(apuntes sobre la prosa de Jorge Enrique Adoum)
La participación en coloquios y seminarios forma parte de las tareas del docente universitario francés, son ocasiones de profundizar en las respectivas áreas de especialización; consolida la presencia en el circuito de colegas activos, los docentes novatos toman la alternativa en esas lidas y para los más calculadores, es la oportunidad de organizar la trama oculta de influencias y promoción partiendo de las cátedras disputadas. Suelen ser momentos estimulantes de intercambio social saliendo de anfiteatros y correcciones, la ocasión de conocer profesores extranjeros, algunas ciudades que de lo contrario uno jamás visitaría. Cuando me apliqué algunas veces a ese ejercicio, traté de mantenerme en uno de esos protocolos que era el trato asiduo con la literatura rioplatense; en todo caso, porque acompañaba en las lecturas analíticas la zona creativa personal, siendo la mejor manera de permanecer en contacto con algunos centros de investigación que andaban en lo mismo.
En el año 2007 fui invitado al coloquio homenaje a Jorge Enrique Adoum en Boulogne-sur-Mer; acepté feliz por circunstancias que en mi suponían salir de la zona de confort epistemológica y por varias razones. Había cruzado al poeta ecuatoriano Ramiro Oviedo -el organizador de las jornadas- en comités selectivos para cargos en la universidad, asistí a la presentación/lectura de alguno de sus poemarios, me placía su tenacidad entrañable por defender la cultura de su país y a los autores ecuatorianos. Yo había dirigido en Grenoble una memoria -la estudiante del master venía con ese texto decidido de un largo viaje revelador a Ecuador- sobre “Porqué se fueron las garzas” del ecuatoriano Gustavo Alfredo Jácome. Jorge Enrique Adoum (1926-2009) era muy amigo de Jorge Musto, de cuando el ecuatoriano trabajó en la Unesco en París y entonces -si bien lo crucé pocas veces- sabía bastante sobre el personaje; el autor celebrado estaría presente en el evento, lo que es inusitado en esas situaciones y nos permitió pasar tres días de contento. Adoum tenía un reconocimiento más extendido como poeta -hacia allí se orientaban la mayoría de las ponencia del coloquio- y había publicado en 1976 (el año de Taxi Driver y la muerte de Lezama Lima) la bien experimental novela “Entre Marx y una mujer desnuda”. Opté por la de 1995 “Ciudad sin ángel”, quizá porque tengo el ejemplar dedicado y la leí con gran interés, atraído por la variedad de estrategias narrativas. Entre tantas actividades sociales, infinitas secuelas periodísticas sobre el boom y nacionalidades reiteradas, estar en el área ecuatoriana me agradaba por la empatía hacia los países pequeños; además -somo sucedió- podría conocer la casa del exilio del general San Martín, donde pasó los últimos años de su vida luego del encuentro con Bolívar en Guayaquil el 26 de julio de 1822.
Observaba en la silueta de Adoum acaso una visión espejada y al norte de lo ocurrido con nuestro Onetti; figuras satelitales del llamado boom de la novela latinoamericana que canonizó un puñadito de nombres, en algunos casos hasta la exageración ambigua. Luego de los escapados venía un pelotón de persecución, con reconocimiento trabajoso en las patrias respectivas y acceso a otras gratitudes acotadas, circunstanciales o efímeras. Visitas puntuales a universidades norteamericanas, alguna novela llevada al cine, suceso temporal a través de agentes y sellos editoriales en la España postfranquista, el juego casual de las traducciones -Francia, Italia y Alemania de preferencia- e incursiones en la universidad francesa (es la que vi y conozco) mediante tesis, mesas redondas y presencia de títulos en concursos de acceso a la enseñanza. Había en esa ronda subsidiaria tres vertientes visibles a grandes rasgos; una primera de sorpresa y eficacia narrativa con recetas acentuadas de lo real maravilloso o realismo mágico, redundante hasta la fatiga, una segunda testimonial fusionando con llaneza obra y destino del autor. Luego, proyectos marginales híbridos, dialéctico o callejones narrativos en aporía queriendo conectar testimonio y anhelo estético. En la novela de Adoum me interesó la fricción combativa dentro del texto, un cruce vertiginoso de pulsiones alternando erotismo y muerte, tortura y goce, Historia y biografía efímera de vidas breves. Poesía y horror del mundo siguiendo la caravana fatal de Rubén Darío, que aprendimos de adolescentes en el liceo: y el espanto seguro de estar mañana muerto, / y sufrir por la vida y por la sombra y por / lo que no conocemos y apenas sospechamos / y la carne que tiente con sus frasco racimos, / y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos…