Al despertar aquella mañana invernal de un sueño intranquilo el comisario Bugatti supo, delante del espejo del baño, que seguía siendo el comisario Bugatti sin que hubiera ocurrido la aberración de la metamorfosis. Esa mañana él se levantó más temprano de lo habitual y salió del dormitorio procurando no despertar a la asmática de su esposa; como todas las mañanas abrió el ventanal grande del patio hacia un paisaje de montañas lejanas, polígonos industriales contaminantes, dispersas casas campesinas y pensó que si alguien por venganza quisiera matarlo, ese sería el mejor momento.
Bugatti era un hombre robusto y honrado, ello le aseguraba una agonía de tercera edad prolongada con la mente aceitada y una carrera privada de ascenso; recorrió las viejas habitaciones familiares de lo que sería la futura familia numerosa, siempre y cuando la pobre Marcella no continuara perdiendo embarazos.
Se estaban viviendo tiempos relativamente tranquilos. Nada comparable con lo sucedido hace cinco años, cuando estalló por todo el perímetro de la ciudad un ruido constante de escopetas, de explosivos mecánicos durante la llamada semana negra y sus siete asesinados. Episodio tipo cosecha roja que dejó en entredicho el honor de las autoridades policiales; desde entonces, Bugatti temía que algo parecido de desestabilizador volviera a ocurrir.
Como cada mañana, en apenas media hora quedó pronto para enfrentar la jornada. A partir de las 7h, 30 los subordinados estaban autorizados a telefonearle al domicilio, cosa que muy rara vez sucedió en los últimos meses. El comisario se preparó un desayuno copioso: panceta frita, huevos revueltos con queso, un par de tostadas, café cargado, jugo de pomelos y abundante leche achocolatada.
La casa estaba ubicada en las afueras de Palermo y salvo contadas excepciones –en general cuando se trataba de ceremonias políticas y oficiales- prefería manejar él mismo la máquina hasta el comisariado en el centro de la ciudad, sobre una calle tranquila y vigilada en los costados de una plaza popular, disimulada por una larga hilera de árboles frutales.
Primero, el teléfono sonó una sola vez y pareció que se trataba de un número equivocado; luego se sucedieron una molesta sucesión de timbrazos neurasténicos, lo que disipó cualquier duda sobre lo excepcional del episodio.
-Pronto… dijo Bugatti.
Del otro lado de la línea tensa, el cabo Emilio Benveniste le informó que comenzaba la jornada con el enigma enunciación del cadáver de rasgos indoeuropeos; un hombre había sido asesinado las últimas horas de manera tan desconcertante, que justificaba esa intromisión tempranera y la puesta en alerta de los protocolos hermenéuticos.
– ¿Le parece que puede ser complicado?
Siendo todo tan reciente -tanto la información como el desconcierto- Benveniste lo ignoraba y estaba trasmitiendo apenas las primeras señales performativas recogidas; ya había dado la orden de dejar intacto el campo semiótico contaminado y si de verdad son arbitrarios los signos, bien podría serlo su enunciado reenviando al postulado de una orden. Cualquier detective medianamente informado que conociera las funciones del lenguaje enunciadas por Jakobson estaría advertido: nada de recuperar indeterminaciones del lenguaje poético, un cadáver es tautológicamente un cuerpo work in progress: a saber un conjunto precario de señales significativas.
-Prepare una reunión general para las nueve y si considera que los redundantes mass media de la ciudad, en especial los descritos considerando su trasmisión de mensajes icónicos ambiguos, se ponen a olfatear siguiendo el rastro de la sangre fresca, cítelos al mediodía. Voy para ahí de inmediato.
Después de todo la situación tampoco parecía ser tan grave. Los asesinos con pretensiones innovadoras no suelen llegar tan lejos en sus iniciativas compitiendo en creatividad con los casos más clásicos. Asistido por un poco de suerte y de presión sobre las partes blandas del asunto, a las nueve tendrá al asesino confesando por escrito el delito en su escritorio. Si bien en los últimos tiempos se comprueba un cambio de tendencia, los asesinos regresan cada vez menos a las escenas de sus crímenes atraídos por una voz interior que dobla la vocación delictiva y el arrepentimiento residual del bautizo con agua bendita sin gas.
Bugatti terminó despacio el desayuno sin dejar de hojear un número atrasado de la revista Versus. La luz natural inundaba metro a metro todos los rincones del comedor familiar. Escuchó a los pájaros llenando del mismo canto de hace medio siglo los fondos cultivados de la casa donde señoreaban siete pinos centenarios; esos pocos minutos fueron suficientes para que supiera que sería un día hermoso atravesado por nubes negras del oficio.
El comisario se incorporó, se detuvo delante del espejo principal y cada vez que lo hacía era inevitable que pensara en Isidro Parodi. Viejo sabueso argentino que desde la celda 273 de la cárcel del Palermo de allá, insistía en insinuar que los espejos eran objetos abominables y conjeturando que reproducían el hombre imperfecto al infinito.
