Nuestra hipótesis de lectura se focaliza en la confrontación entre los cantineros de Naccos y el cabo Lituma con doña Adriana para conocer toda la verdad de los asesinatos cometidos en la novela. Intenta explicar asimismo la persistencia de ciertas imágenes narradas que la indagación de “Lituma en los Andes” nos produjo, hace de ello casi veinte años, cuando fue la novedad del Premio Planeta.
La experiencia aquella y la memoria incidiendo en lecturas recientes nos llevaron a tres conclusiones subjetivas que se vuelven hipótesis de la comunicación. 1) “Lituma en los Andes” puede ser considerada una novela un tanto romántica. 2) admitir la intuición de que esa convergencia de historias comenzaba en libros anteriores del autor. 3) en la estrategia sumergida, el argumento ahonda el conflicto entre dos personajes instalados en el dominio de lo innombrable y la obsesión. Tres pistas escarpadas porque la novela se organiza a partir de la forma terceto o tríptico, como un icono abierto a veces y que se pliega llegado el momento ocultando secretos. Cada dominio textual presenta un desarrollo que podemos seguir con cortes de la linealidad, suspenso y recuperaciones con efecto.
En paralelo, se dispone una trama de interacciones provocadas por la necesidad y el azar, la coincidencia de territorio y personajes. Pensemos en la duda de Lituma sobre si Mercedes era Meche, la muchacha que Josefino alquiló una noche a la Chunga; en don Menardo Llantac, oculto en la tumba de Florisel Aucatoma y que será Demetrio Chanca, tercer desaparecido de Naccos y primero en la serie del relato. Se les puede llamar versiones, variaciones, circulación de punto de vista narrativo probando la complejidad de la pasión amorosa, el curso sangriento de la historia en tiempos de Sendero Luminoso e intercambios temerarios con potencias agazapadas. Tres mujeres, tres operativos senderistas con víctimas humanas, tres desaparecidos y la cosecha roja puede comenzar.
Referiremos a varios de esos aspectos, pero desde el título se advierte la orientación privilegiada que huele a azufre y carne quemada por las llamas infernales. Todo colabora para una zona central explotable decidida por interés y sospecha, percepciones archivadas y pertinencia poética. En tanto pactamos que -como filón de un mineral raro que existe sólo en los Andes- algo maléfico recorre el texto, impregna los procedimientos técnicos y se instala en el proyecto novelístico. Nos referimos a doña Adriana y su cruce desafiante con el cabo Lituma. Ellos construyen en la relación directa y en diálogo por ausencia el pacto inconveniente que condensa e ilumina.
Célula narrativa desde la cual se expanden las nociones de poder y violencia dadas ciertas condiciones: cuando los perímetros se precisan y circunscriben a la cantina. Decorada con imágenes de mujeres desnudas para exacerbar la libido reorientándola y boleros como audio de fondo, donde corre el anisado casero dinamitando barreras de todo tipo, en el campamento de Naccos y el horizonte andino que contemplan cada día los personajes, límite del mundo cerrado. Asistidos por la crónica de los atentados sabidos y los cuentos de las mil y una noches de amor del guardia Tomás Carreño.
Tendiendo al equilibro con el objeto proponemos tres partes a considerar. En la primera expondremos la violencia doméstica de la relación amorosa. Luego, tres puntos de apoyo previos en otros textos de Vargas Llosa, sabiendo que pueden ser varias las pistas referenciales internas. Finalmente, privilegiamos la novela de aprendizaje de la muchachita de Quenka, quién como el Ivan de Vladimir Propp, sale al campo y se encuentra no una sino dos maravillas.
