Como ningún otro avatar de género literario, el fantástico rioplatense parecería estar incluido -por ósmosis textual- en la significación del primer término que lo define y puede conjeturarse que anexar rioplatense, en lugar de aclarar por el espacio acuoso resultara un exceso con riesgo de naufragio; confundiera las cuestiones literarias mediante parásitos de historia novelesca, biblioteca autosuficiente, elenco prestigioso y otros curiosas traslaciones semánticas. Expansión afectando las fronteras cónicas de Tlön y la concentración esférica tipo linterna mágica del Aleph del sótano en la calle Garay: Buenos Aires es la realidad rumiando entre esos dos espacios imaginarios.
Acaso al insinuar una cultura del Río de la Plata se quiere con ello decir algo tercero distinto a los componentes [fantástico – rioplatense / Argentina – Uruguay / realidad -ficción] o zonas superpuestas escamoteando una obvia definición y -por tanto- son trasladadas a una entidad fluvial dependiente de la luna llena, el oleaje y los remolcadores. Con bajantes inesperadas, crecidas devastadoras, metáforas leoninas tipo MGM, torbellinos zoológicos y corrientes subterráneas bajo el tejido marino de boyas y balizas. Una cultura asimilable al río, un río trapezoide que no es como otros ríos siendo un mutante de la literatura: la ciudad sobre la otra orilla fue en los años cincuenta, una de los centros donde se concentró la mayor actividad de traducción, culto del libro, actividad crítica y entradas de librerías como si fueran lingas de dioses anteriores.
Cada país implicado reivindica con pertinencia su propia tradición en esa ambivalencia, nadie puede confundir de domicilio a Roberto Art o Amanda Berenguer. Emerge inevitable otra filiación con tramos complicados en la historia, acaso cuando la Banda Oriental decidió hacer rancho aparte; lo nefasto del fútbol hacia 1930, episodio partidario e irónico afectando la empatía finisecular, mentada hermandad de cantores criollos y caballos de carrera, casamientos de tíos orientales que residen en La Plata, exilios políticos fomentados por ondas de CX16 Radio Carve. Tránsito de artistas de todo pelo o aceptar la tentación sensual de las luces que a lo lejos: Hermenegildo Sábat, Julio Sosa, China Zorrilla. Tiempos viejos de Celedonio Flores escribiendo “mi noche triste” en el exilio uruguayo y Eduardo Arolas estrenando en Montevideo “la cachila”, de Florencio Sánchez y “procesado 1040” de Juan Carlos Patrón con Walter Vidarte como el Zorrito y el protagónico del asturiano Narciso Ibáñez Menta.
La metafórica plata (número atómico 47, situado en el grupo 11 de la tabla periódica de elementos, símbolo Ag) indivisible al nombre donde no la hay y el adelantado Juan Díaz de Solís, descubridor devorado no por turbulencias amarronadas -que bajan turbias hacia la desembocadura- ni pirañas amazónica que perdieron la brújula fluvial, sino por aborígenes cazadores de la Bada Oriental con puntería aguzada y apetito atrasado. Comienzo inquietante… si la historia dejada por escrito se inició en el encuentro de ambos mundos mediante un ritual antropológico caníbal, desde la perspectiva de la historia literaria es patente que carecemos de crónicas de río -siempre habrá alguien que cite y con razón “a la deriva” de Horacio Quiroga- y salvo aquel naufragio trágico y accidental del ciudad de Asunción el 11 de julio de 1963, el tal río suscitó relativo interés entre los escritores, a lo que contribuye el malentendido de apariencia de estuario o de Delta sin islas. Acaso los otros ríos originales, el Paraná y Uruguay, resultados más inspiradores; los afluentes con fuentes en el corazón verde de tinieblas misioneras fueron generosos en narraciones de la vida real y aventuras. El Río de la Plata se limitó a ser puente fluvial para el vapor de la Carrera y desesperar los responsables de diseñar cartas de marear. con cartografía submarina de bancos de arena y boyas intermitentes.
Ese origen urbano de una villa estratégica sitiada de Isidore Ducasse -a la que Alejandro Dumas en mercenario le diera el título de “la nueva Troya”- me lleva a reflexionar sobre la importancia de la ciudad en el tema que tratamos. Tal vez porque pasé demasiadas horas de la infancia mirándolo desde la playa de los Ingleses, la escollera Sarandí con un aparejo entre las manos y la plaza Virgilio en las alturas de Punta Gorda.
