Es posible pensar que las imágenes referidas al suelo y al pisar que se reiteran en la obra de Circe Maia han ido dejando las huellas del proceso de creación de esta poesía que, solo ocasionalmente, se refiere a sí misma. Este es un trillo trazado por una escritura que avanza con un movimiento no uniforme, pues admite ritmos diferentes, detenciones, ascensos bruscos o deslizamientos imprevistos. Desde su primer libro adulto Maia hizo suya la noción de poesía en el tiempo de Antonio Machado. Puntualmente, quisiera recordar el verso, popularizado por Joan Manuel Serrat: «se hace camino al andar». La identificación del desplazamiento del tiempo/cuerpo con los trazos de una escritura y una vida puede señalarse también a través de la presencia, más tardía en su obra, del poeta William Carlos Williams. En un artículo sobre algunos poemas de Williams, recogido en La casa de polvo sumeria, Maia decía que «ha comparado su forma de escribir con el acto de caminar». Al referirse al poema «La rosa» del escritor estadounidense explicaba que «en el acto de escribir el terreno sobre el que se desliza el pensamiento poético no es […] uniforme; se puede decir que no está “pavimentado”» (2011: 85). El diálogo establecido entre Machado y Williams a través de la poesía de Maia apunta al desafío renovado de crear: hacer el camino en cada poema. Esto se realiza en compañía de un lector que la obra de Circe convoca, invita, interpela, necesita, en fin, como parte de ese trayecto en que algo llega a ser. El poema surge de las tensiones entre la percepción, lo no-lingüístico y el lenguaje. La manera de dar concreción a la incertidumbre surgida de esta puesta en relación es cada vez diferente. En forma paralela, el conjunto de esta obra parece exhortar al lector a elaborar su propio recorrido. Será en parte azaroso, pero, para tener sentido, tendrá que someterse a una lógica poética rigurosa. […]