Los relatos de Juan Carlos Onetti, urden una de las indagaciones más certeras sobre una etapa -decisiva- de lo que podría denominarse el ser rioplatense. Es decir: la especie humana trasladada sujeta a ciertas condiciones –históricas, emotivas, económicas- de libertad acotada donde alternan grandezas y miserias existenciales. Ese proyecto se legitima en el canon con el paso de los años, puesto que a la voluntad conceptual se suma el oficio narrativo forzado al máximo, la discreta organización de los materiales literarios a la manera onettiana, atrapando lo instantáneo atendiendo a lo eterno, conciliando lo inexorable de la peripecia individual con la ética subyacente de la perfección narrativa.
“Jacob y el otro” el cuento, es un prodigio de construcción de voces plurales disponiendo una dramaturgia de versiones dialogantes, su distribución de ámbitos heterogéneos y cierta temporalidad sincopada, como si su avance fuera regulado por tres relojes de mecánica asincrónica. El relato moviliza una atmósfera clásica onettiana y en paralelo, despliega otra serie compleja de elementos (temas, personajes, nudos narrativos) que lo destacan dentro de la obra del uruguayo. Es un relato con destino, desde su primera publicación suscitó lecturas críticas de indudable valor como acaso ningún otro relato de los llamados de media distancia; dando lugar a una serie de interpretaciones sucesivas que no se sustituyen en su continuidad y por el contrario se complementan. En una aproximación generalizada, el relato induce a cuatro interpretaciones:
1) la persistencia de un clima que lo asocia al ciclo de Santa María y de ahí la necesidad de establecer puentes con otros cuentos, relatos y novelas.
2) la fuerza del título fijando la asociación con ciertos episodios bíblicos, así como la tentación a deducir analogías religiosas.
3) el tríptico de narradores, de donde la proliferación de hechos y el punto de vista multiplicando coincidencias, desacuerdos y contradicciones.
4) la puesta en escena de enfrentamientos de naturaleza plural, que pueden unificarse por la idea de lucha y transitan sin violencia de lo literal a una interpretación simbólica.
No obstante ningún elemento parece ser determinante, el efecto de la escritura proviene de la interacción de las lecturas evocadas. Más que insistir en lo ya fuera escrito de manera estupenda, nos proponemos incorporar otra hipótesis de lectura con el propósito de acercarnos por otro atajo al misterio de la historia que -por supuesto- restará inaccesible.
La perspectiva a considerar es la temporalidad; así, el trabajo sobre el tiempo sería causa determinante del “efecto Jacob”. El relato apela a las variantes básicas del tiempo, desde los no cronometrados segundos que dura el abrazo final hasta la incierta época donde se ubica el relato, una postguerra de identificación imprecisa; desde la duda sobre el mes de primavera evocado (octubre para el narrador, setiembre para Orsini) hasta la sinuosa cronología de la semana sanmariana que acoge las historias; desde el valor de los días de entrenamiento (el viernes cuesta 2 pesos la entrada y luego 3 por decisión del príncipe) hasta las edades de los protagonistas: Mario tiene 20 años y Adriana 22; en cambio Orsini y Jacob, más que edad habitan una parcela que se identifica con la decadencia. Entrando en detalle, Díaz Grey estima la edad del promotor entre 40 y 45 años, en tanto que el narrador -en dos oportunidades- se pronuncia por la cincuentena.
La experiencia temporal transita asimismo por los grandes discursos o si se prefiere las edades del hombre; es claro, especialmente en los extranjeros, el cotejo entre un pasado de esplendor y el presente de autoconciencia dañada, que hace del futuro cercano un territorio peligroso. Téngase en cuenta que la presencia de tres narradores, además del punto de vista o la versión plural de episodios controvertidos, triplica la cronología de hechos vistos desde mediaciones discordantes. Adriana tejiendo incorpora otra imagen temporal clásica: las parcas hilando y el hilo para alcanzar el corazón del laberinto donde habita el monstruo. Las cuerdas que delimitan el ring, el hilo de coser las heridas, la cuerda para saltar durante el entrenamiento; tiempo, urdimbre y la mujer urdiendo la trama son determinantes.
Díaz Grey y Orsini jugando al póker en el entorno temporal del minuto de la lucha, uno en el club con Burmenstein, otro con Deportivas en el diario, construyen la simetría necesaria al relato. Narradores que son a la vez personajes, ellos incorporan la concordancia intuida de escenas equidistantes. El póker de tal manera distribuido insinúa el fingimiento, la obligación de engañar al otro jugador sobre la verdad de las cartas que se tienen entre las manos. En la hora decisiva, los dos personajes repiten la costumbre de hablar entre lo dicho, lo que se supone es creído y en ambos sentidos. Díaz Grey asocia los dos domingos involucrados en la historia. Orsini hace espectacular la llegada a Santa María y omite la salida de la pareja de la ciudad. En otra naturaleza de la simultaneidad, Díaz Grey al inicio muestra cierta indiferencia mientras acaece “la cosa”, que es así como el médico define esa amalgama entre circo, espectáculo, desafío y tragicomedia.
El relato presenta asimismo la experiencia de la duración y no sólo de la historia como complejidad, sino de dos episodios determinantes:
a) la duración de las operaciones cuyos detalles -a pesar que se prolongan algo así como siete horas- el lector desconoce.
b) la duración real de la lucha, pocos segundos y en todo caso menos de un minuto; pero en la versión Orsini comprende buena parte de los últimos párrafos del relato.
Por supuesto “Jacob y el otro” introduce la experiencia de la sucesión, es la que aporta de manera más controlada la voz del narrador. Sin omitir hechos, agujeros temporales ni sombras de información, esa voz anónima procura acercarnos a los vericuetos, así como a la continuidad a grandes rasgos de los acontecimientos durante la semana. Lo sucedido entre la primera visión de Díaz Grey hasta que Orsini toma el relevo del narrador al despertar el sábado por la mañana.
El tiempo impregna el relato hasta el vértigo: las veinticuatro horas de sueño que recomienda Rius a Díaz Grey luego de la operación, la media hora que Jacob pasa de rodillas en la iglesia, el “asunto cíclico” que deduce Orsini en las crisis del luchador, las veinticuatro horas de vacaciones que se dio el príncipe antes de ir al encuentro de Mario, el tiempo contra reloj supuesto en la peripecia del depósito de los quinientos pesos, los tres minutos reglamentarios de lucha y ños prodigiosos diez minutos finales de Orsini silencioso en el almacén.
