literaria mayormente política, mimética, sociológica y testimonial, en la división azarosa de tareas FH se aplicó a excéntricos inofensivos y su ficción proviene de la naturalidad. Sus lectores reincidentes, sabemos que en nuestras familias hay seres entrañables a la deriva podando el árbol genealógico. FH se interesó por la hermana que teje crochet hasta el crepúsculo y de la que nunca se habla, el tío encerrado hace siete años en el altillo del fondo, el pariente músico que afirma que su novia es una espía, lo controla todo el tiempo, habla por teléfono en ruso y al que nadie le cree tamaño disparate en el asado de Navidad. El dispositivo funciona además por la calidad receptiva de los captores sensibles del narrador; los persuade a los casos graves porque los entiende, escucha sin dictar sentencia, compatibiliza habiendo vivido introspecciones similares, sabe que las puestas en escena son sueños y a la representación improvisada hay que buscarle la música apropiada. Tuvo una iniciación precoz a escenografías barriales donde rondaban espectros en una ciudad que a falta de palacios idolatra cementerios; si la religión fracasa en la doctrina para acceder al paraíso de la vida eterna, lo frotó a la factible omnipresente de lo sobrenatural; un milagro sólo se puede aceptar entre los fieles si lo arrulla un cuento verosímil que hipnotice multitudes. Si eso circula entre narrador, personajes y relato es factible que su obra afecte los extremos humanos del circuito más reticentes a las fuerzas del cambio. Felisberto retocó la misión del escritor rondando las pequeñas cofradías secretas incluidas en la sociedad y previno al lector quien, al cerrar el libro observa el barrio, la familia que lo rodea, su propio cuento con otros ojos y se pregunta ¿dónde acaba la ficción realista y comienza lo otro?

VIII) El pianista y los personajes

El apartado pensado a los personajes ya fue escrito, pero con Felisberto siempre hay bemoles pendientes, notas sueltas y la aclaración breve al pie de página se vuelve comentario de sobremesa revolviendo la borra del café. Creo recordar que leí por primera vez a FH casi en paralelo con los grandes clásicos de la literatura fantástica, asimilando el aluvión temático del repertorio tradicional, el nombre de los autores sobrevivientes así como sus criaturas aberrantes. Eran los meses de consultar salteado la Antología estupenda de los escritores argentinos del año 40, descubrir las películas Technicolor de Hammer Film Production, donde fuimos reconociendo las voces de Vincent Price y Cristopher Lee. Ese cotejo desigual podía finalizar tanto en la concordia inesperada como en la decepción frustrante; en otros capítulos traté de ordenar las líneas teóricas que pensé necesarias -como estudiante y luego en tanto docente- para avanzar en la interpretación de FH; resultó que el uruguayo aguantaba el tirón de los paradigmas, salía airoso del barrio Atahualpa y ascendía en el canon.

Buscando mejor hallé lo raro presumible cuando entendí que se acercaba a lo vivido durante veinte años en Montevideo; nunca al punto de pisar territorio ignoto, donde la fuerza invasora de lo excepcional fuera tan poderosa que coloniza la realidad, la sustituye por decreto y nos abandona en un planeta artificial autodestruido al finalizar la lectura, cuando se encienden las luces del cine Broadway, mientras corren los créditos finales de “The Raven” (1963) y aparecía el nombre de Jack Nicholson antes de que fuera Jack Torrance. Me refiero al fantástico monstruoso, escatológico, extraterrestre, patológico científico, caníbal zombi o mutante en la escala zoológica. La conclusión era que su rareza tenía orígenes de naturaleza humana, situaciones provenientes de rupturas sensoriales, desborde de los espectros, conexiones cerebrales alteradas, convicciones de lo inexistente que se verifican en la clínica a puertas cerradas. Ello sumaba una pista de explicación y -si se quiere- humanizaba lo expuesto al familiarizarlo, dando un aire de lo ya visto antes. El tono FH provenía de su facultad de crear atmósferas reparando en medios tonos, una escritura nueva alcanzada mediante la insistencia y el tanteo; la osadía de intuir en la realidad física no una ocasión de lo mimético, sino escenografía vacilante en la cual -con paciencia y sin prejuicios- se podía advertir la grieta. El estilo anhelado era cuestión de buscarlo, las atmósferas percibirlas como tarea diaria de artista plástico sobre la tela o la digitación del pianista, que repite de memoria partituras impresionistas sugiriendo una catedral sumergida.

Eso nos dejaba ante uno de los aportes mayores de FH a la literatura y que es la poética del personaje; del cual él dispone el teatro y la falla recurrente, la traza espectral en la memoria y el misterio persistente, el dolor de ponerse en evidencia ante la sociedad y la angustia de su rutina monotemática. Sólo así podemos explicar el recuerdo de sus personajes, ya sea en la amplitud de la novela o el relato de corta distancia; logra que los seres que se acercan a su persona -en los sesenta y un años de existencia-tengan además de biografía de ficha una apariencia de seres de ficción. Otro aspecto querría retener para ir terminando: al menos en mi experiencia sus personajes son la confirmación de lo real que habitamos. Me permitió observar de manera distinta a dos o tres miembros de mi propia familia, algunos vecinos pintorescos del barrio y otros viajeros cruzados durante la travesía. Atendiendo al desajuste caracterial que conlleva la vida, las obsesiones sensuales nutriendo la literatura desde la pasión Edipo, la encerrona voluntaria en el tablado mental y el viaje sin boleto de vuelta en el trolebús alienado. Modificó de forma retrospectiva algunos retratos de maestras de tercer año, profesores de solfeo con Parkinson, el pintor chambón de brocha gorda o el panadero de la otra cuadra, que una noche vemos de lejos manipulando fichas en el casino como fullero experimentado: lo fantástico -bien mirado- suele incrustarse en el primer círculo de nuestras afinidades. FH atendía la comedia humana menor activada fuera del marco de una sociedad fijada por la sociología y la máquina burocrática, que suele desoír otros sonidos chirriantes que los de su frecuencia política. Nos muestra como en la casa de los espejos deformantes del Parque Rodó, lo que somos o podemos llegar a ser los uruguayos; mobiliario destinado al remate de la ciudad vieja, animales embalsamados, gatos muertos que es oportuno cubrir con sábanas y tapices como en las casas deshabitadas. Ello provoca un efecto dominó a la inversa donde el relato no es acorde final sino primera nota del nocturno; sucede en consecuencia un canje de tonalidad mientras el itinerario activado se vuelve ficticio. El narrador es uno más entre los personajes que frecuenta y el escritor -cuando puede- se sale de armonías reconocibles a riesgo de ser incomprendido. La escritura se hace laberíntica en un jardín botánico arborescente y la literatura es buscar la estratagema de Dédalo, el centro amenazante con cabeza de toro o la puerta de salida, pero nada es seguro si tenemos en cuenta el sol de Creta y el invierno del Hotel Overlook. 

Es curioso, cuando tengo ante mis manos alguna de sus primeras ediciones y que me acompañan desde hace década -esas rarezas que se titulan por ejemplo “Libro sin tapas”-, me da por pensar que es el único escritor que hizo de sus libros personajes de papel, que se añaden a la distribución que inició un cierto fulano de tal.

IX) El apuntador como personaje secundario

Algunas veces, durante la tarea docente se atraviesa en la preparación de los cursos una temporalidad pausada, como de novelas ejemplares cervantinas. La fluidez del plan es interrumpida, se incorpora un texto exógeno en apariencia que igual cumple funciones laterales en la dramaturgia novelesca.Sería el caso de este capítulo; entonces, la exposición que venía siguiendo cierta metodología meditada llama a una Nota al pie, puesto que es necesario resolver la ecuación del taller literario interpuesta en el camino y preferí hacerlo a la vista del lector.Era una cuestión con dos incógnitas; por un lado observar las razones por las cuales la entidad Felisberto Hernández se había incrustado tan profundo en la ciudad literaria, luego coordinar razones que podríamos llamar sociológicas y otras operando en el interior del texto.Todo comienza en el nombre de pila Felisberto, fijado en los libros con tapas y el efecto vecino con partida de nacimiento, que puede hallarse reflejado en la otra cuadra con el nombre de Macedonio. Luego esa desviación de la trayectoria original de alguien que se había iniciado en una educación musical, con dedos más entrenados con el piano vertical que con la máquina de escribir.

Un segundo kit de explicaciones estaría en la no pertenencia al protocolo canónico de la literatura uruguaya de la época, apuntaría acaso la inversión del sentido del compromiso político de izquierda, que lo lleva al extremo del anticomunismo radial y casarse con una espía soviética; siendo nuestra versión de los cinco topos ingleses del Trinity College, que formaban el círculo de Cambridge y que seguro inspiró la saga George Smiley de John le Carré. Señalemos la no pertenencia a la generación del 45 o cualquier otra generación asociada a fechas, revistas o boliches, concepto operativo de la crítica literaria que está algo apolillado e igual se sigue utilizando. Cierta fuga aconsejable de la barra de los “raros” teorizados por Ángel Rama, concepto que en su generosidad heterodoxa y confortable, puede enlentecer la enumeración de virtudes específicas de los asignados. Luego se enfatizan algunos aspectos biográficos; nada del otro mundo al ser considerados en su perímetro aislado, pero adicionados generan una sinergia de lo uruguayo estimulado por lo contradictorio, al punto de sugerir que estamos ante una vida imaginaria. El encuentro con Supervielle y la experiencia parisina, la novela sentimental con mujeres interesantes y que se le parecen, el catálogo de primeras ediciones que informa de libros objeto y el proceso de legitimación internacional, verificado más por los trabajos universitarios que por la crítica de lanzamiento en el momento de la salida de los libros.

