Que haga buen o mal tiempo tengo costumbre de salir a eso de las cinco de la tarde a estirar las piernas por la calle Verdi. Es una arteria relativamente breve que comienza perpendicular a un cementerio, cruza dos plazas íntimas –de los Olímpicos y Eduardo Fabini- y se distiende en la rambla Concepción del Uruguay, la calle ancha con canteros centrales marcando el límite de algo esencial de la ciudad que yo ignoro –escollera sumergida, proyecto fallido de arquitecto urbanista- y que luego sigue unos cien metros más, hasta morir en 18 de Diciembre.
Algunas tardes me quedo sentado en uno de los bancos de la plaza de los Olímpicos, pensando sobre las escasas variantes defensivas que tengo por delante en los próximos movimientos. Cuando la tarde es soleada aguardo la llegada de perros y vecinas, hasta que algún carro tirada por un caballo flaco me recuerda la ciudad en la que habito. Si está frío y llovizna me refugio en “El submarino Peral” que queda a once minutos de marcha a pie desde la segunda plaza, subiendo por la calle Candelaria. A esa hora de la tarde el café lleva bien su nombre, se respira una atmósfera de inmersión distante, como si afuera nos rodeará la profundidad oceánica y el periscopio estuviera plegado.
El lugar contradice la sensación de barrio sin sorpresa, se parece vagamente al café “Praga” del centro de la ciudad, último bastión ciudadano de una vida intelectual y bohemia a la antigua, malherida por los ventiscas post modernas carentes de ambición del talante Excalibur. En el espacio exiguo de “El submarino Peral”, reaparece el gusto por pasiones del pensamiento que llevan a abismar la vida en algún objeto preferencial –obsesión por un autor olvidado, como ser Denis Diderot- y la concentración reflexiva que aquieta la pasión resignada. Identificación de los tertulianos con esa militancia mental vintage que les devoró la vida dándole sentido, inventándose personajes extravagantes de una sátira que nunca será escrita. Supongo que voy por ellos al café, para verlos actuar detectando por ráfagas la manía que olvida la vida entre detritus, tentando adivinar cuál será el día, detalle, casualidad, error, consecuencia, el milagro secreto que abrirá las compuertas de la miseria, enfermedad, la locura y muerte accidental por mano propia. También a mí pueden perderme esas horas de invierno en inmersión, destinándome a una tarea beatífica de mero observador sin voz ni voto.
Si el ex maestro está en vena positiva, despliega las piezas de ajedrez sobre el tablero y alguien silva la melodía del tango “Copacabana” de Julio de Caro, me imagino estar en un café de Buenos Aires sobre Avenida Callao. El ex maestro ya no participa en competiciones de ningún tipo; algo ocurrió de terrible en su vida, en medio de una partida decisiva perdió ventaja considerable en posición, tiempo y material que lo llevó a abandonar el circuito: “uno puede ser un buen lector, que es bien difícil, sin necesidad de volver a escribir el mito de Fausto” me comentó alguna vez, y refiriéndose a su rechazo de la confrontación con otros contendores, que es el corazón cruzado del juego de Ruy López de Segura. Es más extraño porque la gente dejó de jugar ajedrez como cuando el mundo está en peligro de desaparecer; nombres como Lasker, Smyslov y Tartakower parecen guerreros mágicos de una saga de fantasía heroica, sobre combates aristocráticos fatales en planetas expulsados del tiempo finito y la Física cuántica.
Mantiene la pasión por la tradición de los grandes maestros mediante el homenaje diario. Se dedicó en cuerpo y alma a reproducir las partidas más bellas del ciclo de la épica lúdica destinado al olvido, conoce cada detalle de todas las partidas desde los orígenes del juego, hasta reproducir los movimientos entre el Hombre y la Muerte tal como aparece en “El séptimo sello”. Pudo deducir la partida entre el campeón húngaro Mirko Czentovic y el Dr. B. en el trasatlántico que hizo la travesía entre Nueva York y Buenos Aires. También el torneo a 34 partidas, que se jugó del 6 de septiembre al 9 de noviembre de 1927 en Buenos Aires, entre el ruso Alexandre Alekhine y el cubano José Raúl Capablanca; alguna vez lo escuché despotricar contra el ruso por haberle negado la revancha al cubano. Cuando evocaba las simultáneas a ciegas del argentino de adopción Miguel Najdorf –tenía especial admiración por la competición de 1943 en Rosario- nacido en Grodzisk Mazowiecki, cerca de Varsovia, la ilusión polonesa de los años cuarenta era completa.
