Lo decorativo y despiadado en la voz de Ireneo Funes

He hablado de un propósito mágico.

JLB. Otras inquisiciones «La muralla y los libros»

Aceptando la opinión de Borges que consideraba la Divina Comedia la obra suprema de la literatura, siguiendo la tendencia estructural de los tres reinos y sus tercetos encadenados, los treinta y tres gauchos Orientales, que Funes –su primer estímulo intelectual- pretendía reducir a signo y palabra, en homenaje a Erick Lönnrot que avanzó un día su propia muerte, la comunicación se articula en tres partes.

En la primera abordaremos un tríptico arbitrario que precede la consideración de “Funes el memorioso”, razones que me llevaron a detenerme en ese recuerdo de lectura volvedor. Persistencia de dos detalles Funes en los deseos del narrador itinerante y asociados a la recordada Beatriz Viterbo; el acriollamiento temático en tanto experiencia poética y de aprendizaje dentro de la obra borgeana; la incidencia –disimulada y obvia como una carta robada a la vista de todos- de Edgar Allan Poe y su campo magnético.

En la segunda, iremos al interior del relato buscando las estrategias de escritura que permiten su persistencia en la memoria. Postulaciones o hipótesis de lectura para sortear la obsolescencia, creando un estupor similar al asombro, incitando una inminencia semejante a la experiencia estética. Apelamos para ello a la tenue noción de magia, forzando, activando, acriollándola en tautología cimarrona hasta sus últimas consecuencias –arriesgando la parodia crítica-, que contribuye en intermitencias a deslizar una poética polizonte, allí donde predominan sistemas axiológicos, dominios filosóficos y demostraciones lógicas; las vacaciones de tiempo, narrador y memoria en pagos de la Banda Oriental mientras dura una ficción recuerdo.

Finalmente, descifrar la construcción formal del relato respetando momentos de un número de magia, como en los teatros de Londres a finales del siglo XIX. Para cerrar, habrá una breve sección de notas tipo taller de ideas, catálogo de citas e intuiciones sin ecuaciones demostrativas, asociaciones curiosas, sospechas que pueden abrir al lector pistas laterales -poco frecuentadas- para interpretar el cuento. Hallamos ahí el interés de Borges por la ciencia Física moderna, al punto de sospechar que constituye otra rama de la literatura fantástica. Nos detendremos sobre lenguajes artificiales para simplificar el mundo tendiendo a Babel, ocultar el mundo, cometer homicidios nominados y enviar mensajes cifrados en tiempos de guerra. Avanzaremos peones de otras tradiciones literarias del siglo XX –beneficiosa en un cotejo comparatista lúdico- que alejan de la pérfida Albión y acercan a la Praga mágica.

EL ESPECTRO DEL SR. E. A. POE

Desde una lejana percepción juvenil del cuento, me preguntaba sobre la persistencia de “Funes el memorioso” en mi propio recuerdo. Disfruté desde la primera lectura las virtudes del relato, estuve de acuerdo con las interpretaciones de la tradición crítica; integré una preferencia asociada a mi historia de lector: un principio de placer pues los tres personajes (narrador, primo y fraybentino) destacan en la narrativa del argentino, y la obsesión por detalles de escritura imborrables. Se trata de un relato talismán que concentra estrategias, atributos y marcas textuales de lo que llamamos Borges para facilitar los trámites; uno de los textos que integra mejor la pluralidad de los Borges, palimpsesto empezado en Portugal y continuado en desdoblamientos varios. La declinación no se suspende en relato, ensayo y poesía; tampoco del Otro conocido y la filiación remontando hasta la cuarta generación. Borges es estirpe, saga cuya memoria/lectura lo orienta hasta la invención mítica de Inglaterra, anterior a la bonaerense.

Mi elección del cuento se sustenta en tres aspectos subjetivos hallados en los textos del autor. El primero proviene del cuento “El Aleph”, y por tanto me permito obviar el argumento. La atención se concentró en la descripción, hipnótica y caótica de lo visto por el narrador en el escalón diecinueve –decimonono dice Carlos Argentino- del sótano de la calle Garay. La existencia del prodigio propicia variadas reflexiones críticas; quisiera detenerme en las imágenes, lo visual y luminoso como epifanía, versión porteña de la rosa mística, límite entre lo humano y aporía del entendimiento. Enumeración ordenando el cosmos donde el deseo es el ruido dentro del circuito, como el escudo de Aquiles al que se agrega una fotografía sepia de la infancia. Hay allí visiones de plural naturaleza, se escucha el desgarrón de incorporar lo infinito al cuerpo, el tiempo breve de la experiencia. Lo arduo de observar el ojo cíclope de una divinidad que podría ser la nuestra y auscultándonos hasta las vísceras.

Ello ocurrió en 1941. Las cartas obscenas claro, hirientes como chuzasos, denigrando en la primera experiencia del prodigio el objeto tenaz del deseo amoroso y la veneración –terribles en sus detalles, inducidas por la frustración que tampoco se calmó con la muerte- que Beatriz Viterbo remitió a su primo Carlos Argentino Daneri. Autor del poema cosmogónico La Tierra, descubridor de la maravilla visual compartida, tentador del deseo y la escritura liberada de Beatriz.

Luego hay un viaje inmóvil en el tiempo en esa máquina visual por países de sagas tribales, que se creían inmortales como los dioses que adoraban, borradas por el viento de la historia e irrumpe el libro: “un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland”, y la evocación en dos tiempos de una ciudad del pasado: “vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos.” Ello evolucionando en un círculo mágico suspendido de un diámetro entre 2 y 3 centímetros –difícil para leer correspondencia que lastima-, donde se ve lo que se quiere mirar. El Aleph tiene tal vez un funcionamiento autónomo y se parece a una linterna mágica; proyección de la simultaneidad de quien observa, álbum oval de obsesiones y sospechas. En esa película aparecen dos elementos determinante en la historia de Funes, como si la función del Aleph –libro, cuento, pantalla redonda y estremecimiento de la experiencia- fuera síntesis de deseos e impotencias. Es ello tan íntimo que alcanza la autopsia de vísceras, Plinio y embaldosado de Fray Bentos dicen de Funes tanto como tienen a Beatriz.