DOS GARDENIAS PARA TI
Una novela donde se evoca al trío Los Panchos cantando “Rayito de luna” y a Agustín Lara compositor de “Noche de ronda” perdido por la belleza de María Félix, dispone de anticuerpos sentimentales suficientes para aceptar el tratamiento de la violencia sin caer en excesos. Amor y violencia son vivencias colindantes que se vinculan por fundido encadenado; Eros y Tánatos circulan del principio al fin de la novela y hasta podría suponerse que “Lituma en Los Andes” es una novela con tendencia romántica. Allí se evoca el encuentro tenso de tres parejas inverosímiles y asistimos a flechazos fulminantes; al folletín meloso de adversidades superadas por los amantes, con traiciones y enemigos, apoteosis pasional, deseo erótico de arduo pasaje al acto –recordemos la postergada noche de bodas de Adriana y Dionisio- y el final diverso de seis personajes en busca de una novela.
El perfume de mujer y olor a pólvora quemada rondan en cada capítulo. Sabremos de los amores de doña Adriana y Dionisio, de la piurana Mercedes con Tomás Carreño, que mata por ella la segunda vez que la cruza, de Asunta y Casimiro Huarcaya conociéndose en la fiesta de Gabriel Arcángel en una única y última noche que pasaron juntos, que quisieron olvidarla pero no han podido. Mantienen tres vínculos con el paisaje andino que afectan lo sagrado, la geografía itinerante y la escena del final feliz para una atracción fatal, que se comenzó a escribir en Tingo María y a puro balazo. Carreño abraza la apoteosis de su pasión en las mismas horas del Epílogo, cuando el cabo Lituma le sonsaca al barrenero la verdad de lo sucedido con los tres infelices.
Tres relatos dentro del relato e imprescindibles en la interpretación conjunta de la novela. Funcionan por interacción y contraste a la violencia más espectacular, al asesinato de los extranjeros cuya única culpa fue tener un amor sin condiciones por el Perú. Tampoco es casual que las primeras víctimas de Sendero Luminoso sea aquí la parejita de enamorados franceses. Michèle y Albert. Oriundos de Cognac que van a Cuzco por carretera, llevados por la fascinación andina, tal vez por alguna lectura de “Los ríos profundos” preparando el Capes; ejemplo que ilustra la confrontación de amor y violencia.
Los senderistas de la ruta no suprimen una sociedad para cambiarla, según la tesis de la novela sino que violentan a la comunidad más íntima del ser humano. Si bien abren la novela social, luego del tercer desaparecido denunciado es un episodio orbital al imán narrativo de Naccos. Los muchachos masacrados tienen aquí, como la señora d’Harcourt en el capítulo IV, una función de enjuiciamiento político y esgrimido como prueba del horror más que de situación argumental que se modifica. Recordemos que se trata de la primera novela del autor después de la campaña por la presidencia del Perú; publicada el mismo año de las memorias sobre ese episodio político bajo el título “El pez en el agua”.
Esas parejas son el espejo donde se refleja la violencia en sus diferentes declinaciones, la visión indirecta de Perseo en el escudo pulido, que le permite observar y derrotar la monstruosidad de la Medusa sin sucumbir a la confrontación directa que petrifica. La trama amorosa, además de alternar con escenas crueles tiene finalidades estructurantes de forma y sentido, proporcionan la respiración de la pasión próxima frente al asesinato y dejan a Lituma en libertad espiritual para cumplir la misión de hacer inteligible el caos desatado.
La novela juega con pasiones turbulentas que se expanden a procesos sociales de la comunidad. Carreño mató por amor. Mercedes viene al fin del mundo por amor. Asunta evoluciona por una pena de amor y Adriana es por amor que abandona el hogar de la infancia. Ellas ilustran las modalidades de violencia que propone la novela. La ancestral, los crímenes de pasión y la guerra que sacude la región andina. Además de la interioridad de cada historia de emoción, deseo y traición consiguen en el entrecruzamiento efectos causa / consecuencia que son el anisado de la narración.
