El cazador Gracchus amarra en Montevideo

El Astillero es la sección dentro del sitio donde van avanzando los proyectos en proceso, un dominio del estado textual intermedio entre manuscrito y el libro hipotético. En los primeros meses de La Coquette, el proyecto “Gracchus” resultó ser el ensayo que abrió la partida por razones de actualidad de lecturas y afectivas. El Astillero tiene dos secciones: a) el texto visible (la escritura en proceso) y b) una redacción en paralelo comentando los contenidos agregados en cada entrega (diario de la obra). Luego de unos seis meses de trabajo y habiendo terminado el ensayo -a la espera del próximo sobre Felisberto Hernández que comienza este mes- los materiales se movieron. Las notas anexas fueron desplazadas a la sección Archivos donde pueden ser consulados si fuera necesario; el texto principal fue integrado a Los ríos ficticios pues el expediente explora el planeta kafkiano con perspectiva de narrador. Esas apostillas referidas (de alguna manera forman parte del libro) y un índice interno razonado de los contenidos, hacen innecesario el agregado de comentarios redundantes en esta presentación; quizá sean suficientes unas pocas líneas para quien inicia la lectura por esta entrada liminar.

Gracchus fue un cazador de la Selva Negra de los primeros siglos de nuestro conteo de la historia. Yendo tras una presa en la montaña tiene un accidente, muere y no muere del todo: esa ambigüedad del cazador de Schrödinger es lo que funda la leyenda. El relato popular destilado por el tiempo, es que acaso bifurcó yendo hacia la muerte y partiendo de ese error de bitácora, entabla un diálogo a distancia con el mito de judío errante. Gracchus parece condenado o destinado a un purgatorio marino -las razones de esa escatología con mástil y el fin del periplo suspendido permanecen flotando en las especulaciones-, un viaje que resulta infinito en una barca poniendo proa a todos los atracaderos del mundo. Kafka retiene esa historia y se interesa por sus promesas narrativas, Kafka escribe una frases en su diari y luego un relato de cuando la barca de Gracchus visita Riva, siendo recibido con la pompa funerario de un personaje de su extraña condición, ciudad por la cual el autor paso en su viaje italiano. Yo tomé el episodio (el relato tiene su propia historia secreta) por metonimia, circunvalando a Gregorio Samsa, el señor K, un ingeniero de castillo y otros personajes excéntricos, como el simio del Informe para una Academia o Josefina la cantora. Aposté a que Gracchus podía ser el Simug de Kafka, un pájaro literario fantástico volando entre todos y siendo también los manuscritos de Kafka. En algún momento accidental y ficticio la barca de Kafka amarró en Montevideo, que es mi ciudad natal. Ello sería la metáfora utilitaria del encuentro fortuito de un estudiante uruguayo de literatura con la obra del praguense; divagando sobre cómo la noticia del cazador rezagado, ilumina, crea y transfigura el mito con más incidencia de la literatura occidental moderna, sabiendo que el viaje continuará más allá del Siglo XXI.

El libro lo fui tramando a lo largo de varios años y ahora que parece terminado, tampoco sé a decir verdad cuál es su verdadera naturaleza. Trata en principio del espectro de Franz Kafka que regresa cada tanto a mis preocupaciones de lectura con la periodicidad de un cometa y este sería el capítulo de las aclaraciones del proyecto. En las próximas páginas Praga es la ciudad mágica secreta y el Moldava la correntada turbia de la literatura, Kafka el nadador desnudo que lo desafía –a veces atraviesa el río y otros días se ahoga-los puentes tendidos en la ciudad indican los accesos al otro lado de la interpretación: yo camino en uno de esos puentes de inspiración romana, sin conseguir cruzarlo y al mismo tiempo en otro puente.

Entiendo por Índice Moldava un sistema de medición ficticio que regula la distancia –indiferencia, lejanía, cercanía y ósmosis- de un lector ß en relación a la obra de Kafka. En el interior del IM se distingue la obra central –todo lo escrito por el propio personaje objeto de la medición- y obra satélite considerando lo escrito “sobre” la obra por agentes exteriores. Una compleja ecuación permite combinar ambas estrategias de lectura y así determinar un punto –más bien una zona- de índice comparativo. En la ecuación suele incidir  que se considere la cuestión de traducciones / versiones a otras lenguas que la original. De ahí, pues, el sentido más próximo al tributo que a la originalidad del libro, cuya rareza en todo caso es habilitar algunos peajes –pienso en los lectores más jóvenes- que llevan hasta las murallas del Castillo, los meandros de la Ley y siempre del lado exterior recordando la densidad de lo inaccesible.

Algo parecido me ocurrió cuando debí ubicarlo como capítulo en el interior del plan de trabajo. Era demasiado personal para considerarlo un prólogo que iluminara la extensión y objetivos del proyecto; acaso heterodoxo en su dispersión de soportes para confiar en la paciencia del lector quien, luego de estar vagando por el ghetto narrativo, se encontraría con un epílogo para consolidar su entendimiento y como si hiciera falta un suplemento.

Este lugar infrecuente para un índice explicado me parece el más apropiado, lo instalé luego de una selección de fragmentos de las conversaciones con Gustav Janouch.

Como cantaba Atahualpa Yupanqui en “Milonga del solitario”:

yo me quitaré el sombrero

porque así me han enseñao

y me doy por bien pagao

dentrando atrás del primero.

Cuando hace medio siglo leí el libro de Janouch me pareció distante, eran celos del estudiante de literatura que quiere ser el primero en descubrir los secretos del autor de unos relatos que le perturban el descanso. Cuando Janouch murió en 1968 yo tenía la edad que él tenía cuando conversaba con Kafka, pero él estuvo ahí… Con el paso de los años mi opinión fue cambiando y a pesar de haber leído ensayos estupendos, en Janouch es donde siento un temor y temblor de la humanidad: él estuvo ahí. Hay algo de prodigio en ese joven que vio antes que todos e intentó recuperar la palabra, nos legó diálogos de agente infiltrado con fascinación espiritista: como las máquinas inexistentes que recobran en fragmentos y sin definición, a manera de ilusionistas la apariencia difuminada de los muertos.

Después de haber leído unos fragmentos (nada podrá suplantar la experiencia de la lectura integral del libro) es como si comprendiéramos lo inabarcable del misterio; estar cerca (a pesar de la lengua y contorsiones permanentes del continuum espacio temporal y atravesado por la literatura) de ese personaje. Las interferencias de orden espiritistas son como si las fotos antiguas de Praga tomaran movimiento y la iconografía de Kafka (la maravilla de Klaus Wagenbach) de pronto adquiriera vida propia. Entonces veríamos los gestos del escritor en una película antigua, oyendo en sordina su voz perdida para siempre y que nos habla en una lengua indescifrable.

La razón del proyecto sigue siendo un enigma, uno cae en esa fuente sin percatarse; creo recordar que todo cristalizó –experiencia fundadora- en el liceo Nº 14 de Montevideo. La primera profesora de literatura fue Alicia Conforte y Alejandro Paternain nos hablaba de Mefistófeles, Kafka y Thomas Mann como vecinos de la biblioteca. Una profesora de música ilustra el poema sinfónico con el Moldava a muchachos de barrio y ahí escuché la música del río por primera vez. La amistad a través de Alejandro con Héctor Galmés, que estaba casado con Delia, tenía discos de Julio de Caro en su departamento de la calle Convención, un caballo que se llamaba Pibe y tradujo “La metamorfosis” acompañaba los amores juveniles. Mi primera publicación para estudiantes (hoy dudo entre ignorancia, osadía o intuición en ese pedido del colega Jorge Liberatti) sobre el relato de Gregorio Samsa.

Pasó mucho agua bajo los puentes de Praga y en mi los años se fueron sumando. ¿Por qué la insistencia de Kafka? Daría tres razones: la admiración en tanto escritor y saber que derrotó al cruzado del olvido, se transformaba en cursor tajante para medir comparando lo que venía después y lo que había antes; hasta entender que la literatura puede ser oficio y una manera de vivir yendo hacia el final. Sobre todo, para observar que cada escritor –de manera consciente o llevado por el ardor de la acción- junto a la obra desarrolla una estrategia personal de supervivencia. La obra es insuficiente, imborrable, inacabada y nunca alcanza, nadie sobrevive si desprecia la tradición sin tentar la originalidad, la vida es para escribir pensando en tres lectores; y el tiempo de la valoración distinto al de la imaginación, amores y deseos. La muerte un accidente sin relato propio y toda literatura son memorias de ultratumba.

Más que las razones que pudieran explicar la obra de Kafka, lo que me interesa es la estrategia que hizo posible la salida: salir de la lengua tendiendo puentes de traducciones, salir de Praga mediante el procedimiento de hundirse en ella. Tentar el salto de los pulmones a la escritura y luego nacer posible que una literatura, tan característica del enclave familiar, haya llegado a liceos uruguayos en los años sesenta del siglo pasado y sobrevivido hasta el año 2020.

-Está el Sr. Janouch para usted.

¿Por dónde empezar a ordenar los materiales? El libro de Janouch “Conversaciones con Kafka” es un buen camino, por eso lo ubiqué en primer lugar e hice una selección de fragmentos pensando en mí. De la bibliografía infinita sobre Kafka, es el único documento donde tuve la ilusión de escucharlo a través de la escritura. Era raro, sabía que Janouch –muchacho de los primeros profetas del culto y un visionario- estaba por ahí visitando al compañero de trabajo del padre. Podría ver a Kafka como si las fotografías que conocemos se pusieran en movimiento y sonara la voz deformada por la enfermedad. Trabajando esos textos escuché a Kafka conversando y era mágico: él hablaba en alemán y mi cerebro lo recibía traducida al castellano. Los trucos del viaje en el tiempo y el espacio, los posibles que permite la literatura; así es como el muerto habita desde el comienzo el libro que lo recuerda.

En Cuanto a la versión fijada ya iré contando más abajo cuál fue la estrategia del trabajo. Como en cada zona de este Golem literario apenas avanzo unos fragmentos, lo correcto será acceder a la totalidad del libro. Mi criterio de selección fue arbitrario: la relación de Kafka con el trabajo que aleja de la escritura, secretos del gabinete hecho madriguera y pulsión suicida que son una maravilla. La relación con el mundo moderno, la cuestión judía –en toda la complejidad y generosidad que implica-, anatomía de temáticas obsesivas, integración a una Praga secreta y deseo de urdir el mito literario de la ciudad. Por fin –también se verá en otros documentos- la relación física con la escritura al punto de dejar la vida y legarnos como único objeto tangible un cepillo inglés, de la marca G. B. Kent & Sons.

El Índice Moldava.  

El Moldava es el río que cruza la ciudad de Praga, atraviesa los lugares de la historia y justifica los puentes, se lo escucha correr desde los cafés, fue allí donde el autor nadó y escribió al comienzo del siglo XX. Dentro del volumen es el capítulo segundo –este mismo- que expone el proyecto del libro y lo utilizaré para justificar el título del libro. El cazador Gracchus es una leyenda y un cuento de Kafka que tiene su propia historia; la del hombre que muere en la montaña durante una cacería y no puede pasar el otro lado de la muerte definitiva. Error o castigo es la versión marina del judío errante, la barca de la muerte se desplaza así por varios mares de la tierra buscando puntos de amarre intermedios a la espera.

En el cuento de Kafka la acción ocurre cuando el vagabundo se detiene en el puerto de la ciudad italiana de Riva. Forzando acontecimientos, puede que para darle el peaje que lo libera de tan pesada carga, hice que la barca amarrara en Montevideo; por otra parte puedo jurar que la crucé una tardecita y cuando se acercaba a la escollera Sarandí, que era uno de los lugares a los cuales me llevaba mi padre a pescar.

Walter Benjamin le escribe a Gershom Scholem.

Quienes intentaron mirar a la Gorgona a los ojos para vencerla quedaron petrificadas, Perseo inventó la astucia del escudo espejado para proyectar la mirada indirecta y conocer los secretos del funcionamiento de la criatura sin sufrir los efectos. Tomar por los atajos, conocer a Kafka por itinerarios alternativos e intentar otras respuestas. FK es vital e imprescindible también porque Walter Benjamin escribió sobre él; siempre hay que pasar por WB: por la tentación de la droga y el enigma cabalístico, ser destino clave del pensamiento en el mundo contemporáneo y del judío en el siglo XX. Por el arte en la era de la reproducción industrial y la poesía de Baudelaire; recordando el ensayo inconcluso sobre los pasajes urbanos de París, que era en fórmula prodigiosa la capital del siglo XIX.

Hace treinta años que vivo en esa ciudad, crucé todos los pasajes referidos en la obra y que sobrevivieron. El pasaje Brady me llevó a la India del dios Ganesch, el pasaje Vivianne a Julio Cortázar y el pasaje Choiseul a la noche de Céline. Benjamin era el hombre urbano literario desesperado y el retrato que hace Antonio Muñoz Molina en “Un andar solitario entre la gente” es una maravilla; ese hombre por judío, lector y porque no podía hacer otra cosa escribió sobre Kafka mientras la muerte lo expulsaba de hotel en hotel, le impedía subir a los barcos que cruzaban el Atlántico para alejarlo de la persecución, lo lanzó a las fronteras abusadas y lo llevó al suicidio en la frontera entre Francia y España. Sucedió el 26 de septiembre de 1940 en Portbou. En Francia encontré un libro que rescata lo escrito por Benjamin sobre Kafka, la pieza clave de ese dispositivo de varios años de fidelidad es el ensayo homenaje de 1934, en ocasión del décimo aniversario de su muerte y en este tiempo informático es sencillo de localizar.

Preferí la correspondencia y entre ella unas cartas a Gershom Scholem donde se imbrican asuntos de la modernidad y la religión (consideraciones sobre Haggda como relato y Halakha en tanto conjunto de prescripciones, costumbres y tradiciones), secretos de la Kábala como alfabeto y gramática, mística y retórica, y críticas a Brod en su intento de crear la leyenda de Kafka sobre bases endebles.

Fragmentos del “Diario”.

La literatura ocurre también fuera de los relatos; habría la poesía, pienso en la “Correspondencia” de Flaubert (que estaba entre las lecturas preferidas de Kafka) y en la periferia ≃ central kafkiana. En ello incluyo el conjunto de la correspondencia (que insume en la práctica fatiga, tarea cotidiana e insomnios de una segunda vida) así como los Diarios. Aquí el criterio utilizado es la utopía de la sinécdoque de tomar la parte por el todo, lo que es insustituible; pero al menos abrir una ventana a ese paisaje literario. Pensándolo con perspectiva diría que es la zona más subjetiva, pasé allí fragmentos que subrayé en viejas lecturas en español y repetidos en otras ediciones consultadas.

Considerando que los temas kafkianos se pueden expandir al infinito, como el impulso atómico y la respiración divina del día en Creación, lo que más me interesó fueron las aproximaciones al taller del escritor. Quizá en un vano intento de descifrar una estrategia críptica de escritura, sabiendo que nunca alcanzaremos la razón por la cual esa escritura venció las fuerzas de la muerte sumadas al olvido y hallar el horror en lo diferente del cotidiano.

La menor.

Este apartado deriva del anterior. Es cierto que me interesé en la lectura de los “Diarios” en particular por hábitos de trabajo, taller del escritor, estrategias de composición; en el acto físico manual del paso invisible del pensamiento a la escritura. Durante esa búsqueda leí que Kafka se preocupaba por las condiciones de producción sociales; ello supone un amplio espectro, desde la iniciación a la sexualidad hasta el imperio austro húngaro cuando se apaga, callejones de la tradición judía en enigmas del texto y actuaciones de cabaret, producciones de la industria cultural (prensa, cine, arquitectura, novela policial) y misterios de Praga, que en lugar de redactarlos los incorporé.

Luego estaba presente la relación con la enfermedad pulmonar y la lengua vehicular: el judío en el Imperio, en la patria checa, empleado en los seguros del trabajo y que escribe en lengua alemana. Lo explica con lucidez como si fuera plataforma necesaria al gesto de escribir, enfermedad contagiosa. FK considera tres modalidades básicas y elegí la tercera; primero está la relación con la lengua del culto tendiendo a la utopía sionista, la lengua de práctica sagrada que contiene relatos de la mitología que lo define; de eso no estoy en condiciones de hablar con propiedad estando lejos de la Tora. La segunda es casi un denominador común y se trata de los nexos de la lengua escrita con lo real, el mundo y los semejantes; cuestión sabida por todo interesado en cuestiones literarias. La tercera, es la expresión de una minoría –digamos el judío- en la lengua mayoritaria de vocación imperial; eso me atrajo porque podía explicar el caso Kafka.

Al respecto propone como instrumento de metodología para definir, aclarar y acatar territorios de escritura la noción de “una literatura menor”. Fui sensible a ello, me recordaba la experiencia del escritor uruguayo confrontado a la caja de resonancia rioplatense, al conjunto latinoamericano que conduce hasta la entrada del mundo de los muertos en Comala, y luego al territorio de la lengua castellana, latifundio lingüístico que se extiende desde “Soldados de Salamina” hasta el “Amadis”. Lo que aquí se reproduce es un capítulo del libro “Kafka: por una literatura menor” de Gilles Deleuze y Félix Guatari que lo exponen en sus variaciones, atendiendo a la noción de desterritorialización que evoca la relación de la lengua con un territorio. Quizá desde ahí se puede entender la razón por la cual la barca mortuoria del cazador Gracchus recaló en la bahía de Montevideo.

Seis cartas a Max Brod y una esquela desesperada.

Max Brod es el famoso albacea de la orden de quemar los libros, amigo y confidente, contrapartida social del cotidiano, familiar y el que llegó a Israel, autor de la primera biografía reseñada por Walter Benjamin. Afinidades de religión y literatura, camaradería y encontronazos de la amistad, inevitable referencia al considerar a Kafka, una de las energías primeras de la supervivencia. Brod está entre los más asiduos corresponsales y bien citado en la gestión del cotidiano; el tratamiento de esa amistad mereció trabajos sesudos y proliferantes, en todos los departamentos de literatura alemana de cientos de universidades del mundo hay miles de textos sobre Kafka; en todas aparece el nombre de Max Brod.

Aquí leemos algunas cartas que los sobrevivieron y quisiera recordar dos episodios para entender la cercanía; primero, que integró el Círculo de Praga creado en 1904 con el amigo y además con Oskar Baum y Félix Weltsch. Luego, una cita reveladora que resume la intención del proyecto: “Nuestro maestro y nuestro programa eran la ciudad de Praga”.

Los Aforismos de Zürau.

 “Los aforismos de Zürau” son el corazón del reactor de la obra de Kafka y presiden el viaje a dicho reactor a tal punto que una simple introducción, la pequeña noticia de orientación nos dispara a varias aclaraciones. Sin los aforismo de Kafka casi nadie en el mundo conocería ese pueblo en la campaña de Bohemia. Allí vivía Ottla, una de las hermanas de Franz, él ya había pasado alguna semanas de retiro y retenía fechas precisas con iluminación. Entre las 22 h. del 22 de septiembre y las 6 de la mañana del 23 de septiembre de 1912 –noche del domingo al lunes- escribió de un tirón “El veredicto” que es la relación del ingreso a la ficción. Entre septiembre y octubre de 1913 pasa tres semanas de un sanatorio de Riva (ciudad donde sucede “El cazador Gracchus”) en la clínica termal del Dr. Von Hartunger. Ello inspiró un bello texto de W. G. Sebald en “Vértigos” (El Dr. K va a tomar baños a Riva) donde se glosan cuatro días misteriosos pasados por K. en Venecia.

