Este inédito andaba en la vuelta desde los años ochenta del siglo pasado y su origen se puede fechar un par de meses después de la muerte de Kennedy. Mirándolo con perspectiva 1964 sería un año de los interesantes; de lo que ocurrió en la superficie política la información es redundante y cuando se rememora los nombres implicados, reverdece una sensación de lejanía cósmica. La duda de si la aserción de que Oscar D. Gestido (luego sería presidente del Uruguay) integraba la minoría del Consejo Nacional de Gobierno, será benéfica para sortear con cordura los años de vida que me quedan. Los recuerdos que interesan al narrador son los propios -felices o dolorosos, de eso Felisberto sabía: lecciones de piano, cruce de la cordillera de los Andes…- y menos los injertados. De ahí un breve rodeo que me permito, consciente de que Jorge Pacheco Areco -alias “el Bocha”- hacía guantes en el gimnasio L’Avenir de la calle Maldonado, donde comencé a entrenar con dieciocho abriles que jamás volverán.
Tampoco entonces vi pasar el meteorito en el cielo inmediato porque mis intereses estaban cerca del tríptico Luis María Maidana, Pedro Alberto Spencer y Juan Joya Cordero: el 13 de enero de 1964 moría Felisberto Hernández a los 62 años. Al mes siguiente, el 25 de febrero cumplía trece años y escuché tarde en la noche la cabalgata Gillette la consagración de Cassius Marcellus Clay campeón mundial peso pesado contra Sonny Liston. Esa noche cambiaba la historia del boxeo, siendo mi bar mitzvah en relación al deporte, literatura y educación sentimental. La narrativa vendría por lecturas más organizadas y me inició la profesora Alicia Conforte en el liceo 14 de 8 de Octubre y Propios; como occidente comencé con La Ilíada en variante casual, no mediante la traducción Editorial Austral -del barcelonés Lluis Segalà i Estalella muerto en otra guerra- sino la del madrileño Juan Bautista Bergua. Primer alineamiento entonces de los astros en relación a Felisberto en cielito del 64 y la biblioteca seguiría complotando. La segunda etapa fue en ocasión del concurso de ingreso al Instituto de Profesores Artigas; uno de los nombres a preparar para la prueba escrita, además de los clásicos consagrados por el canon, era un autor compatriota viviendo en la misma ciudad de Montevideo. Mientra yo aprendía a caminar de la mano de Griselda yendo a la tienta London-París, él contraía nupcias – ¡por cuarta vez y luego de convivir desde Rusia con amor! – con Reina Reyes. Un estremecimiento eso de las oposiciones y siendo responsable José Pedro Diaz tutelando al jurado, docente que escuché con admiración tiempo atrás, glosando el cotidiano materialista de los Goriot en la rue de la Montagne Sainte Geneviève. Esa coincidencia soldó el nexo entre una poética del relato universal y la tradición propia de la cédula de identidad, nuestra Ítaca imbricada a una literatura menor en el sentido kafkiano.
Ocurría antes, uno se acercaba a los profesores admirados señalando un posible proyecto de vida, situaciones de amistad que fueron evocadas en otros escritos del Cabaret. Ahora interesa el caso de José Pedro Díaz asociado a la tercera articulación Hernández. La propuesta reactiva era desafiante y bonita, Amós Segala decidió hacer un volumen Archivos sobre Felisberto (conmoción en el avispero letrado) y designó a José Pedro comandante de la expedición (segunda conmoción: esplendores y miserias de los cortesanos). José Pedro Diaz alineó al equipo y crecen los rumores sobre desaciertos del casting, estando bien informado pues formaba parte de la tripulación. Creo que trabajamos dos años en el expediente y fueron meses que recuerdo con enorme cariño; cuando todo estaba pronto, cayeron excomuniones por intrigas e incompatibilidades varias con herederos bajo influencia. Estaba triste por mi querido profesor, yo tendría otros proyectos en carpetas pero igual quedé tocado por algún torpedo; como si se hubiera cruzado un gato negro, presentía en la obra de Felisberto un campo magnético amenazante del cual había que mantenerse a prudente distancia…
Los trabajos sobre Hernández para Archivos sin publicar me acompañaron en varias mudanzas, sin atreverme a tirarlos ni a presentarlos para una eventual divulgación y recelando que marcharían al fracaso; creo que pasó tiempo suficiente para alegar prescripción y todo Cabaret tiene algo de legión extranjera. “Felisberto y sus plantes parlantes” proviene de una de aquellas tesis estancadas y veremos la suerte que corre en su nueva temporada. El interés inicial -que otros estudiosos retomaron desde entonces- es la dependencia similar a la cultivada entre pianista y solfeo. Están los cuentos y novelas, fragmentos ocasionales y otros textos -aquí retengo para su análisis tres de los más interesantes- que, en el intento de explicar su poética, inventan otra tercera dimensión donde el relato es satélite de la articulación molecular de los relatos. En principio para iniciar a otros extranjeros y más patente para aclararse Hernández sobre eso que le caía de alguna parte como fruta madura. Apela con elegancia a explicaciones y metáforas, atajos retóricos, evidencias confesionales, campos lexicales de jardinería, analogías sensoriales comprensibles. La astucia más célebre entre ellas publicada en 1955, olvida los primeros propósitos formales y cultiva una flora ambiental casi mágica. Inspira el acto famoso de Eisenheim el ilusionista de Viena -interpretado por Edward Norton en el filme de 2006- que de una fruta con once gajos hace crecer de la nada una planta de híbridos. Con la luz exclusiva del pensamiento mágico, ante la mirada de espectadores hipnotizados, hombres y mujeres que escuchan sin chistar en sus butacas, sumando asombro con deseo de creer el prodigio ilusorio que están viendo.