Si aceptamos lo fantástico como variante de la escritura que coincide con la Modernidad, así como el fantástico puede estar definido siendo parte de la modernidad (chispa del frotamiento de ciencia y superstición remanente) o manifestación concentrada en París -que Benjamin llamó Capital del siglo XIX siendo molécula de absenta y spleen- dentro de la cultura rioplatense, sus características dependen del órgano de resonancia histórica mundial que desborda planes políticos u la voluntad de sus pobladores. Como lo indica el título de mi comunicación, quisiera poner el acento más en lo rioplatense que en lo fantástico, en lo argentino más que en lo rioplatense y más en lo bonaerense que en lo argentino. Para las cuestiones de literatura fantástica tratadas hoy, Buenos Aires reunía condiciones histórico socio culturales excepcionales que fomentaron -en el trascurrido siglo XX- la vida literaria con predilección insistente por el relato fantástico. Publicaciones periódicas de continuo autogeneradas, vida social urbana exacerbada por laburo y milonga, metonimia de la calle Corrientes que nunca duerme o parrillas de la calle Montevideo tipo Pepito, público lector plural orientado hacia varios géneros -filosofía y comic, colecciones nutriendo un mercado sectorial, periodismo crítico extenso y creativo, editoriales comentando la movilidad, profusión de autores, polémicas intelectuales y políticas, episodios tan definitivos como la casa tomado de los hermanos del cuento de Cortázar. La memoria irradiada del oriental Irineo Funes oriundo de Fray Bentos, la famosa antología Emecé del año cuarenta -que golpeó la puerta del lector hispánico con la pata del mono- y una forma complementaria de extensión narrativa en experiencias cinematográficas barriendo el espectro de la calle Lavalle. Ahí están Libertad Lamarque y Hugo del Carril, “El cañonero de Giles” (1937) y “Embrujada” (1969) con Isabel Sarli, Alfredo Alcón siendo Martín Fierro (1968), Rodolfo Bebán el Juan Moreira de Leonardo Favio (1973) y “La tregua” (1974). Con el tiempo y la resaca histórica, la ciudad acometió esa frontera virtual de referente cultural, ella misma se transfiguró en tema literario y tópico narrativo inquietante.
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Un título de Manuel Mujica Láinez del año 1959, resume de manera ejemplar lo que quisiera alegar en este proceso. Me refiero a “Misteriosa Buenos Aires”, libro que contiene cuarenta y dos relatos breves que se suceden siguiendo el rito histórico en progreso de la capital porteña, proponiendo un itinerario cronológico, el palimpsesto residual: sumatoria y unidad. La insinuación y certeza de que existen más de una Buenos Aires, otras de las visibles desde Aerolíneas Argentinas y Pluna al aterrizar en Aeroparque. Detrás de la apariencia de marquesinas teatrales, junto a Recoleta sin ser necrópolis, por debajo de la red subterránea del Metro. Buenos Aires lo tiene todo y también lo faltante para urdir su misterio hecho de argumentos cruzados. Hojas dobles dando a la calle, puertas cancel de vitrales opacos y puertas interiores de dormitorios, portones de hierro forjado dando a patios con aljibe o al fondo con gallinero antes del pozo negro, escotillas al sótano para la tortura, tranqueras a la tradición distanciada, mamparas desinfectadas tentando lo prohibido, puentes sobre riachuelos, pasivas melancólicas, escaleras de Escher hacia cuatro subsuelos y pasajes cubiertos con negocios en constante movimiento. Orgullo desbordante y desmesura incontrolable fuera de programa: desierto urbano concentrando la Enciclopedia Visual del Esperpento y los siete locos sueltos, haciendo saltar presillas de chalecos de fuerza del Tiburcio Borda. Los proyectos novelescos de Macedonio y el suicidio por cianuro de Horacio Quiroga se encargan de legitimar el diagnóstico.
En el relato “El otro cielo” Julio Cortázar (nacido en Bruselas) redactó los protocolos vinculantes entre una París sublimada – preservada por la calidad literaria que produjo en varias décadas obnubilando (de hecho lo hace) la violencia social de clase- y la capital argentina de los años cuarenta. La década bonaerense de su formación como lector y narrador -la ciudad más bella e imborrable es aquella donde pasamos la juventud- armando en puzle un dominio cultural bicéfalo que se halla en la médula de su poética. Ese límite sinuoso y ondulante entre natural y artificial trazando la voluntad del hombre, tiene una larga tradición en la reflexión sociológica. El tríptico se conforma entre la realidad histórica, la sospecha de sociedades secretas financieras o esotéricas y la parcialidad de resultados estéticos; en nuestro caso, los artefactos literarios tal como lo estamos haciendo en relación a Buenos Aires. Lewis Mumford lo dijo: “La ciudad favorece el arte, es el arte mismo.” Buenos Aires no solo será agente intelectual generador y multiplicador de obras en el perímetro literarios, sino que devendrá un producto artístico en sí mismo.