La concepción misma del relato supone una máquina de circularidad, predisponiendo a la ilusión de lo ininterrumpido e impone un retorno perpetuo cuando el final de la historia atrae -como imán de palabras- el comienzo. Funciona sin embargo otra supra cronología abarcando las versiones de los tres contadores responsables, es la cronología que propone la escritura organizada de acuerdo a una secuencia original, precisa. Dicha temporalidad se caracteriza por avances lógicos y retrocesos propios de la ficción, la verdad sobre los episodios restará inaccesible. Una indagación minuciosa sobre el dispositivo temporal puede contribuir a imaginar lo desconocido.
la mañana del segundo domingo: Díaz Grey recuerda
“Jacob y el otro” comienza con un médico que medita antes de dormirse. Díaz Grey recuerda en dos tiempos, primero evoca la noche pasada y luego se proyecta al domingo anterior, donde comenzó la serie de casualidades que lo llevan a recordar eso -precisamente- una semana después previo al sueño.
“Antes de tomar las píldoras comprendí que nunca podría conocer la verdad de aquella historia; con buena suerte y paciencia tal vez llegara a enterarme de la mitad correspondiente a nosotros, los habitantes de la ciudad. Pero era necesario resignarse, aceptar como inalcanzable el conocimiento de la parte que trajeron consigo los dos forasteros y que se llevarían de manera diversa, incógnita y para siempre.”
Tales son los límites temporales del relato y las fronteras del conocimiento para el lector. El relato al inicio admite la renuncia, entendible, a saberlo todo y propone un pacto de acercamiento o tarea conjunta con el lector para intentarlo. En el médico la resignación a deducir el alma de los hechos vividos es simultánea al deseo de recordar, una pulsión queriendo reordenar informaciones dispersas. Lo hace quien reconstruyó un cuerpo moribundo, viajando entre sangre y algodones hacia el final de su propia noche. Lo persistente onettiano es la apoteosis heroica de Díaz Grey, médico de congestiones y purgantes, antiabortista convencido, socorro en caso de accidentes domésticos, hombre de juventud tentada por la droga y atraído por mujeres fatales, lo vemos realizar la máxima proeza de que da cuenta su crónica cíclica. Ello sucede en un relato satélite del ciclo novelesco sanmariano: en “Jacob y el otro” vive su momento de gloria discreta. En lenguaje clínico salva un paciente desahuciado en la mesa de operaciones, en términos simbólicos lucha toda la noche contra las fuerzas terribles de la muerte. Suerte de circo minimalista de paso, Jacob y Orsini logran sin embargo desatar una reacción en la población de Santa María. Furia del populacho el sábado a la noche y curiosidad antes, vocación pegadora de los milicos, sacudón de la sección deportes de la prensa local, ruptura de una historia de amor sanmariana y movilización del servicio de urgencias del hospital. Esa es otra de las tensiones del relato: los vínculos indirectos entre Jacob van Oppen y Díaz Grey. La llegada del luchador, por un misterioso juego de causas y efectos hace posible el momento heroico del médico. A pesar de la distancia de intereses (la anatomía según Testut y según Lewis) y la mutua indiferencia, esos hombres se encuentran por las manos, manipuladoras, como son, de naipes y clavículas, escalpelos y pesas. Ambos coinciden en cierta reivindicación de los perdedores y en sobrepasarse cuando se confrontan con el monstruo algo gorila, bastante minotauro y llamado Mario. El relato convoca un accidente deportivo y la historia médica excepcional, la tragedia de evocaciones rurales y acaso una mitología cimarrona. Lo que será el enigma superficial del relato se halla desbordado por otros misterios; finalmente la justificación del avance del relato busca dilucidaciones más cruciales que la identidad del operado, que todos conocen excepto el lector. A ese suspenso se lo denomina “la noticia”.
sábado a la noche: rumbo a la curva de Tabárez
Hay relato porque el moribundo fue salvado. Díaz Grey enmienda un certificado de defunción por la necesidad de intentar conocer lo sucedido. El relato busca establecer las condiciones humanas posibilitando el milagro quirúrgico rondando la leyenda. Jacob dándole un cuerpo destrozado de cierta manera desafía al médico en sus facultades profesionales y convicciones sobre la relación vida/muerte. Díaz Grey llama a lo que sucede “la cosa”, denominación despectiva, condescendiente y será “la cosa” que lo interpela para confrontarlo a una misión, la operación que -más allá de la admiración de los colegas- lo justifique ante sí mismo. Estamos en primavera, quienes conocen Montevideo saben que el ir al hospital por “la curva de Tabárez” es un guiño pues recuerda uno de los barrios más populares de la ciudad donde se escribió el relato. Los indicios conducen a que resultaría inútil cualquier intento y no vale la pena ni siquiera ponerse los guantes. En la primera secuencia la escritura se concentra volviéndose conceptual, lo anecdótico sale de foco, el único misterio es la vida: se salva o no lo salva. El resto es sin importancia. Lo sucedido hace poco más de una hora en el cine teatro Apolo de la ciudad – “la cosa”- adquiere sentido retrospectivo en tanto lo sucedido termina en manos de Díaz Grey. La trama narrativa y en la que el lector fue atrapado es lo dado por descontado; el relato inocula el suspenso en la engañosa interpretación de los indicios y pequeñas fórmulas minando de dudas la lectura. El lector depende de quién es el moribundo, sin advertir al comienzo que está ante el momento de mayor amor de Onetti por su personaje más entrañable. La respuesta a esa duda (quién es el anestesiado: la noticia) no cambiaría la decisión de Díaz Grey de darle pelea a la muerte, pero sí las reacciones de otros implicados incluyendo al lector. El relato que viene sin ese gambito se leería de otra manera chismosa perdiendo incertidumbre poética. El crecimiento de Díaz Grey sucede en tanto consecuencia lateral de un espectáculo algo circense, siete días que conmovieron a Santa María y por el equivalente a bastante menos de 50 dólares, que en esa suma se puede presupuestar lo sucedido. Ello no le quita nada a la estatura de lo actuado; al contrario, el anonimato y los orígenes algo paródicos ennoblecen lo hecho por el médico. Si el moribundo no tiene nombre la operación crece en implicaciones simbólicas. La consigna del médico, descreído de los hombres funcionando en sociedad tiene una única razón de ser que es evitar la llegada de la muerte victoriosa. Eso que lo destaca como personaje -sin olvidar actitudes menos principistas de otros textos- es el empecinamiento por luchar contra la negación de la vida. Díaz Grey tiene una sentencia que según su parecer, contribuirá a la leyenda posterior a la muerte; para los colegas la frase tiene algo de broma de quirófano, el médico la acepta en tanto fórmula mágica infantil que le permite continuar en el juego:
“-A mí, los enfermos se me mueren en la mesa.”