El segundo postulado estaba emboscado en el penúltimo cuento de Ficciones “La secta del Fénix”. Sobre los orígenes, protocolos, ritos secretos y adeptos incógnitos las interpretaciones son variadas. Uno de los relatos más enigmáticos o luminosos, si recurrimos al sistema deductivo de interpretación de los sueños. Es probable; lo interesante resulta que la secta originada en la historia de otros pueblos –quizá anterior a la escritura-, tal vez desde Heliópolis y se expande por el mundo llegó al Río de la Plata. Así se explica: “Son todos para todos, como el Apóstol; días pasados el doctor Juan Francisco Amaro, de Paysandú, ponderó la facilidad con que se acriollaban.” Es el mismo Juan Francisco que aporta datos al narrador en un momento de bloqueo de escritura: “En el invierno, la falta de una o dos circunstancias para mi relato fantástico (que torpemente se obstinaba en no dar con su forma) hizo que yo volviera a la casa del coronel Tabares. Lo hallé con otro señor de edad: el doctor Juan Francisco Amaro, de Paysandú que también había militado en la revolución de Saravia.” El Aleph“La otra muerte”.

El acriollamiento sería la manera cómo se aquerencian argumentos del repertorio de la humanidad en los espacios no urbanos del Río de la Plata. Acomodamientos paulatinos reproduciendo con tono ríspido situaciones, temas, obsesiones venidas desde lejos; en adaptación de temas esenciales de la tradición occidental –figuras, metáforas, nociones- y de lo que la tradición Occidental tradujo de la tradición Oriental, también atravesando el Ganges. Ello, intuido más que argumentado por un compatriota de Funes, en otra ciudad del litoral uruguayo, a 123 km. al norte de Fray Bentos. Acriollar temas y lectura, llevar el incidente a Fray Bento del otro lado del río, menos sagrado que el Ganges, puede embriagar la lectura. El relato además de olor de libros viejos y bibliotecas, se conecta a la tradición gauchesca, la memoria de payadores y domadores de paso, como uno de los posibles padres de Funes. Huele a tierra mojada después de la tormenta de verano y bosta de potrero, fogón de noche previa a la montonera que puede ser la destinada para morir, mate amargo con tortas fritas, caña con naranja, cuero de oveja sin curtir y callejones de tierra llevando al río.

Desdoblándose y potenciándose en la circunstancia Plinio original y en Fray Bentos es denso. Poética del acriollamiento en la praxis de un cuento y campo literario asociado al tercer elemento que me interesa encarnado en la figura de Edgar Allan Poe. El lector hallará en el final del trabajo ejemplos de la presencia de Poe en Borges, que también se corresponde a esa nostalgia por el siglo XIX y desborda la historia argentina, el árbol genealógica con ancestros en cargas a campo traviesa sable en mano carabina a la espalda. Poe se perfila de varias maneras, evidente y secreta es presencia circulando con diversa fortuna y preeminencia estadística, nombre citado sin argumentos para explicarlo a la manera de Shopenhauer. Heredero ejemplar de un mundo donde misterio y solución participan del mismo modo sobrenatural; propone la zona mágica de las ficciones, inventa un personaje con vía de razonamiento para descubrir crímenes simiescos y aporta la coartada modélica de la carta robada.

Ante abundantes referencias filosóficas y cosmogonías, metáforas recurrentes, enciclopedias de todos los imperios, lenguajes que terminan siendo ortopédicos, enigmas lógicos transformados en fábulas olímpicas con animales y semidioses débiles del talón, ante poéticas de precursores, indagación suburbana, gauchescas y popular en el idioma de los argentinos, jugadores de ajedrez, ante la historia secreta de un verso o una idea, de una metáfora feliz, la repetición de la cábala, el río de Heráclito, seis pies de tierra inglesa y variantes de desafíos espontáneos entre dos hombres buscándose, Poe se inmiscuye como un fantasma. El salteño Horacio Quiroga podría ser el agente doble de ese mundo en la tradición rioplatense. También es cuestión del fantástico, que dejaría de ser el repertorio de procedimientos catalogados por manuales, utilería recurrida y clasificada, disecada, fijada con alfileres –desplazada en el imaginario colectivo por efectos especiales y la ciencia ficción- para ser estado indisoluble de escritura y lectura. Evocar Poe en relación a Borges no equivale a permanecer prisionero en la noción de intertextualidad, que muestra aquí sus límites. Es evocar un estado de escritura lectura, nostalgia del pacto decimonónico entre texto y lector, necesidad de la imaginación en ambos extremos del circuito implicado.

Para garantir asegurando la vigencia de ese contrato Borges urde un narrador que se le parece. Testimoniando la irrupción de lo extraño, la verdad de lo raro indicando –con marcas de escritura- el momento en que lo excepcional se fusiona al relato –injerto, transfusión, ósmosis, hipnosis, alquimia- destacando con insistencia la dificultad de la operación: el instante en que la pócima mágica ingresa al sistema sanguíneo del personaje. Indeterminación aceptada, compartida con todos los participantes al fenómeno literario y correspondiendo a la época, el fantástico deja de ser oficio para constituir un asombro –el viejo olvidado asombro- de la recepción. Pensamos en una época con tanteos acierto/error de la ciencia explorando fronteras, metafísicas concebidas entre sectas regidas por textos sagrados, espiritismo y estafadores. Décadas cuando el tránsito con el más allá era intenso, la comunicación con los muertos se aceptaba como posible si se hallaban agentes mediadores adecuados. Desbordamiento de creaciones de sistemas al límite de cosmogonías ancestrales y ritos de iniciación con más o menos hemoglobina, orgías con travestismo animal, simpatía por el demonio, logias de todo tipo, hermandades selladas en la razón, lo sobrenatural oliendo a azufre y el complot rondando. Organizaciones políticas, obsesiones clasificatorias y fulguración poética, entidades similares a la del estanciero oriental don Alejandro Glencoe en “El Congreso” de El libro de arena.

Borges acciona un fantástico que llamaría mágico, potenciando el misterio del relato que cuenta dos historias, incitando al lector a devenir un iniciado. Su secreto es de prestidigitador que toma al pie de la letra un axioma central de la magia siempre vigente: eso que vemos no es realmente lo que sucede. De Poe actualiza la precisión al describir la anomalía, el atractivo por reinos paralelos del otro lado del espejo, al alcance de la mano, lo incomprensible como causalidad oculta del mundo, la incertidumbre legal mientras coexiste ciencia y superstición, delirios sublimados a construcciones metafísicas, la magia ancestral y renovada como tangible, planeta donde resultaban tan enigmáticos los misterios como las soluciones.

Borges propone un fantástico mágico donde efecto y explicación deben ser sencillos, simples, aceptados, resueltos ante nuestros ojos. Sin abusar de la prueba científica o divina, arduas explicaciones de curiosas excepciones a leyes ignoradas de la naturaleza. Un mundo intrigante: a los relatos llevando a extremos de la muerte, esquizofrenia, hipnotismo y obstáculos venían en ayuda las tesis de agentes infiltrados como Franz-Anton Mermer, Helena Blavatsky, Nikola Tesla y Alister Crowley. La Enciclopedia Paralela, mundo flogisto de antimateria donde las explicaciones eran tan exponenciales en imaginación como los misterios. El ejemplo mayor de esta presencia de Poe –insinuada, espectral: espejismo- lo hallamos en “Pierre Menard autor del Quijote”. Se le puede aplicar al relato lo que Menar postulaba sobre la novela de Cervantes: “La gloria es una incomprensión y quizá la peor.” La historia debe su justificada fama al proyecto que describe, el personaje inventado y la obra invisible del autor. Extraña paradoja, la zona secreta se volvió la más luminosa realización del francés y por ende, de manera mecánica, condenó la tarea visible y catalogada al purgatorio.