Antes de salir al mundo fluctuante regresó al dormitorio para despedirse.
-Hoy te llamaron. ¿Sucede algo?
-Simple rutina, le respondió Bugatti a su querida esposa.
-Siempre dices lo mismo en esos casos y sé bien que no quieres inquietarme.
Bugatti tenía demasiado problemas que lo aguardaban en la oficina como para continuar discutiendo en la zona referencial y conativa, su mente avisada estaba fuera del campo magnético hogareño; dentro de todo y usando las buenos argumentos, Marcella siempre entraba en razones.
-La lógica simbólica diría que faltan motivos para inquietarte, pero ello es secundario. ¿Acaso me vino a buscar un auto oficial con la sirena abierta? ¿Fueron más de una las llamadas con varios interlocutores en el circuito? ¿Deconstruí mi rutina habitual durante el desayuno en razón del mensaje recibido?
-Está bien, con tres juicios de interrogación por hoy es suficiente… pero cuídate igual.
Bugatti caminó hacia la salida, sabía que los cadáveres sumados al caos real integran otra concepción del tiempo y que para el asesino –agotada esa ventaja temporal entre muerte y descubrimiento- comienzan a engranar los artefactos psicológicos que atrasan y adelantan el desarreglo. Había ruido proveniente de la cocina y él pensó “la eterna lucha entre lo crudo y lo cocido”; una mujer atareada en el lavadero tarareaba una canción popular que podría ser de Domenico Modugno: “seguramente siendo joven y hermosa, ella se enamoró perdidamente escuchado el tema ganador de San Remo 57” continuó pensando.
Abrió el gran portal y se metió en la corriente del sol. ¿Qué actos de habla o desarticulación del delicado equilibro de humores pudo llevar a un hombre -o a una mujer- a matar en vísperas de tan espléndido día? El motor del auto encendió el primer contacto con el mundo industrial, el circuito entre la neurona correspondiente del cerebro y el eje central de las ruedas alejó toda duda sobre una posible alteración. La máquina así incentivada se deslizó sin dificultad en la pronunciada pendiente de la primera curva –invadida de indicaciones de advertencia y anuncios de productores locales- que lo llevaría un kilómetro más abajo a la ruta principal.
En los campos aledaños ya estaban los hombres y mujeres en plena faena, algunos campesinos reactualizando códigos de sociabilidad ancestral levantaron su mano de manera automática significando su paso en la asepsia del paisaje preservado de pesticidas Monsanto. Los animales, fantásticos prototipos bastardos y alterados de bestiarios imaginarios –creados por manos cluniacenses y cistercienses sobre códices iluminados medievales- huyeron volando y reptando cual mantícoras espantadas por el ruido del motor reconociendo el circuito. Bugatti quería recordar cuál era el título de la canción que cantaba la lavandera, aunque si era de la cosecha 57 bien podría ser de Pepino di Capri.
Mal día se presentaba ese para el teniente Gilo Dorfles, nunca es bueno comenzar en la repartición detectives con un crimen de estas características tóxicas. “El nuevo diseño activo de la criminalidad apela a la atención de demasiados sentidos, la polisemia se presenta como más importante que el procedimiento dermatoglifo de Bertillon.” Le quedaba bien poco tiempo para reflexionar y el comisario Bugatti lo saludó sin la habitual amabilidad de otras mañanas anteriores.
-Alguien que comienza como yo la jornada en un día así tan estético, tiene que ser un gran coglione.
Dorfles consideró replicar ante tan violento inicio de diálogo laboral con un mensaje connotado por la injusticia de apreciación, pero Bugatti se le adelantó.
-Disculpe Dorfles, no fue mi intención hacerle vivir mi propia experiencia vicaria de ansiedad por conocer los detalles de lo sucedido y usted sabe mejor que yo mi situación doméstica. ¿Alguien está al tanto a esta hora de qué carajo se trata?
El propio Dorfles fue el primero en tomar la palabra, haciendo un descriptivo sintético por pertinente de la situación anómala. Hacia las afueras elegantes de la ciudad, en un pequeño castillo alejado del mundanal ruido –esmerada reconstrucción de una arquitectura divinamente inspirada del siglo IX y también con aportes infrecuentes de un gótico tardío-, camino de la llamada abadía innombrable de los iconoclastas, se encontró ritualmente asesinado al propietario y último descendiente de la familia que lo habita hace varias centurias.
Complicando el asunto del enigma y pasando de lo obvio a lo intrincado, tenía a su servicio cinco personajes cuyo pasado se estaba pasando al peine fino y ningún mastín cancerbero vigilaba el perímetro violado. Reciclando un clásico del género negro, el cuarto donde se halló el cuerpo estaba cerrado por dentro y el único mono grande que se había visto en las inmediaciones, pertenecía a un viejo circo y que pasó por la región hace más de cinco años: se trataba pues del binomio tradición/originalidad pero con variantes a la vez sutiles y brutales
“Seguramente en el 57 –pensó el comisario Ettore Bugatti, sin lograr recordar todavía quien había ganado ese año el festival de San Remo-, pudo ser Luigi Tenco… pero no: lo suyo en su tragedia con Dalila y posterior suicidio sin ser ciego en Gaza fue posterior a esa fecha.”