Cada caso es una novela rosa con matices. Asunta y el albino Huarcaya oriundo de Yauli, que se fugó siguiendo a don Pericles Chalhuanca, proponen una historia de seducción y abandono, paternidad discutible y vergüenza familiar, de inesperado reencuentro y venganza en dos tiempos. Asunta, integrada a Sendero no suprime a Casimiro cuando lo encuentra en una de esas vueltas de la vida; lo orienta para una deriva de víctima: se las daba de pishtaco en el mal momento, en el peor lugar para esa bravata y ante la audiencia menos receptiva. Carreño fue tocado por la pasión inmediata, escuchó las súplicas de la sirena sin poder soportarlo y la vida le cambió, cuando al comienzo de la novela dice, “-No le entendí bien, mi cabo.” ya es un asesino que mató por celos, responsable de un crimen pasional justificado acaso e impune. Con 23 años está en el infierno con vida y como el Paolo del Canto V lo único que hace es contar una y otra vez las penas sentimentales que lo llevaron a la melancolía; por el amor de una mujer cantaría Julio Iglesias.
La historia de Carreño señala un contraste con los tonos oscuros de la crónica de los desaparecidos. El muchacho recuerda su pareja improbable si nos atenemos a la escena del crimen, el pasado de los enamorados, circunstancias rocambolescas de las primeras horas, personajes secundarios, pruebas entre adrenalina y el absurdo que viven, el viaje en fuga que no desgasta la pasión intacta, los desgarrones de la separación y el regreso con final feliz. Hay allí la tentación de culebrón a lo Pedro Camacho antes de que lo cubriera el poncho boliviano de la locura. Si el Chancho, que Tomasito conoció en Pucallpa hubiera sido argentino la historia rondaría la perfección. Mercedes, llegando por el camino, tiene algo de tango de Gardel, acaso “Volver” escuchado en el Rincón de los Recuerdos.
Y están ellos… no los podemos perturbar demasiado, pues si estamos aquí sabemos quienes son y de lo que son capaces. Los conocemos por el aura que le atribuimos a los seres que tememos y nos fascinan, dos fuerzas de la naturaleza potenciando una sinergia que arrastra, como un huayco inducido a las otras historias de la novela. Resultan dos sublimes de mala voluntad movidos por la epifanía de las tinieblas, endurecidos por pactos inconfesables, pasajeros habituales del mundo de los muertos, lectores de signos cósmicos, conocedores de debilidades humanas y cobardías, promotores de la danza sensual por decirlo de alguna manera, escanciadores de anisado, descubridores del animal interno, incitando con la certeza de quienes se consideran inmortales: yo no sé si tendrá amor la eternidad, pero allá tal como aquí en la boca llevarás sabor a mi.
Los seis personajes forman un elenco subsidiario de vidas coexistiendo en Naccos. Considerada como novela sentimental, variante del policial o testimonio de un período de la historia peruana, son lo improbable y lo posible. Rotan en la alternancia de ser víctimas y verdugos, participan de su historia de amor y violencia. Mercedes es pasión proyectada como telenovela por entregas acompañando el presente del relato. Asunta un episodio concreto, drama común de la región, donde el horror repetido de las expediciones punitivas, las que ella lidera, tiene una falla de emoción cuando se encuentra con el albino que la embarazó. Adriana es presencia invasora que se apodera de anécdotas, transfigurándose en pishtaco textual que desgrasa otras anécdotas. Las tres mujeres tienen relación con Lituma. Asunta es la muerte que se espera cada día, los terrucos que pueden sacrificarlos con dinamita. Mercedes está en la juventud agitada del cabo, cuando frecuentaba la noche hasta el final cerca del estadio de Piura. Adriana, la fuerza provocadora que lo considera el enemigo a suprimir. El amor nunca está fuera de tema. Desde la Ilíada pasión y violencia se implican en asuntos de poder; por pasión Aquiles se retira del combate y el poder como se escucha al comienzo de Macbeth, necesita de las brujas para recordar que lo bello es feo y que lo feo es bello.