Todos lo tenemos presente: la clonación de fragmentos de la novela de Cervantes –que según Borges amaba lo sobrenatural- proyecto del cual sólo hay una carta para sustentar nuestra Fe, que agotó y sublimó un repertorio sobre los posibles de la práctica literaria hasta imponerse como evidencia. La idea de Menard es tan mágica en propósitos y procedimientos puestos en funcionamiento, -“mi propósito es meramente asombroso”- tan tautológico fantástico el pasaje al acto –manipulación donde se cambian barajas y aros chinos por la lengua castellana- que intimida toda hipótesis alternativa: evocar mentira, mitomanía, engaño, incursiones del encantador en clínicas especializadas en asuntos mentales y la eventualidad de que haya concebido la máquina textual de viajar en el tiempo, o el acto llamado del hombre transportado. El artificio propuesto es artefacto incesante de teorías sobre el secreto mejor guardado de la literatura, incluyendo copia, plagio, trascripción, traducción sucesiva. Hasta la incorporación espiritual mediante intermediación de magos, de pócimas y por qué no después de todo… Nadie podrá detener esa usina de hipótesis y es prudente no interponerse.

¿Qué sucede con la obra visible de Menard? A la vista de todos, el catálogo ordenado de la a hasta la letra s, entradas verificadas por el propio narrador en el archivo privado del difunto (19 intentos, como 19 escalones deben contarse para llegar al Aleph y 19 son los años de Funes) la enumeración considerada con humor y desdén. Todo parece apocado si se lo confronta con el proyecto invisible: el hombre que hizo eso no parece capaz de concebir y hacer lo otro. Al leerlo, suponemos que Menard hubiera considerado en su elección temas afines y obsesivos del propio Borges; me limitaré a tres para nutrir la sospecha. Los lenguajes artificiales como ambición del ciertos individuos por redefinir, ordenar y nombrar la movilidad del universo, el ajedrez considerado arte de combinatoria y metáfora de guerra entre dinastías, el redundante asunto de Aquiles y la tortuga.

De esa rápido arqueo surgen dos perplejidades evidentes. La primera entendible para cualquier detective aficionado o lector apasionado de novelas policiales; nada evocando a Cervantes, para borrar toda traza del plan invisible, como haría cualquier asesino tentado por el crimen perfecto. En el resto del legajo tampoco hay signos que puedan considerarse pruebas irrefutables, apenas la misiva evocada –¿robada, inventada? – firmada en Bayonne el 30 de septiembre de 1934 y la certeza que desestabiliza: “En efecto, no queda un solo borrador que atestigüe ese trabajo de años” de alguien cercano y que es designado novelista y poeta. El narrador induce a admitir la creencia necesaria, la Fe en su palabra como prueba y demostración única de lo que avanza. Hay otro hombre invisible en el catálogo, citado en la carta y el comentario de la misiva: “devoto esencialmente de Poe” y “No puedo imaginar el universo sin la interjección de Poe: Ah, bear in mind this garden was wenchante!”

Ello en un universo –Pierre Menard confiesa- que sí puede aceptar el Quijote como un avatar textual evitable. Tres tipos de admiración o la misma declinada advierto en la ausencia de Poe en el catálogo con premeditada intención, quizá porque la devoción verdadera no necesita ser entrada de bibliografía. La reflexión del bostoniano sobre el misterio de la poesía más que en su ejecución, una valoración del cuento como dimensión irreductible para hacer verosímiles ciertos argumentos, ser paradigma de la literatura anglosajona del siglo XIX e inventor de la atmósfera de cuando el universo era misterio resistente en vías de ser descifrado.

La admiración se inculca en el interior de los relatos y en la poesía; además de las bibliotecas simultáneas (desde la gauchesca a la épica anglosajona), del interés por ciertos derroteros de la filosofía y la ciencia, Borges no desdeñó laberintos de conocimientos ocultos, el atractivo de misterios a la manera de enigmas policiales y actos de prestidigitación o ilusionismo. A lo extraño inexplicable lo llamó magia y desde esa noción, tomada como se dice al pie de la letra, leeremos “Funes el memorioso”.

UN CONEJO EN LA GALERA

Algunas pruebas textuales para comenzar la segunda partida.

a) “He distinguido dos procesos casuales: el natural, que es el resultado incesante de incontrolables e infinitas operaciones; el mágico, donde profetizan los pormenores, lúcidos y limitados. En la novela, pienso que la única posible honradez está con el segundo. Queda el primero para la simulación psicológica.” Discusión “El arte narrativo y la magia”.

b) “Hay, además, la noción de tesoros escondidos. Cualquier hombre puede descubrirlos. Y la noción de la magia, muy importante. ¿Qué es la magia? La magia es una casualidad distinta. Es suponer que, además de las relaciones causales que conocemos, hay otra relación causal. Esa relación puede deberse a accidentes, a un anillo, a una lámpara. Frotamos un anillo, una lámpara, y aparece el genio. Ese genio es un esclavo que también es omnipotente, que juntará nuestra voluntad. Puede ocurrir en cualquier momento.” Siete noches“Las mil y una noches”. 

c) “De una manera casi física siento la gravitación de los libros, el ámbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mágicamente.” El hacedor“A Leopoldo Lugones”.

d) “Ahora, acabo de saber que se ha enloquecido y que en su dormitorio los espejos están vedados pues en ellos ve mi reflejo, usurpando el suyo, y tiembla y calla y dice que yo la persigo mágicamente.” El hacedor“Los espejos velados”.

Funes el cuento abunda de “causalidad distinta” que se desplaza por la historia como la antimateria en el universo. Se la puede tentar, el cuento acciona un dispositivo de presentación cercano a un pase de magia en tanto se propone escribir aquello que no comprendemos. La transfiguración se opera mientras dura el relato y bajo el control de la atenta mirada del lector. Lo mágico afecta lo ocurrido inoculando la causalidad inexplicable y es su lejana inspiración. En el suceso central -la matriz justificando el relato- se estructura en dramaturgia y temporalidad de un número de magia. Se recrea así un escenario, el artista disponiendo elementos, el truco sorprendente y un espectador lector privilegiado a la vez.

