Para sentencia

de Omar Prego Gadea

Prólogo a la edición Banda Oriental 2006

Algunos enigmas que “Para sentencia” planteaba en 1994, parecen dilucidarse en los titulares de la prensa de hoy mismo, en los informativos radiales y como si de una apelación se tratara, la novela resulta reeditada. Buena cosa, no por lo que puede aportar judicialmente sobre asuntos que allí se evocan, tampoco se trata de eso, sino por recuperar una secuencia de imágenes movidas de lo que fueron aquellos años en la cotidianidad y de la manera irreductible que puede hacerlo la literatura, contando desde adentro lo que no fue pero pudo haber sido. Marcelo Viñar escribió en la presentación de la primera edición: “A lo mejor, algún día se pueda decir que esta historia no la escribió sólo Omar Prego, sino que se trata de la palabra de un poseído, de alguien que está atravesado por la coyuntura del país y de la colectividad a la que ama. Y produce algo a la vez propio y excéntrico.”

Toda persona interesada por los recientes avatares de la literatura uruguaya conoce a Omar Prego y por eso me permito sortear su itinerario detallado -demasiado extenso por otra parte- e intentar resumirlo presentado un perfil en expediente de su obra. Conocí el Prego autor de ficciones cuando ganó el primer concurso de lectores de Banda Oriental con “Los dientes del viento” en 1969; recuerdo el libro y el entusiasmo de tenerlo entre las manos, la variedad de temas que fui descubriendo y el dominio de la forma breve. Recuerdo las langostas cuando llegan a nuestras plantaciones mentales devorándolo todo a su paso, presagios poéticos que adquieren sentido después de treinta años. La novela que reedita Banda Oriental está impregnada, con premeditación y alevosía de un lenguaje que antes se guardaba para la crónica roja y la jerga jurídica, la prensa de escándalo con teñidas de perdición y el habla de boliche, la calle Yacaré y el talud de la tribuna Colombes.

Lo vivido colectivamente en Uruguay hizo que vocablos que nos parecían tan codificadas, como cremación, averiguaciones, declaración, suicidio, autopsia y allanamiento refirieran a la vez lo real y la pesadilla. La palabra dejaba de ser inocente hasta que se probara lo contrario, se la encarcelaba, marchaba al exilio y moría. Prego fusiona la memoria personal de su educación literaria y sentimental, con el sacudón de la historia que a nadie dejó indemne. La nueva violencia que hacía incierto el futuro y doloroso el presente tenía la extraña potestad de cuestionar nuestro pasado de utopía retrospectiva. Hacernos saber que en el idilio acaso bucólico de la Suiza de América y futbolero de uruguayos campeones, carrerista de Leguisamo solo y carnavalero de un saludo cordial habitaba el Mal: el caballo de madera había ingresado a la Nueva Troya.

El autor alterna con plurales registros de la historia para tentar la versión de la ficción – insuficiente para la justicia de legajos y careos ante estenógrafo- eficaz para remontar el parásito del olvido; todo se vuelve mueca del horror: reclutas transformados en torturadores y violadores de detenidas, oficiales en mal de paternidad robando hijos de supliciadas y el catálogo puede llegar a ser extenuante. Con la evocación de Michelini y de Gutiérrez Ruiz se señala el horror visible de la Patria y luego lo anónimo de los olvidados, haciendo cola en cabinas telefónicas pinchadas del mundo, como si fueran y lo eran dos relatos en paralelo de la misma tragedia.

Si la violencia es sabida y las cartas sobadas están claras a pesar de fulleros conocidos, lo que indaga Prego no es tanto el cotejo concreto de casos como los vericuetos retorcidos de la condición humana. “Para sentencia” es una novela de personajes y lo que agrega el autor es la vecindad reconocible, paso aquí en Rivera y Osorio -a cien metros de la casa de mi madre- y que la crisis de valores era motivada por un puñado de dólares. La guita en el centro de las atrocidades y los bolsillos; entre dos golpizas se puede armar un truco para matar el tiempo y ese vale cuatro en la ratonera es quizá un juego inaccesible a la razón. Algo horrible nos atrae e hipnotiza desde el primer párrafo, que acaso se parece a Moby Dick que lee uno de los personajes y es esa salida de cadáveres en Colonia, por las desembocaduras del río San Juan y el arroyo Cufré en las aguas del Plata. Por allá más o menos y sin la excusa desafiante de una ballena metafísica. Todos sabemos de lo que estamos hablando.

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Hay una zona de la obra de Prego que si bien funciona como conjunto y tiene elementos policiales evita reincidir en la variante industrial del género tan popular; caracterizado a brocha gorda por delitos prefabricados, orden necesario restituido, justiciero deductivo del ministerio del Interior y la adrenalina precoz del aficionado dependiente. Además del suspenso protocolar a satisfacer fluye en el relato el prisma gramatical de cierta situación histórico social y su espectro resultante. Una repetición de crímenes en serie, silenciada y sepultada en las parcelas de tierra que se tenían a mano, en el río y una cadencia de lectura que lleva a la reflexión de esas preguntas que nos hacemos en la intimidad. “Para sentencia” está en el centro de un dispositivo narrativo de las denominadas novelas de la dictadura, que comprende los títulos “Ultimo domicilio conocido” (1990), “Nunca segundas partes” (1995) e “Igual que una sombra” (1998) a las que se puede agregar “Sin antes ni después” del 2004. Al servicio de ese proyecto mosaico acuden las vidas breves del autor en Montevideo, lo vivido en el exilio de París entre 1974 y 1987, la experiencia de periodista y escritor confrontado al espectro de Delmira Agustini, el reportaje modélico a Julio Cortázar y una fama discreta de caminador solitario, descubriendo los secretos mejor guardados de sus ciudades entrañables. Dice Graciela Mántaras: “… tienen en común el carácter de pesquisa detectivesca, por lo cual se las pude leer como ejemplos del género policial no muy frecuente en nuestra literatura (aunque parece incrementarse su presencia) y al involucrar situaciones, hechos, personaje del período dictatorial, se les aúnan los rasgos del testimonio y la denuncia. Testimonio y denuncia que evaden las limitaciones y maniqueísmo que pudieran parecer connaturales, y que elevan la realidad mostrada a categoría de símbolo, ya sea por el manejo “policial” de la trama, por la complejidad –a veces mera complicación- de los cambios del punto de vista narrativo, por el juego de alusiones y elusiones que realiza el escritor, por la evasión certera de la denotación crasa en beneficio de las connotaciones.” (Cuadernos de Marcha, Tercera época, Año XI, N 118, Agosto 1996)

