Querida Anainés:
Nunca más volví a ver hasta ahora a la mujer de la mirada clara y seguro que habita la misma ciudad desde donde te escribo. El número de teléfono que me anotó en el restaurante de Belleville estaba fuera de servicio desde hacía varios meses, a la segunda tentativa que hice por localizarla con los medios a mi alcance supe que era tarea inútil y abandoné el intento. Veremos si una vez publicado el material, si ello se produce y como fuera pactado ella da señales de vida.
Esta es la historia verídica del manuscrito que te estoy enviando, tal como conversamos los últimos días de junio en la calle Blanes. Tú verás si puede activarse alguna palanca, si vale la pena poner la maquinaria editorial en movimiento y hacer de estos papeles un libro. Por los aspectos legales del episodio, dudo que alguien allí en Uruguay reclame la autoría de los textos precedentes. Atraviesan el proyecto heredado historias aludidas y antiguas de Montevideo cuyos personajes están en segundo plano, abandonando la escena otoñal, desafectados por el desgaste como el bar Siroco de 8 de Octubre y Garibaldi, rumores que nadie querría desempolvar.
Antes de llevarlo a La Poste dentro de un rato, anoche mismo leí hasta tarde el manuscrito. La traducción al español podría mejorarse corrigiendo imperfecciones de mi entera responsabilidad, falsas opciones, contrasentidos, confusiones de nombres y fechas, cosas propias del descuido. Este material, desde que ella se desprendió del cuaderno me quema las manos, atrasa mis propias invenciones y quiero que salga cuanto antes de mi cercanía. Lo leí esa última vez y como balance puedo confesarte que tampoco incorpora nada nuevo sustancial o documentado al conocimiento de la obra de Quiroga.
Quien sabe… quizá sea esa la labor paradojal y secreta de la crítica literaria que tanto nos interroga, acrecentar sin pretenderlo el misterio persistente de algunas escrituras singulares. Los autores se continúan leyendo mientras persiste un enigma, el saber que ninguna edición crítica llega a desvelar, la intuición fulgurante que termina huyendo de nuestra lectura como un puma joven. Inexplicable como el rastro de sangre del jabalí herido en un bañado de Rocha, el humo acre de una pipa de cerámica, el hedor a sábanas manchadas de pensiones demolidas del bajo montevideano. Ese regusto a cianuro diluido en un siglo de lecturas y que persiste en la boca luego de leer un cuento de Quiroga… algo así.
Tanti bacci
JCM