El narrador se fija de manera hipnótica en la voz del personaje sujeto del prodigio. En cada segmento del relato –introducción y tres partes- coexisten lo inmediato redactado y lo lejano del recuerdo, el filtro de una biblioteca ideal y el eco de establos fraybentinos del siglo XIX: otra vez la cifra obsesionante. La anécdota Funes, la vida del muchacho y el texto que fija su recuerdo y la cronología fechada del narrador sucede en la época de oro de la magia ejemplar; que se desplazaba de novelas y cosmovisiones a teatros con público ansioso de ser engañado y creer, entre charlatanes de feria y verdaderos iniciados al misterio.

Cuando se refieren los nombres de la historia asociados a la memoria excepcional –enumeración de Plinio- se destaca por oposición la duda sobre la estrategia de Borges de encarnar la ruptura de una de las facultades humanas en un muchacho de Fray Bentos, “en su pobre arrabal sudamericano”. Hay allí sin duda una pirueta que le hubiera agradado al doctor Amaro de Paysandú, un caso maravilloso para validar sus tesis del acriollamiento. Con Funes instalado en territorio uruguayo, el autor fuerza un movimiento espacio temporal arrastrando coordenadas y memoria personal del narrador. Estaríamos ante un extraño avatar de la literatura gauchesca, espejo tullido de lo ocurrido en “La tierra purpúrea”. Borges crea una memoria que es la suya y desplaza fechas evacuando la simetría, incorporando un dato inverosímil, recordando que se trata de una ficción donde esos malabares temporales son posibles. Ahí radica uno de los trucos de Borges. El diálogo entre autor y narrador tiene en la crítica, hipótesis varias para explicar ese salto en el tiempo. Alter ego, desdoblamiento, capricho, disociación narrador y autor empírico que describen sin explicar la razón. Borges autor le aplica a la realidad incluyendo su propia persona, el mismo tono del relato sobre el que trabaje.

El cuento que inventa al narrador no comienza en el perfil del mismo sino en la metamorfosis del autor, el cual lo sube a la máquina de remontar el tiempo, recuerda y va más atrás de su nacimiento. El título puede existir antes o después como inclusión paratextual: el cuento -flujo textual que me implica como lector- comienza con “Lo recuerdo…” Ahí acelera el artefacto llevando a Jorge Luís a tres recuerdos determinantes: una salida al campo Oriental en la juventud, la angustia por la salud crítica del padre en Buenos Aires, el de la noche mil y dos noches Oriental, cuando Funes es Sherazade contando un milagro secreto. Para que ello ocurra como sucede hay que ir hacia el siglo XIX (“Más de tres veces no lo vi; la última, en 1887…”, y otra vez el tríptico) por afección personal. La tierra donde anduvo el abuelo guerrero y se acriolló Richard Lamb a la vista del cerro de Montevideo, a la ciudad que reaparece en “El Aleph” junto a la baraja española, Londres bajo forma de laberinto y convexos desiertos ecuatoriales. Mágico el procedimiento: “El fácil pensamiento Estoy en mil ochocientos y tantos dejó de ser unas cuantas aproximativas palabras y se profundizó a realidad.” Otras inquisiciones “Nueva refutación del tiempo” A II.

No está mal como predisposición para leer a Funes en estrategia mágica y teniendo presente el axioma de la carta robada: el secreto mejor guardado está a la vista de todos, los que saben mirar. En el prólogo de Ficciones Borges lo define como “Una larga metáfora del insomnio”, lo presenta con la retórica de un acto de magia ante una platea de espectadores convencidos a la causa. Primero las circunstancias para reglar el relato en las pistas del tiempo con cuatro fechas que enmarcan. 1884 el primer encuentro; 1887 último encuentro; 1932 probable fecha del pedido: “mi testimonio será acaso el más breve y sin duda el más pobre, pero no el menos imparcial del volumen que editarán ustedes.”; 1942 datación del cuento formando un ciclo de cincuenta y ocho años.

Abre la escena la palabra del prestidigitar presentando las circunstancia. Cada detalle parece real y verificable excepto las fechas, como si el tiempo se permitiera licencias cuando se articula en la cronología de las ficciones. Estamos ante la salida a superficie del recuerdo latente: el pobre Funes, sus dos accidentes y esa forma perversa de karma para un peoncito es el atajo. Su historia es el truco que entretiene para unir dos momentos intensos de la educación sentimental del narrador. Antes del acto hay que entreverar la baraja para confundir y ocultar, hacerlo con habilidad manual para dar la ilusión de que el azar entre en funcionamiento: “Recuerdo cerca de esas manos un mate, con las armas de la Banda Oriental.” Luego la voz de Funes que llega al lector como eco, la fecha 1887 cuestionando la entidad autor/narrador, fragilizando la linealidad, postulando el tiempo circular.

Advertimos la destinación a un volumen en homenaje a esa excepcionalidad y con fundadas sospechas en cuanto a la edición final, la distancia irónica que permite el afecto, “Mi deplorable condición de argentino me impedirá incurrir en el ditirambo –género obligatorio en el Uruguay, cuando el tema es un uruguayo.” La exageración de Leandro Ipuche (la reactivación de la memoria proviene de la Banda Oriental), con acentos nietzchianos y la distancia insalvable –excepto por una noche de conversación- entre los protagonistas: a) “Literato, cajetilla, porteño.” b) “compadrito de Fray Bentos, con ciertas incurables limitaciones.” Presentación convincente, creación de condiciones de escritura y lectura donde el mago ordena un escenario propicio al pacto de lectura, saca de la manga artificios literarios, predispone la escucha con engaño anunciando lo que debemos ver. La ilusión del encanto está en movimiento, muestra instrumentos rudimentarios del truco y prepara la pregunta: ¿qué ocurrió para que esos personajes se crucen y el recuerdo del encuentro persista?

Una vez hecha la presentación, cada acto de magia comporta tres partes o actos. La primera se llama LA PROMESSE. El mago presenta algo ordinario, un mazo de cartas, un pájaro o un hombre. Lo presenta, hasta puede invitar a examinarlo, a fin de que usted se percate de que en efecto es real, intacto. Normal. Pero, bien entendido, está lejos de serlo.

La historia que explora las galaxias de la memoria absoluta –nada menos- el tiempo cuando se vuelve eternidad –como si fuera poco- y los juegos mentales del muchacho superado por el monstruo que lo habita comienza a la intemperie. En el campo, cerca de Fray Bentos el 7 de febrero de 1884 a las 7.56 pm; cuando se está por desatar una tormenta y ese minuto se vuelve inolvidable por coincidencias que presentan lo ordinario, la normalidad, la promesa de que ese conjunto heteróclito contiene algún elemento de excepción, latente como el rayo en el horizonte.