Había noticias preliminares de una salud frágil, pero la llegada de la gran enfermedad y que lo llevará a la muerte, la crisis de dos hemorragias intensas, sucede en la noche del 12 al 13 de agosto de 1917, la terrible noche del domingo al lunes. Un mes más tarde decide viajar a la casa de su hermana, llega el 12 de septiembre de 1917 y salvo dos breves escapadas a Praga, permanece en Zürau hasta el 30 de abril de 1918. Ahí continúa con las notas del diario y la correspondencia, también emprende el corpus de los textos que ahora nos ocupan. Aquí y allá, por no insinuar una unanimidad, se lee que para el escritor fueron los mejores siete meses de su vida. En el capítulo XV de “K” de Roberto Calasso (libro sagrado para la secta kafkiana) el italiano cuenta su encuentro con los manuscritos originales y propone un orden de presentación en la edición que tuvo a su cargo; orden que aceptamos por el simple hecho de la Fe en el criterio de ensayista italiano. Como en las grandes obras la epifanía es compleja y el encadenamiento de problemas surge en cada momento. En el comienzo hay notas en un cuaderno, luego 103 hojas sueltas (folios de correspondencia cortados en cuatro) y numeradas. La incorporación de textos exógenos, la denominación entre aforismos, apólogos, sentencias, textos breves, iluminaciones, etc. y luego las traducciones… Max Brod (siempre Brod) los publica en Francfort en el año 1953 con un subtítulo que eriza la sensibilidad de Calasso: Consideraciones sobre el pecado, el sufrimiento, la esperanza y el camino recto. Se deben sopesar esas dificultades, hay algo en esas sentencias que se denomina “el esplendor velado” y la sospecha que estamos ante una de las mayores manifestaciones de la literatura del siglo XX.

Puede entenderse la tentación de ese juicio premonitorio para todo iniciado: era inevitable acercarse a los textos cuando se quiere ver de cerca al monstruo aún a riesgo de quemarse. Calasso sostiene que se trató de la llegada de la enfermedad liberadora, algo en el cuerpo que lo aliviana de los tres fardos de la existencia que le impedían lanzarse a la literatura: la ronda matrimonial durante cinco años de noviazgo con Felice, la rutina oficinesca recibiendo el peso alienante de una burocracia imperial, el conjunto hipnótico que ejercían la combinación de Praga y familia que conocemos.

La felicidad era la soledad, cercanía de los animales domésticos de la campaña y poca gente que no le robaba el oxígeno necesario a la respiración. Como toda felicidad nunca es completa, durante la noche descubrió la actividad frenética, la sociedad infernal y subterránea de los ratones. En ese ambiente se atreve a una peregrinación de reflexiones sobre lo sagrado y una forma de escritura –el aforismo- tendiendo a la simplificación depurada buscando las esencias. Quizá a una forma especial de la magia, como se escribe en el citado Cap. XV de “K”: “La magia ha sido difamada para empezar por aquellos que la han asimilado a una creación. Que pensaban que, como la creación, ella operaba ex nihilo. Es una ingenuidad doble. Kafka jamás escribió sobre la magia, pero él tenía una noción precisa, tan precisa que una vez llegó a definirla con una soberana serenidad: “Sin ninguna duda se puede pensar que el esplendor de la vida lo envuelve a cualquiera, y siempre en su entera plenitud, accesible pero velada, en la profundidad, invisible, muy alejada. Pero ella está ahí, sin hostilidad, sin reticencia, sin ser sorda. Si uno la convoca con la palabra justa y con el justo nombre entonces ella se manifiesta. En eso consiste la esencia de la magia, que no crea pero convoca.”

Milena y yo.

Las muchachas, hermanas, prostitutas, amigas, novias y las mujeres de Kafka tienen una historia particular y dos de ellas –Felice Bauer y Milena Jasenska- dieron lugar a una abundante e intensa correspondencia de la cual se guardan trazas estremecedoras en un sentido masculino del circuito. Esta vez decidí detenerme en Milena por varias razones, ella es hilo conductor de la cuarta versión de “Nunca conocimos Praga” que está en proceso de escritura y por ser el nudo kafkiano que tendrá uno de los finales más trágicos de la primera mitad del siglo XX. Kafka muere por enfermedad de los pulmones, Brod alcanza a concretar el sueño del sionista con el regreso a la tierra prometida, Felice irá a Estados Unidos a los cuales no pudo llegar Benjamin. Walter Benjamin se suicida en la frontera con España y Milena fallece el 17 de mayo de 1944 en el campo de Ravensbrück.

A la lectura de la correspondencia hasta creía –siguiendo los pasos de Flaubert a Louise Collet- que las cartas a las prometidas se presentan como un genero literario en sí mismo, con su propia retórica y dramaturgia, siendo una variante distante de la escritura en colaboración. Allí todo es extraño, desde la entrada en materia iniciando el diálogo a la distancia, hasta las epístolas de los adioses. Kafka era sin duda un hombre complicado con la sexualidad y la gestión del tiempo, con el movimiento cotidiano de la escritura y el trabajo, en la forma de relacionarse con la familia y la manera de manifestar lo más parecido que él se acercó a la experiencia del amor.

Hay mucho de frustrante y arbitrario en la sección de la correspondencia que hice; debería incluirlas todas en su vertiginosidad y es lo que aconsejo al lector, luego debía llegar a algún criterio de selección y queriendo ser riguroso terminé siendo sentimental e intimista. La correspondencia es la ocasión de recorrer los temas redundantes de la obra kafkiana; dije que en otros capítulos me preocupé por asuntos del oficio, así que llevado a leer varias veces las cartas a Milena, seleccioné aquellas donde los amantes quedan confrontados a ellos mismos. Creo haber llegado a cierta comprensión indirecta y de pronto, cuando Kafka exige respuestas en las horas siguientes, habla del casi asco de sus iniciaciones sexuales, cuando programa un sistema de buses, trenes, hoteles y horas para estar juntos, me pareció hallar una clave para entender ciertos textos.

La bar mitsva de Kafka ocurrió en la sinagoga de los gitanos el 13 de junio de 1896, el mismo día del nacimiento de Milena. Ellos pasaron juntos cuatro días entre el 30 de junio y el 4 de julio de 1920 y la ve por última vez el 8 de mayo de 1922. Con esas pocas casualidades produjo una de las obras más tremendas. Que Milena esté allí para extrañarla pero no aquí para tocarla; en el escritor la lectura sexual puede ser pertinente siendo insuficiente para entender. Hay a la vez rechazo y dependencia, Milena es el corazón femenino del operativo y cuando se distancian porque así debía ser, las relaciones de Kafka son de sanatorio y convalecencia. Dejó de escribirle porque no podía más, había otra muchacha en el circuito y se marchaba al coito misterioso con la muerte que había conocido unos años antes.

A Kra Pra Ga Kra.

La obra kafkiana se nutre de ingresos satelitales, cartografías de la intimidad y la tradición judía confirmada en el dédalo del Ghetto, también con abundancia la referencia a la ciudad de Praga. La lectura e interpretación, la sospecha de que siempre hay un lenguaje secreto, leyes movibles otras que las conocidas, poderes superiores que los visibles en la vida política, el sístole diástole entre lo visible y lo invisible, la punta del iceberg y la montaña de hielo sumergida.

Felisberto Hernández hablara de “lo otro” y los dramaturgos barrocos de la ilusión teatral. Yo hallé en la noción de magia un buen apoyo para intentar entender; recuerdo el plan del misterio cuando miraba a los primeros magos en directo en matinales dominguera baby del Cine Broadway, en la avenida 8 de octubre en Montevideo. Todo era sencillo, sombreros dobles, palomas prisioneras, agua de colores y pañuelos de falsa seda pero creía ¡yo creía! Lo mismo creo que hay una magia trascendente cuando se puede transfigurar el lenguaje común y corriente en expresión poética. La magia será otra manera de denominar el secreto, el misterio y lo inefable. Como se verá más adelante, en nuestro campo de trabajo Praga es ciudad mágica por excelencia; pero antes quise proponer un recorrido por la escenificación teatral espectacular, en la que siempre habita la explicación aunque sea ignorada. Luego recordar que la noción de magia es necesaria en la experiencia literaria, y traté de aprehenderla en unas prosas de Jorge Luís Borges que la detecta con brujería criolla, y no solamente en la historia del Dean de Santiago que visita a don Illán para ser iniciado en las artes toledanas.

Lilias Pedibus Destrue.

La obra de Kafka insinúa la extensión literaria del tercer reino; del encuentro fortuito del ser Kafka, la crónica de la judería en la historia Bohemia y la ciudad de Praga. En este trabajo la correspondencia proyecta la linterna mágica del escritor, y la leyenda de Praga se fue escribiendo en palimpsestos históricos, trágicos y esotéricos. Praga no sólo produce obra y relatos sino que es tomada como objeto de literatura por escritores de todos los horizontes. Praga desplaza los principios de la alquimia a la zona del lenguaje, el relato y la ficción. En esta zona me detengo en la lectura de la ciudad que aparece en dos novelas de gran tirada y en las cuales hallé elementos de admiración, un planteo de novela popular y que contienen también elementos que se salen de las leyes del mercado.

De “El club Dumas” de Arturo Pérez Reverte me atrajo el amor a los libros y la colección, la intensidad abrasadora por primeras ediciones de obras maestras y los manuscritos, la pasión por la imprenta. También ese poder de la escritura y los libros para llevar La Palabra (de acuerdo a los creyentes) y todo el corpus esotérico perseguido, dando fórmulas de utopías desmesuradas y escatológicas de la humanidad, la urgencia de una escritura demoníaca para equilibrar excesos de la sagrada escritura, la coartada para el verdadero sentido de la vida entre aquellos que tienen una simpatía dependiente por el demonio. Sería largo de resumir el cruce de las dos intrigas que coexisten entre los tres últimos ejemplares del “Libro de las nueve puertas del reino de las sombras”, reimpresión ilustrada de un libro antiguo de autor anónimo y no tanto, hecha por Aristide Torchia y un manuscrito de Alejando Dumas titulado “Le vin d’Anjou” y que es capítulo 42 de “Los tres mosqueteros”. Ello se cruza en nuestro camino cuando seguimos al héroe de la picaresca bibliófila, y porque fue en Praga que el editor quemado en campo di Fiori en Roma, en la hoguera de la inquisición, vivió su educación a las ciencias ocultas y entregó alma y cuerpo a una tarea de revelación reivindicativa.

En la novela de Umberto Eco “El cementerio de Praga” asistimos a otro cruce removedor entre historia, ocultismo, poder y literatura. A veces criticada, la novela de Eco es un viaje fascinante para conocer el origen de la tragedia moderna, saber cómo se pudo crear por cruzamientos ingobernables la noción y el pasaje al acto del antisemitismo, que comienza como intriga policial y culmina en el genocidio de la razón occidental, el mismo que llevó a la muerte a Milena. La articulación es compleja y fascinante; en el comienzo la invención de la escena del complot masónico –introducción a la novela “José Bálsamo” de Alejandro Dumas- con la finalidad de vencer a la Iglesia, derrocar la corona de Francia y que luego se trasladará a la Rusia del siglo XIX y los judíos, siendo ellos quienes llevan adelante el nuevo plan para la dominación del mundo en la nueva versión complotista.

Distinguimos los ingredientes favoritos de la intriga que se suman: un falsificador que se desdobla en personaje travestido, odio de origen sexual freudiano en la adolescencia contra lo femenino judío, lectura del otro en tanto entidad hostil, necesidad del enemigo interior para consolidar el poder, violencia del movimiento anarquista e infiltración, servicios secretos contra ideas socialistas y aspiraciones imperiales, buena dosis de iluminados y espiritistas siempre rondando la tentación sexual, la creación de un falso manuscrito para la palabra de la verosimilitud del Internet de la época. El nuevo conflicto mundial halla en Praga el teatro creíble para montar la farsa que culmina en tragedia. En “El nombre de la rosa” el enemigo era el libro griego que hacia la apología de la risa, en “El cementerio de Praga” se trata del manuscrito de una falsificación que nos lleva a lo que estamos y siempre los puentes de Praga…

Las manzanas de la familia Samsa.

El libro de Angelo María Ripellino “Praga mágica” tiene algo de Aleph vertiginoso para quienes nos interesamos a la vez en Kafka y la literatura, Praga y su alquimia novelesca. Llegué un tanto tarde a su lectura –se publicó en 1973 en Italia- porque las condiciones de recepción no eran para mí por entonces de las mejores. Es la pasión de una vida, allí se encuentran pistas conocidas y tiene una apertura hacia el infinito, lecturas para las cuales una sola vida en insuficiente.

Los ensayistas italianos tienen ese poder de hacer amar la literatura y algunos de sus misterios, el libro de Ripellino se integra a la saga de Patricia Runfola, Italo Calvino, Claudio Magris y Roberto Calasso. Más adelante entraremos en materia, pero en relación a Praga asistimos al caos de la fragmentación que halla el sentido en el movimiento: la historia en el imperio y la destrucción del ghetto, los laberintos urbanos llevando hasta la disolución en los cementerios y la tradición de los cafés y otros antros sexuados, la ciencia cuando de cruza o depende del esoterismo, la vida de Corte y la corte de los tullidos, episodios históricos traumáticos y la vida siendo sueño, vagabundos y comediantes, abogados especialistas en seguro laboral, traductoras de alemán, culpables sin proceso, ingenieros sin castillo, comediantes judíos y viajeros de comercio que al despertar una mañana de un sueño agitado, se ven convertidos en un monstruoso escarabajo.

Gracchus, el cazador.

La historia de Gracchus es la historia de un cazador, acaso del siglo IV que tiene un accidente de caza casi mortal en la montaña, y que por razones que son parte del misterio –otra variante del mito del judío errante y que Guillermo Apollinaire se cruzó en Praga- ve postergada su llegada a la muerte y vagabundea en su barca sin alcanzar la paz. Relato que tiene características de las parábolas donde se confunden destinos individuales con misterios de lo sagrado. Kafka habla –mejor dicho escribe- sobre esa leyenda en cercanía con Max Brod en su entrada del diario del 21 de octubre de 1913. Al parecer hay una primera versión entre enero y abril de 1917. Una segunda referencia al personaje se halla desarrollada, en la entrada del Diario del 6 de abril de 1917. Kafka muere en 1924 y “El cazador Gracchus” es publicado por primera vea en el año 1931.

Edición de fragmentos al cuidado de Max Brod, el cuento es casi una parábola de la obra de Kafka: formaba parte del conjunto de la quema y de la promesa no cumplida. Faltó el vale para editar del autor y entre el manuscrito y lo publicado hay etapas textuales intermedias, luego los comentaristas hallan la perplejidad, todos los posibles “entre”. Entre promesa y renuncia, entre vida y muerte, sin saber la culpa que paga Gracchus en esa eternidad ni abrir una esperanza de redención, entre borrador kafkiano y retoques brodianos, entre lengua original y diferentes puertos traducidos de otras lenguas de amarre. En el cuento Gracchus llega a Riva, donde Kafka pasó unas semanas en curas termales. Gracchus llega a Montevideo porque es imposible alcanzar la muerte sin hacer escala en La Coqueta, hasta encontrar a Osiris o emprender el camino del Bardo. Gracches es cazador y personaje, un accidente, error de paralaje, leyenda de la montaña y cuento de Kafka, traducción y barco de lenguaje que sigue buscando el muelle huidizo de la muerte. Escribió Colasso: “Gracchus tiene una historia para contar que nadie escuchará hasta el final, o que nadie podrá entender. Gracchus está hecho de tiempo.”

El mito de Gracchus y su metamorfosis en cuento de Kafka pone proa a las corrientes de los significados. Sigue el instinto del cazador de la montaña con una función social y acepta las trampas de la Naturaleza; propone una ilusión de la muerte aceptada por quien la da y un viaje interrumpido hacia el otro reino por una razón que permanece misteriosa. Es el comienzo de la navegación infinita hasta una hipótesis de eternidad que sólo Dios puede epilogar, el cazador de la Selva Negra se vuelve navegante sin puerto final de reposo. El relato se hace Odisea y expedición de los Argonautas, evocación de Beowulf, Ismael y Maldoror. La travesía se transfigura en el navío sinécdoque, que emula a Argo con sus poderes y la Mary Celeste, el Holandés Errante y el Admiral Graf Spee, acorazado de bolsillo nazi que se suicida en la bahía de Montevideo.

Si aceptamos la ficción de que la historia de Gracchus es asimismo el navío, puede creerse que lleva en sus camarotes la tripulación heterodoxa del mito kafkiano: fragmentos de los Diarios, algunos relatos esbozados, los aforismos escritos viviendo con la hermana, las cartas terribles a las novias, los fantasmas judíos de Max Brod y Walter Benjamin, las huellas dactilares de novelistas de otras tradiciones que fueron seducidos por la magia de Praga. El Cazador Gracchus es un libro del Arte de Marear por la literatura.

Comunicado de prensa.

Kafka muere y Milena escribe, una historia entre ellos se cierra y comienza la segunda parte del drama donde todavía estamos viviendo.

Santa Cecilia del Trastévere.

Los textos atribuidos a Kafka en este libro no son traslaciones de versiones ya conocidas en castellano, tampoco se trata de nuevas traducciones y son sin embargo de mi responsabilidad. Quizá para proponer una nueva traducción –si ello fuera necesario- debí aprender un alemán superior en otra vida que ya no tendré; como debía hallar una puerta de salida para llevar a buen puerto el proyecto, debí dictarme algunos protocolos textuales y responder a la pregunta: ¿a quién leo cuando creo leer a Kafka? Luego de elegir los textos retenidos que volvían una y otra vez, pasé a confrontarlos en las diversas versiones que tenía a mi alcance en lenguas latinas que puedo leer con beneficio. Tomando notas, apuntes, borroneando aquí y allá me apliqué a proponer un texto manuscrito básico en cada instancia y que definí por el enunciado: esta es la aproximación inicial al castillo de la prosa de Kafka. Miraba a lo lejos torres en movimiento y el andar de centinelas armados en la niebla del amanecer, escuchaba el ruido de los animales subterráneos y la respiración de los tuberculosos.

Con esa partitura en borrador comencé a manejarme como lo haría un pianista que prepara un concierto para el próximo otoño. Casi todos los días repetía memorizando el programa y los bis hasta que una mañana quedé conforme con el resultado. La grabación resultante es pues la transcripción al uruguayo de lo que yo creo que podría ser acaso la escritura de Kafka, y hasta ahí podía llegar. El procedimiento tiene algo cíclico relacionado al eterno retorno y de volver a las lecturas juveniles, saber que no estamos al final de la literatura sino ante la salida inminente de la barca del cazador Gracchus, que abandona para siempre el puerto de Montevideo. Valery Larbaud aconseja a los interesados por estos asuntos que, en un próximo viaje a Roma vayan a la iglesia de San Jerónimo –patrón de los traductores- en peregrinación de reconocimiento; cuando regrese a Roma iré a la Basílica Santa Cecilia del Trastévere.

