De una manera u otra, más tarde o más temprano todo narrador emprende su propio viaje a la búsqueda del tiempo perdido. El haber decidido retener el nombre de Libertad Lamarque en el título de un cuento, seguro que está asociado a episodios ocurridos en los años cincuenta y tienen relación con la banda de audio de la infancia; también los lunes familiares de cine argentino del cine Broadway de Montevideo, con la presencia protagónica de Libertad Lamarque en algunas películas mexicanas; mi madre preparando el almuerzo y escuchando en la radio Artigas CX 34 y para su contento, esa versión tan intensa de “Besos brujos” y de noche en la tele “El show de Libertad Lamarque” al comienzo de los sesenta oyendo aquella bonita tonada madrileña de “la chica del 17 de la plazuela del Tribulete…” En lo más personal recuerdo el remordimiento de saber de “En esta tarde gris”, dando la rosarina su versión femenina del repertorio tanguero, el temblor de mujeres cantando tangos, y eso que había varones que la interpretaron de maravilla como Fiorentino, Julio Sosa y el japonés Ikuo Abo.
Después y hacia los años 90 esos vinílicos RCA de la memoria se convirtieron en el relato que salió segundo en un concurso Juan Rulfo; el cuento conoció algunas estimulantes salidas independientes, el romance de la Gilda y el Aldo hasta fue traducido al francés, si bien no la totalidad del libro “Mariposas bajo anestesia” del que formaba parte. De pura casualidad ese noviazgo circuló y me permitió trabajar un par de años con el director argentino Alfredo Arias, que fue sensible a la historia; en algún lugar debe estar el guion de cine que escribí y que nunca halló la financiación para competir por el Oso de plata en Berlín. Ello igual me permitió escribir con Arias un Cabaret musical representado alguna vez en el Casino de Monte – Carlo. Mi colega y amiga Mónica Zapata lo dio a estudiar en el ámbito del “estudios de genre” por el asunto de travestismo escénico y nunca pensé que, mediante la voz argentina de Libertad Lamarque, estaría en contacto epistemológico con Bibi Andersen -la que baila “Pecadora” dentro de la cárcel en “Tacones lejanos”- y otras chicas trans de Almodóvar; ya lo cantaba Mercedes Serós en 1926: la que quiera coger peces que se acuerde del refrán.
La historia sería más bien un híbrido o dialéctica de género narrativo entre supervivencia cotidiana y representación cabaretera, tango y bolero en una Paris de todos los posibles como los epílogos en aquellos años de las guerras coloniales en Indochina y Argelia; si bien los modelos retenidos vienen de las noches de Barcelona, donde el paso a los ámbito del espectáculo a menos de veinte metros de las mesas con cava eran naturales como los paseos trasnochadores por ramblas, pasivas y la calle del Arco del Teatro llevando al Villa Rosa. Aún en las historias trasn travesti que había leído o frecuentada por gente conocida que se operó, la transgresión puesta en dramaturgia adopta ciertos clichés modélicos y de existencia, puesto que en las cosas del querer tampoco las variaciones son infinitas. El paso de chico a chica o viceversa siempre tiene algo relacionado con la teatralidad y el maquillaje, depilaciones y ropa interior, un toque de ficción que jamás pretende en este relato suplantar la vida verdadera. Entonces, aceptando ese envión inicial. me propuso explorar la transfiguración mariposa en el otro sentido: la estrategia del salmón yendo contra corriente en plan exploración, teniendo como espacios escénicos el pisito compartido en un barrio que pudo ser latino y el Cabaret Saudade, lejano antecedente de La Coquette. Tampoco podía pensarse para ello en el protagonismo de una sola persona si el show quería volverse episodio emotivo; ello suele ocurrir en la ambigüedad Amanda Lear -de orígenes tan inciertos parecidos a Corto Maltese-, el sacudón folklórico antimatriarcal de La Veneno, el atleta Caitlyn Jenner tan conocido por su hija adoptiva, Jaye Davidson cantando “The Crying Game” en la película de Neil Jordan (1992) y la tragedia repetida e inconmensurable de Zulma Lobato, a quien se la vio por primera vez en Crónica TV presentada por Anabela Ascar. Necesitaba que funcionara en pareja para hacer pasar la verosimilitud de esa puesta en escena de ida y vuelta por al repertorio y la apariencia. Fue como improvisar en una platina de mixage Dj músicas conocidas de Mariano Mores, Francis Lemarque, Agustín Lara y Boy George; lo anterior en detalle escabroso, lo posterior de los personajes después del punto final y salvo algunas trazos rápidos, es un misterio. Esas vidas de paso fijadas en el relato como estrellas fugaces, cargan los estigmas de la marginalidad y violencia de pelear por la vida del otro lado del espejo cada madrugada. Los quise encuadrar en esos pocos minutos de atención -el mentado cuarto de hora de Andy Warhoil que pueden ser de fama y acaso de entrega- cuando la película se parece más a una comedia musical con Judy Garland que a un documental sobre prostitución ecológica al borde de los bosques, o la escena de cuando se esnifa cocaína cortada con leche en polvo para bebé; por eso sólo podía ser un cuento que pasara pronto sin didascalias morales y como título de jukebox: apenas un tentar provocando el encuentro fortuito de mundos de apariencia incompatible sobre una mesa de disección, sin tránsitos engorrosos insinuando una historia de amor que se recueerde. Indagar en las insinuaciones de las canciones de karaoké, las barras de los bares lgbt, los mandatos hormonales del deseo adolescente y que perdura hasta la edad de los implantes dentales. Sabiendo que es historia repetida; ahora mismo que se termina el año 2020 hay chicos y chicas que, vestidos todos de blanco como un pai de Bahía de San Salvador, se paran delante del espejo del cuarto luego de cerrar con llave y cantan -siendo Ney Matogrosso- “Homen con H” o entonan incorporando a la orixa Simone: soy el pecado que te dio nueva ilusión en el amor, soy lo prohibido…