Tema recurrido para sustentar los más osados delirios metafísicos: es el locus de Evita con rodete y visón, Galtieri rescatando las islas, Erdosián y Beatriz Viterbo muerta en el mes más cruel, La Queca en “La vida breve” profetizando la locura de la vida y capital mundial de peronismo trascendiendo los siglos hasta llegar a Máximo (K)irchner. La tradición que identifica arte y ciudad se aplicó con pertinencia a ciudades italianas y puede extenderse a Buenos Aires. Giulio Carlo Argón -más cerca de nosotros- establece la identidad de arte y ciudad; el espacio figurativo como lo demostró Francastel, no consiste sólo en lo que se observa, sino en infinitos factores que se saben y recuerdan. Noticias, momentos acumuladas, sobreentendidos y esfuerzos por conocer en escala 1/1 planos de espacios urbanos. Buenos Aires sublima la metafísica de los arquitectos debatiéndose entre utopía ideal y ciudad real, saben que la primera está dentro de / o debajo de / o en medio de la ciudad de los cien barrios. A la villa orgánica le brotan pústulas e implantes, el monstruo social se transfigura ya sea con el Barrio 31 o Puerto Madero del asesinato de fiscal Nisman u el puente de Calatrava, el paso de guapos estilo Nicanor Paredes a motochorros: la zanja se hizo grieta. A lo largo de los breves siglos andados devino Metrópolis arborescente, el excedente de signos socio culturales cuando un paisaje deja de ser una ciudad hasta ser circuito de información comunicante. El objeto es sustituido por imagen y letrero luminoso, se desatiende la función social inicial para la que fue concebida habilitando nuevas entradas monstruosas. Otro texto que se continúa redactando en el perímetro de la plaza de Mayo, allí donde velaron durante unas pocas horas a Diego Armando M.
El destino de la literatura rioplatense y fantástica en particular. parece indisoluble a la ciudad organismo viviente. Buenos Aires -quizá Montevideo la supera- son casos de atrofia de distribución territorial humana más flagrantes del mundo, proceso permanente sin tiempo para meditas sobre las consecuencias. Macrocefalia, líneas férreas concéntricas y carreteras llegando de todos lados que tienen el kilómetro cero en el obelisco. Concentración de la mitad más uno de habitantes de la Patria y Nación en un solo contorno telúrico; suburbios poblados con gente desplazada venida de provincias y países limítrofes creando conglomerados autosuficientes. Condiciones sociales complicados con incidencia en manifestaciones literarias, vampirismo intelectual, coexistencia de grados de evolución material disímiles, punto de concentración y líneas de fuga, puerto de descarga, gestión de fronteras y euforia del contrabando: Matrix de otra naturaleza inasible que los más entendidos tienen problemas para definir.
Buenos Aires asume condiciones fantásticas sobrecargadas a medida que se avanza en la bibliografía sumaria. Juan José Saer en el imborrable libro “El río sin orillas” y que subtituló “tratado imaginario”, propone tres argumentos para cimentar esa condición de inquietante extrañeza de la ciudad. El primero sería la rara condición de doble fundación, cruzando orígenes turbios con una de las temáticas más recurridas del fantástico -la hipótesis del doble- a la manera del William Wilson de Poe. Nos recuerda luego que un inglés anónimo – viajero que derivó por esos territorios hacia 1820- llamó al Río de la Plata “el infierno de los navegantes”, dando al río con horizonte fluvial cuando se lo intenta atravesar, una condición más cercana al Aqueronte que al producto de una cultura literaria. En tercer lugar, Saer recuerda otro proyecto gubernamental; la llamada zanja de Alsina, una cuneta de 400 kilómetros de largo que pretendía separar / proteger el territorio bonaerense del “asedio” de los indios. Era el foso de las cien leguas que el ministro Adolfo Alsina propuso, en variante trinchera faraónica, previo a decidir la expedición Roca de 1879. Campaña civilizadora llevando al exceso genocida la consigna del Dr. Abraham Van Helsing: persíguelo y destrúyelo. Buenos Aires tuvo esa suerte de desierto de los tártaros -allí las murallas y empalizadas se excavan- y Saer afirma que dicho patrimonio argentino, es digno de ingresar en un capítulo de precursores de Kafka. pues -previo y sin saberlo / cronológicamente- fue anterior a pesadillas recurrentes de baluartes, desiertos, distancias insalvables, matanzas cuerpo a cuerpo e incomunicación. De la inutilidad de las líneas Maginot para controlar la hostilidad y refiriéndose a la zanja dice Saer: “explica de un modo inesperado, las causa de la fuerte tradición fantástica en el Río de la Plata; además de ser una empresa gubernamental, es una tentativa kafkiana avant la lettre.”
