El rapto del tenor (1995)

a Monika

(pre-texto)

Carta a una muchacha de Hamburgo


No sabés de mi dolor de muelas
de mi forma de agarrar el cigarrillo
de mi edad de mi ausencia de bigotes
de mis tres novelas publicadas.

No sospechás siquiera que en un estúpido domingo
Caracas junio diecisiete y treinta
alguien decida empezar a armar esa penumbra que te cercaba de noche en una esquina
y hace de esto como un año y medio.

Ninguna razón para que te detengas un minuto
imaginándome que te imagino
ningún olvido de tu memoria que resulte apelable desde sitio alguno
ninguna posibilidad de que te sorprenda
distraída
un olor inaspirado
una caricia no dirigida a vos
una pregunta informulada.

No sabés de mi sombra
tampoco de mi vida.

Por mi parte
y esto es una injusticia a reparar urgentemente
por mi parte confieso la ventaja de haber cruzado aquella esquina en St. Pauli
invierno del ochentaiséis
de haberte descubierto cercada de penumbras y dejando simplemente que el desprecio se gastara en su apariencia inútil
en esa indulgente aceptación del mundo que exhibías.

Confieso

desasosegado
mi odio repentino a tipos de rostro insospechable
a señores gordos que en este momento estarán leyendo el diario en Flensburg
o eructando frente a un jarro de cerveza en un suburbio de Hannover
y que apenas
indolentemente
recordarán que alguna vez sus pasos estuvieron vacilando junto a vos
que sus dedos torpes mezquinaron marcos
que tu soberbia los abochornó durante diez minutos
media hora.

No quiero equivocarme
vuelvo
como a una herida nunca restañada
a ese rato inmediato de la noche
a mi paseo por una Reeperbahn hediendo a curry y a grasa derretida
a las imágenes de coitos varios con que tres pantallas
en forma simultánea
asediaron sin piedad a mi cobardía en una sala oscura
me dejaron un gusto a vegetal entre los dientes.

No quiero por ninguna razón
negarte mi arrepentimiento
las cinco cuadras recorridas sin aliento y con el propósito indeclinable de amarte hasta la muerte.

Si fuera de utilidad
cosa que dudo
estimaría necesario dejar constancia de mi decepción
por supuesto nadie en esa esquina
por supuesto dos horas y un montón de cigarrillos.

Más tarde
en la pensión
lloré de cara al techo abovedado
me puse a inventarte desde tu cuello blanco
desde tu blusa abierta
desde el amor suave y desdeñoso de tus manos
en medio de una pena que planeaba sobre mí como una inmensa lágrima del mundo.

Quise
y no atiné en la forma
intenté recomponer pedacitos de esa ternura que dejaste caer al costado de mi piel
de mi cansancio.

Doblegado
te agradecí desde una infancia infeliz y calculada
me arrodillé en la cama para verte partir
para abreviar en parte mi desdicha
para cumplir
enceguecido
un ritual de distancias
de exclusiones.

Ya ves
no reivindico desde aquí derecho alguno
solamente he dejado para esta ocasión
un ecuánime listado de mis cargos y descargos.

Nada que importe verdaderamente.

El dolor reconoce otros desplantes.

Por eso pienso en vos como si fueras un viejo trazado de mis huesos
un acontecimiento de mis manos
una vejatoria pulsación de mis pupilas.

Te recuerdo
muchacha
porque tengo frío en esta temperatura de veinticinco grados
porque ya nadie
nunca
me desconocerá tan piadosamente como vos aquella tarde en St. Pauli
porque esta noche no puedo prometerte llantos
apenas
para mi consuelo
la esperanza de retener tus ojos claros hasta el borde del sueño
de entrar al sueño con esta irreparable
frágil memoria de mis días.

Te recuerdo
muchacha.

Voy a tirar esta botella al mar.

Caracas, abril de 1987