Ese es el núcleo conceptual del relato y punto de contacto con el resto de la obra onettiana. Lo que vendrá serán variaciones sobre la condición humana, sucesos tragicómicos acaecidos en la ciudad, anécdotas sobre personajes periféricos al sistema y seres ocasionales tratados con una mixtura de ternura y crueldad. La bulla Jacob sirve para el significado narrativo de la intervención; una minuciosa descripción de los afanes del médico por salvar al miserable hubiera sido sin ello exagerado, falso, fuera de tono y transformado la proeza en espectáculo. Se la ubica por esa razón al principio del relato, desplazando la función que la precede y sublima el insomnio de Díaz Grey a la condición de casi naturalidad opacando la excepcionalidad de lo hecho. Las manos que distribuyen fichas y damas de pique en pocos minutos se las entienden con la sexta costilla derecha y un pulso filiforme. Es prodigiosamente insensata la disparidad entre el significado de la frase citada, para el conjunto de la obra onettiana y la duración narrativa; por ello de inmediato se incorpora el ruido ajeno a esas horas de trabajo solitario: se trata de la mujer que se acercó al casi cadáver en el Apolo. La mujer es la primera gran interrupción, excedencia (la segunda luego del cuerpo) de “la cosa” y suceso que el lector ignora completamente. La intensidad de lo ocurrido lo marca la espera de la mujer, ella está cerca esperando mientras Díaz Grey opera; la tentación metafórica es fuerte, pero el relato gana en intensidad cuando permanecemos en explicaciones circunscriptas a la conducta humana. En pocas líneas transcurren muchas horas, es posible que el operado se salve y se resuelve el primer enigma: el médico triunfa sobre la muerte. Si privilegiamos la psicología Díaz Grey en tanto representante del ciclo sanmariano, el triunfo marcaría el final de la historia. Rius aconseja a las siete (a las cinco había terminado la tarea) un sueño de veinticuatro horas. La duda del lector persiste, Díaz Grey sabe a quién operó y los enfermeros, camilleros, jugadores de póker, los de Deportivas y medio pueblo que presenció “la cosa”. Ello debería bastar, es Díaz Grey –él compara ese misterio de la muerte a un sueño nunca realizado de arreglar el motor del auto con sus propias manos- quien decide lo contrario, legitimando la parte de seducción externa al sistema que irrumpió el domingo anterior.
primer domingo I: homenaje a Brausen
Cuando Díaz Grey opera presiente el drama e ignora los pormenores, eso será tarea del narrador; él con la ayuda de unos barbitúricos se desentiende de “la cosa” y las secuelas en el círculo de los contendientes. Salvar una vida le consume la totalidad del tiempo y cuando la tarea fue cumplida, en la inminencia del sueño recuerda -comienza a relacionar antecedentes- detalles faltantes en los intersticios. Fue el domingo anterior, la historia así se perfecciona en cuanto a un ciclo completo de duración, “la cosa” comenzó cuando entraron a Santa María Jacob y el otro; el médico inicia a la vez los retratos y las fórmulas alentando a la confusión:
“El hombre movedizo y simpático y el gigante moribundo atravesaron en diagonal la plaza y el primer sol amarillento de la primavera. El más pequeño llevaba una corona de flores, una coronita de pariente lejano para un velorio modesto.”
Como sucedió con la edad de Orsini, también en cuanto a la talla del luchador hay la versión del médico que ve un Jacob de dos metros y la versión Orsini que fija la estatura en 1m. 95 cm. Esos dos ingresaron a Santa María como una embajada del reino de la lucha grecorromana, destinada a la pompa y protocolo, con la intención pública de hacerse ver y mediante el homenaje al prócer del lugar tomarle la delantera al ridículo. “A partir de aquí las pistas se embrollan un poco.” sostiene Díaz Grey y ello no obsta para que muestre una marcada preferencia por el pequeño. Se decide por Orsini, el luchador pudiera ser un misterio demasiado distante para las especulaciones del médico. La disponibilidad social del pequeño obligado a forzar las horas y tomar la iniciativa, lo dejan más expuesto a la observación del médico. Es claro que se parece a otros personajes que se acercaron a Santa María, como el señor Lagos o Larsen, de hecho es una presencia más verosímil que el gigante silencioso, que reza en la iglesia y salta a la cuerda. Díaz Grey puede conocer parte de la verdad del lado sanmariano, sospechando que la otra mitad necesaria tiene su anagrama en el que se hace llamar príncipe y comendador. Ese recuerdo es revelador y el conjunto lo fascina: la manera de asumir su físico, el estilo para irrumpir en el domingo de la ciudad, la rapidez con que organiza el asunto, la habilidad para resolver cuestiones prácticas. Incluso la compleja relación con el gigante o el miedo prudente para enfrentar la vida cuando se acerca la pendiente. Para Díaz Grey los supuestos sobre Orsini son convicciones. “Había nacido” se repite tres veces, como si la conducta del príncipe respondiera a una vocación, tuviera un destino manifiesto. Lo describe sin humillarlo, lo intuye sin reprobarlo, de manera secreta lo entiende y puede que seguramente lo respete, en una extraña proyección lo sigue hasta El Liberal como si hubiera estado presente y preparara la entrada del narrador. El médico inventa el personaje de Orsini a partir de miradas, versiones oídas, actitudes supuestas, comportándose como un escritor. Cuando por ejemplo se trata de la voz:
“El tono de la voz era italiano, pero no exactamente; había siempre, en las vocales y en las eses, un sonido inubicable, un amistoso contacto con la complicada extensión del mundo.”
Es recién al final de la primera secuencia narrativa -luego de la mujer, la operación y Orsini- que sabemos de la visita de un ex campeón mundial de lucha que responde al nombre de Jacob van Oppen. Una enormidad como situación inicial de un relato en el universo onettiano y se adelanta el tiempo perdido a buscar, una semana entre desafío y lucha, la coronita de Orsini y los barbitúricos de Díaz Grey. Para el gigante moribundo -se le llama así dos veces- se reserva la escena final antes de dormirse, fue a la iglesia a rezar y luego las palabras que indican la inminencia de la ficción: dicen, juran, presumen. Hasta aquí llega la conciencia del médico, el resto se lo transfiere a un narrador ¿Y si lo que viene fuera una continuidad de otro tipo, un sueño realizado?