Agregaría el álbum de familia, algunas estupendas fotos vintage con poses poéticas belle époque y otras de escribano ducho en patrimonios de notables arruinados por caballos lentos y cabareteras ligeras.Ello se incorpora o asoma entre los textos desde las primeras lecturas; en lo personal recuerdo el desconcierto al advertir una trinidad operando en cooperación, sociedad o complicidad siendo de los efecto de recepción más sugestivos de su literatura. La permanente alternancia entre un afuera y otro adentro del libro, el antes y el después de la escritura, entre un ingresar y la fuga del reactor escénico del relato. Hernández el autor de cuya existencia dudamos, Felisberto que narra desde el interior incluso mediante un sistema taquigráfico de su invención y el fulano entrometido como personaje enviado en misión.

Marcar territorios es dificultoso e inoperante, parece que debemos resignarnos a admitir esa gestión del trio en movimiento; como estamos ante una poética de conciertos, conferencias, lecturas y recitales se percibe el estímulo constante de la teatralidad. En la vida social lo tienta el protagonismo, reclamando ser el centro de la atención ante los espectadores y en la narrativa prefiere ser apuntador: ese integrante del elenco que, sin estar en apariencia visual, lo mismo controla todo lo que sucede en el escenario. Su voz es el murmullo salvador que lleva adelante los diálogos, tiene el argumento dramático, la cadencia de las entradas actuadas y los desenlaces entre las manos, desde que se levanta el telón hasta que todo ese pequeño mundo hace mutis por el foro.

X) El límite de los objetos

La mediación con los otros, el mundo real aparente y los laberintos de la vida interior, tiene en los objetos tal cual un factor utilitario, eficaz y simbólico de puesta en común. El reloj del conejo en Alicia en el país de las maravillas cuando no el espejo permeable, la serie Harry el sucio de Magnum 44, el collar de la Reina, el zoo de cristal, la corona, el trono y otros atributos de poder, los lentes de Mahler, Lennon y Harry Potter. La lista puede llenar varias páginas, decantarse en lo personal persistente del trabajo cotidiano, con cuadernos cuadriculados y lapiceras. El recuerdo de los grandes coleccionistas de sellos, monedas, Cuadernos de Marcha y otros trofeos, como el heladero portugués de A Comédia de Deus.

Es sencillo desde las enumeración desplazarse a la obsesión arrastrando una vida, la transferencia, el robo y el fetichismo, la alienación en sus múltiples acepciones. La literatura participa en esa economía de creación y dependencia; en el caso de Felisberto todo parece facilitarse: el piano -por supuesto considerado una máquina de música- y las primeras ediciones suyas, que tienen las virtudes bibliófilas de los libros objeto. Luego, entrando en la narrativa diría que los objetos como categoría saltan a la vista con premeditación y alevosía. Participan de la tensión dramática, retuvieron la atención de casi todos los estudios publicados sobre el compatriota y las tesis universitarias dentro de los estudios literarios. Ocultan y exponen una tendencia uruguaya de tenencia velada, que vemos en el salón exposición del anticuario y la sala de remate de Gomensoro y Castells, las lámparas de la decoración, el erotismo táctil de las telas y la sensación de pertenencia del oro acuñado y las piedras preciosas. Los objetos condensan en varias representaciones la metonimia existencial: el trineo Rosebud de Citizen Kane, El halcón Maltés, la leyenda del Grial, las pistolas Lefaucheux de van Gogh, Verlaine y Rimbaud, Horacio Quiroga y Avelino Arredondo inventando en la plaza Matriz el magnicidio Oriental.

Se advierte en cuanto a los objetos dentro del capítulo y pensando en Felisberto tres temporalidades. La primera es la contemporánea al autor, donde el objeto dice de un mundo privado y del poder de la sociedad capitalista versión rioplatense. El escritor pianista uruguayo introduce en el relato la intuición y la desconfianza ante lo artificial arbitrario que nos rodea, casi un poder gravitacional en sinergia uniendo las palabras y las cosas. En lo personal -como hipótesis de trabajo para los cursos- quedé más fijado en las últimas décadas del siglo pasado, siendo mi interpretación subordinada a las ideas circulando por entonces; bibliografía inspirada por filosofías de la alienación, la emancipación de la obra de arte hasta llegar a la noción del made rare de Duchamp, la memoria infantil de El aprendiz de brujo y operando dentro del auge de la disciplina Semiótica. En el presente, la evolución técnica con la introducción de lo virtual, las impresoras 3D y la reproducción industrial al infinito, parece que las cosas cambiaran; quizá se está acentuado a la vez un desprendimiento y una dependencia mayor tipo Martrix e independencia artificial. En todo caso afecta las criptomonedas, la sexualidad y el deseo -típica encrucijada felisberteana- poblando de nuevos objetos la intimidad. Estamos interpelados cada semana entre catálogos del Sex Shop Tres Cruces y las veredas cambalache de la feria de Piedras Blancas. Siempre hay un Longines para robar en la muñeca de la dama o del caballero, un anillo con iniciales oculto en los cajones de los difuntos, un perfumero de cristal que perteneció a Delmira o Marosa, el recital en el Auditorio Vaz Ferreira de la pianista medalla de oro en el conservatorio de Vladivostok.

XI) Leer también la música

Traté de entablar un legato verosímil entre el capítulo anterior y el presente; el piano considerado objeto mecánico complejo, estrategia para frotarse al público directo y código secreto para ingresar en la intimidad de las familias. La música interviene de manera activa y afecta en nuestro caso al tríptico de la ficción. Define al autor en sociedad de la misma manera que un vendedor de muebles, es condición consustancial de los narradores mutantes que atraviesan su obra aunque parezcan ser el mismo y acerca a los personajes -la música que puede abrir puertas las puertas del infra mundo- en proximidad de escucha. Lo mismo puede considerada como temática de privilegio, un asunto de relato insinuando un sub género con resultados interesantes. Las relaciones entre literatura y música son antiguas como el mito de Orfeo y los recitadores de las leyendas populares, desde Aquiles enojado a las puertas de Troya al gaucho Martín Fierro, que se pone a cantar al compás de la vigüela.

Es curiosa la manera cómo me interesaron desde temprano las historias relativas a la música y sobre las que suelo regresar en tanto lector; seguro que hay en ello una transferencia, compensando la disonancia entre amateurismo de escucha diaria e incapacidad probada para la práctica instrumental. En rápida evocación puedo citar Doctor Faustus de Thomas Mann, El malogrado de Bernhard, La vida breve con su título a lo Manuel de Falla y canciones francesas llevadas a Buenos Aires, El perseguidor de Julio Cortázar, Mozart camino de Praga, los poemas que inspiran los tres ciclos de Schubert y la novela Hammerklavier de Yasmina Reza, que alude a la sonata 29 de LvB. Norah Giraldi fue pionera entre los uruguayos al respecto, llamando la atención y dejando un precedente, iniciando una línea crítica de interacción que se prosigue hasta el presente. Es claro que escuchamos en Felisberto un aire de conservatorio Santa Cecilia, con adolescentes erotizadas mediante el solfeo y el metrónomo, profesores como Clemente Colling arrastrados hasta Montevideo en su viaje de invierno; seguro los estudios de Ferruccio Busoni, acompañamiento de películas mudas en los cines de barrio, actuaciones en Cafés a la moda y exploración de partituras contemporáneas. El campo léxico común parece adecuarse en armonía a la manera de leer Felisberto; escucha atenta y repetición hasta memorizas cada nota con sus bemoles, tema central con variaciones, estructura en partes diferenciadas siguiendo la estructura sonata, frecuentar repertorios de la literatura pianística decimonónica, cuadernos de música, un ejemplar de “Desde el alma” de Rosita Melo con los arreglos de Osvaldo Pugliese, ediciones catalogadas según el austríaco Köchel músico y botánico. Cotejo de interpretaciones según diferentes escuelas, conciertos o recitales, la angustia del solista subiendo al escenario y llegando al acorde final, la eterna lucha entre música de las esferas y el trino de Diablo.

XII) Los nietos de Maldoror

Si existe este ensayo pronto a salir del astillero, es porque la obra de Felisberto viene inscripta en los ficheros desde mi lejana educación literaria; activa la memoria reflexiva y el gusto de pasar las impresiones primeras de estudiante por escrito. Pedagógicamente, en la ruta opté por una filiación intermedia, quise distanciarlo un tanto de la literatura uruguaya cercada y sin hacerlo derivar a otras axiologías que, de tan generales, pueden obstaculizar un diagnóstico acertado. Recupero para movilizar la biblioteca, las nociones arraigadas de “raros” y “literatura menor”; las cuales suscribo bajo ciertas condiciones. Hay que conocerlas, hacerlas circular en las aulas, si bien con el paso de los años las percibo más próximas a razonamientos de anomalía arbitraria y geopolíticas estrictas, que a una práctica individualizada de la escritura. La escala adecuada a mi entender -es en la cual me siento cómodo por recorrido de vida y empatía- sería el domino del fantástico rioplatense; que tiene la virtud de coincidir con ejes vitales íntimos y permitir un diálogo bien cercano con obras, autores y estrategias de lectura. Considera un conjunto de elementos comunes sin borrar, claro está, las diferencias de la tierra purpúrea y que acentúo citando a Isidore Ducasse. Tengo en cuenta la influencia cosmopolita de Buenos Aires, la recepción del fantástico tradicional y su dialéctica con Montevideo que también puede llamarse Nueva Troya. Insistí en Maldoror por ese afán de Felisberto -a la vez- de perseverar en los ámbitos montevideanos y zafar -es probable que malgré lui o acaso- del campo gravitacional compatriota: la música de Stravinski, profesores europeos, Paris vía Jules Supervielle y novia del KGB… difícil hacer mejor.