LOS PROTOCOLOS PREVIOS
Si tal es la educación sentimental de la novela, los usos amorosos en la montaña, importa la forma en que esas historias se vinculan en el texto. Los destinos cruzados forman la espiral del sonido y la furia que unifica. Entre crónicas y novelas ejemplares, incluso considerando las desapariciones que abre las hostilidades “Lituma en los Andes” comienza antes de las palabras en quechua de la mujer de Demetrio. Decidirse por Lituma desde el título, utilizar el personaje recurrente inventado en la juventud eran tender un puente hacia el pasado. La novela acepta antecedentes como si hubiera otros comienzos aclarando ese estar ahí del cabo Lituma. Con esos procedimientos, recuperar a Lituma, los amores intensos y los desaparecidos, la novela avanza la ilusión de comenzar antes, ser actualización de asuntos ocurridos con anterioridad.
El cabo llega con los archivos de su pasado agitado en “La casa verde” y sobre el que existe información abundante; pueden proponerse con provecho asimismo otros nexos que sostienen el recurso del personaje recurrente.
Uno se encuentra en “¿Quién mató a Palomino Molero?” la novela de 1986. En ella es transparente la adecuación de los artificios de la novela policial en un juego de pistas eficaz. El aprendizaje en crímenes rebuscados, coartadas desafiantes, amenazas repetidas, pesquisas oblicuas, sospechosos evidentes y confesiones inducidas Lituma lo aprende dentro de una novela policial modélica. Texto consciente de los traslados de géneros y ambientes que tiene por escenario la Base Aérea de Talara, allá por el año 1954, es un antecedente implicando al personaje.
Dos aspectos pertinentes al asunto Naccos retienen la atención en esa novela. Podemos considerar por ejemplo el nombre de Adriana; para un autor de capacidad inventiva de nombres propios, la duplicidad de Adriana en posadera y objeto del deseo es significativa. Repite el laberinto clonando el mantra sonoro y la capacidad femenina para rondar lo inquietante. Lo segundo, es el recuerdo del teniente Silva; mentor y astuto pesquisa a la antigua, que inicia al joven recluta en el arte del interrogatorio en espiral, el encadenamiento inexorable de preguntas, la técnica hablador de sacar de mentira verdad y atajos de retórica para sustraer la versión definitiva.
Ambos logran el resultado con subalternos y fracasan en la confrontación con las Adriana respectivas.
“Se las sabe todas”, pensó Lituma. “Es capaz de hacer hablar a un mudo.” (1)
Y así es la manera de hablar del Teniente Silva:
“Pero, aunque algunos detalles estén todavía oscuros, creo que las tres preguntas claves están resueltas. Quiénes lo mataron. Cómo lo mataron. Por qué lo mataron.” (2)
Lituma retomará ese espíritu indagador y pragmático de sus años de juventud, entenderá con la madurez que en cuestiones del Mal si las preguntas pueden ser las mismas las respuestas serán otras.
Ahora bien, si nos interesamos en la figura del narrador, aceptamos la actividad de fuerzas ambiguas en el mundo novelesco autosuficiente; si admitimos por unas horas la existencia de las brujas “Lituma en los Andes” se insinúa al final del capítulo IV de “Historia de Mayta.” Esa novela de 1984 indaga sobre los protagonistas de la célula inicial de la violencia revolucionaria en el Perú moderno. Grado cero de una interpretación marxista y réplica armada de la sociedad peruana, privilegiando la zona de los Andes, por razones históricas y estratégicas, de la cual el episodio Sendero sería su avatar más espectacular.
“Historia de Mayta” se articula en dos instancias de meta relato, donde se cuenta una novela en progreso, la preparación del proyecto. En el final del capitulo IV y a manera de alto en el camino de la investigación el autor narrador se detiene una tarde en el museo de la Inquisición. Con efecto impresionista estupendo, fusionando reacción del narrador y personaje que viene construyendo el texto resultante será una escritura en colaboración. Hay allí otra respuesta a la famosa pregunta al inicio de “Conversación en La Catedral”.