primer domingo II: 500 pesos 500
Mientras Díaz Grey duerme y porque la historia debe seguir recomenzando, el relato incorpora un narrador que cumple la tarea profiláctica de disponer un orden a los acontecimientos omitidos. El narrador comienza en sintonía lógica con lo pautado por el médico antes de dormirse, perfeccionando el retrato de Orsini. Es notable: la apariencia, el nombre seguramente falso, los títulos trucados, el desafío en la plaza pública, los movimientos en sociedad, el conjunto tiene un perfume de farsa y ronda lo caricatural. Sin embargo, el hombre se mueve asegurando la verdad, batiéndose por una conducta, exige disciplina y se impone coherencia, sustenta un conflicto dramático, es el héroe del autoengaño buscando valores auténticos en un universo dañado. En verdad -y nadie lo concibe de otra manera salvo una mujer- el desafío es una parte menor de un programa de ampulosidades gimnásticas, forma parte de la estrategia publicitaria, la treta vieja como el mundo para movilizar la prensa e incentivar la curiosidad. Incluso después del desafío estaban previstas exhibiciones para completar el programa y no dejar al público insatisfecho. La visita, en la planificación de Orsini debería ser una diversión familiar sin conflictos y que no los ponga frente a la evidencia del pasaje del tiempo. Algo sucedió esa semana para que el proyecto modesto de circo romano haya finalizado en el quirófano. Ese tiempo entre fantasías de tríceps y clavas, pectorales musculosos y la noche segunda de insomnio de Díaz Grey comienza a trabajar en la mente del lector. El efecto “Jacob y el otro” proviene también de esta estrategia donde la recepción activa construye la intriga. Lo que salta a la vista, apenas avanzadas las primeras noticias es la situación paupérrima de los visitantes, los detalles de la gira dicen de un estado grave de decadencia, por otra parte hacer escala en Santa María confirma el diagnóstico. Jacob y Orsini montan un espectáculo digno en intenciones pero decadente en la exteriorización, lo que no le quita nada de verdad a las glorias vividas: para un luchador el pasado es el más temible contrincante. El narrador no explota esa faceta, por el contrario los exime de mezquindad, avaricia o la técnica del complot, esos valores negativos se los asigna a los sanmarianos que ante la visita exótica despliegan una inusitada capacidad de ensañamiento. La estafa en boletería, la burla soterrada, la codicia, la indiferencia y la tontería -en esta historia- es patrimonio de los sanmarianos: “¡Qué costa, qué playa, qué aire, qué cultura!” En la primera secuencia del narrador alternamos el sentido público que necesariamente requiere el espectáculo y el pasaje rápido del tiempo:
“El martes o el miércoles Orsini trajo en coche al campeón hasta el Berna, concluida la casi desierta sesión de entrenamiento.”
¿Qué otra razón que la decadencia explica la llegada de esos personajes a Santa María? Sin embargo, será allí que tendrá lugar la confrontación decisiva para su amistad, una conversación largamente postergada. ¿Qué otra razón que el aburrimiento pueblerino puede justificar el revuelo sanmariano? El protagonismo colectivo ampara a la vez un drama de frontera cultural y social, posibilita la hora de gloria inadvertida casi de un médico de provincia, ello en un rincón del mundo llamado América, que parece más próximo del altiplano que de la capital evocada; con la visita de dos personajes que -en su tipología- parecen arrastrar trazas de la Europa fascista del eje, al menos en su picaresca.
martes o miércoles después de las 20 : wie einst, Lili Marlen
Lo inesperado y el gambito narrativo es la instalación en la intimidad de los forasteros, los camaradas europeos tienen una relación respetuosa, se tratan de usted y si hay diferencias más que disputarse se “aconsejan”. Esa incursión no sólo abre pistas al porcentaje de la verdad sugerida, también indaga en los términos del contrato que los une, visión nebulosa que se acentúa por la cuestión de la lengua utilizada. Orsini, se dice, habla en francés y en español, lo que es evidente; recuérdese la referencia al acento rondando lo italiano (está el nombre, así como el Signorina que utiliza cuando se dirige a Adriana) y llegado el caso puede mantener una conversación en alemán, al menos cantarlo. Lo que agrega otra interrogante a la llamada versión de los hechos; la certeza de que, muchas de las escenas de “Jacob y el otro” resultan de un proceso de traducción concretado en alguna zona difícilmente identificable del circuito narrativo. El relato se desplaza continuamente de lo interior a lo exterior de Santa María, de una lengua a otra y se puede postular una poética de los espacios. Lo interesante en relación al eje de nuestra propuesta, es advertir que el narrador opta por la mecánica del pasaje de lo público a lo íntimo, del tiempo social al privado. Orsini parece más claro, condicionado por ese “amistoso contacto con la complicada extensión del mundo” que le diagnosticó Díaz Grey y Jacob preserva su secreto: la iglesia, el silencio, allá, los otros, la fuerza desmesurada que –sin razón- hace suponer una inteligencia menor para intercambios sociales y el entendimiento limitado de los otros. El lector, condicionado por la empatía del narrador, se acopla a la versión Orsini de los hechos a veces leídos incluso en la transcripción de sus pensamientos. Los desgarramientos internos de Jacob quedan, por el contrario, más en retaguardia. A Orsini se lo puede adivinar en su angustia demasiado humana, pero las fuerzas que atraviesan el espíritu del atleta nos están vedadas. Jacob percibe la verdad de la gira, entiende los miedos de Orsini, sabe la vestimenta que se adecua a cada circunstancia, vio en la prensa el aspecto del desafiante, intuye cuando necesita ganar, saca cuentas, dispone de ahorros, dedujo la verdadera naturaleza de Santa María, Jacob sabe que está fuera del mundo y le gusta dormirse escuchando Lili Marlen. Es un hombre sensible que en menos de una semana llora dos veces, su perfil de personaje tiene en apariencia un planteo claro: la gloria pasada, el cuerpo envejeciendo, la caída inexorable. Es entonces que en Santa Maria alcanza una victoria sobre sí mismo y contra el tiempo, hace ante los aficionados la llave que Orsini le niega en el circuito de los grandes luchadores del mundo. Vence a la avanzada de la derrota, que lo desafía con voz de mujer embarazada por el contrincante. Puede que esa farsa haya tenido para el gigante el valor de una iluminación, no lo sabremos y ese es un encanto adicional del relato. Jacob no está dispuesto a morir en ese ring, posee una conciencia lúcida de la situación sin la escenografía de optimismo que monta su compinche. Esa intimidad que venimos observando es afectada por algo determinante; el conflicto de ambas personalidades explota saliendo a la superficie, se verbaliza allí como si la ciudad estuviera destinada a ser la última escala de la decadencia en cuanto farsa. En Santa María los extranjeros alcanzaron alguna configuración de su propia verdad que venían desatendiendo, ellos arrastran -Jacob más- la nostalgia del otro lugar.
“Unos meses, unas semanas –dijo Orsini-. Nada más. Después vendrán todos, estaremos con todos. Iremos todos allá.”