El ensayo que finaliza -y aunque no quise el regreso siempre se vuelve al primer amor- tiene por objetivo tirar algunos cables de análisis a los docentes de literatura en el batallar cotidiano, para que la narrativa de Felisberto continúa circulando en sus primeros destinatarios y a pesar del paso del tiempo invisible, que casi todo lo altera. Desde la aventura frustrada en Archives capitaneado por José Pedro Díaz, ha pasado mucho pensamiento crítico y alteraciones de paradigma bajo el puente del arroyo Miguelete en el Prado; siento que el recorrido finaliza y me alegra que alguien este comenzando el proceso de refutación -la literatura tiene algo de Shiva Nataraja- pero lo que viene tampoco debe obviar la exégesis previa. Felisberto es como los viajes en ómnibus por Montevideo en los largos trayectos. La llegada a destinación nunca es directa, siempre hay que comprar un boleto en combinación; es lo que nos ocurría para ir con mi madre desde la Curva de Maroñas, allí vivíamos, hasta el barrio Atahualpa -en la frontera de avenida Millán- donde vivía el tío César Emilio, que fue electricista, parrillero y locutor, entre otros oficios.

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Marzo 2023

SEGUNDA CARTOGRAFÍA

XI: Carta breve para un largo adiós

EL CLUB DE LOS NARRADORES

Máximo Mondragón / P.S. Un anónimo Veneciano / Mariposas bajo anestesia / Estación Place Monge

VISITANTES I

Alejandro Paternain
LA CACERÍA
Cuaderno 1 / Primavera en la costa

Atesoramos para la entrega última de La Coquette una evocación con astillero de Alejandro Paternain; al final de una expedición de tres años y emulando las variaciones Goldberg, luego de las peripecias a bordo se debe retomar el aria del comienzo. La evocación se presenta más íntima y confidencial pues supone poner proa a la búsqueda del tiempo perdido; hay en ello cierta melancolía por la desmemoria voluntaria de la ciudad letrada, propia de la confusión axiológica y berretines por fotocopiar epistemes de tribus del norte. Al decir Paternain nombramos la juventud de formación letrada y naufragios afectivos, oteamos el escollo de conversaciones pendientes mientras la vida se bifurcaba. Alejandro fue nuestro profesor de literatura en el liceo 14 de 8 de Octubre y Propios desde los quince años, compinche en el bar San Antonio en las horas puente; con él fuimos al restaurante Bahía cuando existía, a partidas de ajedrez en el Antequera de la plaza Independencia, entramos por primera vez al sótano de Banda Oriental en la calle Yi y a la librería Colonial, nos presentó a su amigo del alma Héctor Galmés, seguimos la marcha por los estudiantes asesinados, asistimos al primer acto del Frente Amplio el 26 de marzo de 1971. Sugirió leer a Leopoldo Marechal y a Thomas Mann, nos invitó a su casa en Punta Gorda donde vivía con Selva, Miguel y Rafael; debió de ser por el 1969, pues venía de nacer Rafael el tercer arcángel de la familia. Fue un privilegio ser personaje del bildungsroman literario de esa sutileza y generosidad; para dejar por escrito la gratitud, le dedicamos años después el libro “El misterio Horacio Q” y fue bien poco para saldar una deuda que será eterna.

En la próxima primavera Alejandro cumpliría los noventa y es inimaginable pensarlo veterano; seguro que firmó un pacto para preservar la juventud y fragmentarse en varias vidas sumando conocimientos. Apeló a estratagemas astutas como estudiar griego para leer a Homero en el original; en secreto aprendió las cosas infinitas del mar y seguro que en una vida anterior fue marino de timón, velas y abordajes. Cuando lo conocimos armaba su antología clásica 36 años de poesía uruguaya publicada en 1967 y lo vimos presentar en los años difíciles recitales de Marosa di Giorgio. En 1979 inició su obra narrativa con la novela Dos rivales y una fuga en el espíritu de Conrad, que escribía de ríos y expediciones, marinos como Mac Whirr, Charles Marlow y Jim, James Wait, todos poniendo proa al corazón de las tinieblas y la línea de sombra. Alejandro lo dijo en el prólogo a El oro de las sierras de 1998: “El gusto por la aventura, la narración de hechos que se desencadenan generando suspenso, los escenarios abiertos, el aire libre de los tiempos históricos -cuando nuestro territorio, sujeto aún al coloniaje, constituiría sin duda una vastedad tan enigmática y solitaria como el propio protagonista-, han sido y son elementos de constante inquietud en mi obra.” La nave insignia de Paternain completó catorce expediciones por los siete mares de la ficción; como siempre hay que optar por el vellocino de oro, una Troya con naves aqueas, la vigilia irrepetible del Almirante, la única Moby Dick, un horror horror horror al final del río Congo, aquella isla misteriosa, un Nautilos y la explosión Graf Spee, nuestra focal telescópica se fijó en la novela La Cacería publicada en 1994. ¿Dónde fue Paternain a buscar esa sabiduría, secretos, jerga y ardides de lobo de mar? Lo ignoro, es parte del misterio como lo fue el avistamiento de la novela por Arturo Pérez-Reverte, tal como lo cuenta en el prólogo de la edición española de La Cacería (Alfagura / 2015)

“La Cacería cayó en mis manos por casualidad en 1996. Estaba en Montevideo, buscando el hotel desde donde el espía británico ve el Graf Spee hacerse a la mar en La batalla del río de la Plata, cuando la casualidad puso un ejemplar en mis manos. La novela y el autor me eran desconocidos, pues Alejandro Paternain nunca había sido publicado en España; pero el asunto me fascinó desde el principio: primer tercio del siglo XIX, corsarios, una persecución clásica en el mar. Aventura, historia, navegación, se daban feliz cita en aquellas páginas, que además estaban extraordinariamente bien escritas. Me gustó el título, me gustaron las páginas que leí por encima, me llevé el libro al hotel y lo acabé completo en tres horas. A la mañana siguiente cogí el teléfono, hice unas pesquisas editoriales -supe entonces que el autor tenía 65 años y había escrito otras tres novelas-, y llamé a Alejandro Paternain a su casa. Oiga usted, dije. No tengo el gusto de conocerlo, pero estoy a sus órdenes, comandante. Ya no se escriben novelas como ésa, y me habría encantado firmarla yo. Me dio las gracias, charlamos un rato, quedamos en vernos alguna vez. Cuando volví a Uruguay ya había leído sus otras novelas, y lo llamé. Me reafirmo en lo dicho, sostuve. Maestro. Nos vimos, claro. No me esperaba a ese profesor jubilado de Literatura, leidísimo, modesto, buen tipo. Stevenson. Conrad, Melville, O’ Brian, ya saben. Hermanos de la costa. Hablamos mucho de barcos, de naufragios, de libros, de viajes. Y nos hicimos amigos. Alejandro Paternain contaba muy buenas historias de aventuras, casi siempre con el mar como fondo, con deliberada y sobria eficacia. Yo le llamaba respetuosamente profesor, y él sonreía al oírlo, con benevolencia cortés. Era alto, anciano, tan elegante como su nombre y apellido. Un verdadero caballero.”

El Paternain invocado este marzo es el hombre en medio del camino de su vida y nuestras primeras navegaciones literarias a remo de los años setenta. Nos hizo muy felices saber del encuentro fortuito con la marina española, que le permitió vivir el episodio quizá más intenso de retorno, reconocimiento entre pares y amistad tardía. Cuando llegó el tiempo triste del Drakkar funerario del viento norte, el alumno del liceo 14 estaba lejos; la crónica del viaje de Alejandro a la isla Avalon nadie la dijo mejor que Pérez – Reverte en el prólogo citado, navegante de Cartagena con cicatrices de Lepanto y Trafalgar, audaz como los adelantados que hendieron de proa el río de la Plata con el Monte VI a estribor: “Hace ocho años que Alejandro Paternain largó amarras para el último viaje. Desde la muerte de su esposa ya no era el mismo. Trabajaba poco y había perdido las ganas de casi todo. Me dieron la noticia cuando -cosas de la muerte y de la vida- yo estaba de nuevo cerca de Montevideo, en la otra orilla del Río de la Plata, en Buenos Aires. Al enterarme le dediqué mentalmente un brindis: una pinta de ron. A tu salud, profesor. A tu memoria y a la de los hermosos libros que escribiste, devolviéndonos al tiempo en que una raza especial -hombres de hierro en barcos de madera- todavía surcaba los mares. Por eso considero hoy un honor unir mi nombre, en el prólogo de esta oportuna reedición, al del autor de tan magnífica novela. Contribuí así a que se haga justicia al novelista uruguayo que fue uno de los últimos clásicos vivos del mar, la historia y la aventura. Agradeciendo una vez más estas páginas leídas, vividas, con todo el trapo arriba, el viento silbando en la jarcia, y en la boca el sabor de la sal y el aroma del peligro. Por Alejandro Paternain doblará siempre a muerte la campana de la inmóvil goleta Intrépida, mientras él descasa junto a todos los corsarios y todos los piratas que surcaron los mares en busca de gloria o de fortuna. En la tumba donde yacen ellos y sus sueños.”  