El arte de comparar (bello como las rodillas de Isidoro Ducasse)

Junio 2022 

I) A manera de prólogo. / II) Señores, hagan juego.

Durante algunos meses dudé si este trabajo sería pertinente a La Coquette y quizá lo mejor hubiera sido incorporarlo tal cual estaba editado en la categoría de ensayos. Presenta una seria de rasgos que me llevaron a otra solución; por tanto, ahora ingresa en el Astillero, la sección destinada a proyectos en proceso. Lo hago con la conciencia de la misma operación que puede tener tres nombres: un trabajo de restauración como se hace sobre los objetos de otro siglo, una tarea de remasterización para limpiar escorias y recobrar la música original, un ajuste de reescritura -manteniendo la armazón original- retocando los descuidos de debutante.

La historia ocurrió allá por el año 1985 del siglo pasado y casi cuarenta años atrás, cuando la Alianza Francesa del Uruguay llamó a un concurso de ensayo bajo la denominación de Premio Jules Supervielle. Sin obra de ficción publicada salvo algunos episodios muy esporádicos, había organizado mi vida laboral en la publicidad lejos de las aulas; aun así, retuve el eco del llamado y subrayé las bases. Tampoco fue un entusiasmo expeditivo, estaba como los boxeadores retirados, después de tanto tiempo sin dar clases quería mesurar la extensión de la herrumbre reflexiva literaria, probar si todavía tenía la mano apta para escribir más de cinco páginas; creo recordar que fue una tarea de varios meses. Los primeros dos capítulos subidos este mes al sitio ordenan el marco conceptual y cronológico del ensayo resultante; el segundo, con apelación de ruleta, quiso ser un acercamiento de aficionado a ciertas reflexiones de Pascal próximas al taller del escritor. Las condiciones de producción fueron complicadas, el marco institucional era motivante y raro considerando que fueron los primeros movimientos sociales para ir saliendo del paréntesis militar. Había también mi respeto intelectual por la integración del jurado: Jorge Arbeleche, José Pedro Díaz, Roger Mirza, Ricardo Pallares y Candice Soci, que era el director de la alianza Francesa. Curiosamente, el premio era la edición y un viaje a Paris, las posibilidades de contactar allá con el mundo universitario. El viaje lo emprendí meses después, el libro se editó en 1986 en el sello Mario Zanocchi y es pieza rara agotada, más bien inexistente. El volumen incluía el valioso ensayo del otro premio: “El vampirismo en las disociaciones del yo de Maldoror”, de las profesoras María Élida Rodés de Clérico y Beatris Colaroff de Fabini.

Allí propuse una suerte de diálogo entre el pensamiento de Pascal y las comparaciones relativas a lo bello de Isidore Ducasse en sus famosos Cantos. Más que una tesis con intenciones de arbitraje, era un cruce informal entre dos concepciones del lenguaje, naturalezas y temples alejados en principio que se enfrentaban a los absolutos. Había llegado a Pascal por la literatura; si Borges lo citaba era referencia a tener en cuenta, y en la Biblioteca Nacional había bibliografía vintage con autores quizá ahora olvidados como Guardini, Asín Palacios, Whitehead, François Mauriac. Destacaría en prioridad afectiva la influencia de Ernesto Sábato en la adolescencia, sobre todo la curiosidad satisfecha, el interés contagioso que despertaron títulos como “Uno y el universo”, “Hombres y engranajes” y “Heterodoxia”. La marca distintiva del autor de “Sobre héroes y tumbas”. era la interacción de una epistemología científica con la literatura, fronteras que sigo frecuentando a pesar del vallado creciente que imponen las ciencias duras a la poética.

De Pascal buscada ese encuentro fortuito entre ruleta, máquina de calcular y Dios, que se cierta manera fue precursor de los objetos heteróclitos de Ducasse, del urinario de Duchamp. Una cita de “Las palabras y las cosas” de Michel Foucault espejando las Meninas de Velázquez y un cuento de Borges fueron la palanca. Luego estaba Isidore Ducasse, del cual hablaré con más detenimiento en próximas entregas; igual puedo adelantar dos principios. Observé que a lo largo de los Cantos había varias definiciones de lo bello; me dije que era más sistema premeditado que coincidencia, procedí a organizar un campo delimitado que se volvió corpus incitador de interrogantes especulativas. Lo segundo era una evidencia arbitraria para uso particular considerando lo que vendría. La literatura Oriental comienza con la gauchesca, la literatura uruguaya se inicia también en otra lengua con el caso Isidore Ducasse, con un autor que murió joven como los héroes homéricos, con un libro alternando entre escritura infernal y poética sagrada. La modernidad occidental de la escuela alquímica francesa, tenía una referencia sin retrato en el bajo de Montevideo; que uno de los hijos del limo haya chapaleado en la Guerra Grande, era razón suficiente para armar un proyecto de reflexión y ficción. Heterodoxia y diferencia, centro y marginalidad: llamadme Isidore, llamadme Conde de Lautréamont, llamadme Maldoror.

Julio 2022

III) Las torres de Babel.

En la versión original del siglo pasado, este capítulo se titulaba “Cuando hablamos lenguajes diferentes”; por entonces yo partía de una constancia relativa al valor de Ducasse, quería entender el origen de su insularidad, ponerme al tanto desde el interior de la escritura y comprender la cacofonía del mundo a la cual se confrontó, incluso desde su más tierna infancia: la lengua de la casa materna cotejada a la gritería de la patria en armas. En los años trascurridos evité cambiar el texto salvo correcciones evidentes a una redacción aproximativa; lo que mutó es entender lo buscado en la obra del montevideano, aquello en diagonal que diera pistar para acceder a lo otro que también buscaba Felisberto Hernández.

Primero fue la mitología del personaje, los huecos de documentación, el silencio de mausoleo social ante la publicación, el misterio iconográfico, su muerte tan callando, el rescate de los surrealistas belgas y luego una indagación en la escritura; asumí la incidencia de su estrategia suicida afectando el conjunto de la literatura en tanto creación, sobre el discurso crítico sacudiendo paradigmas. Comprendía el sitial de su osadía en la poesía de la modernidad y había pendiente una aporía contagiosa: asumir que ello sucedió en el dominio de la lengua francesa (conocemos el famoso tríptico LSD que parece drogar nuestro sentido de pertenencia) y por alguien nacido en Montevideo, donde se redacatba el ensayo. La segunda parte del enunciado estaba adquirida, así que debía hacer un camino improvisado para tantear la primera y comencé por el estudio de una metáfora en LcdM. Con la gramática francesa los primeros contactos en secundaria fueron adversos; por suerte, había por ahí en los primeros amoríos las canciones de Charles Aznavour, la escena fundadora de “Un hombre y una mujer” -Deauville, Anouk Aimée, Jean-Louis Trintignant, la inolvidable banda audio- y los cursos de José Pedro Diaz. Lejos estaba de acceder a la historia integral de la literatura francesa, pero el siglo XIX lo tenía a mano. Benjamin escribió que fue el siglo que tuvo a París como su capital; pertenecía a mi horizonte de identidad social, familiar y entrañaba el auge de la narrativa. Era centuria de la invención del Uruguay, donde nacieron los cuatro abuelos que conocí y de Eugène de Rastignac, Julien Sorel, Emma Bovary, Joseph Balsamo y Adrian Leverkühn. Cuando leía sus aventuras traducidas, nunca supuse que daría clases en la universidad Stendhal o traduciría de mayor a Guillermo Apollinaire. El XIX era sobre todo Ducasse, de ahí la curiosidad por el lenguaje del siglo; al comienzo del capítulo enumero varios títulos de la escritura francesa, pude haber sumado “Las memorias de ultratumba” de René de Chateaubriand. La revelación fue la clave del lenguaje dando acceso a la lingüística y otros asuntos: uno y el universo, tesis para transformar el mundo, pensamientos, el descenso a las pesadillas, expresiones del deseo, correspondencias de amor, de locura y de muerte. Ducasse estaba en ese entramado a lo que sumaba la poesía y Los cantos de Maldoror de refractaria caracterización. Con los años entendí que acercarse a Ducasse era una maniobra para abrir un túnel a la creación, que tan grande era el extravío y el lenguaje la llave maestra, dando acceso a otros imaginarios que están sin colonizar como los mares de Solaris.

Ello me asignaba a operar hacia los márgenes del sistema y sentía el atractivo de sujetarse al comentario redundante del mundo, obviando la duda movediza: ¿la escritura dando cuenta notarial de la realidad o instrumento para explorar los posibles? Quizá de ahí la reticencia ante la tarea periodística; vivía desde las primeras lecturas un laberinto de dioses griegos, espectros dinamarqueses, complot en Inglaterra, gigantes que no son tales: la ficción forma parte de la realidad, el escritor debe leer hasta los papeles tirados por la calle y ser el último en pasar por el mercado. En esa peregrinación de bifurcación acelerada, debí hacer un duelo y activar una recuperación. El duelo fue capitular ante el desarrollo de las ciencias duras, nociones como reacción en cadena, geometrías no euclidianas, principio de incertidumbre de Heisenberg, el muro de Planck, bosón de Higgs para explicar el universo… era como si sólo pudiera participar en la ilusión estética policromática del conjunto de fractales de Mandelbrot, sin entender las ecuaciones demostrativas de los modelos matemáticos. El rescate fue alternar lo visible y lo invisible, entendiendo por visible los avances de la lingüística, dialéctica hegeliana, materialismo histórico marxista induciendo un mecanismo lógico en el caos de las sociedades. Lo invisible era las potencias ocultas manifestadas en la locura, tradición esotérica, espectáculo del momento mágico y tahúres que continúan hablando con los muertos. Ducasse fue como esas estrellas del rock que muere jóvenes, pagó un precio excesivo y dejó pistas indicando que la potencia de las ficciones está lejos o cerca. Sobre una mesa de disección, el otro lado del espejo, en los cráteres donde otras civilizaciones venidas de las estrellas, enterraron monolitos negros que intrigaron a nuestros ancestros los primates. De ahí el cambio del título al capítulo, intentar una traducción simultánea social totalizante del ruido del mundo, sería una broma mefistofélica; el afán a comenzar de cero sus propias torres de Babel, en cambio, es algo luminoso que acaso se advierte al final del camino.

Octubre 2022

IV) El precio de un libro.

El trabajo llega al momento de la orfandad sin padres adoptivos, cuando los soportes exógenes deben dejarse de lado; hay en los capítulos preparatorios un paulatino acomodo sobre las conexiones, inyectada información biográfica lacónica hasta con polémica de retrato, los entornos históricos respectivos del río de la Plata y de Francia son vampirizados, los años de formación en el sur y los últimos meses en París teje como araña esta extraordinaria aventura, incluyendo peripecias editoriales desdeñosas que infectan la leyenda urbana del libro. También asoman el trabajo de referencias e intertextualidad, si se quiere la estructuración de la obra y el avance folletinesco de las escenas -nada sencillo de organizar, por otra parte- con varias lecturas y el auxilio de la abundante bibliografía para poder avanzar a tientas armando el ensayo. En ese ir y venir llega el momento a veces postergado, cuando el todo del texto se derrama e interroga tras una definición sucinta: ¿qué es la masa indefinida captado por el radar del submarino, el amorfo objeto celeste avanzando hacia la Tierra que observan los potentes telescopios, la figura embozada amenazante que viene a nuestro encuentro en la madrugada portuaria desde la otra cabeza del puente?

Creo que tampoco llegué a entenderlo en su desmesura, por ello lo continuaré trabajando algunos años más y desde ahora en el encierro voluntario del texto, dejando de lado el juego de cotejos, comparaciones y fuentes; quizá para entender mejor, en una primera aproximación juvenil, me resguardé hace décadas en las comparaciones, que me llamaron la atención como una argucia que por su redundancia debería significar algo dentro del sistema, necesitando puntos de  apoyo para tentar rearmar el proyecto. La presencia de Pascual se me impuso, puede que forzada como cursor racional procurando razonar el desquicio Maldoror; ayudó en la ronda al texto mutante durante los primeros capítulos, si bien en dicha protección mi muro de Planck son los saberes inexistentes de la matemática superior. Lo mismo se puede recurrir al autor de los “Pensamientos” desde la cuádruple tradición más accesible: la reflexión filosófica en una historia de manual, el avance sucedáneo de la ciencia occidental partiendo del renacimiento, la lengua francesa en máquina privilegiada del discurso para explicar la Creación, el mandado de confrontarse en la parroquia cristiana a la problemática de Dios. Ante tanta actividad cerebral, el argumento llamativo de la apuesta que avanza Pascal lo humaniza, si hasta parece un precursor de Ducasse en eso del envite a las experiencias límite. En la mesa de la ruleta donde Pascal tira las últimas fichas de la Fe, en un orden superior jugando al color de la apuesta y ante la apatía de sus contemporáneos, es donde el fullero Isidore Ducasse sale de la ruleta matemática y comienza a observar la realidad del Casino pasados las dos de la madrugada. Cambia la mesa de juego por una ensangrentada de disección, la ruleta circular del 0 al 36 por un paraguas y la tabla de los números del azar por una máquina de coser. En esa transfiguración de los objetos se verifica la ruptura radical redimiendo la parábola del ángel caído, la vuelta del extranjero desde los países en guerra, la hora del vampiro, el mandato de los crímenes que ofenden el plan original, el olor a felonía que todo lo gana desde la adolescencia de la humanidad. Ducasse es el cometa oscuro amenazante desprendido de la constelación de la Cruz del Sur; la literatura francesa desconoce de donde proviene ese muchacho tenebroso, lo desprecia por ignorancia, desdeña su misión suicida de dinamitar los puentes de París, descubrir la ciudad siniestra cuando se apagan los faroles enciclopédicos de las luces, elogia la sífilis y la menstruación de hipócritas espíritus románticos, hace del Emilio educándose en la naturaleza pedófilo en potencia, milita repatriar los vampiros de los Cárpatos, rompe los bollones de vidrio de los museos de Historia Natural donde se preservan embriones deformes, incentiva al científico paranoico que intente transfiguraciones con bisturíes descontrolados. El resultado es un libro maldito que sigue fascinante, escrito de un tirón por un muerto viviente durante el trip salvaje de una droga sudamericana de nombre rioplatense. A la anarquía que busca atentar contra el poder, el montevideano prefiere gozando de los detalles los crímenes gratuitos; la soledad nocturna. Morir como un perro tirado en la fosa común es el precio a pagar, el único pacto que firma es para mendigar tiempo suficiente para ponerle punto final a su proyecto, para que las generaciones futuras recuerden que el monstruo fue parido en las murallas asediadas de La Coquette.

Febrero 2923

V) La estética del Infierno.

Fue arduo pasar por el capítulo anterior donde debía darse la lectura de la obra en general, sus señas de identidad y más confrontado a un texto en movimiento: la máquina de coser funciona a toda velocidad, el paraguas canta baila bajo la lluvia y están operando un tiburón sobre la mesa de disección… hasta podría decirse que pasamos la zona de turbulencia, el ojo del huracán y hacia el final retomados los hilos electrificados de la trama, unos pocos destellos dorados recordando lo acotado del proyecto sobre las comparaciones, y dentro de ese corpus de aquellas que insisten en lo bello. Así procedimos a la detección, el listado siguiendo la aparición ordenada en el texto y luego una segmentación grupal, mediante ese procedimiento el crítico hasta puede dar al lector la impresión de que recupera el dominio de los materiales. Elegir el tema fue una medida de protección; con otros tiempos disponibles, se podrían seguir las trazas de miembros corporales trozados por cuchillos de obsidiana como en una morgue azteca, el catálogo de una sexualidad excomulgada por el papado, el zoológico maldito de animales quiméricos que incluye a los fantásticos, una poética no euclidiana de los espacios aberrantes. El libro es magma manuscrito que arrastra, las musas parecían estar inyectados de heroína, la redacción desprecia el punto y aparte, se dinamitan represas endebles el papel entre oralidad y escrituras, el desfile ininterrumpido de personajes magnetiza el colectivo de lectores para arrastrarlo en una parada carnavalesca esperpéntica.

Elegir lo bello para este ensayo que concursaba, haber detectado dicha noción estética como preocupación técnico retórica de Isidore Ducasse, tiene algo de broma macabra; utilizando la comparación clásica como el epíteto o la metáfora, el conde de Lautréamont salta al vacío de un principio filosófico estético respetuoso a un gabinete de curiosas excentricidades, al catálogo radioactivo de una imaginación obsesiva. El joven escritor se confronta a lo bello con la misma brutalidad cruel que a Dios, la condición humana despreciable o la literatura contemporánea; a su capricho quiere ser visionario desarreglando los sentidos, de ahí su empresa prometeica de inventar géneros por generación espontánea. Sabe que las puertas del paraíso están más allá de los cantos infernales, en esa mutación la ambición es desmesurada y sólo admite transitar -como lo hizo- por el camino de lo inexistente. Lo hace en cada estación de su peregrinaje; si bien alguna pudo haberse escapado de nuestra pesquisa, pudimos retener dieciséis comparaciones dispuesta de manera curiosa. Leímos una solitaria en el Canto I y las restantes se distribuyen en los dos últimos cantos; lo bello se fija, diferencia, convirtiéndose en centro celada del espacio, sustentando la persistencia posterior a la muerte. Con lo bello -y lo mismo sucede con otras nociones- sabemos que LcdM explora otro territorio retórico poético como el infierno dantesco, donde pierden vigencia las leyes que rigen la vida terrestre para entre en otra legalidad, como sólo conocerán los viajeros que se atrevan. Es una fortaleza cerrada como partida de ajedrez en un tablero aberrante, partitura en el pentagrama sin horizontalidad parecida al Lamento del Doktor Faustus de Adrián Leverkün, un juego conectado por electrodos suicida o sistema informático autosuficiente. El pacto de lectura es diabólico, sólo se negocia en su interior resultando un texto de experiencia espiritual para almas extraviadas sin redención, más que un argumento literario para explicar en clase.

***

Mi primer felisberto (solfeo fantástico para debutantes)

Los últimos meses fui recuperando lejanas reflexiones sobre Felisberto Hernández que fueron quedando en las carpetas. La mayor parte respondían a proyectos trancados por el camino, ediciones frustradas, desencuentros con la vida laboral itinerante y cierta superstición crítica sobre el retorno benéfico de los estudios sobre el compatriota. En noviembre del año pasado, en la sección Episodios Universitarios de La Coquette, salió al aire libre un primer globo sonda titulado “Felisberto y sus plantas parlantes.” Aprovechando ese envión, comenzamos ahora en El Astillero un proyecto de media distancia que es más que un ensayo y menos que un libro de intención académica; hablaría de manual en el sentido escolar del término. El origen del material actualizado, es la edición malograda en “Archives” bajo la dirección de José Pedro Díaz, cuyos detalles pueden hallarse en las notas de noviembre.

