Paralelo 38

   Es coordenada geográfica horizontal que designa aquella guerra lejana y el título del cuento que integra un primer libro de relatos editado en Montevideo “Aperturas, miniaturas, finales”. Debe ser leído desde esa doble cronología histórica; no fue un ingreso al circuito literario mediante la poesía, la ruta a seguir era otra y en ese rubro alcanzar la diferencia o acercarse al misterio es bien difícil. Novela tampoco, aunque los temas tratados en el conjunto parecen insinuarlo; por entonces me faltaba la conciencia de ríos provenientes de fuentes insondables y la respiración necesaria para navegarlos. Asunto complicado ese de pasar de profesor en el Liceo No 14 a la creación, coincidiendo con el interregno dictatorial y queriendo interpretar la realidad partiendo de mensajes de los medios de comunicación (trabajo en la publicidad, clases de Semiótica, interés por la tarea cultural e ideológica de los teóricos de Barcelona, encabezados por Miquel de Moragas) la intranquilidad de que nadie escribiría mis historias. El profesor de literatura es al respecto bicho raro, se fascina cuando el autor viene de otros horizontes -periodista polifuncional, militante de la buena causa, artes escénicas, tecladista, parecido a Joan Manuel Serrat, adicto a las anfetaminas empanadas, esquizoide lo que no obsta- pero tiene frente al colega de oficio cierta desconfianza desdeñosa.

   Los relatos primeros fueron -ahora parece sencillo justificarlo- una variante en catálogo narrativo de temas que me interesaban dejados para más adelante; cuando hubiera tiempo ocioso y se dieran condiciones objetivas de producción favorables: el Godot recurrente de todo aspirante a publicar. Tenía impaciencia culposa a lo Rainer W. Fassbinder motivada por la idea de haber comenzado demasiado tarde, la urgencia por disponer rápido sobre el paño ruletero eso que sabía nunca lograría desarrollar en extenso. De ahí cierta desprolijidad del aprendiz primerizo, formado en un medio con escasa conciencia profesional al respecto. Montevideo era el estar ahí y debtri del plan sin opción (una suerte de Alexanderplatz en configuración mosaico), las condiciones de trabajo disponibles, conciencia de nuestra tradición narrativa urbana preexistente y fatalidad territorial.

   Esta vez -la anécdota 38- la alquimia debería resultar del encuentro fortuito de la guerra, una calle de la Ciudad Vieja y un suelto inventado de la crónica roja. Llegué al mundo durante la guerra de Corea y esa conciencia violenta de puntos cardinales que orientan nuestro pasar histórico por el globo: norte, sur, este y oeste. El recuerdo de una matiné bélica viendo la película “La gloria se escribe con sangre”, donde Gregory Peck interpretaba al teniendo Joe Clemons al frente de un batallón al asalto de una colina atrincherada. Cuando el 30 de junio de 2019 se dieron la mano Kim Jong-Un y Donald Trump, me pareció un reencuentro de ex alumnos de la escuela No. 42 republica de Nicaragua, donde aprendí a leer y contar: el Chino y el Colorado habían decidido hacer las paces en el patio de los actos patrios… al menos en apariencia.

   La calle es Juan Carlos Gómez, la más cargada de Montevideo en información; estoy seguro que caminándola se atraviesa la historia antropológica de la ciudad, desde los desembarcos de la colonia y los tres poetas que escribieron en francés, hasta los barcos de cargas mundializados. Cruzando bulevar Sarandí y siendo lado Cabildo de la plaza Matriz; por esas veredas caminábamos los jóvenes en los años 60 tras los vaqueros Lee de contrabando y se sentía a toda hora el canto de las sirenas del bajo. Zona escenografía de “Bruxelles piano – bar”, en Sarandí alquilamos con Gonzalo Bianchi el primera estudio creativo a la vuelta del bar Jauja; es JCG una calle con prestigio narrativo donde transcurre parte de “El pozo” de Onetti. Resultaron inolvidables los bares y personajes cruzados, la sociedad periférica de pensiones, fondas, piringundines y tiendas de cachivaches; el tráfico con la prostitución casi familiar, que en Onetti fue más pertinente en la educación sentimental que la reticencia de otras parientas de Av. Buschental. En alguna de esas recorridas la sorpresa no era ver periodistas, profesores de matemáticas o funcionarios de la Corte Electoral de la otra cuadra, para mí fue descubrir los primeros marineros orientales de verdad. Uno sin nombre entre ellos de ruta complicada y final pendenciero, que decidí coreano por las razones aludidas.

   De repente, entre los luminosos de El león Rojo, El perro que fuma, Moby Dick y Ámsterdam -era la recorrida para comprobar si existía el bodegón “Internacional” y si alguien recordaba una mina llamada Ester, así sin h- hay palabras de la otra escritura: sinogramas incomprensibles anunciando la futura transfiguración de la zona portuaria. Lo demás fue inventar un episodio sin historia comprometida, otro incidente fugaz de la ciudad desnuda como cuando se quema una bombita colorada en El Ancla. Información que habría menospreciado un redactor jefe de La Mañana y El Diario: nunca faltan encontrones cuando el pobre se divierte… Además, el 18 de febrero de 1966 se robaron los fusiles de la Carpa Futi en el Palacio Legislativo

  -Y justo hoy me viene con esas pelotudeces de un crimen pasional coreano… aquí a pocas cuadras se está escribiendo la historia de verdad y usted Rienzi chapaleando en el barro…