Visitantes II

Héctor Galmés
EL PUENTE ROMANO

Si El puente romano es una obra maestra del cuento breve es, entre otras ecuaciones algebraicas con raíces imaginarias, por conjurar el cruce de escenas evocando tiroteos de El combate de la tapera con intersticios laberínticos de tiempo y espacio en tanto constantes universales: al otro lado del puente (ese puente diabólico clonado de arquitecturas coránicas) topamos con lo que dejamos atrás y avanzamos a la locura. Es lo que sucede en este último número virtual del Cabaret literario La Coquette, con Shiva danzando se activa la máquina de remontar el tiempo. El cuento fue publicado por primera vez en la Revista de cultura Trova, segunda época año II No 6-7 diciembre de 1980. Salíamos pues del proyecto estas últimas semanas luego de 36 entregas; revolviendo papeles vimos la novela Necrocosmos de Galmés dedicada el 31 de julio de 1974 y comenzaron a moverse las imágenes estáticas. A Galmés me lo presentó Paternain, en el departamento de la calle Convención conocí a su esposa Delia y supe que tenía un campo con caballo que se llamaba Pibe. A veces recitaba poemas en alemán y ahí escuché por primera vez grabaciones originales de la orquesta de Julio De Caro. Galmés escribió una obra de ficción breve e intensa con títulos con magia como La noche del día menos pensado, tradujo las obras centrales de Goethe y terminó su versión uruguaya de La Metamorfosis de Kafka; el amigo y cómplice de ediciones aventureras fue Heber Raviolo desde Banda Oriental. Héctor murió demasiado pronto a los pocos meses de disipada la dictadura uruguaya; la resaca de los partes con charreteras cubrió la memoria relegada del Uruguay literario del cual, con esos dos amigos tuve la felicidad de conocer en su tradición oral, que tenía uno de los embarcaderos en el boliche de Paraguay y San José. Era un país donde los estudiantes recién llegados al circuito fuimos aceptados con afecto que creo desvanecido, diría que los nuevos éramos grumetes del Argos y el Pequod, los tripulantes cambiaban de apariencia y el navío literario seguía viaje hacia los posibles. Llegué al puerto ballenero -llamadme Juan Carlos- al final de los años sesenta; ese tres mástiles tenía varios viajes en el casco y en un prólogo de 1981 a los cuentos de Galmés, Alejando Paternain evocó ese ambiente que llamó Los años cincuenta:

“Eran, para nosotros, los tiempos del Gran Sportman, de la amistad en los patios del Vásquez Acevedo, de las esperas amargas antes de los exámenes. Coincidíamos con Galmés en lecturas y en gustos, en aceptaciones y en rechazos. Rechazábamos el aburguesamiento, los códigos, las costumbres. Nos gustaban (¿qué otra cosa podía esperarse?) las criaturas femeninas, las confidencias consoladoras, el jugarnos enteros -aunque en estilos disímiles- por las musas (también las de carne y hueso). Yo le confiaba mis lecturas de las traducciones de Goethe, él, las de Boccaccio. Por sobre eso, nos comunicábamos nuestra inexperiencia radical acerca de casi todo. Y tal condición nos hermanaba: suplíamos la vida aún no vivida hablando de nuestros proyectos, de lo mucho que pensábamos leer, de las montañas de cuartillas en blanco que nos aguardaban y que habían de granjearnos -en un plazo muy lejano, pero también muy cierto- algún ángulo oscuro en el Panteón Nacional.

Nutrimos tanta dichosa ingenuidad desertando de los estudios de Derecho -que nos horrorizaban- y filtrándonos en las aulas donde se estudiaba a Cervantes y a Shakespeare, a Góngora y a Bécquer, a Homero y a Quiroga. ¿Habrá que relatar nuestra asistencia a la Facultad de Humanidades en su vetusto edificio de Cerrito y Lindolfo Cuestas? En esos años aprendíamos con Roberto Ibáñez, con Paco Espínola con José Bergamín, y comentábamos lo escuchado y lo leído en las mesas del Tupí viejo. Asistíamos a los cursos como oyentes -eufemismo que disimulaba nuestra condición vagabunda, con algo de bohemia fiscalizada por un entorno familiar y social sin fisuras. Yo admiraba en Galmés su voracidad lectora y su disciplina: era capaz de aislarse en aquel colmenar de la Biblioteca Nacional, cuando funcionaba en una esquina de la Universidad, y pasarse horas leyendo todo lo que yo ignoraba. Por él conocí a Kafka y a su mundo de pesadillas, a Valèry y su coraje para abordar el cosmos sin estridencias, a Heidegger y al Kierkegaard del Diario de un seductor. A Thomas Mann en sus reales dimensiones, es decir, el de las exploraciones interiores, el de la poesía entendida como experiencia. Vi en Galmés tan íntegra y natural manera de vivir el hecho poético que le atribuí -convencido- un destino consagrado a la poesía lírica. Hoy, sin embargo tenemos a un prosista. ¿Se desvaneció, acaso, aquella experiencia de que hablaba nuestro querido y venerado Rilke?”

Más adelante en el prólogo, Paternain responde a esa interrogante sobre el golpe de timón poético de su amigo. Nosotros llegamos hoy a la otra cabeza del puente del proyecto La Coquette: estamos en casa de Galmés con Alejandro escuchando Qué noche! de don Agustín Bardi, El Monito del gran Julio De Caro y Héctor se reía con ganas cuando llegaba la parte hablada del tango instrumental. Digamos que fue la noche del día menos pensada, el 3 de julio de 1974 cuando Holanda le ganó a Brasil 2 a 0 por la copa del mundo. Llovía lindo en Montevideo, un par de horas antes nos dimos cita los tres en El Candil e imaginándonos en la cubierta del bergantín Nelli ante el estuario del río Támesis.

LOS RÍOS FICTICIOS

La serie de los Capítulos Sueltos (IV)
Capítulo 13: Piso Trece
De la novela Sushi de Hipocampo

ENSAYOS CRITICOS

JOSÉ PEDRO DÍAZ
La literatura mar adentro

NOTAS, APOSTILLAS Y ANEXOS

Comentarios actualizados a los contenidos

ARCHIVOS

El cazador Gracchus amarra en Montevideo, Mi primer Felisberto y El arte de comparar: bello como las rodillas de Isidore Ducasse (diario de las obras) / La primera Cartografía original / Biblioteca musical / Índice general de los años Uno y Dos de La Coquette / Fichero de las Bandas de Audio desde Abril 2020.

DUODÉCIMA Y ÚLTIMA BANDA DE AUDIO: HOMMAGE A LA COQUETTE

Jaime Roos / “Amor profundo” de Jaime Roos.

Alain Bashung / “Montevideo” de Alain Bashung,

Mauricio Ubal / “Una canción a Montevideo” de Mauricio Ubal.

Daniel Amaro, Joaquín Sabina / “A la ciudad de Montevideo” de Daniel Amaro.

Rina Ketty / “Montevideo” de H. Varna, Mac Cab y Boby Fisher.

Jorge Drexler / “Montevideo” de Jorge Drexler.

Leo Antunez / “Montevideo” de Leo Antúnez.

Ruben Rada / “La rada” de Ruben Rada.

Los Traidores / “La lluvia cae sobre Montevideo” de Alejando Bourdillón, Juan Casanova, Pablo Dana y Víctor Nattero.

Tabaré Cardozo / “Montevideo” de Tabaré Cardozo.

Romeo Gavioli / “Montevideo” de Romeo Gavioli.

El arte de comparar (bello como las rodillas de Isidoro Ducasse)

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I
A MANERA DE PRÓLOGO


Nuestro saber suele ser un saber de libros. Cuenta Michel Foucault en el prefacio a “Las Palabras y las Cosas” que la lectura de un texto de Jorge Luis Borges -donde transcribe cierta enumeración que el doctor Franz Kuhn atribuye a una enciclopedia china- fue el punto de partida luminoso de la hipótesis de trabajo de su libro, grado cero del tema del conocimiento observado desde una perspectiva arqueológica. Dice Foucault: “Ahora bien, esta investigación arqueológica muestra dos grandes discontinuidades en la episteme de la cultura occidental: aquella con la que se inaugura la época clásica (hacia mediados del siglo XVII) y aquella que, a principios del XIX señala el umbral de nuestra modernidad.” (1) Este acatamiento singular así desarrollado postulando el itinerario de una crisis, conectó de manera pertinente dos asuntos que nos venían preocupando desde hace tiempo y por razones relativas al proyecto narrativo. El sistema conceptual de Pascal -cruce de teología y ecuaciones- en sus posibilidades analógicas y la ética transgresora circulando en los escritos de Ducasse afectando la literatura y poiesis de la modernidad.

Nuestra intención en el presente ensayo fue reflexionar centrándonos en el segundo de esos temas, siendo la ficción de Montevideo el considerando decisivo que recorre la trama. El texto de “Los Cantos de Maldoror” resultó fuente de interrogantes suficiente como para absorber todo el interés de un estudio y asimismo la extensión de una tesis de doctorado, sin ser nuestra motivación prioritaria mientras transcurre el año 1985. Sorprendente además al poder dar en principio una impresión de unicidad extraña, territorio fértil de reflexión árida donde fue dificultoso hallar la filiación de los precursores.