“Desde esta sala de audiencias, tras esta robusta mesa cuyo tablero es de una pieza y tiene monstruos marinos en vez de patas, los inquisidores de blancos hábitos y un ejército de licenciados, notarios, tinterillos, carceleros y verdugos, combatieron esforzadamente la hechicería, el satanismo, el judaísmo, la blasfemia, la poligamia, el protestantismo, las perversiones. “Todas las heterodoxias y los cismas”, pensó. Era un trabajo arduo, riguroso, legalístico, maniático, el de los señores inquisidores, entre quienes figuraron (y con quienes colaboraron) los más ilustres intelectuales de la época: abogados, teólogos, catedráticos, oradores sagrados, verificadores, prosistas.” (3)
Unas líneas más adelante leemos:
“Pensó: “Es un museo que vale la pena.” Instructivo, fascinante. Condensada en unas cuantas imágenes y objetos efectistas, hay en él un ingrediente esencial, invariable de este país, desde sus tiempos más remotos: la violencia.” (4)
Y al salir del museo:
“La violencia detrás mío y delante el hambre. Aquí, en estas gradas, resumido mi país. Aquí, tocándose, las dos caras de la historia peruana. Y entiendo por qué Mayta me ha acompañado obsesivamente en el recorrido del Museo.” (5)
Un entrenamiento forzando en novela policial, la violencia ancestral unida a la inquisición cazadora de brujas entre pishtacos y la experiencia final de tentar la lucha por el poder. Personaje primero, narrador desdoblado luego y finalmente el mismísimo autor.
La próxima cita no será de novela sino de algo vivido por el Vargas Llosa candidato en 1990. Un encuentro que en las memorias, redactadas con ironía a veces, sin olvidar los ajustes de cuentas, entrevistas con personajes de todo tipo, la verdadera comedia humana del Perú, alteraciones de la intimidad y distancia crítica, llama la atención por la asperidad del testimonio. Incidente ocurrido en el interior de Piura, la región sublimada de su personaje fetiche.
“Mi más ominoso recuerdo de esos días es mi llegada, una mañana candente, a una pequeña localidad entre Ignacio Escudero y Cruceta, en el valle del Chira. Armada de palos y piedras y todo tipo de armas contundentes, me salió al encuentro una horda enfurecida de hombres y mujeres, las caras descompuestas por el odio, que parecían venidos del fondo de los tiempos, una prehistoria en la que el ser humano y el animal se confundían, pues para ambos la vida era una ciega lucha por sobrevivir. Semidesnudos, con unos pelos y uñas larguísimas, por los que no había pasado jamás una tijera, rodeados de niños esqueléticos y de grandes barrigas, rugiendo y vociferando para darse ánimos, se lanzaron contra la caravana como quien lucha por salvar la vida o busca inmolarse, con una temeridad y un salvajismo que lo decían todo sobre los casi inconcebibles niveles de deterioro a que había descendido la vida para millones de peruanos. ¿Qué atacaban? ¿De qué se defendían?” (6)
La violencia y el hambre, brujas con iniciativa y memoria activa de la inquisición, un personaje en exilio preparado para crímenes escabrosos y de pasión se dan cita en Naccos por algunas semanas para decidir la suerte incierta de la carretera.
LA MUCHACHA DE QUENKA
Decíamos que en la memoria personal Adriana vencía a la obsolescencia y el olvido; quizá porque la insinuación de bruja está asociado a miedos pretéritos masculinos y a una tradición de poder e ignorancia en todas las culturas. Si tuviéramos que argumentar sobre las causas de la persistencia algunas se imponen: la manera como ella se apodera del texto desde que asoma, su orgullo desmedido que la lleva al desafío y la pérdida, la importancia que desde el horror le restituye a la muerte.
Considerando las citas anteriores, la violencia se vuelve tautológica y está en cada capítulo de la novela. Si Mercedes atempera con el amor y Asunta con la doctrina revolucionaria, Adriana aporta el misterio haciendo que la novela escape de un maniqueísmo posible. Otro tanto sucede con el poder; que aquí puede resistir el análisis del amplio espectro en que se puede especular. Desde el poder del amor hasta el supremo de ser presidente del Perú, todos son pertinentes; pero hay un poder que no se comparte, es el poder sobre el texto y ese lo conquista doña Adriana. Ella decide sobre vida y muerte; además de descifrar el lenguaje de la naturaleza acepta vivir una noche de bodas poco convencional y desafiar a los varones que se le cruzan en el relato. Luego, en los capítulos de la segunda parte sus relatos y escenas de vida ocupan los segmentos que en la primera correspondían a Sendero; finalmente altera el orden del capítulo final, reordena el dispositivo para quedarse con la última versión, demostrando que el asunto medular era la forma en que ella forzó los acontecimientos.
Adriana, siempre perseguida es el desafío perpetuo y altera los términos de crimen y castigo, con ella cada paso delictivo es distinto siendo otro el sistema de creencias cuando opera su poder. Al crimen industrializado en las representaciones actuales le opone el misterio de la desaparición, lo transforma en sacrificio ritual, diluye la culpa en la colectividad en una suerte de Fueteovejuna de ángeles caídos y agrega la antropofagia llevando la muerte a regiones que creíamos enterradas. Para el primer sacrificio ataca frontalmente el símbolo del poder estatal que es obstáculo, si en apariencia las desapariciones responden a un azar aleatorio, la elección de Pedrito Tinoco es un gesto de crueldad premeditada y soberbia. Puesta en marcha de las otras procesiones para conjurar, es prueba –en impunidad cómplice- de que la vía está abierta. En estas situaciones se sabe cuál es el primer muerto y se ignora quién será el último.
Adriana demuestra conocer el enemigo; si el futuro no tiene secretos, la población de Naccos sorprendida en sus intimas miseria es para ella asunto sencillo de diagnosticar. Hay que golpear a Lituma porque se retira temprano de la cantina, es impedimento a sus designios ceremoniales nocturnos y por ello lo provoca. Esa primera muerte es ejemplar por la designación de la víctima y la truculencia de comenzar con los pobres de espíritu a quienes les estaba prometido el reino de los cielos. Matando al mudito se asegura el silencio de los comparsas; si el primer sacrificio es contra el más simple entre todos, nada puede impedir el segundo y los que sean necesarios. Es un escándalo sagrado porque era un sobreviviente; de la miseria social, de Sendero en la masacre de las vicuñas y de la tortura de los militares al mando del teniente Poncorvo.
Fue a la cantina a buscar una cerveza en la circunstancia equivocada, Pedrito Tinoco es el Kaspar Hausser de los Andes. Con su muerte, Adriana reta a la autoridad y hiere al cariño que tenía Lituma por el muchacho. Es el error mayor de Adriana, que agrediendo los afectos implantó en Lituma la obsesión; es un hombre castigado y lo único que le interesa en esta peripecia, no es la justicia de sentencia sino conocer las circunstancias de la muerte del mudito.
Nosotros que sabemos, releemos el cap. II en un estado alucinado superponiendo el prisma de la resolución final. Adriana le entrega a la autoridad la verdad de lo ocurrido en el segundo desafío frente a frente. A la manera de Poe en “La carta robada” ella dispone el misterio a los ojos de todos porque nadie cree en lo evidente. Lo hostiga concertando con Dionisio la entrevista en la que prometiendo datos a cambio de dinero, lo que pretenden es conocer la información de que dispone el cabo y su estado de espíritu para continuar con la búsqueda o dejar el caso por el camino.