De pronto, se escuchaba hablar en alemán a algún parroquiano venido de la guerra con esvásticas y sólo dos posibilidades de origen que era preferible dejar en la indeterminación. Entonces mi deseo de refugio se marchaba al café Gluck de Viena, pensando en los destinos trágicos de exilados de la violencia en “El Submarino Peral”. Recordaba lo que Stefan Zweig dijo del librero de viejo Jakob Mendel: “Pero, bien pronto, él se retornó de Jehová, el terrible Dios único, para entregarse al seductor politeísmo de los libros.” Se refería al personaje donde se dramatiza el dilema de la erudición en tiempos de guerra, el debate entre las armas y las letras, que vería también yo mismo y pronto en esas mismas calles del barrio. Por ahí caían los meteoritos de la guerra como estado del mundo y lejos de los puentes de mando, ondas expansivas de la violencia promoviendo una trampa entre los parroquianos de “El Submarino Peral”.
Observaba una variante de la defensa Alhekine y recordaba la guerra ruso japonesa por el control de Port Arthur, de cuando el gran maestro tenía doce años. Admiraba la astucia caribe de Capablanca para rematar una partida y recordaba que él tenía siete años cuando mataron a José Martí. Había un veterano que decía haber estado siendo niño en Tupambaé el 22 de junio de 1904 y yo recordaba algunos nombres de caídos en esa masacre que partió la historia de mi país en dos mitades. Quizá yo mismo regresaba en mis lecturas al olvidado Zweig, sus relatos por el dolor de inocentes destrozados de la Gran Guerra y porque se suicidó del otro lado de la frontera, el 22 de febrero de 1942 en Petrópolis, bien cerca de Río de Janeiro donde fui feliz alguna vez. Me veía a mí mismo recorriendo en la adolescencia “La batalla del Río de la Plata” de Sir Eugen Millington Drake, persecución marítima que inició la partida mortífera de la segunda guerra mundial, cuando tres peones ingleses encerraron una torre alemana y acorazado de bolsillo. Hasta que el capitán del Graff Spee -Hans Wilhelm Langsdorff- sacrificó la pieza mayor haciéndola implosionar en la bahía de Montevideo.
Ahí estaba mi paranoia Ismael, embarcado en un café que homenajeaba al primer submarino de la historia, de 22 metros de eslora y que desplazaba 85 toneladas en inmersión tal como enseñaba el Espasa Calpe. El invento de Isaac Peral y Caballero, nacido en Cartagena y muerto en Berlín en 1895 por una complicación de meningitis mientras le trataban un cáncer de piel. Historia militar de invención y vilipendio, indiferencia y hostilidad. El prototipo fue botado el mismo año que nació José Raúl Capablanca, el ajedrez retorna al campo visual cuando hay tambores de guerra redoblando cerca de casa. Los mandos le negaron al ingeniero Peral el permiso para atravesar el estrecho de Gibraltar –donde nació Molly Bloom y Corto Maltese pasó la primera infancia- desde Algeciras a Ceuta. El ingeniero, que redactó un tratado teórico práctico sobre huracanes, sucumbió a la campaña de difamación, seguro que montada con mentiras, papeles falsificados y espías financiados para sabotear su proyecto. Durante el último año de su vida escribió un manifiesto para defenderse, que sólo pudo publicar en “El Matute”, una publicación satírica, probando que toda tragedia declina a la larga su propia parodia. Sobrevivió a la guerra en Cuba, a la tercera guerra Carlista y siempre fatalmente hay un absurdo que arrasa con nuestras ilusiones.
Aquella tarde que yo creía haber escapado a un temporal cruzando a paso rápido la plaza Fabini, en “El Submarino Peral” me aguardaba la tormenta eléctrica de la memoria y quizá la razón de mi inclinación por considerar la situación perpetua del conflicto acicateado por dioses de la guerra. Estaba ahí para olvidar y se encarnó en mí un recuerdo infantil archivado por falta de pruebas: no debía ser casualidad que me encontrara con un camarada de la escuela primaria. Fuimos inseparables durante seis años, hasta que su familia cambió de barrio y nosotros de liceo; estaba a toda hora en bar, vivía en la misma manzana y el dueño decía que lo trataba bien porque era descendiente lejano del ingeniero Peral. Nos reconocimos de inmediato, nada preguntamos de la suerte en los meses pasados, es preferible después de los treinta ignorar pormenores de esa correntada vital. Retomamos la conversación como si ayer nos hubiéramos despedido en vida y habiéndonos encontrado luego de la muerte, cuando el pasado era ahora, descubriendo que el Purgatorio reproduce el café de la infancia.