Había sin embargo una puerta de acceso camuflada a LcdM, línea sutil dibujada con el grafo láser del lenguaje y que nadie interesado en el misterio Lautréamont puede renunciar a consignar. Resulta tan marcada la diferencia cerebral entre e genio de Pascal y la transgresión colonial juvenil de Ducasse, que precisamente -puede que en el domino acotado de la lengua francesa- deben insinuar elementos comunes. Nosotros buscamos discernir esos vasos comunicantes y con espíritu de principiante, antes de adentrarnos en apreciaciones de la noción de belleza tenebrosa en LcdM. Tampoco quiso ser este estudio aproximativo una aplicación indirecta de las tesis más iconoclastas de Foucault, menos la enésima justificación prestigiante de una relación que admitimos desde el comienzo caprichosa. En sus orígenes supuso compartir el contento de ciertas coincidencias observadas desde la periferia uruguaya, que si bien podrían resultar arbitrarias, aspiran a insinuar un método de lectura. De dicho estremecimiento que Foucault establece entre esos siglos, algunos ecos textuales deberían infusionar en dos de sus nombres más representativos.

El texto de Borges referido está incluido en “El idioma analítico de John Wilkins” y parece ineludible que Foucault lo haya citado. Según Borges, Wilkins fue hombre del siglo XVII (1614-1672) y su obra más comentadq “An Essay Towards a Real Character and a Philosophical Language” trata el tema del lenguaje; publicado en 1668, presume la intención del polifacético inglés de formular un idioma universal y en que cada palabra se define a sí misma. Como luego sucederá en pleno desarrollo de la Ciencia omnipresente, emerge la cuestión del lenguaje en una relación dialéctica con los postulados metodológicos; asunto que recién comenzaría a plantearse en sus términos verosímiles y con probabilidades de solución hacia el siglo pasado. John Wilkins -contemporáneo de Descartes- asiste al fracaso de la invención ingeniosa de un lenguaje artificial que postule categorías absolutas: la búsqueda de máquinas lógicas lingüísticas es una rama de la filosofía fantástica, que permite nuestras especulaciones lúdicas, más afines al relato ficticio enmascarado que a la filosofía. Hacia esa época tal intento se presentaba como una etapa en antagonismo con la realidad social. El “Discurso del Método” -de ingreso espectacular en la filosofía occidental- era la demostración de que el lenguaje en práctica y teoría, podía ser el vehículo pertinente para encauzar la razón todopoderosa en el intento de organizar el mundo. Dominarlo desde la explicación retórica aún con otra ambición íntima y sublime: demostrar la existencia de Dios.

Pascal es contemporáneo de ambos, estando por tanto en la imaginación actuante de la época clásica. Algunos de sus Pensamientos serán reescritos por Isidore Ducasse con el estigma del signo contrario. Los dos sin premeditación manifiesta, más el aporte aleatorio de Blake, Dostoievski, Baudelaire, Kierkegaard y Nietzsche forman el grupo de seres privilegiados que, según Sábato “intuyeron que algo trágico se estaba gestando.” (2) En “Otras inquisiciones” (3) el texto anterior al dedicado a John Wilkins se titula “Pascal”.

Otro detalle merece ser ahora recordado, en cierto pasaje de “El idioma analítico…” se presenta parte del sistema del autor reseñado. Parece ser que, bifurcando desde una intencionalidad racional y clasificadora, el inglés dividió el universo en cuarenta categorías o géneros. En la decimosexta, sin que se argumente lo parcial o fundado de tal ubicación, asoma la Belleza. Sin la modestia de las comparaciones sucesivas de Ducasse, Wilkins lo define por metáfora: es un pez bípedo, oblongo. Definición por lo menos tan sorprendente como las minadas en LcdM, formulación forzosa transgresiva al parecer, mutante cuando se concreta el encuentro intencionado de ideas y palabras.

Pascal y Ducasse -sin olvidar sus máquinas disímiles- son dos instancias estimulantes de la relación hombre/lenguaje. Para Pascal lenguaje y conocimiento avanzan juntos, relegando a la condición exótica e impertinente todo proyecto de lenguaje artificial. En el proyecto Ducasse -y en toda su época del XIX parisino- el poeta queda desamparado ante la Historia, la inscripción cotidiana en la sociedad, los sistemas de pensamiento y la ingeniería de la matemática mecánica, con un lenguaje creativo que sólo puede referirse a sí mismo. Un año después del nacimiento del montevideano, George Boole establece las bases de la moderna lógica simbólica, marcando la ruptura de la ciencia con la gramática; diez años más tarde, nace Saussure que sistematizará la lingüística occidental. Impedido de mentar la complejidad de la creación desarticulada en sus más elementales partículas, el lenguaje profético forzaría proyectarse en otras dimensiones invertidas, soñadas e inesperadas hasta extenderse en el perímetro cadavérico de una mesa de disección.

Ingrid Tempel

JULIO 2020

Ingrid Tempel nació en Montevideo y forma parte de la tradición poética femenina de la literatura uruguaya. Fue una gran alegría que Ingrid aceptara visitar La Coquette en tanto autor; es asimismo narradora, conoce los senderos secretos del Parc Montsouris y escucha el dúo Grappelli/Menuhin. 

Los poemas que ella misma seleccionó, provienen del libro “Asia en el corazón”.

JUNIO 2022

Ingrid Tempel nació en Montevideo y reside en París; fue de las primeras visitantes de La Coquette en su condición de poeta y hoy se instala en la librería Las Nubes con un libro de relatos en su más reciente configuración. La suya es una historia frecuente de mujer uruguaya hasta los veintiséis años, cuando comenzó la experiencia del exilio; por entonces estaba casada con Pancho Graells, artista y caricaturista de medios de izquierda. Marcha, De Frente, otras publicaciones del humor opinando como La Balota y que adquirió notoriedad -si nuestra memoria está en lo cierto- con una adaptación de El Reyecito a la figura de Jorge “el bocha” Pacheco Areco: ya por entonces el trazo caricatural sobre papel tenía consecuencias. Primero fueron dos años en Buenos aires, el viaje al exilio siguió con una estadía de ocho años en Caracas (donde Pancho había nacido en 1944 y tenía familia) y luego desde 1983 la decisión París. A la historia de la escritora periodista la precede la crónica de la familia. Ingrid es hija de Iry Tempel, judío polaco y únicos sobrevivientes junto con su hermano Herman, de una familia devastada durante el Holocausto; luego fue la bifurcación obligada de los hermanos. Herman viajó a París: “Durante la segunda guerra mundial mi tío Herman Tempel viajó a Londres y se enroló con las Fuerzas Francesas Libres de De Gaulle, a las cuales acompañó como médico”. Iry emigró a Montevideo donde formó familia. “Mi madre, Anita Kaufman, era judía alemana. No pudo hacer estudios debido al antisemitismo. Trabajaba en la casa del embajador de Paraguay en Berlín, el general Schenoni. El embajador adoptó a mi madre y le dio pasaportes paraguayos para que pudiera escapar con su hermana (mi tía Mary) y sus padres, creo que en 1942.” Los viajes como presagio y fatalidad, el mandato de hablar de la familia y contar lo visto comenzó para Tempel antes del golpe de estado; siguió luego en las horas hurtadas al periodismo en el servicio para América Latina y España de la agencia France-Presse, donde trabajó hasta hace pocos años. “Los poemas, los cuentos y las novelas se convierten entonces en el instrumento de mi supervivencia; la escritora deja de ser una turista para analizar, a la luz de la Historia, los acontecimientos del país donde vive o las ciudades que visita.”

En prosa Ingrid publicó las novelas “Mueca ante un espejo oscuro” (2010) y “Maia en la ausencia” (2016), además de estar presentes en varias antologías. Los relatos de “Escribir lejos” dan cuenta de las travesías referidas; asumiendo itinerarios dispares conectados como los vuelos en la narrativa. Uno orientado a otros ámbitos y contextos de los del lugar de origen; otro al laberinto de la familia, dudando sobre qué camino emprender, buscando en cada texto la salida si ello fuera posible, con el hilo narrativo en una mano para evitar perderse como los ancestros, topando despojos de los sacrificados en el avance y el temor presentido de comprobar si la criatura del centro tendrá apariencia similar al monstruo rondando las pesadillas. “Los cuentos fueron escritos en el exilio mientras, como muchos escritores, daba la prioridad a mi familia, a la necesidad de tener un trabajo remunerado y estable. Pero esas migraciones y lecturas, así como los viajes, enriquecen también el contenido de mi obra.”

Jorge Musto

MAYO 2020

Mi querido amigo Jorge Musto es autor de una obra considerable, le gusta el primer cine de Theo Angelopoulos, la segunda escuela de Viena y el billar a tres bandas. El maestro Musto tenía carta blanca, se decidió por una “comedia de un rato de lectura teatral”. Gracias a ese ingenio escénico puesto en movimiento, también el Cabaret será otro espacio de libertad. 

JULIO 2020

Jorge Musto me aseguró que se había cruzado con William Faulkner; recién años después le pregunté si estaba seguro, él me respondió enviándome una copia de «Otros Sur, otras derrotas».

OCTUBRE 2020

Muerte de un discreto” (evocación tardía) o después de la lectura y muerte de Julien Gracq. Es la vuelta al Cabaret de un viejo amigo, recordando que la eficacia de la obra siempre depende del instinto del escritor lector; yo escuché alguna noche la inolvidable versión oral del texto, en la casa de Monika y Jorge rue de la Croix Niver.