A medida que el circulo se reduce la novela gana en intensidad, los temas de violencia y poder se potencian al funcionar en ese micro clima social, una sociedad de obra y falansterio, de cantina y círculo infernal; sin otra mujer que una bruja, mujer que hechiza a extraños y enamora a Dionisio, suprime un pishtaco y desvela a Lituma. Trastoca el romance de Mercedes y Tomás en un final que ya no se estila, las acciones de Sendero en crónicas periodísticas y hace del sacrificio de un perjuro, un mudo y un albino una carnicería que moverá las montañas: ella se apropia de la ficción.
La inquietud proviniendo de Adriana es que lo que le interesa es la muerte humana, ella valora la vida porque sublima la excepcionalidad de la muerte dándole finalidades sagradas. Le restituye a la muerte el miedo, incorporándola en la argamasa de una colectividad mezclada con la supervivencia de fuerzas ocultas que están en todas partes. Frecuentó lo monstruoso y acompañó a Dionisio al Hades; les demuestra a esos hombres simples que la muerte no es el límite final y que la carne puede tener otra función de comunión. Ella extrae fuerzas de sus enamorados, forma con Dionisio una complicidad entre carnavalesca y mitológica devaluada de los modelos originales. Acepta mandatos más poderosos que las prohibiciones y el tabú, que el crimen y el pecado, oficia y sacrifica, seduce para utilizar. Con el cantinero –proveedor del anisado que lleva a la locura- acelera un círculo orgiástico, modesta noche de Walpurgis reeditando los aquelarres goyescos de la península ibérica. A los operarios los cotejan al animal que llevan dentro y les abren las puertas del infierno, regresándolos a creer temiendo en divinidades que la historia moderna despreció y a vivir experiencias de horda que la civilización supone aplacadas. Servicio y beneficio, conducción y camino de perfección, vivificando una recóndita desarmonía olvidada con la naturaleza.
Adriana es la sacerdotisa que regresa a los dioses del exilio; con ella las nociones de violencia y poder se vuelven secretas, vinculándose a los medios íntimos, circulando en la proximidad. Adriana es huidiza en la verdad mediante la palabra, cultiva la confusión sobre sus orígenes y su presente, de ella ni se sabe lo que hace en la cantina cuando la autoridad se retira. A pesar de su aspecto lerdo y desaliñado conserva la ambigüedad de sexo y adivinación, seducción que pierde y misterio intacto. Esa suma de ignorancias masculinas condensadas en la palabra bruja nos abre otra puerta de la adivinación. Con ella las supersticiones se encarnan, la muerte es un rito social necesario y transforma la mina abandonada de Naccos en pozo de tránsito a un territorio tercero; donde las palabras pierden contornos y obligan a ajustar definiciones de ciertas nociones elementales. Adriana es lo que no cambia y permanece persistiendo por debajo de los acontecimientos de la historia, en sus creencias actualiza aspectos supersticiosos y arcaicos, sublima la percepción, vivifica creencias elementales, recuerda los súcubos entre los hombres y trafica con muertos. Destraba la costra de civilización por la danza, el alcohol y lo orgiástico; hace evidente que lo negado por el modelo racional forma parte de la realidad.
La elección de la historia de Adriana tiene algo a la vez de arbitrario pero que conduce asociaciones al viaducto que transita la literatura. Entre la vida y la muerte, la verdad y la superstición resulta personaje de frontera: es novelesca oscilando entre verdad y mentira. Adriana parece salir airosa porque su designio original de detener la construcción de la carretera se cumple, es derrotada porque Lituma salvado del alud por milagro accede a su estrategia y el secreto es descubierto. De cierta manera los dioses de la naturaleza están de su parte porque lo salvan en la avalancha, en esa experiencia de muerte y transfiguración es que el cabo alcanza la iluminaron, accede al conocimiento depurado de dudas. Lituma se reconcilia con la montaña; halla la parada pertinente, se quita de encima la obsesión por la muerte del mudito y fractura el círculo del silencio tan necesario en el poder de la bruja. El personaje cumple la misión: Lituma descabeza la serie.