La tentación era creciente de hacer un libro denso y teórico pero pasó; me conformé recordando mi primer encuentro con la narrativa de Felisberto y quise redactar alguna páginas pensando en aquel muchacho con menos de veinte abriles, retomando el espíritu de: introducción a la obra de… / fulano por él mismo / que sais-je? / iniciación a la literatura de… / las ideas básicas de… / etc. etc. En los años sesenta del siglo pasado, sin soportes tecnológicos actuales, esos libros los comprábamos los bachilleres en Los Apuntes y La Casa del Estudiante en la calle Eduardo Acevedo, en Barreiro y Ramos de la Avenida 8 de Octubre y Larravide, panoramas esenciales en la educación literaria. Le daban método a lo intuido, agregaban discurso al descubrimiento subrayado, indicaban el circuito de las conexiones con otros territorios literarios, apuntaban las bibliografías ignoradas, instalaban la tarea diaria en su incrementar la vocación docente. Eran bien útiles durante los primeros años; de esos manuales modestos y densos en información pertinente asomaban los primeros cursos en la práctica docente, hasta que uno comenzaba a volar con sus propias alas.

Las obras y autores llegan desde territorios inopinados: la Fe en la resurrección y la sexualidad extendida, la medicina de provincia o libros de contabilidad, el alcohol que enciende el delirio o las bibliotecas públicas, otros derivan hacia la locura selvática y Felisberto venía de la música. Por eso la referencia a esos inicios púberes de gamas y corcheas, en recuerdo de conservatorios llevados por viudas de escribanos en barriadas populares, de libros de música con ornamentos rococó y alfabetos románticos, con algo de pertenencia fusional en la propuesta: “Piezas fáciles de W. A. Mozart”, “Tangos de la guardia vieja para chambones”, “Mis primeras mazurcas y partitas” y “Los clásicos eternos para cuatro manos”. Esas partituras, aunque fueran de segunda mano, siempre estaban firmados por una joven pianista de pelo recogido y que -antes incluso de su primera regla- ya se atrevía a interpretar “para Elisa” de memoria.

No fue poca cosa topar la obra de Felisberto en el programa del examen de ingreso al Instituto de Profesores Artigas; con José Pedro Diaz que formaba parte del jurado, trabajaría luego en la obra de Hernández lo que fue buena cosa. Durante esos meses, entendí que el barrio donde vivía desde mi nacimiento, también escondía los posibles de la literatura; que a medida que se aumentaba la información tradicional crecía el placer de la lectura. Quizá con el tiempo perdí algo de mano en la propuesta pedagógica, pero los nuevos profesores de literatura seguro se encargarán de corregir esas fallas debidas a la edad; lo demás es sencillo, una mañana uno se despierta con el mandato de preparar el ingreso al IPA, alguien hace circular el programa mimeografiado, uno escribe en la ficha cuadriculada “mi primer Felisberto” y luego la vida pasa.

I) Fronteras invisibles

Las circunstancias del pasaje evocado fueron esenciales al determinar la intensidad de la lectura del descubrimiento. El placer solitario se volvía hecho social en estado de alerta y había conciencia sobre la tribu a la que se quería pertenecer; y eso que el pasado -en aquellos meses- estaba tan lejos como 2001 una Odisea del Espacio. Por fortuna, esa narrativa tan contigua a mi circunstancia requería para su comentario bases teóricas. Había que organizar una definición consensual y propia de la literatura en sus promesas sociales posteriores (puestos de trabajo, horas en diversos liceos, compromiso con los tiempos de transporte, la entropía de la sala de profesores, implicancia con la cogitado en simultaneidad), lo personal (vivir entre libros, conocer editoriales, enamorarse de muchachas del IPA) y calibrar la relación con ese corpus infinito de ficción que tenía varias constelaciones donde perderse hasta perder el raciocinio. Eso se vería sobre la marcha; para el examen lo urgente era aceptar lo preexistente de lo fantástico. En ello el programa del examen era estupendo, en la medida que confrontaba / conciliaba o hacía entrar en relación dos condicionantes que siempre me acompañaron. Más allá de las anécdotas usuales, era raro de que yo estuviera en el liceo cuando el “autor” estudiado falleció, el desafío inesperado estaba en esa vibración cercana de la literatura fantástica. La necesidad de conocer lo hecho por los otros en el terreno de la reflexión teórica, con nociones luminosas y discutibles -claro- pero necesarias para distinguir el trigo de la paja, intuir cuál es el momento de decir “non ragioniam di lor, ma guarda e pasa”.

Lo segundo, era el trabajo casi introspectivo de aceptar lo fantástico en lo que me rodeaba, sin que me percatara en perspectiva porque formaba parte de la vida barrial. El diálogo con los muertos, las brujerías de rituales nocturnos, viejitas oliendo a incienso que curan daños por envidia, gritos desgarradores de locos irrecuperables en altillos de la manzana, rumores maléficos sobre algunos vecinos, la casa encantada que no halla inquilino, gatos sacrificados a divinidades tenebrosas y estatuas policromadas de San Jorge matando al Dragón. Era una doble expedición a la búsqueda simultánea del orden teórico dilucidando a tientas un desorden cotidiano; hasta entender que sólo la literatura puede hacer inteligible ese vértigo sinfín de la condición humana. Las fronteras se diluyen mientras los pasajes permanecen entreabiertos, después están los círculos y ceremonias que nos llaman, lugares prohibidos ante los cuales forzamos los cerrojos porque no podemos hacerlo de otra manera. Es así como entramos furtivamente en los cuentos, en las primeras ediciones, en las novelas sobre los tiempos de Clemente Colling.

II) La estirpe del caballo

Lo fantástico en sí es insuficiente, abundan en nuestro entorno relatos sobre los que pasamos indiferentes sin que tanto ingenio deje traza en la memoria, ya sea por implicancia, sorpresa, recuerdo o la propuesta de una belleza incómoda. La ecuación es sencilla, después de medio siglo recuerdo lo inquietante: “Yo remaba colocado detrás del cuerpo inmenso de la señora Margarita” y sería incapaz de repetir uno de los infinitos planes de Killer Kane para apropiarse del sistema solar y adyacencias. Estoy convencido que el efecto proviene de hallar la articulación adecuada entre lo imaginario posible y el condicionante real, lo que crea un tercer diaporama. Felisberto funciona en la maquina literatura, porque halló su propio tríptico para el célebre encuentro fortuito: música, memoria e imaginación. En “El caballo perdido” lo seductor es la bifurcación coincidencia entre lo narrado evocando -mecanismo de la memoria- y la teorización narrativa de esos mecanismos de la memoria. Todo un concepto innovador en su candor aparente que permite -en la búsqueda- ir abriendo puertas prohibidas sin ser descubierto; el lado obsceno del recuerdo infantil, el relato del sueño despejado de interpretaciones, desplazar una posible terapia mediante la escritura, cierto regodeo untuoso en el placer de perversiones transferidas, un espía pornográfico con la misión de acceder a la falla insondable de los raros que se confían.

Felisberto presiente que el cuento circular es el que logra sintetizar las dos primeros cuentos aparentes (lo factual y la manera de recordarlo); en la novela considerada se narra asimismo el descubrimiento, cultivo y descarga catártica de dicho procedimiento. La memoria es reconstrucción de la infancia y conciencia del despojamiento, identificación de escorias adheridas después de treinta años de reposo en tierras del olvido. El tiempo de rememoración del adulto es alienación, un traslado virtual e irreal a la infancia; es ver en el cine mudo a Jackie Coogan con gorra y ser Jackie Coogan tirando la piedra contra las ventanas, y ser el tío Fétide de la familia Addams cuando tiene nuestra edad. Haber sido niño tiene algo larvario de tráfico fantástico, y para el adulto quizá la muerte física sea lo único que se le puede equiparar como experiencia de lo inenarrable. Recordar la niñez es fantástico introspectivo pues suponía escribir de un planeta que está muerto; es descifrar al comienzo del pentagrama claves que nos formaron, relatos velados de las pesadillas, imágenes amenazantes recurrentes, primeros sacudones de la emoción estética y la sensualidad. Recuperar el primer encuentro con la música, asumiendo esa situación de intérprete que es casi una declaración de principios; la partitura es la misma pero el intérprete diferente, hallar la buena música es un dictado y sobre el teclado, como para resolver un buen cuento, todo depende de lo que hagamos con las manos, si es que los dedos se resuelven a ser obedientes.

III) La melodía judía

El mes pasado, avancé las razones que aclaran mi temprana incorporación orbital a la obra de Felisberto Hernández en tanto lector empecinado. Una serie de coincidencias que centré en especial, indicando su presencia original en el examen de ingreso al instituto de profesores Artigas; y en anexo los papeles en copia carbónico de una frustrada edición de la obra narrativa del uruguayo en la colección Archives. En marzo, quiero sumar otros aspectos que creo de interés y comenzaría por el aura ambiental. Sin conocerlo personalmente, digo que convivimos en la misma ciudad hasta mis casi trece años; yo conocía la zapatería Grimoldi, la cervecería El Sibarita, la tienda London-París y el cine Trocadero y él caminaba esas mismas veredas. Esa coincidencia es una ventaja de lectura, un cuadro sociológico de respiración que los nuevos aspirantes a docentes deben apropiarse el espejo retrovisor. De la misma manera que debemos leer el libro de Gustav Janouch sobre Kafka porque él estaba ahí en Praga y tenía menos de veinte años.

Eran épocas cuando el Uruguay presentaba una apariencia estable durante décadas -una familia podía vivir ochenta años en la misma casa-, siendo hacía 1960 que comienzan los movimientos tectónicos de importancia. Si ahora fuera profesor de más jóvenes, debería evitar ese error involuntario consistente en hablar de nuestra Montevideo como algo compartido; nosotros y la ciudad somos bien diferentes, otros son los partes militares del Forte di Makalle, muy pocos recuerdan al actor Julio César Armi y el pianista Jaurés Lamarque Pons falleció hace cuarenta años. La ciudad narrada por FH en sesenta años cambió lo suficiente como para obligar a una estrategia de información reciclada, que podría entenderse (mediante la pregunta sobra ausencias imitando la batalla naval: Bazar del Japón… hundido) con el listado de salas de cine, grandes tiendas sobre la Avenida 18 de Julio, los cafés del ubi sunt o ese realismo mágico de dejar la puerta de calle cerrada apenas con el pestillo. En pocos años un espíritu provincial, un movimiento intelectual crítico distante de la guerra y el contrato social en crisis se fueron alterando. En apenas tres años vimos el triunfo del partido Nacional en las elecciones, las inundaciones del país en la zona del litoral, la revolución cubana de los barbudos, el naufragio simbólico del vapor de la Carrera en el río de la Plata y el asesinato en Dallas de JF Kennedy; en cronologías más modestas, los Beatles cierran su configuración mítica, ingreso en el liceo piloto N° 14, de 8 de Octubre y Propios y en enero de 1964 fallece FH. Con esta información aleatoria, mi astrólogo personal Horacio Campodónico haría un relato estupendo de las constelaciones literarias, un memoriam siempre activa de nuestro admirado Conde de Saint- Germain.

La lectura juvenil de Felisberto podía explicarse mediante esa vecindad y luego se trataba de entender; lo que me interesaba eran dos aspectos que son la memoria y el fantástico, la sospecha que la narrativa es el mejor atajo para conocer la vida secreta de una sociedad. En el presente tramo final de la existencia, la memoria es una preocupación literaria e íntima, pero en los primeros años aquellos -veinticinco abriles que no volverán- era claro que predominaba lo fantástico -la memoria era la historia patria y fotos Kodak de la infancia-. En Felisberto, tenía otros acordes que la asperidad aventurera del proyecto Quiroga, confrontando los desterrados belgas y la naturaleza letal de las Misiones. Lo fantástico era una tradición cultivada en el margen del reino literario y uno no puede incidir en una tradición que le interesa (y que luego pasaría por la escritura de ficción) si excluye el esfuerzo de conocer protocolos, fallas, correntadas traicioneras e imprevistos al acecho.

Esa información trabajosa hasta visualizar el mapa tuvo tres fuentes y un apéndice, las fuentes fueron: a) la escuela de la teoría literaria francesa, donde la reflexión sobre la escritura elabora un corpus autosuficiente, por momentos (en especial en el último siglo) más entusiasta y estimulante para el intelecto que la narrativa contaminada por el virus mimético. b) la vertiente norteamericana partiendo de protagonistas excéntricos, con expediciones a la clínica psiquiátrica y cementerios entre ciénagas; con un arco entre gótico y ciencia de E.A. Poe y en mi caso, cierta desconfianza por el bestiario cósmico aberrante de H.P. Lovecraft. c) la literatura argentina, donde, además de las nombre bien sabidos, hallé un mundo editorial inagotable y un Aleph de relatos en la “Antología de la literatura fantástica” del trio Ocampo, Bioy Casares y Borges publicada en 1940.

El apéndice señalado -dando título al capítulo- es la tarea reflexiva de los mismos autores, demorados en el juzgado del canon, por querer dar cuenta mediante imágenes de su experiencia de escritura con los mundos paralelos. Mina inagotable en reportajes de Borges, los ejercicios críticos de Cortázar circulares como calesita de parque de diversiones y el “Decálogo del perfecto cuentista” de Horacio Quiroga, que quizá fue un intento de organizar el oficio para permanecer del lado de la razón. Felisberto al respecto estuvo atento, entendió el desafío haciendo algunos aportes decisivos. Le yuxtapuso misterio amenazante al lugar común enunciado en “lo otro” y en la “explicación falsa de mis cuentos” derivó hacia la botánica de plantas de palabras. Escuchando el llamado de sus horas de pianista hablo de “una melodía judía”, lo que lo convierte en el candidato 37 en “La sinagoga de los iconoclastas” de Rodolfo Wilcok.

IV) La retórica de lo indemostrable

Si este manual estudiantil existe es consecuencia de la originalidad del autor estudiado; que logró reacomodar desde temprano en mi vida la biblioteca, en la medida que modifica el hábito de la lectura y con ello la manera de asimilar la historia, la condición humana y eso que tan bien se dice en el tango “Uno”. Ahora bien, si ser profesor de literatura forma parte del plan de la educación sentimental, se asiste a una duplicación de la lectura; el acceso obligado a la reflexión crítica inspiradora para el diálogo necesaria para acceder a la síntesis personal. Esa conciencia crítica tuvo en mi caso varios momentos; en los años de liceo y gracias a los buenos profesores recuerdo la utopía del helenista; que se concretaba en la lectura de filólogos alemanes del siglo XIX (claro que traducidos) reconstruyendo el mundo homérico de los orígenes, buscando una Troya debajo de la Troya escondida sobre otra Troya precedente. Sucedió después el acercamiento premeditado en el cual estamos, tras los enigmas del fantástico en el ingreso al instituto de profesores; luego, recuerdo el sobresalto ante el programa (bibliografía imponente, redacción perspicaz de las cuestiones, desafío para el estudiante, excitación generalizada entre los candidatos) de la materia “Estética”, que dictaba Carlos Real de Azua en el segundo año de nuestra formación. Ahí se profundizaba en las Letras para que supiéramos en qué lío nos habíamos metido y se abrían nuevos horizontes hacia otros desarreglos que provoca enfrentar la belleza. Entender que la mayor parte de las veces nos rehúye, a veces se la puede sentar en las rodillas y otras puede alienarnos. Había claro en esa empresa la tentación del ensimismamiento, el placer desplazado de permanecer en el gusto de la teorización. Pudo ser mi caso, el antídoto fue comenzar a escribir ficción y en ese momento entendí el juego secreto. La necesidad de la crítica para tender el dispositivo de la literatura fantástica, y que es lo que haremos en la próxima entrega de nuestro Astillero; también tener presente que son relatos como los de FH los que apuran a la crítica al reconocimiento de sus límites, la sospecha de explorar otros territorios necesitados de la buena combinación para abrir el cerrojo. El mandato de transfigurarse de continuo o estancarse en el intento, pues al fin de cada ecuación resuelta persiste otra incógnita indemostrable.

IV a) Louis Vax / IV b) Roger Caillois / IV c) Tzvetan Todorov 

Reacomodando materiales con algunos años de distancia, diría que estos tres sub capítulos atienden aspectos teóricos sobre la literatura fantástica; lo que tiene algo de afinidad de pensamiento y arbitrario fundado al momento de decidir. Debería actualizar las lecturas al respecto, pero con el género preferido del señor Poe, sucede lo mismo que a los doctorandos el iniciar un proyecto de tesis sobre Borges o García Márquez. La bibliografía detallada tiende al infinito; quienes no se desalientan y abandonan viendo pasar pantallas por docenas, si bien comienzan la consulta metódica diaria, al final deben mediar por empatía, facilidad de acceso a la versión papel o acuciados por los tiempos de entrega. Más que indicar lo que debería hacer un estudiante de literatura en 2021, pongo sobre la mesa las cartas marcadas de lo que hice. Me gustaría que el tríptico sea aceptado como lo que es, visión sintética concentrada de lecturas con hipótesis del fantástico y la finalidad de completar un manual sin excesivas pretensiones. Durante mi recorrido docente francés, todos los años -salvo uno, donde fue cuestión de novela policial mexicana y había hispanistas especialistas en la materia- debí preparar temas variados para concursos de ingreso a la docencia en la cuestión latinoamericana. Es lo que se considera un ejercicio impuesto; las obras y autores elegidos por el jurado resultan a veces de evidencias, otras de interés geo políticos culturales. Parecía triste y lógica la ausencia de autores uruguayos entre los elegidos: interrogado sobre la influencia del Vaticano en el frente caliente, Stalin preguntó cuántas divisiones. Por fortuna para la episteme personal, a través de autores vecinos como Borges y Cortázar, tuve la oportunidad de aplicar lecciones archivadas sobre Felisberto y que me acuciaban durante el pase a la ficción.

En otros momentos dentro del sitio web expliqué las circunstancias del encuentro con Felisberto, ahora lo recupero considerando la labor docente. Primero era la lectura de la obra repetidas veces, acomodando la doxa critica a mano en Montevideo a mis impresiones liminares; buscar hasta hallar lo que -a mi criterio- estaba pendiente de destaque y evidencias. De ahí surgía una primera lista temática rastreando su acomodo final, la intuición o el gusto debería articularse con protocolos orientados a trasmitir. Frotar el corpus con la teoría, sonsacar nuevos análisis pertinentes verificando si la obra resiste ese cotejo resistente. Esa prueba de taller fue practicada y por ello está en este manual, la confrontación ocurrió con el tríptico Vax, Caillois y Todorov. Claro que hay otras conjeturas de lista; es oportuno recordar que desde la primera edición orgánica en Arca, allá por los años setenta del siglo pasado, en Uruguay y bajo la dirección de José Pedro Diaz, el interés y la bibliografía sobre Felisberto no cesa de crecer como planta trepadora.

Si iniciara la explicación falsa de mis preferencias teóricas diría que son tríptico necesario y punto de partida; completado con aportes estimulantes de Julio Cortázar como puede verse en este Abril 2021 del Cabaret, en la sección Episodios Universitarios. El origen era habitualmente el manual anterior, guía de la ciudad letrada fantástica donde se trazan grandes avenidas para evitar extraviarse, la información conceptual básica a considerar en el cruce con los textos, la apropiación de un campo léxico y media docena de nociones operativas, que se ordenan en el índice del libro de Vax. Rober Caillois, clásico hombre de letras, curioso por el Río de la Plata, creador en Francia de la colección la Cruz del Sur, lector reactivo, traductor y editor de Borges, me parecía un electrón interesante en el campo magnético de Felisberto. Entre 1913 y 1960 coexistieron en un mundo de sinergia bilingüe Jules Supervielle y Felisberto, Borges y Caillois; activando el tráfico poético entre el Rio de la Plata y París donde Cortázar se instala en 1951, al año siguiente de “Nadie encendía las lámparas”. Finalmente Todorov porque estaba asimismo activo en esos años; formuló una reflexión nutrida e inteligente luego de investigaciones en diversas disciplinas, leía desde otra perspectiva siendo propuesta del otro y el mismo en años prodigiosos para la teoría literaria.

Después de todo, la literatura occidental irrumpe con sucesos de guerra por el amor de una mujer, donde no hay casi Canto sin evocar lo fantástico; por ahí en los colegios todavía está activo el rayo de Zeus que no nos deja mentir. Sin ir tan lejos hasta los griegos, ayer me contaron de un amigo que se hizo vacunar en Casa de Galicia contra la Covid 19. Estaba feliz porque le inyectaron una dosis de BioNTech Pfizer, le dijeron que todo iría bien, sin aviso alguno sobre efectos secundarios indeseados. La misma noche se sintió raro, escuchaba voces dentro de su cabeza, mensajes emitidos desde la difusora “El canario” que le elogiaron virtudes de la venta en cuotas o mensualidades. En directo, escuchó el nuevo episodio de una novela de la que no comprendió gran cosa por falta de concentración. Luego, unos tangos anteriores a 1947 y el recitado del emotivo soneto intitulado “Mi sillón querido”. Desesperado, se levantó en medio de la noche, a las cuatro de la madrugada y pensado que todo había sido una pesadilla; los síntomas desagradables persistían. Decidió que a las seis llamaría al servicio de urgencias, a la espera se tomó dos aspirinas, un té con limón y se preparó un baño de pies bien caliente en una palangana de las antiguas. Una hora después, las voces interiores bajaron en intensidad y así hasta que se fueron apagando… mágico eso.

V) Autopsia de cadáveres exquisitos

La teoría y la enseñanza establecen su propia dinámica, con movimientos estratégicos, aviesos y de seducción. Algunas veces los textos de relegan o son utilizados apenas como ejemplos de especulaciones individuales; teorías que pueden ser puestas al servicio del lector iniciado y otras que se evaden, volviéndose guía del trabajo universitario o indican un nexo entre personalidad – sexualidad, ideología y ambición pongamos al caso- y una concepción global del mundo incluyendo la literatura. En mi recorrido entendiéndolo como circunvalaciones de un satélite sin luz propia y buscando puertos de amarre vi pasar varias escuelas. La primera fue, entre las que me atrajo, la filología clásica rondando el cruce entre estudios de historia y el interés por las fuentes clásicas. Fueron estimulantes luego las versiones marxistas y enfoques de la sociología, donde era cuestión de superestructura y condiciones de producción; una deriva partidaria del naturalismo y la intuición balzaciana con la tesis XI sobre Feuerbach evangelizando, donde se trataba no sólo de interpretar la literatura sino de transformarla. Luego llegaron las máquinas eficaces de los formalistas rusos, el estructuralismo de inspiración antropológica y la semiótica; en esta última zona, comenzaron a irrumpir otros discursos sobre todo con el cine y los medios masivos de comunicación. Esa tentación de algunos modelos de inspiración matemática era seductora; me quedé a medio camino cuando advertí que se podían aplicar con idéntico resultado a cualquier forma de relato y se evacuaba la cuestión axiológica. Era el tiempo cuanto los teóricos eran más influyentes que los escritores y una jerga intimidante se interponía a la lectura directa, pues la crítica había inventado los sex toys de la lectura. La culpa claro, era de los escritores con un grado de influencia en el riesgo lindando con la dimisión y la audacia requerida en caída libre; buscando más el perfil del lector ideal que agote la edición que renovar el mandato de la originalidad. Los escritores buscaban a los lectores que se marchaban a las imágenes y los teóricos la conceptualización que promueve la invitación a los coloquios. La literatura no tentaba la belleza ni el escándalo, ganaba recompensas y se volvía inofensiva cuando no asumido cómplice de los poderes otrora combativos. Hasta ahí pude llegar en esa compañía, después resultó que los problemas de la reacción se imponían a los de la teoría articulada; seguí sin embargo atento a lo que venía. Las nociones de post modernidad asociado a la decadencia de los discursos, el carrusel con las otras expresiones -algunas muy estimulantes como en el caso de Genette- me parecieron sugestivas y despertaron mi curiosidad.

También me toco escuchar Money for nothing de Dire Straits y ver video clips de Marilyn Manson, todo lo que se quiera de esperpentos y marginalidad -además parece que el tipo era bastante perverso-, bien gore y a años luz negra de mi flaqueza por la bossa nova, igual supusieron un sacudón para repensar las cosas. La imposición industrial todo lo que se quiera, pero en cada toma había algo original y provocador. Ahora, habiendo salido del circuito activo universitario, observo las tendencias racialistas activas, post coloniales, escritura inclusivas, el baile de las identidades (remember The beautiful people y Sweet Dreams versión MM) y habida cuenta de los años que me quedan por delante, declino interesarme por esos asuntos. ¿Cuánto falta para que el Martín Fierro sea acusado de gaucho supremacista blanco, machista por abandono de rancho sin consentimiento y mutilado en sus estrofas por la payada con el afro descendiente? Así, admito que esta visión del capítulo V sobre FH tiene algo de vintage, en mayo propongo dos tanteos vinculados a la tendencia retro de la literatura fantástica. En abril fue la búsqueda de las pistas clásicas y con esos datos retenidos, un profesor de literatura puede dar los cursos hasta el final de sus días; se trata de una operativa mecanicista que aplica una serie de modelos exteriores sobre la página impresa y siempre sale de ahí alguna cosa interesante. Luego está la actitud y la curiosidad, el deseo de intentar -con errores- una metodología propia; partiendo de las lecturas necesarias el joven docente se hace una idea personal e intransferible de la literatura fantástica, una suma de manuales y la fascinación sonámbula que decide hacia dónde encaminamos los pasos al caer la noche. Es un momento de euforia y confusión, peligroso segmento porque nos enfrenta al espejo del deseo y las limitaciones, la mente propia es el primer ratón de laboratorio: somos el primer personaje a estudiar, con la introspección de los autores románticos, el atractivo de los barrios de mala fama y luego el despojamiento. La cuerda floja sin red, el parlamento sin anotador, la música sin partitura, la lectura de Felisberto sin la bibliografía, directo al mentón.

En mi caso fue el pasaje de ser alumno de literatura a estudiante de literatura; evoqué antes las circunstancias del concurso de ingreso al Instituto de Profesores, pero la pertenencia a la ciudad de Montevideo era de gran ayuda y además era lo único que había. En especial por la existencia de un corpus narrativo que, tras la aparente ingenuidad de lo mostrado (resultó una gran trampa para los estudiosos como él fue presa para otros complots) comenzó a destilar los secretos de familia. Es la escena del pianista improvisador que acompaña las imágenes del cine mudo y de repente -sin que nadie este pronto para la pirueta- se ataca una sonata de Scriabin. Algo similar ocurrió, también con otros textos uruguayos cuando crucé novelas de Onetti con tesis de Bakhtine. Toda conclusión es instancia de transición y cada nuevo estudiante debe prepararse a Scriabin, aun siendo citado para acompañar una película de cine mudo en la mansión de Sunset Boulevard, contratado por la señorita Norma Desmond.

Allá por el año 1980 entonces, el fantástico venía de la llamada intertextualidad, de los posibles del texto y tiene algo indefinible siendo creación mental conjunta del lector con un texto, como antes lo fue entre el autor y ese mismo texto que nunca es el mismo. La literatura esa es el interludio fortuito de una máquina de narrar, un paraguas lector sobre la mesita de luz con reliquias óseas y camafeos en los cajoncitos. Después tome notas sobre mi propio catálogo y sobre el cual, en alguna reencarnación futura entraré en detalle.

1) Vivimos a la vez en Minas y Twin Peaks: fire walk with me.

2) La infancia es una hipótesis de escritura y los años donde se juega buena parte la Rayuela de la escalera al cielo.

3) Freud llega con imaginación a la primera puerta de los sueños y hay todavía otras llaves maestras escondidas.

4) Preguntar en Informes por el belga Georges Lemaître que barajó lo imposible con mano maestra.

5) En ficción y cosmología, lo teórico es una pócima necesaria e insuficiente: su efecto energético se agota antes de acceder al misterio, si bien puede señalar el rumbo cierto hacia la perdición ad Astra.

6) Lo que suponemos realidad es una película sin proyección; lo real se nos fue de entre las manos, no tenemos ni la menor idea sobre el origen del universo -parece que hay varios por otra parte- y con la muerte otro tanto.

7) Un relato fantástico es artefacto ilusorio de viajes en el continuum espacio/temporal cuya curvatura crea la gravitación universal.

8) Dijo Étienne Klein en el libro “Discurso sobre el origen del Universo”: “La idea científica del origen nace en el cruce de un postulado -el universo es un objeto que la ciencia puede describir- y de una constatación -el universo está en expansión.” Se le pide al alumno que aplique esa sentencia de inspiración científica a la narrativa de Felisberto Hernández. Tiene cinco horas para entregar el escrito, se pueden consultar líneas de la mano, el vuelo de las aves de paso, el Tarot de Marsella y otros textos excomulgados.

9) La literatura fantástica es una tradición que acompaña el conjunto de la reflexión humana que va desde los átomos a los dioses y el relato de los dioses y los átomo; quien menosprecia la memoria venerable de dicha tradición no merece las derivadas de la imaginación en potencia que adviene.

10) Cervantes creía en Dios, Julio Herrera y Reissig en la Poesía y Dylan Thomas en el whisky: donde menos se espera salta la liebre.

11) Consultar un manual para debutantes sobre las enfermedades mentales, es suficiente en caso contrario y para los primeros apuntes la entrada Esquizofrenia de Wikipedia.

12) El misterio Q regresa: se da el nombre de Quantum a la más pequeña medida indivisible, ya sea de energía, cantidad de movimiento o masa. ¿Cuántas variantes de Quark pueblan el universo? Una ayuda: era el número sagrado de J. S. Bach.

13) Todo extremista de lo real -los obstinados de al pan pan y al vino vino, ver para creer y el reino de este mundo- sabe (se da por sobreentendido) que Max Planck (1858-1947) demostró que el universo es cuántico y no continuo.

La fórmula de Planck dice   E ꞊ h. f

E es la energía de la frecuencia / h es la constante de Planck / f es la frecuencia de onda.

Nota I: el tiempo de Planck es 10ˉ⁴³ segundo. La más pequeña medida de tiempo a la cual podemos tener acceso, “más allá de ese límite las leyes físicas cesan de ser válidas”. ¿Qué hora es? ¿Cómo medimos los tiempos de Clemente Colling?

Nota II: la constante de Planck es fascinante como un dios implacable manifestado en fórmula; yo quedo fuera de ese asunto, parado sin reaccionar delante del muro infranqueable.

14) Rod Serling no estaba tan equivocado en eso de las dimensiones plurales; la inocencia de la ciencia ficción, con su obsesión de viajes, conquistas espaciales que terminan mal y criaturas de efectos especiales, tiene la virtud de despejar el camino de los juguetes stars wars tirados por el piso.

15) Para los espíritus incrédulos del más allá y su influencia en nuestro cotidiano, cita con una botella de cachaça Velho Barreiro el 2 de Febrero de 2022 en la playa de Pocitos de Montevideo, a la altura de Buxareo.

16) El imperativo de Creer al menos durante el tiempo de la lectura, con la intensidad de los adoradores de Ganesha cuando hunden la cabeza en las aguas de Ganges. Escribió Horacio Quiroga en 1927: “I) Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo. II) Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.”

VI) Si una noche de invierno Ítalo Calvino

Había dos maneras de considerar este pequeño capítulo y la primera era más bien chauvinista. La valoración de un autor la construye también la expansión del rumor que se concreta sobre su obra con coloquios, notas de prensa, reconocimiento entre los pares y traducciones. Al respecto, la literatura uruguaya depende del peso del mercado interior y admiraciones proliferantes considerables, como es el caso de Mario Benedetti; a veces, de la tibieza crítica en el primer círculo que no despierta curiosidad o el interés de las conexiones exteriores. Al respecto y hablando de vecinos, comprobé en París que agentes y editores compraban títulos a ciegas, con el solo argumento de una nota de dos páginas de Beatriz Sarlo salida el domingo pasado; el mercado editorial se desentiende de crónicas uruguayas luminosas sobre Bret Eeston Elis y Nick Cave, pero así funciona el luna park que aguarda adolescente la novela culta de Slash el guitarrista de Guns N’Roses.

El caso de FH es único y extraño. Sin pertenencia a clásicas categorías generacionales asociadas a un número como en la interpretación de los sueños y la quiniela, a contracorriente de literaturas comprometidas que supimos valorizar, con una filiación de tecladista seducido por espías rusas y desbordando la secta de los raros de Ángel Rama, su trayectoria parece la del lobo estepario más asociado a la leyenda urbana del escritor maldito y detestable. Hay cuatro pilares que fueron urdiendo la suspicacia del valor de su obra; en los años sesenta la figuración del uruguayo en los almanaques de Julio Cortázar La vuelta al día en ochenta mundos (1967) y Último round (1969); el libro de Norah Giraldi “Felisberto Hernández: del escritor al hombre” publicado por Banda Oriental en 1975, que fue una estupenda sorpresa en la ciudad letrada pasando malos momentos, si bien Norah ya estaba en el extranjero. En esa misma época, bajo el auspicio de Alain Sicard de la Universidad de Poitiers y el apoyo oriental de Nacho Pereda, se suceden varios coloquios durante el año 1973, que se resolverán en el famoso libro publicado por Monte Ávila en Caracas 1977.

El cuarto episodio de esta carambola sucede en 1974: Einaudi publica la versión italiana de “Nadie encendía las lámparas” en una traducción de Umberto Bonett, con el famoso prólogo de Ítalo Calvino y su famosa sentencia sobre que Felisberto no se parece a ninguno. Algo parecido había cantado Rita Pavone en 1963: come te non c’e nessuno… Aquí retomo dos probables percepciones del episodio: a) el hecho y b) el enigma. El hecho es la utilización que todo el mundo hizo de esa introducción. Hace bien ese apoyo al lector o escritor uruguayo y legitima reconocimiento sin necesidad de didascalias redundantes. Era un pasaporte italiano eficaz y pieza clave en trabajos posteriores del hispanismo. Calvino es un precursor del amigo Jean-Philippe Barnabé que redactó una tesis y varios artículos sobre FH y quizá el hecho de ser él también pianista, contribuye a una empatía secreta. Yo lo recupero en artículos antiguos también por esos bajos intereses, siendo difícil desprenderme del enigma ahí anudado y sobre el cual tengo un relato falso indemostrable. No excluyo e insisto en el encuentro fortuito si bien ignoro las condiciones de producción y el nexo; en el tráfico entre editores cuando la Feria de Frankfort y universitarios invitados, seguro que alguien dejó caer el nombre de un tal Felisberto Hernández. Un editor de Milán atento a los catálogos latinoamericanos se entusiasma y lo presenta al comité de lectores de Einaudi; sin mucho entusiasmo considerando que no es de los nombre más rutilantes del boom se firma el contrato, se encarga la traducción y se lo programa para 1973, pero luego se lo atrasa un año más. Einaudi puede dar marcha atrás pero la traducción es interesante y buena; se hace circular el manuscrito entre críticos de confianza y en la interna. El retorno es entusiasta, se aprecia cierta unanimidad hasta que alguien dice en voz alta: “Nadie encendía las lámparas, pero nadie en Italia conoce al autor…” Cierto y balde de agua fría; se especulan con varios planes de apoyo de promoción ante los libreros. Todo bien difícil y más cuando el autor está muerto siendo imposible de entrevistarlo en la RAI. De pronto, una muchacha estudiante que está haciendo de pasantía en la editorial, confirmando ese carácter de seductor parapsicológico del pianisty tiene una iluminación y el coraje de formularla: “Habría que pedirle una introducción a Ítalo Calvino”

Ahí marcando el encuentro se inicia otro relato de literatura ficción; alguien lo llama al escritor prestigioso esa misma tarde, uno de los capos. Calvino escucha, está fatigado pues viene de publicar “El castillo de los destinos cruzados”; hay una breve negociación, el escritor escucha sin prometer nada, permite que le envíen el material para darle una hojeada, pide unos días y la semana próxima dará su respuesta. Calvino es un conjunto de novelas extrañas y autosuficientes, que haya nacido en Cuba puede ayudar por eso del realismo fantástico tan de moda… se interesa por la persistencia de los textos clásicos, el potencial narrativo de disciplinas científicas y crónicas de la guerra durante la infancia. Tiene un domino pasmoso de teoría y praxis de la literatura, tal como lo probará en las magníficas “Lecciones americanas”. El correo llega y Calvino es hombre de palabra, nunca sabremos cual fue la impresión de la lectura ni las interconexiones operadas con su biblioteca. Alguien conoció alguna vez el tiempo real que le llevó redactar la introducción; si quedan aún archivos en Einaudi de antes de la informatización, seguramente esta la hoja mecanografiada con las correcciones en lápiz rojo. El resto del episodio es de público conocimiento, lo anómalo de ese trámite común y corriente en el mundo editorial, es una coincidencia que me dejó perplejo. Fue “después” de leer a Felisberto Hernández que Calvino comienza la escritura de “Si una noche de invierno un viajero”.

VII) Espía vocacional

Ítalo Calvino resultó eficiente para la legitimación de Felisberto en el dominio editorial y universitario internacional, con la tan reiterada afirmación de que no se parecía a ninguno en cuanto proyecto de escritura, marcando así el perímetro de un imaginario único y el estilo consecuente. La situación se complica cuando a esa fórmula confortable, se la debe argumentar a distancia de la fuente intimidante o la cita del italiano, considerando el estudio insonorizado del pianista. Es ahí que a la técnica reconocible y codificada, se suman aspectos biográficos sugestivos. Asuntos comunes de la vida civil que en otros escritores se anotan de paso y sin que repercutan en la obra de forma inmediata; pero que en FH componen una simbiosis (vida obra) -a la usanza de la crítica de antes- que aparta de modelos comparables. Se puede tentar omitir datos personales teniendo en cuenta sólo estrategias de escritura y aventando la tentación; se puede caer -con beneficio y apetito- en la mecánica causa bio ꞊ consecuencia narrativa o incurrir en la heterodoxia especulativa de la obra que organiza y explica la biografía. Prolongando la penúltima tesis y como casi todos los estudiosos del escritor, fuimos incorporando datos que hacen de él personaje separado y de su vida otra novela virtual que quedó sin editar, a la manera de unas tapas sin libro. De capitulado heterogéneo: interés por la memoria en lo que tiene de imaginación, escenas fundadoras siendo arranque de relato, sensualidad de los sentidos que de tanto ajustarse parecen atrofiados, objetos del cotidiano considerados repertorio fetichista amenazante, primeros acordes anecdóticos de la educación musical, vida sentimental con registro civil y la fascinación que ejercía en mujeres receptivas como si FH les descubriera territorios inexplorados de ellas mismas, el estante en vías de extinción de las primeras ediciones, recepción nacional entre reconocimiento y rechazo, compromiso político anticomunista, anécdotas de gastronomía cotidiana. Hasta circularon rumores de escenas absurdas o surrealistas en su viaje en féretro a la última morada, como si también hubiera dictado buena parte de la leyenda urbana montevideana.