FEBRERO 2021

Febrero es menos cruel que abril quizá por ser el mes más breve, sensible para la nostalgia y revisitar tres fragmentos de la novela “El rapto del tenor” del amigo Jorge Musto. Antídoto debido contra la amnesia pendiente de la ciudad letrada, el libro es una rareza y muy bonito en su formato cuadrado italiano. Lo editó ARCA en Montevideo en el año 1995, la carátula sin márgenes impone un Pavarotti sorprendido en pleno despliegue vocal y firmado por Pancho Graells; en el interior, sonríe un hombrecito dibujado por Pieri asomando las bondades del libro de bolsillo. Tenía acápite de Federico Fellini: El mundo es sólo probable, no real. La contratapa la redactó Hugo García Robles: “Escrito con un absoluto rigor absoluto literario, “El rapto del tenor” parte de una anécdota cuya aventura central es la que define, precisamente su título. Pero la peripecia son apenas un pretexto para desarrollar una propuesta que comienza en la insólita botella que viaja con un mensaje desde la Guaia a Adén y de allí a Hamburgo.”

Leyendo estas páginas evadidas del original, se diría que la literatura uruguaya post juvenil está en manos de un narrador senior. Habría que reconocerle a Musto -en todo caso- intuiciones proféticas: imaginó con meses de anticipación lo ocurrido el 4 de marzo de 1996, durante el recital memorable Luciano Pavarotti de Módena en el Estadio Centenario de Montevideo.

Febrero 2023

(ingresos)

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EL CLUB DE LOS NARRADORES

“Mujer sin equipaje en un andén” / “In memoriam Robert Ryan” / “Últimas horas en Weimar”

VISITANTES I

M (textículos & contumacias)

-9 fragmentos-

W – Por primera y última vez en La Coquette un visitante es un objeto pero lo mismo citaremos al autor, el libro se titula M (textículos & contumacias) y pudo tener otros 13 títulos en el campo de los posibles, tantos como las letras del apellido del autor. “Ese apellido, muy popular en Polonia, viene del nombre eslavo Wojciech, construido a partir de una doble raíz: woj, el guerrero / ciech, la alegría y consolación. San Wojciech Slawnikovic, obispo de Praga, misionero en Prusia, patrono de Polonia y mártir, llamado en latín San Adalbertus está en el origen de varios topónimos que estarían al origen del apellido WOJCIECHOWSKI.

O) El libro conoce su primera edición en 1994 y una segunda de setiembre 2021; todo aparenta indicar que son el mismo libro reeditado, igual se operaron mutaciones haciendo que lo mismo sea distinto, la diferencia son una punta sumada de 17 años, toda una vida como cantó Antonio Machín.

J) “A los 13 años de la publicación de su primer libro, Gustavo Wojciechowski (Maca) arremete ahora con un ejercicio que se pasea desde la creación al ensayo, que se divierte entre el pastiche y la parodia, con el homenaje y el plagio. Gárgaras de literatura. Un libro bisagra: abre y cierra el juego, continúa y rompe con su propia dicción, dejando la sentencia en secreto.” (Decía -mintiendo- en la contratapa de la primera edición)

C) El libro está dedicado a Martina y lo abre un epígrafe de G. H. Chesterton: “El mundo ya era muy viejo, amigo mío, cuando nosotros éramos jóvenes.” Últimas palabras manuscritas del ejemplar: más allá o más acá de los paraísos artificiales, encuentro un cierto parecido físico entre el joven Dylan Thomas y aquel argentino realizador de versos camorreros, provocativos, desgreñados, Olivari.

E) El autor nació en el mes de abril que, como lo escribió T. S. Eliot es el mes más cruel; el mismo abril que Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont pero ciento diez años más tarde, en 1956, detalle que nunca fue impedimento para que se cruzaran en algún almacén de ramos generales del barrio donde viven.

C) Gustavo diseñó carátulas de Rada, en aquellos tiempos su tríptico de referencia cercano era Buscaglia, Macunaima y Leo Antúnez. Fue al liceo N° 17, cursó estudios en artes aplicadas de la calle Durazno, vivió una época en Requena y Culta, cortita como Isla de Flores, que era una calle pavimentada de adoquines. Ahora reside en Buenos Aires, no la reina del Plata sino la calle paralela a Bulevar Sarandí en la Ciudad Vieja y por más información, consultar la entrevista exhaustiva de José María Barrios y Aldo Novik en tranvías.uy de junio 2017.

H) Tiene una asignatura pendiente, su novela Zafiro de 1989 llevaba por subtítulo (yo sólo quería ser el cantante de una banda de rock and roll). Lo que había a mano en nuestros Woodstock e isla de Wight orientales eran Los tontos, Los estómagos, Los traidores, Trotsky Vengarán, La vela puerca; y en mi interior diría Rubén Darío: Robert Platt, Bon Scott o Brian Johnson -Highway to Hell- y de Baltimore (donde murió E. A. Poe) el enorme Frank Zappa.

O) El libro es otro Aleph de papel y viaje de argonautas a la búsqueda del vellocino de la juventud en huida perpetua, se engancha con los almanaques de Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos (1967) y Último Round (1969), explora los efectos alucinógenos durante el sueño de acercarse al mar del planeta Solaris urdido por el polaco Stanislaw Lem, es un trip con carburante de poesía ya escrita y más zarpado que una medida triple de absenta.

W) El libro rompe cronologías culturales sociológicas que continúan dependiendo de las fuerzas armadas, con referencias a dictadura, la post dictadura, hijos del exilio, generación del 85 o el 86 por la Ley de Caducidad. Las fechas sagradas deberían ser otras: ¿cuándo se creó el Sexteto Electrónico Moderno? ¿fue en 1970 que escuchamos la versión de You Really Got Me de Los Delfines? Hubo primero para GW el sexteto con alineación inicial de la Revista Uno de la Cultura; en el 82 se crea Ediciones de Uno: Maca, Agamenón Castrillón y Héctor Bardanca.

S) Recuerdo que yo mismo estaba como los bailes de la IASA danzando en tres pistas; escuchaba Todos detrás de Momo de los Olimareños, las canciones del Festival de San Remo y había caído forever en la marmita tanguera con el LP Troilo for Export del año 66 con temas de Arolas y Julián Plaza. Más tarde y ya casado, era el noveno álbum de Jetthro Tull: demasiado viejo para el rock and roll, demasiado joven para morir. Me acerqué curioso al Palermo Boxing Club en el festival Arte en la lona, abril 1988 y vi la performance de Alberto Restuccia; estuve en la recorrida municipal de Martín Karadagian cuando el homenaje a Titanes en el Ring, en la tribuna de Montevideo Rock 1 en noviembre de 1986 -nel mezzo del cammin di nostra vita…- y escuché a Gustavo recitando sus textos alguna noche en el Teatro Circular.

K) El libro es expansivo y generoso, tiene algo de big bang descontrolado, el contenido resiste en hipnotismo y veinte años no es nada. Todo lector hallará una zona allí de su memoria afectiva y se abren las puertas del olvido: fotos movidas, músicas, imágenes de recitales, álbumes míticos de Emerson, Lake and Palmer, situaciones nocturnas que fueron antídoto para salir de la malaria. Es memoria y deseo, calesita y tren fantasma, antología de los malditos poéticos que pagaron caro la osadía de versificar. Pasen señoras y señores a la carpa del circo… descubran los tragos de Dylan Thomas, a Rimbaud antes de la pierna cortada, la zurda prodigiosa de Hendrix, Janis Joplin con siete velos, las partidas de nacimiento truchas de Pessoa, el esperma veneciano de Casanova, los lentes de Marosa, la ausencia de Mateo, la foto calendario de Marilyn de setiembre 1955 y la flor Azteca…

I) Los textos aquí elegidos son muestra del filón más personal del autor en la mina. Es bravo decidirse cuando se trata de un actor que juega en todo los puestos como Holanda del 60; primero en equipo y desde 2004 con sello propio editando a poetas, narradores pues como es bien sabido: “todo vampiro dibuja una m en medio de la bruma.”

Visitantes II

Bruno Millán Narotzky

Lira / Informe sobre el Odradek

Con Bruno Millán Narotzky (Madrid, 1992) comenzamos a trabajar sobre el Cabaret Literario La Coquette allá por noviembre del año 2019; cuando teníamos pronta la primera entrega Covid se nos adelantó un mes e igual salimos en la red en abril de año 2020. Bruno es el responsable del diseño gráfico del sitio y la continuidad del mantenimiento; es decir del traslado, ubicación de contenidos en cada sección, nexos de la banda de audio, corrección de errores, ajuste de la invitación y salida cada día 23 como hoy. Es bueno eso de dialogar con alguien de otra generación más joven y que sigue de cerca la evolución de los materiales del sitio. Tiene una formación filológica y musical desde los cuatro años, conoce de informática, es traductor en el cruce de media docena de lenguas. Puede leer el Arte de la guerra de Sun Tzu, los poemas de Li Po y el Pequeño libro Rojo del gran Timonel en sus signos originales. Tocó en violín algunas partitas de Bach y es aficionado al toque de arco de Stéphane Grapelli; entre los visitantes del sitio como se ve en Lira, tiene una preferencia por la poesía de Circe Maia. Con esos antecedentes pesados yo sospechaba que había algunos escritos personales que fui conociendo en estos años; le dije que sería una buena idea que diera algo de eso a conocer en nuestro karaoké, se lo pensó y como le gusta la escena -toca en un grupo que se llama Bartok 3- terminó por aceptar y enviar un par de textos representativos de su historia.