Lugar y personajes que permanecerán en el cono de sombra de lo no escrito; la indeterminación se extiende a los orígenes del personaje, hay varias opciones disponibles y si nos decantamos por la hipótesis alemana, aquí vemos la otra cara del juicio de Eladio Linacero en “El pozo “ cuando afirma que el pasado uruguayo se limita a 33 gauchos -por eso el desencanto de ser oriental- pero que era comprensible cierta barbarie germánica por un pasado con verdadera historia: Jacob seria lo que quedó de tanto ideal de perfección luego de la guerra. Hacia el final de la secuencia se evoca de manera indirecta la guerra, Jacob le pide al socio que cante Lili Marlen, melodía que de cantina de tropa se volvió aquí canción de cuna y cuando el gigante duerme, Orsini vuelve a la noche como en el pasado glorioso.
martes de mañana: dura como una lanza
Cuarenta y ocho horas después del cruce en diagonal en la plaza se incorpora el elemento de oposición. Al pacto establecido de pasar unos días sin conflicto, que era el plan Orsini y de reestablecer el equilibrio emocional de Jacob, se incorpora el desafío aceptado. Contrariamente a lo esperado en tales circunstancias lo lleva adelante una mujer, que parece actuar en representación pero en realidad es quien decide. En un texto relativamente breve, habida cuenta del dispositivo de la economía del relato ella debería ser la misma mujer de la primera parte. ¿Cómo la mujer que viene a entrevistarse con Orsini cinco días después estará en el hospital acechando un moribundo hecha una furia? Con ella se incorpora una serie de dudas menores relativas al operado, su propia personalidad, embrollo de pistas y resolución de una situación conflictiva que -líneas atrás- sólo se pudo resolver cantando Lili Marlen. Nada habría sucedido como sucedió sin la locuacidad intermitente de Adriana; parca minúscula, empresaria improvisada, novia determinada, fumadora empedernida, tomadora de mate, trágica signorina que sacrifica su héroe sirio ignorando las fuerzas que pone en movimiento y que se hunde en el error pecaminoso de querer sobrepasar los límites, sin considerar las consecuencias de un combate singular. Ella acepta el desafío estableciendo los términos de la lucha, hizo una evaluación y pronóstico del combate (espiando a Jacob) antes de la entrevista e incluso adelanta sus razones -enternecedoras y oscuras- para que los hechos se concreten inexorablemente. Su razón inmediata es el dinero que servirá para el casamiento; podría tratarse de un caso de desesperación con tintes románticos, pero es obvio que ella oculta o ignora otras razones que pueden ser vergüenza, capricho, tenacidad, quizá una forma de amor inhabitual propio a mujeres de civilizaciones desaparecidas. Ella espera y estaba desde antes, ella vio y salta sobre la oportunidad; en esas pocas horas armó el proyecto, convenció el novio, espió al campeón, recogió información sobre Orsini y urdió la estrategia para la entrevista. También supuso los argumentos que podría oponerle el extranjero y llegó con respuestas preparadas; sabe que puede tratarse de un engaño y busca cerrarle al príncipe todas las salidas. Ella pelea contra el tiempo (llegar al sábado que viene a las 9 de la noche y los meses que faltan para parir) con armas temporales: el campeón está viejo. Orsini, naturalmente habituado a ese tipo de situaciones -que según cuenta el narrador debió tener antecedentes en Colombia, Perú, Ecuador y Bolivia- parece desconcertado ante la forma del planteo. Al reconocerlo como príncipe (“-Príncipe Orsini –dijo el príncipe.”) el narrador se solidariza con el extranjero en la primera de las entrevistas. Ella, de manera telegráfica aporta información sobre el final del relato, sobre aquél a quien Orsini llamará “el otro” segundo de la pelea y de la pareja: Adriana y el otro. Es su novio y vivió en el campo, es dueño del almacén de Porfilio, le dicen turco (costumbre rioplatense de llamar así a los originarios del antiguo Imperio Otomano) pero es Sirio (al parecer hay papeles que lo prueban), se llama Mario y tiene veinte años. Ella es quien ajusta ante el narrador la cronología del relato: cuando la primera entrevista es martes. La muchacha ordena el tiempo y desordena los planes del príncipe. La presencia femenina, que una muchacha de pueblo se haya atrevido acentúa las dudas de Orsini sobre la potencia real de Jacob. Quizá desde afuera la decadencia sea más notoria, ella es la avanzada de las fuerzas del tiempo hostigando a Orsini y en otro plano -por representación- adelanta la lucha que debería realizarse el sábado. El príncipe busca sus propias salvaciones y por ello cree -equivocado- que la mujer pretende un posible acuerdo.
miércoles de mañana: una C azul en la tricota y años de preguerra
La segunda secuencia del narrador tiene una forma similar a la primera, el esquema del tránsito de lo público a lo privado se repite y si antes conocimos al campeón en los minutos previos a dormirse, ahora se lo presenta en los que siguen al despertar. Es la mañana reservada al paseo del fenómeno por la ciudad buscando despertar la curiosidad ciudadana; para esa salida las horas son precisas, se trata de las ocho de la mañana del día en que se hace pública la aceptación del desafío. Día clave para las relaciones públicas, el acercamiento interesado de la prensa y la provocación de la opinión pública. En el relato marca el quiebre entre voluntad y realidad, la confirmación de lo que se había sido y la decadencia ridícula que la marcha por la ciudad parece confirmar. Contraste acentuado por el compromiso del narrador:
“Algún día, esto era indudable, las cosas habían sido así: van Oppen campeón del mundo, joven, con una tuerca irresistible, con viajes que no eran exilios, asediado por ofertas que podían ser rechazadas.”
Esa distancia producto del pasaje del tiempo, focaliza la entidad del drama de Jacob. Lo mismo sucede con el príncipe pero es más relativo a la existencia; en Jacob la tragedia del tiempo se manifiesta en el cuerpo y de ahí la importancia de la reivindicación final. Hay en esa caminata algo chaplinesco, recuerda atmósferas de Fellini, se asocia al patetismo de otros grandotes luchadores como el italiano Primo Carnera. Son motivo de curiosidad, de lo contrario y sin negar las dotes de observador que pudiera tener el narrador, es difícil integrar a la verosimilitud del relato un juicio de esta sutileza:
“Había nacido con cincuenta años de edad, cínico, bondadoso, amigo de la vida, partidario de que sucedieran cosas.”