Fue Juan Francisco quien abrió la partida paradigmática con piezas blancas: “¿Te sigue gustando el olor a cuero y pomada de las zapaterías de viejo?” preguntó, cambiando la apertura insulsa habitual en nuestros diálogos por una variante con sacrificio que nos llevaría lejos.
Yo: Si, si, entiendo… te veo venir… ahora que lo evocas claro que lo recuerdo. Para mi aquel capítulo fue un cruce desconcertante y mágico, ahora le perdí el gusto a los olores de taller de zapatero pero esos a los que te refieres son imborrables.
JF: Ella era una memoria inconcebible entre nosotros. La mujer esa… presencia providencial, embajadora de otro planeta furioso y destinada a trasmitir el horror de los otros números. Alguien la envió para pasar un mensaje sobre lo que nunca pudimos entender, críptico por insondable pero mensaje al fin y ella era la portadora. Te lo debemos a ti que se haya salvado del olvido, eludiendo la amnesia programada que nos carcome.
Yo: Claro, ahora con el tiempo es sencillo regresar sobre el asunto de la mujer del zapatero remendón. En el barrio lo sospechábamos como un juego implicando la cábala ancestral que ignoramos, ella pertenecía a un sistema mágico de pensamiento diferente al nuestro. Comenzó siendo un detalle del paisaje barrial, luego el tiempo hizo de las suyas buscando el sentido, alimentando el horror. El saber de una historia creciendo con información aleatoria, testimonios que sumamos de forma casual y azarosa, casi sin darnos cuenta.
JF: Hoy día falta información correcta, intuyo que nadie quiere aceptar eso de frente y las urgencias enturbian en pasado. Cuando lo sepamos en su totalidad será insoportable, si es que nos decidimos a querer saber.
Yo: Lo extraño es que ambos lo recordemos en la misma situación espectral, de manera distinta como cuentos gemelos y coincidentes en los datos centrales.
JF: Nunca dijo nada al respecto. Ella sabía que luego de la traducción al español sería imposible recordar lo vivido, a la vez que se liberaba contando volvía a ser prisionera tal vez en Belzec. Nadie le creería el relato hasta el fin, declararíamos que se confundió al cambiar de lengua. Los informados comenzaban a barruntar la historia y en nosotros el asunto requería un primer párrafo de aceptación.
Yo: Lo conmovedor era que se trataba de una mujer y había estado en el vientre del monstruo, la peor combinación imaginable para aquellos años: mujer, judía y polaca. Luego de descubrir su destino de muerte, saber lo sabido y habiendo escapado me cuestiono cómo podía seguir yendo luchando por la vida. Hacer la compra en el almacén q ue queda siempre en la otra cuadra, levantarse cada día y mirarse en el espejo, enjuagar las medias en la pileta…
JF: Las fuerzas de la vida refutando la destrucción y disculpa la banalidad.
Yo: Tengo un recuerdo preciso. Iba seguido a la zapatería cuando todavía vivía el difunto marido; un verano, debería ser a esta misma hora, estaban por cerrar y ella venía de la cocina secándose las manos con un repasador. Vi que había algo en un brazo suyo que me encandilaba la mirada, parecía una mancha borra de vino al principio, un moretón de dos días que se vuelve violeta. En otras visitas, hipnotizado por ese borrón sobre una piel blanca y dura con pintitas marrones, reparé que era algo delineado por la caligrafía, difícil de asociar al capricho de la naturaleza, brote, sarpullido, la picadura infectada de un insecto.
JF: ¿Ella captó tu curiosidad?
Yo: Claro, ella sabía que yo era un niño ignorante del mundo, curioso por bobera y tenía la misma edad que su hijo
JF: Marquitos.