Si la ironía de la doble fundación puede ser dramática, la ciudad creciente que se desarrolla -evoluciona- entre una zanja Moebius y un infierno del navegante fantasma ocasiona inquietudes. Una ciudad -los habitantes de esa ciudad- entre un infierno acuoso y una zanja neo metafísica no puede salir impune. Considerar su influencia en la narrativa requiere leerla deponiendo criterios metodológicos de sociología marxista, negociando una litelogía drogada de ficción. Permaneciendo unos minutos en la historia, me gustaría agregar dos episodios que retuvieron mi atención. Recuerdo que fue Bartolomé Mitre, primer presidente de una Argentina post federal y anterior al Sarmiento de la dicotomía civilización / barbarie, que tradujo al castellano en tercetos encadenados la Divina Comedia. La Nación de efemérides patrias y manuales escolares nace al espejo abominable de una traducción; no sé de qué, pero seguro que traza un signo premonitorio. El episodio dio lugar a varios epítetos humorísticos y famosos, uno de los cuales decía:
En esta tumba pardusca
yace el traductor del Dante
apúrate caminante
no sea que te traduzca…
Otro proyecto de connotaciones cósmico fantásticas, fueron las tesis del antropólogo Florentino Ameghino que a finales del siglo XIX, alentado en huesos mal medidos y una cadena evolutiva de dudosa consistencia, probó que el origen del hombre estaba afincado en los arrabales de Buenos Aires.
Buenos Aires está desde el inicio de la crónica atravesada por fuentes corrientes de imaginación, un conjunto de condiciones oscilando entre surrealismo colectivo y simple locura de individuos ocupados de los destinos del país; confirmamos el desacato emotivo cuando falleció Maradona, siendo esta una frase oportunista agregada a último momento. Sin olvidar féretros escamoteados de Evita, las manos de Perón, el poder hermético con pirámide de López Rega, la Triple A asesinando mediante justificaciones esotéricas de complot sectario. Cuando Borges buscaba un planeta diferente en la Enciclopedia y la tierra purpúrea, era tal vez un Tiresias acriollado describiendo pormenores del sistema de aquello que conocía en el viaje patacón por cuadra desde Maipú 994, hasta el salón de la confitería Richmond sobre la calle Florida.
Dentro de estas versiones heterodoxas donde coexisten legislación y ficción, fue quizá Julio Cortázar quien tiene una visión de conjunto más interesante, con una doble línea de horizonte tendida en el interior y fuera de Argentina, tanto en lengua de uso como lugar de habitación. Intenta asumir esa biblioteca de extravagancias sin olvidar el humor, se apropia sin juzgar de la herencia desquiciada -Argentina me hizo así-; formula su significado -teoriza la cuestión, opera en la praxis narrativa- y se lanza en la continuidad alternando tradición con originalidad, continuidad y ruptura. Me confinaré ahora a otras referencias textuales publicados en vida de Cortázar, luego retomaré su imaginario narrativo, sugiriendo que la ciudad bonaerense del autor de “Rayuela” responde a esa pluralidad.
Coexisten pues varias historias literarias de Buenos Aires y cada interesado puede tener la suya; mi itinerario tampoco pretende limitar el tema que lo motiva, acaso señalar pistas sabiendo que otros discursos -exógenos al texto ficticio- resultan valiosos sin distorsionar la interpretación. A partir de los años treinta del siglo XX coincidiendo con la irrupción del ejército en la vida política e íntima argentina, de manera violenta, cruel y periódica la imagen paradigmática de Buenos Aires derivó a otras representaciones y juicios. Coincidiendo con el período se integra a la historia argentina la doctrina peronista… quizá de fácil definición primaria con un par de tesis justicialistas, pero de ramificaciones teóricas gordianas y encarnaciones piqueteras en la sociedad real. Dogma y credo social en charla con corrientes del siglo introduciendo variantes propias, visión que desplaza dialécticas cronológicas -auge, esplendor y decadencia de relatos teóricos-, pasiones sumando alienación con lo sagrado, mitología popular trasmitida generacionalmente, tesis permanente impregnando la síntesis (cualquiera sea la antítesis) con toques de fatalidad, pasión de multitudes como dijo Guillermo Francella en “El secreto de tus ojos”. Captarlo por fuera sin ser argentino es casi misión imposible, entenderlo desde dentro supone estar dispuesto a asumir la vida por Perón. La tentación de la analogía a lo polémica en el bar es comprensible: un fantasma recorre Buenos Aires, es el fantasma del peronismo.