A pesar de su natural optimismo (“había nacido…”) durante la escala sanmariana Orsini va sumando contrariedades; primero el desafío de esa mujer, luego el dinero que no hay para el depósito. Comienza a actuar movido por el miedo a que hoy o mañana se quiebre el equilibrio, el milagro que lo lleva a estar vivo cada día. Lo gana el síndrome de la huida, es cuando argumenta para ahuyentar sus temores que sin saberlo, se hace profeta:
“Que puede hacer uno, qué podemos hacer nosotros, si al final de esta gira de entrenamiento aparece de golpe un suicida. Y si además lo ayudan.”
El narrador le otorga una misión en relación a la verdad de los hechos y la resolución de la anécdota. Se mueve y trabaja, se las entiende con todos los restantes personajes y consigo mismo obligado a la coherencia y fingimiento. Tiene salidas individualistas, suerte de valoración por la gastronomía para sentirse caballero y obrar en consecuencia. Acepta su destino de simulador e intenta dignificar el papel que le correspondió en el gran teatro del mundo.
miércoles al caer la noche: Almacén Porfirio Hnos.
Luego de la entrevista con la mujer Orsini se había adjudicado “veinticuatro horas de vacaciones” antes de ver al desafiante. El miércoles del entrenamiento por las calles es día de visitar al turco; la escena representa un coloquio de extranjeros desarraigados en suelo americano, la secuencia resulta limítrofe con la atmósfera gauchesca y ese almacén está cerc de las viejas pulperías, sobre todo por la presencia de ginebra y yerba, de alguna expresión utilizada para ahuyentar a los perros. La visita está motivada por la curiosidad, la búsqueda de informaciones, un intento de negociación que pueda disipar los temores del príncipe. La lucha real parece relegada, Orsini se aplica a ser embajador conocedor de la gente con la noble tarea de acomodar los hechos a la voluntad, convencer sin humillar, brindar la ilusión de lo logrado, pagar evitando incidentes, ganar unos días más, no lo motiva la avaricia sino probar que su interpretación de la vida es correcta. Por ello el narrador se instala en los pensamientos del príncipe, nos permite observar el combate entre lo pensado y lo dicho. La entrevista en el almacén es para Orsini una derrota pues fracasa sin alcanzar los objetivos. El turco tarda en entender pero acaso es sensible a los argumentos del comendador, pero ella hizo del desafío por el contrario el centro de su existencia y la posibilidad de cambiarla. El turco encarna la ingenuidad de la brutalidad, un buen muchacho manipulado por la mujer, se prepara para una noche de reconocimiento y lo único que hace es acentuar su condición de víctima. La lucha entre Jacob y el otro será un episodio menor, el clásico encuentro entre profesional con aficionado y el resultado responderá a una lógica cuyo avance inexorable –que no la excepción- es el nudo enigmático del relato. Esa confirmación del no milagro es lo que constituye la estafa, el triunfo de Jacob reordena el cosmos sacudido por atrevimientos de divinidades menores. Sin embargo, la pareja que prepara su casamiento es de suma importancia. Mario no es ángel, es cuerpo, la corporeidad más determinante en tanto modifica un pasado que en Jacob es lo que define. El turco es representación de Santa María y sube al ring, inspira miedo en Orsini y despierta la curiosidad de Jacob, es posible que haya embarazado a la mujer y lo exige a fondo al doctor Díaz Grey. El sirio permitió la apoteosis de un personaje recurrente de la obra del uruguayo, se transformó en espejo delator a su pesar de las miserias de la ciudad, suscitó el rencor de los periodistas deportivos, le permitió a Jacob una resurrección así como otra lectura de su vida, llevó al príncipe a empuñar un revolver en la intimidad e hizo de dos extraños de paso -para siempre- personajes entrañables de la obra onettiana. Modesto destino: el miércoles de noche carga bolsas de yerba y el sábado en el Apolo será escupido por la novia que matea. Ella en el relato acumula aspectos negativos, rápidamente podemos asociarla a la muerte o una arpía que trastoca amor por odio cuando sus proyectos se frustran. Tiene a su favor la osadía de desafiar un mundo de hombres: la medicina, el almacén de ramos generales, el mundillo del periodismo deportivo y el círculo de los combates profesionales de lucha grecorromana. Sólo una mujer implacable puede hacerlo, las versiones que sobre ella se van acumulando -sin excepción- le impiden cualquier réplica de redención; es más, parece que se la designara como la gran culpable de todo lo sucedido. Su sacrificio y el del turco de manera más contundente son necesarios para mantener el orden de los otros. Ella obliga a los hombres al máximo de fidelidad, persuasión, fuerza, habilidad e incluso las astucias del escritor. De esa movilización podría justificarse la reacción final, su rabia es mostrada como la obsesiva persistencia de una psicología perversa; pero es ella sola quien no actúa para mantenerse sino forzando la barra el Destino. Los hombres buscan medrosos acomodarse a la rutina, ella apuesta, paga y podría estar motivada por el posible feto que lleva en el vientre. Adriana se quiere casar y con la bestia, propone un final romántico en un universo brutal y sale derrotada, ella teje su destino y al final busca un rito de venganza. Cuando escupe el cuerpo inerte de Mario lo hace dando una concepción del mundo y la vida, lo dice el narrador utilizando los pensamientos de Orsini: “No es contra mí; es contra la vida.” En la misma escena que Orsini decide que Adriana está embarazada dice:
“podría ser buena o mala; ahora había elegido ser implacable, superar alguna oscura y larga postergación, tomarse una revancha.”
La verdad de los hechos es inaccesible puesto que los personajes son un misterio para ellos mismos. La mujer pone por delante la razón de los quinientos pesos, pero su continuar adelante depende de fuerzas ingobernables, obligándola sacrificar a Mario para que Jacob y el otro Díaz Grey hallen en esa semana -con ocho horas de diferencia- los episodios que los acreditan como personajes, de paso y persistencia, en el ciclo sanmariano. Ella incorpora al relato la dimensión heroica mediante una redecilla de asociaciones respondiendo a un mundo arcaico y una lucha previa a la nobleza reglamentada de Jacob. Entre el mundo religioso de Jacob y el territorio arcaico de Adriana, el príncipe Orsini funciona como intermediario, de la misma manera que con sus pensamientos introspectivos mecia entre narrador y lector. La retórica Orsini parece que por intermitencias puede funcionar con Mario y el destino decidido por Adriana resulta más fuerte. El final del encuentro se dilata, durante diez minutos interminables Orsini bebe ginebra pensando en Jacob, ella teje batitas y fuma sentada en un rincón, el turco carga bolsas de yerba en dirección a la trampa del sótano. Cuadro de sainete y el sábado habrá lucha.