Hace muchos años y para ilustrar la manera como la quimera autor-narrador reconocida -más que buscar temas FH se deslizaba en retablos perturbados emergiendo del buceo con las piezas representadas- probé trabajar con la noción de espía vintage, más afín a los disfraces de Sherlock Holmes que del Aston Martin de James Bond. Simulacro asumido, iniciativa gozada, coexistencia abusiva, usurpador de mensaje confidencial e informe final en forma de relato para mediadores de la Agencia Lectores interesados por la misión del pianista infiltrado. Después en esta vía bromista de microfilms, notas confidenciales en alfabetos crípticos y juego de sombras aparentes, por testimonios tardías de conocidos, revelaciones sorprendentes y algunas novelas, fuimos conociendo la verdad de la milanesa con fritas. Ahí están para no dejarnos mentir La muñeca rusa de Alicia Dujovne Ortiz, África, la muñeca de Felisberto Hernández de Roberto Echavarren y Nombre clave, Patria: una espía del KGB en Uruguay de Raúl Vallarino. O la historia de la costurera de Ceuta conocida en Paris y repatriada como esposa legítima a Montevideo. El pitch resultante de la película es enorme. ¿La española cuando besa es que besa de verdad? La imagen del espía figurante en la narrativa, quedaba aplanada ante un escándalo de intromisión femenina de la guerra fría en la narrativa uruguaya. La topo nuestra cosía para afuera, negociaba en antigüedades y se pintaba las uñas; y sin embargo… considerando la función poética creo que podemos mantener la analogía. Algo de su vocación de los servicios debió de inocularle en sus años de convivencia la astuta María Luisa; todo apunta a que fue mientras duró esa historia de amor rigurosamente vigilado, que el marido abusado escribió los cuentos de Las hortensias y Nadie encendía las lámparas. El esposo cobertura -habría que explorar la pista nada desdeñable de un FH cómplice titiritero- primero va acordando una percepción tendenciosa y si nada aparenta ser premeditado en los objetivos, el narrador/personaje de los cuentos escritos cuando María Luisa, tiene un talento seductor para encuentros fecundos, fomentar casualidades forzando la anécdota, ser invitado en la casa esa del pueblo a la que nadie tiene acceso. Parece afinar la escucha del sacerdote, el analista freudiano y el silencio del músico infiltrado; los vecinos más escarmentados le confían el argumento sin salida de sus traumas; al menos en la instancia del relato quizá ese intruso circunstancial puede aportar alguna luz esclarecedora al misterio del cuarto amarillo. La confían el cometido de ser público del teatrillo secreto, puesto que todo episodio velado sólo accede a la existencia si alguien lo cuenta. En una ciudad literaria mayormente política, mimética, sociológica y testimonial, en la división azarosa de tareas FH se aplicó a excéntricos inofensivos y su ficción proviene de la naturalidad. Sus lectores reincidentes, sabemos que en nuestras familias hay seres entrañables a la deriva podando el árbol genealógico. FH se interesó por la hermana que teje crochet hasta el crepúsculo y de la que nunca se habla, el tío encerrado hace siete años en el altillo del fondo, el pariente músico que afirma que su novia es una espía, lo controla todo el tiempo, habla por teléfono en ruso y al que nadie le cree tamaño disparate en el asado de Navidad. El dispositivo funciona además por la calidad receptiva de los captores sensibles del narrador; los persuade a los casos graves porque los entiende, escucha sin dictar sentencia, compatibiliza habiendo vivido introspecciones similares, sabe que las puestas en escena son sueños y a la representación improvisada hay que buscarle la música apropiada. Tuvo una iniciación precoz a escenografías barriales donde rondaban espectros en una ciudad que a falta de palacios idolatra cementerios; si la religión fracasa en la doctrina para acceder al paraíso de la vida eterna, lo frotó a la factible omnipresente de lo sobrenatural; un milagro sólo se puede aceptar entre los fieles si lo arrulla un cuento verosímil que hipnotice multitudes. Si eso circula entre narrador, personajes y relato es factible que su obra afecte los extremos humanos del circuito más reticentes a las fuerzas del cambio. Felisberto retocó la misión del escritor rondando las pequeñas cofradías secretas incluidas en la sociedad y previno al lector quien, al cerrar el libro observa el barrio, la familia que lo rodea, su propio cuento con otros ojos y se pregunta ¿dónde acaba la ficción realista y comienza lo otro?

VIII) El pianista y los personajes

El apartado pensado a los personajes ya fue escrito, pero con Felisberto siempre hay bemoles pendientes, notas sueltas y la aclaración breve al pie de página se vuelve comentario de sobremesa revolviendo la borra del café. Creo recordar que leí por primera vez a FH casi en paralelo con los grandes clásicos de la literatura fantástica, asimilando el aluvión temático del repertorio tradicional, el nombre de los autores sobrevivientes así como sus criaturas aberrantes. Eran los meses de consultar salteado la Antología estupenda de los escritores argentinos del año 40, descubrir las películas Technicolor de Hammer Film Production, donde fuimos reconociendo las voces de Vincent Price y Cristopher Lee. Ese cotejo desigual podía finalizar tanto en la concordia inesperada como en la decepción frustrante; en otros capítulos traté de ordenar las líneas teóricas que pensé necesarias -como estudiante y luego en tanto docente- para avanzar en la interpretación de FH; resultó que el uruguayo aguantaba el tirón de los paradigmas, salía airoso del barrio Atahualpa y ascendía en el canon.

Buscando mejor hallé lo raro presumible cuando entendí que se acercaba a lo vivido durante veinte años en Montevideo; nunca al punto de pisar territorio ignoto, donde la fuerza invasora de lo excepcional fuera tan poderosa que coloniza la realidad, la sustituye por decreto y nos abandona en un planeta artificial autodestruido al finalizar la lectura, cuando se encienden las luces del cine Broadway, mientras corren los créditos finales de “The Raven” (1963) y aparecía el nombre de Jack Nicholson antes de que fuera Jack Torrance. Me refiero al fantástico monstruoso, escatológico, extraterrestre, patológico científico, caníbal zombi o mutante en la escala zoológica. La conclusión era que su rareza tenía orígenes de naturaleza humana, situaciones provenientes de rupturas sensoriales, desborde de los espectros, conexiones cerebrales alteradas, convicciones de lo inexistente que se verifican en la clínica a puertas cerradas. Ello sumaba una pista de explicación y -si se quiere- humanizaba lo expuesto al familiarizarlo, dando un aire de lo ya visto antes. El tono FH provenía de su facultad de crear atmósferas reparando en medios tonos, una escritura nueva alcanzada mediante la insistencia y el tanteo; la osadía de intuir en la realidad física no una ocasión de lo mimético, sino escenografía vacilante en la cual -con paciencia y sin prejuicios- se podía advertir la grieta. El estilo anhelado era cuestión de buscarlo, las atmósferas percibirlas como tarea diaria de artista plástico sobre la tela o la digitación del pianista, que repite de memoria partituras impresionistas sugiriendo una catedral sumergida.

Eso nos dejaba ante uno de los aportes mayores de FH a la literatura y que es la poética del personaje; del cual él dispone el teatro y la falla recurrente, la traza espectral en la memoria y el misterio persistente, el dolor de ponerse en evidencia ante la sociedad y la angustia de su rutina monotemática. Sólo así podemos explicar el recuerdo de sus personajes, ya sea en la amplitud de la novela o el relato de corta distancia; logra que los seres que se acercan a su persona -en los sesenta y un años de existencia-tengan además de biografía de ficha una apariencia de seres de ficción. Otro aspecto querría retener para ir terminando: al menos en mi experiencia sus personajes son la confirmación de lo real que habitamos. Me permitió observar de manera distinta a dos o tres miembros de mi propia familia, algunos vecinos pintorescos del barrio y otros viajeros cruzados durante la travesía. Atendiendo al desajuste caracterial que conlleva la vida, las obsesiones sensuales nutriendo la literatura desde la pasión Edipo, la encerrona voluntaria en el tablado mental y el viaje sin boleto de vuelta en el trolebús alienado. Modificó de forma retrospectiva algunos retratos de maestras de tercer año, profesores de solfeo con Parkinson, el pintor chambón de brocha gorda o el panadero de la otra cuadra, que una noche vemos de lejos manipulando fichas en el casino como fullero experimentado: lo fantástico -bien mirado- suele incrustarse en el primer círculo de nuestras afinidades. FH atendía la comedia humana menor activada fuera del marco de una sociedad fijada por la sociología y la máquina burocrática, que suele desoír otros sonidos chirriantes que los de su frecuencia política. Nos muestra como en la casa de los espejos deformantes del Parque Rodó, lo que somos o podemos llegar a ser los uruguayos; mobiliario destinado al remate de la ciudad vieja, animales embalsamados, gatos muertos que es oportuno cubrir con sábanas y tapices como en las casas deshabitadas. Ello provoca un efecto dominó a la inversa donde el relato no es acorde final sino primera nota del nocturno; sucede en consecuencia un canje de tonalidad mientras el itinerario activado se vuelve ficticio. El narrador es uno más entre los personajes que frecuenta y el escritor -cuando puede- se sale de armonías reconocibles a riesgo de ser incomprendido. La escritura se hace laberíntica en un jardín botánico arborescente y la literatura es buscar la estratagema de Dédalo, el centro amenazante con cabeza de toro o la puerta de salida, pero nada es seguro si tenemos en cuenta el sol de Creta y el invierno del Hotel Overlook. 

Es curioso, cuando tengo ante mis manos alguna de sus primeras ediciones y que me acompañan desde hace década -esas rarezas que se titulan por ejemplo “Libro sin tapas”-, me da por pensar que es el único escritor que hizo de sus libros personajes de papel, que se añaden a la distribución que inició un cierto fulano de tal.

IX) El apuntador como personaje secundario

Algunas veces, durante la tarea docente se atraviesa en la preparación de los cursos una temporalidad pausada, como de novelas ejemplares cervantinas. La fluidez del plan es interrumpida, se incorpora un texto exógeno en apariencia que igual cumple funciones laterales en la dramaturgia novelesca.Sería el caso de este capítulo; entonces, la exposición que venía siguiendo cierta metodología meditada llama a una Nota al pie, puesto que es necesario resolver la ecuación del taller literario interpuesta en el camino y preferí hacerlo a la vista del lector.Era una cuestión con dos incógnitas; por un lado observar las razones por las cuales la entidad Felisberto Hernández se había incrustado tan profundo en la ciudad literaria, luego coordinar razones que podríamos llamar sociológicas y otras operando en el interior del texto.Todo comienza en el nombre de pila Felisberto, fijado en los libros con tapas y el efecto vecino con partida de nacimiento, que puede hallarse reflejado en la otra cuadra con el nombre de Macedonio. Luego esa desviación de la trayectoria original de alguien que se había iniciado en una educación musical, con dedos más entrenados con el piano vertical que con la máquina de escribir.

Un segundo kit de explicaciones estaría en la no pertenencia al protocolo canónico de la literatura uruguaya de la época, apuntaría acaso la inversión del sentido del compromiso político de izquierda, que lo lleva al extremo del anticomunismo radial y casarse con una espía soviética; siendo nuestra versión de los cinco topos ingleses del Trinity College, que formaban el círculo de Cambridge y que seguro inspiró la saga George Smiley de John le Carré. Señalemos la no pertenencia a la generación del 45 o cualquier otra generación asociada a fechas, revistas o boliches, concepto operativo de la crítica literaria que está algo apolillado e igual se sigue utilizando. Cierta fuga aconsejable de la barra de los “raros” teorizados por Ángel Rama, concepto que en su generosidad heterodoxa y confortable, puede enlentecer la enumeración de virtudes específicas de los asignados. Luego se enfatizan algunos aspectos biográficos; nada del otro mundo al ser considerados en su perímetro aislado, pero adicionados generan una sinergia de lo uruguayo estimulado por lo contradictorio, al punto de sugerir que estamos ante una vida imaginaria. El encuentro con Supervielle y la experiencia parisina, la novela sentimental con mujeres interesantes y que se le parecen, el catálogo de primeras ediciones que informa de libros objeto y el proceso de legitimación internacional, verificado más por los trabajos universitarios que por la crítica de lanzamiento en el momento de la salida de los libros.

Agregaría el álbum de familia, algunas estupendas fotos vintage con poses poéticas belle époque y otras de escribano ducho en patrimonios de notables arruinados por caballos lentos y cabareteras ligeras.Ello se incorpora o asoma entre los textos desde las primeras lecturas; en lo personal recuerdo el desconcierto al advertir una trinidad operando en cooperación, sociedad o complicidad siendo de los efecto de recepción más sugestivos de su literatura. La permanente alternancia entre un afuera y otro adentro del libro, el antes y el después de la escritura, entre un ingresar y la fuga del reactor escénico del relato. Hernández el autor de cuya existencia dudamos, Felisberto que narra desde el interior incluso mediante un sistema taquigráfico de su invención y el fulano entrometido como personaje enviado en misión.

Marcar territorios es dificultoso e inoperante, parece que debemos resignarnos a admitir esa gestión del trio en movimiento; como estamos ante una poética de conciertos, conferencias, lecturas y recitales se percibe el estímulo constante de la teatralidad. En la vida social lo tienta el protagonismo, reclamando ser el centro de la atención ante los espectadores y en la narrativa prefiere ser apuntador: ese integrante del elenco que, sin estar en apariencia visual, lo mismo controla todo lo que sucede en el escenario. Su voz es el murmullo salvador que lleva adelante los diálogos, tiene el argumento dramático, la cadencia de las entradas actuadas y los desenlaces entre las manos, desde que se levanta el telón hasta que todo ese pequeño mundo hace mutis por el foro.

X) El límite de los objetos

La mediación con los otros, el mundo real aparente y los laberintos de la vida interior, tiene en los objetos tal cual un factor utilitario, eficaz y simbólico de puesta en común. El reloj del conejo en Alicia en el país de las maravillas cuando no el espejo permeable, la serie Harry el sucio de Magnum 44, el collar de la Reina, el zoo de cristal, la corona, el trono y otros atributos de poder, los lentes de Mahler, Lennon y Harry Potter. La lista puede llenar varias páginas, decantarse en lo personal persistente del trabajo cotidiano, con cuadernos cuadriculados y lapiceras. El recuerdo de los grandes coleccionistas de sellos, monedas, Cuadernos de Marcha y otros trofeos, como el heladero portugués de A Comédia de Deus.

Es sencillo desde las enumeración desplazarse a la obsesión arrastrando una vida, la transferencia, el robo y el fetichismo, la alienación en sus múltiples acepciones. La literatura participa en esa economía de creación y dependencia; en el caso de Felisberto todo parece facilitarse: el piano -por supuesto considerado una máquina de música- y las primeras ediciones suyas, que tienen las virtudes bibliófilas de los libros objeto. Luego, entrando en la narrativa diría que los objetos como categoría saltan a la vista con premeditación y alevosía. Participan de la tensión dramática, retuvieron la atención de casi todos los estudios publicados sobre el compatriota y las tesis universitarias dentro de los estudios literarios. Ocultan y exponen una tendencia uruguaya de tenencia velada, que vemos en el salón exposición del anticuario y la sala de remate de Gomensoro y Castells, las lámparas de la decoración, el erotismo táctil de las telas y la sensación de pertenencia del oro acuñado y las piedras preciosas. Los objetos condensan en varias representaciones la metonimia existencial: el trineo Rosebud de Citizen Kane, El halcón Maltés, la leyenda del Grial, las pistolas Lefaucheux de van Gogh, Verlaine y Rimbaud, Horacio Quiroga y Avelino Arredondo inventando en la plaza Matriz el magnicidio Oriental.

Se advierte en cuanto a los objetos dentro del capítulo y pensando en Felisberto tres temporalidades. La primera es la contemporánea al autor, donde el objeto dice de un mundo privado y del poder de la sociedad capitalista versión rioplatense. El escritor pianista uruguayo introduce en el relato la intuición y la desconfianza ante lo artificial arbitrario que nos rodea, casi un poder gravitacional en sinergia uniendo las palabras y las cosas. En lo personal -como hipótesis de trabajo para los cursos- quedé más fijado en las últimas décadas del siglo pasado, siendo mi interpretación subordinada a las ideas circulando por entonces; bibliografía inspirada por filosofías de la alienación, la emancipación de la obra de arte hasta llegar a la noción del made rare de Duchamp, la memoria infantil de El aprendiz de brujo y operando dentro del auge de la disciplina Semiótica. En el presente, la evolución técnica con la introducción de lo virtual, las impresoras 3D y la reproducción industrial al infinito, parece que las cosas cambiaran; quizá se está acentuado a la vez un desprendimiento y una dependencia mayor tipo Martrix e independencia artificial. En todo caso afecta las criptomonedas, la sexualidad y el deseo -típica encrucijada felisberteana- poblando de nuevos objetos la intimidad. Estamos interpelados cada semana entre catálogos del Sex Shop Tres Cruces y las veredas cambalache de la feria de Piedras Blancas. Siempre hay un Longines para robar en la muñeca de la dama o del caballero, un anillo con iniciales oculto en los cajones de los difuntos, un perfumero de cristal que perteneció a Delmira o Marosa, el recital en el Auditorio Vaz Ferreira de la pianista medalla de oro en el conservatorio de Vladivostok.

XI) Leer también la música

Traté de entablar un legato verosímil entre el capítulo anterior y el presente; el piano considerado objeto mecánico complejo, estrategia para frotarse al público directo y código secreto para ingresar en la intimidad de las familias. La música interviene de manera activa y afecta en nuestro caso al tríptico de la ficción. Define al autor en sociedad de la misma manera que un vendedor de muebles, es condición consustancial de los narradores mutantes que atraviesan su obra aunque parezcan ser el mismo y acerca a los personajes -la música que puede abrir puertas las puertas del infra mundo- en proximidad de escucha. Lo mismo puede considerada como temática de privilegio, un asunto de relato insinuando un sub género con resultados interesantes. Las relaciones entre literatura y música son antiguas como el mito de Orfeo y los recitadores de las leyendas populares, desde Aquiles enojado a las puertas de Troya al gaucho Martín Fierro, que se pone a cantar al compás de la vigüela.