Yo: Tampoco dijo nada en plan reproche ni se sintió fastidiada por mi curiosidad insistente. Después del descubrimiento era flagrante que yo pasaba seguido por la zapatería y quería mirar esa mancha del antebrazo. Ello continuó por semanas; tratando de entender lo que sucedía y sin saber lo que ocurría de perverso en mi actitud. El tiempo de las revelaciones lo decidió ella y una mañana dijo: “Mira bien, son números. Esta es mi fotografía de identidad de hace unos años atrás: un número.” Supe que eso sería todo y por más que preguntara nunca tendría otra respuesta que eso que venía de escuchar. Lo dijo en voz baja, con aquella voz ronca que tenía… sin dejar de sonreír continuó trabajando en el taller… ordenando suelas enteras, juntando clavos semilla, acomodando cepillos circulares de la máquina de lustrar. Eran números alineados, quedé sin palabras ni poder deducir la razón de esa cifra en la ecuación del mundo. En esa época se me ocurrieron tonterías para evadirme por la imaginación de una revista de historietas; decidí que era la cifra oculta del universo cuya memorización y combinatoria abría arcanos últimos del conocimiento.
JF: Tampoco estabas tan equivocado en relación a los números. Eran guarismos aberrantes del universo, el brazo de esa mujer tenía tatuada la cifra del misterio y secreto de la destrucción de la razón, el nombre oculto por vergonzoso de dios y los dioses, del maligno y del advenimiento.
Yo: La transformaron en eso, la vida reducida a logaritmo tatuado sobre la piel humana viva. Las matemáticas abrían sus secretos rindiéndose a la humanidad, luego de siglos de historia velada seduciendo lo hermético, en la trayectoria del big bang hasta el final los números hallaban su razón de ser: punto de intersección entre arquetipos abstractos y el hombre. Desde esa revelación detesto las matemáticas que hicieron posible el horror que descubrí en la infancia.
JF: La ciencia no es responsable de lo sucedido, somos los hombres que…
Yo: ¡Y un huevo! Prefiero ser un vago malgastando la vida en la calle Verdi a estudiar esa objetividad abstracta teñida de sangre. La historia del horror es la historia de la ciencia, después de Hiroshima el edificio de la Física en sus declinaciones y los casilleros químicos de la tabla periódica están malditos por la eternidad. Nada las podrá redimir, habiendo concretado la traición contra la creación seguirán su éxodo hacia el final… tomarán un atajo por la tontería y la estulticia, serán algo estratégicos antes de la recta final para responder a la pregunta que sustituyó la relativa a la existencia de Dios: ¿Es posible abolir el Planeta en un gesto suicida de simetría artificial? Números enteros, series y operaciones de cálculo tienen por finalidad la ruina circular. Terminarán por atontar los cerebros que lanzaron su comprensible inteligencia del Cosmos, se abrió de par en par la puerta de los siete cerrojos a la demostración matemática de la desesperación. Nada podrá detenerlo.
JF: Los sabios cabalistas son prescindibles buscando números en las escrituras, el número secreto se tatuó en millones de hombres y mujeres, esa es la verdadera serie. Uno de los dioses es la cifra resultante de la suma de los marcados que resuelve la incógnita; ofrece la ecuación última del misterio, profetiza el número de vueltas que le queda a la Tierra alrededor del Sol. Ese dios utilizó a los nazis para borrar la soberbia que supone pretender probar su existencia.
Yo: Parecía una cifra de científico loco caricaturizado en las películas de serie B. Buscar a dios mediante los números y dios gritó que hay que buscar la criatura perdida entre los números. Yo intuía lo relacionado a los números negándome a admitirlo, estaba interesado en la historia como explicación racional y negando las deducciones aritméticas. Sabía que estuvo en un campo de concentración. ¿Qué noción podía tener a los nueve años de un campo de concentración? Nunca había ido ni al teatro Solís; a lo máximo y mediante la televisión lo suponía un campo de prisioneros con perros adiestrados y alambrados de púas, focos de luz y torretas, guardias armados hasta los dientes. Del resto nada, hasta era racional eso de numerar a los prisioneros; tampoco parecían prisioneros, prisionero eran Edmond Dantés, Jaromir Hladik y Patrick McGoohan. El horror fue un cuento que se fue conociendo en cuanta gotas.
JF: A ver, a ver… me parece que estás confundido.
Yo: Es posible, cada detalle era normal, a medida que se sumaban –como los números- actuando en conjunto el horror se definía hasta perder contornos. Había un número, la cifra buscada y estaba tatuada en la piel, esa cercanía alteraba el sentido de la historia, la noción de familia, la condición humana haciendo de la vida algo detestable.