viernes 7 de la tarde: una llamada de larga distancia
Entonces, de repente, son las siete de la tarde y aunque es probable que sea jueves es viernes ya. ¿Qué se hizo el lunes? ¿Qué misterio se llevó el silencio sobre lo ocurrido el jueves? “Jacob y el otro” progresa en secuencia de escenas privilegiadas y con técnica de montaje cinematográfico. El viaje hacia la noche anterior a la del combate se inicia en una redacción mientras se evoca la canícula de la gran ciudad en octubre. Orsini está acorralado, quiere comportarse como un caballero pero la inercia terágica de los eventos lo llevan a la farsa de la llamada de larga distancia, la actuación de un diálogo inexistente sobre la inminencia de otros hechos –el dinero, el giro, el depósito- que se instalan en la embestida de las horas. Estamos en la víspera del hecho decisivo que nunca debió dejar de tener un aire de comedia e impone incluso el lugar común. “-Espero que mañana será una gran noche para Santa María; espero que gane el mejor.”
viernes 20h. aprox.: 110 espectadores
El Liberal y el cine teatro Apolo (al que de hecho se accede por primera vez) son espacios de transición que llevarán al enfrentamiento de Orsini y Jacob van Oppen; de los novios locales no se sabrá nada hasta el final de la escritura. La pequeña escena sucede mientras el campeón se entrena, el príncipe saca cuentas, se asombra que 110 sanmarianos hayan pagado para verlo saltar a la cuerda. “Trató de odiar a van Oppen para protegerse.” dice el narrador y luego el príncipe se arrepiente de no haber hablado antes. Si la noche de Jacob será la del sábado la de Orsini es la del viernes. Ahora le corresponde hablar:
“Orsini caminó lentamente hacia el hotel, las manos en la espalda, buscando detalles de la ciudad para recordar y despedirse, para mezclarlos con los de otras ciudades lejanas, para unir todo y continuar viviendo.”
viernes de noche en el hotel Berna: se oye música de jazz
La pieza del hotel es el cuadrilátero espacial donde se sucede la otra lucha que puede resumirse en revólver, declaración, huida y fuera de combate. Orsini planifica la retirada, ya está lejos proyectado fuera de Santa María; paga la cuenta, hace las valijas que le están autorizadas y medita la estrategia. El narrador se reserva la última secuencia para expandir el misterio: la verdad de Orsini y sus palabas buscando convencer a Jacob; pero viene del fracaso de su oratoria con Adriana y está lo silenciado sucediendo en la mente del atleta. Es una escena densa -por otra parte la más larga del dispositivo- como si el narrador quisiera indagar de preferencia en la zona de autenticidad que se llevaron los extranjeros. La complicidad tiene una larga historia y será en la pieza del hotel Berna de Santa Maria donde es verbalizado el conflicto. Se avanzan verdades sobre decadencia y dinero, se comprende entonces que el efecto Jacob proviene de que la semana en Santa María es decisiva para esos dos. La perspectiva es parcial e ignoramos los pensamientos de Jacob, claves por otra parte pues su determinación altera los planes de otros personajes. La terquedad de Adriana modificó el equilibro entre esa pareja que viene de los años previos a la guerra. La ternura que sienten Díaz Grey y el narrador por Orsini proviene de su conocer casi todo de la condición humana, ser implacable en su introspección pero equivocarse en la evaluación caracterial del gigante. Orsini está en el límite de una desesperación persistente que cree controlada. La novedad es que se intuye una conciencia de Jacob sobre los hechos de los que durante la semana quedó en apariencia al margen. A pesar de borracheras, crisis religiosas, extrañar a “ellos”, la sensación de extravío en el universo y necesidad de una canción con versos de Hans Leip para dormirse, la soledad del atleta durante el entrenamiento, el dejarse mostrar como un oso, a pesar de faltarle “todo eso que los alemanes llaman naturaleza”. En esa noche que Orsini decidió y tuvo el coraje de avanzar una verdad, el lector intuye no que Jacob tuvo una improbable revelación, sino que lo entendió todo desde antes; para empezar, al príncipe mismo. ¿Acaso al despertar y bajo la ducha no cantó “Yo tuve un camarada” o la canción del soldado muerto? Otra vez el tiempo: el viejo camarada le propone irse a las cuatro de la mañana en el ómnibus que parte de Santa María, Luego se lanza en el monólogo interior de la lástima que extiende al turco y su novia. El príncipe filosofa y Jacob enfrenta el destino:
“-Yo me quedo. Mañana a las nueve lo estaré esperando en el ring. ¿Voy a estar solo?”
El príncipe introduce la duda sobre la eventualidad de los combates arreglados, que son estrategias y quizá paga para disipar sus miedos. En Santa María le confiesa la verdad a Jacob, los argumentos esgrimidos producen reacciones encadenadas del gigante que resuelve la situación mientras toma decisiones. Después de todo, las plegarias habían dado resultado. Luego le engaña pidiéndole al empresario que cante el clásico para dormirse si bien Orsini intuye que Lili Marlen cambió de significado. Lo noquea, lo estira en la cama y “La música de jazz del baile parecía estar naciendo ahora en el hotel, en el centro de la habitación semioscura.”
sábado de mañana: el Stetson de los grandes días
La secuencia final es responsabilidad del príncipe y Orsini narra una subjetiva segmentación del sábado, si Díaz Grey recuerda antes de dormirse viniendo del póker aquí se sigue al príncipe hasta el póker previo a la lucha. Orsini conducirá la historia hasta el final, es decir que lleva al lector hasta el principio del relato. Ello es posible. De hecho, en el juego de las versiones pasamos de una noche de viernes de octubre para el narrador a una mañana de sábado en setiembre para Orsini. Los minutos cuentan y los meses se confunden. En este nuevo principio Jacob ríe y habla en alemán. La secuencia desordena el sentido de protección entre los hombres, el príncipe pasa de ser personaje pensante a personaje que cuenta. La alteración más profunda se produce en Jacob armonizando el pasaje de los días de entrenamiento con las horas previas al combate; ello se acentúa en el cambio de las tricotas grotescas y la autoestima manifestada en el vestir.
“Se había puesto el traje gris claro, los zapatos de antílope, equilibrando en la nuca el Stetson. Pensé de golpe que él tenía razón, que en definitiva la vida siempre tiene razón, sin que importaran las victorias o las derrotas.”