Es curiosa la manera cómo me interesaron desde temprano las historias relativas a la música y sobre las que suelo regresar en tanto lector; seguro que hay en ello una transferencia, compensando la disonancia entre amateurismo de escucha diaria e incapacidad probada para la práctica instrumental. En rápida evocación puedo citar Doctor Faustus de Thomas Mann, El malogrado de Bernhard, La vida breve con su título a lo Manuel de Falla y canciones francesas llevadas a Buenos Aires, El perseguidor de Julio Cortázar, Mozart camino de Praga, los poemas que inspiran los tres ciclos de Schubert y la novela Hammerklavier de Yasmina Reza, que alude a la sonata 29 de LvB. Norah Giraldi fue pionera entre los uruguayos al respecto, llamando la atención y dejando un precedente, iniciando una línea crítica de interacción que se prosigue hasta el presente. Es claro que escuchamos en Felisberto un aire de conservatorio Santa Cecilia, con adolescentes erotizadas mediante el solfeo y el metrónomo, profesores como Clemente Colling arrastrados hasta Montevideo en su viaje de invierno; seguro los estudios de Ferruccio Busoni, acompañamiento de películas mudas en los cines de barrio, actuaciones en Cafés a la moda y exploración de partituras contemporáneas. El campo léxico común parece adecuarse en armonía a la manera de leer Felisberto; escucha atenta y repetición hasta memorizas cada nota con sus bemoles, tema central con variaciones, estructura en partes diferenciadas siguiendo la estructura sonata, frecuentar repertorios de la literatura pianística decimonónica, cuadernos de música, un ejemplar de “Desde el alma” de Rosita Melo con los arreglos de Osvaldo Pugliese, ediciones catalogadas según el austríaco Köchel músico y botánico. Cotejo de interpretaciones según diferentes escuelas, conciertos o recitales, la angustia del solista subiendo al escenario y llegando al acorde final, la eterna lucha entre música de las esferas y el trino de Diablo.

XII) Los nietos de Maldoror

Si existe este ensayo pronto a salir del astillero, es porque la obra de Felisberto viene inscripta en los ficheros desde mi lejana educación literaria; activa la memoria reflexiva y el gusto de pasar las impresiones primeras de estudiante por escrito. Pedagógicamente, en la ruta opté por una filiación intermedia, quise distanciarlo un tanto de la literatura uruguaya cercada y sin hacerlo derivar a otras axiologías que, de tan generales, pueden obstaculizar un diagnóstico acertado. Recupero para movilizar la biblioteca, las nociones arraigadas de “raros” y “literatura menor”; las cuales suscribo bajo ciertas condiciones. Hay que conocerlas, hacerlas circular en las aulas, si bien con el paso de los años las percibo más próximas a razonamientos de anomalía arbitraria y geopolíticas estrictas, que a una práctica individualizada de la escritura. La escala adecuada a mi entender -es en la cual me siento cómodo por recorrido de vida y empatía- sería el domino del fantástico rioplatense; que tiene la virtud de coincidir con ejes vitales íntimos y permitir un diálogo bien cercano con obras, autores y estrategias de lectura. Considera un conjunto de elementos comunes sin borrar, claro está, las diferencias de la tierra purpúrea y que acentúo citando a Isidore Ducasse. Tengo en cuenta la influencia cosmopolita de Buenos Aires, la recepción del fantástico tradicional y su dialéctica con Montevideo que también puede llamarse Nueva Troya. Insistí en Maldoror por ese afán de Felisberto -a la vez- de perseverar en los ámbitos montevideanos y zafar -es probable que malgré lui o acaso- del campo gravitacional compatriota: la música de Stravinski, profesores europeos, Paris vía Jules Supervielle y novia del KGB… difícil hacer mejor.

El ensayo que finaliza -y aunque no quise el regreso siempre se vuelve al primer amor- tiene por objetivo tirar algunos cables de análisis a los docentes de literatura en el batallar cotidiano, para que la narrativa de Felisberto continúa circulando en sus primeros destinatarios y a pesar del paso del tiempo invisible, que casi todo lo altera. Desde la aventura frustrada en Archives capitaneado por José Pedro Díaz, ha pasado mucho pensamiento crítico y alteraciones de paradigma bajo el puente del arroyo Miguelete en el Prado; siento que el recorrido finaliza y me alegra que alguien este comenzando el proceso de refutación -la literatura tiene algo de Shiva Nataraja- pero lo que viene tampoco debe obviar la exégesis previa. Felisberto es como los viajes en ómnibus por Montevideo en los largos trayectos. La llegada a destinación nunca es directa, siempre hay que comprar un boleto en combinación; es lo que nos ocurría para ir con mi madre desde la Curva de Maroñas, allí vivíamos, hasta el barrio Atahualpa -en la frontera de avenida Millán- donde vivía el tío César Emilio, que fue electricista, parrillero y locutor, entre otros oficios.

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El recordado caso de la Galerie Vivienne

Tenía en mi poder las notas y fichas necesarias para emprender la redacción del artículo, me faltaba el nombre secreto de la operación y una íntima convicción metodológica para decidirme. Entonces una tarde de esas, cuando en el cielo de París el tiempo real se confunde con el literario, decidí visitar la máquina por dentro. Para hacer las cosas bien fui en Metro hasta la Estación Bourse, breve caminata hasta la Place des Victoires, una vuelta activando la rayuela del vértigo y después derecho a la Galerie Vivienne. Ahí había pasado el prodigio “cosa mentale” y pasional, siendo la galería el corazón del reactor del cuento de Cortázar “El otro cielo”, que de eso se trataba.

Es un laberinto simple en apariencia, con recodos, segmentos con piso de mosaico, corredores perpendiculares con final de escalones, focos luminosos que fueron de gas cuando el relato y accesos disimulado a un mundo reservado de perversiones pagas. Miré las vidrieras de los comercios, revisé los acceso al restaurante, calculé la cercanía con la antigua Biblioteca Nacional; seguía estando la librería de viejo, la boutique relojería, un negocio de vinos con degustación y el catálogo de objetos tristes pasados de moda. En menos de dos horas tenía las respuestas que fui a buscar: 1) la magia que se narra es el acto del hombre transportado, que tanto desesperó al ilusionista Robert Angier, interpretado por Hugh Jackman en la película “Le prestige”. 2) Era posible.

La redacción posterior resultó de un proceso dialéctico en colaboración textual, del encuentro fortuito inducido entre la narración en estado bruto y una teoría social –que siempre es literaria tratándose de Walter Benjamin- en proceso inacabado. Por un lado, había el cuento maravilloso narrando la verdad de pasar de una Buenos Aires peronista a la Paris de mediados del siglo XIX, movido por el deseo y con la seguridad del regreso; el segundo distrito de París, entre la exposición universal de 1867 y el sitio por los prusianos en 1871, un cotidiano de miseria y prostitución, asesinos seriales salidos del vecindario y sudamericanos raros nacidos en La Coquette buscando la licorne negra. Luego, el trabajo inconcluso de Walter Benjamin sobre los pasajes cubiertos de París –la capital del siglo XIX según su fórmula perfecta- que intenta redactar el absoluto antes de ser arrastrado en el remolino de la huida y darse muerte en la frontera. Eso fue antes y todo número de magia tiene una tercera parte. Después de presentada la ponencia en público, uno tiene la sensación de conocer las constelaciones del otro cielo y las puede interpretar como un astrólogo asirio. De haber hallado la salida del pasaje cubierto laberíntico, llevando entre los papeles una pequeña variante sobre el género fantástico; además del narrador del cuento –y aunque no quise el regreso, siempre se vuele al primera amor- el investigador también resulto un hombre transportado. 

Las ideas estéticas del comisario Medina

Me parece recordar que la situación inicial era engorrosa; había defendido la tesis sobre la narrativa de Onetti y debía participar en un coloquio sobre la obra del compatriota. El peligro es que uno puede pasar años recalentando el puchero de la tesis, hacer por el contrario una crisis depresiva viajando a lunas narrativas en las antípodas. Como la ficción de Onetti es polifónica en el sentido de entonar varias melodías -canto gregoriano y tangos de la guardia vieja, pasando por canciones de Harry Fragson- era notorio que la bibliografía previa a mi búsqueda, la tesis de marras y lo que vino luego lejos están de agotar el desbroce temático, las pistas renovadas de interpretación.  En el punto 7 de su ensayo para definir un libro clásico, dice Italo Calvino: Un clásico es un libro que nunca termina de decir aquella que tiene para decir. 

En Onetti es así y escapando a mi propio cerco decidí dar una vuelta por el lado salvaje de “Dejemos hablar al viento”, que destila una seducción contagiosa de pálido final y perfume pernicioso evocando El ángel Azul; tiene algo de confabulación, deberían hallarse allí crónicas testimoniales del ocaso y resulta un final de carnaval en llamas. Los temas se deterioran en la zozobra: autoridad prepotente, chantaje a cara descubierta, paternidad con fastidio de reconocimiento, prostitución, travestismo de barrio, suicidio del hijo, cambio de identidades, lolitas vagabundas y la piqueta fatal del progreso pegando fuerte contra el viejo Mercado. Parece que se hubiera puesto a funcionar por escrito la versión Dorian Grey de pacto con el diablo: el llamado del vicio guardando rasgos poéticos de los treinta años, la escena final rompiendo el acuerdo firmado con sangre mientras el mundo loco se despeña círculo a círculo. Acentuación de temas sabidos y concubinatos entre Medina en la tierra de nadie y la práctica del arte; problemas estéticos del retrato y praxis de amateur, hedonismo y decadencia mientras el mundo sigue andando.

Si en “El pozo” el asunto de crimen y castigo pasaba por la escritura redentora, al final de la obra es la pintura la trama sublimada. La vida imita al arte se dice o busca en los talleres desquiciados las únicas horas de felicidad que merecen ser narradas. Luego está a mi parecer el contacto secreto; filiación irlandesa que Medina ignora y Onetti maneja, por esa mínima ventaja arbitraria que el autor tiene siempre sobre los personajes. Son las suspicacias necesarias en la era del recelo: sospecho a Bacon en el motivo de la ola buscada reventando en la costa trayendo los partes del naufragio; así como la crítica conjetura en la novela de Oscar Wilde las trazas de Joris-Karl Huysmans. Después leí 1909 en las cédulas de identidad de ambos y esa manía de morir en Madrid… no hacía falta más para tentar la apuesta. Se non è vero, è ben trovato repetí, pensando que era frase de Giambattista Vico por la lectura de Medina en la casa del Prado de Montevideo, pero parece ser de Giordano Bruno, mago y creyente de la reencarnación, heterodoxo que terminó quemado como Santa María.


Juan Carlos Onetti, «Dejemos hablar al viento». Literatura Contemporánea Seix Barral, Barcelona: 1984.

Gilles Deluze, «Francis Bacon. Logique de la sensation». Éditions de la Différence, Paris: 1981.

David Sylvester, «Entretiens avec Francis Bacon». Skira, Genève: 1996.

Alma, inclínate sobre los cariños idos

El mes que viene hará quince años de la muerte de Juan José Saer, el tiempo contaminado que pasa arrastrándolo todo y la memoria insistente prosiguen su mismo combate. El proyecto donde se inscribe nuestro trabajo, fue iniciativa de Paulo Ricci en el 2010, cuando se cumplían cinco años del fallecimiento del escritor; consistió en convocar a narradores y críticos, pedirles un prólogo sobre una de las obras de Saer, publicar luego un libro que editó Seix Barral Buenos Aires en el año 2011. Fue un episodio feliz para valorar la obra de Juan José, de la misma manera que las actividades del año Saer (2016-17) en Rosario y Santa Fe; así como el memorable congreso fundador en la Grande Motte, organizado por la profesora Milagros Ezquerro en mayo del año 2001. 

La ironía del jugador nostálgico, hizo que los últimos años Saer los viviera contemplando el vuelo de halcones citadinos de la calle Mouchotte, en Montparnasse; allí seguía escribiendo a su ritmo y dictando cursos en la universidad de Rennes. La nombradía aumentaba pendiente del comando de amigos fieles, con episodios esporádicos de tiempo tormentoso; la amistad perseverante de los editores, teniendo como buque insignia a Alberto Díaz que entendió antes que todos, aguantó la travesía a pie firme y editó luego los cuadernos inéditos, ordenados por el amigo Julio Premat. Después de la muerte comenzaron movimientos estratégicos, en ese período misterioso de escisión entre vida y obra; la episteme distraída que se pone al día y trata de entender, con retardo, cómo su vida cruzó la literatura sin saberlo en tanto la postmodernidad se devora a sí misma. 

Saer está sujeto al canon en nuestras actividades literarias; lo que viene después de… aquello destacado del lote entre las novedades, lo que resistirá al olvido, la articulación pertinente entre tradición y originalidad. Es pasaje obligado si uno quiere estudiar literatura antes que extraviar sin beneficio los trabajos y los días en lo perecedero; ello en los círculos concéntricos de la piedra en el charco, con discusión en cada dominio activado, que para resumir serian: la literatura argentina después de, la lucha por una hipotética influencia latinoamericana, narrativa en español y luego la novela a secas. Sus libros son cursor preciso para reconocer editor, críticos, docentes universitarios y lectores; siendo los péndulos de la novela más tenaces que la existencia humana y el suplemento dominical, digamos que esto recién empieza. “Zona de prólogos” título adecuado entre la definición y lo difuso, el adentro y el afuera, reúne veintidós trabajos con aportes entre otros, de Beatriz Sarlo y Alan Pauls, Martin Kohan y Nora Catelli. Cuando manifesté al compilador que elegía “Lo imborrable” al parecer estaba el puesto vacante; es verdad que no resalta entre las obras de más referencia, lo que es un descuido a mi entender. 

Tratando de recordar los años en los que transcurre la novela -circa 1980- miré unos archivos que se encuentran en la red sobre actualidades argentinas. Fue juntar fragmentos de juventud, montaje de identificación inmediata en medios audiovisuales y presa escrita, aviones de Pluna que dejaron de aterrizar en Aeroparque y alíscafos de Buquebus. La historia trágica fusiona en parodia con la peripecia personal, testimonio de documentos históricos y crónica mundana menos gloriosa. Pinky en la tele pasando del blanco y negro al color, escenas sentimentales de “Rosa… de lejos”, Federico Luppi cortándose la lengua en primer plano y Raffaella Carrà haciendo estragos sin parar de moverse. Galtieri, Reutemann y Olmedo son apellidos con metonimia antagónica y relanzan narraciones diferenciadas en la memoria; lo que ocurría en el mando despótico, la espuma en la apariencia -propaganda e industria cultural- y lo que se urde en la novela. 

Esa confusión premeditada se verifica en la literatura como experiencia social que todos guardamos en recuerdo; “Lo imborrable” lo captó de manera lúcida mediante la estrategia de conocer al enemigo por dentro. La realidad es algo confuso tramándose entre la espera de justicia, tics chistosos de cultura popular y memoria de escenas novelescas; todo es muy raro, tiene algo de vidriera irrespetuosa donde se mezcla la vida: el viernes 6 de marzo del 81 Queen, con Freddie Mercury actuó en Rosario, a unos 173 kilómetros de Santa Fe y del Hotel Conquistador. Ser lúcido como programa sería la lección, distinguiendo entre lo efímero y lo imborrable que nos aguarda antes de que sea demasiado tarde. 

Sigo teniendo una persistente debilidad admirativa por esa novela; quizá la ciudad bajo la lluvia y hoteles de provincia, las notas al margen, proyectos de revistas literarias y sellos de divulgación a lo Bizancio -unos meses intenté vender diccionarios puerta a puerta para editorial Jackson de Montevideo-, quizá la forma donde la violencia se acomodaba a la vida real; del resto hablo en el texto. Explora por caminos transversales la relación menos simple de lo aparente entre historia y literatura; “Lo imborrable” es la novela de la literatura en la sociedad argentina de aquellos años, con sus máscaras tétricas y ediciones de tapa dura.

Si tuviera que elegir una razón y apostarle la última ficha, seria sorprender al héroe en crisis de muerte y transfiguración. Carlos Tomatis tiene aquí algo del hombre sin atributos pegado a su paisaje urbano en tanto destino, negociando los términos de la depresión, observando y siendo el avispero social, aceptando las arritmias de la vida amorosa y teniendo la poesía como puerta de emergencia. Los primeros versos del poema de Juan L Ortiz le dan título al ensayo, veamos si con la última estrofa del mismo poema podemos ser más claros,

La gran piedad, alma, es la del héroe,

pues que ella toca toda, toda, la cadena del tiempo…

Y esos cabellos al viento, con la edad del porvenir,

son, a pesar de su alegría, si,

los del héroe visible…

París, ciudad metáfora en la obra de Mario Levrero

En el segundo semestre del año 1986, Olver Gilberto de León visitó Montevideo para informar y promocionar un coloquio, programado para mayo de 1987 en la Sorbonne, donde él dictaba cursos. Reunió gente entendida en varias instancias, habló de un cupo generoso de invitaciones y pidió colaboraciones con criterio abierto. A decir verdad, era una buena noticia para la cultura uruguaya, el encuentro tenía algo de reivindicación y exorcismo, clausurar parcialmente una experiencia dolorosa y regresar a ella de manera insistente. 

   Entre octubre y febrero del año siguiente, habiendo sido sensible al llamado, con una problemática en mente busqué libros, afiné un tema y redacté esta ponencia de inspiración universitaria. El anunciado Boeing en surbooking de escritores viajeros, a medida que pasaban los meses, bajaba en densidad y se redujo para el despegue a dos o tres nombres prestigiosos. De los otros no sé, en mi caso y sin el pasaje de Air France, pregunté qué harían del informe. Los organizadores -el comité fue presidido por Daniel-Henri Pageaux- me solicitaron que igual lo enviara, sería leído en mi ausencia lo que era lógico y extraño; en el primer párrafo quedan trazas de ese avatar a la contigo en la distancia, lo envié en los tiempos estipulados, nunca supe si lo leyeron y además es sin importancia. 

   El trabajo sobre París en la obra de Levrero tendría luego un histórico agitado. A pedido del poeta Fernando Beramendi, se publicó por primera vez en Carta Cultural -suplemento de El Popular- en setiembre de 1988. En el 2006 salió una segunda vez en la revista Hermes criollo, en 2013 me lo pidieron para el antológico “La máquina de pensar en Mario” editado en Buenos Aires y reaparece ahora en el Cabaret literario La Coquette. Agregué para la presente ocasión algunas líneas referidas al año 1979, que fue el de la primera edición de la novela que hacía las veces de común denominador.

   Un año después encontré por única vez en mi vida al autor en su departamento de Buenos Aires y departimos muy brevemente sobre las opiniones de mi testimonio. Levrero se retiró a leerla en soledad y negó la influencia de Jean Ray -el autor de Malpertuis- que creí detectar partiendo de las aventuras del detective Harry Dickson, cuyas novelitas llenas de situaciones de aporía -previas a la sorprendente resolución- yo compraba en la Feria del Libro, de la familia Maestro, en 18 de Julio y Yaguarón a fines de los años sesenta. 