Se fue dejando atrás con desdén el “fervor” del joven Borges por una fundación mítica, ciudad idealizada posibilitando ingresar en otra zona de enjuiciamiento. Desde 1930 la Babel cosmopolita finisecular, el sueño último de millones de desclasados europeos, la expresión de una economía próspera fue virando a tonalidades sombrías con catinga infernal de la trama urbana. La crítica de la ciudad puede acaso fecharse en 1933 con la publicación de “Radiografía de la Pampa” de Ezequiel Martínez Estrada. Allí el juicio es implacable y presenta una fuerte oposición, suerte de vampirismo histórico / social donde la ciudad creció en rivalidad parásita con la República. La Argentina -afirma Martínez Estrada- en tanto problema nacional fue estudiado y resuelto como problema municipal. El valor de Buenos Aires está en su condición de aspiración y proyecto sin soportar análisis directo; afirma que es fea y además: “Werner Hegeman, que estudió como técnico nuestra ciudad ideal, no encontraba sino tres extremos recursos para corregir sus vicios de conformación y desarrollo: “un gran incendio, una revolución o un gran terremoto”.
El último avatar personalizado -por el momento- con teorizaciones radicales asumiendo la cuestión “Argentina” puede oírse hoy mismo en las entrevistas de Javier Gerardo Milei; decir que se trata de un economista en reducir su campo operaciones intencionado, en su discurso circulan interpretaciones del siglo XX sobre todo en la ecuación crítica de 1930, un ataque furibundo a la visión marxista de la historia, además de cuestiones de sociedad (la temática del aborto es ejemplar al respecto), que se proyecta en una tendencia profética mediante la utilización hábil de los medios masivos, polémica de la agresión, biografía trágica e incidencia en la economía del día: cotización del dólar, análisis de medidas macro y micro económicas, apertura de perspectiva política. Esa advertencia profética – metodológica parece ser obertura a una serie de versiones sobre Buenos Aires que van tramado su historia: ello posibilita otro género literario que sería “mi” visión de Argentina como problema y el desafío de tratar la cuestión como sistema totalizante. Claro que conocemos una Buenos Aires de Roberto Arlt, de quien dijo Juan Carlos Onetti que fue el único autor que escribió el alma de la capital argentina y la Buenos Aires del diario polaco de Gombrowicz.
Es en 1948 que las ideas dispersas que venimos recordando se concentran en una novela de repercusiones cósmicas, cuando se edita “Adan Buenosyres” de Leopoldo Marechal, donde el libro séptimo – “del Viaje a la oscura ciudad de Cacodelphia”- es una incursión al infierno literario bonaerense. Me la recomendó cuando fui su alumno Alejandro Paternain; luego fui al paraninfo universitario cuando Marechal dictó una conferencia y le pedí al maestro que me firmara el ejemplar extraviado en algún tramo de la mudanza permanente; en la dedicatoria me consideraba compatriota vascuence por nuestros apellidos. Tratándose de una sátira minada de remembranzas clásicas y guiñada irónica de la tradición del descenso a las tinieblas, una región telúrica donde el mal puede denominarse Mandinga.
El mundo del autor Marechal y su criatura Adán y héroe, acompañado del astrólogo Schultze tiene reminiscencias de Luciano de Samosata y Rabelais. Es un paseo de amigos y desfile carnavalesco por el país de los muertos (difuntos entre finados) y una risotada por la tradición de la búsqueda absoluta del prototipo hombre de las Pampas. Por ello, tal vez la entrada al otro mundo está en un ombú (yuyo camuflado en árbol mitológico) y los enigmas de pasaje son cuartetos criollos de inspiración dudosa y retruécanos referidos a las venceduras contras maleficios. Tampoco es inocente que el primer artículo importante, considerando la ruptura de la novela en el paisaje narrativo argentina, se publicara en el número 14 (marzo/abril 1949) de la revista “Realidad” de Buenos Aires. El autor de la reseña era un joven de veinticinco años, interesado por las letras sin haber publicado su primer libro de relatos llamado Julio Cortázar. Con ese acto crítico fundador se inicia una tradición periódica de propuestas clasificando territorios invisibles, desatendidos e imaginarios cohabitando con la Matrix de Buenos Aires, como si cada década tuviera algo para decir en la renovación e insistencia.