Sin rencores por lo sucedido la noche anterior el príncipe, proclive a pronósticos negativos, percibe que en el terreno moral Jacob había ganado. ¿Qué sucedió durante el sueño provocado del príncipe Orsini? La transformación del viejo luchador. Una inercia existencial lo ganaba en tanto seguía la gira que aparece como proceso de decrepitud; el pasaje del príncipe a la palabra, el grado de desesperación que conllevan el revólver y la propuesta de huida, tuvieron la virtud de decidirlo a ser -en ese lugar literario fuera del mundo- el hombre que había sido según contaban los diarios “con grandes titulares en idiomas extraños”. Desde ahí se hace claro el pacto de no prolongar la lucha más allá de un minuto, el buen humor y los zapatos de antílope. Asistimos al suspender el proceso de caída, su lucha introspectiva con el cuerpo y cierto retorno a la juventud; la comprensión de la totalidad que está en juego llevan al luchador a entender los miedos de Orsini. Jacob van Oppen recupera la risa y tiene dinero para el depósito.
sábado al mediodía: un almuerzo de príncipe
El dinero, que sale del zapato gris de antílope es el agente que le permite al príncipe esperar las 9 de la noche con relativa tranquilidad de espíritu. Almuerzo de caballero, “una propina de borracho o de ladrón” y visita al diario para mostrar los billetes. En la redacción recobra parte de la dignidad maltratada durante la semana, se venga de haber tenido que mentir una comunicación delante de los cronistas deportivos y juega a las cartas. Ello para que se concreten las leyes de simetría onettiana y las manos de Orsini en El Liberal se asocian a las manos de Díaz Grey en el Club.
sábado, después de 20h.30: la lucha final
Jacques Prévert : Le combat avec l’ange (1946)
N’y vas pas
Tout est combiné d’avance
Le match est truqué
En quand il apparaîtra sur le ring
Environné d’éclairs de magnésium
Ils entonneront à tue-tête le TE DEUM
Et avant même que tu te sois levé de ta chaise
Ils te sonneront les cloches à toute volée
Ils te jetteront à la figure
L’éponge sacrée
Et tu n’auras pas le temps de lui voler dans les plumes
Ils se jetteront sur toi
Et il te frappera au-dessous de la ceinture
El tu t’écrouleras
Les bras stupidement en croix
Dans la sciure
Et jamais plus tu ne pourras faire l ‘amour.
No vayas / todo está amañado de antemano / la pelea está arreglada / y cuando él suba al ring / rodeado de flashes de magnesio / ellos entonarán un TE DEUM a toda garganta / y antes mismo que te hayas levantado del banquillo / ellos repicarán las campanas a todo vuelo / ellos te tirarán al rostro / la esponja sagrada / y tu no tendrás tiempo de entrarle al cuerpo a cuerpo / ellos se lanzarán sobre ti / y él te golpeará por debajo del cinturón / y tu irás a la lona / los brazos estúpidamente en cruz / sobre el aserrín / y nunca jamás podrás hacer el amor.
La comitiva se traslada del periódico al Apolo en auto, “para acentuar el carnaval, el ridículo”. El príncipe va directo al vestuario, su pesimismo se acentúa por el olor del lugar y la hostilidad presentida de los asistentes en la sala, que están ahí sin saber qué diablos es lo que quieren que pase. El único creyente es el ex campeón que se mueve y guarda silencio, en slip celeste y concentrado en su objetivo ayudado por el objeto fetiche: “el cinturón de Campeón del Mundo que brillaba como el oro”. Sólo él parece entender la significación del combate dándole el sentido que luego le atribuiría la crítica literaria. Debió salir del mundo para recuperar algo de la juventud, en algún lugar americano volvió a ser el de los años anteriores a la guerra, la primavera sanmariana le dio a ese hombre de trote ridículo la esperanza de que algo podía recomenzar. Orsini no accede a los procesos milagrosos de su camarada y socio, se contenta siendo espectador de un probable drama que lo comprende y cuenta:
“Ahora, en este momento, dentro de unos minutos, llegaba el final de la historia. De ésta, la del Campeón Mundial de Lucha. Pero habría otras, habría también una explicación para El Liberal, Santa María y pueblos vecinos.”
A pesar de ver al campeón más fuerte y flaco el príncipe persiste en sus hipótesis de fracaso. Llegó la hora. Hacia el final lo que cuentan son los minutos, a las nueve Orsini pasa por boletería, antes de las nueve y cuarto las cuentas amañadas son aceptadas. “La cosa” está en marcha. El tiempo de los sucesos y el narrativo se fusionan. El príncipe descubre la escena, es con su punto de vista que el lector accede a la resolución del enigma y el relato. Se ajustan las medidas, lo relevante son los segundos; la lucha tiene en su intensidad tres fragmentos: diez, treinta, cincuenta segundos. En menos de un minuto se confirma y altera, se quiebra y define la suerte de los personajes que vimos evolucionar. El escándalo nunca alcanza a saturar la forma de los tres finales: la mujer patea y escupe al moribundo, Orsini tratando de comprender felicita al gigante moribundo, Herminio y los otros del hospital se hacen cargo del turco tirado en el ring side. El relato se construye allí donde interfieren el tiempo de los hechos y el tiempo de narrar. Esto parece terminado, pero alguien en algún lugar llamó al Club para localizar al doctor Díaz Grey que mata el tiempo en una mesa de póker.
J. C. Mondragón.
NOTA
Como es sabido “Jacob y el otro” fue enviado por Juan Carlos Onetti al concurso organizado por la revista Life en español. El jurado estimó que el relato era merecedor de una modesta mención, los textos seleccionados formaron parte de un volumen que constituye la primera publicación del cuento.
“Ceremonia secreta y otros cuentos de América Latina”, Doubleday, New York: 1961.
Decíamos al comienzo del trabajo que el relato provocó una serie de lecturas luminosas y que tiene su tradición crítica propia al interior del corpus onettiano. El lector curioso deberá repasas esas interpretaciones pertinente, nuestra intención original no pasaba por glosarlas. Ellas conforman una base de deducciones dialogando en asociaciones inéditas y desacuerdos que interpelan; a ellas se suma nuestra variante a la espera de otros aportes originales. Señalar precursores es reconocer una deuda hacia quienes fueron sensibles y fieles al “efecto Jacob”.
Gabriel Saad: Prólogo a “Jacob y el otro. Un sueño realizado y otros cuentos”, Ediciones de la Banda Oriental. Montevideo: 1965.
Ruben Cotelo: Arquetipo de la pareja viril, El País. Montevideo: 14 de agosto de 1966.
Lídice Gómez Mango (coord.): “En torno a Juan Carlos Onetti”, Fundación de Cultura Universitaria. Montevideo: 1970. En esta antología se recoge el citado artículo de Cotelo y un segundo trabajo de Gabriel Saad: “Jacob y el Otro” o las señales de la victoria.
Ana Inés Larre Borges: “Jacob y el otro o el relato como duelo”, Deslindes, Revista de la Biblioteca Nacional, Nº 4-5. Montevideo: diciembre 1994.
Pablo Rocca: Prólogo a “Jacob y el otro” Ediciones de la Banda Oriental. Montevideo: 1999.
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