Las ideas estéticas del comisario Medina

Me parece recordar que la situación inicial era engorrosa; había defendido la tesis sobre la narrativa de Onetti y debía participar en un coloquio sobre la obra del compatriota. El peligro es que uno puede pasar años recalentando el puchero de la tesis, hacer por el contrario una crisis depresiva viajando a lunas narrativas en las antípodas. Como la ficción de Onetti es polifónica en el sentido de entonar varias melodías -canto gregoriano y tangos de la guardia vieja, pasando por canciones de Harry Fragson- era notorio que la bibliografía previa a mi búsqueda, la tesis de marras y lo que vino luego lejos están de agotar el desbroce temático, las pistas renovadas de interpretación.  En el punto 7 de su ensayo para definir un libro clásico, dice Italo Calvino: Un clásico es un libro que nunca termina de decir aquella que tiene para decir. 

En Onetti es así y escapando a mi propio cerco decidí dar una vuelta por el lado salvaje de “Dejemos hablar al viento”, que destila una seducción contagiosa de pálido final y perfume pernicioso evocando El ángel Azul; tiene algo de confabulación, deberían hallarse allí crónicas testimoniales del ocaso y resulta un final de carnaval en llamas. Los temas se deterioran en la zozobra: autoridad prepotente, chantaje a cara descubierta, paternidad con fastidio de reconocimiento, prostitución, travestismo de barrio, suicidio del hijo, cambio de identidades, lolitas vagabundas y la piqueta fatal del progreso pegando fuerte contra el viejo Mercado. Parece que se hubiera puesto a funcionar por escrito la versión Dorian Grey de pacto con el diablo: el llamado del vicio guardando rasgos poéticos de los treinta años, la escena final rompiendo el acuerdo firmado con sangre mientras el mundo loco se despeña círculo a círculo. Acentuación de temas sabidos y concubinatos entre Medina en la tierra de nadie y la práctica del arte; problemas estéticos del retrato y praxis de amateur, hedonismo y decadencia mientras el mundo sigue andando.

Si en “El pozo” el asunto de crimen y castigo pasaba por la escritura redentora, al final de la obra es la pintura la trama sublimada. La vida imita al arte se dice o busca en los talleres desquiciados las únicas horas de felicidad que merecen ser narradas. Luego está a mi parecer el contacto secreto; filiación irlandesa que Medina ignora y Onetti maneja, por esa mínima ventaja arbitraria que el autor tiene siempre sobre los personajes. Son las suspicacias necesarias en la era del recelo: sospecho a Bacon en el motivo de la ola buscada reventando en la costa trayendo los partes del naufragio; así como la crítica conjetura en la novela de Oscar Wilde las trazas de Joris-Karl Huysmans. Después leí 1909 en las cédulas de identidad de ambos y esa manía de morir en Madrid… no hacía falta más para tentar la apuesta. Se non è vero, è ben trovato repetí, pensando que era frase de Giambattista Vico por la lectura de Medina en la casa del Prado de Montevideo, pero parece ser de Giordano Bruno, mago y creyente de la reencarnación, heterodoxo que terminó quemado como Santa María.


Juan Carlos Onetti, «Dejemos hablar al viento». Literatura Contemporánea Seix Barral, Barcelona: 1984.

Gilles Deluze, «Francis Bacon. Logique de la sensation». Éditions de la Différence, Paris: 1981.

David Sylvester, «Entretiens avec Francis Bacon». Skira, Genève: 1996.