– ¿Móvil?
-Desconocido.
– ¿Hora del crimen?
-El forense estima en su informe preliminar que cerca de la medianoche.
– ¿Saña?
-No sabría explicarle.
– ¿Apareció el arma homicida?
-Aún la tiene metida en la cabeza.
– ¿Cómo es eso?
-Lo mataron con un televisor Telefunken lo que abre una posible pista alemana. De atrás, encendido y todo le incrustaron la cabeza en la pantalla o viceversa… un 25 pulgadas con control. Nadie tocó la programación, a esa hora emitían en la RAI una vieja versión de “El conde de Monte Cristo” del año 1954, con la actuación protagónica de Jean Marais en el rol de Edmond Dantès
-Ahá… seguramente un apocalíptico, algo relacionado a los tele evangelistas radicales que pululan en la isla, dijo Bugatti.
-Lo dudo, se atrevió a cuestionar por primera vez el teniente Dorfles, Un apocalíptico hubiera utilizado un objeto mortal que tratara sobre los mass media, sin recurrir a un objeto emblemático de los mass media. Ya lo dijo Rita Pavone:
non essere geloso se con gli altri ballo il twist
no essero furioso se con gli altri ballo il rock
con te, con te, con te che sei la mia passione
io ballo il ballo del mattone…
Luego de esa inopinada intrusión de la técnica del karaoke en la pesquisa, por vez primera Bugatti prestó atención sostenida a ese hombre de anteojos metálicos, pipa recta, prematuramente calvo y con extraña manera de vestirse. “Tiene algo diferente, una mezcla improbable de Alberto Sordi y John Beluschi… pero es bueno en el oficio”, pensó el veterano comisario.
-Más despacio Dorfles, más despacio… recuerde que todo crimen es un mensaje en clave que nos está destinado.
El comentario llegó oportuno, Dorfles sintió que estaba pisando terreno seguro y prosiguió con sus especulaciones.
-Un mensaje claro… también un concepto fetiche post moderno o un episodio de ruido altísimo en el circuito cotidiano enturbiando el devenir. Una serie de pistas capaces de confundir los avances de la investigación, llevándonos al terreno ilusorio de lo emotivo.
– ¿Usted de dónde viene Dorfles?
-Séptimo distrito de Bolonia, señor.
-Ya me parecía…
Bugatti se reconcentró sabiéndose en un día disperso por varias preocupaciones recientes y continuó organizando con su estilo lo que podría ser la investigación encaminada. Era incuestionable, la época del asesinato como una de las bellas artes había terminado y en el horizonte se perfilaba la vela latina de la pensión retiro prematura.
“Hasta en el horror cotidiano del crimen –pensó Bugatti- el medio es el mensaje: en qué se habrá transformado ese cuerpo tieso de un falso aristócrata decadente. ¿Un objeto real encadenado a su consistencia física? ¿Mensaje semántico de pasiones inmediatas sensibleras y nutridas por los culebrones colombianos? ¿La forma de mensaje cultural profético que augura los tiempos tontos y violentos que se avecinan?”
Bugatti sentía en carne propia el conflicto entre la tradicional y la criminología monótona de la era industrial, que tendió una alfombra rojo a la serie desplazando el caso único. “Soy un viejo zorro de una época superada de inteligencias diferentes. El nuevo caos hasta nos empuja a un léxico nuevo, una infraestructura terminología necesaria para la construcción de una visión coherente del nuevo mundo del crimen, aunque parcial.”
A su lado, el teniente Dorfles pareció entender la lucha interior del superior que alteraba a la vez el canon y los sistemas de interpretación. Le puso una mano en el hombro y de hombre a hombre, quizá por primera vez de colega a compañero le habló pausadamente.
-Vamos comisario… nos espera un cuerpo que tiene mucho para decir en su quietismo, un caso que nos aleja por unas horas de novios celosos y notarios travestidos. Recuerde lo que debía Valery: “cuánto más práctico es un espíritu, más abstracto.”
Un joven policía se acercó ansioso y de prisa al auto banalizado en que ellos llegaron el lugar del crimen.
-¡Comisario, comisario!!! Hay unas buenas pisadas en le jardín que puede ser explotadas.
Bugatti siguió su camino ya trazado sin contestarle ni detenerse; si al menos le hubieran dicho que esas pisadas correspondían a las cuatro patas de la bestia de Gévaudan…
¿Qué sucede comisario? Preguntó Dorfles un poco extrañado por la reacción antipática del comisario.
-Si los crímenes todavía se detectaron con pisadas en la gramilla, un molde de yeso y la superstición de campesinos asustados, estaríamos dudando del avance de la inteligencia humana. Tampoco debemos tener por objetivo de nuestras investigaciones estudiar los códigos ridículos que saturan la realidad.