En el primero entramos al imperio de leyendas chinas donde se fusionan orígenes de la trama celeste y la música con siete filamentos del fuego estelar, templos de sabiduría y primeros sonidos del mundo suspendidos a la caparazón prodigiosa de una tortuga del Nilo. Esas historias vienen de atrás en su vida, del mandato del viaje al Este; como Ezra Pound al inicio del siglo pasado, Bruno pasó por Londres y luego siguió ruta hacia Cathay a buscar lo que se escribe de manera diferente; en una de las alforjas trajo esta leyenda de constelaciones tonales para la cuerda Sol. Por el contrario, Informe sobre el Odradek es nave esploradora de la escritura que viene o del retrato robot de nuevos lectores que nos rodean, iniciados a Twitter de Elon Musk y redes sociales. Partiendo del cursor kafkiano del siglo pasado descubrimos el sol naciente que asoma en Mikado y Bushido, como lo indican el éxito mundial de mangas, reencarnaciones de Godzilla y competiciones multitudinarias de videos juegos. Ahí pasan cosas en el reactor del relato moderno; estamos en los filos katama del cuento interactivo lector argumento, activación de la inteligencia artificial, robótica que pinta cuadros y redacta tesinas. La juventud está dispuesta a aceptar estrategias narrativas complicadas, siempre que haya inventiva como lo vimos en Ghost in the Shell, en episodios de Assassin’s Creed que activan la máquina Animus explorando la memoria genética desde nuestros ancestros. Con ese nuevo Odradek Kafka se vuelve precursor de su propia obra, con animales cantores y castillos inaccesibles, laberintos jurídicos de la Ley, metamorfosis familiares durante un sueño, zonas donde coexistimos con entidades que son criatura y objeto; un proceso infinito de destrucción creación como se continúa con las 108 danzas rituales de Shiva Nataraja.

LOS RÍOS FICTICIOS

La serie de los Capítulos Sueltos II
De la novela “Le croupier magyar”
(capítulos 1 y 20)

ASTILLERO

Paul Valéry
“Le cimetière marin”

(una traducción)

ENSAYOS CRITICOS

“El Aleph de la calle Pérez Castellanos”
(sobre Silvia Baron Supervielle)

NOTAS, APOSTILLAS Y ANEXOS

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El cazador Gracchus amarra en Montevideo, Mi primer Felisberto y El arte de comparar: bello como las rodillas de Isidore Ducasse (diario de las obras) / La primera Cartografía original / Biblioteca musical / Índice general de los años Uno y Dos de La Coquette / Fichero de las Bandas de Audio desde Abril 2020.

DUODÉCIMA Y ÚLTIMA BANDA DE AUDIO: HOMMAGE A LA COQUETTE

Jaime Roos / “Amor profundo” de Jaime Roos.

Alain Bashung / “Montevideo” de Alain Bashung,

Mauricio Ubal / “Una canción a Montevideo” de Mauricio Ubal.

Daniel Amaro, Joaquín Sabina / “A la ciudad de Montevideo” de Daniel Amaro.

Rina Ketty / “Montevideo” de H. Varna, Mac Cab y Boby Fisher.

Jorge Drexler / “Montevideo” de Jorge Drexler.

Leo Antunez / “Montevideo” de Leo Antúnez.

Ruben Rada / “La rada” de Ruben Rada.

Los Traidores / “La lluvia cae sobre Montevideo” de Alejando Bourdillón, Juan Casanova, Pablo Dana y Víctor Nattero.

Tabaré Cardozo / “Montevideo” de Tabaré Cardozo.

Romeo Gavioli / “Montevideo” de Romeo Gavioli.

El puente romano

Supieron que andaban cerca del Itapebí, porque de vez en cuando oían el rumor de la creciente que comenzaba a ceder luego de dos jornadas sin lluvia. Hombre y cabalgaduras se encontraban extenuados a causa de una marcha sin tregua por los barrizales de los bajíos, al amparo de la niebla persistente. Las brújulas eran ahora tan inútiles como los mapas, guardados en las maletas, y que sólo habían sido examinados por mera curiosidad en Buenos Aires, antes de la salida del tren.

Ninguno sabía con exactitud dónde se hallaban, sino el baqueano que habían conchavado tan pronto cruzaron el río Uruguay con los restos de la fracasada expedición de Juan Smith. Al que capitaneaba el grupo no le inspiraba mayor confianza ese tape de pocas palabras y mirada esquiva; tal vez era un espía. Pero llevaban prisa y no había tiempo de procurarse otro. Eran preciso arriesgarse y mantenerse alerta. Los aguardaba una larga marcha antes de poder reunirse con el grueso del ejército rebelde que se concentraba en la frontera norte. Pero el capitán disimuló sus preocupaciones para no desalentar el fervor que mantenía firme la moral de sus hombres. Ya habían tenido bastante con cruzar el río Uruguay acosados por los barcos argentinos. Eran ocho voluntarios, jóvenes sin experiencia en la guerra, salvo uno que había peleado en la revolución del Quebracho y servía como instructor. En las inmediaciones del Salto, un correligionario les había suministrado las armas: dos escopetas, un máuser y tres pistolas, que con el Colt del capitán, un sable y algunos cuchillos constituían el reducido arsenal.

El ruido de la correntada y la pendiente, ahora más pronunciada, indicaban que estaban más cerca de la orilla; pero para llegar al agua debían internarse en el monte feraz, de modo que lo fueron bordando a la espera de que aclarara. Pisaban terreno más firme, cubierto por apretada gramilla, pero a cada paso tropezaban con raigones y piedras. La marcha se hacía tan lenta como en los bajíos. Iban muy cerca unos de otros, siguiendo puntualmente las indicaciones del guía que aseguraba que en una hora alcanzarían el vado.

– ¡Cómo por el vado! -protestó el capitán-, si no debemos estar lejos de un puente. Recuerdo que en el mapa figuraba un puente.

-Por ese puente no se puede, patrón -aseguró el guía-, nunca se pudo. No hay más remedio que cruzar por el vado.

– ¡Pero en el mapa figura un puente! – insistió el capitán, casi convencido de que el baqueano estaba al servicio del gobierno.

-Usted me contrató para eso. Si no le sirvo, lo dice y me vuelvo a mi rancho.

-No, ahora no te podés ir. Antes hay que aclarar este asunto.

El capitán detuvo el caballo y hurgó en las maletas, buscando el mapa al tanteo. Estaba húmedo como todo lo demás, pero el papel era suficientemente grueso para resistir los rigores de la intemperie. Lo desplegó con cuidado, encendió lumbre y siguió con el índice la línea sinuosa del Itapebí. En efecto, una legua antes del vado había un puente. Pero recién ahora descubría algo en que no había reparado la primera vez: una tachadura algo borrosa trazada con lápiz de punta fina y también una anotación que no logró descifrar ni con el auxilio de la lupa.

Reanudaron la marcha. El capitán trató de develar el misterio.

-Decime, indio, ¿por qué no se puede utilizar el puente?

-Porque no se puede, nadie pudo.

– ¿Está roto?

-No, no está roto. Está tan entero como el día que lo terminaron. Eso dicen, y también dicen que por más que uno camine sobre él, nunca se puede ganar la otra orilla.

– ¿Vos intentaste alguna vez?

-Nunca bajé al río por ese lugar, pero conocí a algunos que lo intentaron, y juran que jamás pudieron. Hasta cuentan de un pobre tropero que se volvió loco. Lo que puedo afirmar es que el puente está engualichado. Hay quienes aseguran que un día anduvo el mismo Diablo por el pago, montado en un azulejo y que al otro día apareció el puente por donde se fue rumbo al norte una noche de tormenta. Unos guapos intentaron seguirlo pero apenitas aclaró se encontraron con que iban rumbo al sur.

– ¿Y a vos nunca te picaron las ganas de curiosear?

-No señor, porque a mí esas historias ni me van ni me vienen. Cuando tengo que cruzar el Itapebí, me arrimo al vado. Además la otra orilla es como ésta, puro monte y nada de camino. El puente no sirve para un cuerno. El único que conoce la historia y se la cuenta a quien se anime a interpretarla, es un cura viejo que vive en el Salto. Cuando termine esta guerra, Dios le dé salud, patrón, para que pueda ir a averiguar, si le interesa. (*)

Los otros iban callados. Algunos dormitaban. Parecía que siempre volvían al mismo sitio, que esa palmera insinuada entre los vapores fríos era la misma que habían dejado atrás hacía media hora.

Al disiparse un poco la niebla, el baqueano señaló una picada y dijo que si bajaban por ahí no demorarían en llegar al puente, pero que era inútil tomarse el trabajo, pues no podrían cruzarlo.

-Vamos a investigar -ordenó el capitán.

-No me queda más remedio que acompañarlos, porque si los dejo ir solos, es una fija que se me pierden en el monte -agregó el baqueano con arrogancia.

El capitán no lograba disipar sus temores. Cada vez le gustaba menos aquel hombre que se había adueñado de la situación y que tal vez los hiciera caer en una celada en la que serían degollados sin piedad. Pero sobre todo lo ofendía su obstinación en pretender hacerles creer las fábulas del puente encantado.