Ella, siendo bruja que mata requiere un pesquisa de otras dimensiones. Para mujeres como Adriana la Iglesia dispuso de instituciones implacables y en la tradición del hispanismo de martillos poderosos que golpearon sobre el yunque de las creencias populares, como en esta visión de las heterodoxias en España:
“Por igual razón el culto diabólico, la brujería, expresión vulgar del maniqueísmo o residuo de la adoración pagana a las divinidades infernales, aunque vive y se mantiene oculto en la Península como en el resto de Europa, del modo que los testifican los herejes de Ambato, las narraciones de El Crotalon, el Auto de Fe de Logroño, los libros demonológicos de Benito Pererio y Martín del Río, la Reprobación de hechicerías de Pedro Ciruelo, el Discurso de Pedro de Valencia, Acerca de las brujas y cosas tocantes a magia, el Coloquio de los perros de Cervantes… y mil autoridades más que pudieran citarse, ni llega a tomar el incremento que en otros países, ni el refrenado con tan horrendos castigos como en Alemania, ni tomado tan en serio por sus impugnadores, que muchas veces lo consideran, más que práctica supersticiosa, capa para ocultar torpezas y maleficios de la gente de mal vivir que concurría a esos conciliábulos. Y es cierto, asimismo, que el carácter de brujas y hechiceras aparece en nuestros novelistas como inseparable del de zurcidoras de voluntades o celestinas.” (7)
Ella altera la tonalidad de los relato y para llegar a visualizar la escena del crimen, el retrato robot de la sospechosa, el storyboard de las escenas claves si pensáramos en un telefilm debemos recurrir a otros especialistas gráficos. La novela rosa de Carreño, los rojos sangre de Sendero se transforman en brumas de la retina cuando de ella se trata; en el sentido de las pinturas negras de Goya que preceden a las novelas del mismo color. Es la ambigüedad del grabado, la tinta, la prensa, el papel y esto tiene consecuencias: la fiesta del toro se vuelve una tauromaquia con cóndor. Los sueños de la razón producen monstruos en el virreinato del Pacífico, incursiones de terrucos y militares revitalizan los desastres de la guerra con corte de bufones, violaciones, bobalicones y viejas desdentadas, fusilamientos, ejecuciones brutales, masacres y cadáveres mutilados. La sombra evocada de la inquisición y Dionisio, que parece bailar entre las llamas como un oso de gitano porque está condenado culpable de concupiscencia reiterada; en el todo si consideramos el conjunto peruano hay una nación Saturno que devora a sus hijos sin distinción.
En tiempos en los cuales estamos tentados de cuerpo y alma por suponer que el misterio de la muerte está en los DVD, donde el talentoso Anthony Hopkins encarna al doctor Aníbal Lecter, especialista en Dante que cocina a sus víctimas según las recetas de Alexandre Dumas, mientras escucha las Variaciones Goldberg en la versión Glenn Gould parecería cosa de museo limeño eso de creer en brujas. Al menos que… como diría doña Adriana.
Notas
1) Mario Vargas Llosa: “¿Quién mató a Palomino Molero?” Biblioteca Seix Barral. Sudamericana-Planeta. Buenos Aires, 1986. pag. 131
2) Idem. pag. 153
3) Mario Vargas Llosa: “Historia de Mayta”. Biblioteca Seix Barral. Sudamericana-Planeta. Buenos Aires, 1984. pag. 120
4) Idem. pag. 123
5) Idem. pag. 124
6) Mario Vargas Llosa. “El pez en el agua”. Seix Barral. Biblioteca Breve. Barcelona, 1993. pag 520
7) Marcelino Menéndez y Pelayo. “Historia de los Heterodoxos Españoles”. Biblioteca Emecé de Obras universales. Tomo I Emecé Editores. Buenos Aires: 1945. pag. 96