-Pero la criminología debe estar abierta de espíritu crítico a todo lo que suscita curiosidad.
-Lo que usted llama hasta con orgullo inocultable criminología mi joven amigo, es algo que se está redefiniendo de continuo. A pesar de esa ignorancia final, conozco gente que daría la vida por ella.
-Sería inconducente trabajar en el vacío.
¿Le alcanza por el momento con saber que se trata de un conocimiento riguroso? ¿Puede entender que en principio sería la disciplina que considera el conjunto cerrado que tolera todos los cadáveres, que debemos distinguir entre cadáveres arbitrarios y los otros motivados que suelen ser disimulados? La relación arbitraria entre un infarto de coronarias y la muerte me es indiferente. Cuando la relación a explicar conecta un hacha ensangrentada de la marca Raskolnikov y el fin de la actividad eléctrica cerebral por descarga –por descarga del hacha- ahí recién, nunca lo olvide, comienza a determinarse con precisión nuestro objeto de estudio.
Ambos hombres sabían que los esperaba el caso todavía sin nombre popular; eran conscientes igual que era con la textura de la sangre fresca, entre ese olor a madera tratada y matadero clandestino cuando su actividad necesitaba de las especulaciones creativas.
Después, todo el tiempo libre se lo devoran las última fotos de la romana Onerlla Mutti y las vicisitudes previsibles del scudetto…
-Usted bien sabe que víctima y criminal siempre son humanos. El enigma se cierta cuando se conectan esos dos extremos del circuito de otro encuentro ocurrido en el pasado, dijo Dorfles queriendo rescatarlo de una casuística fría y pretendidamente objetiva.
-Ergo, lo que cambia es el sentido; replicó Bugatti que parecía haber esperado ese planteo para llegar a una proposición evidente y luego continuó su tirada en tono quedo algo paternal. El crimen en nuestra sociedad que se cree post y todavía está clavada en el pasado, es la forma más intensa de la comunicación y fuente privilegiada de los relatos más recordados. El emisor de ese circuito corto, sabe con premeditación alevosa quién será el malogrado receptor de su intenso mensaje. Conoce por haberlos reflexionando los códigos violentos plurales, suspende en su conciencia alterada las claras consignas del Código Penal. El mensaje es simple, escueto: el triunfo de la muerte y la risotada de la venganza. El medio puede ser manual cuando se recurre al estrangulamiento, distante si se opta por bala y la prodigiosa mira telescópica. Lo más interesante del procedimiento es que se asegura el feedback más efectivo y garantizado: el silencio del lenguaje.
-De ser así, todo quedaría acotado a un paradigma esquemático.
-Lo mismo pensó el sagaz detective Lasswell del FBI: él se decía: tu pregunta quién dice qué, en qué canal, a quién, con qué efecto y tienes todas las respuestas necesarias.
-En primera lectura es correcto el procedimiento.
-Claro que si… pero debemos considerar que todo crimen es un sistema verbo gestual visual de alta complejidad.
-¿Cuál es su técnica?
-Sería osado y prematuro llamarla así… yo sé… escuche bien Dorfles: si hay algo sobre lo cual tengo una firme certeza, es que cada crimen es la traducción en lo real de un modelo secreto. Sólo en el caso que consigamos aislar dicho paradigma y que pueda funcionar en niveles de mayor complejidad, nos será posible estudiar todos los crímenes con el único objetivo de dilucidarlos; al menos los posibles crímenes que cometía el homicida.
A todo esto ya era mediodía.
Los dos hombres habían compartido un buen plato de tagliatelli Panzani con pesto rosado y queso parmesano, pero era tiempo de ir al encuentro del repertorio.
-Seguro que hay por aquí una buena biblioteca, fue lo que especuló Dorfles mientras subía la escalera de madera que resentía con ruidos ridículos de termitas haciendo claquetas el peso de los policías.
-Videoteca mi amigo… videoteca es lo más seguro y a propósito: ¿vio la última performance de la Cicciolina?
Dorfles prefirió ignorar esa grosería intertextual, tan distante de un espíritu sensible formado desde niño en la estética del neorrealismo de Ladrones de bicicletas. Además, sabía que lo de Bugatti era una broma de mal gusto, queriendo templar el ánimo antes de enfrentar al fascinante espectáculo de la muerte en movimiento y el enigma de otro crimen sin resolver.
-Dígame Dorfles: ¿qué le va pareciendo toda esta historia happening de la cabeza aristocrática y el televisor?
-Una metáfora exagerada, comisario.
-¿Usted tiene abono a la televisión por cable?
-Todavía no señor, lo estoy meditando.
-Debería, debemos conocer las armas sutiles de las nuevas tecnologías.
-Sería más sencillo considerar un cuchillo de hielo, un libro envenenado en los bordes de página o una cerbatana made in Amazonia. Pero un televisor realmente… parece obra de un desquiciado.