Podemos destacar dos factores de esa convergencia, el primer encuentro del narrador con Ireneo Funes y el regreso a las casas con el primo Bernardo Haedo. “Volvíamos cantando, a caballo, y ésa no era la única circunstancia de mi felicidad.” Una declaración de estado anímico infrecuente en el autor y sus narradores, además de evocar gestos corporales tan alejados de la iconografía real e imaginada que se apropió del escritor. A manera de paralelismo entre la psiquis y el cosmos se anuncia una tormenta, Funes ingresa entonces en la historia personal y la leyenda: situación panteísta y de gracia prepara la presentación del muchacho – tenemos un retrato previo breve y lapidario- del cual se dice que es retraído y conoce la hora exacta sin consultar relojes. Crédito local como un payador invicto en desafíos o lanzador de taba, freack del mecanismo divino, rareza del pago sin incidencia en el cosmos, un cordero con dos cabezas. El tic tac de la concordancia de un cerebro con una tara y el inconcebible reloj del universo.

En las condiciones de producción del relato se trata de un recuerdo que regresa de la muerte. Funes es la voz de un finado, el muerto que habla como en sueños y los números de la lotería de Rosario y Montevideo. De ahí la voz, el grano de la voz dibujando contornos del recuerdo: “La voz era aguda, burlona.” Esa voz no lo dijo en el cuento y acaso lo pensó, pero bien pudo haber dicho cajetilla, literato, porteño. El narrador cantor oye otra voz, el narrador jinete ve a quien será atrapado por otro caballo, el literato feliz que viene de Buenos Aires se topa con el muchacho infeliz hijo de doña Clementina. La voz fija y actualiza el recuerdo, lo diferente es fantástico de carnaval confundido en la ruda banalidad de la vida campera. Todo parece normal y sin embargo…

El segundo acto se llama LE TOUR. El mago utiliza eso ordinario para hacerlo realizar algo extraordinario. Entonces usted busca el secreto pero no lo encuentra; porque –bien entendido- usted no mira atentamente. Usted no desea verdaderamente saber, lo que desea es ser engañado. pero no se decide a aplaudir al final de LE TOUR, porque hacer que algo desaparezca es insuficiente. Todavía hay que hacerlo regresar.

Lo conocido durante la promesa sufrió modificaciones y la combinatoria será necesariamente diferente. La ausencia sin explicaciones –como si se hubiera asistido a un paréntesis de la felicidad-; durante dos años seguidos el narrador veraneó en Montevideo. En Fray Bentos el destino llegó al galope bajo la forma de accidente de trabajo, Funes fue volteado por un caballo y quedó tullido. El narrador sospecha, acepta el juego y lo expresa con palabras bien lúcidas: “Recuerdo la impresión de incómoda magia que la noticia me produjo.” ¿Qué es aquí, en esta ficción precisa, la incómoda magia que modifica y transfigura la circunstancia de la felicidad de tres años atrás? Ocurrió la experiencia fundadora, le tour que hizo desaparecer las anteriores formas de normalidad. El incidente apenas evocado alteró el cosmos dándole otra configuración en la cabeza de Funes. Alguien o algo dispuso el golpe casual, azar agazapado potenciando un don hasta la monstruosidad, imponiendo un oneroso peaje a pagar. Ello así como si nada y de un momento para otro… abracadabra: un truco mágico que puede obviar explicaciones por otra parte innecesarias.

La distancia es el tiempo breve que separa perder y recuperar el conocimiento. Partida y contrapartida, la memoria esa con la inmovilidad por el resto que la vida y que será breve por el cruce de la congestión pulmonar. Una vez más la irónica maestría de Dios, dando con una mano y quitando con otra: “el hecho, en boca de mi primo Bernardo, tenía mucho de sueño elaborado con elementos anteriores.” La voz nuevamente –esta vez del compadre de la cantarola del 7 de febrero de 1884- y el paso del sueño elaborado a la incómoda magia. Esos proceso deberán encarnarse y ocurrirá mediante el acercamiento visual y el episodio de la carta. “Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente recalcaba su condición de eterno prisionero.” Otra vuelta de tuerca, lo extraordinario termina por concretarse, irrumpe lo insólito poniendo en duda y entredicho lo supuesto hasta el momento.

Es la carta de Ireneo dirigida al narrador (rareza en un mundo de analfabetos) redactada según las propuestas de la Gramática de Andrés Bello. El prisionero está bien informado, en la misiva le pide prestado unos libros y un diccionario “para la buena inteligencia del texto original, porque todavía ignora el latín.” Narrador y lector quedan sorprendidos por ese toque en regla a las leyes contradictorias de la verosimilitud, la literatura gauchesca y hasta de la cortesía entre vecinos. “Al principio, temía naturalmente una broma. Mis primos me aseguraron que no, que eran cosas de Ireneo. No supe si atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que el arduo latín no requería más instrumento que un diccionario; para desengañarlo con plenitud le mandé el Gradus ad Parnassura de Quicheret y la obra de Plinio.” La reacción en cadena de los hechos –volver a Fray Bentos, traer esos libros, recibir la carta, responder- comienzan por desarreglar el orden racional, cuestionar el entendimiento, marcar la causalidad de los sucesos y abrir la duda sobre la sinergia resultante.

La primera intuición es triple: descaro, ignorancia y estupidez. Dificultades para definir con exactitud y falta aún el episodio de la confirmación, la puesta en evidencia probando el timo. Las leyes del horizonte intelectual humano distintas de las otras sustentado la naturaleza, fueron burladas más que desafiadas. El escándalo es tan enorme que descalifica toda incursión del misterio; hasta la simple ingenuidad del encuentro del gauchito paralítico con la obra de Plinio en latín. La certeza de Funes es lo que predispone al narrador y lo incentiva a ser testigo de la crueldad del fracaso.

Los sentimientos rencorosos pasan del narrador al lector que intuye un final de vergüenza y patético. En lo formal estamos ante un asunto inconcluso que requeriría en el lector excesiva benevolencia; despierta la curiosidad y descarta el asombro, ahí podría haber finalizado el relato con la piedad de la incertidumbre, pero falta la resolución.

Es por eso que, para cada acto de magia existe un tercer momento. el más difícil, el que se llama LE PRESTIGE.

Le prestige es el regreso de lo desaparecido en condiciones poco creíbles. Se concreta tres años y una semana después de haber comenzado la historia en la noche que va del 14 al 15 de febrero de 1887. Fue un lunes, por ese entonces la República Oriental del Uruguay tenía un nuevo presidente en la figura de Máximo Tajes y todavía era la tierra purpúrea sedienta de sangre: le faltaban para salir del siglo dos revoluciones -1897 y 1904- de una violencia inusitada. El año de le prestige muere Jules Laforgue, nace Xul Solar y se leen las primera aventuras de Sherlock Holmes. El final coincide con la vida afectiva del narrador y estamos lejos de la felicidad del verano del 84. A la carta se suma un telegrama urgente, con palabras preocupantes sobre la salud del padre –el narrador sí sabe quién es el padre- y debe regresar a Buenos Aires.