JF: Ahí te puedo entender… el cambio para el resto de la existencia: tatuar en serie un antes y el después. Individualizar la supresión, organizar antros de muerte colectiva, atribuirle hasta el conjunto finito, banalizarla en depósitos de cajas de madera, proponerla como salida única y en condiciones de animalizar.
Yo: Numerar la muerte en una acción vasta y programada, agregarle un acoplado inédito a la guerra tradicional. Tarea digna de titanes ganados por la asepsia y el deseo de limpiar de escoria los dominios terrestres del hombre superior.
JF: La dimensión de la percepción del problema y postulando la solución absoluta, eso era la tesis. De ahí a una gestión racional de las prisiones… primera selección a ojo y criterios genéticos, trenes para el traslado al campo, cámara de gas y eliminación de cuerpos en hornos crematorios. La cadena industrial en astilleros y la muerte; uno de los frentes siguiendo mandatos de estratega berlinés y otra práctica en la retaguardia por la guerra secreta del alma. La guerra clásica a la manera de Helmut von Moltke y Carl von Clausewitz fue una maniobra de distracción para ocultar la enormidad. Esa historia cuando la entiendes mediante la epifanía en su despliegue de maldad es insoportable.
Yo: Algunas veces estuve tentado de preguntarle a la mujer del zapatero, suplicarle que me contara lo indecible, negarme a morir el siglo próximo viviendo como un ignorante, habiendo pasado al costado del único enigma del siglo. Es la primera historia que merece ser contada, después vienen las otras, pero nunca me atreví.
JF: ¿Miedo tal vez?
Yo: Por supuesto. Miedo de saber, respecto por un secreto, dejar esa historia en ella y lejos. Una maldición del tiempo de la tumba de Tutankamón que podría expandirse en cuanto la abriera. No éramos culpables y menos víctimas directas. La segunda guerra comenzó su controversia por la supremacía marítima en la bahía de Montevideo, nunca fuimos sitiados por los japoneses como Port Arthur. Acaso una lejana solidaridad de sufrimiento, sentimiento de jamás comprender del toda la insensatez humana que tanto necesita de las masacres.
JF: Contentarnos con la única versión que decidieron para nosotros. El primer frente heroico escrito por Selecciones del Reader’s Digest, ediciones Marvel y películas de la Metro-Goldwyn-Mayer. Si a los ocho años aceptas que masacren a comanches, búfalos, apaches y pérfidos coreanos ¿qué pueden importar las doce tribus de Israel? Desde entonces tenemos una visión de la historia atravesada por la propaganda activa: Custer, Superman y Paul Tibbets pilotando por el honor del águila americana el Enola Gay, un Boeing B-29 Superfortress. El Departamento de Estado nos formó la cabeza en la infancia; fue un crimen contra la humanidad cuando empieza a entender el mundo y leer en silencio.
Yo: No había otra visión de la historia para nosotros, será nuestra compañía hasta la muerte del circuito de la memoria- Esos tres valientes están incrustados en nuestro inconsciente personal y colectivo, los confundimos con la nostalgia. El Impero del Mal con su cortejo de superhéroes nos asignó un rol de extra y nos desprecia por ignorancia, privándonos de la indignación elemental.
JF: Los marcados fueron los judíos que no pudieron escapar.
Yo: Hubo de todo… la cabeza de algunos judíos de la Mitteleuropa era una esperanza para la humanidad, eran el enemigo.
JF: Algunos parecían tener vergüenza por lo ocurrido.
Yo: El capitalismo mecánico es una poderosa maniobra de negación y digiere como las anacondas todas las presas enemigas.
JF: Supongo que vivir en la costa, penúltimo piso, doscientos metros cuadrados, sabiendo que miles de miserables, que creen en tu mismo dios, pendientes de tus mismos libros sagrados, marcados de por vida por los nazis o no penan en los barrios de Montevideo, antes de marchar al Shaolh y pedir el libro de reclamaciones, requiere cierta textura emocional que me desborda.
Yo: Te jodiste… ahí se te filtra tu vertiente antisemita.
JF: Puede… digas lo que digas sobre este expediente de la historia estando fuera serás acusado de antisemita, un poderoso estigma para marcar al otro que funciona a maravilla; es cómodo, manifiesto y en ciertas circunstancias se vuelve insoportable.