-Locos nos vamos a volver nosotros si no solucionamos el misterio en cuarenta y ocho horas… ¿qué le parece el enigma del control remoto?
-Lo veo bien tranquilo comisario, ¿ya tiene en mente alguna pista?
-Estamos obnubilados por la ignorancia en una selva de símbolos.
-¿Comisario Poirot dixit, comisario?
-Baudelaire, Dorfles… Baudelaire…
El personal del servicio -resignado por las funciones de distracción que suelen asignarle los protocolos del género- se había reunido como un solo ente sospechoso de varias cabezas, aguardando el interrogatorio contradictorio de rigor donde les sacarían todos los trapitos al sol. Tenían en sus expresiones sumisas el aburrimiento propio de los inocentes que se disculpan por ello. Estaban más preocupados esa mañana por el salario vacacional impago (que sería indigno reclamar antes de un prudente período de duelo) que por el destino victimario y eléctrico de su patrón.
Afuera del recinto las sirenas de la urgencia seguían ululando, como si estuvieran abriendo paso a un embajador partiendo al exilio. Las luces rojas giraban dando vueltas y más vueltas encima de los vehículos inconfundible de cada cuerpo de seguridad.
Bugatti pasó frente a todos ellos alineados a lo usual suspects contra un muro iluminado, calibrando a los cinco posibles culpables a la búsqueda de la mínima falla en sus versiones de juro mentirosas y aspecto delator: ladrón en pausa, satanista adepto del complot, homosexual enamoradizo, farsante de la picaresca comedia del arte y –la exclusión que confirma la regla- un hombre con honrados antecedentes.
Bugatti pensó en un clásico: el rostro es el espejo del alma. Recordó su afeitada de la mañana y quedó conforme con la analogía referida, aunque no tanto con la paz del alma de Dorfles.
El quinteto, esos buenos para nada, esos seis personajes en busca de autor si incluimos al difunto sólo podrían darle información fútil.
-¿Dónde está el televisor? comenzó Bugatti que disfrutaba las sinécdoques improvisadas y la ironía.
Su estilo de interrogar sobre el reciente extinto, más próximo de un ingeniero en comunicaciones que de un aguerrido sabueso del cuerpo de carabinieri logró desconcertar al personal. Estaba a punto de decirles que todos los convocados eran culpables de oficio hasta que demostraran lo contrario de manera fehaciente; fue el mayordomo farsante el encargado de responder.
-Esa es una pregunta que en nuestro caso es complicado sacarse de la cabeza.
-Mire Dorfles, hoy estamos de suerte… aquí tenemos al gracioso del dream team… dime payaso ¿alguien tocó algo de esta instalación de Nam June Paik?
-Nada señor, tal como lo indican sus colegas de ficción que salen en la tele… y disculpo señor esa infeliz coincidencia.
-Deja a esos Sherlock Holmes de BBC de lado que aquí nadie se toma por Jeremy Brett.
-Mas bien pensaba en Rex…
-Que nadie se mueva de aquí. Vamos teniente, creo que la comadreja está cerca, dijo Bugatti pensando que más tarde y con tiempo se encargaría de joderle la vida al gracioso.
Dicha escena referida había transcurrido en el primer piso de la residencia, en un estudio de trabajo totalmente cerrado. La única violencia exterior se observaba en la puerta de entrada, algo forzada por los empleados de la casa, que dijeron haber sentido un mal olor desde las primeras horas del día.
-Era muy pronto para la apoteosis de la putrefacción, acotó Bugatti con olfato detectivesco.
-Era olor a pelo quemado comisario.
Bugatti estuvo de acuerdo con esa evidencia. “Por fin –pensó- alguien que piensa en mis servicios. En buen poco tiempo, este mozalbete se quedará con mi puesto por la lógica dialéctica de los hechos; antes de dicho desenlace lo haré sudar un poco.”
-Desenchúfelo, ordenó el comisario.
Un fotógrafo de la técnica apagó el televisor considerado arma del crimen, elección que debería contener información latente por su elección sobre la psicología del asesino. El espectáculo resultante, dentro de la limpieza de la faena, era complejo por la transgresión de operaciones encendidas en su realización. Podía indicar a la vez violencia, ironía de inteligencia superior, esquizofrenia secuela de una lobotomía fallida y crítica radical de la sociedad capitalista punta.
A primera vista no se percibía la evidencia de ventanas forzadas, sótanos con trampas llevando al cuarto de los horrores ni pasadizos secretos detrás de bibliotecas falsas. Adentro del recito mágico había un hombre cincuentón en robe de chambre, sorprendido por el criminal mientas disfrutaba un Macallan 15 años 1957 sentado en un sillón Chesterfield bordó. El aparato había descrito en su envión asesino una curva descendiente, el humano al origen del mensaje lo había incrustado con violencia potenciada en la cabeza del infeliz. Era prematuro conocer la causa verdadera de la muerte, seguramente era el resultado de una conmoción cerebral sin por ello descartar una falla eléctrica del símil casco virtual o la explosión del tubo catódico.
