Este artículo, como otros de los aquí rescatados resulta de la tarea docente universitaria. Recuerdo que desde el comienzo en Grenoble y salvo en una oportunidad impartí cursos -totales o parciales- sobre literatura latinoamericana en los concursos de Agregación y Capes; los últimos fueron sobre la poesía de César Vallejo. Los concursos para puestos docentes son la ocasión en Francia de cursos presenciales en anfiteatros y talleres reducidos, conferencias de colegas especialistas de los temas a tratar, publicaciones de manuales indicados en la bibliografía y coloquios sobre la totalidad del exigente programa. Algunas veces las actas se publican tardíamente sobre papel, en soporte informático y otras naufragan en el océano de los mails extraviados. Varias temporadas -si había un autor del río de la Plata a tratar- propuse comunicaciones para jornadas de estudios y otras veces me conectaron directamente.
Martillo de brujas: el capítulo Naccos surgió en esas circunstancias a lo que sumé la curiosidad transversal de lector por el mundo andino no siendo mi especialidad. Observaba con interés esa historia terrible y diferente, la temática del año 2013 fue sobre poder y violencia en el Perú moderno, su influencia en la ficción considerando los episodios suscitados por sendero luminoso alumbrado en Ayacucho. Pedí dictar el curso a mis colegas por varias razones; me había gustado mucho la película del 2002 “Ellas bailan” (puede existir otra versión del título) de John Malkovich con Javier Bardem, a lo que agregaba información sobre la dramaturgia guerrera de la organización fundada por el camarada Gonzalo, que parecía unir orígenes y vanguardia, indígenas y encomenderos con los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana de Mariátegui. Tuve en consideración el final del malogrado Palomino Molero, el recuerdo de una puta llamada “pies dorados” y la duda inicial de “Conversación en La Catedral”: “¿En qué momento se había jodido el Perú?” En cuanto a soportes literarios había estudiado para otros concursos “Los ríos profundos” de Arguedas y “La guerra del fin del mundo” de Vargas Llosa, lo que me daba una base conceptual para el encuadre histórico.
Trabajé los dos libros del temario de la zona latinoamericano. “Abril rojo” de Santiago Roncagliolo y “Lituma en los Andes” de Vargas Llosa; entre el premio Alfaguara y el Planeta, opté por seguir las peripecias del personaje Lituma en la comunicación, que conocía de antes y con el tiempo se volvió personaje recurrente del peruano evocando sagas clásicas. Que la novela hubiera ganado el Planeta en 1993 no era sorpresa; de hecho el ex marido de Patricia Llosa se alza con todos los nuevos premios de la península ibérica -también con la bella filipina, último avatar del romancero iniciado con la tía Julia- siendo figura obligada de la vida literaria española. Había leído algunas notas sobre la novela premiada, seguro que rencorosas, criticando que habría allí una versión del Perú tendenciosa o de Lima la horrible que se adecuaba más bien a expectativas exóticas del lector internacional. Tenía la curiosidad del oficio que antes me visitaba y ahora desapareció, de sopesar la relación entre efecto social del premio y valor narrativo; pero estamos lejos de los años setenta, hay en las recompensas recientes la distancia insalvable entre la obra de Federico Fellini y Avengers. Había una sabia dosificación de ambas pócimas a medida que avanza la trama, los primeros personajes asesinados en la novela son estudiantes franceses y ello conforta protocolos de la industria cultural; luego, venía la confrontación con el pasado del autor, destinado a un cotejo periódico con el sacudón que supuso la publicación de “La casa verde” de 1965. Un premio con esa exigencia de resultado de ventas -el autor ganador era valor seguro y más habida cuenta de su exposición mediática en la campaña electoral peruana- debía cubrir otros criterios una vez supuesta la notoriedad. Si uno de ellos es el oficio de narrar el contrato estaba cumplido, el texto es astuto y minado de trampas efectistas. La articulación de los diferentes niveles narrativos inteligente y los personajes surgían de otro planeta andino. Era luminosa la vertiente hacia el folletín del siglo XIX con dominio de sus astucias y la renovación contemporánea del montaje fílmico; la máquina de narrar eficaz se basaba en suspenso, retrato efectista de personajes y misterio hundiéndose en una tradición que sorprende a los informados. El diálogo con la obra anterior servía de buena apoyatura, en especial con la bien interesante “Historia de Mayta” de 1984, donde la indagación explícita por escenarios del episodio se conoce en directo, haciendo coexistir anécdota central con búsqueda de la novela por parte del autor, superponiendo el mismo mundo a conservar y destruir.
Esas conexiones aparecen en el artículo, lo que sorprendió mi curiosidad de lector -él se nos había ido políticamente a los estudiantes montevideanos: y tú quien sabe por dónde andarás, quien sabe qué aventuras tendrás que lejos estás de mi…- fue el cavar en la materia histórica y mineral. Lo hallo fuerte cuando depone su explicar el mundo desde las columnas de El País y se abandona en lo desconocido, mientras suelta lo urbano educado descendiendo hacia los desclasados de la historia. Localiza fuerzas telúricas en veta resistente, confronta energías negativas funcionando en lo informe prehispánico con el magma de creencias mágicas y supersticiones mutantes; que tienen en lo femenino el temor y el temblor de cultos arcaicos matriarcales. Como en la novela de 1984 creo que Vargas Llosa nunca es más el otro que cuando se acerca -a pesar de la repugnancia y la incomprensión irreductible- a esa masa masticadora salida de las anti crónicas reales, que lo rechazó como presidente del Perú en las elecciones de 1990 porque ni sabe lo que significa votar, hace de ello treinta años.