En 1959 Silvina Ocampo publica “La furia y otros cuentos”, en estos relatos es clara la presencia de una Buenos Aires de tipos humanos inconfundibles. El mundo representado en la obra de Ocampo es a su manera otro infierno; esos cuentos breves -de efecto encadenado como rosario maléfico y tránsito vertiginoso en la lectura- imponen cadencia rítmica de condena. Los personajes dependen de una pulsión a la verborragia por contar sus vidas y sabiendo por predicción diabólica que nuestro momento de lectura -donde ellos son protagonistas- es irrepetible. Por momentos, estamos ante el discurso de condenados por la eternidad atados al pecado o al placer definiendo su existencia en pocas palabras, que intuyen la armonía ejemplar entre culpa y castigo. Ello explica justificando la proliferación del narrador en primera persona. La comedia humana de “La furia…” es el averno de peluquerías de señoras, contables de ferreterías de ramos generales y niños con problemas pediátricos que deforman la primera infancia. Es la ética y variante escatológica de parroquia y catecismo; allí brujas y cortejo de supersticiones, donde las variaciones humanizadas del mal son las comulgadas en cualquier inicio a la primera comunión, bautizo, cumpleaños de quince y casamientos con secreto. Ceremonias de liturgia civil, ritos municipales burocráticos proliferando en el libro, círculos del infierno regido con decretos y ordenanzas. Allí el mal se apropia de almas en pena, almitas en pena se debería decir con melodía arrastrada de bolero. En este momento del expediente dos aspectos se destacan: primero la redundancia en detalles de mal gusto. Ese caos es Averno Kitsch donde impera la maldad de catálogo -venta por correspondencia casi- de objetos desagradables, la maldad que destila una grosera falsificación de la existencia. El segundo, es la astucia de Ocampo para hacer conciliar el desorden y el orden añorado, como la señaló la crítica.
Ella tranzó, pensando en objetivos del proyecto narrativo, por la solución de fuerte tradición y disipando dudas propuso 34 relatos, número extraño (noveno en la serie de Fibonacci) coincidiendo con el número de cantos del infierno dantesco: el primero y la serie de los XXXIII repetidos en tres reinos. Ahí está en el cuento “La furia” la estatua de Dante en Palermo incitando la intertextualidad, el personaje de Lavinia recordada en el verso 126 del Canto IV del Infierno; la famosa colección de séptimo círculo que sin duda conocen a partir de “El jesuita risueño” o “El caso de las trompetas celestiales”. Sobre todo la Florencia del Canto VI, donde se la caracteriza como plena de envidia; ciudad dividida a muerte, llamada a un futuro de desgracias, donde puede palparse una sociedad en duelo peronista y enlace renovado con las fuerzas armadas.
Apenas dos años más tarde en la cronología ficticia el infierno Kitsch se vuelve pesadilla existencial, histórica y surrealista. En 1961 en Buenos Aires se edita “Sobre héroes y tumba” de Ernesto Sábato donde, casi en el comienzo se lee: “quizá sea la encarnación de alguno de esos demonios menores que son sirvientes de Satanás.” Todos leímos el famoso “Informe sobre ciegos”; en la novela de Sábato, el infierno goliardesco y rabelesiano de Marechal se transfigura en conspiraciones de secta y visiones alucinantes dignas de William Blake. Imposible estudiarlo sin aprontar una concepción nihilista de la ciudad, ni tener en cuenta la totalidad de la batería tradicional teológica divina, mística de santidad y sedición heterodoxa de accidente, postulados asistidos por protocolos de antinacionalistas.
La red cloacal porteña rememora en asociación arbitraria la Viena de Orson Wells (Harry Lime trafica vacunas adulteradas de penicilina y es enigma de Hally “Rollo” Martins vendedor de libros baratos; su sentencia inolvidable en la rueda gigante del Prater: donde es cuestión del reino de los Borgia y la invención suiza del reloj cu cu – pero con ciegos, visiones de pesadilla como los trípticos de Jeronimus Bosch. Sábato se aplica a la exageración imaginativa, el límite de la escritura para descubrir un infierno que resulte terrible. Con algunas variaciones: la entrada, famosa puerta del infierno mentada en poesía, pintura escultura y pesadillas, resulta ser el taller de corte y confección de una modista, que bien podría personaje en comisión venido de la Sección Ocampo. La iluminación del proyecto de Vidal Olmos -nacido una noche de San Juan y el mismo día que Ernesto Sábato- sucede en la calle, cuando un ciego avanza desde la calle Rivadavia hacia… la esquina de Bartolomé Mitre. El “Infierno sobre ciegos” es la avanzada de otras situaciones más horrendas; así lo afirma el autor del informe: “Ya contaré cómo alcancé ese pavoroso privilegio y cómo después de años de búsqueda y de amenazas para entrar en el recinto donde se agita una multitud de seres, de los cuales los ciegos comunes son apenas su manifestación menos impresionante.”