El tubo de rayos catódicos, es una tecnología que permite visualizar imágenes mediante un haz de rayos catódicos constantemente dirigido contra una pantalla de vidrio recubierta de fósforo y plomo. El fósforo permite reproducir la imagen del haz de rayos catódicos, mientras que el plomo bloquea los rayos x para proteger al usuario de sus radiaciones. Fue desarrollado por Willian Crookes en 1875 (Wiki). En el equipo de audio había un disco cd con la sinfonía “El reloj” de Haydn y una casete de los mejores éxitos de Albano y Romina Power.
Una pequeñísima biblioteca exclusiva de incunables venecianos completaba lo básico de la decoración y donde había un pequeño hueco. En el piso, Bugatti recogió el volumen faltante. “Hoy nadie mata por Plinio el viejo, ni aún por un volumen en tan excelente estado y codiciado por coleccionistas obsesivos.” Sobre una mesita baja, la caja empezada de Romeo y Julieta, una lata abierta de Coca Cola descafeinada y un par de aventuras de Corto Maltés.
-De lo más complejo, Dorfles. Estamos ante un crimen mosaico, fíjese bien… pistas populares, clásicas y masificadas… muy difícil teniente, muy difícil… como si se tratara de una arborescencia queriendo desconcertarnos y le aseguro que el responsable lo logró, al menos en las primeras impresiones
-Comisario Bugatti, se acabaron los bellos tiempo de la artesanía del crimen; ese bello ejercicio ajedrecístico donde los cadáveres más emprendedores buscan los escaques y dos mentes poderosas proyectan sus movimientos… Una, por la perfección delictiva de evitar dejar pistas y otro para pillarlo por el olvido fallido o el pecado de hibris de un pequeñísimo error. Ello con las armas lamiñas de la intuición moviéndose en diagonal y los trebejos del ingenio.
-No sea pendejo Dorfles. Usted lee demasiado literatura policial, la vida se trata de otra configuración más real y hoy debemos admitir la existencia activa de una industria del crimen.
-Este crimen y específicamente: ¿es signo y símbolo?
-Evite pensar circunscripto en dualidades cerradas, abra la mente al campo de los posibles hombre.
-¿Quiere decir que podría tratarse de un ícono?
-Cuando se descarta lo posible, aquello que queda es excipiente y por más imposible que parezca, seguro se trata de la verdad. El mundo, teniente Dorfles, es la suma de los hechos que acaecen.
-Está en lo cierto comisario, hay otros mundos pero están en este.
Bugatti impuso un silencio de observación, recorrió la estancia simbólica tratando de recordar cada uno de los detalles.
-Teniente Dorfles, con nosotros y en este mismo cuarto también está rondando la inteligencia superior del asesino.
-Por la violencia dejada como mensaje parecerían ser profesionales venidos del norte, quizá la famosa hermandad genovesa.
-Sin embargo, por la estructuración de los elementos utilizados nos quieren hacer creer que eran seguidores de la Escuela de Fráncfort.
Bugatti tenía una confianza ciega en esa zona intermedia oscilando entre la ola intuitiva, tabla de la experiencia y playa de la deducción. El peso heredado de la tradición, le imponía sin embargo seguir nutriendo el sub mundo de la delincuencia, el entramado lingüístico mediante una delación retribuida y la promesa que supone toda traición; por un puñado de dólares, otro plato recalentado de lentejas, barra de droga afgana o distracción policial ante pillerías menores.
Esa noche salió solo, guiado por el deber algo apolillado y sin sexto sentido machucado, Bugatti se encaminó al terreno de los bajos fondos recalcitrantes e imprescindibles de la ciudad, buscando otra vez los misterios folletinescos de Palermo, su corte de los milagros en los mismos callejones malolientes por se dice deambuló el judío errante, hace más de dos siglos, buscando las luces de los burdeles donde nadie se detiene. “Aquí robarían hasta al mismísimo Fantomas”, pensó el comisario mientras transitaba esquinas con demasiadas luces coloreadas.
El olor penetrante de esa extensa ciénaga humana en especial lo excitaba; le hubiera gustado y hace tiempo, haberse levantado por dos horas a Mary Jane Kelly en la miserable ebriedad de Whitechapel, la noche previa a la que el tío Jack hizo su faena de carnicero con estudios superiores.
Eugenio lo estaba esperando, la alimaña olía bien feo pero Bugatti igual le ofreció un cigarrillo.
-Vayamos al grano cucaracha inmunda… tú sabes bien por qué yo estoy aquí a pesar de la repugnancia.
-El service audiovisual atiende sólo hasta las 18 horas.
-Conozco tu pútrido sentido del humor… hoy lo que necesito son bits con sentido y que señalen una orientación.
La noche era propicia a las delaciones fétida. El silencio si fuera material podía cortarse, se hubiera escuchando el vuelo diagonal de una mosca. Los hombres hablaban sin verse como en un confesionario clandestino de tahúres con mandato de arresto.