El “Saturno” –otro barco cubría la línea y se llamaba “Cosmos”- zarparía a la mañana siguiente. Entre los preparativos está el recuperar los libros prestados supuestamente para la iniciación al latín clásico; seguro que se prepara a la decepción, será un trámite rápido y la mente está muy ocupada con otras preocupaciones. El narrador ingresa en la casa de Funes como si lo hiciera en un laberinto benévolo y atraviesa un patio de baldosa, parecido al de la calle Soler visto en “El Aleph”. Otra vez se escucha la voz del más allá: “Oí de pronto la alta y burlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latín; esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaban las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor los creía indescifrables, interminables;”

Descubrimos estar ante lo inconcebible: Plinio recitado por una similar entonación a la del entrerriano Evaristo Carriego. Después es el cuento dentro del cuento dentro del recuerdo, el contrapunto para que el relato sea posible. Funes evoca el big bang de su memoria y el narrador escucha –encantado, hipnotizado, sin ver pasar las horas de la noche, haciendo un paréntesis en la preocupación por el padre, puede que avergonzado por haber dudado- lo insoportable que cuenta el prisionero inmóvil. La credulidad queda en estudio de suspensión y es testigo de lo imposible. Se funda un recuerdo que sólo pasará a la escritura medio siglo después transfigurado, para que eso escuchado pueda ser recibido como simple ficción. Las circunstancias, la historia y en Borges el momento mágico cuando el autor se convierte en narrador. Lo escuchado en escritura y lo íntimo –mediado por el texto- en algo destinado a quienes estamos afuera del libro. “Arribo, ahora, al más difícil punto del relato. este (bueno es que ya lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo.”

Además de la captación inmediata en el aprendizaje la memoria viva de Funes tiene espacio disponible. Ocio que lo lleva a juegos infantiles –la noción de pensar no se intensificó con el accidente ecuestre- como un sistema original de numeración, cercano a la criptografía para uso personal. Pasar de Fray Bentos a Roma y de la revista satírica El negro Timoteo a Plinio deja trazas y un juicio severo sobre el don recibido; el prodigio de pueblo chico se bolea en un vacío metafísico. En esas revelaciones e incomprensiones, ante un asombro que deviene circense, como el encuentro con el lobizón o una luz mala cuando sale la luna llena, ambos pasan la noche, sabiendo que esa noche tiene algo de final y definitiva. Uno verbalizando el deterioro el don casi en una terapia por la palabra, sintiendo el cotejo de la sensibilidad del universo habitando su cuerpo de peón paralítico, aceptando el dolor de haber olvidado el olvido.

Los lectores del cuento recuerdan los detalles de su confesión. El narrador en un viaje hacia el amanecer a la espera del barco melancólico que lo llevará al otro lado del río, hasta el lecho del padre sufriente. Lo humano y lo más que humano charlando del fantástico, como si fuera un don para curar la culebrilla, cambiar la pisada y conocer la vencedura contra la picadura de víbora. El fantástico acriollado, la magia en bombacha y alpargatas se presenta siendo tropilla de creencias sin necesidad de demostraciones. El narrador juega a la mosqueta con la aceptación implícita del lector del valor de la palabra. El prodigio descubierto y puesto en evidencia circula entre ciencia aproximativa, delirios de caña brasilera, medicina pueblerina, la red de prodigios como espectáculo de compañías teatrales ambulantes.

El Funes 1887 viene de alguna parte brumosa y no logramos adivinar de que región opaca. Lo ocurrido en el interregno es prodigioso y abre las puertas de otras interpretaciones; está el tema de la memoria, luego el delirio incontrolable, lo que Funes hará con la memoria descrito con detalle y que se concentra en la siguiente fórmula: “Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para la serie natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferior el vertiginoso mundo de Funes.”

¿Qué queda al final? Un conjunto heteróclito de versiones; para el primo Bernardo una anécdota recurrente en los remates de ganado, para doña Clementina una desgracia con suerte, para Leandro Ipuche la innecesaria incursión en el ditirambo uruguayo, para el narrador el excéntrico encuentro que acompaña el recuerdo de una tarde felicidad y una noche de angustia vertiginosa. Para el lector la sospecha de que el cuento dice otras cosas que las que Funes cuenta, algo semejante a una frontera: “la recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra. entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado.” Todo permanece en suspenso poético como en un desvanecimiento de la razón y sin despedida. El viaje en el tiempo se petrifica y nada se dice del día siguiente, la noche es una sola, el conjunto finito de recuerdos se eterniza y medio siglo después Ireneo Funes continúa recitando a Plinio en latín en un patio embaldosado de la memoria literaria. El cuento, como tantas veces en Borges, finaliza con una sentencia, tajo certero en el cogote de la narración: “Ireneo Funes murió en 1889, de una congestión pulmonar” Hay en ese final algo rotundo de indeterminación del lenguaje, la coexistencia de dos universos. En uno Funes está muerto, en el otro escuchamos su voz, en uno aceptamos que es un cuento de Borges y en otro uno del narrador remontando el tiempo. El relato por una vez se distancia de malabares intelectuales y la especulación filosófica aplicada al relato.

La obra de Borges se nutre de una causalidad regida por la lógica hasta los postulados de Boole y otra que él llama mágica. ¿Qué pretende con todo ello? Más que la admiración, la obra es prolongada meditación a la búsqueda de una epifanía –en la poesía arcaica y gauchesca, en relatos de Chesterton y en Dante, en especulaciones sobre relatos y filosofías- que se acerca a la experiencia estética, una sensación olvidada o pasada de moda y que detecta en ciertos momentos irrepetibles. “La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares quienes decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético.” Otras inquisiciones “La muralla y los libros”

DIECINUEVE ESCALONES

Para la consulta de los textos, trabajé sobre la edición de las “completas” anotada por Rolando Costa Picazo para EMECE, Buenos Aires, 2009. En cada cita indico libro; título del texto y omito los números de página; habiendo de cada obra tantas ediciones, cualquier intento de referencia tendería a una confusión adicional.

I

Acerca de la Divina Comedia.

“Ante los testimonios resulta inepto equiparar la peregrinación de Dante, que lleva a la visión beatífica y al mejor libro que han escrito los hombres con la sacrílega aventura de Ulises, que desemboca en el infierno.”

Nueve ensayos dantescos “El último viaje de Ulises”.

II

Sobre la manía clasificatoria de los hombres y la búsqueda de un idioma que contenga todos los anteriores con la finalidad de refutarlos.