Esa visión creciente tampoco se limitó a la propuesta de los escritores; había toda una conciencia ficticia de la Buenos Aires amenazante. Me falta información específica referida a fechas de publicaciones, pero recuerdo que entre los años 70 y 80, se publicaba en Buenos Aires una BD, un comic, historieta en blanco y negro “Las puertitas del Sr. López”. [Luego conseguí los dato: Octubre 1979: El Péndulo / 1980: Humor / Ediciones de la Urraca editó 2 álbumes en 1982 y 1988 / Un total de 38 historias / Guion Carlos Trillo / Dibujo Horacio Altuna. Se filmó un largometraje en 1988, dirigido por Alberto Fischerman, donde Lorenzo Quinteros era el Sr. López y Alejando Dolina Dios.] Un individuo anónimo carente de interés, el típico hombre sin cualidades humillado por el cotidiano y superado por los acontecimientos. Apellido que al ser millones se disuelve en la ciudad hasta ser nadie; este personaje, en cualquier lugar abría la puerta de un baño que resultaba el pasaje a otro territorio, mundo alternativo y paralelo, el azar del deseo y la pesadilla. Allí halla la sublimación de terrores y la concreción de deseos; expediciones esporádicas al in / sub / ultra consciente personal y colectivo temido e imaginado.
Por lo que recuerdo, Buenos Aires era presentada como una ciudad laberinto (mitología, diseño para perderse, monstruo y sacrificio, catarsis social y equilibrio del cosmos politeísta) y subterránea. Arrendada por fuerzas negativas terribles al acecho y una fauna proveniente de la literatura policial, zoología fantástica asediada por puertas condenadas: el juego de sueños realizados que despiertan en pesadilla, pero luego sin el horror. Cada vez el Sr. López vuelve a ser el Sr. López: como en las historietas de la infancia “el otro yo del Dr. Merengue”. Con el Sr. López había puertas llevando a una actualización de miedos y temores, de la aventura sublimada que arrastrar a cualquiera con nombre común y corriente: ¿ fuerza del deseo, remasterización de condenados, infierno en que los círculos son las líneas del Metro con boleta de ida y vuelta, hojas de entrada y salida? Puertas que hacían de un hombre un NN desaparecido. Su protagonista era un porteño insípido, la historieta se presentaba en encuadres de cine inspiradas por el expresionismo y Fritz Lang. Los diálogos oscilaban alternando entre el “no te metas” y la polifonía de la automotora Orletti, el desajuste lingüístico del tipo metido entre putas de alterne o milicos prepotentes. Los colores eran en blanco y negro, acaso algunas planchas coloreadas. ¿Ello era posible o las puertas sólo deban a la imaginación del Sr. López? ¿Es una apología defensiva de imaginación como estrategia de supervivencia? Pequeño, gordito, con lentes y semi calvo, caricatura del perdedor, un López cualquiera como el que prepara los cafés de la mañana en el cuento “Segunda vez” de Silvina Ocampo.
Hallé también en el conjunto de los relatos que componen el libro de Julio Cortázar “Alguien que anda por ahí”, una serie de fragmentos interesantes. Ante todo, una salida del clásico París de la post guerra -presente en varios relatos y en “Rayuela”- hacia otros territorios de América Latina; esfuerzo de conciliación o acercamiento entre planteos de su estar político en el mundo con resultantes narrativas. En un pasmoso dominio del oficio y resolución técnica de cuestiones de la literatura fantásticas, desbordantes de ingenio, dentro de los cuales el punto de vista narrativo es de los más remarcables. Sin embargo, durante la relectura que impone la preparación de los cursos, advertí que el libro se abre con el fervor y se cierra con la nostalgia de la misma Buenos Aires. En los últimos tramos de su producción narrativa, Cortázar miró por el retrovisor hacia la ciudad de su educación literaria; lo que le interesa y puede probarse en el citado libro, es que Cortázar recorre el palimpsesto de las Buenos Aires posible. Lo que concretó Mujica Laínez en la cronología de la Historia Patria, Cortázar lo hace a la manera Heinrich Schliemann en los años 1870 con las ruinas superpuestas de las “varias” Troya. La Buenos Aires un tanto cursi de sus primeros relatos asoma en “Cambio de luces”: tramado urbano de galanes, damitas jóvenes y radioteatros donde el héroe se llama Tito Barcárcel y las obras protagonizadas: Sangre en las espigas, Rosas de ignominia, Pájaro en la tormenta… pisamos la ciudad de revistas gráficas con los chismes de admiradas estrellas del éter y pasiones románticas caligrafiadas en papel perfumado color lila; del vermú Cinzano con soda con picada y una suerte de dejarse vivir en una paz pachorrienta que parecía eterna.