-Es muy pronto, dijo Eugenio. Hasta ahora, lo que viene siendo esencial es establecer la comunicación y menos lo que nos es comunicado.
-Adelante, adelante…. La lógica del sistema es problema mío.
Hacía muchos años que el comisario había aprendido en la Universidad del Asfalto, que la información pertinente consiste más en lo que puede decirse que en lo que se dice.
-Usted sabe comisario… la vida está muy dura entre la represión policial sobre el terreno y el multiculturalismo que se advierte en nuestras transacciones. La información operando en un circuito confuso y con polución de ruidos incomprensibles, es apenas la medida de una posibilidad de selección en la elección de un mensaje original críptico.
-Dios mío… hasta los soplones han cambiado de protocolos. ¿Así que ese es tu juego en las presentes circunstancias? Bien, entonces escúchame con todos los sentidos ratilla astuta, porque esto no pienso repetirlo: la información representa la libertad de elección de que se dispone al construir un mensaje.
-¿Y yo qué voy en eso como beneficio concreto?
-Nada, porque tú eres esencialmente una cucaracha; pero no se te olvide que debe considerarse una propiedad estadística de los mensajes en su origen de emisión.
A esa altura de la entrevista el comisario Bugatti estaba furioso contra su iniciativa y el receptor. Le desagradaba esa pérdida del auto control y el instinto de insecto carroñero que sobrevive incluso a las catástrofes atómicas.
Eugenio por su parte, integró a su razonamiento que debía pasar de las teorizaciones a un plano mercenario, evitando así las iras súbitas de su fuente de recursos.
-Esta noche hay liquidación, necesito pocas liras siendo mis necesidades bien modestas y tampoco hay mucho para decir.
-Tú y tu maldita redundancia… replicó Bugatti con los dientes apretados.
-Usted lo sabe muy bien, en los tiempos que corren la buena entropía es cara y peligrosa.
-Si no lo supiera estaría bien lejos de este estercolero oliendo las emanaciones mefíticas de una sucia rata. Es pronto y presiento un alto grado de incertidumbre desordenada en el repertorio de signos ambiguos que encontramos esta mañana.
-Tenga confianza… mañana puede aparecer algo determinante… hoy en promoción gratuita le diré que se fije detenidamente en los objetos.
-¿Del latín Objectum?
-Muy bien comisario, ya ve… a veces la etimología es el mejor sabueso gramático.
-Creo recordar que ello significa lanzado contra…
-Y con existencia fuera de nosotros mismos…
Bugatti sintió en la noche de la rata Eugenio la milagrosa epifanía de una cadena de silogismos desconsiderada, pasando del desdén profesional al entusiasmo casi solitario.
-Me pregunto por qué no me avivé antes: cosa puesta delante de nosotros y que tiene carácter material. Claro, claro… tampoco es mucho y da para empezar. ¿Cuándo nos vemos?
-Tranquilo que yo le aviso, tengo su teléfono aprendido a puñetazos.
-Nada personal.
Cuando Bugatti levantó la mirada luego de encender su cigarrillo le respondió el silencio; regresó a paso lento, esa noche tenía buen material conceptual para reflexionar.
Entró a uno de los bares ambiguos de la zona y donde era tan conocido como detestado; al verlo, dos hombres salieron presurosos por la puerta de servicio dando a los callejones oscuros. Bugatti estaba demasiado ocupado en su cadena de silogismos y deducciones como para abrir una segunda carpeta de indagaciones. Recordó los viejos tiempos y recupero en el crimen catódico todas las señales orientadas al desafío personal.
Cuando se acercó el camarero, el comisario le pidió una medida doble de Jack Daniels sin hielo y el teléfono.
-Hola mi amor… ¿cómo está esa salud a esta hora? Despreocúpate y descansa que por mi lado todo está bien. Lo de esta mañana resultó más complicado de lo previsible… si querida, claro… ya te contaré. Ahora no puedo hablar mucho… si querida, estoy bien abrigado. Tengo varios sospechosos para interrogar… exacto… un poquito más tarde… a ver si en vez de gritar como histérica te preocupas por esa podrida tos. Yo también te amo… adiós.
Bugatti pidió una segunda dosis de bourbon de Tenesse y la preguntó a una puta filipina cuánto cobraba por un polvo de media hora.
Dorfles lo esperó en la comisaría hasta las cinco de la mañana y comenzaba a clarear cuando Bugatti entró en los locales hecho un tigre de la Malasia. Se sirvió una taza inmensa de café negro y con la convicción de quien está rondando una eterna certeza, conminó la complicidad del joven teniente.
-Venga hombre, tenemos muchísimo trabajo.