   De todo lo anterior lo más importante es la cifra 1986; fue el año encrucijada de Tchernobyl y cuando el MLN pide ingresar al Frente Amplio, con repercusiones políticas que se sienten hasta ahora mismo. Después fue estimulante acercarme a ese universo no euclidiano; resultó una novela policial folletín hallar el “corpus” por aquellos tiempos en Montevideo, pero para eso me daba maña, conocía buenos informantes y tenía perseverancia suficiente. Después y evitando repetir lo que se sabía sobre el escritor del seudónimo, busqué notas corroborando una episteme liviana y supe más tarde de una reseña importante publicada por esos tiempos en Buenos Aires; contrariamente a lo que ocurre en el presente donde abundan análisis de gran calidad, en la prensa de los orígenes el horizonte teórico se limitaba al “hipnotismo”, como si el escritor fuera pariente de Tusam (técnica, unción, sabiduría, amor, mística… todo un programa y casi una poética narrativa), un mentalista de talento y bigote nacido en el barrio de Villa Urquiza en Buenos Aires.

   La ponencia fue una avanzada en la crítica nacional, confieso con la mano sobre “la novela luminosa” que para nada quise ni pretendí redactar un texto premonitorio; ni adelanté tampoco un magisterio saboteado o asalto al canon antes de que finalizara el siglo. Si bien colegía en esa obra un temblor espiritista, no supuse -hacia fines del 86- que tendría en los años siguientes una recepción unánime en ámbitos críticos y editoriales, así como un gran contingente de lectores y followers incondicionales. Al final, resultó que había algo de la dimensión desconocida versión Rod Serling en los volúmenes dispersos, creando un micro clima poderoso y circuitos integrales afectando el campo magnético narrativo.

  Mis intenciones en 1986 eran menos devotas y más bien políticas. Literatura y política, novela y sociedad, mirada hacia el pasado, el testimonio más poderoso que la ficción eran los términos del debate y discusión. Una suerte de orientación hacia las que estaban dirigidas el relato, la poesía y el conjunto de las fuerzas del espectáculo en sus manifestaciones escénicas, musicales y carnavalescas. Más que la transgresión asumida, eran otras empresas al margen que buscaban su lugar, apelando a paradigmas multimedia en tanto réplica y respuesta, oposición y retorno. Se puede recordar Montevideo Rock y el auge de las bandas, las Ediciones de Uno de Macachín y las lecturas públicas de poesía, el teatro de Cerminara y Restuccia teorizando a lo Artaud y la praxis esperando a Godot; el Arte en la lona homenajeando a Martín Karadagian y agites variados que aparecieron, como la famosa foto de La Oreja Cortada, la concha de Delmira y otras intentonas under en locales como “Juntacadáveres”. Siendo dialéctico, sabía que una sola tesis carbónico mimética era insostenible para soportar el relato de los años duros y si tuviera que apostar una antítesis -emulando el título de la antología de Salvador Bécker Puig- pensé en Levrero en tanto metonimia. Por la variedad de las situaciones, perseverancia en el encierro y cierta coherencia surrealista definiendo un carácter; tampoco se trataba de un icono sustitutivo a las venas abiertas, apenas decir atención: ahí pasan cosas. Hay algo de crónica freak de todo eso ocurrido en los años 80, cuando se tentaban relatos heterodoxos que quedaron por el camino unos y relegados otros, nuestros cuentos artrósicos de quienes estábamos ahí y fuimos envejeciendo como el perro Pongo, en la mejor de las hipótesis.

La utopía virtual

La idas y vueltas del canon literario -preferencias, reediciones, axiología, traducciones, temas para tesis…- se articulan partiendo de criterios que nunca hacen unanimidad; desde que comencé a enseñar asistí a las evoluciones operando al interior de grupos de estudio, movilidad que es estímulo, opacidad, renovación y pleitesía de paradigmas forjados lejos. La formación en el IPA y profesores amigos, me instalaron en un andarivel de filología clásica, en la cual traté de mantenerme: biblioteca abierta mostrando asimismo el listado de mis limitaciones receptivas. Busqué la amistad de Antonio Carlos Jobim y Eduardo Arolas y descuidé la Velvet Underground o la narrativa de Nike Cave. Seguí con ese arsenal las evoluciones en los años setenta por la novela latinoamericana, la adicción al texto (formalistas, estructuralistas, lingüistas, retóricas y poéticas) y hacia fines del siglo pasado los sacudones del motor crítica y la praxis literaria.

Corpus y discusión, recepción e industria comenzaron un bailoteo intricado que podría resumir -a rasgos groseros- en la apología de la post modernidad, la rueda auxiliar de una post post modernidad -a la espera de una post post post modernidad inevitable…-, el final de los grandes relatos de explicación del mundo y aprendizaje de la opinión periodística según los riff de Slash de Guns N’Roses y Os Paralamas do Sucesso. La reflexión universitaria se volvió hacia temas preexistentes o inventados sobre la marcha; luego derivó a una articulación forzada de explicación de texto, donde el juego consistía en hallar relatos que coloraran primicias salidas de especulaciones varias o correntada de tesis imponderables. La novela dejaba de ser exploración de los posibles partiendo de textos precedentes y resultado de trapecistas sin red retórica, para ilustrar temas reivindicativos de minorías con mono de contestación. Hubo un desplazamiento que fue capitulación, hallando interés en la narración vehiculada por soportes como el cine, el comic y valoraciones de expresiones mediáticas; había en ello sincera iniciativa por despertar el interés del alumnado, un agotamiento del modelo precedente -con estigmas que se atribuye al poder cultural dominante- y cierto acomodo de facilidad: revancha histórica y operativo de desmantelamiento simbólico, desdén al misterio de la tradición hermética y felicidad de afirmar que las Musas se convirtieron en divas de culebrones, donde los ricos también lloran; si bien había perlas raras, como “Amo y señor” con Luisa Kuliok y Arnaldo André. 

Durante años me limité a ser observador de dichas evoluciones, desde los signos de decadencia de la prensa y la invasión de pastores sin rebaño en radio y televisión (tenía interés por los sermones volcados al español caribe de Jimmy Swaggart, con fondo de órgano electrónico, lo que se explicaba siendo Jimmy primo de Jerry Lee Lewis: Great Balls of fire) consideraba que los Media narraban distorsionando una suerte de realidad paralela al servicio del poder entre intereses financieros y algoritmos; de eso trata la comunicación. Una revolución de las conciencias, el gusto y consumo donde el discurso universitario perdía pie iniciando los cien años de soledad. Todo ello es en 2020 más espinoso por la sumisión y caída profesional de periodistas en su individualidad, la avalancha de redes sociales, la teoría y práctica con cacería de fake news, el poder de Twitter desde la Casa Blanca y la tecnología 5G sospechada de Huawei.

Cuando respondí al llamado del coloquio sobre la utopía a comienzo de siglo XXI decidí reorientar el modelo; vi en la utopía tradicional un género literario pertinente para pensar el futuro global partiendo de consideraciones argumentadas en relato. La actualidad de la imaginación así considerada, formaba una biblioteca reducida de otros mundos creados en la trama humana con escasa intervención divina. Lo real se forma con lo inexistente, la verdad objetiva nunca bloqueará la duda reincidente sobre poderes ocultos ni la patología complotista con antena en Ganimedes. La visión de las religiones funciona con la existencia de dios como primera hipótesis de trabajo, que es la mayor fake new creada por la humanidad, excepción hecha de la danza Tandava de Shiva, que tiene en su voluntad cósmica el poder de aniquilar lo que nos rodea, haciendo al fin de sus 108 danzas tabula rasa del pasado… y pensar que no estaremos ahí para contarlo.

Martillo de brujas: el capítulo Naccos

Este artículo, como otros de los aquí rescatados resulta de la tarea docente universitaria. Recuerdo que desde el comienzo en Grenoble y salvo en una oportunidad impartí cursos -totales o parciales- sobre literatura latinoamericana en los concursos de Agregación y Capes; los últimos fueron sobre la poesía de César Vallejo. Los concursos para puestos docentes son la ocasión en Francia de cursos presenciales en anfiteatros y talleres reducidos, conferencias de colegas especialistas de los temas a tratar, publicaciones de manuales indicados en la bibliografía y coloquios sobre la totalidad del exigente programa. Algunas veces las actas se publican tardíamente sobre papel, en soporte informático y otras naufragan en el océano de los mails extraviados. Varias temporadas -si había un autor del río de la Plata a tratar- propuse comunicaciones para jornadas de estudios y otras veces me conectaron directamente.

   Martillo de brujas: el capítulo Naccos surgió en esas circunstancias a lo que sumé la curiosidad transversal de lector por el mundo andino no siendo mi especialidad. Observaba con interés esa historia terrible y diferente, la temática del año 2013 fue sobre poder y violencia en el Perú moderno, su influencia en la ficción considerando los episodios suscitados por sendero luminoso alumbrado en Ayacucho. Pedí dictar el curso a mis colegas por varias razones; me había gustado mucho la película del 2002 “Ellas bailan” (puede existir otra versión del título) de John Malkovich con Javier Bardem, a lo que agregaba información sobre la dramaturgia guerrera de la organización fundada por el camarada Gonzalo, que parecía unir orígenes y vanguardia, indígenas y encomenderos con los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana de Mariátegui. Tuve en consideración el final del malogrado Palomino Molero, el recuerdo de una puta llamada “pies dorados” y la duda inicial de “Conversación en La Catedral”: “¿En qué momento se había jodido el Perú?” En cuanto a soportes literarios había estudiado para otros concursos “Los ríos profundos” de Arguedas y “La guerra del fin del mundo” de Vargas Llosa, lo que me daba una base conceptual para el encuadre histórico.

   Trabajé los dos libros del temario de la zona latinoamericano. “Abril rojo” de Santiago Roncagliolo y “Lituma en los Andes” de Vargas Llosa; entre el premio Alfaguara y el Planeta, opté por seguir las peripecias del personaje Lituma en la comunicación, que conocía de antes y con el tiempo se volvió personaje recurrente del peruano evocando sagas clásicas. Que la novela hubiera ganado el Planeta en 1993 no era sorpresa; de hecho el ex marido de Patricia Llosa se alza con todos los nuevos premios de la península ibérica -también con la bella filipina, último avatar del romancero iniciado con la tía Julia- siendo figura obligada de la vida literaria española. Había leído algunas notas sobre la novela premiada, seguro que rencorosas, criticando que habría allí una versión del Perú tendenciosa o de Lima la horrible que se adecuaba más bien a expectativas exóticas del lector internacional. Tenía la curiosidad del oficio que antes me visitaba y ahora desapareció, de sopesar la relación entre efecto social del premio y valor narrativo; pero estamos lejos de los años setenta, hay en las recompensas recientes la distancia insalvable entre la obra de Federico Fellini y Avengers. Había una sabia dosificación de ambas pócimas a medida que avanza la trama, los primeros personajes asesinados en la novela son estudiantes franceses y ello conforta protocolos de la industria cultural; luego, venía la confrontación con el pasado del autor, destinado a un cotejo periódico con el sacudón que supuso la publicación de “La casa verde” de 1965. Un premio con esa exigencia de resultado de ventas -el autor ganador era valor seguro y más habida cuenta de su exposición mediática en la campaña electoral peruana- debía cubrir otros criterios una vez supuesta la notoriedad. Si uno de ellos es el oficio de narrar el contrato estaba cumplido, el texto es astuto y minado de trampas efectistas. La articulación de los diferentes niveles narrativos inteligente y los personajes surgían de otro planeta andino. Era luminosa la vertiente hacia el folletín del siglo XIX con dominio de sus astucias y la renovación contemporánea del montaje fílmico; la máquina de narrar eficaz se basaba en suspenso, retrato efectista de personajes y misterio hundiéndose en una tradición que sorprende a los informados. El diálogo con la obra anterior servía de buena apoyatura, en especial con la bien interesante “Historia de Mayta” de 1984, donde la indagación explícita por escenarios del episodio se conoce en directo, haciendo coexistir anécdota central con búsqueda de la novela por parte del autor, superponiendo el mismo mundo a conservar y destruir.

   Esas conexiones aparecen en el artículo, lo que sorprendió mi curiosidad de lector -él se nos había ido políticamente a los estudiantes montevideanos: y tú quien sabe por dónde andarás, quien sabe qué aventuras tendrás que lejos estás de mi…- fue el cavar en la materia histórica y mineral. Lo hallo fuerte cuando depone su explicar el mundo desde las columnas de El País y se abandona en lo desconocido, mientras suelta lo urbano educado descendiendo hacia los desclasados de la historia. Localiza fuerzas telúricas en veta resistente, confronta energías negativas funcionando en lo informe prehispánico con el magma de creencias mágicas y supersticiones mutantes; que tienen en lo femenino el temor y el temblor de cultos arcaicos matriarcales. Como en la novela de 1984 creo que Vargas Llosa nunca es más el otro que cuando se acerca -a pesar de la repugnancia y la incomprensión irreductible- a esa masa masticadora salida de las anti crónicas reales, que lo rechazó como presidente del Perú en las elecciones de 1990 porque ni sabe lo que significa votar, hace de ello treinta años.

Dos prólogos: Fuegos de san Telmo / Para sentencia

Se comentan dos prólogos en una misma nota porque los acercan varias coincidencias; siendo reediciones en la misma colección de la editorial Banda Oriental, se trata de novelas escritas en mi horizonte de expectativa de la literatura uruguaya, conocí a los dos autores en Montevideo congestionada y fueron ellos quienes me hablaron de esa colaboración paratextual que acepté de inmediato. El ejercicio del prólogo siempre es peliagudo, comienza con entusiasmo y cierta ligereza, pero el paso de los días cuando se acortan los plazos asoma cierta angustia; uno sabe que las razones para preferir esas historias son límpidas en su evidencia, pero uno debe ordenar el convencimiento en relato retórico destinado a lectores potenciales. Brindar informaciones de orientación disponiendo claves para guiar en el viaje visible, adelantar secretos preservados en rincones o pasivas menos luminosos del texto. El lector es poco crédulo y refractario al entusiasmo de la autoridad así como a la imposición de elogios exagerados.

Recuerdo que busqué hacer pasar la curiosidad antes de la lectura, el recuerdo persistente de las primeras impresiones, los enigmas diseminados, los motivos para abrir una segunda lectura y compartir razones por las cuales esos libros destacan en la memoria personal y en la estantería tradicional de nuestra narrativa. Los objetivos de la misión a veces fracasan pero si hay un por modesto que sea porcentaje de eficacia al final del circuito, si se logra que la máquina receptiva pueda continuar treinta años después -como es el caso- considero que la estrategia valió la pena. Después los prólogos quedan amarrados y herrumbrosos a los muelles de “esa” edición y las novelas como debe ser siguen su propia navegación, a la búsqueda de nuevos prólogos de críticos más jóvenes en los naufragios del futuro.

Vendré dentro de un tiempo en detalle subjetivo sobre la figura de José Pedro Díaz en ocasión de otros trabajos. Lo conocí como profesor supongo que en año 68 en lo que se llamaba el sexto año del plan piloto; era un docente formidable comunicando la pasión por el texto haciéndolo contar desde el interior de la escritura y reafirmó mi determinación por ingresar el Instituto de Profesores Artigas; siendo escritor era fantástico estar ante esa persona concentrando mis intereses adolescentes, como antes lo encarnaros otros queridos profesores de literatura del Liceo No. 14. Después intimé con pormenores de la obra integral y trayectoria; frecuenté su casa y salimos varias veces a cenar en familia, durante meses trabajamos los sábados de mañana -antes de preparar el aperitivo- en el proyecto Felisberto Hernández para la colección “Archivos” que quedó en el camino, sobre el Capítulo Oriental dedicado a su obra que redacté en 1997: “José Pedro Díaz, la literatura mar adentro”.

Ello ocurría en la casa de María Espínola antes Mangaripé, donde escuché la historia del 45 y su generación crítica desde las entrañas, yo pasaba por ahí mientras Amanda Berenguer escribía “La dama de Elche”, obra mayor de la poesía en castellano. Lo recuerdo a José Pedro en su compromiso político con los 100 del Frente Amplio saliendo en la tele y sus cuentos orales sobre la novela de Marina di Camerota que leí tantas veces. “Los fuegos de San Telmo” tiene algo de temporal literario y charla cómplice en un jardín felisbertiano, del profesor despojado de teoría evocando su novela familiar y el viaje a la Europa del admirado Balzac y al pueblo de pescadores originales. Es una vertiente memorialista de la literatura Uruguay -sigo creyendo- y de los textos claves para saber de nosotros, la función que para los uruguayos asume el relato cuando es espejo roto de Stendhal tirado en el camino.

Con Omar Prego fue el cruce de aviones de Air France unos pocos años, él regresaba a Montevideo desde París y yo sin pensarque iría a Francia después de conocerlo. Lo conocí porque era consejero literario de Editorial Trilce donde publiqué dos libros de relatos; en su apartamento de Pocitos de la calle Cavia – su esposa María Angélica Petit mantenía vínculos universitarios internacionales y se encargaba de guardar el espíritu de “Cuadernos de Marcha”- hablamos con Omar de largas tardes de “flaneur” por el París de la pequeña corona y calles arboladas del Prado montevideano. Prego había ganado el primer concurso de lectores de Banda Oriental (1969) con el libro de relatos “Los dientes del viento”; siendo joven yo leía narradores uruguayos editados por Arca y Alfa. Ese concurso fue importante en el ambiente letrado en aquellos años, recuerdo haber comprado el libro con emoción y quedar impactado en su lectura inmediata por la invasión de las langostas, imaginado que sería bonito ganar la segunda edición de ese mismo concurso. Omar era un hombre discreto y con sentido del humor, le hizo un libro imprescindible de entrevistas a Cortázar y escribió una intensa novela sobre los amores difíciles de la poetisa Delmira Agustini. Por su iniciativa narrativa -le doy las gracias retrospectivas- me abstuve de escribir novelas policiales stricto sensu. Su tríptico del género donde “Para sentencia” es pieza de avanzada exploraba parajes tóxicos, cloacas putrefactas de la sociedad uruguaya y posibilidades técnicas del género, en situaciones dramáticas tensas, escenarios reconocibles con personajes próximos e intrigas cruzadas. Prego marcó un perímetro férreo al respecto y trabajando el prólogo en su momento, entendí que sería muy complicado explorar con beneficio propio en esa zona de cultivo. Interactuaban en la intriga arquetipos adaptados a nuestra idiosincrasia y escenarios barriales justos, el cruce entre dictadura y marginales e infelices; para ir más lejos en el intento, además de cambiar la novela debería cambiar el país y las condiciones de producción dramáticas. Quizá eso fue lo que ocurrió entre las dos novelas. La historia de Prego avanzó hacia lo que derivamos en la convivencia y la narrativa de José Pedro -incluyendo su historia de vida cuando los profesores de literatura eran mujeres y hombres felices, que tuve la enorme fortuna de frecuentar durante mi educación literaria- narra un Uruguay que dejó de ser. Un lugar del sur americano donde valía la pena separarse de la familia parecida a Amarcord, haciendo en barco el viaje -e la nave va…-sin regreso y yendo a morir mirando el mar, recordando la infancia italiana -ana nisi masa… ana nisi masa…- desde la costa de Montevideo antes de 1964.