A poco de entrar en el monte fue necesario echar mano al sable para cortar las ramas espinosas que se enganchaban en los ponchos. Llevaban los caballos del cabestro, el baqueano había dejado el suyo fuera del monte y se movía como un reptil entre la maraña, señalándoles la ruta.

Los muchachos, jadeantes y con los rostros cruzados por numerosos rasguños hubieran preferido que el capitán aceptase las recomendaciones del guía respecto a la conveniencia de utilizar el vado, pero no se atrevieron a terciar en la conversación, considerando que les esperaban circunstancias todavía más ingratas. Era mejor endurecerse de a poco.

De pronto, el capitán ordenó detener la marcha; el guía había desaparecido. El ruido de la correntada y el que hacían las botas y los cascos al ser succionados por el lodo maloliente y al desprenderse con dificultad, para hundirse nuevamente, no evitaba que se sintiesen como atrapados en un silencio de muerte. Instintivamente se acercaron unos a otros, sin decirse nada, con el oído atento. El capitán amartilló el revolver y, como si hubieran interpretado una orden, los jóvenes voluntarios aprontaros sus armas. Algunas manos temblaron, tal vez por el frio intenso del interior del monte. Pasaron largos minutos antes de que se oyera la voz ronca del baqueano:

– ¡Por aquí!, ¡sigan derecho!

Sin bajar la guardia se pusieron en movimiento y no tardaron en dar con un claro cubierto de paja brava; un poco más adelante, luego de ascender por una pequeña elevación descubrieron la silueta del puente romano, en medio de la neblina dorada por la luz del amanecer, con sus bases amplas, los tres arcos y la calzada elevándose hacia la mitad de la construcción. El capitán consideró que si cruzaban por ahí se ahorrarían un buen trecho por más dificultades que opusieran el monte y los bañados que, según el mapa, quedaban un poco más al norte.

Atrajo la atención de todos la fuerza del remolino que se formaba bajo el arco central. El capitán estaba seguro de que el vado no daría paso aún. Sería insensato desaprovechar la posibilidad de cruzar por el puente, pero primero había que explorar. Ordenó a cuatro de sus hombres que lo acompañaran. Los otros cuatro quedarían atrás en previsión de cualquier emergencia. Le gritó al guía que marchara adelante.

-Yo no voy, patroncito; prefiero volverme al Salto, aunque no me paguen. Ya no me necesitan.

-No te me retobes, indio; tendrás que ir aunque te duela. Si duda nos querés embromar.

-Nada de eso, se lo juro por mi madre.

– ¡Andando! -gritó el capitán, empuñando el revólver para intimidar al baqueano que entró en el puente de mala gana. Estaba asustado. Los que quedaban en la retaguardia cerraron filas para evitar todo intento de fuga.

Marchaban muy lentamente porque la niebla volvía a cerrarse. El capitán iba a caballo apuntando a la cabeza del guía; los otros los seguían de a pie, con las armas listas y ansiosos porque aquello terminara de una vez por todas.

Por entre las piedras de la calzada crecían variedades de matas cubriéndolas de una alfombra que amortiguaba los pasos. Uno de los muchachos se detuvo un instante al descubrir sobre una loza un número arábigo. Más adelante apartó con la punta de la bota la maleza y encontró tallados en la piedra algunos signos algebraicos. Comprobó también que la calzada tenía una ligera curvatura hacia la derecha, pero al descender por la otra mitad notó que se curvaba hacia la izquierda. No había tiempo para sacar conclusiones.

El guía tenía miedo. Se resistía a seguir.

-Por Dios, patrón, ¡déjeme volver!

-No seas maula y seguí, si no querés que te reviente el cráneo.

Se acercaba a la orilla opuesta. El curioso seguía investigando; ahora entre unas matas holladas alcanzó a ver los mismos signos, pero invertidos. Iba a decirle algo al capitán, cuando éste sujetó las riendas y les dijo en voz baja que tuviera cuidado.

En efecto, al final del puente se distinguían siluetas humanas. Tres o cuatro, tal vez cinco.

El capitán increpó duramente al guía.

– ¿Y esos quiénes son? ¡Vas a decirme que no sabés!

-Parecen fantasmas, patrón.

Indignado por la burla de que era objeto, apenas pudo contener la cólera.

-Vas a ser el primero en morir, ¿oíste?

El baqueano avanzó otro poco, y cuando sus ojos avizores descubrieron a los otros se heló de terror.

– ¡Son los mismo, patrón!

– ¿Los mismos, quienes?

El infeliz ya no pudo articular palabra y echó a correr despavorido.

Seguro de la traición el capitán disparó dos veces sobre las espaldas del baqueano que emitió un grito ahogado. Pero no cayó enseguida; llevado por el impulso fue a desplomarse bañado en sangre, cerca de los hombres de la orilla, quienes, al reconocerlo, buscaron dónde guarecerse para repeler el ataque del grupo que se movía entre los vapores que flotaban sobre el puente.

El capitán ordenó a sus hombres que abrieran fuego graneado, y comenzó un tiroteo que se prolongó por diez minutos y que cesó abruptamente. Cuando el capitán se lanzó a todo galope sobre sus enemigos mal resguardados, una bala de máuser se incrustó en el pecho de su caballo. Mientras el jinete se incorporaba trabajosamente en medio del lodazal, el único sobreviviente de los contrarios aprovechó el momento de confusión para abandonar su posición y huir a refugiarse en el monte.

Fuera de sí, el capitán echaba maldiciones a todos los vientos. Maldijo a la niebla cómplice, al baqueano que les había traicionado, sin recordar su advertencias de que por el puente no se podía cruzar. Lo vio agitarse a sus pies, presa de las últimas convulsiones. Escupió sobre el moribundo, y luego se acercó lentamente al lugar donde yacían los tres enemigos abatidos, para descubrir con estupor que eran los mismos muchachos que habían quedado en la retaguardia. La cabeza comenzó a darle vueltas en un vértigo acelerado. Imposible intentar comprender aquello. Volvió al puente y cayó sin sentido sobre la calzada antes de reunirse con quienes lo habían acompañado: dos se desangraban ante la desesperación de los otros dos que no sabían qué hacer.

Cuando volvió en sí le pareció que había tenido una pesadilla, pero al incorporarse comprobó con amargura que la pesadilla continuaba. El sol estaba alto y la niebla se había disipado. Sobre la calzada yacían dos cadáveres. Los sobrevivientes no estaban ahí. Tal vez estuvieran en la orilla lavando sus heridas. Se puso de pie y recorrió el contorno con la vista, pero no los halló. Lo habían abandonado.

Lo mejor sería marcharse de ese paraje maldito lo antes posible. Subió por el ribazo en dirección al monte donde esperaba encontrar alguno de los caballos, pero antes de internarse en la maraña volvió la cabeza para echar un último vistazo. Contempló la otra orilla y la mitad de la calzada cubierta de carquejas que no habían sido pisadas ni teñidas de sangre.

Volvió sobre sus pasos. Ahora que todo se veía nítido bajo un cielo sin nubes, ahora que no tenía prisa, podía dirigirse, lentamente, a la otra orilla.

Entró de nuevo en el puente. Avanzaba despacio, muy despacio; pasó junto a los dos cadáveres que estaban a su derecha, y cuando traspuso la mitad del puente sintió como un ligero vaivén, un mareo fugaz; y ahora tenía los dos cadáveres delante de sí, pero a la izquierda; y, más abajo: el baqueano, su propio caballo rígido como una estatua derribada, los tres voluntarios contra quienes había disparado sin piedad. Sin perder la calma, giró cautelosamente la cabeza, y vio a sus espaldas las carquejas intactas y la otra orilla.

Después probó hacer el recorrido atendiendo únicamente a su propia sombra, que al pasar el punto medio de la calzada se proyectó bruscamente sobre el parapeto opuesto. Luego repitió la operación mirando hacia el sol; y al sentir el vaivén, cerró los ojos y en su retina perduró un semicírculo de fuego. Sin desanimarse, volvió a comenzar, y siempre retornaba, sin percibir cómo, al punto de partida. Lo intentó diez veces, veinte veces (veía que su sombra se alargaba), cuarenta veces (se fijaba en las estrellas), sesenta veces… hasta que se olvidó de sí mismo.

(*) Lo que el cura viejo contaba no todos podía entenderlo: el puente había sido construido a fines del siglo XVIII por un ingeniero excéntrico especialista en construcciones militares, al servicio de Carlos III, que buscó un lugar apartado para reproducir un modelo de puente como aquel que el astrónomo Al Muzewa mandó erigir sobre el Guardiana en el siglo XIV, aplicando a sus cálculos la ecuación del movimiento retrógrado del planeta Marte, y que la Inquisición ordenó destruir por considerarlo obra del demonio por arte de brujería. La escasa utilidad de una construcción semejante y la complejidad de los cálculos que exige su ejecución, determinaron que no fuese emulada hasta que el ingeniero Leoncio Arolas, hombre ilustrado, se propuso demostrar que se trataba de un problema matemático y que sólo la ignorancia del vulgo y el fanatismo dogmático habían dado lugar a creencias supersticiosas. Fueron pocos los que prestaron atención a la obra, en parte por lo aislado del lugar, y principalmente por las repetidas guerras del pasado siglo. Sin caminos de acceso, y en medio de una estancia cimarrona, finalmente fue olvidado. A principios de siglo aún se mantenía en pie gran parte de la estructura. Todavía pueden verse algunos restos que pronto desaparecerán bajo las aguas del lago de la represa.