“He registrado las arbitrariedades de Wilkins, del desconocido (o apócrifo) enciclopedista chino y del Instituto Bibliográfico de Bruselas; notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo.”

Otras inquisiciones “El idioma analítico de John Wilkins”.

III

 La ubicación geográfica de Oriente.

“Para hablar de un lugar lejano, Juvenal dice: ultra Auroram et Gangem, más allá de la aurora y del Ganges.”

Siete noches “Las mil y una noches”.

IV

La curiosa filiación de Menard.

“Para nosotros, Valèry es Esmond Teste. Es decir, Valèry es una derivación del Chevalier Dupin de Edgar Allan Poe y del inconcebible Dios de los teólogos.”

Otras inquisiciones “Valèry como símbolo”.

Otra vez Poe, siempre Poe.

“Si los destinos de Edgar Allan Poe, de los vikings, de Judas Iscariote y de mi lector secretamente son el mismo destino –el único destino posible-, la historia universal es la de un solo hombre.”

Historia de la eternidad “El tiempo circular”.

Teoría poética y praxis de Poe.

“(De la buena teoría de Poe, quiero decir, no de su deficiente práctica.)”

Discusión “El otro Whitman”.

V

La voz original de un género rioplatense.

“Hidalgo sobrevive en los otros, Hidalgo es de algún modo los otros. En mi corta experiencia de narrador, he comprobado que saber cómo habla un personaje es saber qué es, que descubrir una entonación, una voz, una sintaxis peculiar, es haber descubierto un destino. Bartolomé Hidalgo descubre la entonación del gaucho, eso es mucho. No repetiré líneas suyas; inevitablemente incurríamos en el anacronismo de condenarlas, usando como canon las de sus continuadores famosos. Básteme recordar que en las ajenas melodías que oiremos está la voz de Hidalgo, inmortal, secreto y modesto.”

Discusión “La poesía gauchesca”.

VI

La memoria y su contrapartida.

“Es sabido que la identidad personal reside en la memoria y que la anulación de esa facultad comporta la idiotez.”

Historia de la eternidad.

 “Sólo una cosa no hay. Es el olvido.

Dios, que salva el metal salva la escoria

y cifra en Su profética memoria

las lunas que serán y las que ha sido.”

El otro, el mismo “Everness”.

“Sé que una cosa no hay. Es el olvido;

sé que en la eternidad perdura y arde

lo mucho y lo preciso que he perdido:

esa fragua, esa luna y esta tarde.”

El otro, el mismo “Ewigkeit”.

VII

Los encantadores venidos de las novelas, contrariando a caballeros andantes y habitando el autor.

“Cervantes no podía recurrir a talismanes o a sortilegios, pero insinuó lo sobrenatural de un modo sutil, y, por ello mismo, más eficaz. Íntimamente, Cervantes amaba lo sobrenatural.”

Otras inquisiciones “Magias parciales del Quijote”

VIII

Un acercamiento a los misterios.

“-No multipliques los misterios –le dijo-. Estos deben ser simples. Recuerda la carta robada de Poe, recuerda el cuarto cerrado de Zangwill.

-O complejos –replicó Dunraven-. Recuerda el universo.”

……

“Dunraven, versado en obras policiales, pensó que la solución del misterio siempre es inferior al misterio. El misterio participa de lo sobrenatural y aun de lo divino; la solución, del juego de manos.”

El Aleph “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”.

IX

Ireneo Funes y los Santos de la Iglesia.

“A veces me da miedo la memoria.

En sus cóncavas grutas y palacios

(dijo San Agustín) hay tantas cosas.”

Historia de la noche “El grabado”.

X

La edad de oro de la magia abarca –con aproximaciones- la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Robert Houdini (1874-1918) es el más famoso, otros nombres tuvieron sus temporadas de gloria: Cheng Ling Soo (un americano llamado William Elkworth Robinson), Buatier de Kohtla, Servais Le Roy, Charles Joseph Carter y Ching Ling Foo, un verdadero jardín de prodigios bifurcándose.

Las referencias sobre la magia y su puesta en escena, las hallé en “Le prestige” novela de Christopher Priest, Folio S.F. Paris, 1996. Así como en el filme de 2006, basado en la obra y realizado por Christopher Nolan. Transcribí las explicaciones narradas off por Michael Caine en las primeras escenas, que me parecieron con más misterio que en el texto original.

XI

La tercera orilla del río.

“Esta ficción, en realidad, tiene dos argumentos. El primero visible: las aventuras del muchacho inglés Richard Lamb en la banda Oriental El segundo, íntimo, invisible: el venturoso acriollamiento de Lamb, su conversión gradual a una moralidad cimarrona que recuerda un poco a Rousseau y prevé un poco a Nietzsche.”

Otras inquisiciones “Sobre “The purple Land”.

Del círculo mágico al acriollamiento.

“Otro acierto de Hudson, es el geográfico: nacido en la provincia de Buenos Aires, en el círculo mágico de la pampa, elige, sin embargo, la tierra cárdena donde la montonera fatigó sus primeras y últimas lanzas: el Estado Oriental.”

Otras inquisiciones “Sobre “The purple Land”.

Avatar de la gauchesca es avatar del gaucho, sobre el cual Borges había propuesto un retrato.

“El gaucho es hombre taciturno, el gaucho desconoce, o desdeña, las complejas delicias de la memoria y de la introspección; mostrarlo auto biográfico y efusivo ya es deformarlo.”

Otras inquisiciones “Sobre “The purple Land”.

XII

El cambio del personaje criollo es determinante cuando Borges escribe sus grandes relatos. Estamos lejos del modelo de El Aleph “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”, otros son los pingos en la Buenos Aires de mil novecientos y tantos. El mito del centauro y del duelo se transfigura en la historia de la hípica y el tango.

El primer Derbi del hipódromo de Palermo se corrió en 1884, el mismo año del encuentro del narrador con el “cronométrico Funes”. El nuevo hipódromo de San Isidro al norte de la ciudad –equidistante de Adrogué en relación a Buenos Aires- se inauguró el 8 de diciembre de 1935, la primera carrera la ganó Irineo Leguisamo, jinete Oriental de la ciudad de Salto (121 km. al norte de Paysandú, donde ejercía el Dr. Amaro y 244 km. al norte de Fray Bentos), ciudad donde Borges firmó la primera parte de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” y “La doctrina de los cielos” de Historia de la eternidad.

Un detalle más familiar sobre Funes. La madre planchadora tiene el mismo nombre, Clementina, que la mujer que, en Montevideo, sirve al asesino del Presidente Juan Idiarte Borda (El libro de arena “Avelino Arredondo”) y que la madre de Rosendo Juárez (El informe de Brodie “Historia de Rosendo Juárez”) que podía ser entrerriana u Oriental, como el tono de la voz de Evaristo Carriego. Otro interesante detalle es la duda sobre la paternidad del muchacho, disputada entre un médico inglés y un domador o rastreador del departamento de Salto Oriental.