El personaje tiene 35 años, está justo en el medio del camino de la vida y se deja empantanar en la vivencia de una pasión urdida por un Abel Santa Cruz con gotas amargas de Joseph Losey, del recio Santiago Gómez Cou peinado a la gomina Glostora y las ilusiones con teléfonos blancos de las hermanitas Legrand revisitadas por Felisberto Hernández. La Buenos Aires de la represión en el cuento “Segunda vez” es eco de una pesadilla de ojos abiertos que luego conocimos en sus reales términos. La Buenos Aires del militante exilado en el último cuento que relata la pelea de Carlitos Monzón y Mantequilla Nápoles, refutando la fórmula en verso de los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera. Además de ese tríptico, muy notorio dentro de la arquitectura del libro, hay en los otros relatos detalles para iniciados, palabras sin reflexionar, referencias de precisión maniática. Aire de familia terriblemente porteño en el ambiente, sonrisas salidas de “La revista dislocada”, un recorrido de los barrios de Alberto Castillo cantando con los “indios” de Tanturi, una apuesta en la confianza de paisajes próximos como si nosotros -lectores del siglo que se acaba- estuviéramos ahí.
Cortázar fuerza la coexistencia de diferentes tiempos quizá mesurando la tragedia del momento presente; si en el último relato parece oírse, en la carpa levantada por Alain Delon, que supo ser el otro señor Klein, a la orquesta de Osvaldo Pugliese tocando La Yumba, la primera imagen de “Apocalipsis de Solentiname” es de la calle Corrientes esquina San Martín, reconocida como fuerza luminosa que no opacaron varias décadas de distancia siendo los cambios más sutiles: allí donde estaba el gigantismo sensual de Nélida Lobato, asoma en la post modernidad la transfiguración hormonal de Flor de la Vega. Esta presencia de Buenos Aires podía quizá ser una presencia impertinente, pero en 1979 Cortázar publicó el libro “Un tal Lucas”. Allí hay tres variantes de “Lucas y el patriotismo” y creo que es la mejor manera de clausuras este recuerdo de la auténtica Buenos Aires. El infierno erigido tiene nombres y responsables, pero eso sería tema de otro encuentro.
“De mi pasaporte me gustan las páginas de las renovaciones y lo sellos de visados redondos / triangulares / cuadrados / negros / ovalados / rojos: de mi imagen de Buenos Aires el transbordador sobre el Riachuelo, la plaza Irlanda, los jardines de Agronomía, algunos cafés que acaso ya no están, una cama en un departamento de Maipú casi esquina Córdoba, el olor y el silencio del puesto a medianoche en verano, los árboles de la plaza Lavalle.
Del país me queda un olor de acequias mendocinas, los álamos de Uspallata, el violeta profundo del cerro de Velasco en La Rioja, las estrellas chaqueñas en Pampa de Guanacos yendo de Salta a Misiones en un tren del año cuarenta y dos, un caballo que monté en Saladillo, el sabor del Cinzano con ginebra Gordon en el Boston de Florida, el olor ligeramente alérgico de las plantas del Colón, el superpúlman del Luna Park con Carlos Beulchi y Mario Díaz, algunas lecherías de la madrugada, la fealdad de la Plaza Once, la lectura de Sur en los años dulcemente ingenios, las ediciones a cincuenta centavos de Claridad, con Roberto Artl y Castelnuovo, y también algunos patios, claro, y sombras que me callo, y muertos.”
Luego las preguntas finales: ¿Por qué esta persistencia de la lejana Buenos Aires? ¿Será tan linda como en la foto movida del recuerdo? ¿Está floreciendo y un juego de calles se da en diagonal? Quedar anclado en París es otra de las variantes del fantástico rioplatense y una respuesta insatisfactoria a esas cuestiones, hay que ir a buscarlas al Infierno donde Francesca de Rímini habla como Virginia Luque: no hay mayor dolor que acordarse del tiempo feliz en la miseria.