Pasando de ese grupo a la novela que nos interesa, Hugo Burel que se cuenta entre sus primeros comentadores, escribió con perspicacia de narrador: “Con un tono semejante, las posibilidades eran varias: desde una crónica cuasi periodística, apoyada en fechas y nombres posibles, a una narración que indagara en las diversas patologías sociales y políticas que alentaron aquella barbarie y estableciera una explicación totalizadora. El camino que elige Prego es más sutil y a favor de un estilo sobrio, depurado y sin concesiones a las explicaciones fáciles, construye su versión de la historia y la instala en la peripecia de varios personajes pautados por una impronta común: la soledad y un sesgo de gente común que en determinado momento de su existencia se ve arrastrada por el vértigo de los hechos. Oscilando entre el pequeño pueblo costero donde aparecen los cadáveres, la capital y en algún pasaje la emblemática Paris, esos personajes –un juez de pueblo, alcohólico y frustrado, un comisario inescrupuloso, un periodista derrotado y cínico, un joven militante y tres presencias femeninas paradigmáticas- dan la dimensión cotidiana de aquellos años pautados por el miedo, la delación, la arbitrariedad, el desmoronamiento ético y también la obstinada fe en que algo, a la postre, habría de salvarse en aquel naufragio.” (Cuadernos de Marcha……Noviembre 1994)

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En la novela que sigue los grandes discursos se hacen comportamiento; osar por aquel entonces pensar un purgatorio menos opresivo que el pachecato e incluso en el Parlamento daba derecho forzado al recorrido por los círculos infernales y más. Los caminos al mañana que canta eran variados pero la reacción del poder tuvo una contundente unidad de acción cívico militar. El vaivén de la narración, esa polifonía no acordada es el engranaje de las versiones antagónicas y que el autor acepta cotejar; claro que hay misterios que nunca terminan de aclararse, en tanto los sueños de la razón producen monstruos como fuera dicho. Planea en la novela la sensación del horror ya visto, el reconocimiento de algo que no pudo haberse olvidado y regresa. Lo presentado es una secuela por escrito, fragmentos literarios de situaciones que nunca serán cartapacios de expediente en ningún juzgado de turno. La ficción lucha contra la amnesia programada, tal es su fuerza y su flaqueza.

Más que el horror con zonas lindando lo indecible, Omar Prego indaga sobre la presencia infinita del odio y su proliferación fulminante. “Para sentencia” tiene ese aire de pertenencia de dos territorios; cuando el lector cree estar en la convención novelesca algún zarpazo brutal de la realidad lo hace volver a la historia. Por momentos el tono se hace tan inmediato e insoportable que sería preferible estar ante un episodio excesivo de la imaginación. La apuesta es urdir una historia que mantenga la atención, con procedimiento técnicos variados para consignar episodios terribles; respiramos un aire del Leonardo Sciascia, de “El Caso Moro” entrando en la complejidad y el tiempo, en los espejos imperfectos que se confrontan en esos procesos de violencia, donde detrás de la apariencia del delito está en juego el poder. Prego rodea el tema central de la novela y la trama es nutrida por otros afluentes; uno de ellos se atreve a llegar a los Ministerios, los mandos y la Presidencia; otro proviene de la crónica roja, evoca los casos más sensacionales ocurridos en Uruguay y confrontados con horrores posteriores, parecen derivas paranoicas accidentales propios de la insania pasajera de compatriotas desnortados. Es esa coexistencia de varios universos lo que da interés al relato y su incertidumbre.

Los escenarios son novelescos, salas de redacción evocando el cine negro de los años cuarenta americano, juventud arrebatada entre documentos verdaderos y falsos, destrucción consciente del interrogatorio, el gesto sentimental que retornan las prostitutas a las muchachas de barrio que fueron. Y la figura del juez Isidoro Funes -trágica por central- que es el espíritu de las leyes en una sociedad acelerada al caos y el fiel quebradizo de la batalla moral. Por momentos parecería que con los mismos personajes, el comisario Godoy y el actuario Apolinario Soria, con Kikí y el Gordo Lorenzo, unos años antes se hubiera podido hacer una novela de costumbres, un caso de abigeato en Ismael Cortinas o contrabando en puerto Sauce de Juan Lacaze, pero la transfiguración fue total. Cada uno parece que hubiera buscado el nuevo vestuario y la máscara que le correspondió asumir en el cambio de obra; algo así había ensayado Onetti en “Para esta noche” ante el espectáculo del desplazamiento ético fuera de control al final de una guerra. Tiempo de oscuridad, noche de pesca a la encandilada que inicia la novela, noche de Funes escribiendo la última carta al sobrino que anda perdido por allá lejos: sous le ciel de Paris coule un fleuve joyeux mmmmm….