Yo: A pesar de esas trabas éticas, como todavía era un niño pude reconstruir pedazos de la historia. Nunca tendré detalles de lo ocurrido, aquello es el territorio temido de lo indecible, al menos quisiera acceder a fragmentos de papiros, sin pasearme por la vida que me resta en la ignorancia del enigma clave. El resto permite que lo trabaje la imaginación, meditación sobre la depresión nihilista, relatividad de utopía revolucionaria, recorte del epicureísmo que no merece la ignorancia ni el viaje alienado a las estrellas…
JF: Todo un programa de cara al futuro…
Yo: Hay tramos de vida de ella insondables ante los que declaro mi absoluta incapacidad de juicio. Parece que a pesar del hambre de la guerra seguía existiendo la juventud y otro joven ocupante con algo de piedad y el secreto sobre la situación de las mujeres… Ella escapó, es suficiente para nosotros. Nunca conoceré el misterio absoluto, la trayectoria que lleva de su infancia, la razia nocturna, los meses de internación en el campo polaco, la relación con la masa prisionera, el funcionario que la numeró en una larga fila, el otro día con un principio de infección, el escape o la liberación a su vida entre nosotros… el azar finalmente de “ese” número y no otro.
JF: Nada sencillo y es lógico. El asunto te puede comer la vida como le pasó al jugador de ajedrez en el barco con rumbo a Buenos Aires.
Yo: Si existe un itinerario real de venida debe existir en simetría, en inversa, en paralelo, otro itinerario ideal de regreso al origen. Nada nos impide suponer que algún día lejano y conjetural podemos emprenderlo, hasta comenzar a entender. ¿En la realidad y siguiendo las escalas, en pesadillas fruto de la obsesión, la imaginación encerrado entre cuatro paredes, el peligro cuando la escritura es la posible? ¿Existe otra entrada temática razonable hasta que se puede descifrar la serie de los números tatuados? La cifra final, la segunda producto de la suma, el prisionero del número anterior, la vida del otro prisionero posterior y el número último que fue tatuado ese mismo día o en la serie marcando la finitud del procedimiento.
JF: Preguntas que tienen estigmas aberrantes; la demostración es imposible de atenernos sólo a las matemáticas.
Yo: Además de esa paradoja de y contra la ciencia, a mí me marcó el misterio de los itinerarios. Conducen a esta seudo broma que no es tal, de que ella estaba aquí a la espera de la muerte sabiendo que nunca habrá regreso, pensando que su estar aquí era decisión de duelo; que nosotros ignoramos creyendo conocerla. Esa situación celestial recóndita enuncia algo capital para el equilibro del cosmos, esa mujer judía y polaca viviendo entre nosotros, mi vecina que venía a casa a ver televisión con nosotros, porque mi madre la quería, ella a mi madre le contó la marcha del horror y mi madre nunca quiso contarme a mí. Los números tatuados en el antebrazo de esa mujer -única en la historia de la humanidad e irrepetible como Cleopatra- nos indican un mandato relativo a la memoria, la imaginación y el resto. Nos recuerdan el interés que debemos incorporar a nuestros proyectos futuros.
JF: En caso que tales proyectos fueran pertinente y necesarios, si es que se justifican y acomodan a la verdad del mundo que se nos viene.
Yo: Jode, nos interpela por ser extranjeros llamándonos a cierta responsabilidad más extensa.
JF: No estamos a la altura de tan enorme tarea. Debemos dedicarnos a otras actividades menos sagradas, lo preferible sería formar una banda musical con guitarras eléctricas y amenizar bailes de verano en la costa. Así no enfrentamos estos problemas, es más fácil, horizonte, historia y muerte son menos complicados; manejando la ironía de la sobredosis letal estás en óptimas condiciones para responder.
Yo: Por lo otro me consta al punto de estar cercado. Alguna vez en la vida seré llamado e interpelado por esos itinerarios; no todos ellos puesto que sería intolerable, acaso algunos. Estoy seguro que cierta temporada quedaré trancado en un segmento de los que ella trazó… decidí que ella venía de Lodz. Lodz como destino y punto de partida. Lodz como misterio último. Algún día iré a Lodz para saber y dejarme morir cubierto por la nieve, cuando llega el invierno y me sorprenda en el medio del viaje.
JF: Lodz…
Yo: Lo que me atraía era el nombre de la mujer. Lola.
JF: Fassbinder viejo y peludo… demasiado bonito para ser cierto, ese no debería ser el nombre verdadero.
Yo: Casi seguro y por qué no. Tienes razón, parece nombre de cantante de cabaret de Berlín años veinte y de Lodz para pautar una trágica simetría. De antes, cuando se rompían vidrieras y se pintaban estrellas de David en las puertas.
