Lo sabemos todos.
Ayer llegué a la costa atlántica.
Hundí mis pies en la arena.
Escuché el ruido de las olas,
el ir y venir de la naturaleza hablando,
golpeando, fluyendo.
Escuché el canto de una ballena austral o de una sirena varada.
La costa, rota, tiñe mis pies de pronto.
Un niño corre con un pulpo en una bolsa de nylon.
Veo el pulpo tan vivo, enorme, sano.
Ayer vi el mundo detenerse.
La piedra en el reloj de arena.
Las gaviotas emprendieron vuelo hacia el mar
y volvieron cuervos, ennegreciendo en horizonte.
Las nubes se mancharon de gris que de pronto
fue un turbión, un remolino.
Ese niño vio lo mismo que yo
y solo reventó
la bolsa contra la arena.
Le quitó el agua y se fue feliz.
El mundo ha muerto.