Haber condenado en el pasado a tres inocentes por un análisis imperfecto de las pruebas materiales plantadas, le daba a Bugatti una comprensible cautela para lanzarse de inmediato a explotar sus primeras conclusiones. Consideraba aun así que esas fallas sólo afectaban de forma colateral lo medular de su propia metodología, en el oficio retórico de hacer salir a la superficie la verdad ocultada por una puesta en escena astuta del asesino verdadero. Lo que hace sobresalir a la figura olvidada del falso culpable, cuya construcción forma parte del montaje del asesinato. Raymond Burr, Darren Mc Gavin y Peter Falk también se equivocaron en algunos episodios.
Bugatti retardaba su impaciencia de sedimento juvenil apelando a los procedimientos que eran más convencionales.
-¿Alguien sabe realmente quién es el muerto?
-Por el momento, todo parece indicar que es un viejo padrino del Piamonte que tuvo poder hace muchísimos años atrás, respondió un Benvenista extrañamente silencioso esa mañana. Vino a vivir a la región con falsa identidad y buscando un poco más de tranquilidad, pero fue evidente que la venganza tiene cara de antifaz.
-Al parecer hubo alguna falla en su estrategia mudanza y desaparición, acotó Bugatti. ¿Piamonte me dijo?
-Es correcto; en cuanto a la identificación definitiva, los muchachos del departamento forense tienen mucho trabajo con eso de extraerle los circuitos sud coreanos del cerebro. Tampoco es a excluir ciertas modificaciones operadas mediante repetidas cirugías estéticas tras el famoso principio poético de yo soy otro.
-Coincidencias Dorfles… demasiadas coincidencias…
La carrera de Bugatti había agotado el repertorio aceptable de las fallas mecánicas y una vez más la ansiedad conducida por el tiempo que fluye a toda pastilla eran sus mayores enemigos. “Es preferible un gran error a la ausencia de diagnósticos hipotético, una falsa interpretación de los signos al vacío hermenéutico” pensó el comisario, contemplando lo que suponemos es la realidad con la mugrosa intermediación de los vidrios de las ventanas de su oficina.
Algunos vecinos llevaban a sus hijos al colegio y esa escena cotidiana le hizo recordar su propia infancia. Corriendo por las viejas calles de Urbino, tomando pendientes empedradas donde cada arco (del latín arcus, es el elemento constructivo de directriz en forma curvada o poligonal, que salva el espacio abierto entre dos pilares o muros trasmitiendo toda la carga que soporta a los apoyos, mediante una fuerza oblicua que se denomina empuje.), árbol, rostro y pared eran las huellas del pasado presumible de la ciudad.
Habían pasado muchos años desde aquellos episodios de educación e inocencia; a la mente movediza del comisario todo parecía cerrar a la perfección aunque la opinión pública se le volcara en contra. Entre el cristal de la memora y la mirada especulativa de Bugatti, subió el humo denso de cigarrillo turco, pensó en el ejemplo pedagógico del humo y el fuego que se deduce en lógica implacable. Una vez más el comisario decidió jugarse, los espectros amigos de su lecturas encabezados por el sargento Richard Cuff –un hombre tan aficionado a las rosas inglesas- le hicieron ver en una aparición digna de Camille Flammarion el rostro identificable del verdadero culpable.
Bugatti era un espiritista por herencia de la abuela materna, que ocultaba sus dones propios del siglo XIX porque nadie le creería y solía atribuir los éxitos de su pesquisa no al mundo de lo invisible, sino a casualidades posibles por la inestimable ayuda de sus subordinados: yo soy otro, pero no aquel que ellos piensan era la segunda parte de la consigna.
-Dorfles, prepare una orden de arresto.
Al oír esa orden el teniente quedó fijado en el relato como una estalactita, la sangre se le congeló ante el espectáculo imprevisible de una mente poderosa en acción. Era demasiado para tan solo veinticuatro horas de extravíos y se limitó a cumplir la parte mecánica del pedido. Colocó el papel en la vieja Olivetti, encabezó retóricamente el expediente y se detuvo.
-¿Qué espera teniente?
-El nombre comisario, lo ausente y lo que permanece es el nombre.
Bugatti hubiera preferido decirle un simple “continuará en la próxima entrega” y así ganar un tiempo precioso. La vida no es un folletín superficial sobre los misterios de Palermo ni menos comic de aficionados retenidos en la infancia, la vida es una herida absurda y una opera aperta. La vida es una tómbola tom tom tómbola o un soplo porque veinte años no es nada.Una rosa roja hubiera temblado más que el comisario Bugatti cuando dejó en libertad el nombre escrito por su mente.
Dorfles, lo poco de Dorfles que persistía en el relato ya se vio traslado de oficio a distritos de estructura ausente; pensó que Bugatti había enloquecido, la tensión ya era demasiado insoporrtable para este hombre y quiso apenas verificar si estaba en lo cierto.
¿Cómo dijo?
-Lo que oyó Dorfles, lo que oyó…
Bugatti dejó que Dorfles terminara el papeleo, luego trató de recordar si en el año 57 el ganador de San Remo había sido Claudio Villa, cuya voz le venía como un eco amable de la niñez.