JF: Grosera estrategia de transferencia.
Yo: Quiero olvidar el horror y para ello le inventé una historia de antes del horror.
JF: Es más cruel, desconoces la causa del horror, la inventas y quieres olvidarla. Era judía en Polonia y dieciocho años en 1942, la máquina trágica fue implacable con ella, sin piedad, pudo ser otro testimonio de “Shoah” y el destino la trajo hasta nuestro barrio como si fuera poco.
Yo: La imagino vestida con lencería sugerente y plumas livianas, fumando con boquilla cuando se escucha la música. Cantando canciones evocando tórridos amores de adulterio, historias de legionarios celosos hasta el crimen pasional. Travestidos operados con mala praxis, condes polacos decadentes marchando a la heroína intravenosa entre jóvenes ambiciosos, ingleses de paso espiándose a sí mismos, muchos soldados jóvenes de asueto, pasiones inconvenientes con muchachos y muchachas llegadas de provincia con ilusiones ambiciosas. La quiero ver antes del horror con una vida religiosa liviana, delgada y demacrada, saliendo a actuar en ropa negra apenas iluminada por luces tenues y filtrada por humo, con orquesta minimalista presente sobre escena… en estrella erotizada de music hall censurado cada madrugada por autoridades municipales de inspiración católica.
JF: Tu procedimiento ficticio es cuestionable. Eso es lo que te gustaría a vos, no quieres salvarla a ella, te querías salvar vos. Seguro era una pobre muchacha analfabeta con una chorrera de hermanitos a su cargo, salida del campo y alimentada con papas terrosas.
Yo: Ya lo sé… también se me hace insoportable lo que me rodea. Sin perder la versión de la víctima te contamina hasta la muerte, se filtra en rincones del alma obligándote a que lo sientas. Huyo cobarde por el glamour del cisne, la ironía de suspender el horror del mundo esos años y quiero creer que ella también por la paz al menos del alma. La supongo sobreviviente, descubrí en el brillo de sus ojos y la sonrisa que se salvó por la vida que tenía antes del horror, por la vida feliz que le inventé y decidí creer que en los malos momentos ella se refugiaba en el pasado.
JF: No hay mayor dolor que recordar…
Yo: Que se salvó porque en la carencia total del sentido de la vida, la pateadura de dios y la masacre del año que viene, en la degradación que lleva a la peor de las muertes y destrucción del ritual ella se cobijaba en el pasado. Se salvó de milagro porque a la carencia de vida ella le opuso la segunda vida que yo le atribuyo, de cuando era estrella nocturna del cabaret de Lodz. Es un milagro con partitura de canciones.
JF: A ver eso.
Yo: Considera el conjunto de fuerzas destructivas acumuladas desde la Creación que se cifraron en ese antebrazo, la suma en paralelo de talento e imaginación para descifrar el universo, de odio hasta alcanzar la aporía de la autodestrucción. Estética perversa, ambición irracional y el poder absoluto de alterar el sentido de la historia forzando la orientación de la Creación. Esa mujer estaba condenada a ser disuelta en la ceniza cósmico que cubrió la luz durante décadas.
JF: Y después si tienes razón, ella resultó salvada y por extraños laberintos llegó hasta nosotros.
Yo: No necesitamos ir hacia el horror, el horror termina siempre llegando a nosotros y eligió la tarea manual con enseñanza. Ella comienza a remendar zapatos viejos como si juntara despojos de cadáveres escamoteados a los verdugos y aquí estando lejos, entre nosotros que nunca entendimos nada de su pasado y suponemos tontamente que vino aquí por las playas, la carne de novillo a las brasas y el desfile de carnaval encabezado por carros alegóricos…
JF: Viene al Uruguay, desafía de nuevo a la muerte mirándola a los ojos sin pestañear y dice: Hola, yo soy Lola.
Yo: Además de la muerte, a las fuerzas negativas esa mujer les opone el poder resistente del cabaret. Esa es mi versión de los hechos.
JF: Tenemos ante nosotros varias pistas para escoger, hace tiempo que no estábamos tan serios.
Yo: Estamos ante la evidencia de que todo lo que hagamos, cualquier proyecto pretendidamente original tendrá un punto de partida: Lodz.