La voz de Evaristo.

“Carriego era, de generaciones atrás, entrerriano. La entonación entrerriana del criollismo, afín a la oriental, reúne lo decorativo y lo despiadado igual que los tigres.”

Evaristo Carriego “Una vida de Evaristo Carriego”.

XIII

Borges tenía un interés por las matemáticas modernas, su ambición de perforar los secretos del cosmos y la materia, hasta los límites de la comprensión estética de los postulados.

“Sus cuatrocientos páginas registran con claridad los inmediatos y accesibles encantos de las matemáticas, los que hasta un mero hombre de letras puede entender, o imaginar que entiende: el incesante mapa de Brouwer, la cuarta dimensión que entrevió More y que declara intuir Howard Hinton, la levemente obscena tira de Moebius, los rudimentos de la teoría de los números transfinitos, las ocho paradojas de Zenón, las líneas paralelas de Desargues que en el infinito se cortan, la notación binaria que Leibniz descubrió en los diagramas del I King, la bella demostración euclidiana de la infinitud estelar de los números primos, el problema de la torre de Hanoi, el silogismo dilemático o bicornuto.”

Discusión “Notas” : “Edgar Karnes and James Newman, Mathematics and the Imagination” (Simon and Schuster).

XIV

Para información detallada sobre la Banda Oriental en la obra de Borges, se puede consultar el excelente artículo de Graciela Villanueva “El Uruguay de Borges: un justo vaivén de la aproximación y la distancia.” CUADERNOS LIRICO. Enero 2013.

XV

Si alguien desea indagar en la criptografía, en tanto unificación lúdica de alfabetos imperfectos de los hombres, para descifrar lenguajes pretendiendo opacar el mundo o guardar su secreto, y como códigos de guerra para ocultar planes al enemigo, el conocimiento de un personaje como Charles Babbages (1791-1871) puede ser interesante. Para intuir los motivos de Funes y sus invenciones contra el ocio, algo se puede entrever a partir de los mensajes cifrados llamados “método de Vigenère y que fuera descifrado por el prusiano Friedrich Kasishi.

XVI

La memoria y combinatoria están vinculadas al ajedrez. Dos informaciones que sin duda llegaron a Borges pueden ser interesantes para conocer las condiciones de producción. Entre el 6 de septiembre y el 9 de noviembre de 1927 se enfrentaron en Buenos Aires por el título mundial Alexandre Alekine y el cubano José Raúl Capablanca. En 1939 –además de Witold Gombrowitz- llegó a la Argentina el gran maestro polaco Miguel Najdorf. En la capital porteña de agosto a septiembre se disputó la 8ª. Olimpiada de ajedrez. Najdorf permaneció en Argentina y entre las hazañas de su talento, merece recordarse lo ocurrido en Rosario en 1943; el polaco jugó 40 partidas simultáneas a ciegas, hizo tablas en 1, perdió 3 y ganó 36.

XVII

El mundo de las matemáticas modernas puede darnos ejemplos de cerebros vertiginosos como Funes, sin duda con mayor eficacia científica pero con final desconcertante también.

Por azar, di con el italiano Ettore Majorana (1906-1938) y su vida parece acomodarse a un cuento de Borges. Un funcionamiento de cerebro excepcional que trabajo en la filial romana de Fermi. Al parecer intuyó problemas de la Física y soluciones con décadas de antelación, desapareció en marzo de 1938 en el trayecto marítimo entre Nápoles y Palermo. Su muerte, retiro o lo que sea, suscita todavía hipótesis de conspiraciones y novelas de espías. Étienne Klein, En cherchant Majorana, Flammarion. Paris: 2013.

XVIII

Otro personaje que puede admitir cierto acercamiento comparatista con Funes lo hallé en un relato de Stefan Zweig, obra tan rica en situaciones y algo olvidada. Seguramente debió conmocionar el medio bonaerense la noticia del suicidio de Zweig el 22 de febrero de 1942 en Florianópolis. Se trata de la historia de un pequeño judío de Galicie en la Viena de comienzo de siglo, que tenía un afán devorador por la lectura y una memoria fenomenal.

 “Mais, bien vite, il s’était détourné de Jehová, le terrible Dieu unique, pour se vouer au polythéisme séduisant des livres.”

El cuento se titula “Le bouquiniste Mendel” y se publicó en 1929.

XIX

Tres ideas asociadas a la tradición de Praga (evocada en Borges por las temas recurrente del Golem, la cávala, Kafka y sus precursores…) pueden hallarse en el estupendo “Praga mágica” de Angelo Ripellino. Plon, Paris 1993.

a) una tercera concepción del laberinto en la visión de Jan Amos Komensky (Comenius): Le labyrante du monde et le paradis du coeur.

b) la sospecha de que en toda ceguera, hay algo rudo que evoca el mundo de Brueghel, incluyendo refranes populares y la interrumpida torre de Babel.

c) un curioso personaje que aparece en la obra Le brave soldat Ckvéïk de Jaroslav Hasek:

“Mais n’oublions pas que, parmi les personages reencotrés par Svejk è l’asile, “le fou le plus dangereux que j’y aie connu, c’était un type que se faisait passer pour le volume XVI du dictionnaire Otto.”

Para finalizar, el recuerdo de un breve diálogo que concentra los temas evocados en nuestro trabajo: otro ejemplo de acriollamiento, una variante del tema de la carta robada, la evocación de la lejana Praga y la magia como indescifrable componente de la Historia.

“- ¿Usted es de Praga, doctor?

-Yo era de Praga –contestó.

Para rehuir el tema central observé:

-Debe ser una extraña ciudad. No la conozco, pero el primer libro en alemán que leí fue la novela El Golem de Meyrink.

Zimmermann respondió:

-Es el único libro que Gustav Meyrink que merece el recuerdo. Más vale no gustar de los otros, hechos de mala literatura y de peor teosofía. Con todo, algo de la extrañeza de Praga anda por ese libro de sueños que se pierden en otros sueños. Todo es extraño en Praga o, si usted prefiera, nada es extraño. Cualquier cosa puede ocurrir. En Londres, en algún atardecer, he sentido lo mismo.

-Usted –respondí- habló de la voluntad. En los Mabinogion, dos reyes juegan al ajedrez en lo alto de un cerro, mientras abajo sus guerreros combaten. Uno de los reyes gana el partido; un jinete llega con la noticia de que el ejército del otro ha sido vencido. La batalla de hombres era el reflejo de la batalla del tablero.

-Ah, una operación mágica –dijo Zimmermann.”

El informe de Brodie “Guayaquil”.

Juan Carlos Mondragón / Université Lille III