JF: Creo entenderlo. Tu Lola vendría a ser Musa inspiradora, la verdadera hasta el final, desplazando incluso deseos fundados hacia algunas vecinas en la edad del desarrollo, que nos tienen inquietos y quisiéramos llevar un par de horas al hotel más próximo.
Yo: Te quedas corto: la justificación de todo lo que podemos hacer de interesante, la profundidad de la memoria, el horizonte de imaginación, el trabajo sobre la breve historia de nuestra colectividad, lo relativo de nuestro estar en el mundo, las historias que podemos inventar, nuestro pequeño sufrimiento de la vida, la comadreja de la ambición y la envidia que nos carcome los relatos, las que decidamos callar para siempre, ese planeta egoísta está en la permutación de las cifras tatuadas de la mujer que decía llamarse Lola.
JF: ¿Te parece fuerza suficiente? Quizá es un meteorito salido de órbita, de historias distantes que nunca nos pertenecieron.
Yo: Si fuera exterior a nuestra historia esta conversación carecería de sentido. Los números tatuados en esa mujer pueden salvarnos de la guarangada, protegernos de la confusión, advertirnos de la mediocridad tentadora, relativizar las inconsistentes ambiciones de la ignorancia. Enseñarnos la pertinencia del misterio, hallar el equilibrio entre la recepción y la rectitud ante la tarea que se sabe un mandato.
JF: Las condiciones objetivas son exigentes.
Yo: ¿Y qué? Una sola consigna: ni una línea que sea indigna del número de Lola.
JF: Qué será de su vida si es que todavía vive.
Yo: Vaya uno a saber… cuando falleció el marido ella vendió el taller y se mudó cerca del barrio, pero es como si hubiera regresado a Lodz. Me pregunto si de veras la conocí.
JF: La cruzaste y jamás podrías llegar a conocerla al menos que fueras un mago de Lublin. Creemos y es la advertencia que se nos enviaba, señal del camino reordenando nuestra responsabilidad si agarramos para otro lado.
Yo: Nunca volví a ver otro tatuaje como ese.
JF: Nada lo hacía posible, fuimos testigos de algo excepcional en la historia de la humanidad. Un eco, luz lejana de la Creación y brasa ardiente del horror. Nadie que haya visto y estando cerca de esos brazos tatuados será el mismo del día anterior.
Yo: El mundo en pocos años olvidará esos números terribles, esa disposición del horror encarnado en los inocentes. Ya verás. Recuerdo su piel gruesa, rugosa creo que dije, con cientos de pecas como si tuviera dos epidermis, tirando a pelirroja y la manera de hablar…
JF: No podemos seguir con ello.
Yo: Es probable que nunca más hablemos. A todas las personas que conoceré hasta la muerte les contaré mi vida inventando aventuras fabulosas, todo menos esa experiencia y esta conversación en “El Submarino Peral”. Intentar olvidarlo será absurdo.
JF: ¿Cómo eso se puede volver problema nuestro?
Yo: Bonito programa para los años venideros. Vendrán otros dolores, nos alejamos de esos números, diremos que la historia es otra. Lola es luz debilitándose de una lejana estrella muerta.
JF: La zapatera prodigiosa.
Yo: La mujer tatuada.
JF: El número inolvidable.
Yo: La reina de la noche.
JF: Lola.
Yo: Musa extranjera del equipaje, de la tripulación del submarino y esto comienza a tener sentido.
JF: No es juego y no hay banda. ¿Luego de esto tenemos derecho a bebernos una cerveza?
Yo: Necesito un litro de Zywiec bien helada para ahuyentar los demonios. Quiero que ya sea después de medianoche, que Lola salga por esa puerta y cante algo del cabaret de Lodz. Escuchar los golpes de un zapatero remendón he tique taque tuque he tique taque tuque para mantenerme despierto, hasta que salga el sol de la conciencia y memorizar los números. Decidirme por alguno de los segmentos del itinerario de la muchacha polaca, prometerme ir alguna vez en peregrinación, una vez en la vida aunque sea hasta olvidar mi propia vida. Necesito un segundo litro de Tyskie helada que queme los labios y desgarre la garganta, me congele las cuerdas vocales hasta dejarme mudo. Lo necesito, tengo miedo de que el mundo quede fijado, estar aquí mismo en “El Submarino Peral” dentro de treinta años, siendo pasajero espectral del buque fantasma, contando las mismas historias.
JF: Tranquilo loco, tranquilo.
Yo: Lodz… nunca conocimos Lodz…